Parte 1
Hanji observó a Minho durmiendo en el sofá, tenía la parte inferior de su cuerpo cayendo al suelo y su cuello parecía a punto de romperse, Hanji se acercó a él y colocó un cojín, acomodándole la cabeza y haciendo una caricia a su frente antes de dejar un beso en la misma.
Buscó su abrigo, una gorrita, sus guantes, buscó los billetes debajo de la mesa y, por último, se acercó al hall y tomó sus zapatitos, comenzando a colocárselos. Hanji dio una última mirada hacia el sofá, Minho seguía durmiendo.
Apretando los billetes en su mano, Hanji caminó cuesta arriba hacia el seven eleven que solían frecuentar, sólo tenía que caminar recto y doblar hacia la izquierda cuando viera la casa bonita con las estatuas de perritos.
Sus pasitos eran lentos, el viento hacía que caminar fuera un poco difícil, y se distraía con los copos de nieve que caían sobre él.
―Ah ―Hanji abrió la boca hacia el cielo y algunos copos cayeron dentro de su boca, luego la cerró haciendo una mueca, puesto que un gatito pasó entre sus piernas―. ¡Gatito!
Hanji intentó tomar al gatito, pero este huyó rápidamente. Bufó y vio la casa con estatuas de perros, miró los billetes en sus manos y los apretó contra su pecho, recordando que había salido a comprar gomitas y chocolate.
Al llegar a la tienda, ingresó con precaución. Miró hacia todos lados antes de acercarse a la caja, el joven Yang le miraba con curiosidad.
―Hola ―dijo Hanji tímidamente, dejando los billetes arrugados sobre la estantería―. Esos ―señaló las golosinas que quería.
―¿Jisung? ―El repositor frunció el ceño, abriendo los billetes que Hanji le había dado―. Amiguito, estos billetes no sirven.
Hanji frunció el ceño y miró hacia los lados, Jisung no iba con él.
―¡Hanji! ―gruñó arrugando la nariz―. Esos, ¿me das? Por favor ―preguntó con dulzura, señalando nuevamente las golosinas.
―¿Hanji? ―Yang Jeongin frunció el ceño nuevamente, pues no conocía a esa personalidad, sin embargo, la actitud de su vecino le causó mucha ternura―. ¿Qué edad tienes, Hanji?
Hanji sonrió mostrando sus encías y levantó la mano, mostrando sus cinco deditos.
―¡Eres tan pequeño! ―Jeongin apretó sus propias mejillas entre sus manos, atacado por la ternura ajena―. Pero, lindura, estos billetes no sirven...
Hanji arrugó la nariz y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, sus labios empezaron a temblar y Jeongin supo que el llanto era inevitable.
―No llores, lindura ―Jeongin salió de detrás del mostrador y se acercó a su vecino―. Puedes llevártelos, pero no intentes comprar cosas con billetes que no sirven, puedes meterte en problemas. ―Tomó una bolsita y puso las golosinas que el menor quería, sonriendo al ver que este dejaba de llorar―. Te llevaré a casa, toma mi mano.
Hanji sonrió limpiando sus lágrimas torpemente, para finalmente tomar la bolsita y la mano de Jeongin. Sin embargo, no lograron salir de la tienda puesto que las puertas de esta se abrieron con violencia y un desesperado Minho ingresaba a tropezones.
―¿Hanji?
Minho corrió a sus brazos y rodeó su cuerpo en un abrazo aliviado, soltando una maldición en voz alta. El pecho del mayor subía y bajaba con rapidez.
―Lo siento, me dormí ―Minho se separó ligeramente y revisó las mejillas frías del menor―, ¡lo siento mucho! ¿Qué haces aquí? Qué suerte que los vecinos te vieron venir a la tienda ―dijo con alivio, masajeando su pecho donde su corazón todavía latía como loco.
Hanji mordió sus labios y asintió, levantando las cejas ligeramente en un gesto de arrepentimiento.
―Minmin ―murmuró Hanji, levantando las golosinas que Jeongin le había dado―. Mira, vine solito. Minmin estaba durmiendo, no quería molestar. Soy indedenpiente.
Minho miró la bolsa con golosinas y luego a los ojitos llorosos del menor.
―Independiente, amor. ¿Tomaste mi billetera de nuevo, pequeño bárbaro?
―No, señor Lee ―dijo Jeongin rápidamente, temiendo que regañaran al pequeño―. Hanji trajo billetes de juguete.
―Así que billetes de juguete, eh. No puedes hacer eso, Hanji, está mal.
Hanji asintió y estiró los brazos para que Minho le cargara. Ya se había cansado de caminar.
―No, tu castigo por escaparte de casa es caminar hasta la casa.
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