EXTRA 3

Su semblante estaba hecho de acero y sus manos eran del tamaño justo para cargar con la espada. Su corazón era más fuerte que el cristal de los diamantes y sus ojos destilaban más fuego que el cráter de un volcán en erupción. Su voluntad, infinita y su agilidad era como la de un lobo solitario acechando a la despistada presa.

Su nombre era Seung-Gil.

Nació en el palacio de Novokabirsk en el pasillo de las criadas, de una madre nativa del lugar que era acompañante de la reina Alina y un padre extranjero que trabajaba en la guardia del rey Aleksandr.

Desde pequeño fue hábil con la espada pero también para lavar la ropa o limpiar los pisos. Se juntaba poco con los niños de otros criados y se divertía en los inmensos jardines de aquel maravilloso palacio colorido en el que no todo fue felicidad durante al menos la mitad de su vida.

La mitad que había sido más difícil, por muy extraño que eso pueda sonarles.

* * * *

Seung era un niño feroz. Desde que pudo sostener una espada por sí mismo y hablar con coherencia, ya estaba dándoles órdenes a los demás niñitos del lugar cuando jugaban. Él pensaba de formas más estratégicas para ganar antes que lanzarse a las opciones más obvias y que seguramente acabarían no funcionando.

Medía las posibilidades y también analizaba los factores a favor o en contra. No tenía más que ocho inviernos pero Seung-Gil ya asombraba a todos con su capacidad nata para triunfar en cada objetivo que se propusiera.

A los once años su padre lo metió en la guardia para comenzar a entrenarse.

Seung estaba extasiado de felicidad -aunque no lo demostrase- y fue el más orgulloso de los novatos cuando le dieron una pequeña espada hecha a su medida. El acero brillaba en sus oscuros ojos, listo para ser blandido frente a sus amigos en defensa del rey.

-¿Juras proteger a Su Majestad el Rey Aleksandr, a Su Serenísima Señora la Reina Alina y a Su Alteza el Príncipe Yuri así como los alrededores del castillo y a la gente que hay en él de toda amenaza, tanto externa como interna, aunque eso cueste tu propia vida? -le preguntó el capitán de aquel entonces, Vlad.

-Sí, lo juro -respondió con firmeza.

Y así quedó enlazo a la Guardia, a aquel grupo de élite que usaba hermosos trajes plateados a juego con las espadas y que adiestraba cachorros de lobo que sirvieran como compañeros de lucha contra los enemigos.

* * * *

Poco después del juramento lo llevaron a él y otros niños a elegir un cachorro para adiestrar. Todos los niños se veían muy emocionados e incluso el pequeño Seung lo estaba, pero prefería esconder aquello para sí mismo en lugar de mostrarle a la gente lo que sentía.

-Los que no consigan uno no se preocupen -los consolaba otro de los guardias, que no debía tener más de dieciséis-. Otra de las lobas está encinta y pronto tendrá más cachorritos.

Seung-Gil no quería esperar como el resto de los niños demasiado estúpidos para conseguir primeros su propio cachorro. Él lo quería ahora, en ese momento y también quería tener la oportunidad de elegir entre todos los que había en lugar de quedarse con las sobras.

Pero quizás fuera el destino o la triste desgracia de ser uno de los iniciados más pequeños, porque después de que pasaron unos ocho niños le dieron la noticia de que ya no quedaba ni un solo cachorro.

-Lo siento mucho, Seung -le dijo el joven guardia atemorizado de lo que tal le haría el padre del niño-. Pero en unas semanas tendremos nuevos bebés.

La nariz de Seung-Gil aleteaba con furia, sus puñitos apretados de forma que le dejaban blancos los nudillos. Probablemente había sido el único de todos ellos que había previsto que los cachorros no alcanzarían e igual se quedó sin ninguno de ellos.

Un destello de una bolita de pelos pasó por detrás del guardia. Seung-Gil casi no lo vio, pero cuando lo hizo, sus ojos brillaron con anhelo.

-¡Eh! -masculló- ¡Ahí hay uno!

-¿Hm? ¿Esa? Es una loba. Las hembras no sirven para nada más que procrear.

Él no estaba escuchando las estupideces que salían de los labios de ese guardia inepto. A Seung no le interesaba que fuera una loba. Eso no la hacía menos válida que sus compañeros. A él podía desagradarle las niñas pero sí que aceptaba el hecho de que muchas de ellas podían patearle el trasero.

-Dámela -suplicó.

-No -respondió el guardia-. Y es mi última palabra.

La pequeña lobita se perdió entre los matorrales. En cuanto el guardia encaminó junto con el otro grupo de niños, Seung se escabulló e ignoró los gritos que le ordenaban regresase con su equipo.

Corrió y corrió entre los arbustos y atravesando las enormes raíces que brotaban de los árboles, siguiendo los suaves gruñidos amenazadores que le profería la criatura a aquel extraño que lo perseguía.

La encontró escondida cerca de una madriguera, con el pelaje negro y blanco totalmente erizado, enseñándole sus diminutos colmillos. Seung arrastró los pies, con las manos en alto para que ella viera que no era una amenaza.

-Tranquila, amiguita -dijo con cuidado-. No pienso usarte como fábrica de cachorros como hacen todos los demás.

La loba siguió gruñéndole, por supuesto, sin entender ni una sola de sus palabras.

-Quiero que seamos compañeros.

Seung se arrodilló sobre el fango y las hojas secas, aliviado de que no estuviera cargando con el precioso uniforme plateado de la guardia sino que llevaba solo el de entrenamiento.

Estiró una de sus manos hasta la cachorrita, la cual ya no enseñaba los dientes y olfateaba curiosa hacia aquel muchacho. Con mucha cautela se acercó hasta el niño y posó su húmedo hocico en los dedos de Seung. Trató de morderlo pero su dentadura todavía era débil por lo que solo dejó un reguero de babas sobre su piel.

La loba se alejó de su mano y lo miró con la cabeza ladeada, torciendo una de las orejas. Dio unos saltitos en su lugar y se acurrucó cerca de las rodillas de aquel niñito raro y solitario, exactamente cómo ella era para todos los demás.

Seung-Gil, allí en la oscuridad del bosque y sin que ninguno de sus compañeros lo observara, sonrió.

* * * *

Varios de los guardias adolescentes intentaron quitarle a su loba pero Seung-Gil los amenazó con su espada y la cachorra les gruñía cada vez que se acercaban a su nuevo amo. Ninguno de los niños quería entrenar con él por ser tan problemático y desobediente, y también en parte porque creían que una hembra no podría seguir el ritmo de entrenamiento de los machos.

Seung-Gil apaleó a todos los que se burlaron de él y su loba.

Los más grandes no le dieron tanta importancia. Tal vez pensaran que el chico acabaría abandonando a la hembra cuando viera que no le servía tanto de compañera. Él les probaría lo equivocados que estaban.

Su padre fue más comprensivo e incluso le dijo que, de chico en su reino natal, tuvo una perrita a la que llamó Iseul. En su idioma significaba lágrima o gota, pero también se la usaba para designar al rocío de medianoche sobre los jardines. Decidió tomar aquel nombre porque le quedaba muy bien a su pequeña loba.

Seung entrenaba solo, robándose comida de las cocinas con la cual sobornar a su compañera para que aprendiera a ser más disciplinada. No le apenaba que luego Michele, el cocinero, regañara a ese muchachito pecoso que trabajaba con él por la comida que desaparecía.

A veces, cuando entrenaba, podía escuchar las estridentes risas de otros dos jovencitos que se paseaban por el castillo haciendo de las suyas. Eran dos criados de piel tostada y enormes sonrisas que iban de oreja a oreja en sus juveniles rostros. Uno de ellos tenía la piel tan oscura como el mismo chocolate, y a Seung-Gil se le hacía demasiado tentadora la idea de pasar un solo dedo para ver si era tan suave como lucía.

Aunque las ganas se le pasaban cada vez que lo veía huir con ese otro muchacho de personalidad igual de burbujeante que la suya. Seung los odiaba y admiraba a la vez. Odiaba que ambos hubieran sido capaces de encontrar a alguien que les hiciera compañía en el castillo pero los admiraba también justamente por eso. Él solo tenía a Iseul y sus padres.

Durante un acto protocolar lo eligieron a él y dos novatos más como escoltas del príncipe y de la reina. No era una experiencia de verdad ya que solo les servía para practicar cuando fueran mayores pero Seung-Gil estaba emocionado de ver lo que se sentía escoltar a las personas más importantes del reino.

Luego de que la reina Alina y el príncipe Yuri -que para entonces tenía unos ocho años- salieran de sus habitaciones le siguieron las doncellas, damas de compañía y otras personas de esa índole. Su madre salió junto a otras criadas para posarse unos cuantos metros de distancia de la reina, todas igual de pulcras y hermosas aunque no tanto como Su Majestad. Le siguieron los acompañantes del principito y a Seung se le detuvo el corazón unos segundos antes de comenzar a latirle desbocado cuando vio al chico travieso de la piel color chocolate.

Llevaba un pañuelo a la cabeza que le cubría gran parte de sus azabaches cabellos y no estaba tan sucio como cuando se juntaba con el otro criado, el cual Seung descubrió que se llamaba Leo y pronto lo pondrían como portero y anunciante en las fiestas del palacio.

-Seung -le gruñó uno de sus compañeros, un año mayor que él-. Camina.

Él carraspeó y se movió con gracia, guiando a la reina y a su hijo hasta el salón de baile. Los guardias presentaban se movían en sincronía, con la mano izquierda sobre al mango de la espadas que colgaban de sus caderas.

Sus oídos estaban entrenados para que oyeran cada mínimo detalle de sus alrededores. Seung-Gil podía oír el taconear de los zapatos de la reina y los berrinches que farfullaba el príncipe Yuri por lo bajo a alguna de sus nodrizas. También reconoció el andar ligero de su madre y las demás damas de compañía de la reina.

Intentó reconocer cuales de todos esos pasos podrían pertenecer al niño de piel oscura. Era el más joven de los acompañantes del príncipe, probablemente de la edad de Seung pero ya sabía que era un pequeño loco y que no andaría con pasos calmados.

Los firmes pero rápidos pasitos a varios metros de distancia debían ser de aquel chico. Seung quería imaginárselo intentando mantener el ritmo de sus compañeros con sus cortas piernas, acomodándose la ridícula pañoleta que tenía que usar como símbolo de acompañante.

Cuando la reina y su hijo bajaron por las escaleras seguidos de todos sus criados, Seung no pudo evitar desviar la vista que se suponía tenía que estar clavada al frente.

Miró al criado de piel morena.

Y él también estaba mirándolo con una sonrisa.

* * * *

Los dos años que siguieron fueron igual de solitarios para Seung-Gil. Iseul ya era una loba grande y madura pero con complejo de cachorro ya que en cuanto su dueño se distraía ella no dudaba en arrojársele encima como si aún fuese un ligero bebé.

No es que fuera muy usual que Seung se perdiera en sus pensamientos. Como no tenía ningún amigo allí adentro ni tampoco vida social, en lo único que podía pensar era en los asuntos de la Guardia. Su día a día podía pecar de aburrido pero él solía mentirse que estaba en esa situación por elección propia, porque no le caía ninguno de los brutos de sus colegas.

Y en parte era elección propia. Pero Seung no tenía amigos porque tenía una personalidad más bien repelente.

-Hijo -escuchó la voz de su padre un día.

Seung alzó sus espesas cejas con curiosidad, solo desviando la mirada de Iseul un par de segundos. Al instante la tuvo encima de él olfateándolo en busca de algún bocadillo que pudiera llevar escondido en los bolsillos. Su padre rió con ganas ante la escena.

-Veo que no es muy disciplinada.

-Sí lo es -masculló, quitándose a Iseul con cuidado-. Es solo que pierde la cabeza cuando hay comida de por medio ¡Iseul! Toma, chica.

Se metió la mano en los bolsillos y sacó un puñado de galletitas que había robado de la cocina, arrojándoselas un poco lejos para tener privacidad con su padre sin que la loba siguiera reclamando su atención.

-¿Ha ocurrido algo? -inquirió.

-Solo venía a saludarte. El rey y la reina tienen asuntos que tratar al otro lado del reino y es nuestro deber acompañarlos, ya sabes.

-Oh.

Seung-Gil no tenía mucho que decir al respecto. Era normal que su madre y las otras acompañantes siempre estuviesen al lado de la reina durante sus viajes. Para él era moneda corriente que su madre se ausentara por días o incluso semanas.

Su padre era otra cosa. Usualmente quedaba relegado a proteger los perímetros del castillo desde que había sido nombrado capitán de la guardia tras la valerosa muerte de Vlad un año atrás.

-Tenemos que ir a otro reino no tan pacífico como este. Su Majestad cree que es sensato que yo y mis mejores hombres lo escoltemos por cualquier cosa.

-Me parece bien -se encogió de hombros.

Iseul ya estaba correteando entre las piernas de Seung, pero él solo prestaba atención al gesto nervioso en el rostro de su padre.

-Quiero que quedes a cargo mientras no estoy.

Parpadeó con sorpresa. Él apenas tenía quince años. No podía ser un capitán, ni siquiera uno suplente. Si bien era cierto que muchos de los capitanes anteriores habían asumido con menos de veinte -el mismo Vlad tenía diecisiete al momento de jurar- nunca se había escuchado que alguien de tan solo quince inviernos lo hiciera.

-Serán solo dos semanas. Tal vez tres si nos agarra mal tiempo. Pero no creas que es un capricho de un viejo, Seung-Gil. Hemos hablado los guardias de rango superior y entre todos decidimos que eres el más apto para estar cargo.

Escuchaba entrecortadas las palabras de su padre, opacadas por el retumbar de su corazón contra sus costillas.

-Sé que eres muy joven pero no hay nadie más estratégico y táctico que tú. Eres el único que sabe como calmar a todos y, aunque no te tengan tal vez demasiado aprecio, te respetan por tus cualidades. Le vendrá bien un poco de juventud a la Guardia.

-Yo...

-¿De acuerdo, hijo? -lo interrumpió con una paternal sonrisa. Seung no podría haberse negado al ver los arrugados ojos de su padre a causa de aquel gesto.

-Sí, padre. Acepto con honor esta tarea.

No estaba demasiado convencido cuando dijo aquellas palabras. Pero Seung-Gil pensó que podría haber sobrevivido durante dos semanas como capitán suplente.

Poco imaginaba que ese sería su nuevo cargo de forma permanente.

* * * *

Menos de cinco días más tarde el reino se encontraba sumido en la tristeza, desolación y desgracia. La gente se amontonaba en las plazas principales de cada ciudad para rendir culto. Muchos incluso atravesaban el bosque, peregrinando en busca de dar un último pésame por la pérdida.

La noticia de la muerte del rey Aleksandr y su esposa se esparció como pólvora por todo el reino. No había un cadáver que devolver pero si se encontraron los restos del carruaje en el que viajaban junto a un caballo muerto por congelación. Los cuerpos habían quedado enterrados varios metros bajo la nieve luego de la tormenta.

Todo el mundo los lloró. El castillo era un sitio lúgubre y donde parecía que sol jamás saldría. Seung no tenía que trabajar esos días pero podía escuchar los gritos del príncipe mientras aquella mujer estirada a la que llamaba Madame Lilia intentaba consolarlo.

No existía persona que no hablase de la tristeza que sentía a causa de las pérdidas de sus monarcas, de lo que ocurriría con el reino, de muchas otras cosas que giraban en torno a Aleksandr y Alina nada más.

Nadie hablaba de los cocheros que los habían llevado. De los otros diplomáticos. De las doncellas de la reina y los sirvientes del rey. De los miembros de la Guardia que acompañaban.

De los padres de Seung-Gil.

Nadie lloraba a los desconocidos. Apenas sí podían agradecer que tuvieran una pira funeraria organizada por la Guardia donde quemaron un estandarte azul y plateado que tenía un el cuerpo de un lobo bordado en él.

Ni siquiera Seung-Gil lloraba por sus padres, ¿cómo podía esperar que un montón de desconocidos los recordasen?

Intentaba buscar en su corazón pero no encontraba más que un frío vacío. Él no sabía cómo llenarlo. No tenía idea de lo que su vida sería ahora. De lo mucho que todo cambiaría ahora que estaba sólo.

Pero aquellos no eran más que sentimientos egoístas. El reino estaba al borde del caos y sin un monarca con mano firme, Novokabirsk podría entrar en una guerra civil. El heredero era demasiado joven como para asumir aún pero la ley dictaba que Yuri debía ser el rey, incluso si eso significaba que un mayor gobernara en su nombre hasta que tuviera la edad suficiente.

En medio del funeral quiso correr a las perreras, tomar a Iseul y huir a través del bosque. Correr, correr y correr hasta que los pies le sangrara y los pulmones le estallaran por oxígeno. Tal vez así podría sentir al menos algo porque sentir dolor siempre era mejor que no ser capaz de sentir nada.

Una mirada intentaba penetrar en sus muros de piedra con insistencia. Seung-Gil podía sentir el ardor que le provocaba pero no quería girar a enfrentarlo.

Pero finalmente lo hizo.

El chico de piel oscura -porque ya estaba lejos de ser un niño- estaba al otro lado en el funeral, con el rostro bañado en lágrimas y un pañuelo de luto cubriéndole la cabeza. Cerró los ojos y bajó la cabeza, curvando los labios casi como si dijera:

Estoy contigo.

Aunque seas un desconocido, yo estoy contigo.

* * * *

Finalmente se decidió que sería Madame Lilia quien gobernaría en nombre del príncipe Yuri. Seung no dejaba de escuchar las quejas de todo el personal a causa del comportamiento odioso y problemático del niño de diez años pero nadie se atrevía a decir nada. Que el luto de los padres, que era un niño, que era casi un rey. Un montón de excusas que se acumularon con los años hasta que ya nadie podría haber sido capaz de anticipar o cambiar lo que avecinaba a causa de ello.

La Guardia tenía el triple de trabajo ahora. Como los guardias más importantes habían perecido en el accidente, solo quedaba un puñado de muchachos con poca experiencia al mando. Y nadie quería tomar el lugar de capitán en momentos tan turbulentos como aquellos.

Las tardes de entrenamiento con Iseul se acabaron. Seung patrullaba junto a su loba por las noches en busca de enemigos que intentaran asediar la paz que parecían haber conseguido en el palacio. Muchos despedidos le siguieron al accidente, recortando enormemente la cantidad de empleados que trabajaban para la corona. Las únicas personas que Seung reconocía -como el cocinero, el pecoso al que siempre regañaban, el revoltoso Leo y el acompañante de piel oscura del príncipe- seguían aún allí. Por alguna razón eso lo aliviaba.

Durante uno de sus turnos cuidando los alrededores por la noche, los cabellos de Iseul se erizaron ante el peligro. Segundos después escuchó el crujir de la grava en la entrada del jardín, haciendo que Seung empuñara la espada, listo para el ataque.

Pero el enemigo no era otra que el chico.

El corazón le latía en la garganta y trataba de no lucir completamente sorprendido al verlo allí, en sus territorios, sin ningún motivo aparente.

-No deberías estar aquí -se atrevió a decir-. Es muy peligroso aquí afuera. Podría salir cualquiera cosa del bosque.

-Yo creo que tú y tu lobo se ven más aterradores -rió él. Su risa sonaba más musical que las sinfonías que solían tocar los violines y piano de las fiestas.

-Es una loba -le corrigió.

-¿Eh? -replicó confundido.

-Iseul es una loba. Y muy orgullosa de serlo. Nadie creía que ella pudiera pertenecer a la jauría de lobos de la Guardia.

-Y mírala ahora entonces -dijo el chico, sonriente- ¡Es la compañera del capitán!

Seung-Gil se sonrojó al oír la palabra capitán brotar de sus labios. Agradeció que fuera una noche oscura.

-¿Qué haces aquí? -preguntó. El chico se le acercó con cautela.

-No tengo un motivo.

-Nadie viene a los jardines en medio de la noche solo porque sí -replicó con molestia.

-Vengo todas las noches.

-Jamás te he visto.

-Me escondo muy bien.

Se quedaron en silencio. El chico miraba al cielo nublado, con los ojos moviéndose en busca de la luna. Él, por su parte, no podía dejar de contemplarlo.

-¿Cuál es tu nombre? -preguntó con una fascinación que no podía creer que tenía.

-Phichit -respondió, bajando la mirada hasta que chocó con la suya-. Es un gusto conocerlo, capitán Seung-Gil.

* * * *

Con los meses las cosas no se calmaron. Y con los años simplemente empeoraron.

No ayudaba la actitud totalmente caprichosa del príncipe, que quería tener todo a sus pies en el momento en que le pintaba. Seung-Gil respondía a sus órdenes y de nadie más al ser el capitán, por lo que estaba atado a las estúpidas campañas que el niño quería hacer por los perímetros de Sibír. Y, por mucho que lo odiase, lo único que Seung tenía era la disciplina y los deseos de cumplir con el deber, viéndose obligado a mandar a decenas de guardias a sus muertas en el desierto congelado.

Él quería ser como el príncipe, sin embargo. El chico creía que comportándose de esa forma la gente no se enteraría del dolor que cargaba adentro desde la muerte de sus padres pero para él, que era demasiado observador, todo aquello hacía simplemente lo contrario. El príncipe estaba destrozado. Tal vez de forma irreparable.

Seung también quería que la muerte de sus padres le doliera tanto como le dolía a Yuri la de los suyos.

Para entonces ya llevaba cuatro años como capitán. No llegaban demasiados novatos y tenía que arreglárselas con el poco personal que le quedaba. Estaba en sus aposentos, con los ojos clavados en un mapa del reino y la mano colgándole de la silla para que Iseul restregara su hocico contra ella cada vez que le apeteciera.

En algunas ciudades habían comenzado los saqueos a causa de la escasez de alimentos provocada por el mal clima. La gente estaba matándose por hogazas de pan y cubos de agua fresca. Los cuerpos de centinelas locales le habían enviado una carta pidiéndole ayuda para controlar la situación. Necesitaban una estrategia y más hombres para mantener a raya a la muchedumbre enloquecida. Seung no podía darles ninguna de las dos.

La puerta sonó y, tras no oír una respuesta del dueño de cuarto, el intruso acabó metiéndose de igual manera.

Era Phichit, y traía una bandeja con un samovar lleno de té caliente junto con un montón de galletitas.

-No tenías que molestarte -dijo, sin desquitar la vista del mapa.

-Llevas más de un día sin comer -respondió Phichit mientras dejaba la bandeja en el centro del mapa, obligando a que Seung lo mirara.

-Hay gente que llevaba más de un día sin comer.

-Y es una pena. Pero no los ayudarás matándote de hambre.

Tenía una relación extraña con aquel muchacho. Desde hacía cuatro años se frecuentaban cada tanto a pesar de que fueran tan opuestos que podrían haber hecho explotar al mundo. Phichit era dulce, divertido y ruidoso mientras que Seung era huraño, solitario y más bien aburrido.

Lo contempló durante unos segundos. Ya no tenía el rostro infantil y se había estilizado como solo un muchacho de diecinueve años podría hacerlo. El pelo ya no era un pelambre color negro sino que se veía peinado y sedoso, incluso un poco brillante. Sus ojos tenían una picardía que solo la experiencia y la madurez podrían darle.

Phichit se trepó al escritorio, apoyando las rodillas y las palmas de las manos sobre el mapa de Novokabirsk, procurando no voltear el samovar hervido y el plato de galletas.

Seung-Gil lo tenía a escasos y simplemente no pudo evitarlo.

Se arrojó a sus labios con desesperación.

Su compañero no se opuso a aquello sino que le devolvió el beso con una ardiente pasión a pesar de que no habían pasado más de tres días del último encuentro. Lo sintió soltar un suspiro bajo sus labios en cuanto sus lenguas se encontraron, pero estaba tan perdido en el deseo que tal vez el gemido fue suyo y no de Phichit.

Tenía una relación extraña con aquel chico, claro que sí. Habían sido dos años amigos y los dos siguientes habían sido amantes. Phichit y Seung-Gil eran dos extraños fuera del dormitorio, dos personas que no compartían más que juguetonas miradas en los bailes o actos de la realeza, pero en las sábanas eran la única persona que conocía más que sí mismo al otro.

El palacio era un lugar triste y solitario para cualquiera: te obligaba a buscar compañía en las personas más inesperadas. O al menos eso pensaba Seung cada vez que le arrancaba las ropas a ese muchacho de piel oscura.

Trazó las líneas de su piel con el dedo. Sí, era tan suave cómo imaginaba. Recordaba ser un niño y anhelar, en el sentimiento más puro, poder sentir el tacto de aquella piel tan diferente a la suya pero que había llegado a apreciar más que a nada.

-¿Lo hacemos arriba del mapa? -preguntó Phichit entre besos en los labios, el cuello, la mandíbula- Quiero poner mi culo sobre esta nación horrorosa.

-Eres un sucio -le contestó Seung con fascinación-. Me encanta.

Iseul alzó las orejas al oír aquella frase. Seung le había dicho muchas veces a su chica lo mucho que le encantaba que fuera tan buena compañera para él y ahora se veía terriblemente celosa de que tuviera que compartir a su amo con ese humano flacucho. Se aventó encima del escritorio, justo en medio de un Seung ya sin camisa ni chaqueta y un Phichit con pantalones desabrochados, gruñendo.

-¡Eh! Tranquila, Is... -dijo Phichit tratando de acariciarla. La loba le lanzó una dentellada.

Seung trató de que Iseul se bajara del escritorio pero ella no dejaba de gruñir de forma protectora, alejando a Phichit de su amo. En vista de que parecía imposible de alejarla y de que si se mudaban hasta su cama probablemente la tendrían allí también, Seung daba por perdido su momento con el atractivo criado.

-Supongo que se nos aguó la fiesta -soltó Seung-Gil. Iseul le ladró en respuesta, tal como haría un perro y no un lobo.

-No te creas. Vendré a verte cuando la sargento esté durmiendo en la perrera -sonrió de forma lasciva, antes de darle un beso.

Phichit se abrochó los pantalones y se encaminó a la puerta, sin quitar la vista de la amenazante loba. Acabó por sacarle la lengua aunque por supuesto Iseul no entendería nada aquel gesto.

Seung se sentó otra vez en su silla, abanicándose con uno de los pergaminos que tenía regados por el escritorio. El rostro le ardía y sentía que estaba a punto de explotar a causa de unos simples besos. Iseul le lamió la mano y apoyó la cabeza sobre su regazo, como si se disculpara por quererlo más de la cuenta y no estar dispuesta a compartirlo con nadie.

-Sabes que eres la única para mí.

Pero Phichit era el único, por supuesto.

* * * *

Muchos años después, Seung tuvo una pesadilla.

En ella, el príncipe Yuri estaba a punto de ser coronado como rey. Todos en el palacio tenían el corazón en la boca por lo que se convertiría el reino bajo su tiránico mandato. El chico era un engreído y un insoportable, un niño que se rehusaba crecer y asumir lo que significaba ser un rey de verdad al que habían preparado toda su vida para ello.

Entonces dos viejos enfermos aparecían pidiendo asilo y el rey se reía de ellos en sus caras, de lo desdichados que eran por no contar con un palacio como él y su gente.

Y ahí ocurría la desgracia.

Seung no tenía demasiados recuerdos de esa pesadilla. En ella se despertaba con garras y dientes tan filosos que podrían haber cortado la carne humana con facilidad. Ahora tenía un instinto asesino que antes no existía en su interior por más que había nacido con la espada pegada en la mano prácticamente.

El único problema es que no era realmente una pesadilla. O al menos no era de esas pesadillas que podías alejar escondiéndote en el pecho de la persona que amabas hasta que te quedaras dormido escuchando su relajado corazón, de esas que tus amigos te decían que no eran reales mientras te secaban las lágrimas ni mucho menos del tipo de pesadillas que podían ser ahuyentadas por mamá.

Era una pesadilla en vida.

Se habían acabado las noches con Phichit. La primera vez que trató de tocarlo sintió un agudo dolor a causa de las espinas que ahora lo aprisionaban. La única vez que quiso mirarlo con amor sintió la sangre escaparse de su cuello.

No podía soportar estar cerca de él pero no poder tocarlo. Phichit no podía soportarlo, tampoco. Así que la única solución que les quedaba era ser extraños no solo en las afueras de la habitación sino también adentro.

Tampoco podía cuidar de Iseul en ese estado. Seung-Gil apenas estaba aprendiendo a cuidarse a sí mismo y su loba se alteraba cada vez que se le acercaba. La escuchaba aullar todas las noches en busca de su dueño perdido. Le hubiese gustado que ella lo entiende cuando él le decía que seguía allí, que por favor confiara en él como había confiado en ella cuando había sido no más que un cachorrito.

La llevó a la entrada del bosque con una correa, con la loba retorciéndose rabiosa ante su cautiverio. Se le rompía el corazón y las espinas lo ahogaban al verla tan indefensa e impotente pero muchas opciones no le quedaban.

Se agachó a su lado e ignoró las mordidas y arañazos que ella le provocó mientras la soltaba. Le gruñó enfurecida.

-Eres libre, compañera -le dijo-. Puedes ir y recorrer los bosques como solíamos hacerlo.

Ella seguía enseñándole los dientes a ese chico extraño. Seung podía notarla furiosa desde la maldición que lo había convertido en un monstruo. No lo suficientemente humano como para sentir pero tampoco lo suficientemente animal como para no tener que lamentarse por ello.

Y ahora que no debía sentir las cosas, los sentimientos afloraban con mayor intensidad que nunca.

-Es lo mejor para ti, Is, anda.

Iseul lo olfateó sin poder reconocerlo. Un par de lágrimas cayeron de sus ojos en cuanto ella posó el hocico sobre su mejilla y finalmente gimoteó contra su amo perdido.

-Hasta que nos volvamos a ver, compañera.

La loba se separó de él y lo miró una última vez. Luego se alejó corriendo, atemorizada y sintiéndose abandonada, de aquel castillo de pesadillas.

Esa noche, en su fría e improvisada cama en el suelo, escuchó un aullido de dolor que podría haber quebrado el mismo cielo nocturno. Lleno de abandono y traición a lo que alguna vez había tenido.

Y pensó en las pocas cosas que había querido en su vida pero con la suficiente intensidad. Su loba, su espada, sus padres, su amante.

Finalmente se dio cuenta que aquel aullido a la luna había sido el suyo.


Autor desconocido.

"De héroes y heroínas",

Libro de cuentos y biografías de figuras famosas de Novokabirsk.

Transcripción del testimonio de Seung-Gil, capitán de la Guardia Real de Novokabirsk.

¡Luego de una noche de insomnio salvaje traigo el extra de sorpresa! La verdad es que no había planeado terminarlo pero las ideas fluyeron por sí solas :D

Vimos un poco más de nuestro lobito amargado, de sus inicios y sus miedos, también de sus pasiones ;) espero lo hayan disfrutado.

Tengo planeado un cuarto extra llamado "La canción del cisne" (y supongo que se imaginarán de quien es) pero no se cuando lo publicaré porque no quiero que se corte la tensión de los capítulos que vendrán. Ya veré como soluciono esto jeje

¡Muchas gracias por todos los comentarios de ayer! Superaron casi al doble a los comentarios que usualmente tienen los capítulos y me volví loca leyendo todos pero me hicieron reír y sonreír muchas veces <3 gracias por tanto, a todas.

No garantizo que el capítulo 22 esté para mañana luego de este desvelo haciendo el extra, pero creo que ya saben que conmigo es imposible saber cuándo llegará :)

¡Besitos!

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