6
Pelayo sabía que estaba débil, tanto espiritual como físicamente, y que existían pocas, por no decir que eran completamente inexistentes, posibilidades de ser capaz de mantener un combate en condiciones.
Considerando que "en condiciones" era ser capaz de ganar, al menos eso era lo que mantenía en su cabeza gracias a las veces que fue aplastado por el viejo y sin duda hacía mucho tiempo que no probaba su propia sangre.
— ¡Aprende a tener el dinero en los días de cobro, y no te creas que nos olvidamos del que nos debes!
Con aquellas palabras sintió la sucesiva conexión de patadas y puñetazos golpeando su cabeza y su abdomen, todos potenciados por su aura.
Físicamente con los cuatro primeros golpes habrían sido suficientes para mandarlo inconsciente devuelta al hospital o que descubrirían su cuerpo dentro de un par de días si no se reparaba la puerta, pero mentalmente había sufrido mucho más, un par de golpes de un amateur no serían capaces de dejarlo inconsciente y mucho menos sentirlos más fuertes que la picadura de un mosquito, y como uno el veneno residual de su aura tendría que ser lo primero en ser tratado si quería mantener en solidas sus entrañas.
No hubo más golpes relevantes y como consecuencia pudo centrarse en bloquear el avance del aura ajena.
— ¡Aprende de una vez subnormal! — Un último golpe a su nuca, y por el mismo rebote el rodapié se manchase de su sangre.
Por instinto se quedó tumbado, completamente inmóvil salvo el errático movimiento de su tórax al ceder ante su respiración, mientras fingía una mueca de dolor que lentamente empezaba a relajarse fingiendo un desmayo y debió de servir porque no recibió otro golpe, escuchando como los pasos empezaban a alejarse, y gracias a la diferencia en el sonido supo que dejo el suelo de baldosas por el del hormigón del descansillo.
Con la nueva paz Pelayo empezó a adentrarse en su mente, aislándose de las sensaciones de su cuerpo, mientras empezaba a dirigir su propia aura para neutralizar los nocivos rastros de la paliza.
Estaba acostumbrado a hacerlo, a reducir el molesto invasor de su cuerpo hasta neutralizarlo no era nada complicado. Gracias a su afinidad podía hacer hervir su sangre hasta evaporar cualquier intento de envenenamiento espiritual o las toxinas físicas y nunca, incluso en sus propios inicios, había tenido problemas en hacerlo.
O eso era lo que creía, la batalla interna le estaba afectando para mal. El ardor de la lucha estaba subiendo por su esófago, acompañada por el metálico sabor de la sangre, como los numerosos puntos de dolor recorriendo todo su cuerpo. En el instante que logro reunir la fuerza para tomar una bocanada de aire se vio obligado a toser, expulsando tanto flemas como sangre, añadiendo más manchas a la pared, sumando el sabor de la bilis a su paladar.
De todo lo que podía pasar su piel estaba empezando a palidecer a una velocidad alarmante mientras que sus venas estaban empezando a hincharse, endurecerse y tornarse de un pútrido color oscuro, y solo había un solo resultado, estaba perdiendo la pelea a un ritmo alarmante. Él estaba perdiendo.
Su cuerpo estaba empezando a contorsionarse, al ceder frente a la presión de las venas, de una forma antinatural. Todas sus fuerzas se cernieron en concentrar su aura en su cuello, con el propósito de impedir que las nocivas fuerzas se propagasen por su cuello y, en la probabilidad, terminase rompiendo su cuello en dos direcciones.
Sus propias esperanzas estaban terminando, y empezaba a agotar sus escasas reservas, y todo sin lograr comprender porque estaba tan débil. En un lento acto, forzando la posibilidad de recibir una rotura de sus venas, termino sentado con la espalda apoyada contra la pared limpia.
— Mis manos están empapadas en sangre y he devorado a miles, solo por la lógica y las enseñanzas de la Madre eso significaría que mi aura se renovaría en apenas unos simples segundos.
La irritación en sus pulmones le obligaba a toser, aumentando el escozor y por consecuencia la tos, doblando su pecho en el intento de acallarla. Sus pensamientos se derivaron al misterio de la situación, tratando de aprovechar los pocos instantes donde la tos no lograba doblarlo y en toda su vida nunca se había encontrado en una posición como esta. Nunca se había sentido tan inútil, su cuerpo original había atravesado los infiernos y tenía montañas de cadáveres a su espalda. Su cuerpo era un reactor viviente, y era imposible que no fuese capaz de recuperarse.
Y entonces como un rayo de inspiración, le vino la respuesta. Su cuerpo llevaba treinta años pudriéndose en la intemperie y el dueño de este cuerpo no había tenido ni la más mínima oportunidad de devorar el espíritu de alguien más. Estaba anclado a este cuerpo por el uso de su propia aura, como el aura innata de los recién nacidos. La misma que permitía que sus almas siguiesen fijas en sus cuerpos.
— Salí del Limbo para terminar como un fantasma... debí haber esperado...
Su voz, cada vez más leve, seguía trabajando en mantener su laringe abierta, y de milagro lo estaba consiguiendo, mientras trataba de administrar los pocos instantes que le quedaban luchando contra las inminentes alucinaciones por la falta de riego al cerebro.
En sus últimos momentos la alucinación de una especie de trompa peluda olisqueando su cara fueron las últimas imágenes claras que pudo guardar antes de empezar a ceder, mientras que sus oídos antes de silenciarse resonaron con el sonido de un dulce barrito.
Nicolai tenía su corazón en un puño, de haber tardado un poco más tendría que pagar por un velatorio y sufrir los golpes de Guldfrid por dejar que lo último que quedaba de Pelayo desapareciese. De no haber hecho caso a su Trunko nunca habría podido llegar cuando lo hizo, tampoco podría haber ahogado el aura tóxica en el cuerpo de Alarico y mucho menos llevarlo a la oficina del sótano del bar, donde ahora estaba acostado y durmiendo con todo el cuerpo vendado e impregnado en bálsamos y medicinas.
Casi parecía que estuviese muerto si no fuera por el suave movimiento de tu pecho y el silbante ruido proveniente de su boca. Solo sería capaz de respirar con tranquilidad una vez que el mocoso de Alfonso estuviese correteando por ahí una vez más.
Con el corazón pesado y ensombrecido sostuvo su viejo teléfono, levantando la tapa con un rápido movimiento de pulgar para visualizar los pocos contactos guardados. La escueta lista de apenas una decena de nombres alfanuméricos incluía a viejos conocidos, suyos y heredados. Sus ojos cafés no pudieron resistirse a revisar los rincones de la oficina, recordaba a Pelayo charlando con su mentor Brutus a ambos lados del escritorio mientras sostenían vasos dobles de brandy, como ayudaba a su mentor con las cuentas y pasar todo el dinero negro a blanco o simplemente escuchando sus historias.
En estas cuatro paredes había pasado toda su niñez y con las guerras demoniacas estaba por terminar su propia adultez, había quedado muy atrás el niño que se escondía tras las piernas de su mentor cuando veía sonreír al sabueso y ahora el último cachorro lo necesitaba. Necesitaba todas las fuerzas y aliados posibles para enfrentar a la oscuridad venidera, aunque eso significase hacer frente al último sirviente.
Lentamente los tres pitidos de espera surgieron desde el altavoz, asemejando a la eternidad, para inmediatamente después ser recibido por una voz vieja y recia.
— Residencia Beleric, ¿en qué puedo ayudarle?
— Tengo al "Último Cachorro", está herido, pero estable.
— ¿Sabes quién fue o que quería?
— No, esta esquina hace de frontera con cinco bandas y cada semana ahí que pagar a un grupo distinto. Nadie se había acercado tanto a ese edificio, y menos sabiendo que es propiedad directa del ministerio del interior.
— ¿Cuáles eran sus heridas?
— Los característico de una paliza, pero este es un guerrero. Había rastros de aura dentro de su cuerpo y estaba a punto de morir por el envenenamiento. No era un simple matón, es alguien más grande.
— Enviare a un grupo de sombras para vigilar e investigar, tu mantenme al corriente de su estado.
Y sin esperar respuesta se terminó la llamada, ese hombre siempre había sido un fiel seguidor y en esos días estaba seguro de que si Pelayo le decía que saltase el solo respondería con "¿Cómo de alto?". No siempre fue alguien directo, seco y frío, como si el fuego y el color de su propia vida hubiesen sido arrancadas o apagadas sin dejar más que cenizas muertas.
— Los problemas que me das mocoso...
Claro que estaba molesto, había pasado treinta años buscando a uno de sus hijos y ahora que tenía al último nieto vivo casi lo pierden por un maldito energúmeno, pero no podía evitar sentirse ligero. Un grupo de guardaespaldas entrenados por el mayordomo mayor, quien fue tutelado y entrenado por el mismo Pelayo, era algo que no podría ni comprar la mitad de los estados de la Alianza del Báltico.
No fue hasta que el suave rumor de las telas y la compresión del relleno de los cojines del sofá que su mente abandono las teorías y las maquinaciones para observar como el convaleciente empezaba a despertar.
Había poco de Pelayo en él, algo que le permitió vivir lejos de la mirada del enemigo y que a su vez le había perjudicado, no tenía ese aspecto salvaje y menos aún su sonrisa bestial. Lo único que si mantenía eran aquellos ojos, tan difíciles de describir como el comportamiento de los gatos, de un aspecto fiero y otras veces compasivo, ansioso de sangre como de disfrutar de la tranquilidad y el jolgorio rodeado de amigo y aliados. Y ahora mismo mantenía esa expresión vengativa mientras forzaba los ojos.
— Tómalo con calma mocoso, te has llevado una buena. — Sin ocultar sus propios pensamientos recogió un par de vasos usados y una de las viejas botellas de Brandy a medio terminar para finiquitarla al verter el ocre contenido en ellos, para ofrecer el de menor cantidad al menor. — Ten, te ayudara con el dolor. Escuece un poco al entrar, pero te ayudara a entrar en calor.
Cuando sus miradas se encontraron pudo apreciar algo en su expresión, "¿acaso esperaba que le diese el grande?", mientras cerraba su mano derecha alrededor del vidrio para llevarse un poco del líquido la boca, no tratando de beberlo de golpe más bien humedecer los labios y saborearlo. Y eso era propio de alguien que bebía por ocio, no de un muchacho de quince años que había pasado el último año de su vida conectado al soporte vital más barato que el gobierno quería permitirse.
— Gracias, pero ¿dónde estoy?
— Estas en mi oficina, Alarico, y me has dado un buen susto maldito mocoso.
Estaba tratando de sondearle, localizar sus mentiras y el cambio en su actitud. Sonaba duro y frío, prefería remarcar su fachada de desinterés y esa pizca de crueldad. Desde la llamada había estado molesto, no podía decir que su relación era "cercana" por decirlo de una forma sencilla pero tampoco eran desconocidos totales. También era cierto que acababa de despertar del coma, e hipotéticamente podía ser cierto que tuviese amnesia o lagunas mentales, pero seguía teniendo el presentimiento de que había algo extraño y estaba dispuesto a indagar todo lo posible para descubrir la verdad.
— ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?
Y ahí volvía a estar ese sentimiento, sentía como estaba estudiándolo, como si estuviese recabando información y empezaba a erizar el pelo de su nuca.
— No llevas ni dos horas, así que háblame con franqueza. ¿Quién coño eres?
— Alarico.
Una vez más el silencio volvió a establecerse como un pesado manto de lana, sentenciado a ambos a mirarse fijamente, Nicolai estaba acercando lentamente su mano siniestra al mango de su cuchillo encintado en su cadera mientras llevaba los restos de su bebida una vez más a sus labios. Sus ojos verdes se mantuvieron fijos en los oscuros del menor, notando el suave movimiento de sus músculos faciales, listo para atacarle si no le gustaba cualquier tipo de cambio.
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