Capítulo 27

Por unos segundos se fue de aquel lugar. Su mente y su corazón se escaparon de los jardines del palacio para centrarse en recuerdos un poco más felices.

En sus pensamientos, Otabek acababa de cumplir cuatro inviernos y no veinticuatro. La celebración con el clan fue divertida y hubo mucha comida, bailes, música, sonrisas, regalos. Estuvo plagada de historias narradas por los cuentacuentos, todas protagonizadas por un chico llamado como él.

Antes de dormir, su madre le besó en la frente mientras le susurraba en la antigua lengua de los Kentau. Otabek se acordaba de su olor a flores silvestres y de su largo cabello azabache trenzado. Las puntas acariciaban sus mejillas como pequeñas hormiguitas danzando en su piel.

-¿Podré ser como los héroes de las historias? -preguntó antes de dormirse.

-Vas a ser mejor que todos ellos -contestó con una maternal sonrisa.

-¿Ah, sí?

-Sí. Porque los héroes de las historias siempre triunfan solos.

Besó la pequeña y respingada nariz de su hijo, haciéndolo reír a carcajadas.

-Y tú siempre, siempre, triunfarás al lado de gente que te ame.

-¿Vas a estar a mi lado, mamá? -preguntó con la aguda vocecita que tenía.

-Aunque sea en espíritu, lo haré. Y cuando yo no esté vendrán otros a estar tu lado. Porque nadie en este mundo podría resistirse de amar a un niño tan espléndido como tú.

Era una de las memorias más dulces que tenía. A su madre jamás se le había dificultado ser bondadosa y guerrera a la vez. Otabek, de niño, solía pensar que ella tenía la verdad a todos los misterios de la vida.

Allí, en los jardines del palacio, recordó el momento en que supo que mamá no tenía las respuestas a todo. Tal vez porque el mismo dolor estaba pinchándolo ahora.

Otabek no era un héroe. Y no solo eso sino que tampoco le quedaba gente que lo amaba. Ni su clan, ni su madre, ni su hermano del alma, ni el rey que le había robado el corazón. Era solo él contra el mundo, como el niñito que tantos años atrás se atrevió a cruzar la estepa para atravesar la frontera de Novokabirsk en busca de una vida mejor.

¿Y así era la vida mejor con la que le pagaban?

Otabek sabía que tendría que ser agradecido porque seguía vivo. Tanta gente había sacrificado todo para que él estuviese allí pero no había nada más alejado de la realidad que el querer estar vivo.

La casi marchita rosa subía y bajaba con el pecho de Yuri, forzándose a respirar a pesar del dolor que el veneno le causaba. Era una imagen dolorosa y que Otabek preferiría no haber tenido que soportar porque mientras menos detalles de la situación tuviera, más podía fingir que nada de aquello estaba ocurriendo en realidad.

¿A qué costo lo había amado toda esa gente?

Un día que Otabek llegó a su casa luego de una jornada en la panadería, escuchó a JJ e Isabella cuchicheando en la cocina. No es que él fuera una persona curiosa, pero pudo escuchar que lo mencionaban. No era usual que hablaran a sus espaldas ya que JJ no lo permitía por lo que aquello debía ser algo importante.

-Tú debes ser la segunda persona más perfecta que hay sobre la tierra -rió JJ melosamente, besando ruidosamente los labios de su prometida.

-¿La segunda después de ti? -bromeó ella siguiéndole el juego.

-Ah, no. Yo vendría a ser el tercero.

-¿Oh?

-La persona más perfecta será la que ame a Otabek.

Otabek frunció el ceño ante aquella frase, sin entender. Como Isabella al parecer tampoco lo entendía, JJ prosiguió:

-Es que si yo, que soy un patán a medio tiempo, he sido honrado con algo tan divino como tú... quiero creer que a alguien como él el destino le tendrá una persona igual de digna.

-Ay, bebé... Eso es tierno e insultante a la vez.

-¿Qué decirte? Igual yo no te cambio por nada, nada, nada.

De reojo pudo observar a JJ besando los pequeños dedos de Isabella, sin levantar su enamorada mirada de su rostro.

Otabek solía pensar que no necesitaba un amor como el de ellos. Y había tenido razón, después de todo.

Él quería tener un amor como el que podría haber tenido con Yuri.

-Escúchame -lo llamó la ronca voz de Yuuri-. Otabek, no puedes mirar lo que vendrá.

-No... yo no lo voy a dejar -balbuceó.

Lo que Yuuri quería pedirle se sentía más bien insólito. Otabek se quedaría con Yuri hasta el final, hasta que la muerte o la maldición lo reclamasen. Las cosas no funcionaban de forma que simplemente corrieras la mirada a las cosas que podrían marcarte de por vida.

Se echó sobre la grava mojada, mirando la figura de Yuri. Trataba de imaginárselo como el rey que podría haber sido. Belleza, lujos por doquier. Si le ofrecieran regresar el tiempo para detener la maldición... ¿Otabek hubiese aceptado?

Egoístamente, pensó que le hacía feliz que Yuri y él se conocieran en dichas circunstancias. No sabía si de otra forma hubieran tenido la oportunidad de hacerlo. Yuri era el rey y Otabek, un campesino. Le dolía que el contexto de su amor estuviese tan plagado de muerte, de dolor, de angustia. Tantas personas que tuvieron que perecer para llegar a ese momento.

A Otabek no le quedaban dudas acerca de la injusticia e ironías de la vida. Él era ahora el sobreviviente pero tenía que aprender a sobrellevarlo sólo, sin ya una sola alma que lo acompañase.

Al principio creyó que el rocío del césped le mojaba la mano, pero era en realidad un pequeño hocico el que lo olfateaba. Otabek miró con tristeza y ternura las orejitas del zorro -de Leo, por los dioses, aquel era el revoltoso Leo- que buscaban restregarse contra su piel como si de un cachorro de perro se tratase. Era tan, tan pequeño y lo miraba con esos ojos misteriosos pero terriblemente asustados.

¿Estaba aún allí? ¿Leo? ¿Todos?

Otabek se separó del zorro, el cual huyó varios pasos hacia atrás. Se acercó hasta Yuri, desmayado y con la rosa a punto de morirse.

Y se mentalizó para que aquello fuera el final, entonces. No iba a dejar que todo el sacrificio fuese en vano. No el de su madre, no el de JJ, no el de Yuri y la gente del castillo. Otabek tendría que hacer que valiera la pena. Quizás el destino se cansaría de hacerlo sufrir y finalmente le daría la paz que buscaba.

Tomó la flor entre sus dedos, antes bella y brillante. Ahora estaba marchita y de un marrón enfermizo. Con la mano que tenía libre tomó una de las patas de Yuri. Su suave pelaje le hacía cosquillas, sus garras se sentían firmes entre sus dedos. En su mente, aquellas manos le devolvían el apretón.

-Las espinas nos hicieron más fuertes, Yuri. Te has equivocado.

Otabek se acercó hasta el monstruoso rey. Era increíble que ya nunca su imagen pudiera verse de pesadillas tal como todos planeaban pintarlo. Se veía como un indefenso gatito, o un durmiente rey que cerraba los ojos para siempre, esperando a estar al lado de su amor por fin.

-Es por ti que seré una mejor persona a partir de ahora. Por ti y por todos aquellos que con su amor me cambiaron.

Eran palabras vacías, Otabek lo sabía. Yuri podría no estar escuchándolo y, aunque lo hiciera, cuando su corazón se detuviera finalmente, todo lo que le había dicho se moriría junto con él. Era inservible, seguramente, pero de alguna forma necesitaba vaciar de su pecho todas esas cosas.

Los labios de Otabek encontraron su frente. Era extraño besarlo. No era desagradable tampoco. Pero mientras Otabek le daba su último gesto de cariño y adiós al rey que tenía su corazón, la rosa se murió entre sus dedos.

-Te amo.

Pétalo por pétalo, marchito ahora para siempre: la última de las rosas fue a acompañar a sus hermanas.

Entonces, un chasquido. Y luego, la misma niebla que había cubierto a todos los demás criados empezó a extenderse por el moribundo cuerpo de Yuri.

Sintió los brazos de Yuuri apartarlo del cuerpo, acunándolo contra su cuello mientras Otabek amenazaba con romperse a llorar. Lo sentía temblar contra de él, impotente por no poder hacer nada contra la magia de su amante que había causado toda la desgracia.

Minami también se agachó hasta su lado, aún sollozante por la pérdida de JJ. Su admiración no había sido fingida. Él también sentía el peso de la culpa luego de ver en lo que el pobre JJ acabó por convertirse.

La cálida niebla envolvió a Yuri para transformarlo. Otabek quería, pero no quería, mirar. La mano de Minami se apretó contra su brazo, los ojos brillándole con profunda conmoción.

-Otabek -susurró el chico.

Yuuri también ahogó un jadeo, soltando de su brazo a Otabek, quien se irguió al sentir el viento emanado de magia que ahora cubría al rey. Sintió que el brujo lo tironeaba hacia atrás, alejándolo de lo que iba a suceder.

Otabek sentía que su corazón se detuvo de repente soltó para empezar a bombear más deprisa con lo que veía. Tal vez fuese una alucinación de su triste y retorcida mente para superar el trauma. Estaba volviéndose loco, eso era seguro. Allí donde Yuri tenía las patas la niebla con su toque lo convirtió en manos humanas. Las piernas fibrosas se achicaron hasta que no quedaron más que dos largas extremidades humanas. Otabek creía estar viviendo en un sueño, de esos en los que se imaginaba al rey recuperando su antigua forma.

Recordó el cuadro del niño rey y las cientos de veces que se imaginó cómo esos rasgos infantiles se verían en la actualidad. Ninguna de sus fantasías le hacía justicia a lo que la magia estaba provocando en aquel gigantesco cuerpo de bestia que poco a poco recuperaba la humanidad de su exterior. Estaba en shock, con los pies postrados en el suelo sin posibilidad de moverse ni un solo paso hacia adelante para confirmar que efectivamente aquello era la realidad, o que al menos se sentía como tal por la fuerza con la que su sangre estaba corriendo por su cuerpo.

-¿Cómo...? -tartamudeó Yuuri a su lado, llevándose ambas manos al rostro- ¡NO!

Pero su negativa no se debía a su resistencia por lo que estaba ocurriendo. El rostro de Yuuri quedó completamente desencajado al ver que, detrás de la humana figura del rey, lo que emanaba luz no era la niebla sino una nueva presencia que antes no había estado allí.

Sin que tuvieran que decir su nombre o cómo se veía, Otabek ya sabía quien era en el momento en que el cuerpo que había sido el de Yuri tocó el suelo, aún inconsciente y débil.

-Viktor -exclamó Yuuri, dando pequeños pasos para asegurarse de que no estaba viendo un espejismo.

-Libre, al fin -dijo el hombre de cabellos plateados con una voz musical-. Cuando la última rosa muera, mi exilio acabaría al fin.

Viktor, el brujo de la maldición, cruzó momentáneamente su intensa mirada con la de Otabek. Él no sabía si se veía triste, enojado, lunático, confundido o sin emoción alguna. Probablemente fuese la última, ya que su exterior nunca podía equiparar la intensidad de su alma; mucho menos en los torbellinos de emociones sentidas en los últimos tiempos.

-No es posible -le robó Yuuri de los labios- ¡Viktor...!

-La maldición se ha roto -respondió con una ligera sonrisa-. Mis palabras fueron claras: en el momento en que un corazón duro e inexperto en el amor se ablandara por la oscuridad del rey y viceversa, la maldición acabaría. Los actos de ambos han hablado más alto que sus propias palabras.

-Yo no he hecho nada -respondió Otabek, todavía temeroso de que nada fuese real-. Yo lo he dejado morir en mis brazos...

-El rey ha sacrificado el tiempo suyo y de todos en pos de tu vida al entregar la rosa plateada que rompía el hilo que los unía -lo interrumpió el brujo-. Y tú, Otabek, has sacrificado tu antigua vida al dejar que la rosa muriera sin salvar a nadie. Podrías haber buscado a tu hermano y dejado todo esto atrás... pero fuiste fiel a tu amor por Yuri y su gente hasta el final.

-P-pero el lazo... -siguió replicando Otabek. Viktor alzó una mano para detenerlo.

-Algunos lazos no necesitan de la magia para ser creados. O reparados.

Le guiñó un ojo con complicidad. Otabek estaba dividido entre salir gritando de allí o pegarle un puñetazo.

Pero, gracias a alguna razón que desconocía, el que le metió un puñetazo a Viktor fue Yuuri. Minami chilló de la sorpresa.

-¡Ouch! -exclamó sobándose la nariz, mirando completamente dolido hacia Yuuri- ¿Mi amor?

-Mi amor nada -masculló, con el dedo levantado a Viktor-. Que sepas que casi te quedas viudo por tu estupidez.

-Anda, Yuuri, no seas así...

Viktor comenzó a perseguir al otro brujo, que le daba la espalda y se negaba a entablar conversación. El mayor de ellos intentaba por todos los medios conseguir la atención del otro.

Un suave quejido llamó la atención de Otabek, que corrió sin poder controlar sus pies a la fuente del sonido: un pequeño bulto sobre la hierba que trataba de levantarse, el pelo dorado desordenado por toda la cabeza y con el traje amarillo lleno de suciedad, sangre y agujeros. Su brazo, el que antes lucía negruzco a causa del veneno, estaba completamente limpio con solo unos etéreos hilos dorados que parecían unir el pedazo de piel herida.

Otabek se lo agarró con una de sus manos, cerrando toda la palma alrededor de él. La otra, se la ofreció para que la usara de soporte.

-Aquí -dijo, evitando mirarlo de frente.

El chico levantó ligeramente el mentón, pelo dorado escapándose hacia su espalda de lo largo que estaba. Otabek podía sentir su mirada quemándolo, suplicante de que posara sus ojos en él. Primero tocó con la yema de los dedos la mano de Otabek, enviando un chispazo tan fuerte que le acomodó el desorden de los pensamientos; muchas cosas que no estaban encontrando su lugar en medio del dolor parecían emocionarse porque no estarían perdidas para siempre.

Lo miró.

Los ojos le brillaban como dos esmeraldas, más fuerte y más verde que los jardines en primavera. Eran grandes en comparación a sus delicados rasgos pero sus párpados se caían ligeramente hacia abajo como los de una persona que lleva demasiado tiempo cansado pero se las aguanta porque estar despierto se siente mejor que fundirse en los sueños.

-Que bonita vista -escuchó a Viktor exclamar con una risa que buscaba doblegar a Yuuri- ¡Siempre he querido tener mascotas!

-¡Viktor, púdrete en un volcán! -chilló Yuuri, alejándose aún más.

La suave mano de su acompañante le cepilló el pómulo con sus nudillos. Otabek cerró los ojos al contacto, la más suave de las caricias que había sentido alguna vez sobre la piel. Pero nada tenía comparación a las caricias que su alma sentía cada vez que aquellos irises verdes lo miraban con la intensidad de mil soles.

Como en ese momento.

-¿Yuri? -preguntó Otabek en un susurro.

-Solo Yuri -le respondió con una sonrisa-. Otabek.

Y esa sonrisa. Le prendía fuego por dentro pero a Otabek no le hubiese molestado morirse quemado por la dulzura que emanaba.

Yuri le sujetó con más fuerza el rostro, mirándolo con un ardiente deseo que se encendía conforme el sol se levantaba por el lado este de los destrozados restos del castillo. Otabek solamente pudo mirar a sus labios, tan ajenos pero familiares, porque ¿qué importaba que esa fuese la primera vez que los veía si conocía su corazón?

Sus narices se acariciaron, su suave piel volviéndose una con la suya en busca de que fuese algo más lo que querían unir. Una implacable impaciencia por hacerlo pero un millón de dudas en su alma que parecían silenciarse ante el latir desbocado de su corazón, el cual se confundía con el de su acompañante ya que estaban más cerca de lo que nunca lo habían hecho.

-¡Qué maravillosa idea! ¡Un beso de amor verdadero siempre revierte todas las maldiciones! -intervino la alegre voz de Viktor dando un aplauso.

La mano de Yuri, que estaba apretando el cuello de la camisa de Otabek, formó un puño sobre su pecho mientras se separaba de su rostro y le dedicaba una muy sucia mirada al brujo que tenía al frente suyo.

Si Yuri decidía golpearlo, Otabek planeaba acompañarlo.

-Yuuri -dijo Viktor hacia su amante- ¿me harías, entonces, los honores?

Otabek estaba pasmado en su lugar, con su brazo ya sujetando la fina cintura del Rey Yuri, sin poder pensar en nada más que aquella estúpida e insólita distracción.

Pero entonces...

Tratando de no ser brusco, se soltó de Yuri. Retorciéndose las manos y con desesperación en la mirada, observó cómo Viktor besaba a Yuuri, el cual trató de resistirse pero no tardó en fundirse en la pasión que sentía por aquel hombre, sumado a la cantidad de tiempo separados. Lo que estaba a punto de suceder le causaba

El sol, en el cielo, terminó de posarse sobre su lugar e iluminó todos los puntos de los jardines.

Una niebla dorada se esparció por varios puntos, algunos en lugares tan alejados como la entrada del bosque.

Otabek temía que todo fuese de verdad un sueño, o que siguiera perdido en sus fantasías al lado del moribundo cuerpo de Yuri.

Lo primero que vio fue un muchacho de piel morena, un pañuelo cubriéndole el cabello de color azabache que se brotaba de uno de los montículos de niebla. Y sí, era un muchacho, de carne y hueso, con todas sus partes humanas. El chico se observó las manos con absoluta fascinación antes de reírse lleno de júbilo y alegría.

-¿Phichit? -preguntó una nueva voz, más suave de lo que Otabek la recordaba.

Un joven hombre de traje plateado con una espada colgando del cinturón era el dueño de la voz. Tenía el pelo negro desordenado y se veía irreconocible sin los feroces colmillos brotándole de los labios. Sus rasgos se veían incluso delicados.

Phichit corrió a sus brazos y se le prendió del cuello, acomodando su cabeza sobre el hueco de su hombro mientras el otro muchacho lo sostenía. Se separaron un par de segundos para mirarse a los ojos, momento que Phichit aprovechó para lamerse la mano para intentar acomodar todos sus despeinados cabellos.

-¡Oye! ¡Para! -le gruñía, pero no se veía demasiado enojado.

-¡Yo me puedo levantar sola! -chilló una voz femenina, mucho más adulta.

Madame Lilia yacía bajo unas cuantas plumas blancas, dándole manotazos a un anciano que le tendía la mano. Ella misma se levantó y acomodó su apretado moño, tan elegante como se veía incluso antes. A Otabek lo dejó completamente sorprendido ver la gran altura de la mujer.

-¡No más apestosas algas!

Del lago, salía un muy apuesto hombre rubio y con el traje empapado con algas de todo tipo. Su piel ya no era verdosa y movía los dedos ansiosamente ahora que no tenían membranas que los unieran.

Una mata de cabello rojizo pasó corriendo al lado de Otabek, tirándose encima de Yuri. Lo escuchó quejarse un poco acerca de que acabaría ahorcado pero la angelical risa de la muchacha al parecer terminó por conquistarlo ya que se fundió en su abrazo.

-Yuri -susurró ella con lágrimas en los ojos-. Nos has salvado a todos, eres un héroe.

-No, Mila.

Se separó ligeramente de ella, no lo suficiente como para que le soltara los hombros. Yuri dirigió su rostro hacia Otabek.

-Hay más de un héroe en esta historia.

-¡Mila! ¡Mila!

-¿Sara? -chilló la pelirroja, apartando a su primo el rey.

La chica de piel morena -y Otabek podía decirlo ya que no tenía nada encima- corrió al encuentro de la otra muchacha, trastabillando un poco con sus recién devueltas piernas. Por detrás iba persiguiéndoles otra persona que reconocía muy bien.

-¡Sara! ¡Detente, estás desnuda!

-Micky, que conste que también estás desnudo -vaciló Emil a su lado.

Unos dedos le tocaron dos veces en el hombro, tan suave e imperceptible que Otabek casi no lo notó. Giró a la derecha para encontrarse con quien lo llamaba, pero no había nadie. Tendría que haber sido su imaginación.

Le tocaron el otro hombro y se giró entonces al otro lado, dándole una vuelta completa sobre sí mismo solo para encontrar nada más que aire.

Un rostro apareció de repente en su campo de visión, tan cerca que podría haberle tocado las narices. Otabek retrocedió asustado.

-¿Qué pasa? ¿Te comió la lengua el zorro?

Esas palabras. Esas malditas palabras. Nadie podría haber culpado a Otabek de que le brillaran los ojos al recordar el primer encuentro con aquel taimado zorro durante su primer día en el castillo si le repetía las palabras con las que se habían conocido.

Estaba casi de su altura y el pelo casi le rozaba el mentón, pero por ningún lado podía ver unas anaranjadas orejas que salieran de su cabeza. Su cuello estaba libre y solo ahora podía observar las cicatrices que quedaron en él luego de todos esos años usando una correa como si de un animal se tratase. Vestía un traje amarillo limón, el mismo que le vio en aquella vieja pintura guardada el depósito, pero su sonrisa era igual de pícara y radiante que siempre.

Leo se le arrojó al cuello, apretándolo fuertemente con sus flacuchos brazos mientras reía con fuerza sobre su oído. Otabek no se quedó atrás.

-¿Leo? -preguntó una dulce vocecita no muy lejos de allí, a espaldas de su amigo.

Otabek vio entonces a alguien sobre el suelo, el pañuelo de la cabeza caído de modo que le tapaba hasta el ojo derecho. La mejilla a la vista la tenía plagada de pecas.

-Oh por la diosa -masculló Leo separándose de Otabek. Se acercó a su rostro con desesperación- ¡Ya no tengo excusas para no acercarme! ¡¿Qué voy a hacer?!

Ni siquiera tuvo tiempo de responderle algo ya que Leo se separó inmediatamente y corrió hasta Guang Hong en un acto de impulsividad, quitándole el pañuelo de la cara para tomar su rostro con sus dos manos.

-¿Para qué seguir demorando las cosas?

Atrapó sus labios al instante, acunando el cuello de Guang Hong en el hueco de su brazo. El muchacho más pequeño, por la sorpresa, acabó cayendo de espaldas al césped arrastrando a Leo por encima de su cuerpo. No tardó en devolverle el gesto lleno de pasión y deseo.

Los jardines se sentían a rebosar de felicidad, de encuentros, de sueños hechos realidad. Lo que horas atrás no era más que una sangrienta batalla ahora era el escenario del momento más feliz en la vida de muchas personas. No quedaba ni un solo cuerpo desmembrado ni otro signo de la guerra. Quizás Viktor los hubiese removido todos cuando Otabek no estaba mirando.

No había un solo rastro del cuerpo de JJ.

El corazón de Otabek dolió al pensarlo. No se sentía bien ni justo que él festejase junto a los demás la victoria si JJ e Isabella seguían muertos. De alguna manera, para Otabek ambos eran los únicos héroes de la historia pero nadie parecía recordarlos.

Su hermano podría haber sido muchas, muchas cosas. Un insensato, un lengua larga, un engreído y un cabeza dura. Pero no era un villano. En la historia de Otabek siempre sería un héroe. Un héroe de actos cuestionables pero uno, al fin y al cabo.

Así que cuando Yuuri se acercó hasta Otabek para darle las gracias solo porque sí -Yuuri no sabía por cual de todas las cosas agradecerle-, se tomó el lujo de pedirle un pequeño favor.

-¿Crees que podría hacerse?

-Yo no, eso tenlo por seguro -sonrió rascándose por la cabeza-. Pero una de las habilidades de Viktor consiste en manejar las ilusiones del mundo. No es muy difícil para él cambiar los hilos de las cosas como son y disfrazarlas con algo totalmente diferente.

Otabek tragó saliva, asintiendo. Lo que estaba por hacer era una ruin y cruel mentira, pero la verdad no habría servido más que para herir a más gente de la que debía. Ellos no entenderían la historia de la forma en que él lo hizo por lo que aquella parecía su única salida.

-¿Y no quieres que se sepa de ti, en serio? -preguntó con sorpresa- ¡Te mereces todo el crédito!

-No sé si lo merezco pero no lo quiero.

Si la magia de Viktor funcionaba cómo él esperaba, la gente de Os Gashma y todo Novokabirsk oirían la historia de Jean, el muchacho que atacó el castillo del rey para luchar contra la maldición que aquejaba al monarca.

El rey era libre ahora y todo gracias a ese inesperado héroe de tierras lejanas.

Tal vez no fuese la historia tal como había sucedido. Pero la esencia en sí era parecida. Para Otabek, Jean era un héroe que de no ser por su valentía, la maldición jamás se habría roto dejando el trono de Novokabirsk totalmente vacío.

A él le alcanzaba con eso.

* * * *

Las horas y días que le siguieron fueron bastante ajetreados y llenos de trabajo por hacer. El hechizo ilusorio, el comunicado real, la reparación del palacio, el regreso de Yuri como un rey con todas las letras.

La recolección de cuerpos para ser devueltos a las familias.

Otabek estaba en sus aposentos, arreglándose luego de una ducha que le removió toda la sangre y tierra seca que parecían pintar su cuerpo al completo. Se contó las cicatrices del ataque de las rusalky, una por una, acabando en el tatuaje de la flecha que le daba al corazón. Con la yema de los dedos se tocó la piel violácea cerca del ojo, allí donde uno de los aldeanos lo había pegado durante la noche previa a la batalla.

Parecía que todas aquellas cosas transcurrieron durante otra vida, o que le pasaron a un Otabek totalmente distinto. Podría ser que aquello fuera cierto, sin embargo, ya que el Otabek que estaba mirándose al espejo no era el mismo de hace días atrás y, a su vez, ese tampoco se parecía en nada al de meses atrás.

La puerta se abrió con un crujido, sonoros pasos retumbando sobre el mármol del suelo.

-No eres tan sigiloso ahora -habló Otabek, mirando desde el espejo a la presencia que acababa de entrar a su cuarto. Leo se llevó una mano al pecho, fingiendo estar dolido por su comentario.

-Créeme que es lo más doloroso después de perder las orejas.

-Qué mal, ahora Guang Hong se dará cuenta que eres un embustero que fingía ser un adorable zorro.

-Soy un adorable zorro. No necesito las orejas para seguir siendo uno.

Leo se metió de lleno al cuarto. Otabek todavía se sentía extraño al verlo pasearse con piernas reales y caminando como humano en lugar de los típicos saltitos emocionados que solía dar.

Pero era Leo. Nada en él le demostraba que aquel chico no era Leo si no un impostor. Seguía siendo ese muchacho revoltoso que solamente buscaba hacer un nuevo amigo. Le tomó una de las manos, sonriéndole unos segundos antes de ponerse serio otra vez.

-¿Qué harás ahora?

Otabek suspiró. Eso era una pregunta que no tenía como responder sin sentir que se arrancaba el alma para partírsela en pedazos. Leo suspiró ante su silencio y le palmeó la mano con la que no estaba sosteniéndola.

-Su Majestad quiere verte.

* * * *

Lo estaba esperando en los balcones de una habitación que Otabek jamás había visitado. Yuri estaba de espaldas, ahora mejor acicalado y con un traje impecable, mirando hacia la cadena montañosa Las Hermanas del Deshielo, que se perdían a lo lejos por el horizonte.

El viento le azotaba el cabello dorado, mucho menos largo que luego de la transformación. Tal vez fueran las hábiles manos de Sara o incluso Phichit, que se dedicaba a arreglar la imagen del rey. Era una pose digna de un rey para ser retratada, mirando con ojos brillantes hacia la vastedad de sus dominios. Aunque personalmente, Otabek estaba seguro que en lo último que Yuri pensaba era en las tierras de su reino.

Yuri giró sobre su hombro, sonriéndole.

-Te esperaba -dijo con su dulce vocecita.

Otabek sentía que su corazón se hinchaba cada vez que la escuchaba. Intentaba compararla con la voz de ultratumba del Rey Bestia y era imposible pensar que era la misma persona con este nuevo y renacido Rey Dorado.

-¿Hay algo que pueda hacer yo por ti?

-¿No puedo llamarte solo porque quiero pasar tiempo contigo? -masculló, arrugando el entrecejo de una manera que le recordaba a su antigua forma.

-Yo... discúlpame. Por supuesto que puedes hacerlo. Puedes disponer de mi tiempo como tú desees.

-Pues claro que sí -exclamó Yuri con las mejillas rosadas- ¡Sigo siendo tu rey!

Otabek rió despacio y Yuri le acompañó. Era raro, dulce y doloroso, como Otabek sabía que amaba a esa persona pero no dejaba de lucir como un extraño. No es que su apariencia fuera el problema -se quedaba sin respirar unos segundos cada vez que lo miraba demasiado fijamente- sino que toda aquella transformación no era solo para el físico de las personas sino también para sus vidas.

Luego de la batalla, las cosas se pondrían turbulentas en Novokabirsk. Era hora de que Yuri saliera a dar la cara a su reino, a apaciguar las aguas y buscar la manera de traer prosperidad.

Ahora a Yuri le tocaba ser un rey de verdad. Y Otabek no estaba tan seguro de que hubiese un lugar en su vida para él.

No es que Yuri se lo diría después de todas las cosas vividas los dos juntos, pero Otabek siempre sería el estorbo que no tenía asignada ninguna tarea imperial, ¿qué sabía hacer él, acaso? Absolutamente nada, más que lavar ropa, hornear pan y sentarse a leer libros.

Y estaba el tema del rito funerario de su hermano. Novokabirsk y Kentau tenían concepciones bastante distintas en torno a la muerte pero JJ no era originario de ninguna de esas naciones. Y tampoco tenía su cuerpo, o lo que quedaba de él. Otabek solamente quería ir a un pequeño claro que había en la pradera a las afueras de Os Gashma, un lugar bajo un inmenso sauce que a JJ solía gustarle bastante. Planeaba llevar dos rosas y los dos anillos que estaban escondidos en uno de los muebles de su hogar. Luego los enterraría, las rosas formando un pequeño lecho sobre la tierra. Ese sería su lugar para rendirle homenaje tanto a JJ como Isabella.

Algunas personas en el reino tapaban espejos o celebraban durante nueve días para permitir el paso de sus fallecidos al otro lado. Otabek sabía que no necesitaba hacer ninguna de esas cosas ya que su hermano tenía alguien que lo guiase a la vida eterna después de la muerte.

Yuri se removió incómodo ante el silencio, acomodándose los mechones rubios recientemente cortados. Otabek estiró su mano para acomodar uno de ellos detrás de su oreja.

-Me tengo que ir -le dijo sin más.

Lo escuchó respirar con fuerza a su lado, apretando el barandal con los nudillos ya blancos.

-Lo suponía -fue todo lo que respondió.

-Han pasado tantas cosas en este último tiempo... y yo no puedo ser consciente de ellas. Necesito volver a ver mi hogar, a mi antigua vida. Incluso aún si nada queda en pie. Espero lo entiendas.

-Lo entiendo.

-Y esto no tiene nada que ver contigo. Sé que nuestro comienzo no fue fácil pero... quiero que sepas que si pudiera volver mi vida atrás para evitar terminar en el castillo yo no lo cambiaría. Ni en un millón de años.

Se quedó en silencio justo como Yuri. Solo escuchaba el rugir del viento que movía las hojas muertas de las copas de los árboles, anunciando que muy pronto llegaría el invierno a Novokabirsk.

-¿Volverás?

Lo miró a los verdes ojos que lo escrutaban tan intensamente, como un niño desesperado por recibir una respuesta de un adulto sobre algo que desconoce. Le dedicó una sonrisa a Yuri.

Aquella era una pregunta para la que Otabek sí tenía respuesta.

* * * *

-¡Makkachin, deja de ser un perro malo!

No importaba realmente que Makkachin ya no fuese un descomunal perro con cuerpo de oso, al parecer seguía teniendo la brutal fuerza al punto de que acabó derribando una vez más a Otabek. Sentía la húmeda lengua del can recorrerle el rostro y el cabello con emoción.

Escuchó un silbido y el sonido que hacía la comida solida al entrechocar con un plato de metal. El perro alzó las orejas antes de correr hacia Michele, que lo esperaba en la entrada de la cocina para chantajearlo con alimentos.

Sara, la que le había chillado primero al perro, le tendió una mano.

-Hay cosas que no cambian, no importa las maldiciones que te lancen.

-¡Sara! -gritó su hermano desde la cocina- ¡Recuerda que es de mala educación pasar mucho tiempo con hombres solteros!

Ella rodó los ojos y alzó sus brazos en dirección a las cocinas, como reafirmando su punto a Otabek. Él rió ante sus palabras, contagiando a la chica. Sara lo miró fijamente unos segundos antes de que una lágrima amenazara con salir de sus ojos. Otabek se alarmó.

-¿Pasa algo...?

-Nada, nada -sacudió las manos-. Solo pensé que luego de todo... el rey y tú... pero no importa. Es tema es de ustedes. Confío en tu criterio, Otabek.

La chica se secó los ojos y se quitó el macuto que le colgaba del hombro.

-Algunas provisiones. Y puede que uno que otro recuerdo. Pero yo iría con cuidado: puedes esperar cualquier cosa de un regalo proveniente de Leo y Phichit.

-Muchas gracias, Sara.

Sara soltó una risa irónica, pero que distaba de ser cruel o malvada. Simplemente lucía increíblemente sorprendida de que Otabek le estuviera agradeciendo algo a ella.

-Afuera te han ensillado un caballo. Espero que tengas un buen viaje hasta Os Gashma. Ve con cuidado, los peligros nunca dejan de acechar por aquí -le guiñó un ojo con diversión, pero en el fondo sus palabras sonaban como una verdadera advertencia.

-Lo haré.

-Y... ¿Otabek?

Ya estaba a medio camino de abandonar la sala en dirección a los establos, pero giró ligeramente sobre sus talones para ver la dulce sonrisa que Sara le ofrecía.

-Nos veremos pronto.

* * * *

El camino a Os Gashma fue tranquilo y más rápido de lo que esperaba; para el atardecer ya había cruzado el límite de la ciudad. Lo difícil fue voltear el caballo en dirección al bosque y dar la espalda al colorido palacio que Otabek había sentido como un cálido hogar.

El pueblo estaba en calma. Muy poca gente andaba afuera, siguiendo su vida cotidiana luego de la masacre en el castillo. Otabek quería creer que el manto de ilusión de Viktor había funcionado pero eso no quitaba que cientos de aldeanos estuvieran en pleno luto.

Dejó el caballo en uno de los establos municipales y se dirigió hasta su hogar, la capa tapándole el rostro. No estaba en su mejor momento y temía que alguien lo reconociera de algo, lo que fuera. Otabek no quería tentar a su suerte por lo que prefirió moverse con la cabeza gacha en medio de las tinieblas.

Sintió una emoción en el pecho al ver su pequeña casita. Pero esa emoción se murió al instante al ver que la desvencijada puerta estaba a medio arrancar, las bisagras de arriba totalmente destrozadas al igual que el picaporte. Adentro se veía demasiado oscuro y olía a polvo; cuando encendió una de las lámparas de aceite descubrió que casi todo estaba también revuelto.

Los alimentos que solían colgar de las paredes de la cocina, las mantas, toda la ropa que JJ usaba para patrullar el bosque. Ni que decir de las armas o la pequeña colección de libros que Otabek tenía en su posesión. Parecía que un huracán -aunque la palabra correcta era banda de asaltadores- había pasado por allí. Caminó con cuidado de no pisar los cristales de la vajilla para que no se le enterraran en la suela de la bota, mirando sin expresión todo a su alrededor.

Se sentó sobre una de las camas, ahora solo un montículo de paja sin fundas. Pensó que su destrozado hogar era una buena alegoría de lo que estaba ocurriendo en su interior.

A él no le importaba que algún aldeano le robara todas las cosas. Todo lo que estaba -o estuvo- allí era reemplazable. Lo único que no podía recuperar era aquello que el destino le había arrebatado.

Otabek se levantó de golpe de su lugar, quedándose pensativo y preocupado durante un par de segundos. Se apresuró entonces hasta la cómoda, la cual tenía todos sus cajones arrancados de su lugar. Muchas de las cosas tampoco estaban en sus respectivos rincones.

Se dedicó a hurgar entre toda la ropa, cajas y otras chucherías desperdigas por el suelo en busca de la bolsita de cuero. Metió la mano en los huecos de la cómoda en la que iban encajados los cajones, tanteando ansiosamente a través del polvo y las telarañas.

Su mano sintió una pequeña suavidad en medio de todo. Otabek la acarició y la tomó con dos dedos, estirándola rápidamente hacia sí para verter en su mano el contenido de la bolsita.

Dos anillos de plata, ambos simulando ser tallos espinosos con una rosa labrada en el centro yacían en la palma de su mano, uno ligeramente más grande que el otro. Los apretó con fuerza contra su pecho luchando contra un par de ansiosas lágrimas que querían ganarle a la dureza de su rostro. Usó entonces el dorso de su mano y la muñeca para refregarse los ojos cuando notó algo en particular.

Su muñeca izquierda estaba completamente libre. Primero no entendía qué era lo que él sentía que faltaba hasta finalmente se dio cuenta, ahogando un grito de completa sorpresa.

La pulsera de castidad hecha con espinales secos ya no estaba en su lugar. Cuando eran más niños, JJ había intentado quitárselas a ambas por todos los medios sin obtener ningún resultado. Solamente los sacerdotes que oficiaban los matrimonios conocían el secreto para quitarla sin provocar daños en la piel.

Y ahora Otabek, por alguna razón, no la tenía. Pensó que durante la batalla debía haberla perdido o quizás fuese mucho antes pero solo ahora lo notaba.

Si eso era una señal, definitivamente le resultó muy curiosa. Le hubiese gustado saber si lo correcto sería ignorarla o simplemente dejarse llevar por ella.

¡Tantas cosas qué decir sobre este capítulo! Bueno, ciertamente pasó bastante. No terminó de discernir entre si les gustará o no. Supongo que habrá gustos bastante variados (?) Espero que al menos enmiende un poco los corazones rotos.

¡Y les hago un pequeño anuncio de cambio de planes! Ya he escrito el epílogo (sí, antes del capítulo final) y se me hace un poco corto como para subirlo solo por lo que subiré tanto el final como el epílogo el martes c: así que nos despediremos antes de la historia :c

La verdad es que no puedo hacer muchos comentarios porque desde ya estoy sintiéndome super nostálgica. Así que para levantar los ánimos podemos hacer un juego como hice en uno de mis fics anteriores... ¡Pregunta!

¿Cuáles han sido sus escenas favoritas de todo el fic? No importa si es feliz, triste, sencilla o lo que sea, ¡quiero leer sus opiniones!

Para las que lean Una noche en París, ¡YA HAY CAPÍTULO 3! Así que pueden ir a leerlo para esperar hasta el final del martes de aquí c:

¡Muchísimas gracias por todos los comentarios y votos! Cada día esto crece más y más igual que la felicidad que me provoca <3 También les cuento que me hicieron una entrevista para la página de fb Yuri on Ice Fanfickers así que pueden buscarla con ese nombre y darle like para ayudar a las admins c: la entrevista recién se verá en un par de días pero les aseguro que todo el contenido de la página les gustará.

Así que bueno... esta es la última despedida antes del gran final. Me voy rápido antes de ponerme más emocional.

Nos estaremos viendo el martes, ¡Besitos! <3

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