II. Unknown but not weird (at all)

No esperó más de una jornada y Raizou fue dado de alta, con la única indicación de volver con calma a casa, además de reposar adecuadamente hasta que se sintiera recompuesto del todo. Raichi recibió en su nombre algunos medicamentos que lo ayudarían con el dolor de estómago y la jaqueca que su padre aún no dejaba de aguantar.

Una vez acabaron el pequeño papeleo pendiente por firmar, se dispusieron a salir del recinto. La enfermera a cargo del —aún— entrenador de baseball sugirió que se sostuviera de su hijo, cosa que, en la práctica, le resultaba al casi cincuentón muy difícil. Ponía su mano ficticiamente en el hombro del menor, y luego abortaba la misión súbitamente; lucía ridículo. Y lo era. No resultaba ni igual o similiar abrazarlo cuando ganaban con Yakushi, a... tener momentos padre-hijo, o bien, genuinas muestras de afecto sin ningún tipo de interés de por medio.

Y esto, ¿a qué se debía? La relación de ambos no resaltaba mucho si no respectaba al baseball, cosa que, a todas luces, no se encontraba "bien". Sin importar quién fuera el ente que sentenciara aquello con tal facilidad, Raichi sabía que la comunicación no era lo de ellos. Ni antes, ni después de la partida —legal, pues había pedido el divorcio— de su madre fue de ese modo; es más, luego de que su progenitora decidiera dejar a, en ese entonces, su pareja, el silencio entre padre e hijo incrementó de forma inmensa. Este hecho dejó una gruesa pared entre quienes se acompañaban, y a la vez no, día tras día. Año tras año.

No existía forma que no fuese jugando, enseñando, o lo que fuere, para sanar la herida emocional y, lamentablemente, también monetaria que dejó aquel abandono. A Raizou le constaba, mas no soltaba una palabra y ahondaba aún más en lo impredecible y tratos de lo menos "afectuosos" con su propio hijo, su sangre, quien ahora saldría adelante como él jamás pudo. Ni soñando lo más alto lo hubiese logrado. Y, ahora, no sentía que era digno de semejante luz que creció bajo su alero egoísta, simplón y patético.

En este contexto, bajo todo "impedimento" o posible "atraso" en su evolución como individuo, como persona, Raichi había mejorado muchísimo en lo que respectaba a las relaciones sociales. Conoció, gracias a múltiples partidos que, de una forma u otra, lo llevaron al renombre inter escolar, a su mejor amigo: Sawamura Eijun. En un principio, para variar, su padre juzgó a su nueva compañía —obviando a su ex compañero de Yakushi y amigo, apodado Misshima—, creyendo que ese lunático del baseball —Sawamura— quizá buscaba robarse algún consejo de los insuperables brazos (y abanicos) de su hijo, puesto a que, veía en grabaciones, oyó y sabía, se le daba fatal el bateo a menos que fuese un anunciadísimo toque.

No pasaron las semanas y este bullicioso e impertinente muchacho le tapó la boca, al, un día, ir a ver y atender a su hijo cuando tenía fiebre, después de sus arduas prácticas mientras él no estaba —como en un tiempo fue habitual—. Sabía que en Seidou el entrenamiento era de los mil demonios, por lo que le debió haber costado salirse y escapar del instituto, cuando iba en segundo año y era parte fundamental de la formación principal.

La imagen se le quedó bien clara. Fue acompañado de un senpai, el famoso cátcher Miyuki Kazuya, al que le hubiese encantado tener en su equipo. En realidad, ¿a quién no? Mas, el joven de cabellos castaños y ancha espalda era quisquilloso y, remarcó en aquella ocasión, que le gustaba hacer batería con las bestias de Seidou —Furuya Satoru y Sawamura Eijun— a modo de justificación; aunque soltó aquello mientras observaba atentamente —y, sonriendo, juraba bien— al pítcher sacar el termómetro que llevaba consigo. La relación de ambos era, sin duda, increíblemente íntima. Y se notaba claramente en los partidos.

Raichi era conocedor del secreto entre los dos, mas jamás diría nada a menos que Eijun se lo explicitara; al no ser así, el muy cercano —y a veces raro— trato que Miyuki-san y su alegre amigo compartían, pasando los límites de la amistad, quedaría en lo que todos piensan. Ya cumplirían un año y medio de relación, algo un tanto secreto pero que parte del ex equipo de Seidou tenía conocimiento, además de ciertos integrantes de demás equipos, entre determinados grupos selectos —como lo eran los familiares—. Su castaño amigo que solía prestarle sagradamente todas las semanas un manga nuevo —la mayoría, recomendaciones por parte de su senpai de Seidou: Isashiki-san—, no quería que saliera a la luz, asimismo, no perjudicar a su pareja, y Raichi se lo respetaría. Después de todo, eran mejores amigos y guardar ciertos detalles es lo habitual entre ese tipo de conexiones.

🌸

—Ahora, viejo —habló el menor, dejando atrás el característico silencio que enredaba cada jornada "juntos" cuando su padre caminaba a su lado, algo corvo y con cara de pocos amigos. Ya el día había despejado en algo y ello lo podían apreciar bien cuando abandonaron el recinto calmadamente—, agradece que saliste bien de esta —lo regañó, frunciendo el ceño—. Porque, sabes... yo... —la imagen de las palabras que debía pronunciar flotaban en la nebulosa de su mente, atestada de un millón de cosas, estereotipos de shojos mangas, Sanada-san y... aún más Sanada-san. Tomó aire por milésima vez en el mismo día, dispuesto a ya detener de su cerebro cada parafernalia que se colaba por él— estaba... muy... —no logró acabar su oración. Suspiró. ¿Se vería muy ridículo si le decía lo que en años jamás soltó sin más, aunque lo pensó?

Raizou lo observó unos segundos. La silueta de su hijo, que vestía lo mismo de siempre —una mezcla de ropa deportiva barata y corriente—, lucía erguida y algo eclipsada con la luz que invadía los costados de su imagen de... un joven más maduro. La decisión de ir a la universidad, recordaba, no había sido puramente por el deporte que le daba —y les dio— de comer durante tanto tiempo. "Tengo otros intereses, viejo" le había comentado cuando él sólo observaba apenas despierto, interesado y callado, la tintineante televisión. Su tono de voz fue tan tenue, justo como al principio; como si temiera a algo, o bien, a alguien.

No cabía duda que se estaba alejando de él, a paso lento, pero ello dejaba huellas tangibles. Y la idea le generaba unos escalofríos que ni había vivido en aquel partido de 'revancha' contra la Técnica de Ichidai, hacía dos años. Partido que resultó de forma aplastante a nivel moral, pero que sin duda reforzó los vínculos de todos y, de igual forma, el impulso de ir a las nacionales.

—¿Qué, Raichi? —lo instó a seguir, recuperando la naturalidad y afirmando, en lo que podía, su mirar. No había sonado para nada hostil, cosa que extrañó a su hijo.

El aludido, casi mudo, tomó una bocanada de aire, sosteniendo su semblante repleto de una seguridad que tiempo le costó recoger, reforzar, y soltar. Su pasar dudó sutilmente, pero inmediatamente retomó la marcha.

—Finalmente... tuvo que pasar esto para que me diera cuenta, idiota —murmuró para sí mismo, aunque su progenitor logró oírlo, remecido por dentro; veía a su hijo con el ceño fruncido, regañándose a sí mismo—. Estaba muy preocupado, estúpido papá —continúo. Su labio inferior ya había titubeado con anterioridad, sin embargo, ahora aquella tristeza e impotencia se evidenció aún más cuando vislumbró, incrédulo, una fugaz lágrima escaparse de uno de los ojos de Raichi—. ¿Y qué si perdías la consciencia para siempre, ah? —añadió, en un hilo de voz.

Raichi detuvo su andar, a mediados del camino, mientras que su padre continuaba a su lado, pero retrocedió en seco al notarlo, falto de aire sin explicación aparente; la aflicción que lo embargó de sumo superó cualquier barrera. Quería afirmarse el pecho, como si su deteriorado corazón fuese acribillado por dagas, y...

¿Acompañarlo? ¿Llorar con él?

No resultaba ser la primera vez que viese a su hijo emotivo, no obstante... antes se trataba de baseball y las palabras de aliento, comida o bananas podían ayudarle a recuperar energías, que a veces tardaban cierto tiempo en manifestarse. El caso actual distaba enormemente de aquello, y no tenía idea de cómo tratarlo, de qué decir, cómo actuar. Ni, muchísimo menos, cómo sentirse ante este fenómeno desconocido.

Los peatones se movían con lentitud por las calles, mientras los dos continuaban en su mundo, en lo que ambos compartían: sensaciones nunca antes expresadas a la cara, intrusas ideas jamás verbalizadas, y un sinfín de indescifrables mensajes. Pues sí, cuando vio a Raichi horas antes llegar increíblemente rojo, como si hubiese corrido una maratón, además de nervioso y sudoroso, buscaba agradecérselo. Por un trato digno de un hijo que se preocupa por su padre, quien se supone es fundamental en su guía sobre todo cuando se hallan los dos; de enmendar sus errores, y más cuando su sonrisa característica y, desde que salió de secundaria, un tanto oculta, se ampliaba, mostrando lo que quizá fue un alivio inmenso.

—Ah, demonios —bufó tan fuerte como pudo, agudizando la voz luego de haberse quejado— ¿Cómo fue que creciste tanto, mocoso? —contrario a una reflexión, sus palabras sonaron casi como un elogio. Raichi giró la cabeza de forma tal que pudiese advertir que ahora, su padre, lucía con una expresión indescifrable: entre regocijo, dolor e incomodidad súbita. El rostro se le  notaba algo desfigurado, como buscando aguantar algo. Con rapidez, el mayor levantó su brazo izquierdo y pasó el antebrazo por sus ojos, algo aguados. La sensación no se apaciguaba del todo pese a ya haber dicho demasiado. Miró a su hijo, haciendo una mueca que en principio lo espantó.

¿Era eso una sonrisa?

No fue lo mismo que haber sentido el tacto de Sanada-san por su espalda, pero se asemejó a un palmoteo en aquel lugar, o tal vez un pequeño roce cargado de un cariño jamás imaginado hasta entonces, pero que agradeció sinceramente. De verdad lo apreció. Raichi rió como de costumbre, algo más fuerte que dentro del hospital. Y lo sintió material como casi nunca: la mano de su padre reposó en su cabeza ínfimos segundos, remeció su cabello, y posteriormente la retiró. El menor esbozó una sonrisa suficiente como para que su pequeño colmillo que sobresalía normalmente hiciese aparición, demostrando su inminente felicidad.

Luego de acabada esa pequeña muestra de afecto, inesperada por parte de los dos, Raizou habló, para comenzar a moverse del lugar y evitar montar alguna escena en la calle (o lo creía así): —¿Qué te parece si comemos katsudon de camino a casa y celebramos? Sin alcohol de por medio —adelantó a decir, ante la mirada inquisitiva de Raichi.

🌸

¿Dices que a Todoroki Raichi le interesa alguien, Ei? —oía por la línea telefónica, la voz algo incrédula de su novio, quien seguramente lucía divertido.

—O sea... esas cosas pasan, ¿sabes? —respondía Eijun, como si fuese lo más evidente del planeta, al tiempo que mecía su lápiz con ayuda de su zurda. Ya habían transcurrido tres semanas de su ingreso, y el de su de pronto tan interesante amigo. Ahora, como anunciado a principio de semestre, comenzaban con las evaluaciones, donde, deseaba no reprobar ni nada por el estilo. No señor, esta vez establecería otro destino completamente más brillante, pleno, y sin ninguna nota bajo los cuarenta puntos.

Ajá... Es cierto que sabes mucho de esos temas, todo un experto y consejero en cosas del amor, eh —rió—. Aunque me sorprende que no te hubieses dado cuenta de mi interés en ti, en Seidou —le encantaba molestarlo, e imaginarse la cara de frustración del menor, en ningún mal sentido mas únicamente de diversión. Recreaba en su mente el retrato de un sonrojado ace, y ensanchó su sonrisa. Acomodó su cuerpo en el banquillo del camarín, cambió de mano su anticuado celular, y permaneció en línea, esperando algún reproche o algo. Eijun, para su sorpresa, continuó callado, acto que lo extrañó montones— ¿Y? ¿no me dirás quién es, Eijun?

—¿La verdad? No sé los detalles —sonaba serio, muchísimo. El contrario permaneció atento, ahora mirando su uniforme deportivo—. Sólo he visto a Raichi distraído o poniéndole particular atención a las bancas de la universidad. ¿No encuentras esa acción tan peculiar algo rara, Kazu? —el aludido casi ríe escandalosamente al recibir tan detallada, y extraña información de pronto. Típico de Sawamura Eijun.

Uhm, ciertamente, es estúpidamente... especial, por decirlo así —le dio la razón a su pareja, asintiendo con un suspiro. Pronto debía volver al entrenamiento con su equipo y se veía en la triste misión de cortar una de las llamadas que habituaba a recibir, y que disfrutaba, ya que se trataba de la persona a la que esperaba ver cada fin de semana con ansias: su novio, con quien deseaba compartir más y más—. Pero, tal vez, sólo tal vez... ¿tiene alguna relación con aquella persona? Quiero decir, probablemente compartieron algo allí o... Siéndote franco, no tengo idea. Sólo eso se me ocurre.

—¡Qué buena idea, Kazu! —continuaba, enérgico, el menor— ¡Eres un genio, justo como en el baseball! —esbozó una sonrisa. Kazuya lo corroboró entonando un uhm uhm—. Dime, ¿ya tienes que volver, no? —recordó, algo melancólico al respecto.

Como dices, así es, Ei —respondió el mayor, con cierta tristeza en su voz. Frente a Eijun no podía lucir ningún tipo de defensa o máscaras, pues el oji dorado siempre conseguía atisbar hasta el más mínimo detalle, leyéndolo bien—. La práctica continúa. De todas formas, ya pronto nos veremos. Sabes que mi departamento, y yo, te recibiremos siempre que lo desees —dijo sin más. Eijun enrojeció.

—Lo tengo claro, i-idiota. Cortaré, te deseo lo mejor con tu equipo. ¡Recuerda decirme cómo va todo!

Está bien, está bien —soltó, canturreando, feliz de haberlo molestado exitosamente—. Te amo.

Su voz dejó de sonar en la línea. El menor lanzó el celular a su cama, luego de soltar un grito ahogado, repleto de emociones que, de un segundo a otro, se lo tragaron vivo.

—"Te amo" dice, el muy... —refunfuñó, para posteriormente cubrir su rostro y suspirar, renovado producto de aquellas dos palabras—. Sí, yo también lo amo... —murmuró, dispuesto a seguir estudiando. Pronto hablaría con Raichi. De momento, deseaba aprobar todo y seguir su camino.

Al ser de Nagano, no tenía otra opción que, si deseaba estudiar en Tokio, mudarse a un departamento. Para ello, tenía dos opciones: compartir o trabajar; ésto último, si quería estar completamente solo y sobrellevar los gastos que sus padres no podían costear del todo. Increíblemente, su compañero llegó y, antes de siquiera saberlo, deseaba la muerte. Kanemaru, quien iba derecho a estudiar medicina, yacía estudiando también en la otra habitación. No obstante, compartían muy poco en lo que constaba al día a día, pues se la pasaba con Tojo, ex-compañero de baseball de los dos e íntimo amigo de Shinji. Eso y que muchas veces no lograba soportar a Sawamura, como habituaba a hacer desde su primer año en Seidou.

Aparte de Haruichi y Satoru (Furuya le había pedido personalmente que lo llamara por su primer nombre), Raichi se unía al reducido grupo de "tolerantes" a su persona, con los cuales se veía casi todos los días. No obstante, al que menos comprendía, de todos, ya no era el joven de mayor estatura y perezosos diálogos, sino Raichi, quien últimamente lucía perdido en demasía. Junto a eso, enmudecía un poco y se veía retraído, como cuando lo conoció. Reconoce cambió estos años a pasos agigantados, mas olía que algo ocurría, algo que no vio y que probablemente nunca hiciera sino tomaba cartas en el asunto.

¿Qué te pasa, amigo?

La labor de él, como su compañero de shojo mangas, era ayudarlo. Eso y saber cada detalle posible. Lo averiguaría todo, con lujo de detalles.

🌸

Finalizadas sus clases de la tarde, se dispuso a regresar a casa. Salió de la facultad, sosteniendo el peso de sus libros y desordenados apuntes dentro de los encuadernados en las correas de su mochila, un tanto destartalada, moviendo sus pies a paso lento.

Observaba los edificios, a las personas reír y sonreír; otras, por el contrario, lucían cansadas cuales zombies, con oscuras ojeras y posturas desganadas, sabía que era por el periodo de evaluaciones que estaban pasando. Pese a no haber destacado nunca por ser un buen alumno, ahora se las arreglaba como podía. Después de todo, no tenía mucho en mente: batear, hablar lo justo y necesario, dormir, practicar y estudiar. Le pidió unos cuantos consejos a Misshima sobre cómo organizarse y, con el silencio común de casa, podía llevar a cabo cada tip brindado por su robusto amigo sin mayor inconveniente.

Llegado un momento, cuando el viento volvía a soplar en forma de delicada brisa, subió la vista nuevamente al cielo, y soltó un bufido. Creía que, como en los mismísimos mangas, hallaría a Sanada-san de pronto, hablarían y se volverían amigos. Tan rápido como sucedía en cada tomo de uno de los mangas prestados por Eijun. Palmoteó su cara con ambas manos, soltando finalmente el agarre de su mochila, y continuó lentamente por el sendero de concreto, llegando a la salida. Los árboles aportaban cierta frescura al ambiente, cosa que no irritaba al menor. Miraba las bancas con atención, como ocurría esas últimas semanas, casi llegando al mes. Olvidaría todo pasado dicha fecha, y caso cerrado.

Nunca había pensado tanto en algo que no fuese el baseball. Jamás. Y ese incordio le era molesto, a veces sí, a veces no.

Tomó asiento un rato para sacar una de las bananas que llevaba al interior de su bolso. Movió el cierre, alcanzó la fruta y comenzó a comerla inmediatamente después de sacada la cáscara. Se quedó en silencio, oyendo las pisadas de las personas que iban y venían.

Ello hasta que quedó estático, justo como la primera vez. Escuchó suaves golpeteos en su dirección, entre todo el ruido, y creía estar alucinando. No obstante, por algún motivo desconocido, fue incapaz de girar su cabeza; permaneció observando el frente, masticando con dificultad su fruta. Se conformaba así, no hostigaría a nadie.

—Entonces, Hirahata, ¿te dijo que no? —el acompañante del aludido estalló en risa luego de corroborarle a Raichi todo lo que estuvo pensando desde hacía nada. Su corazón se aceleró de pronto, lleno de nervios— ¡Pero cómo! ¡Si eres un gran partido, hombre! —lo molestaba, meciendo el hombro ajeno, aunque no se sostenía en él.

Sanada-san.

—No fastidies, Sanada —le cortó el joven, retirando la burlesca mano del contrario, irritado—. Me dijo que era aburrido —continuó, lanzando un suspiro de frustración—. Si tan sólo me hubiese visto jugar baseball en la escuela... tendría otra opinión.

—Concuerdo contigo, Ryou-chan —replicó, sonriente—. Conozco esa fiera, pero que fuera del campo se convierte en un callado gatito. Qué pena por ella. 

—¿Y qué hay de mí, idiota? —añadió, enojado con Shunpei—. Te estoy contando yo. Y deja de llamarme así, por favor.

—Lo sé, lo sé. Bien hubieses deseado que fuese ella quien...

Raichi oyó como Sanada-san, caminando del lado de las bancas donde él descansaba, fue golpeado, probablemente en la nuca. Se sobó dicha zona, riendo bajito. Lucía apuesto vestido con tonos entre cafés y dorados, con buen gusto justo como en el primer encuentro de los dos, andando derecho y evidentemente más confiado, caminando sin prisa con su bastón, tanteando el pavimento sin dudarlo demasiado. De todas formas, compartía horarios con Hirahata Ryou, de su misma edad, por lo que casi siempre no iba solo a la salida del establecimiento. Faltaba tomar el tren y ya daba por finalizada su jornada. Hirahata se ofrecía en acompañarlo hasta allá, y se regresaba a casa a pie, pues no le quedaba lejos. No le costaba nada ser amable con su amigo.

No eran más de dos metros lo que separaban a ambos veinteañeros de Raichi y, desde sus adentros, deseaba —inmediatamente— saludar con cordialidad a Sanada. No se atrevía, sin embargo. Terminó su banana, cerró la mochila con prisa y rápidamente se incorporó, camino a un basurero.

Antes de partir, el menor se estremeció. Pareció ser que demoró más en todo aquello, pues su zapatilla fue alcanzada por el corto toque del bastón de Sanada-san. Raichi abrió los ojos, sin siquiera removerse del sitio, mudo.

—Ah, perdona —reparó en disculparse el mayor, ajustando con su mano libre sus gafas de sol que aún llevaba puestas.

—No se disculpe... —se apresuró a decir Raichi, rompiendo apenas su mutismo y esperando no interrumpir nada— ya me i-

—¿Eh? ¿Eres tú, Raichi? —lo atrapó, con muchas dudas en la cabeza.

Notas finales:

Disfruté un montón elaborándoles esto y me encantaría que supieran que planeo hacer de esta obra un slow burn, y no únicamente deseo hablar de la relación de Raichi y Sanada (como leyeron) durante su transcurso. Also, a veces hago grandes guiños al manga, por lo que me disculpo de antemano si se han llegado a spoilear (de todas formas he avisado en la descripción de este fanfic). 

Como siempre, un millón de gracias por leer y seguir esta obra <3.

¡Los quiero! ¡Y nos leemos!

Carls.

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