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El agradable recuerdo seguía presente en su cuerpo, acompañado por la suavidad, mientras sus sentidos continuaban cegados.

No veía, oía, olía, sentía o simplemente saboreaba, en su mente empezaba a lamentar haber cedido a su impaciencia. Arder eternamente era mejor que estar cegado a cualquier sensación. Había tratado de extender su dominio, liberarse de la opresión externa y seguir avanzando.

Su propia mente volvió a castigarlo, había vuelto a ceder a sus instintos.

Cuántas veces el Viejo le había regañado por tener casi cincuenta años y seguir comportándose cómo el cachorro que era con catorce se dejaba ganar por la sed de sangre de Ceniza y no era que le importase lo más mínimo. Eran estos actos los que permitían que Ceniza estirara las patas, había vivido sus "años dorados" encadenado a lo que querían sus amos y no deseaba esa vida a ninguno de sus compañeros, menos aún al primero que lo acompañó en sus horas más oscuras.

"Recuerda, si vuelves a impacientarse cuenta. Es útil cuando te sientas así, mantienes tu mente activa y ayuda a mantener la consciencia."

Las palabras de Kelpie resonaron en su cabeza, las palabras de la bella pelirroja bretoniana sonaron tan eróticas cómo las recordaba, arrastrando una vez más sus enseñanzas cómo un faro con el que guiarse en sus dudas y problemas.

Volvió a contar alejando los restos deformados de su conciencia hasta arrinconar la en un rincón de su mente y aunque trató de seguir el consejo, por respeto hacia la mujer que lo volvió a educar para ser parte de la sociedad, terminó perdiendo la cuenta a partir de veinte millones.

Mucho después de volver a empezar la cuenta el vacío a su alrededor se perturbó, deslumbramientos anaranjados, pitidos ocasionales, el olor de geles baratos y leves pinchazos.

Fueron las primeras sensaciones que rozaban su mente en casi un año, uno muy largo atrapado en su ataúd, y no estaba dispuesto a dejar que se alejaran. Manipuló los últimos zarcillos de su aura para que repitiese todas y cada una de las sensaciones en un ciclo, prefería gastar sus fuerzas a olvidar cómo se sentía estar vivo, a la vez que trataba de recuperar el control de su cuerpo. Había gastado gran parte de su aura en mover su cuerpo, solo para sentir que estaba vertiendo su poder al interior de un agujero sin fondo, terminando en concentrarse simplemente en continuar el ciclo sensorial.

Mientras proseguía alimentando su mente una voz femenina logró atravesar sus nervios auditivos, una fría y cargada de desprecio y rencor.

— Más de un año y no sirves ni para darme la manutención, eres como tu padre, un maldito bueno para nada. ¡Disfruta de tus últimas horas, porque morirás hoy!

Había soportado la negación sensorial durante mucho tiempo y no iba a permitir que una vieja bruja despechada lo devolviese al infierno.

Era ahora o nunca. En su cuenta contra reloj impuso sus últimas fuerzas en reparar sus conexiones nerviosas, devolviendo sus cinco sentidos corporales a un estado aceptable. Su alrededor olía a neutro, una habitación de hospital si sus recuerdos no le fallaban, mientras el chirrido de las deportivas del personal daba vueltas a su alrededor para ser suprimidos por un constante pitido agudo, acompañado por un sonido de la ventilación mecánica. Sus antebrazos ardían por los bruscos movimientos al extraer algo, catéteres si le había estado dando medicamentos o sueros, dejándolos sin presión. Lo que sí permanecía era el traqueteo al hincharse y desinflarse de la ventilación artificial, así como la opresión interna en su pecho.

— Bien, solo queda confirmar la muerte cerebral y apagar la ventilación. Enfermera empiece con la revisión.

— ¡Lleva un año en coma! ¡Desconectarlo de una vez y dejad los protocolos!

Su esperanza murió tan pronto como brotó, esa mujer lo odiaba demasiado y estaba seguro de que esa voz no le era conocida. Si solo lo odiaba por que sí, iba a disfrutar torturándola en cuanto lograse recuperar sus fuerzas.

— Los protocolos están para algo, pero ya que el Departamento de Orfandad del Ministerio de Igualdad ha hecho una generosa donación al hospital ignoraremos los protocolos por nuestros benefactores.

Era agradable saber que el sistema sanitario seguía siendo tan honrado y fiel a sus juramentos como siempre.

Concentró sus últimas fuerzas en su estómago, sintiendo como apenas se llenaba hasta un cuarto, mientras obligaba a sus pulmones a llenarse de oxígeno mientras pudiese aprovechar el suministro.

— Bien, hora de la muerte, catorce treinta. Causa de la muerte, muerte cerebral tras un largo periodo en estado vegetativo. Enfermera puede desconectar.

Con el cese del funcionamiento de la máquina auxiliar obligó a los restos de su aura a estallar en un último intento de vivir. Sus manos se cerraron alrededor del tubo del respirador y antes de que los presentes pudiesen hacer algo tiró con fuerza. El ardor se presentó en toda la extensión de su laringe, casi provocando una arcada, dejando un sabor plástico en su garganta.

Mantuvo sus ojos cerrados mientras cedía al ataque de tos, irritando aún más su garganta, consciente del estado de sus ojos y de su cuerpo en general. Abrirlos ahora sería totalmente inútil, pues terminaría cegado por la luz presente como por el exceso de información que obtendría, como que su cuerpo no estaba en condiciones de emprender una pelea contra nadie y menos sobrevivir a un ataque. Era una lección básica en su formación, ninguno en la habitación era su aliado o alguien neutral y por ellos no se pondría en una situación desventajosa. Aun sin la vista podía localizarlos por sus jadeos y por el gruñido de la organizadora de la escena.

— ¡Mierda! ¡Rápido, traed el carro y avisad al director!

Con el aumento del personal sanitario en la habitación, incluyendo al personal de seguridad del centro, la agría expresión de la funcionaria se fue ocultando tras una máscara de hielo a la par que abandonaba la habitación. A sus ojos era demasiado tarde como para obligar a alguno de los asistentes a manipular alguna de las vías o pasarse con alguna dosis, sobre todo por la presencia de los guardias jurados y el número de alumnos de medicina.

Para Pelayo era su oportunidad para encontrar un poco de seguridad, una donde aprovecharía para sacar toda la información posible.


Dos días después de despertar había logrado mejorar visiblemente, con la inestimable ayuda de las auxiliares y enfermeras recién salidas de la universidad, logrando respirar por sí mismo como haber empezado una dieta líquida.

Con este tiempo aprendió un poco sobre su "yo" actual empezando por su propio nombre, Alarico de la Espada, y su edad, quince años. Estaba un señor de cincuenta años en el cuerpo de un adolescente, que viendo el estado de su cuerpo aún no había tenido el empujón de las hormonas. Carecía de vello más allá de la ingle, ni siquiera la sombra de la pelusa de la futura barba, apenas llegaba al metro con sesenta y cuarenta y tres kilos de hueso y pellejo. Sus cuerpos también eran muy dispares, antes podía dormir fácilmente en cualquier superficie y con cualquier meteorología, pero ahora el frío proveniente de las sábanas y el colchón eran una molestia mayor, incluso el hecho de que el colchón era demasiado cómodo le impedía descansar bien. En esos dos días se vio obligado a recordar cuán dolorosas pueden ser las agujetas por sobre esforzar se.

Otro dato que recopilo fue el tiempo que se mantuvo en coma fue más de un año, por poco más de un día y una hora. El procedimiento estándar para asegurarse que si estaba muerto lo estuviese y no fuese su caso, un resultado por el cual podría establecer una demanda formal por daños y perjuicios sumando el intento de homicidio. Un resultado que podría acabar con todos ellos sin la licencia médica y con la mitad del hospital en su propio bolsillo, algo que habían tratado de reparar al darle "cuidados de primera clase". Internamente no sabía si sonreír porque la sanidad seguía sin cambiar en nada, incluso treinta años después de su muerte.


Ver su muerte y seguir caminando le llevó más de treinta años, había visto y comprobado cosas que muchos tacharon de mitos, pero esto se llevaba el oro. No todos los días se podía experimentar su propia muerte y renacimiento, y si las tonterías predicadas por los cultos de los Amantes eran ciertas, conservando su memoria y su propia personalidad.

Aún quedaban muchas incógnitas y vacíos en su información, y puede que el planeta sea Discordia, pero la información es la mayor arma que el mundo ha creado y planeaba recuperar el tiempo perdido.

Por el contrario, no necesitaba mucho más para saber, por lo menos a grandes rasgos, que le había pasado o siquiera como fue la vida del anterior propietario. Un coma de más de un año, que un agente de asuntos sociales decidiera sobre cuándo y cómo quitarle la vida en un hospital público, que en dos días nadie viniera a visitarlo, ni amigos o familiares, o que su cuerpo fuese tan débil. Según su hipótesis era un apestado, un huérfano y un debilucho incapaz de alzar la voz para defenderse, y menos en una sociedad donde el fuerte devoraba a los débiles.

Nadie vendría a ver a un débil recuperándose, una mancha en el linaje familiar, ni siquiera lo habría hecho "El Viejo" y eso que se autodenominaba como padre del gremio.

— Bueno joven Alarico, según los análisis y las pruebas podrás irte por la tarde si las últimas pruebas son positivas.

Las siluetas del médico jefe y la misma directora general del hospital, así como la negativa presencia de su agente, tan distintas y a la vez similares.

Él llevaba el uniforme azul con la bata blanca colgando, sus rasgos lo ubican con la población Han, ojos pequeños, oscuros y rasgados junto a una cabeza en forma de oliva. No podía ubicar y mucho menos definir su edad, estaría entre los veinte y los cincuenta años. Sus finos dedos sostenían los resultados de todas las pruebas, ocultando las incluso de su jefa directa.

— No debes preocuparte por pagar la factura del hospital, gracias a su condición social y económica el hospital se ha hecho cargo de todos los costes. — Ella era alta y delgada, vestida con un traje gris para ocultar su figura, de piel oscura con suaves reflejos azulados gracias a la luz y adornada con un sin número de tatuajes tribales con una tinta blanca amarillenta, desde remolinos hasta runas cuneiformes. La sonrisa grabada en su boca, una donde solo se movía la boca, cuya única finalidad era mostrar el dinero que gastaba en el dentista cada fin de semana. — ¿Has empezado a recordar algo anterior?

— Quitando a vuestro intento de desconectar no recuerdo nada, sigo en blanco.

— Bueno eso es normal, el tiempo que estuviste en coma fue muy prolongado y sumando el poco tiempo que permaneciste sin aire puede haber dañado tus recuerdos, no es nada irreparable y con el tiempo volverán los recuerdos. — La voz serena del doctor Zhang Lei, gracias al recordatorio de la chapa enganchada en la bata, trató de tomar el protagonismo en pro de evitar un enfrentamiento mayor a la vez que con un bolígrafo empezaba a garabatear en las hojas. — ¿Algún síntoma o dolencia?

— ¡Por la Madre, acabad esto de una vez y darle el alta de una vez! — Kashandra, sin poder aguantar más el odio y la rabia, alzó la voz atrayendo las miradas de los presentes tratando de elevar su aura, tan fina como una hoja de papel de liar que ni siquiera se podía apreciar el color de esta. — ¡No tengo todo el día para aguantar tantas tonterías! ¿Se muere?, si la respuesta es no me lo llevo.

Para Pelayo, o Alarico aún no sabía a qué nombre debía atender, el mundo exterior, como que solo el médico intentaba mantenerlo en el hospital, dejó de tener importancia. Su nuevo objetivo estaba tratando de imponerse al sanitario aún con su aura alzada, sus ojos permanecían ocultos bajo las gafas de sol, pero su cara era más que fácil de leer. Ella lo detestaba por un motivo que desconocía, pero siendo tan débil podría ser un factor que influyera en su carrera o por el contrario que ella fuese tan nefasta que permitiese de buena gana que terminase en coma en primer lugar. En su cabeza empezaba a trabajar en cómo ocuparse de ella y siendo monitorizado las veinticuatro horas dentro de un hospital no era viable.

— Doctor Zhang, le aseguro que me encuentro bien. Estoy de acuerdo con la señora Baako y Kashandra, estoy en condiciones de tener el alta y poder irme a casa.

El nuevo mundo a su alrededor era llamativo, edificios de alta y media densidad rellenaban el paisaje dejando el contraste con los construidos hacía menos de diez años y aquellos más viejos. Entre sus recuerdos la ciudad le era muy conocida, si la poca suerte que tenía estaba a su favor por una vez sería esta, tanto que podía jurar que era su vieja ciudad. Incluso desde la autopista podía ver a la gente seguir con sus vidas como si nada importase más que ellos.

Mentalmente, empezó a comparar sus recuerdos con el paisaje presente, algunas calles habían desaparecido mientras otras siguieron en funcionamiento. Las plazas, del bajo y alto mundo, seguían adornando los barrios otra cosa sería si mantuvieron los nombres o se modificaron. Incluso los locales mantenían la diversificación, combinando entre sí las diversas estéticas entre lo viejo y lo nuevo.

Si las conjeturas fueran ciertas estaba en Zharat, la ciudad más cercana a su vieja propiedad, y ahí estaban varías viejas sucursales y centros de información de los gremios. Solo debía dar sus datos y una vez dentro del gremio tendría tiempo para hablar con el Viejo y con Kelpie para ponerse al día y acceder a los recursos del gremio.

El trayecto en coche fue silencioso, Kashandra ocupaba el asiento del conductor de un turismo gris y viejo, dato proporcionado por el lector de cintas de la radio, ignorándolo por completo mientras él estaba en los asientos traseros con una bolsa de deportes ocupando las otras dos plazas. Su propia ropa, si no era la quinta o la sexta mano es que era nueva, le quedaba grande por dos o tres tallas. La camiseta gris de manga corta le llegaba por debajo de la cintura, casi hasta la mitad de los muslos, y tan ancha que no sabía cómo no se colaba por el cuello de esta. Los pantalones de chándal estaban cedidos en todos los aspectos, lo que una vez fue un azul oscuro ahora estaba más cerca del gris oscuro mientras que las perneras solo se mantenían en su sitio gracias a los calcetines del hospital. Las deportivas grises habían visto mejores días, las suelas habían desaparecido hacía tiempo al igual que las costuras.

Todo en general era penoso, lo peor era que toda la bolsa contenía ropa de mercadillo y otro par de deportivas, y estaba seguro de que había sido comprado a conciencia. Daba gracias a que eran principios de verano y no tendría que preocuparse por el frío o las lluvias en un futuro cercano.

Sus ojos seguían fijos en el mundo más allá del vidrio, ignorando el movimiento de los demás vehículos en la autovía, dando la falsa sensación de simplemente contemplar el paisaje mientras que su mente seguía tratando de desarmar la ciudad, ya que algo le gritaba por la familiaridad, si se trataba de sus viejos recuerdos o algo atrapado en el subconsciente de Alarico eso sí que ya no estaba tan seguro de poder concretar.

Por otra parte, ella seguía centrada en la carretera o todo lo que podía entre ajustar la visera y seguir fumando de su cigarrillo electrónico, sus gafas oscuras seguían dificultando el poder ubicar donde estaba su foco de visión. Su garganta apenas se movía en conjunto con el suave movimiento de tensión y aflojo de su mandíbula, su experiencia le decía que estaba hablando consigo misma, el tema seguramente rondaría acerca de su fracaso al tratar de deshacerse de él y otros temas más iracundos y odiosos.

El resto del viaje prosiguió sin mucha más actividad o relevancia, en algún momento dejamos la autopista para circular por las carreteras convencionales, entrando directamente a lo que desvío ser el casco antiguo de la ciudad y de ahí nos dirigimos a los suburbios por otros largos diez minutos, todo para detenerse a la entrada de un callejón oscuro y sucio.

— Bájate y metete en tu casa, mañana vendrá un inspector para darte la mensualidad.

El mecánico sonido del pestillo al soltarse y tan pronto como pudo salió de la carraca con ruedas todo mientras escuchaba un tintineo metálico a su espalda, solo al girarse pudo apreciar que eran un juego de llaves tiradas sobre las losetas de hormigón oscuro y antes siquiera de poder preguntar Kashandra ya había retomado la marcha para alejarse calle arriba.

Mentalmente deseaba matarla, más allá de intentar matarlo, pero su lógica se sobrepuso a sus impulsos mientras recogía las llaves para empezar a analizarlas. Eran viejas o muy usadas, el baño metalizado había desaparecido en varias partes revelando la aleación, de serreta una más corta que la otra y con la cabeza circular y la más larga rectangular, más allá de eso no existía ninguna otra distinción. El llavero, si se podía llamar así, era una simple correa de tela maltrecha con la inscripción de un trece en blanco sobre la tela amarilla, una combinación que incluso para él era horrible.

El callejón se alargaba durante unos diez u once metros para terminar torciéndose a la derecha en un ángulo muerto, los edificios, construidos con ladrillos rojos ya ennegrecidos por la suciedad y por otros actos de vandalismo, eran bloques de pisos estrechos y largos con ventanas igual de sucias y los portales cubiertos con simples verjas metálicas pintadas en algún tono gris. Los portales presentes iban por los impares, desde el cinco hasta el once en un orden aleatorio.

Era un completo desorden, sin recuerdos y perdido en una ciudad donde no podía sacar más que conjeturas sin ningún dato relevante.

Cerró los ojos dejándose llevar por sus instintos, siempre terminaba así cuando no sabía qué hacer. La humanidad evolucionó para ganar intelecto a costa de los instintos, los habían perdido con el paso de los años hasta simplificar la relación que tenían con los espíritus guardianes como una simbiosis dominante por parte del hombre, pero él sabía la verdad. La auténtica simbiosis era cuando ambos se equilibran y trabajaban juntos, intelecto e instintos complementándose para enfrentar las carencias y debilidades del otro. No fue su mente lo que le permitió superar todo en su vida, fueron sus instintos quienes le guiaron.

Cuando volvió a abrirlos estaba frente al portal número nueve con la llave corta introducida dentro de la cerradura.

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