Prólogo

» Through your eyes and heart.

El pronóstico indicaba que amanecería nublado, y Todoroki Raichi se alistó pensando en aquellas palabras pronunciadas minutos atrás por la señorita del tiempo, cubriendo su cuello con una bufanda y abrigando su cuerpo lo suficiente para no llegar tosiendo a lo que sería un improvisado destino. "Después de todo," le decía su amigo, "la vida está llena de sorpresas". No recordaba de dónde su despistado compañero de ahora universidad sacaba ideas tan poéticas y poco propias de él, mas sonrió. Escucharle filosofar le alegraba en demasía.

Con la mitad de una tostada en su boca salió del departamento que compartía con su padre, algo pequeño y no tan lujoso como podría esperarse, pero ahora se encontraban bien. Y muchísimo mejor gracias a que la beca recibida hacía muy poco cubría más de lo pensaban los dos. Sin embargo, no por eso podían darse lujos exorbitantes o de "doble filo", como decía Raizou. Al cerrar la puerta con llave la voz de su ex entrenador de baseball resonó en sus oídos y un recuerdo se reavivó en su mente como si su padre se hallase frente a él.

No podemos derrochar dinero como muchos afortunados, o personas con distinto destino al nuestro. Lo que sí, Raichi, no por ello no vamos a tener nuestras merecidas recompensas cuando el tiempo lo merite. Vive en grande, sueña en grande, hijo, y por favor no seas un vago como tu padre.

Y, aunque no se consideraba a sí mismo de esa forma (aunque de Raizou no podía decir lo mismo —a ratos—), muchas veces podía estancarse largos minutos, inclusive horas, en sus pensamientos o inseguridades prácticamente inexistentes ante los ojos de cualquier espectador.

Persona que viese a Todoroki Raichi batear mientras que porta el imponente número 5 en su dorsal, sonriente y vuelto una bestia que atemorizaba a cada pitcher que se le acercaba (o a la mayoría de ellos), no podía siquiera dimensionar cuán meditativo era en ocasiones —en su yo "normal" y sereno, no aquel que jugaba endemoniadamente dicho deporte que ama y lo llevó directo a la beca—. Este jovencito reflexionaba más de lo que cualquier persona podía imaginar, y, contrario a andar gritando a los cuatro vientos, sumergía sus palabras en más y más de ellas leyendo mangas, revistas, o sencillamente permaneciendo callado en clases y, a final de cuentas, durante gran parte del día. Era retraído y tranquilo, muy diferente a la imagen reflejada de sí mismo jugando al baseball o participando con sus compañeros en dicho deporte. Se trataba de una dualidad que pocos (contando a su gran amigo) han podido conocer.

No se evaluaba a sí mismo como un vago, sino que se esforzaba, pero no le comentaba a nadie. No lucía ni presumía. Destacaba en el baseball gracias a cada gota de sudor derramada y por la esperanza de surgir, tener una vida mejor tanto él como quien lo había estado acompañando durante gran parte de su joven vida. Motivado, en un principio, por algo tan elemental (y desgarrador para cualquier externo) como disfrutar un plato de comida que quedaba lejos del alcance de él y de su padre, mas éste lo incentivaba como podía; con ello el aura de su único hijo se intensificaba de sólo imaginarlo. No tenía a nadie a quien podía comentarle de su vida, sus añoranzas o penas; ni siquiera a su padre, el único vínculo cercano desde la partida de su madre.

Hasta que conoció a Eijun.

Nunca se había encontrado tan en sintonía con otra persona de su misma edad. Podía decirse que, desde que se conocieron hacía cuatro años, no pudieron dejar de compartir. Y es irrisorio el por qué inició esa tan inesperada relación. El equipo del carismático y extrovertido pitcher había perdido ante el suyo una vez. Raichi jamás apreció, hasta ese entonces, un lanzamiento como el del chico de ojos color miel: quebrados, impredecibles, y... ¿cobraban velocidad mientras llegaban al guante? Sin duda se trataba de algún talento innato y eso motivaba su ser muchísimo más. "Quiero batear, quiero batear", se decía que era lo único que entrelazaba su apacible vida con la del pitcher. Pero era más complejo que eso.

Aquella, sin embargo, es otra historia.

🌸

Sus pasos se sentían diminutos y retardados, no como preveía. Llegaba presuroso a lo que se asimilaba una maratón y apenas podía contemplar los pétalos entre blancos y rosados de los cerezos floridos que adornaban el camino de esa mañana, tenuemente iluminada producto de las nubes que apaciguaban la luz del sol.

La tostada ingerida a la rápida permanecía algo atorada en su garganta y su ser, alarmado —pese a que Raichi juraba haberle enviado mensajes de calma o tranquilidad, sin éxito alguno—. Siempre era lo mismo. Resultaba, como era habitual, imposible acostumbrarse a los descuidos de su padre, y más ahora que tenía conciencia de que el tiempo transcurría. Que tarde o temprano lo dejaría —para siempre—, sin avisar quizá. ¿Sería por no haber sido precavido, por haber bebido de más? Resultaría imposible vivir su vida si permanecía pegado ante la figura de Raizou, por muy extraña y desentendida que sea con él mismo —su propio hijo, su propia sangre— más que con sus ex compañeros de la secundaria, donde él era el entrenador.

No comprendía los sentimientos de su padre hacia él, tampoco por qué no frenaba su ansia de celebrar todo con alcohol e ir al extremo hasta reventar, ni mucho menos por qué no se acostumbraba a ello, a esas conductas, a ese "desplazo", ¿cuál era la razón...? Fácil: porque lo ama. Ese era el por qué, tan sencillo, al alcance de su mano, palpable y reflejado en sus pies ardiendo, en cada ojo cristalizado y al borde de sucumbir a ese calor que no sólo se extendía por su cuerpo, sino que también éste vivía en su corazón acelerado.

Estaría devastado de perderlo.

—Papá idiota...

El camino al fin acababa (¿cuándo resultó ser tan largo, de todas formas?), manteniéndose siempre adornado de claras tonalidades, como queriendo transmitirle algo. Ah, cierto, la primavera comenzaría luego, por ello los brotes de cerezos, y a aquello mismo se debía ese equilibrio tan inusual que predominaba en las calles, esa belleza sublime que no logró apreciar hasta pocos minutos después.

Cuando se sintió aliviado de haber llegado, con las mejillas sonrosadas, jadeante, pero se encontraba allí... Fue en ese preciso instante cuando fue capaz de controlar el desenfrenado latir de su corazón, que su chamarra se meció con lo que percibió era el viento, una ráfaga que lo impulsó y le ayudó a retomar su compostura al momento que sus pies, ahora lentos, se encontraban con la acera que daba al hospital donde solían atenderse.

Se quedó helado, como si aquella brisa casual se hubiese colado por cada extremidad, músculo y articulación de su cuerpo, sin saber la procedencia de este inesperado e inusual actuar suyo, adormeciendo su tibia anatomía. ¿Tan en blanco tenía su mente?

No, no era eso.

Acostumbraba a no ver una exuberante cantidad de pacientes cuando asistía (y podían) ir al doctor, mas sí algunas personas, por lo que su plano mental —que sí, tenía— consistía en ancianitas caminando acompañadas de sus nietos o hijos, niños; uno que otro adulto, y nada más. ¿Es que le temían a las nubes que, ahora que había llegado él, no había particularmente nadie? Simplemente... era raro.

Aunque, no obstante, ni el terreno, tampoco aquellas bancas, se hallaban del todo solitarias como notó en su primer parpadeo. Había alguien ahí, y fue en aquella persona en la que posó su atención. Plenitud de ella.

Como centro de interés, una silueta —más alta del promedio de los chicos de su edad, cabe mencionar— yacía algo inquieta en uno de los 3 banquillos que se encontraban paralelos a la acera que dejaba a cada paciente ad portas del complejo hospitalario. Raichi no se cuestionó en primera instancia qué podía mantener a ese joven incómodo o nervioso, ni mucho menos se sintió extrañado por el uso poco común de unas gafas de sol cuando, sinceramente, no había ni un rayo de sol en el cielo. Ni siquiera por asomo.

Su forma de pensar era bastante simplona, a veces; pero evidentemente no resultaba así siempre. Ahora mismo... no sabía qué hacer. Obviar la existencia del muchacho e ir directo donde su padre era una opción, la otra consistía en... ¿Ayudarlo? ¿Ayudarlo a qué? ¿Con qué? ¿No había sólo perdido su teléfono?

Entre las dudas y dudas que alteraban su mente, complicándola, caminó un par de pasos hacia el frente, en dirección al joven. Raichi miraba el suelo, y justo cuando frenaría su andar, se vio interrumpido a siquiera hacerlo. Se exaltó al oír la aventurera voz de aquel muchacho.

—Creo que me estabas viendo, ¿no? —el menor pisó firme y negó con la cabeza instantáneamente y con el rostro ardiendo. El otro joven suspiró— No te culpo, no hay nadie más aparte de mí —resignado, el desconocido se quitó la gorra que llevaba puesta y se abanicó con ella unos segundos. Raichi, entonces, pudo apreciar su corto cabello negro que contrastaba con su blanca tez—. ¿Necesitas algo?

Eso debería preguntarlo yo... pensaba el menor, quien jugueteaba con sus dedos.

—Noté cuando llegaste —prosiguió aquel chico—, y pues... frenaste en mi dirección —¿por qué sonaba a que había estado analizando tan profundamente a Raichi si había llegado hacía muy poco?

El aludido negaba con la cabeza y el extraño rió sonoramente—. Hey, seguro que piensas algo, ¿no me dirás nada? —al parecer el joven de azabaches hebras tenía un sentido del humor bastante agudo. Raichi creía que sería más callado, si era honesto. Empero, no le molestaba— O... —el extraño pausó unos instantes— ¿tengo algo en mi cara y te espantó?

En absoluto, era... ¡era un joven demasiado guapo (aunque bromista, no cabía duda), y más aún cuando sonreía! Vestía con una chaqueta abultada azul marino, una camiseta color blanco debajo, y pantalones a juego con la chaqueta; y unos tenis cualquiera. No... ¡no podía dejar de observarlo!

El pequeño bateador rascó su nuca, comenzando a acostumbrarse a ese calorcito ya instalado en su rostro. ¡Todo era culpa de Eijun y sus mangas! ¡Ese joven parecía el típico protagonista de uno de esos cómics, probablemente el posible segundo amor de la heroína! (aquel que lucía como 'peligroso' y atrayente al mismo tiempo, con el que, al final, ella no se quedaba). Si no hubiera leído cada uno de los tomos que su amigo le prestó, estas descabelladas ideas —que constantemente se acumulaban— no se hubiesen colado por su cabeza y no dejaría de imaginar e imaginar tonterías que más bien se adecuaban a un shojo manga que a su propia vida.

—No... no es así —habló al fin, acercándose con lentitud sin dudar o trastrabillar en el intento—. La verdad —hizo una pausa, se sentía extrañamente nervioso y ansioso—, es que lo vi preocupado de buscar algún objeto —como estaba acostumbrado, a los mayores siempre los trataba con respeto; el chico de gafas, apostaba, sería uno o dos años mayor que él— y me llamó la atención —finalizó, orgulloso de la cantidad de palabras que pudo soltar tan de golpe. No era común de él, pero lo logró.

—Oh —alargó con interés el contrario—, así que era eso. Vaya, es que sí, en efecto, no estás mal ahí —añadió, dejando a Raichi el triple de confundido. Se sintió con la confianza de acercarse, tranquilamente, al chico.

—¿Qué extravió? —preguntó el joven de la marca en forma de cruz, yendo al grano sin quitar la vista del contrario.

—Oye, oye —rió sonoramente el muchacho de gafas—. Corta las formalidades, no creo que nos separe tanta edad. Tengo 20 nada más —agregó, clarificando las dudas de Raichi, quien era, ya en esos momentos, tan sólo un año menor que él—. Y perdí algo de este tamaño —con sus manos de forma paralela, le quiso mostrar al contrario que lo que había perdido era de más de quince centímetros de largo—. Pero parece ser que se lo llevaron —suspiró, colocándose su gorra una vez más.

—¿Es tan grande su... digo, tu... tu teléfono celular? —extrañísimo le resultaba a Raichi tutear a aquel joven que, apreció, sonrió al ser mencionado con más familiaridad.

—No hablo de mi celular —aclaró—. Se trata de... un simple palo —simplificó. Lo que menos quería era, sin duda, pedir ayuda. Mas, sin ese pequeño objeto, no podía hacer mucho más que permanecer sentado—. Lo dejé precisamente en esta banca y... lo perdí de pronto.

¿Un palo? Nuevamente su básico sistema mental le jugó una mala pasada. Al no recibir respuesta —puesto que el menor continuaba imaginando por qué demonios el desconocido requería de un palo, supuso, de madera—, el extraño se afirmó del asiento para posteriormente comenzar a levantarse, muy lentamente y con cuidado.

Fue ahí cuando Raichi no aguantó continuar estando inmóvil y decidió dejar de lado esa indiferencia que dentro de él le motivaba a estar tan cauto, callado y observador.

Lo diferente de la situación en la que se encontraba le ayudó a atar algunos cabos. Cuando el joven logró ponerse de pie, ya podía comenzar a sacar conclusiones más de cerca, hasta que, lo comprobó todo con una simple pregunta; la que temía hacer de un comienzo y que, instintivamente, no reparó en evitar soltar, porque... así le nació.

—¿Quieres afirmarte de mí?

 Notas finales:

Bienvenidos/as a la reedición de este fanfic que tanto cariño le tengo y que empecé en el año 2019 (muchos años). Esta es la historia de Raichi y Sanada-san en un AU que tenía muchísimas ganas de retratar lo mejor posible. Espero les guste y siempre son bienvenidas sus apreciaciones y comentarios <3.

Carls.

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