CINCO - SEGUNDO ENCUENTRO

Durante todo el resto del día, Luke no hizo sino más que deambular dentro de la habitación, recostarse cada tanto para hacer zapping en los canales de televisión, y salir a fumar algún que otro cigarrillo al balcón. Normalmente no fumaba nunca, ya que lo había dejado hace unos años atrás, pero en tal situación de estrés no le había quedado otra alternativa. Intentó comunicarse con su padre, de forma infructuosa, ya que no le respondió el teléfono en ningún momento. La única que en cambio sí le devolvió al menos un mensaje, fue su madre con el texto "soluciona tus problemas antes de volver a casa, Luke. Ya eres un hombre, compórtate como tal y hazte cargo de tus acciones".

Leer aquello no hizo sino más que infundirle una rabia de proporciones titánicas. ¿También su madre era capaz de dudar de él? Detestaba ese aspecto de su vida, siempre había sido así, desde muy pequeño. En una familia distinguida, con padres empresarios y de alto poder monetario, no estaba permitido el hecho de tener un hijo que pudiera comportarse mal, no estaba bien visto en su ostentoso estatus social. Entonces, la solución siempre era la misma: si el dinero no puede solucionar los problemas, lo mejor es apartar el problema a un lado —en este caso el propio Luke—, con tal de salvaguardar la integridad de su reputación ante la sociedad. Porque claro, ya lo había dicho su padre aquella mañana: ¿Qué iba a decir la gente cuando saliera a la luz que el hijo de Richard Sanderson, el banquero más poderoso de Nueva York, estaba siendo investigado por presunto homicidio?

Para ese entonces, el sol ya comenzaba a caer en el cielo, por detrás de los edificios y la urbanización, tiñéndolo todo a su paso de un agradable naranja claro. El hecho de que la luz del día comenzara a reducirse cada vez más rápido, le hizo recordar que debería transitar de forma inexorable por aquella hora maldita, un día más. Entonces, el pánico le invadió, y metiendo la mano en el bolsillo de su pantalón, sacó el reloj. La lámpara del techo hizo un breve reflejo encima del visor de cristal, y en los bordes dorados de su circunferencia. El segundero avanzaba, y por un momento se imaginó que cada segundo eran los pasos de un asesino invisible, que avanzaba hacia él. Tic, un paso, tac, otro paso. Metro a metro más cerca, y siempre acechante.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, y también le generó sensaciones ambiguas. Por un lado, una parte de sí mismo tenía la completa seguridad de que su vida corría peligro, no sabía por qué, ni como, pero lo sentía dentro de cada fibra y nervio de su cuerpo. Pero lo irónico es que por otra parte, el simple hecho de pensar en deshacerse del reloj le generaba una extraña desdicha, como si tuviera algún tipo de vínculo inexplicable con aquel objeto del demonio. Y aquella encrucijada era lo que más le jodía, porque dentro de su conciencia, le parecía como si de alguna manera se estuviera gestando un segundo Luke, irreconocible y estúpido, que saboteaba su propio instinto de supervivencia.

Tomó la chaqueta que había colgado en el armario de la habitación, y salió de la misma cerrando la puerta con la llave. En la recepción, le preguntó al conserje cual era el bar más cercano que conocía, y le dio indicaciones de uno bastante bueno a dos calles y media, caminando a la derecha por la misma avenida donde se encontraba el hotel. Luke agradeció, y con las manos en los bolsillos salió por la puerta principal, caminando ansioso. Había revisado en el minibar de la habitación pero no pudo encontrar nada que le agradara. A decir verdad, solamente buscaba una cosa: un poco de ron. Era extraño, Luke odiaba el sabor del ron, incluso si era mezclado con otras bebidas mucho más suaves, pero aquel día se moría de ganas de beber aunque sea un poco.

La caminata, aunque fue breve, le sirvió lo suficiente como para despejarse un poco. Estaba fresco, muy fresco, y aunque ya no había tormenta, lo cierto era que el viento continuaba soplando en ráfagas cortas, haciendo que su cabello se despeinara y que tuviera que subirse el cuello de la chaqueta. Sin embargo, todo le parecía extraño a su alrededor, haciéndole sentir incomodo de alguna forma. Las luces de la calle, las conversaciones de la gente al pasar, el resplandor del cielo que comenzaba a oscurecerse minuto a minuto, todo le parecía lúgubre, apagado. Y aunque a veces se había sentido de la misma forma, con aquel presentimiento extraño de que algo iba a salir mal, aquella vez era muy diferente.

Llegó al bar exactamente como le había indicado el conserje del hotel. Encima de la puerta de entrada, había un cartel luminoso que le hizo recordar muchísimo a Las Vegas, con una copa de Martini gigante y una chica apoyada en su borde, sosteniendo una aceituna entre sus labios. Al entrar, vio gente ocupando pequeñas mesitas de madera y bebiendo tragos exóticos, charlando entre sí. La decoración del lugar parecía el de una taberna de la época western: las puertas que comunicaban la barra de bebidas con el resto del local eran de madera, con el clásico diseño a vaivén de toda película cowboy. Las paredes tenían matriculas antiguas de coches, osamentas de ciervos y toros empotrados en exhibidores, luces tenues y ladrillos a la vista.

Luke se acercó a la barra, tomó asiento en un banquillo alto y apoyando los antebrazos encima del mostrador, miró la estantería de bebidas con sus cientos de botellas acomodadas como una tribuna en miniatura. Sus ojos se posaron entonces en un Crusoe, y al instante, la boca se le hizo agua. Una chica de cabello negro y lacio, con amplia sonrisa, grandes dotes y delineado egipcio en los parpados, se le acercó. Llevaba un delantal con el logo del local encima de uno de sus pechos.

—Buenas noches —Sonrió—. ¿Qué puedo servirte?

—¿A cuánto tienes la botella de Crusoe? —preguntó Luke. La chica lo miró asombrada.

—Cincuenta y cinco con cincuenta.

—Dame una, pon un vaso. Pagaré con tarjeta.

—¿No quieres una botella de refresco cola, también?

Luke la miró con impaciencia. No quería que le hiciera más preguntas, solo quería beber de una vez.

—Si quisiera beber un cuba libre, te lo hubiera pedido. Solo dame el ron, un vaso, y nada más.

La mesera solo atino a sonreír, bastante incomoda.

—Claro, tienes razón, lo siento —se giró hacia el estante de bebidas, tomó una botella de Crusoe sin abrir y un vaso de shots. Dejó todo frente a Luke, además de un cuenco con bastante maní para acompañar, y luego de haberle cobrado lo consumido con su tarjeta Visa, le extendió el ticket de la maquina electrónica y se alejó a atender otros clientes.

Luke destapó la botella de ron, sirvió el shot casi lleno y se lo zampó de un buche. Esperaba que lo asqueara, además de quemarle toda la garganta, sin embargo no fue así. Sintió la quemazón descender hasta su estómago, pero lejos de incomodarle, le agradó, como si su cuerpo hubiera estado deseándolo todo el tiempo. Se sirvió un segundo shot y se lo bebió de la misma manera, de reojo vio que la mesera que le había atendido, lo miraba un tanto alarmada. Entonces, por fin apareció, el leve mareo que precedía a la borrachera. Lo podía notar, se sentía un poco más relajado, casi desinhibido. Sacó su reloj del bolsillo, miró la hora y sonrió. Siete y treinta y cinco de la noche, todavía faltaba un poco para la hora indicada.

Se sirvió otro shot mientras parpadeaba negando con la cabeza. ¿Por qué ansiaba el hecho de que se llegara la hora donde el reloj se detenía, si hasta el momento pensar en ello solo le infundía un pánico descomunal? ¿Qué había cambiado en el luego de beberse el ron, como para que pensara de esta manera? Se preguntó.


Me estas esperando, Luke. Me quieres encontrar, y yo quiero encontrarte. Quiero lo que es mío, tu me has robado.


Giró en su banco mirando en todas direcciones, viendo a la gente conversar entre sí, absortos en sus propios asuntos. Por un momento, estuvo tentado a preguntar en voz alta quien mierda se estaba burlando de él, pero se contuvo haciendo un esfuerzo sobrehumano. ¿Acaso habría alucinado? Se preguntó. Lo había escuchado claramente, no estaba loco, la voz rasposa y profunda era clara, nítida, como si hubieran susurrado aquella frase directamente en su oído izquierdo. Aquello no tenía sentido de ningún tipo.

Como toda respuesta, se sirvió un cuarto shot, pero esta vez no lo ingirió de un golpe, sino que lo dosificó en pequeños bachecitos. Metió la mano en el cuenco, sacó un puñado de maní y se lo zampó a la boca, masticando con lentitud. A su alrededor comenzó a sentir olores que en teoría no deberían estar allí, pero que tampoco le incomodaban: el humo de un puro, olor a humedad, sal oceánica, velas quemándose, algún tipo de incienso desconocido para él. Sus ojos comenzaron a distraerse con los pequeños detalles de su entorno, el logo de las bebidas alcohólicas, el decorado de las paredes y sus ladrillos rústicos a la vista, y así, sorbo a sorbo, el tiempo se le pasó como agua entre las manos.

Como si tuviera una especie de cronometro biológico, sintió que el tiempo justo estaba próximo, así que sacó el reloj de su bolsillo y lo miró con atención: 21:38. Esperó, 21:39. Esperó un poco más, ya eran 21:40. En ese momento, un razonamiento atisbó a su mente, tan rápido como una centella. No estaba solo, había más gente en el bar, no tendría que ocurrirle nada malo porque todos los presentes serían testigo de cualquier anomalía que sucediera. Miró el segundero avanzar aguantando la respiración y con los latidos descontrolados en su pecho, hasta que finalmente, a las 21:41 las manecillas se detuvieron.

Por un instante, se quedó inmóvil, expectante. Las luces de la decoración del lugar comenzaron a parpadear, fallando de forma intermitente. El olor a humedad y sal se hizo cada vez más intenso, y entonces se obligó a levantar la mirada. Las personas seguían allí, pero lo que vio lo dejó completamente mudo de asombro y miedo. Todos lo miraban en medio de un silencio sepulcral, o al menos eso parecía, porque al igual que había pasado con sus padres y con su hermana, todos los clientes que se encontraban allí no tenían ningún tipo de rasgo facial. Solo una capa de piel uniforme como una mórbida mascara de pesadilla. No había ojos, ni nariz, ni boca, aunque Luke tuviera la espantosa certeza de que aun así estaban mirándole.

Se levantó de la banqueta dando un respingo, derribándola hacia atrás, y entonces corrió hacia el baño del local. Intentó mirar lo menos posible a su alrededor, pero a medida que corría, pudo notar que todos giraban la cabeza hacia él, como si estuvieran siguiéndolo con la mirada. Localizó la puerta de madera con el rótulo de "Caballeros" y empujó dando un portazo, entrando directamente. Caminó hacia atrás sobre sus propios pies, sin dejar de mirar la puerta, esperando que alguna de aquellas personas entraran de golpe. Sin embargo, nada ocurrió, y respirando de forma agitada, se acercó hasta el lavamanos. Abrió el grifo, juntó agua en las manos y se empapó la cara repetidas veces, además de la nuca. Estaba en un lugar público, no podía estarle sucediendo lo mismo una vez más, se repitió una y otra vez.

Se frotó los ojos mientras goteaba agua por la barbilla, y al abrirlos, miró el espejo que tenía frente a sí cubriendo toda la pared. Entonces no pudo evitar dar un alarido de horror. En lugar de su propio reflejo, su rostro había cambiado. Otro hombre lo miraba fijamente desde el interior del cristal pulido, tenía una mirada dura, los ojos completamente negros, tez trigueña y una espesa barba candado bien poblada. Sus rasgos parecían ser centroamericanos, casi con toda seguridad mexicanos. Y en cuanto lo vio sonreír, Luke llegó a su límite.

Giró sobre sus pies sin dudarlo siquiera un minuto, dispuesto a huir de aquella situación hacia cualquier lugar. Abrió la puerta del baño y en lugar de correr despavorido, se detuvo en seco. Todos los clientes del bar que antes le habían mirado, con aquel rostro sin rostro —irónicamente—, estaban apostados allí, observándolo en silenciosa aglomeración.

—¡Largo, déjenme en paz! —gritó, desesperado. Sin embargo, nadie se movió de su sitio, todos seguían inmutables allí de pie.

De reojo, Luke vio que por el espejo, alguien más aparecía a sus espaldas además de su propio reflejo. El hombre que había visto en su reflejo un instante atrás, ahora volvía a aparecer en un extremo de la habitación, mirándolo con fijeza. Estaba ataviado con una larga vestimenta oscura, grisácea casi negra, un tanto harapienta. Y la expresión de su rostro seguía siendo sonriente, como si estuviera disfrutando de todo aquello. Lo más horrendo de todo era que sus pies no tocaban el suelo como si fuera algo tangible de carne y hueso, o al menos eso parecía, ya que sus piernas se difuminaban al llegar a los tobillos, dando el aspecto de estar levitando. Estaba acorralado, no tenía escapatoria, pensó. Solo tenía dos opciones: o enfrentar a ese horror a su espalda, sea quien sea que fuera aquel espectral hombre, o cerrar los ojos y lanzarse hacia adelante intentando huir como fuese posible.

Optó por la segunda alternativa, de modo que juntando acopio de valor, puso el antebrazo derecho por delante y comenzó a correr tratando de avanzar a topetazos. La masa de gente que había allí lo sujetaba por el tórax e intentaba cerrarle el paso, pero Luke tenía buena complexión física, y en aquel momento de adrenalina ni siquiera evaluó cuánta gente había allí amontonada, solo se preocupó en dar puñetazos y empujones como un animal desbocado hasta poder salir de allí, de nuevo al hall del bar. A pesar de que hacía frio, había comenzado a sudar debido al calor de la lucha, la chaqueta tenía un rajón a la altura del sobaco derecho y también le habían rasguñado las mejillas.

Afuera, el panorama no era demasiado alentador para él, pero también era conocido. El mismo cielo rojo, el mismo aire a putrefacción y humedad salina, los árboles marchitos y las luces del alumbrado público que apagaban y prendían, de forma tenebrosa y lúgubre. No se oía un solo grillo, no corría una brisa de aire, tampoco ladraban los perros, todo a su alrededor parecía estar muerto, tal y como la primera vez. Miró en todas direcciones hacia ambos lados de la solitaria y desértica avenida. Los coches, estacionados a ambos lados de la calle, estaban herrumbrosos y retorcidos.

Entonces lo vio, aquella figura tenebrosa de pie en el horizonte, la cual solo podía distinguirse por el contraste que hacía el cielo rojizo bordeando su silueta espectral. Un súbito pánico le paralizó al instante en cuanto lo vio avanzar hasta su posición. Ya no lo hacía lento, como la primera noche en que lo vio, sino que ahora iba muy rápido. Luke podía correr, al menos si obligaba a sus entumecidas piernas a moverse, ¿pero hacia donde podía huir de aquel horror? Se preguntó. No tenía ningún sentido, no podía hacer nada más que padecer aquellos cuatro minutos hasta que el reloj volviera a funcionar.

Sin embargo, el instinto puro de la supervivencia primó en él. Sin pensarlo dos veces, se giró sobre sus pies y comenzó a correr por la avenida tan rápido como podía, con el corazón a punto de salírsele del pecho en cualquier momento. Mientras corría, jadeando, giraba la cabeza hacia ambos lados de la calle esperando ver a alguien dentro de alguna casa con la ilusión de pedir ayuda, pero eso era imposible. Todas las residencias aledañas estaban a oscuras, muchas de ellas sin puertas ni ventanas, como enormes bocas negras en donde solamente podía vivir la muerte y el dolor. De todas formas, el propio desespero le obligó a gritar.

—¡Socorro! ¡Que alguien me ayude, por favor!

Su voz sonaba con eco en los alrededores, como si hubiera cruzado los umbrales de la realidad hacia una dimensión distópica y extraña donde Luke era la única persona con vida. Aun así, corrió y corrió hasta que sintió que comenzaba a agotarse, que la bebida que había ingerido se le revolvía en el estómago y acabaría por vomitarlo todo. Giró a la derecha en un oscuro callejón aledaño, esperando alejarse lo más posible de aquel horror que le perseguía. Sin embargo, su loca carrera iba a durarle muy poco, porque justo en el instante en que empezaba a rendirse y perder velocidad, aquella funesta aparición se materializó literalmente frente a él.

Era horrendo, pensó. Las cuencas de sus ojos estaban vacías y supuraban gusanos, que caían por sus mejillas como viscosas lágrimas blancas y se perdían en el suelo. Los pómulos eran salientes, huesudos, y la boca estaba demasiado abierta, adoptando una expresión anómala y horrible. La nariz no tenía su cartílago, y además estaba empapado. Las ropas negras y harapientas se pegaban a los hombros y los brazos de aquella criatura que antaño había sido un hombre, a juzgar por la putrefacta barba que podía ver en aquel rostro ennegrecido por la descomposición.

Se abalanzó encima suyo como una centella, tomándolo por los hombros y arrojándolo al suelo. Tenía las manos muy frías y algunos gusanos de su rostro cayeron encima de su chaqueta. Luke cerró los ojos ante tan horrible imagen, al mismo tiempo que braceaba intentando defenderse. Sin embargo, no podía hacer nada. La criatura, fuese lo que fuese, era demasiado fuerte en comparación a él. Sintió que era levantado del suelo a una velocidad increíble, luego fue lanzado contra un contenedor de basura. Impacto con el costado de su cuerpo y sintió que la cabeza le golpeaba contra el metal debido al potente impulso con el que había sido arrojado. De todas maneras se puso de pie tan rápido como pudo, un poco atontado por el golpe, y corrió fuera del callejón tan rápido como podía, trastabillando a punto de caerse en dos ocasiones.

Al mirar por encima del hombro, noto que aquel hombre putrefacto estaba de pie en las sombras, mirándolo sin moverse. Un bocinazo sonó a su izquierda, luego un chirrido de neumáticos, y al mirar a su izquierda pudo ver una camioneta Renault casi encima suyo. Estuvo tan cerca de atropellarlo que incluso Luke pudo apoyar las manos encima del capó del vehículo. El conductor, un hombre de espesa barba encanecida, sacó la cabeza por la ventanilla baja y lo insultó.

—¡Qué haces, imbécil! ¡Vas a hacer que te maten! —Le gritó.

—Lo siento, perdone... —dijo Luke, balbuceando. Miró a su alrededor mientras volvía a subir a la acera, bajo la mirada de algunos peatones y conductores de otros coches, al pasar.

Se miró las ropas y se palpó la cabeza en el costado donde más le dolía. Estaba sucio del revolcón en el suelo, aunque al menos la cabeza no le sangraba. Rápidamente, metió la mano en el bolsillo de su pantalón para sacar el reloj y consultar la hora, aunque ya supiera la respuesta. Efectivamente, eran las nueve y cuarenta y cinco de la noche, y la manecilla del segundero hacía su habitual recorrido con total normalidad. El horror ya había pasado, al menos por aquella noche.

Caminó con las manos en los bolsillos de su chaqueta y la cabeza baja, de nuevo rumbo al hotel, sintiendo una mezcla extraña de emociones. Por un lado tenía miedo, al pensar en todo lo que había vivido aquel día. También tenía vergüenza, la gente miraba su aspecto como si fuera la primera vez que veían a un muchacho lleno de tierra y golpeado. Sin embargo, entre ambas emociones imperaba la primera de ellas. Realmente tenía mucho miedo, aquel había sido el día en que las extrañas manifestaciones habían sido más fuertes, y estaba claro que debía hacer algo al respecto. Pero ahí estaba el problema: ¿Qué debía hacer? Se preguntó.

En cuanto llegó al hotel, el recepcionista lo vio entrar. Reconocía que era su huésped, eso estaba más que claro, pero no pudo evitar mirarlo asombrado por el aspecto que traía. Sin decir una sola palabra, Luke se dirigió directamente a los ascensores. Tocó el botón empotrado en la pared, una de las puertas metálicas se abrió, entró y luego toco el botón del piso que le correspondía. En poco menos de tres minutos, ya estaba frente a la puerta de su habitación, cerrando con llave al entrar.

El silencio del dormitorio, además de la pulcritud y limpieza que le caracterizaban, le brindó una confortante paz al menos por unos minutos, los cuales Luke agradeció. Caminó directamente hasta el baño, se lavó la cara y se miró la cabeza en el espejo, separando mechones de cabello para examinar el cuero cabelludo. No estaba lastimado, al menos, aunque le dolía como los mil demonios. Se quitó la chaqueta, quedándose solo en camiseta de manga larga, y llamó a recepción preguntando si el hotel contaba con lavandería. El conserje le dijo que efectivamente, contaban con el servicio, así que Luke pidió que vinieran a recogerle una chaqueta a la habitación.

Mientras esperaba a que una mucama tocara a su puerta, se sentó a los pies del enorme somier, y metiendo la mano en el bolsillo de su pantalón sacó el reloj, mirándolo con la respiración casi entrecortada. Eran las diez y cinco de la noche, pasadas, y una parte de su cerebro se preguntó como un objeto que en teoría puede parecer tan común, podía ser tan peligroso. Sin duda debía tomar una decisión, no podía permitir que aquello siguiera influyendo en su bienestar. Su padre tenía razón, debía deshacerse de aquel miserable aparato. No por el hecho de estar implicado en una posible investigación policial, eso era algo que honestamente, era lo menos importante para él. Sino porque ya no podía vivir así, teniendo que estar sometido día a día a un horror constante que encima ni siquiera era capaz de entender. La cuestión, entonces, era más que obvia: debía hacer algo esa misma noche.

Se puso de pie y caminó hacia el balcón de la habitación. El reloj se balanceaba en su mano, sostenido únicamente por la cadena de oro. Como si de alguna forma supiera lo que iba a hacer, de repente comenzó a tener escalofríos, calambres en las piernas, punzadas en el vientre. Le costaba muchísimo caminar, y entonces comenzó a quejarse, mientras que con una mano se sujetaba el vientre. Abrió grandes los ojos en cuanto pudo oír claramente una voz dentro de su cabeza. No era la típica voz interior que uno mismo utilizaba para pensar, no. Ya la había escuchado antes, era rasposa y grave, era la voz de aquel hombre.


No, Luke. No lo harás. No te lo permitiré.


Los dolores se acrecentaron. Luke cayó de rodillas en el suelo de parqué de la habitación, creyendo que no resistiría mucho más aquel tormento. Sentía como si le estuvieran estrujando el estómago y los pulmones con una prensa industrial, pero aun así, no se dejaría vencer. A gatas, pudo salir del dormitorio, y el aire fresco de la noche le resultó un alivio en su rostro sudado por el dolor que le hacía retorcerse. Entonces, apoyándose de la barandilla de madera, logró ponerse de pie, y sujetando el reloj por la punta de la cadena, lo sacudió como si fuera un lazo vaquero, para ganar impulso.

—Que te jodan, hijo de puta —murmuró, con los dientes apretados.

Abrió la mano en el último impulso, y entonces el reloj salió despedido hacia adelante y arriba. Lo siguió con la mirada hasta que ya no lo pudo ver más, y en su lugar escuchó a lo lejos un golpe sordo, luego la alarma de un coche, y las exclamaciones de alguien. Entonces, en cuestión de breves segundos, los dolores tortuosos que lo doblaban sobre su vientre se mitigaron como si nunca hubieran estado allí. Y Luke sonrió aliviado, resoplando con los ojos cerrados. Ya está, lo había hecho, por fin había acabado con aquella pesadilla, se dijo. Lamentaba profundamente si había roto algún vehículo allá abajo, pero le daba igual. Volvió a la habitación con una ancha sonrisa invadiéndole el rostro, corrió las cortinas del balcón y apagó todas las luces, incluida la televisión. La mucama del hotel llamó a su puerta un minuto después, y luego de entregarle la chaqueta sucia, cerró la puerta con llave y se acostó en la cama, extendiendo los brazos y las piernas a todo lo ancho. Entonces, cayó en el agradable sueño casi enseguida, presintiendo que dormiría mejor que nunca.

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