EXTRA 2
Hubo una época donde el reino no estuvo dividido por un desierto de hielo. Existían tiempos donde Novokabirsk vivía en una eterna primavera, con ninfas bailando sobre los árboles y los espíritus del bosque cuidaban de toda la vida. Cuando las flores parecían cantarte al oído y el agua te murmuraba por la noche historias sobre el sol, la luna y las estrellas. Eran años dorados, años de paz y de esplendor.
Pero no todo podía ser eterno. La belleza se marchita y la paz siempre es pisoteada por otros. Los grandes Perún y Veles lo sabían muy bien.
Perún era el dios de todo. De la grandeza del firmamento, de los electrizantes rayos, de las águilas que surcaban por los cielos y las flechas que atravesaban el corazón de los enemigos. Era el rey de los dioses y nadie se atrevería a contradecirlo, nunca.
Excepto, por supuesto, su enemigo de todos los tiempos: Veles.
Veles era el dios de muchas cosas. De la tierra y todo lo que hay bajo ella, de los cuerpos de agua y las serpientes marinas que los asediaban. Era el que juzgaba las almas cuando morían y también de la medicina que les evitaba la ida al inframundo. Creó la vibrante música que hechizaba a los humanos pero los engañaba con sus tretas y travesuras.
Vivían en una riña de nunca acabar. Veles quería todo de Perún: su poder, su esposa, sus elementos. La envidia no lo dejaba vivir en paz.
Fue entonces que Veles se transformó en un inmenso dragón y escupió llamas por todos los bosques que Perún había creado. Los árboles ardieron hasta no ser más que cenizas que volaban con el viento, las ninfas murieron por su humo y el agua de los ríos se secó. Después, cuando ya nada quedaba sobre la tierra, usó sus poderes para congelar todo a su paso. Creó la nieve y la maldijo para que ésta siempre cayera desde los reinos de su némesis Perún.
Muy pronto toda la belleza que alguna vez existió se convirtió en un páramo congelado al que decidieron llamar Sibír.
Pero Veles no contaba con una cosa que ocurrió. Había un último elemento que también estaba bajo su jurisdicción y que era mucho más difícil de controlar que todas las otras cosas a su cargo.
Ese elemento se llamaba magia.
La magia era desobediente y poco dócil. Para vengar la nula atención que Veles le otorgaba, envió un pedacito de su poder a las tierras que su amo estaba destrozando. A las rocas, a la nieve, a la poca vida que quedaba por los alrededores.
Y de ella nacieron los brujos y brujas de Novokabirsk.
* * * *
Su primer nombre fue Kir. En su lengua, Kir significaba amado. Era tan alejado de la realidad que no esperó a cumplir ni siquiera su primer siglo de vida que ya lo cambió a Viktor. El victorioso. El conquistador. Le gustaba bastante más.
Viktor nunca supo quienes fueron sus padres, ni siquiera podría decir que tuvo unos. Él no tenía idea de dónde nacían los brujos. Muchas leyendas declaraban que aparecían de los cúmulos de magia que se formaban en ciertas zonas. Eso también explicaría las habilidades de cada brujo en ciertas áreas y no en otras.
Un campesino lo encontró cerca de las faldas de un volcán cuando era un bebé y trató de venderlo a los esclavos. El hombre acabó con las manos calcinadas luego de aquello, en los mismos lugares con los que había tocado al niño.
Fue entonces que cayó en los brazos de una dulce ninfa de la noche -una nocnitsa- llamada Ira. Su especie solían ser consideradas demonios de pesadillas y la oscuridad, pero Ira nunca trató con nada más que amor al niño brujo al que llamó Kir. No le importaba que el niño brillara como el sol y de vez en cuando se le quemara la piel azulada con la que lo acariciaba.
Su nombre sí tenía sentido para esa época.
Lo crió en la profundidad de una caverna, cerca de un bosque totalmente muerto y congelado. Mientras Viktor -Kir, aunque siempre renegó del nombre- crecía apresuradamente, nunca tuvo contacto con más vida que la que le proporcionaba su madre adoptiva. Nunca vio a otra nocnitsa ni a ningún otro tipo de ninfa.
-Mi dulce niño -le cantaba por las noches-. Algún día serás quién descongele este desierto y nos devuelva toda la vida que solíamos tener.
Sonaba difícil. Pero Viktor lo haría para que su madre sonriera.
* * * *
Todavía era un niño -de edad y de cuerpo- cuando comenzaron a permitirle que anduviera por los alrededores de los árboles muertos y usara aquella zona como campo de juegos. Aunque juegos para Viktor sonaba también como entrenamiento.
Sus poderes nunca estuvieron ocultos para él. De vez en cuando podía molestar a su madre haciéndole creer que una cosa no estaba en un lugar siendo que en realidad sí lo estaba o lograba cambiar por algunos segundos el color de su cabello. De nacimiento tenía el pelo rubio y dorado pero a Viktor le encantaba transformarlo a mechones plateados, exactamente al color que tenía su madre y el brillo de la luna. No podía hacer muchas más cosas aparte de eso.
Estaba correteando entre los troncos cuando se detuvo abruptamente ante la vista que tenía al frente. Fue gateando por la nieve hasta el pie de aquel gran árbol, donde yacía un pajarillo sin vida.
No era más que un pichón. Probablemente se había caído del nido intentando volar pero la altura fue demasiado alta y el suelo demasiado duro.
Aquel Viktor niño lloró por primera vez. Era demasiado injusto. El pájaro era pequeñito igual que él y no le parecía correcto que se tuviera que morir por haber fracasado la primera vez que se enfrentaba a la adversidad del mundo.
Lo acunó entre sus dos manitas, descubriendo que tranquilamente cabía en una sola de ellas de lo chiquito que era. Viktor dejó de llorar y cerró los ojos. Pensó en los hilos que lo anclaban a la vida, al aire, a todo lo que lo mantenía en pie y con energía.
Deslizó uno de esos hilos al pajarito. Y luego dos. Era tan pequeño que ni siquiera sobrellevaba un gran esfuerzo, pero era la primera vez que intentaba algo como aquello y su frente comenzaba a perlarse de sudor.
Se detuvo para respirar totalmente agitado. Un ruidito lo distrajo, un suave piar que venía desde la palma de su mano.
Abrió los ojos y el pichón le devolvió la mirada. Casi parecía estar sonriéndole y diciendo gracias.
Luego, alzó las alas y voló.
* * * *
A ese hecho le siguieron varios parecidos. Las salidas a jugar de Viktor consistían en buscar animales recién muertos, que no fueran un saco de podredumbre y huesos aún. Esos ya no tenían esperanzas. O tal vez la tuvieran si Viktor estuviese más entrenado y experimentado, por lo que se sentía motivado a siempre superarse a sí mismo.
Luego ya no solo eran los animales sino también las plantas. Elegía los troncos menos deteriorados y les entregaba un poco de su energía vital hasta que brotaran varias hojitas de un verde brillante que sus ojos jamás habían logrado observar en las profundidades de su cueva. Las hojas siempre morían al día siguiente a causa de la helada pero Viktor no se rendía, lo intentaba siempre una vez más.
Por las noches acababa tan cansado que en lo único que podía pensar era dormir. Su madre, al ser una ninfa de la noche, podía velar por sus sueños para que tuviera solo imágenes placenteras, ayudándolo a descansar lo suficiente para empezar el nuevo día.
Pasaban los años y Viktor seguía creciendo. Según la lógica que los humanos llevaban él ya debería haber sido casi un hombre mayor pero se veía apenas como un muchacho que entraba en la adolescencia. Tal vez fuera que él aún se sentía como niño estando al lado de Ira.
Ira sí envejecía mucho más. Las ninfas tenían una esperanza de vida mayor a la de los humanos pero ni por cerca tan extensa como la de los brujos, o al menos eso le decía ella. Viktor la curaba al darle de su energía vital, buscando los puntos de su cuerpo desgastados para poder rejuvenecerlos. Ella le agradecía con los labios pero no con la mirada. Su madre entendía mejor que él que toda su ayuda venía con un precio.
Para aquel entonces Viktor ya no tenía que jugar a teñirse el cabello de plateado. El desgaste de energía se lo había dejado completamente gris a tan corta edad.
* * * *
Una tarde, dispuesto a pasarle algunos de sus hilos de vida a Ira, ella lo detuvo con su arrugada mano de color azul.
-No te molestes, moy Kir -le dijo ella con una maternal sonrisa-. He recordado de una planta que podría ayudarme con mi enfermedad.
-No la necesitas, madre -respondió-. Puedo ayudarte yo.
-Esto te está desgastando mucho, y no hay enfermedad que duela más que ver eso. Yo sé que lo haces de todo corazón por tu vieja madre pero tienes que pensar también en ti mismo. Es el mejor regalo que podrías darme.
La miró por debajo de su largo cabello grisáceo. Eso era otra cosa que a mamá le encantaba; el cabello del pequeño llegaba hasta la cintura e Ira adoraba poder trenzarlo, llenarlo de las pequeñas flores que él hacía crecer cuando le daba vida al suelo o a los árboles.
Entendió lo que su madre decía, y en parte también tenía razón. Él estaba muy al tanto de los estragos que le causaba ayudar a sobrevivir a una pobre ninfa anciana. Su cuerpo crecía más rápido. Ya no podía desperdiciar su energía resucitando animalitos o hacer crecer plantas. Lo estaba consumiendo de a poco.
Escuchó lo que su madre le contó sobre la planta curativa. Era una flor que crecía de un árbol que habitaba el bosque muerto, y que si Viktor se esforzaba podría hacer crecer un puñado de ellas cada día. Tomó nota de todos los detalles, sobre su ubicación, el tronco al que pertenecían y también cómo reconocerlas.
Echó a correr de la caverna, no sin antes darle un mínimo de energía a Ira por las dudas. Anduvo varias horas en busca del viejo árbol hasta que finalmente dio con él. Su corazón latía fuertemente, rogándole a todos los dioses y espíritus que fuera aquel árbol.
Un poco ansiaba que su madre tuviera razón. Tal vez así recuperaría algo de energía vital para sí mismo aunque sonase muy egoísta. Él también quería vivir. Y, más que nada, quería que Ira viviera.
Se concentró en el árbol que llevaba muchísimas décadas muerto. Estaba congelado y los bichos habían empezado a comerse su interior. Viktor se enfocó en su canción vital, la que alguna vez cantó desde sus raíces para que las hojas y flores crecieran.
Un puñadito de flores blancuzcas no tardó en crecer. Eran pequeñas y tenían cinco puntas, con el centro totalmente hueco. Olían embriagadoramente bien, aunque de una forma que acabó por marearlo varios segundos. Las apretó sobre su mano y regresó a su diminuta casita.
Su madre seguía agonizante sobre una de las pequeñas camas improvisadas que tenían. La mirada se le iluminó al ver regresar a su hijo.
-Las conseguí para ti, mamá -dijo orgulloso, a pesar de que jadeaba y le sudaba el cuero cabelludo.
-Al fin, moy Kir.
Él se acercó hasta ella y siguió todas sus instrucciones para la preparación. Las aplastó con una roca hasta que no fueron más que pulpa y la mezcló con la sopa de raíces del día, la cual Ira aceptó gustosa. Una vez que su cena estuvo terminada ella cerró los ojos y se recostó contra la palma de su hijo.
-Prométeme por tu vida y por lo mucho que me amas que no intentarás nada -soltó ella de repente.
-¿Madre?
Entonces comenzaron los espasmos. El cuerpo de Ira convulsionó levemente para el horror de los juveniles ojos de Viktor. Alzó las manos en busca de usar sus poderes para detener aquella locura pero ella las apartó al instante.
-¡Promételo! -suplicó entre lágrimas- ¡Promételo!
-Lo prometo -dijo asustado-. T-te lo prometo por el día en que me encontraste.
Ira sonrió a pesar de los espasmos de su cuerpo. Se apoyó sobre la almohada, luchando contra las elevaciones de su viejo pecho.
-Flor del suicidio -susurró ella.
-¡¿Qué?! -preguntó Viktor, con horror.
-No te preocupes, moy Kir, has cumplido exactamente con mi voluntad.
Cerró los ojos, y de sus párpados caídos brotaron lágrimas azuladas.
-Te amo.
Su cuerpo se detuvo. Viktor estaba quieto, con las lágrimas bajando a caudales por su suave rostro.
-No...
La sacudió un poco. Ella no se despertó, aunque eso ya se lo esperaba.
-¿Mamá?
Flor del suicidio.
El corazón le tronaba en los oídos. Su madre lo había engañado. Lo había hecho crecer una planta que le quitase la vida. Había hecho que él, su hijo, hiciera eso. Todo el peso de la culpa ahora caería sobre sus hombros por más de que él no lo supiese o que ese hubiera sido el plan de Ira todo el tiempo.
Trató de usar los hilos de la vida pero no lograba conectar con el cuerpo de su madre. Viktor estaba algo cansado por la energía que le daba todos los días más las flores por las que tanto se había esforzado conseguir. No estuvo ni cerca de ayudarla.
Se había ido.
Cuando una ninfa moría su cuerpo se desvanecía a las pocas horas en polvo que luego regresaría a la naturaleza de la que habían nacido.
Ira no regresaría a su lado.
Ahora estaba sólo. Y tal vez así sería para siempre.
* * * *
Se encerró en la caverna durante muchos años. Nunca más volvió a usar su poder sobre los hilos de la vida luego de que el cuerpo de su madre se desvaneciera por completo. Un poco por orgullo, un poco porque realmente no podía hacerlo.
Tenía el corazón totalmente roto. Recordaba esos últimos minutos con su madre y los repetía en su cabeza una y otra vez. Nunca más la vería. Nunca más lo llamaría moy Kir.
Ira lo había criado pero muchas cosas quedaron sin enseñar. El brujo no sabía nada acerca de la vida real, mucho menos aprender como insertarse en ella.
Tal vez fuera por eso que agradeció cuando finalmente lo encontraron. Tres personas -dos mujeres y un hombre- que lucían largas túnicas de diferentes colores y patrones bordados en dorado. Los miró con los ojos completamente abiertos.
-Creemos que eres uno de los nuestros -declaró la mujer con el vestido azul.
-¿Lo soy?
-Si así lo deseas, sí -respondió el hombre de rojo.
Lo invitaron a ir con ellos. Viktor aceptó. No le quedaba nada más, de todas formas. Tal vez ir con esos elegantes extraños fuera su destino al final.
La mujer que vestía de verde los transportó a todos lejos del desierto helado -al que llamaban Sibír- y los dejó cerca de un camino pedregoso en medio de un bosque, donde un carruaje los esperaba.
Un bosque, ¡uno de verdad! La vida desbordaba por todas partes. Desde las criaturitas que se deslizaban lejos de los humanos hasta la exorbitante vegetación. No le quitó la vista ni un segundo, ni siquiera cuando se subió al carruaje ya que pidió ir del lado de la ventana para poder observarlo todo.
Ese debía ser el plan de Ira. Ella sabía que no estaría siempre para su hijo y, con su partida, solo estaba colaborando a que Viktor -Kir- encontrara su lugar en el mundo lo más pronto posible.
Tras un par de días de viaje llegaron a una construcción colorida, con varias torres que se torcían en la punta. Viktor nunca había visto un edificio, pero su madre le contaba de la vida de los humanos. Aquello debía ser uno.
-Este es el Gremio de la Magia -le dijo la mujer de azul-. Mi nombre es Lada y te ayudaré en tu entrenamiento para alcanzar el máximo potencial de tus poderes.
Viktor sonrió. No debería haberse sentido orgulloso de algo como eso pero verdaderamente lo estaba. Tal vez incluso pudiese encontrar una forma de reunir los restos de Ira algún día.
Sí. Algún día.
* * * *
En el Gremio descubrió que sabía poco y nada. No tenía idea de lo que era escribir y su lenguaje era demasiado pobre. La gente de allí usaba palabras totalmente desconocidas para él. Lo llamaron analfabeto y salvaje.
No dejaba que eso lo decayera. Se esforzaba hasta altas horas de la noche intentando leer aquellos pesados manuales sobre magia, cultura e historia. Su cerebro apenas sí podía retener tanta información y la cabeza siempre acababa palpitándole después de leer.
Le dieron una de aquellas bonitas túnicas de color gris con dorado. Le dieron algunos objetos encantados y comida que lo ayudaba a sanar más rápido. La luz que solía iluminarlo de niño regresó con el tiempo. Su pelo gris se volvió del mismo plateado brilloso que el de Ira.
En pocos años, Viktor era una persona completamente diferente. Kir ya no existía. Se había muerto luego de hacer crecer unas flores envenenadas.
Existían pocos brujos de la vida y la muerte. No eran demasiado cotizados ya que cualquier persona que quisiera hacer uso de esos poderes estaría en una posición muy elevada con respecto a las demás personas. Por eso, el Gremio ocultaba que tuvieran de ese tipo de brujos deambulando por la sede. Solo muy pocos tenían conocimiento de ellos.
Y esos eran los de la nobleza.
Así que el joven brujo, que tenía casi ciento sesenta años para entonces, fue enviado con el rey de turno para trabajar en su Corte. Viktor era elegante, se había vuelto muy culto y podía revivir a cualquier tipo de animal o sanar la más mortal de las enfermedades. Quizás no tan entrenado como un invocador, aún así podía provocar ciertos fenómenos naturales o encontrar objetos que estuvieran perdidos. Era excelente armando ilusiones que venían de maravillas en cualquier campo de batallas. Incluso podía transformarse a sí mismo y adoptar cualquier rostro del que tuviera conocimiento.
La reina Allochka lo recibió con los brazos abiertos en su inmenso palacio. Desde allí reinaba a todo Novokabirsk, el nuevo reino al que Viktor pertenecía. Siempre lo había hecho ya que Sibír se consideraba parte de su extensión, pero apenas ahora tenía conocimiento de esto.
-Necesito que cures a mi esposo -dijo la reina el día en que llegó-. Se ha encerrado en sí mismo y no quiere salir.
Eso sí que era un reto.
Lo condujeron a los aposentos del rey Faddey. El hombre se veía como un anciano mientras que su mujer no debería haber superado los veintitantos inviernos. Viktor se le acercó y tomó su mano, aunque el hombre no le prestó ninguna atención.
Busco los hilos de la vida de aquel hombre y, mientras lo hacía, se encontró con algo totalmente nuevo.
Viktor estaba acostumbrado a un cuerpo sin hilos -por la muerte- y los hilos deteriorados en vida a causa de enfermedades o heridas.
Aquel hombre los tenía todos rotos. Podía sentir las puntas quebradas que luchaban por unirse una vez más pero sin lograr alcanzarse jamás. La realización de lo que aquello significaba lo golpeó con fuerza.
El rey estaba muerto en vida.
Se esforzó como nunca con aquel anciano. No podía darle de sus hilos porque no había un espacio para agregar nuevos. Lo único que le quedaba era tratar de parchar los espacios que dejaban los rotos, de volver a unirlos aunque eso significase que el hombre jamás volvería a ser quién era.
No ayudaba que el rey Faddey no pusiera de su parte. Siempre era Viktor el que se esforzaba más de la cuenta y tenía que dormirse varios días seguidos para no caer colapsado por el desgaste de energía.
Aquel hombre murió a las pocas semanas. La reina pataleó y lloró por su esposo fallecido, una visión que no conmovió a Viktor lo suficiente. Aún así se ofreció a traerlo de regreso.
Y le sorprendió oír que Allochka se negó.
* * * *
Siguió trabajando varios años en la corte hasta que su hermosa reina también partió al lado del dios Veles. Eso no significaba que Viktor tendría que abandonar su puesto como brujo imperial ya que la corona seguía necesitando de su servicio.
Mariana, Igor, Grigori, Anastasia, Petrov. Tuvo varios monarcas a los que acompañaba en los momentos más difíciles y que querían a Viktor como un miembro más de la familia real. Ninguna petición era demasiado codiciosa o inmoral. Sus reyes eran personas de buen corazón y que velaban por el bienestar del pueblo. Él no les hubiera negado nada. De todas formas no sentía un dolor demasiado profundo cada vez que los veía partir; tal vez era la costumbre, tal vez era la falta de afecto que era incapaz de sentir. Su teoría es que su corazón se había vuelto de hielo luego de tantos años vividos en Sibír. Ya era uno con el mismo desierto.
Pero aunque los años pasaran él nunca dejó de cuestionarse el motivo por el que Allochka no quiso que trajeran a su marido de entre los muertos. Era algo que lo carcomía todo el tiempo. También le enojaba. Ella que tenía la oportunidad de vivir más cosas junto a Faddey se negaba. Viktor, que hubiera dado su propia vida para regresar a Ira, no podía hacerlo.
Comenzó a frecuentar el Gremio otra vez en busca de adoctrinar a los pequeños brujos que le traían no solo del resto de Novokabirsk sino de algunas naciones vecinas y otras a las que se llegaba atravesando el mar.
Y un día llegó un brujo joven que escapaba de un imperio feudal que quería quemarlo vivo por sus poderes.
A Viktor le daba curiosidad aquel chico. No había cumplido su primer siglo de vida pero se veía físicamente apenas más joven que él, siendo que le había tomado más de trescientos años alcanzar esa forma.
¿Sería que el chico tuvo una turbulenta vida que lo hizo crecer más deprisa?
De todas formas era un asco con la magia. A veces provocaba tornados en las cocinas y empapaba con lluvias a sus maestros. Cada vez que invocaba objetos siempre acababan aterrizando en el centro de su rostro.
-Te concentras en demasiadas cosas a la vez -le dijo al novato-. Tienes que enfocar toda tu energía en lo que haces.
-Algunos lo hacen parecer muy fácil. Y muchos pueden hacer más de una cosa al mismo tiempo -refunfuñó mientras se acomodaba el cabello.
Viktor suspiró y soltó una risa. El chico entrecerró los ojos con el orgullo un poco herido, aunque estaba seguro que su visión debía ser algo mala ya que siempre estaba con los párpados apretados.
-La magia elemental es más estable que la magia de vida. Es cuestión de invocar algo que ya está allí. Solo tienes que ser capaz de acercarlo hasta a ti o tu objetivo.
Lo vio morderse el labio con nerviosismo, con la mirada ilusionada y brillosa.
-Viktor, ¿serías mi maestro?
No sabía muy bien la razón pero ahora era él quien tenía la mirada iluminada. Le dedicó una simpática sonrisa.
-Por supuesto, ¿eh...?
-¡Yuuri! -respondió con emoción. Las mejillas se le colorearon al instante por aquel acto atolondrado.
Viktor le palmeó la espalda, demostrándole que podía tenerle confianza y que no mordía a los novatos.
-Muy bien, Yuuri. Seré orgulloso tu maestro.
* * * *
Yuuri era un alumno bastante duro de roer pero al menos era perseverante. De vez en cuando sus ánimos parecían decaer pero aparecía al día siguiente con renovadas esperanzas que ni el mismo Viktor había sido capaz de encontrar en su propia vida.
-Concéntrate -exclamó Viktor por cuarta vez.
Su pupilo respiró hondo y alzó una mano. Una ventana se abrió de golpe y dejó entrar un viento que prácticamente derribó a su maestro. Viktor acabó despatarrado en el suelo, con el cabello -hace bastantes años ya corto- para todos lados. Escuchó a Yuuri ahogar un grito.
-¡Perdón! ¡Viktor!
-No pasa nada, Yuuri -se apresuró a decir mientras se sacudía la ropa. Yuuri corrió a su lado y le ofreció una mano-. Eso sí que ha sido un fuerte viento, podrías derribar ejércitos con ese poder.
-Eso si no derribo al ejército equivocado antes de tiempo -dijo cabizbajo.
-De eso ni hablar. Haré de ti el mejor invocador del Gremio.
Los ojos de Yuuri brillaban cada vez que Viktor decía cosas como aquellas. Nunca se lo decía pero estaba seguro que sus palabras lo ayudaban a recuperar la confianza en sí mismo cada vez que esta caía.
Practicaban cerca del río y en medio de la vida salvaje. Viktor quería que Yuuri fuese capaz de controlar todos los elementos y los fenómenos naturales. Con el tiempo, Yuuri aprendió a mover el agua a su antojo y a provocar vendavales que no acababan por derribarlo a él incluido. Provocó una feroz tormenta que arrancó árboles de cuajo. Se estaba volviendo un brujo bastante excepcional, y Viktor creía que ya llegaba la hora de practicar con el elemento que nunca le había permitido manipular a Yuuri.
El fuego.
Consiguió un permiso del Gremio para que juntos viajaran a uno de los volcanes más activos de la cadena montañosa llamada las Hermanas del Deshielo. Yuuri temblaba a su lado. No dejó de temblar luego de que el brujo que los transportaba los abandonó en el cráter.
-Algún día serás capaz de materializarte. Es muy fácil para los invocadores y brujos elementales. Debes ser capaz de deshacer tu esencia y luego manejar los vientos a tu favor para que te lleven al lugar que deseas ir.
-Oh, cielos ¿y qué pasa si luego no sé cómo reunirme?
-No te dejaré viajar muy lejos hasta que no sepas como unir tus pedazos. Ahora: el fuego.
Ambos miraron al interior del volcán. La lava borboteaba de un color anaranjado y grisáceo a causa de la piedra fundida por las altas temperaturas. Las mejillas de ambos brujos estaban enrojecidas a causa del vapor que salía.
-¿Qué debo hacer? -balbuceó temeroso.
-Al menos tendrías que ser capaz de manipular un puñado de lava. Intenta elevar una columna.
Yuuri parecía estar pálido a pesar del color de sus mejillas. Temió que el chico se desmayara y cayera redondo al cráter.
-¿No podíamos practicar con una lámpara primero?
-¿Y dónde está la diversión en eso?
Escuchó al más joven gemir de terror. Viktor no era el mejor brujo elemental pero había elegido aquel volcán porque en su falda había un pequeño arroyo del que podría invocar el agua en el peor de los casos. El brujo confiaba que las cosas no terminaran mal.
-Viktor, ¿no tienes hambre? Podríamos comer algo antes y luego vemos qué pasa con la lava... -empezó a decir Yuuri con el labio tembloroso.
-Deja de temer tanto, ¡manéjala!
Lo vio alzar los hombros, decidido. Elevó ambas manos con concentración y las palmas apuntando al humeante cráter. El corazón de Viktor latió más deprisa en los segundos que Yuuri se tardaba en hacer un movimiento.
Nada.
El magma seguía burbujeando como antes. Ni un poco más ni tampoco menos. Soltó el aire que había estado conteniendo a causa del nerviosismo. Yuuri bajó las manos, confundido y nada relajado.
-Quizás debamos tomarnos un pequeño descan-...
Un estallido lo hizo callar. Una enorme cortina de ardiente lava se alzó desde el volcán hasta varios metros por encima de sus cabezas. Los ojos de Viktor y de Yuuri brillaban en tonos rojizos y naranjas al danzar de la lava.
Viktor estaba estupefacto pero también maravillado. No le importaba la mortal situación en la que se encontraba sino que sus ojos no podían dejar de mirar aquella maravilla de la invocación creada por su alumno. Yuuri se veía exactamente igual que él.
Pero todo se cortó de repente. La lava cayó con fuerza de regresó a su cráter, donde volvió a su estado burbujeante y hervido. Viktor estaba a varios metros sobre una roca salida y no consiguió ser quemado con las salpicaduras que produjo.
Yuuri no tuvo tanta suerte.
En cuanto escuchó su primer aullido de dolor se transportó a su lado. Yuuri había estado sobre el abismo del volcán y ahora había rodado colina abajo hasta acabar entre unas pesadas rocas, completamente duro y mirando al cielo.
-¡Yuuri! -chilló Viktor cuando se arrodilló ante él.
Yuuri tenía inmensos parches en carne viva sobre la piel. El rostro, el pecho, las manos. Su propia lava lo había traicionado y destrozado. Intentaba abrir sus sanguinolentos labios para murmurar algo pero no era capaz ni de ello.
Viktor buscó entre los hilos de su vida. Se estaba desvaneciendo. Muriendo.
Cerró los ojos e invocó sus propios hilos para darle algunos cuantos de los suyos. Necesitaba demasiados. Los brujos necesitaban de muchísima más energía que los humanos corrientes para sobrevivir.
No le importaba si acababa dando su vida por ese insensato alumno. Él lo había arrastrado hasta ese volcán sabiendo que todo podría terminar en tragedia. Él lo había presionado siendo que el mismo muchacho no se sentía completamente listo.
Empezó a darle más vida. Primero comenzó con las heridas de su pecho y luego le siguieron las dolorosas marcas en el rostro. El tejido de piel iba uniéndose poco a poco mientras Viktor se concentraba en darle más y más energía para sanarse.
Podía sentir el propio corazón del chico apagándose lentamente. El suyo explotaría de los nervios. No tenía tantas energías para llevar a cabo esa tarea y lo sabía. Viktor igual tenía que salvarlo a como diera lugar. Comprendió las palabras de su primera ama, la reina Allochka que no quería traer a su difunto marido de la muerte.
La muerte era un paso completamente nuevo del que no se podía regresar una vez cruzado el velo. Era otro estado diferente a estar vivo y traerlo de regreso no se hubiera parecido en nada a aquello. Si Yuuri moría antes de que lo sanara, todo acabaría. No podía dejar que se le escapara tan fácil de las manos.
Pero, mientras Yuuri nunca decaía como para no ser capaz de intentarlo otra vez, Viktor hizo lo mismo. Pensó no solo en su energía vital sino la de todas las cosas que lo rodeaban. La de las plantas que crecían cerca del volcán, la de los pájaros volando por el cielo e incluso la energía que desprendían el agua y la misma lava.
Era algo completamente nuevo para él. Pero parecía estar funcionando, mientras todo se fusionaba lentamente y le devolvían la vida al pequeño cuerpo del brujo aprendiz. Pronto no quedaron marcas de su accidente mortal más que el color que tenía sobre las mejillas.
Yuuri infló el pecho desesperadamente en busca de aire. Una vez que consiguió sentirse estable, lo miró desde su lecho en el suelo. A Viktor le goteaba el sudor y sentía que se le caían los párpados del cansancio.
-Viktor... -pudo susurrar- ¿A qué ha estado espectacular? -sonrió con las pocas fuerzas que tenía.
-Oh, Yuuri.
Lo besó.
No tenía energías para seguir viviendo pero sentía que todo estaría bien si se moría allí mismo con los labios de Yuuri contra los suyos.
* * * *
No regresaron al volcán sino muchos años después y por pedido de Yuuri, explícitamente. En el resto del tiempo que pasaron juntos Yuuri se había vuelto demasiado diestro en la invocación. Quizás fuese que ahora su vida estaba conectada a la naturaleza, al cielo, a la tierra. Pero desde aquel día en el ojo del volcán todo parecía haber cambiado.
Incluso las cosas entre ambos eran distintas.
Viktor visitaba el Gremio con más frecuencia, casi dejando olvidados a sus reyes a los que servía en el palacio. No es que requirieran de sus servicios demasiado a menudo. En aquel momento acababa de ser coronado el hijo mediano del rey Ivan -el mayor había fallecido en batalla-, llamado Aleksandr. Era un muchacho sabio y muy entusiasta con las cosas que tenía planeadas para su reino. Su compromiso con una duquesa de Krovorod -llamada Alina- estaba estipulado para dentro de un año exactamente. Los dos tenían planes de tener un hijo dentro de varios inviernos ya que todavía se consideraban jóvenes y tenían demasiados planes que atender sobre el reino antes. No había tiempo para pensar en herederos, aún.
Con Yuuri se veían casi todas las noches desde el incidente del volcán. Se besaban con la misma pasión y desespero que habían tenido tras el fatídico accidente. Viktor no era un inexperto en esos temas pero sí lo era en el amor. Su corazón había permanecido hecho de hielo tanto tiempo que no sabía que hacer ahora con todos esos cálidos y desbordantes sentimientos cada vez que su joven brujo lo acariciaba, dejando los toques de magia a través de toda su piel.
-Estoy creando algo para ti -le confesó una noche luego de que se hubieran entregado al otro.
-¿Un obsequio? -preguntó con ilusión y un leve sonrojo sobre sus pómulos.
-Exacto.
-¿Y qué es? -preguntó casualmente. Viktor estrechó los ojos.
-Solo diré que es algo para que no tardes tanto en recuperarte luego de que pasamos tiempo juntos -sintió un golpe suave sobre el estómago- ¡Hey!
-Di la verdad -ordenó Yuuri. Viktor suspiró.
-Te haré una de esas tiaras de energía. Sabes que soy el brujo de la vida más talentoso aquí.
-Oh, sí. Una verdadera leyenda con mucho ego -rió Yuuri.
-¡Pues es la verdad!
-Eso ya lo sé -le dijo con una sonrisa enamorada, mirando no a sus ojos sino sus labios-. Eres el mejor brujo aquí, por algo todos los reyes te siguen eligiendo.
-Es porque combino muy bien con toda la belleza del palacio.
-Dioses -murmuró Yuuri tras rodar los ojos con burla- ¡Tú no cambias!
-Pero te gusto así, estoy seguro -besó una de sus mejillas- ¿Y sabes qué más?
-No vayas a decirme que la tiara tiene tu rostro pintado.
-Casi. Pero no.
Se apoyó sobre un costado y Yuuri lo imitó, dejando que las sábanas se deslizaran ligeramente de su cuerpo desnudo. Una visión que hacía acelerar el corazón de Viktor cada vez. Para él, eso era una señal de que cada vez se iba descongelando más y más.
Lo miró a los ojos, esos hermosos ojos que opacaban a la luna. Sonrió sin siquiera proponérselo.
-Está hecha de plata, ¡del mismo color que mi cabello!
Autobiografía, parte primera.
"De héroes y heroínas",
Libro de cuentos y biografías de figuras famosas de Novokabirsk.
¡Extra sobre Viktor! :D y hay bastante Victuuri, finalmente (sin tanto angst incluido). Me encanta que muchas hayan adivinado que esta historia iría sobre nuestro brujo bien divo, y a todas las que creyeron que era de Seung-Gil les digo que estén tranquilas... porque veremos muy pronto sobre nuestro lobo solitario en el extra número 3: ¡La guardia del Rey!
Quiero contarles que el mito sobre la creación de Sibír (Siberia) y el nacimiento de los brujos no es algo que pertenezca a la mitología eslava (Perún y Veles, sí). Las ninfas de la noche (nocnitsa) sí lo son. Siento que es importante aclarar estas cosas ya que al tener mucha influencia mitológica no quiero que se confundan y tomen como real cosas que no lo son. Yo quiero que esta también sea una experiencia educativa <3
Capítulo dedicado a una personita muy linda a la que aún no le había dedicado ningún capítulo de ninguna historia y que siempre sufre con el Victuuri (y con ciertos cielos estrellados). Así que espero sufras menos con esto (◡ ‿ ◡ ✿)
Espacio publicitario: ¡Ya hay primer capítulo de Una noche en París! :D
Y eso es todo por ahora. Espero traer el próximo capítulo para antes del finde.
Muchas gracias por todo el amor de siempre <3 un honor para mí que disfruten de la historia.
¡Besitos!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top