THOUSAND MILES
Una máscara.
Eso era todo lo que necesitaba para poder pasar la mejor noche de mi vida, para poder sentir que por una vez en mis veinticinco años tenía el dominio de lo que iba a pasar, para sentirme algo más que una insignificante basura.
— Has estado demasiado lejos para sentirte, pero no puedo olvidar tu piel, — dijo Douglas, el hijo del rey y el segundo hombre con el poder de destruir todo lo que por milagro seguía en pie. Mientras hablaba sus manos acariciaban mis brazos provocando cierto cosquilleo. — tus ojos, tus labios... — en cuanto terminó la última palabra, se acercó para besarme.
No hice nada para impedirlo, no me alejé, no lo empujé, simplemente disfruté de aquel beso que me daba como si eso pudiera llenar mi estómago.
— Tienes que venir a la fiesta. — Dijo al separarse de mí. — Nadie se dará cuenta que eres un sirviente, nadie preguntará por ti... y después de que termine mis obligaciones podemos vernos en alguna de las habitaciones.
"Nadie preguntará por ti" había dicho él sin siquiera estar al tanto de que él había sido quien me quitó a la única persona que preguntaría por mí: Patrick.
No esperó a que yo me negara porque era imposible negarle algún deseo. Hace algunas semanas él ya lo había demostrado haciendo sufrir a aquel que le dijo "no". Sus gritos llenaron el silencio de la mansión, retumbaban en mis tímpanos y sentía todo el sufrimiento como si fuese a mí a quien se lo estaban haciendo.
— ¡¿Estás loco?! — le había gritado cuando me enteré del rotundo no que le había dado al hijo del rey. — ¿Sabes lo que te hará por eso? ¿No pensaste en que te matará?
— ¿Y cómo iba a permitir que él siguiera poniendo sus manos sobre mí? ¡Me doy asco todo el maldito tiempo! Sólo somos sus juguetes, nos usa cuando le da la gana y valemos menos que un centavo.
El Patrick que salía de ésta habitación para encontrarse con Douglas se ponía una especie de máscara en la que lucía su mejor sonrisa seductora, pero cuando lo traían de regreso vomitaba y se raspaba el cuerpo con una esponja hasta que "quedara limpio". Douglas lo prefería a él, siempre lo llamaba, a veces más de una vez al día.
Él y yo nos habíamos conocido en la habitación en la que teníamos estar confinados para evitar que los rumores sobre el príncipe salieran al pueblo, para estar a su disposición en cualquier momento. A ambos nos habían sacado de la cárcel prometiéndonos que si trabajábamos bien podríamos recibir el perdón del rey y algún día retomar nuestras miserables vidas.
Nunca me había imaginado que mi trabajo sería darle placer al príncipe. Hasta la muerte de Patrick yo simplemente fui el que estaba de repuesto, usado alguna vez ocasional.
— ¿Cómo lo aguantas? — me dijo Patrick cuando yo volví por cuarta vez a la habitación. — ¿Cómo es que no parece afectarte?
— Yo... no pienso en él cuando lo está haciendo... imagino que eres tú. — confesé, desviando la mirada. — Imagino que tú estás en esa habitación.
— Solo soy tuyo. — dijo él y me besó. Fue el primer beso que de verdad lo sentí, el primer beso que me hizo sentir ganas de vivir para poder seguir embriagándome con sus labios.
La noche que nos hicieron despertar porque Douglas tenía "apetito de Patrick", él me apretó la mano con fuerza.
— Eres mío, tú mismo lo dices. — Siempre le decía lo mismo cuando se lo llevaban, para que él también pensara en mí mientras satisfacía a Douglas.
— Yo... yo... me pregunto cómo podría saber si estás lo suficientemente enamorado como para luchar.
— ¿Luchar? ¿Qué quieres decir?
— No más, no puedo más.
— No, no lo hagas, no hagas nada.
Cuando el guardia vino enfadado por la demora y vino a sacar a rastras a Patrick él gritaba que no podía aguantar más días así.
Volvió en menos de diez minutos, con una expresión diferente. No era esa de repulsión hacia sí mismo, era una expresión de triunfo. Pero frente a mí solo había un Patrick muerto. No tardaron mucho en sacarlo para su castigo, no nos dieron mucho tiempo juntos.
— Iré por ti, amor. — le grité mientras tres guardias lo jaloneaban hacia la puerta. Yo jalaba sus brazos como si así pudiera retenerlo más tiempo conmigo. — Iré ahora mismo.
Un golpe con un palo en mi estómago y en mi cabeza hizo que lo soltara y que me quedara en el piso. Cuando tuve la oportunidad salí de la habitación y corrí hacia los calabozos en los que sabía que todavía tenía que estar el cuerpo de Patrick. Corrí lo que me pareció miles de kilómetros, miles de kilómetros que nos separaban, miles de kilómetros para recuperarlo.
Todavía estaba consciente cuando llegué, aunque era difícil reconocer su rostro entre toda la sangre acumulada. Sus labios estaban hinchados, negros por tanta sangre. Apenas mantenía los ojos abiertos, rodeados de dos circunferencias negras. Sus ropas desgarradas por los latigazos, sucias, cubiertas con basura y sangre. Tenía un aspecto lamentable.
— ¿Te quedarás conmigo? — le pregunté en susurros pero antes de recibir una respuesta su respiración dificultosa paró. Y ya no pude ver mi rostro en su corazón.
-
Afanosamente convertí una vieja máscara en el rostro de Patrick que aparecía en mis pesadillas. Era una máscara que daría miedo, una máscara que todos recordaría. Me puse una de las túnicas que Douglas compró para mí especialmente para la fiesta, aunque dudo que sea comprada, sino arrebatada de algún tipo que tuvo que vender su ropa para tener algo de comida.
El salón principal de la fiesta está lleno de personas con trajes elegantes, sus mejores vestuarios. Las máscaras impiden que reconozca a los aristócratas más poderosos. Hubiera querido tener alguna especie de detector de todas esas personas pero supuse que ahora todo tenía que ver con la suerte de las personas que estuvieran allí.
— Basuras. — murmuré con asco mientras los observaba desde un rincón.
— ¿Estás pensando en la última vez en que tus labios estuvieron sobre todo mi cuerpo? — murmuró una voz detrás de mí. Me di la vuelta para ver al príncipe con una máscara que denotaba dinero en cada uno de los diamantes incrustados. Por un momento pareció vi miedo en sus ojos al ver mi máscara. — ¿No pudiste hacer algo mejor? Esa cosa da miedo.
— ¿Podemos ir a una habitación?
— ¡Estás ansioso! Lastimosamente para ti soy yo el que decide cuándo y dónde... no asustes a los invitados.
No los asusté. Permanecí en mi lugar haciendo una nota mental de quiénes creía identificar en el tumulto de gente festejando. La música tocada por la orquesta y el aroma de la comida inundaba todo el aire del gran salón.
Después de casi media hora, el príncipe se separó de todas las mujeres que lo acosaban y me hizo una seña para que lo siguiera. Arreglé mis ropas, asegurándome de que todo estaba donde debía estar.
Por primera vez entré a su habitación, su habitación real. En otras oportunidades solo me llevaba a la habitación que usaba para tener relaciones sexuales, la habitación "sucia". Pero estaba tan ebrio que me llevó a su enorme habitación. Sus lujos me dejaron anonadado por un instante, segundos que él aprovechó para manosearme e intentar quitarme la ropa. Cuando volví a concentrarme en él me di cuenta que luchaba con mi pantalón, justo en el lugar en el que tenía un cuchillo de mantequilla que logré robar del desayuno. Me dijo que me quitara aquella horrible máscara, pero no había forma de hacerlo, la había pegado a la piel de mi rostro.
— ¿Lo recuerdas? — pregunté, mirándolo fijamente. A pesar de lo ebrio que estaba parecía entender mis palabras.
— ¿El qué?
— ¿Recuerdas a Patrick? ¿Tienes pesadillas con él?
— Se supone que tú no hablas a no ser que sea para gemir mi nombre.
— ¿Para qué recordarlo? Él ya debe estar a miles de kilómetros de aquí, a miles de kilómetros bajo tierra. Ahora, no me hagas enfadar y quítate la ropa, todavía tengo que regresar a mi fiesta.
— Él era...
— Un ser insignificante. — completó él por mí. Su mirada era de maldad. — Tal como lo eres tú.
— ¿Estás pensando en la última vez en que tus labios estuvieron sobre todo mi cuerpo? — pregunté acariciando mi máscara. — Porque yo lo seguiría recordando una y otra vez. Tal como tú recordarás esta máscara, casi parecida al rostro que le dejaste a Patrick.
Y sin esperar que él reaccionara lo empujé. El alcohol y la sorpresa hicieron que tropezara hacia atrás y cayera golpeándose la espalda contra la cama. Saqué el pequeño cuchillo y lo clavé en el cuello, en el lugar que me hacía besarle hasta que se durmiera. El cuchillo no tenía filo así que necesité mucha fuerza para clavarlo. Lo saqué y lo volví a clavar en el lugar que encontrara mientras él se retorcía intentando luchar, intentando proteger las partes de su cuerpo de las que ya salían chorros de sangre. Una y otra, y otra vez, cada vez con más fuerza, cada vez con más odio.
Su sangre oscurecía la alfombra costosa que adornaba el piso, saltaba para manchar mi ropa y mi máscara.
Otra y otra. Clavé el pequeño cuchillo en cada dedo que había tocado a mí Patrick, en cada ojo que lo había visto desnudo y vulnerable y en sus labios que lo besaron y que dieron la orden para matarlo.
Él ya no se movía pero yo seguí clavando el cuchillo hasta que el brazo me dolió. Me hice a un lado para mirar la obra de mi odio.
Salí de la habitación aún con el cuchillo cubierto de sangre en mi mano. Fui directamente hacia la fiesta y sin poder evitarlo le clavé el cuchillo en la yugular a cada persona que yo creía reconocer. Después del tercer apuñalamiento se dieron cuenta de qué estaba ocurriendo y las mejores empezaron a gritar y a apartarse. Los dos hombres y la mujer a las que les había clavado el pequeño cuchillo aún estaban retorciéndose en el piso, sujetándose el cuello.
Vi a los guardias aproximarse hacia mí. Algunos con precaución, otros decididos a matarme.
— ¡El príncipe está muerto! — gritó alguna de las sirvientas.
Ese fue el anuncio para que los guardias dejaran de temer y se acercaran a mí. Fue cuestión de segundos. Golpe en mis piernas para que cayera al piso, golpe contra la espalda para tirarme al piso de boca. Jalaron mis brazos hacia mi espalda, dislocando mis hombros. Alguien puso una pierna en mi espalda para no moverme.
El jefe de los guardias me sujetó de los cabellos de la nuca para elevar mi rostro del piso. Intentó arrancarme la máscara pero como estaba pegada a mi rostro no pudo ni moverla. Intentó con más fuerza pero no obtuvo resultados. Con enojo golpeó mi cabeza contra el piso.
El golpe pareció hacerme alucinar porque vi a Patrick con un traje elegante de fiesta. Estaba usando una máscara sencilla pero reconocía sus ojos.
— Donde estés... es... donde quiero estar. — le dije escupiendo sangre. — Quiero... quiero...
Pero solo pude completar la frase en mi cabeza. Quiero volar hacia ti como lo hacen los pájaros hasta el otro lado del mundo.
Él asintió con la cabeza. Y en ese momento supe que respondía a la última pregunta que le hice cuando estaba vivo.
Se quedará conmigo.
Y fue en aquel momento en el que corro todos esos kilómetros, todos estos miles de kilómetros que nos separan, pero no puedo llegar, no puedo acercarme y recuperarlo.
Porque no me han matado.
Porque me han condenado a seguir sufriendo en vida.
Porque seguían los miles de kilómetros entre nosotros y continuábamos condenados a no poder dominar nuestras vidas.
Y yo seguía siendo una basura viva.
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Gracias a rbananalana por la portada.
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