Capítulo 26

El calor estaba en todas partes. Al frente, alrededor, arriba y abajo. Las fosas nasales del pico de la áspid emanaban un humo hervido que hacía temblar a Otabek. Las cuencas vacías del monstruo no estaban dirigidas a él pero aún así sentía que lo estaba mirando en el lugar exacto en qué estaba. La criatura rugía levemente, preparándose para lanzar el bocado mortal hacia donde ella olía que Otabek estaba.

Dio un simple paso hacia atrás con el pie izquierdo. Demasiado corto y silencioso, pero el monstruo se irguió hasta los cielos y chilló.

Otabek corrió hacia la cúpula, donde JJ aún estaba parado cerca del vacío. Pero ya no lo miraba con un espeluznante anhelo sino que sus ojos azules miraban con profundo temor de la áspid a Otabek constantemente.

-¡No! ¡Señorita Rubí, basta! -chilló.

La criatura le lanzó otro rugido, sumado a una llamarada con la que incendió la cúpula en la que ellos estaban. Otabek vio la pintura azul arder con la furia del fuego, desmoronándose rápidamente ante aquellas llamas legendarias de la bestia. Se veía rabiosa y con ninguna intención de hacer caso de las órdenes de ese humano enclenque.

La áspid alzó su acristalada cola y la dejó caer un poco antes de la mitad del puente, partiendo la estructura que se destrozó en millones de cascotes que se perdían en el vacío. El corazón de Otabek se atoró en su garganta al imaginarse la dolorosa caída hasta el suelo.

-¡JJ! ¡¿En qué infiernos estabas pensando?! -exclamó a su hermano, refiriéndose a la criatura

-¡Pues no estaba pensando!

El monstruo siguió lanzando fuego y golpeando su cuerpo contra las torres que quedaban en pie. Todo el castillo temblaba y amenazaba con venirse abajo. Otabek solo podía pensar en todas las personas que estaban allí dentro.

¿En dónde estaba Yuri? ¿Y que había pasado con los dos brujos? ¿Y con todos los demás?

Dos puntos se materializaron en lo alto de la cúpula enfrentada a la de ellos. La áspid pareció olfatearlos u oírlos porque giró su cabeza hacia los recién llegados, que no eran otros que Minami y Yuuri.

Los dos tenían un brillo salvaje y listo para la batalla. Otabek pensaba que Yuuri apenas podría mantenerse en pie por la tormenta, la lucha previa con la áspid y cualquier otro hechizo que hubiese utilizado para aquel enfrentamiento.

Minami creaba corrientes de viento que distraían al monstruo mientras Yuuri seguía asestándole mortíferos rayos. La electrificante corriente le ponía los pelos de punta a Otabek y le hacía rechinar los dientes. JJ a su lado le apretó el antebrazo.

-Solo su propio fuego la va a detener -masculló entre dientes.

-Pero...

La áspid no iba a atacarse sola. Era una bestia pero no era imbécil.

Las ideas de Otabek se acomodaron de repente en su cabeza. Quizás fuese demasiado arriesgado pero era lo único que se le ocurría.

Miró hacia donde Yuuri y Minami seguían tratando de detenerla. Ellos dos eran la única solución que podría salvarlos a todos.

Yuuri era un invocador. Él podía utilizar cualquier elemento u objeto a su favor en el momento que quisiera.

Él podía usar el propio fuego de la áspid a su voluntad.

-Tengo que llegar hasta Yuuri -le dijo a JJ sin despegar la vista de la cúpula en la que los brujos luchaban-. Él nos puede salvar.

JJ se tambaleó en su lugar.

-No sabía que Minami era un brujo -musitó-. Tanto tiempo que pasaba cerca de mí...

-Y mejor que no lo hubieras sabido -espetó Otabek. No planeaba sonar tan duro con JJ luego de verlo quererse arrojar al vacío pero necesitaba un buen golpe de realidad.

-Sí -tragó saliva-. De verdad agradezco eso.

Otro rayo impactó sin resultados beneficiosos sobre las piedras preciosas que hacían el cuerpo de la áspid. Otabek aprovechó aquello para contemplar sus oportunidades, las cuales se veían bastante desalentadoras, por no decir nulas.

La cúpula en la que se refugiaban ya había sido engullida por las llamas y pronto los llevaría a ellos también Otabek tironeó de JJ hacia lo que quedaba del puente, ambos corriendo con todas las fuerzas que podían hacia el hueco que separaba las dos mitades.

Que no era tan grande como parecía, pero sí lo suficientemente como para sentirse intimidado.

JJ ni siquiera dudó y tomó un poco de carrera antes de alzar una de las piernas y saltar al otro lado, aterrizando con poca gracia pero con ambos pies sobre la plataforma. Se echó al suelo para recuperar el aliento un par de segundos y se giró a Otabek para gritarle:

-¡Anda, salta!

Otabek inspiró con fuerza, clavando las uñas sobre sus propios muslos y cerrando los ojos al oscuro abismo. Él no era tan ágil como JJ, él no tenía piernas tan largas y mucho menos tenía su osadía para ese tipo de situaciones.

Pero entonces pensó en Yuri. Moribundo y herido, con los ojos verdes brillando al ver que Otabek había regresado a pesar de que era una persona libre ahora. Tenía que regresar con él antes de que fuera demasiado tarde.

Tembloroso, se puso de pie. Dio varios pasos retrocediendo en su lugar. Cerró los ojos unos segundos. Corrió. Y saltó.

Otabek no podía explicar cómo se sentía estar suspendido en el aire, a nada de seguir vivo pero también a nada de sucumbir a la muerte. JJ estaba esperando con los brazos abiertos al otro lado para ayudarlo a trepar, sin importarle que la fuerza de la gravedad pudiera arrastrarlos a ambos hacia abajo.

-Te tengo -dijo victorioso y con una sonrisa sincera y pura. Otabek no veía una de esas desde hacía meses atrás.

Otabek simplemente asintió y le devolvió un pequeño gesto. Las cosas estaban extrañas entre ambos y lo estarían aún más cuando toda la locura acabara, pero él esperaba que ambos pudieran hacer las paces para comenzar otra vez desde cero.

Tenían al menos sesenta metros hacia el balcón de la cúpula en la que se sostenían los dos brujos y luego averiguar la forma de trepar sin que la áspid tratara de comerlos, rostizarlos, aplastarlos o todas juntas.

Otabek tomó la delantera, con JJ cubriéndole las espaldas. Tenía el arco tensado a pesar de que no fuera necesario, pero él suponía que le costaría un poco a JJ hacerse la idea a lo que su hermano le dijo acerca del rey y la gente del castillo.

El corazón le latía con demasiada fuerza cada vez que pensaba el rey, y estaba seguro que no se debía a la adrenalina de la batalla. Al menos no en gran parte.

El monstruo chillaba por los rayos de Yuri y por el fuego que Minami le arrojaba. Aquello no eran más que molestias sobre su casi indestructible coraza pero no significaba que iba a permitir que le siguieran tocando las narices para alejarla de su objetivo.

Volvió a girar su ciego rostro hasta el puente, humeando más por su pico en dirección a dónde Otabek y JJ estaban. Por alguna razón consideraba al humilde, indefenso y nada intimidante Otabek como una amenaza para su amo. No parecía querer escucharlo, tampoco.

-¡Corre! -le gritó JJ mientras lo empujaba.

Los dos echaron a correr hacia la cúpula. Yuuri y Minami arrojaban hechizos con mucha más furia para seguir atrayendo la atención de la bestia pero ésta iba decidida a acabar de una vez por todas con Otabek.

Alzó la cola hacia el aire, las pesadas gemas que la decoraban brillando con las llamas que quemaban una parte del castillo.

Otabek y JJ estaban demasiado cerca de su destino pero no lo suficientemente como para conseguir salvarse del mortal golpe que derrumbaría el puente.

Aquel sí que era el fin.

Dos enormes manos se posaron sobre sus omóplatos cuando les quedaban pocos metros para alcanzar su destino. Aquellas manos usaron toda su fuerza para empujar a Otabek hacia adelante, mandándolo de un envión hacia el balcón de la cúpula, a salvo, a cambio de caer boca abajo sobre el puente a causa de la fuerza usada.

Otabek no tuvo tiempo de gritar ni de girar porque la cola de la áspid reventó contra el puente, fragmentándolo en no más que piedras que no podían sostenerse sobre sí mismas y caían al vacío.

Llevándose a JJ consigo.

Otabek no pudo decir adiós. Ni siquiera pudo mirar una última vez a su amigo, su hermano, su salvador.

Solamente le quedaba escuchar su grito a través del derrumbe, el cual lo perseguiría por siempre cada vez que el silencio reinara.

El mismo silencio que le siguió a la muerte de Jean.

* * * *

Estaba hiperventilando, aferrado al borde de la cornisa, mirando hacia la oscuridad del fondo, buscando algo que no iba a encontrar. La prueba estaba ante sus ojos, en ese vacío en el aire donde antes había colgado un puente que los sostuvo a ambos.

El horror era real y el dolor era más fuerte que nunca. Ni siquiera cuándo estuvo preso en la biblioteca o cuando Igor le dijo sobre JJ siendo el tributo del rey se había preparado para verlo morir. No cuando Isabella había muerto ni tampoco cuando lo vio con un pie camino al suicidio.

Aquello era peor que todas esas opciones.

JJ estaba muerto para que Otabek estuviera vivo. Había hecho su último sacrificio a pesar lo traicionado y abandonado que se sentía por su culpa. Ni siquiera pudo dudar acerca de sus actos porque para él no existían opciones alternativas más que proteger la vida de su hermano.

Las lágrimas no podían brotar de sus ojos. Todo era abrumador y demasiado vívido como para ser real. El mundo nunca antes se había sentido tan detallado y tenebroso como lo sentía ahora.

La cornisa en la que se sostenía comenzó a resquebrajarse a causa de los golpes que la áspid seguía dándole a la cúpula. La bestia no parecía haber notado aún que el muerto no era quien ella planeaba si no todo lo contrario.

El lugar seguro de Otabek se estaba rompiendo. Aunque en realidad su lugar seguro se había desmoronado muchísimo antes.

La piedra finalmente se desprendió y Otabek sintió caer, caer, caer. No tenía miedo pero sí incertidumbre. De las cosas que vendrían luego de la muerte, de las cosas que quedaban atrás después de ella. Cerró los ojos para recibir el impacto.

Entonces sintió que su cuerpo se desarmaba entero pero no a causa del golpe o de la muerte. Su cuerpo estaba en todas partes, en el aire y en la tierra, tan ligero como una pluma que volaba con la más mínima ráfaga de viento.

Después, se materializó en lo alto de la cúpula. Podía decirlo porque desde allí veía absolutamente todo el bosque: la parte que estaba calcinada y la que aún se mantenía intacta. Desde su altura veía Os Gashma muy, muy a lo lejos pero seguía sin poder mirar al fondo, a las piedras bajo las que yacía JJ.

El rostro de Yuuri lo recibió a pocos centímetros del suyo.

-¡Eso ha estado muy, muy, muy cerca! -chilló- ¡Gracias a la maldita piedra...!

-¿La piedra? -inquirió Otabek con la voz ronca pero muy distinta a lo que solía ser.

Ahora que la recordaba pudo sentirla quemar en su bolsillo. La blancuzca piedra que Yuuri había arrancado de su corona para que protegiera a Otabek de las amenazas del bosque le había salvado la vida. El brujo suspiró.

-No estaba concentrado en cuanto se desprendió el balcón -dijo-. La piedra me hizo sentir que estabas en peligro...

Otabek asintió. Pensó que ojalá JJ hubiese tenido la piedra, aunque no sabía si Yuuri sería capaz de salvarlo luego de todo el alboroto que le causó a la gente del castillo. Él podía entender eso. JJ fue una amenaza que atentó con llevarse las vidas de todos ellos.

Y aún quedaba la posibilidad de que lo hiciera.

-Yuuri... -logró murmurar a pesar del mareo que estaba sintiendo.

-Quédate aquí, Otabek -le dijo tras palmearla la espalda-. No sé cuánto podrá el niño retener a la áspid.

-Espera...

Pero Yuuri ya estaba de pie, intentando alejarse de Otabek. Él juntó todas las fuerzas que le quedaban y se arrojó a su tobillo, reteniéndole de una forma que lo hizo trastabillar. Yuuri gimió de indignación.

-¡Otabek!

-¡Tienes que controlar su fuego! -le gritó, bastante harto de que tratara de ignorarlo- Tú puedas invocar el fuego... el de ella no está exento a tu magia.

Yuuri los ojos y la boca con repentina sorpresa ante sus palabras. El rugido de la áspid lo desconcentró de su estupor, alzando la vista hacia el duelo que estaba llevando a cabo con Minami, pero eso no quitaba que siguiera viéndose totalmente pasmado.

-¡Por los dioses! ¡Soy tan imbécil...! -exclamó con la voz aguda, clavándose las uñas en el rostro- ¡Todas las vidas que se podrían haber salvado!

Otabek no quería pensar en el si hubiera. Las cosas solían suceder de cierta manera por razones que escapaban a la lógica. Para lo único que le serviría era para seguir partiendo su corazón.

Yuuri se desmaterializó en frente de Otabek en un instante y se rearmó sobre la punta retorcida de la bulbosa cúpula, el mismo lugar en el que Minami estaba. La áspid chillaba pero sus gritos parecían más bien lamentos de dolor que de amenaza. Tal vez estuviera cayendo en cuenta de sus actos.

Los vio salir volando con los vientos de Minami, alejándose del castillo poco a poco. Otabek no quería prestar atención a lo que ocurriría pero era la única opción que le quedaba para no romperse de una vez en mil pedazos que jamás podrían ser unidos.

Yuuri se alejó de Minami, dejando al pequeño brujo a merced de aquel monstruo descomunal. Minami creó bolas de fuego y cascotes de tierra que la golpeaban como si fueran estrellas fugaces que caían de los cielos, solo que sin el mismo significado ni belleza. La áspid humeó en respuesta, lista para achicharrar con su fuego al mocoso.

Y ahí era dónde Yuuri entraba. Otabek no quería imaginar todo el cansancio que debía estar sintiendo y si podría ser capaz de desviar sus llamas para que se desintegrara a sí misma. Las consecuencias serían aún más devastadoras de lo que ya eran.

El mundo se encendió con la luz de las llamas. La oscuridad desapareció por unos momentos, aunque Otabek se preguntó si aquello tendría algún sentido fuera de su cabeza. El fuego brilló con la fuerza de mil soles y se dirigió en torno a la pequeña figura de Minami, quien se veía sin miedo ni vacilaciones.

Ese fue el error del monstruo.

Yuuri se materializó no muy lejos y movió sus manos al son del movimiento de las llamas en una danza mortífera digna de contar en los cuentos de su libro. Ya no quedaba nada de Yuuri, el brujo de luz de luna sino que ahora se veía como Yuuri, el gran mago del fuego.

Las llamas volaron en dirección opuesta a la planeada por el monstruo y corrieron en sincronía hasta el cuerpo de la áspid. Como no tenía ojos, se dio cuenta demasiado tarde lo que estaba pasando.

Su piel de cristal centelleó en la noche, las piedras refulgiendo como material en bruto recién tomado de la mina. Los rubíes, diamantes, todo. Las gemas se hincharon poco a poco conforme la áspid gritaba de furia, frustración y, tal vez, también miedo. Otabek pensó que estallaría en cientos de partículas de cristal pero lo que en realidad voló cuando la áspid explotó fueron miles y miles de cenizas.

El mundo ya no era fuego ni oscuridad sino cenizas. Era el resultado de la destrucción. En el aire, en el castillo, en sus pestañas. En todos lados estaban las grisáceas cenizas tiñendo el escenario.

Otabek quiso desmayarse, pero una mano en su hombro lo sacó de su ensimismamiento.

-Tenemos que ir con el rey -fue lo que la voz de Yuuri le dijo. O eso creía que le había dicho.

-. Los llevé al jardín cuando...

Otabek lo sabía. Cuando la áspid lo había querido atacar y tuvo que huir con JJ. Cuando su hermano pereció bajo el peso del puente.

-Se está muriendo, Otabek.

* * * *

Como Yuuri apenas sí podía mantenerse de pie, fue Minami el que los llevó hasta los jardines con sus vientos. Otabek podía ver el amontonamiento de los criados cerca del rosedal, en torno a una corpulenta figura que yacía en el suelo.

Otabek quiso apresurarse pero Yuuri lo detuvo.

-Hay algo que tienes que saber -soltó.

Simplemente lo miró, expectante.

-Queda una sola rosa -dijo Yuuri con lágrimas en los ojos-. La rosa que da vida es la única que está viva ahora ¡vaya ironía! -habló con cínica amargura.

Otabek no estaba seguro que su corazón pudiese soportar más información como aquella.

¿Había sido todo para nada, entonces?

¿Una sola rosa era todo lo que tenían?

Se pasó la mano por el rostro como si se secara unas lágrimas imaginarias que no conseguían salir de sus ojos.

Otabek se quitó la mano de Yuuri de su brazo y corrió hasta el centro de los jardines. Todos estaban demasiado ocupados con el moribundo rey, excepto por una sola persona que alzó las orejas al sentir su presencia.

Leo se apresuró hasta él, más animal que humano ahora. Otabek ahogó un sollozo al ver lo mucho que su rostro había cambiado en tan pocas horas: cerca de la nariz comenzaba a crecer pelaje anaranjado como si de un hocico se tratase. Ya no podía sostenerse en dos patas si no que lo miraba desde el suelo con los ojos anegados en lágrimas y las espinas del cuello bañadas en sangre.

-Lo siento tanto, tanto, Otabek -le dijo con la voz rota y las orejas caídas.

Otabek no sabía a cuál de todas las cosas se refería. A cuál de todos los horrores sucedidos durante la batalla.

-No pasaremos de esta noche -le confesó-. Su Majestad está muy débil y, cuando muera, todos nos iremos con él convertidos en bestias.

Otabek le tomó el rostro y lo obligó a que lo mirase a los ojos.

-Solo me queda una esperanza -respondió Otabek lentamente-. No dejaré que se me escape esta vez.

Leo volvió a sollozar, pero sonaba más como si de un animal herido se tratase. Otabek tuvo que contenerse de darle aquel abrazo que tanto había querido pero que no causaría más que daño a causa de la maldición.

Se levantó y lo dejó atrás ya que no podía demorarse ni un solo segundo más. Iba solo un par de pasos cuando volvió a escuchar su voz:

-Otabek.

Se giró a mirarlo, con la cabeza ladeada y una nueva sonrisa plastificada en el rostro.

-Pase lo que pase, quiero que me recuerdes como tu amigo.

La primera lágrima se escapó de los ojos de Otabek esa noche. Se llevó una mano al pecho y le asintió a Leo con una sonrisa.

Yuri estaba acostado sobre una cama de hierba con Phichit a un costado, Mila y Madame Lilia del otro para terminar con Seung-Gil protegiendo la cabecera. El chico gato se alejó de su lugar en cuanto vio acercarse a Otabek. Lentamente, todos lo siguieron hasta que no quedaba nadie más que ellos dos.

Otabek le miró la herida del brazo. No era más que un corte pero ya estaba de un tono oscuro y violáceo, síntoma del envenenamiento de belladona. Pensó que no podría existir una muerte que le pinchara más en el alma que aquella.

Yuri tenía los ojos cerrados pero se movía insistentemente luchando con sus párpados para abrirlos. Tenía que estar sintiendo a Otabek, de eso no le quedaban dudas. Le puso una mano sobre el rostro, que sorpresivamente era tan suave como se veía.

El rey abrió sus enormes ojos verdes hacia él.

-Otabek -logró decir con una risa bastante esforzada-. Así que no eras... producto de mi imaginación.

-Tranquilo. No hables -negó con la cabeza-. No es necesario ahora.

Yuri alzó una de sus enormes patas y la posó sobre el costado de la cabeza de Otabek, ocupando medio rostro por completo. Se dejó recargarse en ella.

-Feliz cumpleaños.

Otabek soltó una risotada que no pudo contener, la cual acabó en un reguero de lágrimas. Yuri le siguió el juego.

Ni siquiera había recordado que ya era su maldito cumpleaños. Y seguramente nunca más lo haría luego de la muerte de JJ. Para él, esa fecha jamás podría ser signo de algo feliz otra vez.

-Te puedo salvar -le dijo-. Te voy a salvar.

Yuri negó lentamente con las pocas fuerzas que le quedaban.

-Está la rosa.

La rosa...

Otabek se separó solo un par de segundos de Yuri y se arrastró hasta el vacío rosedal, corriendo con sus propias manos todas las hojas y flores muertas. Allí en el fondo estaba tan bella como la recordaba, la rosa roja.

No vaciló en cerrar la mano entre las espinas y arrancarla de cuajo.

Ahora ya no quedaba ni una sola rosa. Pudo escuchar que algunos de los presentes ahogaban un jadeo de desconcierto e incertidumbre, con el alma en vilo por el destino que les sería sellado en algunos minutos.

Regresó hasta Yuri y le puso la flor sobre el pecho, bastante inseguro sobre lo que debía hacer ahora con ella. Puso su mano sobre ella, sintiendo el débil latir de su corazón que luchaba por no morirse a causa del veneno en ese mismo momento.

Yuri volvió a negar con la cabeza.

-No puedes desperdiciarla en mí -le dijo-. El lazo está roto: ya no puedes romper la maldición.

-No -masculló Otabek al instante.

Furioso y dolido, aunque empezaba a creer que su cerebro ya estaba deduciendo aquella posibilidad luego de su reacción violenta. Aquello que Yuri le estaba diciendo no podía ser verdad. No después de tanta lucha y tanto dolor.

Por una milésima de segundo se imaginó usando la rosa para traer a JJ de regreso. Si es que tan solo quedara un cuerpo para resucitar...

¿Cómo sería la vida si volvía a lo que antes era? ¿Si dejaba atrás al castillo y a su gente, si volvía al lado de JJ?

Su hermano tal vez estaba ya reunido con Isabella al otro lado. Recordó su fantasmagórica figura, paciente y dulce, esperando al día que JJ volviera a su lado. Ese parecía ser ese día. Por mucho que Otabek deseara con todas sus fuerzas que él regresara, sabía que tal vez JJ finalmente tenía lo que había estado deseando en cuanto le arrebataron al amor de su vida.

-Yo te amo, Yuri -balbuceó con el labio tembloroso-. No puedo no ser capaz de romperla si te amo.

-La magia siempre tiene sus precios y limitaciones.

-Puedo salvarte, igual -Otabek trataba de mantenerse entero-. La rosa te puede salvar igual.

-¿Y luego... qué? Ya no hay más rosas. En cuanto ésta se muera o la uses, todos estaremos a merced de la maldición de Viktor.

-No te puedes morir -gruñó Otabek.

Ya no tengo nada.

-Otabek, prefiero morirme ahora en tus brazos que vivir muchos años más pero atrapado en una maldición sin poder estar a tu lado.

Cerró los ojos para que las lágrimas en sus ojos no se escaparan. Falló.

Yuri pasó el dorso de una de las patas sobre sus ojos. Era un gesto algo brusco por su tamaño pero cargado de toda la ternura que podía dar en ese estado.

-Y te amo. Te amo como jamás pensé que un ser ruin como yo podría amar a una persona tan pura como tú -sus verdes ojos brillaban con nada más que sincera honestidad.

-Por favor, Yuri... -suplicó Otabek.

La rosa empezó a marchitarse bajo la mano de Otabek, al igual que su entristecida y rota alma.

-¡Mamá! -escuchó chillar a una de las revoltosas trillizas. Las otras dos lloriquearon en respuesta.

-No, no, mis bebés. No lloren. Mamá las va a querer para siempre, pase lo que pase -respondió la dulce voz de Yuuko, arrullando a sus hijas en los brazos humanos que todavía le quedaban- ¿Recuerdan lo que papá nos decía? No importa el exterior mientras los sentimientos de tu alma sean puros -la voz se le rompió-. Mis dulces hijitas...

Otabek se atrevió a quitar los ojos de Yuri para mirar una última vez a todas las víctimas del destino. No había un solo rostro que no estuviera deformado por la tristeza o la aplastante resignación.

Vio a Sara arrojar sus brazos alrededor del cuerpo de su hermano y hundirse en su pecho, con silenciosas lágrimas surcando su piel que poco a poco se volvía llena de escamas y color verde.

-Micky -susurró.

-No hay que tener miedo, Sara. Vamos a estar juntos como hasta ahora...

Seung-Gil, no muy lejos de donde yacían Yuri y Otabek, se arrastró con cuidado hasta donde estaba Phichit con la cabeza enterrada en las rodillas. Usó una de las patas para tomarlo del mentón y que lo mirara. Phichit envolvió sus brazos felinos alrededor de su cuello, mientras Seung le devolvía el pequeño gesto.

Una niebla plateada los envolvió a ambos y Otabek miró la transformación con horror mientras toda humanidad se borraba de los dos. Cada pequeño rasgo que les quedara se convirtió en una criatura salvaje hasta que no quedó más que un lobo de oscuro pelaje y un gato pardo que miraban todo con la inocencia de un animal.

No quedó allí nada que demostrara el paso de quienes fueron Seung-Gil y Phichit.

El pánico y la desesperación cundieron entre los que quedaban, los cuales eran envueltos por la misma niebla plateada que los despojaba para siempre de la vida que conocían. A ellos les siguieron Emil y Guang Hong, Georgi y Yuuko con sus hijas, Mila y Chris en su lago, así como también el ex marido de Lilia. Algunos cuerpos empequeñecieron y otros se agrandaron, pero todos acabaron con ese funesto final que les llegaba prematuramente por culpa de Otabek.

Sara y Michele seguían abrazados pero ya no eran más que dos pequeñas serpientes entrelazadas, una verde y una negra, juntas sin importar lo que pasara. Madame Lilia extendió las alas mientras la niebla cubría.

-Una última canción, como lo hacen los cisnes -dijo, y empezó a tararear el Vals de Yurachka con una dulce voz apaciguaba los miedos. Siguió cantando hasta que su voz se apagó y de su lugar brotó un majestuoso cisne de un blanco perlado.

Otabek miró con horror a su alrededor, a todo lo que ya nunca sería como antes. Donde antes hubo un grupo de humanos con deseos, sueños y amor para dar quedaban solo indefensas criaturitas que no entendían lo que realmente estaba ocurriendo.

Solamente quedaba una persona...

-Leo -murmuró Otabek al ver a su amigo en frente suyo.

Leo no dijo nada sino que hizo una pequeña reverencia a Otabek. Tal vez ya no podía hablar porque la niebla empezaba a engullirlo desde los pies. Tras las lágrimas secas que le quedaban, le sonrió.

Para cuando volvió a alzar la mirada, ya no era Leo sino un zorro pequeñito era el que lo miraba fijamente desde el suelo.

Imaginó uno por uno sus rostros retorciéndose por la tristeza antes de la transformación. Y luego recordó el collar de espinas que les prohibía tener sentimientos humanos, seguramente hundiéndose en sus pieles durante la dolorosa conversión. Sufriendo hasta que reinó el silencio.

Otabek gritó al cielo de impotencia. Golpeó la tierra con el puño como si fuera un niño pequeño que hacía un berrinche. Un par de fuertes manos lo sujetaron por los hombros y lo voltearon de todo el nuevo escenario que ahora pintaba los jardines. Yuuri lo obligó a mirarlo a él con lágrimas en los ojos. Él se zafó y se dirigió hasta Yuri, respirando con dificultad. Con lágrimas que empezaban a brotarle de los ojos.

-Es injusto -murmuró con cuidado, respirando ruidosamente.

-Sí que lo es -masculló Otabek entre dientes. Puso las manos debajo del cuerpo de Yuri y trató de sostenerlo entre sus brazos. Lo haría hasta el final.

-Es injusto que yo pueda morirme y todos ellos paguen por mis pecados.

Cerró los ojos, recargándose contra el hombro de Otabek como podía a pesar de su tamaño. Sus garras cerrándose alrededor de la ya también moribunda rosa. Otabek dejó que las lágrimas cayeran sobre Yuri.

-Al final las espinas fueron más fuertes que nosotros y nos destrozaron a todos -dijo Yuri con su ya último aliento.

Otabek lo sentía perder fuerza bajo su cuerpo. Al mismo tiempo, sentía morir a su propio corazón.

-Pero valió la pena ser destrozado -respondió Otabek.

Pero Yuri, al borde de la muerte, ya casi no lo escuchaba.

Nadie podía escucharlo.

Ok... yo sé que me merezco un linchamiento ¡YO LO SÉ! Así que solo daré un par de anuncios y huiré. Al menos traje el capítulo en horas inhumanas como les gusta (?)

Las próximas actualizaciones (y puede ser a cualquier horario de esos días) son, si todo sale bien:

Capítulo 27 (Penúltimo) - Domingo

Capítulo 28 (Último) - Martes

Epílogo - Miércoles

Muchas gracias por todos los comentarios, votos y amor <3 aunque no se si después de este capítulo habrá mucho amor... je je je..... *huye*

¡Besitos!

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