Capítulo 7

El día en el calabozo, después de que Phichit y Leo lo abandonaran, fue increíblemente tortuoso. Lo único que tenía para hacer era seguir contándose a sí mismo el repertorio de cuentos que sabía de memoria y comenzaban a cansarlo un poco, independientemente de que en casa hubiese sido capaz de leerlos hasta diez veces.

No solo pasó todo el día sino también toda la noche y el día que le siguió, congelándose hasta los huesos y deseando haber sido menos soberbio con el Rey. Otabek no estaba en posición de desafiarlo e intentar ganarle. Ser rebelde quizás le ganaría más días en el calabozo y no una muerte rápida -que a veces es lo que deseaba-.

Sintió unas pisadas ligeras proviniendo de la escalera caracol por la que se accedía a la asquerosa celda. Otabek no tenía que girar la cabeza para saber de quien se trataba. Por ahora, eran los únicos pasos capaz de reconocer.

-Leo -dijo, con la vista pegada al techo.

-¡Ah, maldición! -se quejó, aunque no sonaba molesto sino increíblemente animado- Por pasar tiempo contigo me estoy volviendo predecible.

-Tienes un andar rápido y ligero, como un verdadero zorro.

-Y soy la única persona que viene a verte, para el caso -rió.

-¿Será que eres el único que no tiene nada que hacer?

Otabek no pretendía sonar desdeñoso, mucho menos con Leo. No podía decir como hubiese sido el chico antes de la maldición o si era la personalidad del zorro que lo consumía poco a poco. Era de verdad la única visita que recibía y podría ir agradeciéndolo.

Leo bajó un poco las orejas.

-Nos tomamos turnos para hacernos amigos de los tributos. No sería sano para ninguno encariñarse sabiendo que...

No pudo terminar porque se le había cortado la voz.

Él no había pensado en eso. No había imaginado que las criaturas del castillo también convivían con los tributos, que también debían prepararles la ropa, la comida y guiarlos solo para verlos terminar sus vidas a los dos meses.

Leo lo sabía. Y había accedido a ser el acompañante de Otabek. Tal vez incluso su amigo.

¿Lo haría por lástima? ¿Se olvidaría de él en cuanto llegara el próximo tributo? ¿A cuántos había tenido que despedir ya?

No tiene que haber otro tributo. Tienes que acabar con todo esto.

El zorro se acercó a su jaula y metió una de sus afiladas garras en la cerradura. Cedió al instante, abriendo la puerta que había cautivado a Otabek con un chirrido.

-Vamos. Tenemos la noche libre hasta que Su Majestad regrese mañana -dijo con ánimos renovados.

Empezó a saltar escaleras abajo. Y Otabek no dudó en seguirle.

* * * *

Leo lo estaba llevando otra vez por unos pasillos que Otabek no recordaba haber visto. Sí, todos se veían bastante parecidos pero había detalles que los hacían diferenciarse. Algo en esos pasillos hacía ruido en la mente de Otabek.

-¿A dónde vamos? ¿Y en dónde está Su Majestad?

-Cada vez que tiene un nuevo tributo se tiene que ir a Sibír para reunirse con el brujo que nos hechizó -empezó a contar-. Tienen que crear el lazo.

-Oh -fue todo lo que pudo decir. No entendía nada, por lo que Leo prosiguió.

-El lazo es lo que te une a Su Majestad como tributo, como posible persona que romperá la maldición. El lazo solo puede ser roto por el Rey mismo.

-Yo no quiero estar atado a tu Rey -bramó Otabek.

-Muy tarde. Su Majestad ya partió junto con Lilia y Yakov. Ella fue la reina regente hasta que cumplió la mayoría de edad y él su tutor. Un cisne muy bonito y una cabra aterradora, nada como mi precioso Guang Hong -dijo meloso, relamiéndose-. A veces no sé si quiero comérmelo o solo besarlo.

-Quiero que sepas que me asustas un poco -confesó.

-Al menos te he tocado yo y no Michele o Seung-Gil. Ese lobo es un amargado, y ni te digo cuando lo atacan las pulgas -Leo se detuvo- ¿quieres conocer al resto del personal? Estamos planeando una fiesta muy divertida.

-¿Una fiesta?

-Claro. Cuando el jefe no está hay que hacer fiestas. Siempre la hacemos afuera para que todos puedan asistir.

Empezó a mover su peluda cola de zorro de una forma cautivadora, como si quisiera hipnotizarlo con el movimiento. Otabek sabía que acabaría arrepintiéndose de su decisión, así que suspiró.

-De acuerdo. Iré.

-¡Genial!

-Pero necesito cambiarme...

Se miró a sí mismo. El precioso traje azul y celeste estaba sucio y mojado por culpa del asqueroso piso de la celda. El brazo por el que Georgi lo había agarrado tenía la tela hecha jirones por culpa de sus pinzas.

Leo torció la boca.

-Te llevaré con Yuuko. Es una tejedora excelente.

Otabek tragó saliva, imaginándose algo espantoso de esa frase.

-Creo que no quiero saber que clase de criatura es ella.

-Te llevarás una bonita sorpresa.

Leo se metió por otro laberíntico corredor, con Otabek sin poder pisarle los talones, perdiéndose cada pocos minutos.

Caminaron un rato no muy largo hasta que llegaron a un oscuro cuarto, lleno de vestidos y trajes colgados por todas partes, que brillaban a pesar de la falta de luz que había.

Pudo ver un montón de ruecas y telares, cargados de metros y metros de hilo. Lo comenzó a asaltar la duda, ya que si era como Leo decía, una sola tejedora no podría necesitar tanta maquinaria. A menos que...

-¡Ay, Leo! ¡Me has traído a conocer al chico nuevo! ¡Hola! -saludó una alegre y dulce vocecita femenina.

Solo que ahí acababa la dulzura. Otabek la miraba horrorizado.

El torso y la cabeza eran los de una mujer preciosa de rasgos infantiles e inocentes. Eso estaba bien. Pero la belleza de arriba no podía equiparar a... eso que salía de la parte de abajo de su cuerpo.

El cuerpo bulboso de una araña, con sus ocho largas patas peludas opacaba todo lo demás. Se mantenía en pie solo con cuatro patas mientras que con las demás usaba cuatro telares que trabajaban simultáneamente. Ella seguía mirando ilusionada a Otabek, sin prestar ninguna atención a los otros tejidos.

-Esta es Yuuko. Es la modista del palacio -la presentó Leo-. Es muy eficiente.

-Ya me doy cuenta -balbuceó Otabek.

-¡Es un placer conocerte! Hace más de seis meses que no me traen a nadie aquí y... ¡Oh! ¿Qué le ha pasado a mi precioso traje? -preguntó con un gesto de tristeza, señalando la tela destrozada.

-Su Majestad lo metió en el calabozo.

-¡Ese Rey...! Tiene que aprender algunos modales. Descuida, querido, yo puedo dejarlo como nuevo.

-G-gracias -murmuró-. Pero ¿qué usaré ahora?

-Puedes elegir el que más te guste.

Señaló a todo su alrededor. No se podía ver en mucho detalle los trajes que había pero sí los colores. Otabek caminó entre ellos, inspeccionando a ver si había alguno que fuera de su agrado: es decir, nada ostentoso y aburrido.

Mientras se dirigía a elegir un traje gris y negro escuchó a Leo chasquear la lengua.

-¡No, no, no!

El zorro se escabulló entre los vestidos, arrojando algunas piezas por el aire para el martirio de la pobre araña Yuuko.

Al cabo de unos minutos salió victorioso de entre la pila de ropa, cargando un traje color durazno entre las patas. Otabek cruzó los brazos, preparado para empezar a replicar.

-Ni se te ocurra -se negó rotundamente.

-Tarde. Ya se me ha ocurrido.

-No andaré de naranja para que tú y el resto se burlen de mí.

-Anda, se burlarán sea el color que uses. No seas aguafiestas.

Otabek se debatió unos instantes aunque sabía que acabaría aceptando a la mirada taimada de ese zorro. Si no lo hacía, temía que lo dejara desnudo frente a todos como una forma de venganza.

Se lo arrebató de las patas y se dirigió dando zancadas hasta una pequeña cortina para poder cambiarse en paz. Podía escuchar de fondo las risitas de aquel despreciable animal.

Se sintió un alivio cuando se quitó la ropa asquerosa de la mañana anterior. Estaba deseando poder darse un tibio baño pero sabía que eso sería ser demasiado exigente, por lo que se limpió un poco la mugre del pecho y los brazos con los restos de la vieja ropa.

Se miró en un pequeño espejo de cuerpo entero para apreciar cómo se veía. El naranja era ridículo con el tono de su piel, y tenía el cabello apelmazado en el costado derecho. También estaba más ojeroso y los labios empezaban resecársele.

-Te ves maravilloso -exclamó Yuuko mientras Leo le aplaudía animado.

-Me veo como un... pordiosero vestido de gala.

-Ya te veías como uno cuando llegaste así que ¡Tranquilo!

Otabek suspiró ante el comentario del zorro. Tendría que empezar a acostumbrarse a sus indirectas odiosas.

Finalmente se despidieron de Yuuko, quien declinó amablemente la fiesta por quedarse a seguir hilando ropa nueva. Para Otabek era algo insólito ya que no todos los criados usaban ropa y los pocos que lo hacían, como Leo o Phichit, llevaban trajes que antaño habrían sido elegantes pero ahora eran pedazos de tela sucia y rotosa.

Cuando llegaron al jardín, a Otabek le sorprendió la belleza y la decoración del lugar. Parecía que no pertenecía al castillo sucio y mohoso del Rey Yuri, o al menos no del Rey Bestia.

Había una larga mesa dispuesta de vajilla y cubertería de lo más fina. Sillas de fina madera y con suaves cojines bordados con hilos dorados que las decoraban. Había varios fuentones llenos de apetitosa comida que le hacían rugir el estómago después de estar casi veinticuatro horas sin comer, siendo su último bocado el que el curioso dúo le había llevado.

Reconoció a varios del servicio: los hermanos serpentinos Sara y Michele, el lobo Seung-Gil, la cabra llorona Guang Hong, el escorpión Georgi y, por supuesto, el gato Phichit. Pero había dos personas nuevas; una de ellas era un muchacho rubio con una inmensa dentadura afilada, unos ojos con irises como rendijas y, lo más sorprendente de todo, era que debajo del cuello la piel se hacía de un verde fibroso que parecía como un...

-Ese es Emil -lo interrumpió Leo-. Es un cocodrilo que busca ligar con la tonta serpiente.

-¿Quiere ligar con Sara? -inquirió curioso.

Leo hizo su sonrisa diabólica de zorro.

-Ella no es tonta.

-¡Hola! ¡Hola! -saludó enérgicamente el muchacho cocodrilo- Es un placer darle la bienvenida al nuevo. Me llamo Emil y solía ser el animador de la corte.

-Eras el bufón -completó Seung-Gil, que merodeaba entre todos ellos.

Emil hizo un gesto despreciativo hacia las palabras del lobo. Otabek pudo ver que también tenía una larga cola de cocodrilo. Empezaba a creer que ya nada lo sorprendería.

Sin darse cuenta acabaron cerca del lago, al otro lado de donde estaba dispuesta la mesa. Otabek creyó sentir húmedo en torno a sus tobillos pero pensó que solo estaba alucinando hasta que un fuerte tirón lo hizo trastabillar.

Miró hacia abajo y no pudo encontrar nada en el agua, más sí la notó intranquila. Mientras Leo y Emil se enfrascaban en una conversación sobre si los flamencos o los conejos eran mejor comida, Otabek se agachó hasta el agua observando las pequeñas burbujas que se formaban en su superficie. Escudriñó los ojos en busca de algo que no sabía que era.

Una cabeza lo sorprendió de repente. No gritó pero sí pegó un salto que lo hizo caer fuertemente con su parte trasera contra el suelo.

-¡Oh là là! -exclamó la criatura ¿o persona? que acababa de salir a la superficie.

Lo miró detenidamente. Quizás a la lejanía hubiese pasado como un humano corriente a diferencia del resto. Tenía sus brazos y piernas con forma normal y no parecía tener ninguna extremidad o retaguardia extra. Podría haberlo lucido, si omitías las branquias o los dedos unidos por una piel membranosa como la de las aletas de los peces. Y también la piel verdeazulada.

Otabek estaba atónito.

-Pobrecillo, se ha quedado callado -se burló Sara acariciando una serpiente.

-No te burles de él. Les pasa a todos -replicó el chico del lago-. Me llamo Christophe. Es un honor conocer a tal belleza como el nuevo tributo.

No le respondió al instante. Temía que si le tomaba la mano, acabaría por arrastrarlo al fondo de aquel turbio lago.

-Venga, Otabek -animó Leo-. Vamos a sentarnos para disfrutar.

Le ofreció una mano peluda para levantarse.

¿Qué hace dos días no tenía las manos completamente normales?

Se sacudió esos pensamientos. Ese castillo y su gente estaban locos. Hechizados. Otabek podría haber mirado mal a Leo el primer día. De todas formas le costó quitar ese pensamiento.

-Creí que ustedes no podían comer como los humanos -preguntó Otabek con curiosidad.

-¿Quién dice que lo hacemos?

-¡Atención! -llamó Sara a todos, agitando a una serpiente cascabel para que hiciera el ruido suficiente- Hoy, como cada vez que llega un nuevo tributo, haremos una pequeña fiesta en su honor. Querido Otabek, te damos la bienvenida a nuestro palacio y te deseamos más suerte que a los demás.

Todas las criaturas posaron los ojos sobre Otabek. Podía sentir sus miradas felinas, caninas y reptilianas escrutarlo con morbosa curiosidad y fascinación. Todavía no entendía que hacía sentado a la mesa con todos esos animales.

Un fuerte aleteo se sintió a uno de los costados. Otabek observó -ya sin asombro- como una figura emplumada y pelirroja se acercaba a sentarse a la mano derecha de Sara.

-Lamento llegar tarde -dijo con una vocecita aguda de mujer.

Ahogó un jadeo de sorpresa. Era el ave. El ave que se había llevado a JJ y que también lo había herido con sus garras. Se contuvo de apretar uno de los cubiertos con fuerza.

-¡Llegas justo a tiempo para que brindemos por Otabek!

-Sabes que no podemos brindar -gruñó Seung-Gil enseñando los dientes.

-¡Es un decir, perro idiota! -bramó Michele en defensa de su hermana.

-¿A quién le llamas idiota, pedazo de sucio rastrero?

Michele soltó un siseo totalmente enfurecido. Seung-Gil le enseñó los dientes de una forma amenazadora.

-¡Nunca podemos tener una reunión en paz! -sollozó Phichit con exageración.

Muchos de ellos empezaron a discutir solo porque sí, poniéndose del lado del lobo o de la serpiente. El problema era que no lucía como una normal pelea de humanos, sino que ahora había colmillos, garras, picos y veneno involucrados.

Otabek quería salir corriendo como un verdadero cobarde. No le importaba lucir como si fuera un bebé miedoso. El único que se mantenía cauteloso gracias a naturaleza era, por supuesto, Leo. Los zorros eran muy inteligentes y sabían cuando meterse en una riña o no, si avivar el fuego del odio o permanecer lo suficientemente alejados.

Phichit era un gato y le encantaba provocar para que los demás se enfrentasen entre ellos. Seung-Gil respondía al feroz instinto canino mientras que Michele era una protectora serpiente. Georgi se ponía a la defensiva y la chica ave andaba revoloteando por allí, atenta y observadora. Era un poco espeluznante.

Sintió una mano posarse sobre su hombro y Otabek terminó dando un respingo asustado. Por suerte descubrió que solo era Yuuri el brujo. Esa noche se veía radiante con su túnica plateada y su corona que parecía hecha de verdadera luz de luna.

-Uno acaba acostumbrándose. Te vas a encontrar con plumas y manojos de pelaje ensangrentados por todas partes -le dijo divertido, aunque sonaba como si quisiera alentarlo.

-Temo algún día acabar en el medio.

-Si eso pasa, deberías saber cómo manejar a cada uno. Conquistarás a Sara y a Michele con un simple roedor y a Seung-Gil le encanta que le rasquen detrás de las orejas. Pero solo si eres de confianza, de otra forma acabaría por comerte la mano.

-Eso suena muy alentador -resopló. Yuuri le hizo una seña con la cabeza.

-Ven, hay algo que te quiero mostrar.

Los dos se escabulleron de la batalla campal sin problemas. Cuando empezaron a alejarse, Otabek siguió sintiendo los gruñidos y siseos, junto con algunos grititos alentadores del resto del grupo.

-No lo hacen a propósito -respondió Yuuri como si pudiera leerle el pensamiento-. Ellos no eran así antes.

-Es un poco triste. Y también es injusto.

-Mi, eh... Viktor -dijo una vez que halló la palabra correcta- creyó que todos ellos eran también culpables de que el Rey se comportase de esa manera. Nunca nadie intentó detenerlo. Algunos incluso lo alentaban, cumpliendo sus caprichos. Lilia, quien gobernó hasta que Yuri cumplió la mayoría de edad, jamás intentó inculcarle otros valores. Yakov tampoco. Ellos dejaron que se pudriera por dentro.

-Nadie tenía la culpa de todas formas -exclamó Otabek más molesto de lo que debería-. Leo era un portero. Phichit era un caballero de compañía. Michele un cocinero, ¿crees que alguno de ellos tenía opción...?

Yuuri se encogió de hombros, apenado.

-Yo no sé si ellos tienen la culpa o no. Quien los maldijo fue el otro brujo, que tiende a ser un poco impulsivo con sus decisiones. Le molestó demasiado la actitud del Rey esa noche que aparecimos en el castillo. Y él apenas tenía diecisiete años, ¿qué se podía esperar para después?

Siguieron caminando en silencio. Otabek no se atrevía a responder ninguna de sus preguntas. No quería pensar demasiado en lo que hubiera sido. Solo sabía que el Rey seguía siendo igual de despreciable y quienes más sufrían las consecuencias eran los pobres criados del castillo.

-¿Cómo se rompe la maldición? ¿Es verdad lo que dice el libro de cuentos? -preguntó tragando saliva.

-Es mucho más complejo que eso. Y el resultado sería mucho más catastrófico si la maldición no se rompe antes de que muera la última rosa -dijo Yuuri con un gesto sufrido.

-¿La última rosa?

El brujo entonces le señaló lo que tenían al lado. Otabek observó con detenimiento a las plantas que se amontaban en ese espacio del jardín hasta que divisó un hermoso rosedal.

Era lo más perfecto que sus ojos habían sido capaces de ver. Superaba con creces a las rosas blancas que hacía crecer Isabella en el jardín de sus padres e incluso más que las rosas rojas que le regalaba JJ durante el período de cortejo. Estas eran de diversos colores que jamás había visto en dicha flor; violáceas y amarillentas, azuladas o anaranjadas, así como de los clásicos rojo, rosa y blanco, mientras que una sola de ellas se veía tan negra como la noche. Todas eran hermosas pero sus tallos también estaban cubiertos de las más filosas espinas que había visto en cualquier rosa.

-Son mágicas. Y sirven para muchas cosas. Curar heridas o corazones rotos, adelantar el tiempo o retrasarlo, mostrarte que está haciendo la persona que más desear ver, asesinar o dar vida... muchas funciones.

Otabek las miraba alucinado. Intentaba imaginarse cuál de todas ellas haría tal cosa y también se imaginó usando sus mágicos poderes. Cualquier persona que poseyera ese rosedal en Os Gashma sería visto como un santo al que todos recurrirían en busca de ayuda.

-El problema es que, cuando cortas una de ellas, lo único que haces es condenar el tiempo de todos y adelantarlos a su castigo final.

-¿Cuál es el castigo final? -preguntó con algo de miedo.

Yuuri lo miró a los ojos. Una ventisca despeinó un poco a ambos, haciendo volar la reluciente capa del brujo que iluminaba más que las farolas y antorchas.

-Ser bestias de verdad para siempre.

Un gruñido lo distrajo lo suficiente como para que no pensara en las palabras del brujo. Los vellos de la nuca de Otabek se erizaron de miedo.

No puede ser, masculló en su mente. Dijeron que se había ido.

Temeroso y con el corazón desbocado, giró. Se encontró con la penetrante mirada y el caliente aliento del Rey Bestia. Lo miraba encolerizado, arrastrando una de sus garras sobre la suave tierra.

-¿Qué haces en mi rosedal? -espetó con voz amenazante.

-Yuri, esto no es lo que tú crees... -empezó a reclamar el brujo. Lucía harto de las reacciones del Rey.

-Cállate -le ordenó rabioso-. Sé muy bien lo que estaban haciendo aquí. Así que dime... ¡¿qué le has hecho a mis rosas?! ¿Cuál de ellas has cortado?

-¡Ninguna! -bramó Otabek- ¡Ni siquiera las he tocado!

-¡Pero seguro planeabas hacerlo!

Su rugido era potente y feroz. Otabek divisó por el rabillo del ojo a sus alrededores, donde todos los animales del servicio se aglomeraban con curiosidad y temor. Sintió que le empezaba a caer una gota de sudor por la espalda.

-¿Te ha mandado Viktor a cortar todas mi rosas? ¿Es eso? -rugió- ¿Has venido para que finalmente me termine de convertir en una bestia?

-¡No! -se sintió chillar. Tenía la voz demasiado aguda por el miedo- ¡Jamás haría eso, por muy espantoso que usted sea! No le haría daño a ellos... -musitó mirando a los criados, que lucían indefensos desde sus posiciones.

-Vete de aquí -lo interrumpió el Rey sin dejar de mirar a las rosas.

-¿Cómo? -preguntó Otabek completamente atónito. El Rey casi se le arrojó encima, intimidante.

-¡Que te vayas de aquí! -le gritó con todas sus fuerzas, amenazándolo con sus afilados colmillos- ¡Vete, vete antes de que te despedace por arrimarte a las rosas! Vete, y veamos si sobrevives a las criaturas del bosque a estas horas.


¡Capítulo nuevo al fin! :D Quise poder subirlo ayer (aquí en Argentina es casi domingo) pero seguía un poco afectada por el final de mi otro fic y recién pude terminarlo un poco tarde.

Ahora que puedo dedicarme mucho más a este fic seguramente haya actualización pasando un día, ya que todavía tengo que agarrarle bien la mano y la costumbre. Sabes que me gusta actualizar diario y no creo que me tome mucho tiempo seguir el ritmo de esta historia para traérselas más seguido :D

El Rey Yuri regresó misteriosamente y ya quiere echar a Otabek (a eso le llamo no tener temperamento) ¡Y descubrimos la magia de las rosas! Por supuesto todo esto tendrá cierta importancia a lo largo del fic ;) y finalmente descubrimos que personaje es cada criatura :D Muchas acertaron en que el cisne sería Lilia, y no podía haber más dudas siendo que ella fue una bailarina profesional que de seguro alguna vez bailó El lago de los cisnes <3

¡Espero disfruten el capítulo! ¡Y muchísimas gracias por todos los comentarios y votos! A quienes no lo sepan, los invito a que lean mi nuevo fic llamado La isla de los sueños. Si les gusta el Seungchuchu y la magia van a disfutarlo estoy segura ;)

¡Besitos y hasta pronto!

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