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Sus instintos nunca le habían fallado, únicamente al confiar en ellos había logrado resolver pruebas y misiones que otros habían abandonado y esta no era la excepción. Portal número nueve, piso nueve y puerta nueve.
El apartamento, por llamarlo algo, parecía que había sido subastado por el banco o era la escena de un crimen. Solo contaba con dos estancias, tres si se contaba con el recibidor, quitando los tres muebles, ajenos a los adosados, estaba completamente vacío. Las paredes verdes mustias, gracias a la pintura desconchada, mantenían las cicatrices de la humedad y los rastros del moho, estando las más preocupantes encima de los fogones, al igual que las sombras negras del humo. La encimera era una simple losa larga de cemento semi pulido, siendo soportada por la caldera y el fregadero. En una de las esquinas menos dañadas estaba un simple colchón encajonado en la esquina, con un par de mantas desordenadas formando una pelota arrugada.
En medio del piso, aun con la bolsa de deportes colgada a su espalda, Pelayo estaba leyendo todas las cartas y sobres que habían ocupado por completo todo su buzón.
Facturas, propaganda política, varios avisos de desahucio como de fin del contrato de las compañías de luz, agua y gas por impago. De todo el contenido, solo una carta y un paquete no tenían nada que ver con el contenido general. La carta, en el interior de un sobre amarillento y sellado con cera azul, estaba escrita a mano usando una pluma, por los trazos suaves y fluidos, como por el distinto número de adornos y grosores dispares en varias letras y enunciados.
ACADEMIA SUPERIOR ELDFORD
Director: Siegmundo Koch
(Miembro de la Orden de la Estrella Férrea Diamantina, Segunda clase, Veterano de la guerra demoníaca).
Querido señor de la Espada,
Debido a sus antecedentes en el año anterior, con el resultado de su trágico accidente, y ante las buenas noticias respecto a su recuperación tenemos el placer de informarle que dispone de su antigua plaza, con la correspondiente beca académica dentro de nuestra institución de educación secundaria obligatoria. Le instamos a que se presente antes del 10 de rhaan del curso que viene.
Adjunto con la carta se encuentra tanto el libro de normas internas, actualizadas tras los sucesos del curso anterior, así como su antiguo dispositivo móvil reparado, la contraseña temporal que empleamos mientras estaba siendo reparado es 123456789.
Muy cordialmente,
Angela Natale, subdirectora adjunta.
Por toda la carta, sobre todo en las cuatro esquinas, las serpenteantes figuras animalísticas adornan, siendo más útiles para marcar los márgenes de esta. Los colores de la tinta azul contrastaban con la marca del sello carmesí de la heráldica de esta. Un escudo partido con un león rampante enfrentando a una pantera rampante, toda la escena estaba rodeada por la frase "Si vis pacem, para bellum".
No necesitaba ser extremadamente listo para ver los entresijos, claramente estaba becado para asistir a una academia militante y a la misma le interesaba que continuase, seguramente por alguna subvención o para mejorar su propia imagen pública, o puede que ambas.
Mentalmente, no necesitaba meterse en una academia, legalmente era otro cantar, sabía que durante muchos años la escolarización había pasado de ser privada a pública y con ello obligatoria en gran parte del mundo y podría ser obligado a asistir. Otro aspecto interesante era "guerra demoníaca" y los demonios no existen, así que debía de ser otra cosa, pero todo a su debido tiempo. Tras colocar la carta sobre el único tramo limpio de la encimera, empezó a desatar los nudos del paquete, deslizando el cordel de cáñamo por las yemas de sus dedos. El crujido del papel al ceder a sus propias dobleces reveló las duras tapas del libro en una tonalidad granate y la negra pantalla del teléfono inteligente bajo las capas de su envoltura plástica.
El aparato estaba impoluto, ni siquiera dentro del paquete existían rastros de polvo o de haber sido manipulado, pero no le importaba en lo absoluto, pues sus ojos estaban centrados en el libro. En su vieja juventud pasó menos de un año escolar para sacarse la educación secundaria básica en una academia, pagada por Kelpie y el Viejo, y sabía que muy pocas podían permitirse el lujo de dotar a cada uno de sus alumnos con una copia de las normas.
En sí no era mucho más pesado que una novela normal, sobre las trescientas páginas dedicadas únicamente a engrandecer la historia de treinta patéticos años de existencia, cómo una recompensa al director por ser el asesino de uno de los "reyes demoníacos" y elevado sobre las ruinas de su mazmorra. Entre los relatos y más elucubraciones, las normas y sus correspondientes castigos estaban esparcidos en un orden al azar y sin sentido.
— Más que alumnos, son perros de pelea encadenados... — Con desgana dejó caer aquel libro al suelo para centrar su atención al dispositivo, buscando y presionado los distintos botones hasta que el blanco resplandor hasta que la pantalla adquirió la forma para ingresar la contraseña. En ningún momento sus dedos pararon de tratar de separar las carcasas. — ¿Cómo coño se saca el teclado?
Y casi por benevolencia de los dioses, y gracias al roce de su palma, la pantalla se actualizó hasta la configuración del teclado, sobresaltado lo por unos instantes, para introducir la secuencia numérica y ser recibido por una foto desagradable cuanto menos.
En esa foto estaba él sonriendo a la cámara, con los mismos ojos de color ámbar y el pelo largo y grasiento, con prácticamente la misma ropa que llevaba mientras abrazaba a una adolescente bien vestida y maquillada, con los ojos verdes brillantes y una melena dorada ondulante. La única frase digna de describirlo era "el sapo queriendo comer carne de cisne", alguien tan desaliñado al lado de alguien refinado sólo era posible en los cuentos de hadas. Gracias al maquillaje, sus expresiones estaban ocultas más allá del reflejo de sus propios ojos, pero ningún producto podría ocultar aquella mirada. La misma que tantas veces le dedicaron cuando cumplía las misiones donde debía manipular a una mujer, una mirada de odio mezclada con los más finos deseos y talentos de intriga.
Ignorando la foto se centró en revisar las aplicaciones, tan escasas que sólo tenía tres aplicaciones más allá de las preinstaladas en la fábrica y ninguna tenía importancia.
La agenda solo contenía tres números: Kashandra, Nicolai y Corazón. Lo último sí que era cursi, solo aquellos enfermos de amor agendaban a sus parejas así y seguramente el afecto era unilateral, seguramente era la tercera rueda para la chica o simplemente un juguete.
Por su mente lo único que podía definir sus sentimientos era en su totalidad la pena, simple y llanamente, por varias razones; primero por la estupidez del niño por no darse cuenta del rumbo real de la relación, segundo por no poder haberle enseñado la verdad y el tercer motivo estaba derivada de los últimos zarcillos del alma del menor. No había ningún recuerdo anclado ni nada parecido a las estúpidas novelas del este que se empeñaba en leer el mocoso del viejo, y en parte se lo agradece, no quería tener que combatir por la supremacía del control o ese tipo de tonterías varias, pero por otro lado tener al menos un mínimo de conocimiento gratuito sería más que bienvenido.
Terminó luchando contra aquellos sentimientos, arrinconando los en un pequeño rincón de su mente, mientras continuaba navegando y accediendo a cada aplicación que podía o tratando de acceder introduciendo el código numérico. Redes sociales completamente llenas de fotos de la pareja, tomadas por él mismo, conversaciones unilaterales con felicitaciones de cumpleaños y aniversarios y el mismo correo electrónico estaba plagado de cientos de correos sin acabar, escritos en prosa y con un vocabulario demasiado extenso en sinónimos, adjetivos y calificativos.
— Si, definitivamente estaba enfermo de amor.
El dispositivo, abandonado sobre el reducido espacio libre sobre la encimera, permaneció con la pantalla iluminada durante unos instantes, revelando que era el veintidós de Nym, un Sar a la una de la tarde. Si ya de por si no era muy fanático de usar los fines de semana para trabajar o salir de su casa, sabía que muchas cadenas de supermercados y las tiendas de barrio cerraban en los Sar, un hecho que reducía sus posibilidades de salir a comprar algo en caso de necesidad, puesto que mañana iniciara el conteo de los días laborales y con él la mensualidad, que seguramente sería menor al suelo mínimo interprofesional de menos de mil couronnes de la Alianza Báltica.
Otra cosa que le molestaba era su prohibición médica para comer algo sólido durante las próximas dos semanas, dejando solo la opción de tomar el agua de los caldos o el agua de las sopas. Doctor Zhang había ascendido hasta el segundo puesto en su lista, aunque estuviese en lo correcto al recortar los alimentos que podía consumir para prevenir que su cuerpo directamente colapsara por el sobre esfuerzo, pero había sido a fastidiar sin ninguna duda.
Sus pasos, registrando las alacenas y cajones en busca de cualquier rastro de alimento, se detuvieron de golpe al escuchar una alegre melodía, llena de tonos melodiosos y rápidos.
Cuando el teléfono regresó a sus manos la pantalla iluminaba en tonos grises con dos iconos de un teléfono de mesa, en verde y rojo, mientras en medio el nombre de Nicolai ocupaba la mayor parte de la pantalla. Si la poca información reunida valía de algo sería alguien cercano, algún tipo de falso amigo, o un cobrador de alguna banda local cercana. Sus dedos, tan finos que incluso el pellejo podía sujetarse entre los dedos, acariciaron la pantalla con suavidad mientras comparaba las posibilidades de ambos resultados. Terminó por coger la llamada, acercando el altavoz integrado a su oreja.
Al otro lado de la llamada se mantuvo en silencio, como si estuviese esperando a que él iniciara la conversación. Había aprendido por los pocos mensajes emitidos que su forma era la corta, casi tratando de evitar hablar más de la cuenta.
— Hola
Algo corto, fácil de copiar e indudablemente capaz de mantener las apariencias frente a los conocidos del joven.
— Ni hola ni hostias, me tenías preocupado mocoso insolente. Parece que el golpe te dejó más estúpido que antes, ni siquiera te pasaste a saludar cuando te bajaste del "Zorra móvil".
La voz al otro lado de la llamada, grave y ruda logró gruñir una respuesta apresurada casi como si mordiera las palabras con saña absoluta.
— Lo siento
—¿Es todo lo que tienes que decirme? ¿Qué lo sientes? — A través del altavoz, por la mala calidad de este o tal vez si estuviera angustiado por su salud.
— No recuerdo quién eres.
— Soy Nicolai, Nicolai Petrovic. ¿El dueño del bareto donde comes siempre? Ya sabes justo enfrente del callejón, el que tiene el cartel del perro aullando a Diana.
— Lo siento, pero sigo sin recordar absolutamente nada.
Su boca dictaba esa ignorancia, pero solo existía, al menos en su memoria, un local que tuviese ese tipo de cartel y ese era el bar de Francesco, un puesto de venta de información independiente, y allí era uno de los pocos sitios que podía llamar cómo la casa de un viejo amigo. Hacía mucho que no se dejaba pasar por las rondas que Igor le debía, o los couronnes que seguían pendientes entre él y Valentino. Tenía pocos amigos, tantos como dedos tenía una mano, y a la mayoría los había conocido entre las cuatro paredes del bar.
Un fuerte suspiro, distorsionando el propio audio, lo saco de sus cavilaciones, un hecho que le impidió reconocer si el mismo era por la exasperación, la preocupación por un daño cerebral o simplemente era por una mañana laboral intensa.
— Mira, solo recuera esto. Si tienes hambre, te pasas por aquí, si tienes problema, vienes aquí o si simplemente te pica el culo, vienes. Los viejos se preocupan por ti y ya nos disté un buen susto. — Su tono se había hecho más bajo, casi como si estuviese temeroso de ser escuchado por alguien más, en contraste con el que había empleado hacía unos instantes. — Tu solo asegúrate de venir si te pasa algo, ¿vale?
— Tratare de recordarlo.
— No hay nada en tu cocina, ¿verdad? No digas nada, tu propio silencio ya me dice todo lo que necesito. Vente en una media o una hora, vere si puedo apañar algo con lo que encuentre en la cocina.
Y sin más se finalizó la llamada, dejando con poco más que una simple cita y la oportunidad de abrirse camino entre la ignorancia. Él sabía que podría ser su mejor alternativa, o puede que la única, para averiguar algo más sobre él anterior propietario del cuerpo y eso sí sería una agradable sorpresa.
De golpe su paz mental y el relativo sentimiento de auto cumplimiento se vieron perturbados por el abuso físico hacía una puerta, su puerta. Aún en su estado, con una nimia cantidad de aura en su cuerpo podía percibir la presencia de un guerrero al otro lado de esta, una que cedió en un último golpe.
— ¡Huérfano de mierda! ¡¿Dónde está el dinero?!
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