Capítulo 23

La rabia bullía en su interior mientras se dirigía al bosque, con toda la horda enfurecida de aldeanos sedientos de sangre y de venganza.

La Señorita Rubí seguía chillando pero lo hacía de una manera completamente enfurecida, casi como si supiera lo que se avecinaba. Ella arrojó una llamarada fuego al aire en cuanto escuchó a JJ acercársele. Lo odiaba, lo aborrecía como probablemente nunca había odiado a un humano pero aquel bicho seguía tenía total control sobre ella.

-Cambio de planes, mi pequeño monstruo -le gritó JJ con un sádico júbilo- ¡Desátenla!

Con cautela, los más fortachones de su tropa se acercaron a las pesadas cadenas que ataban a la áspid. Ella se moría por calcinarlos un poco antes de tragárselos enteros pero estaba bajo la merced de JJ. A pesar de que pronto estaría liberada de las cadenas seguía siendo una criatura cautiva.

-Pero Señor JJ, ¿y si su hermano tiene razón? -inquirió Minami a su lado mientras se mordía una de las uñas- ¿Si es todo un malentendido?

-¿Acaso estás teniendo compasión, larva? -rió JJ- ¿Debo recordarte que si no paramos esto tú podrías ser un tributo en cualquier momento?

-Solo me parece que nos estamos precipitando...

Minami se detuvo y miró al tormentoso cielo. Unas horas antes había sido una preciosa noche despejada, llena de estrellas pero en ese momento el cielo parecía a punto de hacer estallar el mundo con sus truenos y relámpagos. Las pesadas gotas de lluvia no tardarían en caer. JJ rechinó los dientes, suponiendo que aquello no podía ser más que obra de alguna magia demoníaca del interior del castillo.

-¡Va a morir mucha gente! -chilló el más joven para ser oído a través de los estruendos- ¡Quizás ni siquiera usted sobreviva!

-¡Isabella podría estar en ese castillo! ¡He preparado demasiado todo esto como para que se vea aguado por ti!

-¡Pero Señor JJ...!

Jean puso una mano sobre el hombro del chico y lo arrojó de un empujón al enlodado suelo del bosque. Minami se retorció de dolor a causa del impacto.

-Si quieres ser un gallina, allá tú. No necesito cobardes en mi ejército, Minami.

La mirada furibunda que el muchacho le dedicó jamás la olvidaría. Sus ojos parecían querer arder en llamas, del mismo rojo que colgaba de uno de sus mechones de cabello. JJ no quiso darle demasiada importancia a lo que un niño sentía y avanzó hacia su áspid.

Ella le siseó con furia al sentirlo trepar por los árboles para así lograr encaramarse sobre su lomo. Y siguió quejándose en cuanto finalmente lo hizo, sujetándose de su piel hecha de cristales.

-Quiero que hagas arder el bosque entero, bestia -dijo con una sonrisa-. Ábrenos el camino.

* * * *

Mientras más se acercaban al castillo la tormenta no parecía amainar sino que los golpeaba con mayor ferocidad. Eso no era impedimento para que su áspid escupiera fuego a los inmensos árboles del bosque, dejando nada más que mojadas cenizas a su paso. Desde su lugar, JJ no podía observar exactamente a lo que ocurría abajo pero podía escuchar a los aldeanos disparar o atacar a todas las míticas criaturas que allí vivían, preparándose para la masacre que se daría en el palacio.

Una voz en su interior buscaba detener esa locura. Le decía que regresara con Otabek, que liberara a su hermano -al que había querido salvar pero ahora parecía que ese objetivo quedaba olvidado- y que escuchara su versión de la historia. Que no importaba si todo lo que Otabek le decía eran delirios o mentiras ya que él lo necesitaba. JJ le había fallado una vez más.

Pero era demasiado tarde para dar la vuelta. Y estaba el asunto de Isabella.

Él había esperado vengar a su amada o por lo menos encontrar una tumba a la cual rendirle finalmente los honores. Las palabras de Otabek lo único que consiguieron fue reavivar la llama de la esperanza en su corazón. Tal vez ella estuviera allí cautiva, esperando que JJ la rescatase.

¿Por qué no había decidido ir a buscarla antes? ¿Por qué había esperado tanto?

¿Y si Isabella estaba igual de cegada que Otabek? Creyendo que tal vez el horroroso Rey Bestia fuera bueno.

JJ no podía pensar con claridad cuando su imagen se le venía a la cabeza. Solo podía rechinar los dientes y tensar el arco con fuerza, recordando que por su culpa se había quedado sin las dos personas más importantes de su vida.

Él ya no tenía nada. Ni siquiera a Otabek. Por más de que el chico en el futuro podría perdonarlo, el mismo JJ no se perdonaría las horribles cosas que permitió que le hicieran. Solo le quedaba rezar para que algún día lo entendiera.

-¡Más! -le bramó a la áspid- ¡Más fuego! ¡Hay que llegar cuanto antes!

La Señorita Rubí chilló en respuesta pero no tardó en acatar su orden. JJ no se explicaba cómo era posible que un monstruo entendiese sus palabras pero tal vez fuese gracias al vínculo que tenían de domador-bestia a causa de los ojos robados.

A causa de los malditos aldeanos estaban demorados. Lo seguían con caballos y carretas pero la multitud ralentizaba, por mucho que le pesase. Estaba agradecido de que tanta gente lo acompañase en su redada, sin embargo. Ver sus ojos deseando la hecatombe, de sus manos ansiosas por hacer justicia y de sus avivadas voces coreando por los caídos.

Entonces, en medio del aguacero y el calor de las llamas de su áspid, vio un destello:

Las coloridas cúpulas del castillo.

Estaba más cerca de lo que esperaba. Sus músculos se tensaron ante la ansiedad de lo que ocurriría.

Le gritó a su gente que ya podía avistar el palacio, que probablemente les tomaría poco más de una hora llegar hasta él. Era tan alto e imponente, hermoso si olvidabas todos los horrores que escondía.

Mientras se acercaba comenzó a notar algo extraño. Soltó una exclamación de furia al descubrir que la gente del rey había tomado precauciones hechas a la medida de la amenaza.

Ellos sabían que JJ tenía una áspid. Y sabían que la criatura no podía lanzar fuego a una barrera de cristal ya que rebotaría contra ella y se quemaría a sí misma. El fuego era la única cosa que detenía a su monstruosa mascota, además de la única que podía liquidarla. Si esta era la entrada, el interior también estaría lleno de obstáculos antes de que pudiese dar con el rey.

Jean no iba a rendirse.

Se bajó de su lomo y se dirigió a la gente. Tenían las antorchas ya apagadas en alto, las espadas y flechas afiladas. Les habló como si ya fuera el rey y no un mero agitador.

-¡Tenemos que derribar la barrera! La áspid no puede calcinarla, y no será demasiado difícil hacer reventar los cristales.

-Esto es obra de la magia -farfulló Nadia-. No podremos quebrarla con piedras y palos.

JJ observó a los rostros de los aldeanos, uno por uno, como si así fuese a obtener las respuestas que buscaba. Algunos estaban cargados de miedo, otros de rabia, algunos de pura excitación. La solución le vino instantáneamente cuando vio algunos de los milenarios troncos del bosque, totalmente ennegrecidos por las llamas de la Señorita Rubí pero no completamente quemados debido a la torrencial lluvia que azotaba alrededor del castillo.

No dudó en exclamar varias órdenes, las cuales todos acataron, desde el más fuerte al más débil. Tomaron al menos siete troncos y, a la cuenta de tres de JJ, comenzaron a estamparlos contra la barrera de cristal del castillo.

Uno. Dos.

Golpe.

Uno. Dos.

GOLPE.

Nada ocurría.

La gente siguió golpeando el cristal, estrellando los pesados troncos una y otra vez. Incluso JJ se había sumado ahora y levantaba él sólo un tronco un poco más pequeño.

Su áspid soltó un rugido y luego comenzó a imitar los movimientos. Golpeaba su dura cabeza contra el cristal, a veces le daba picotazos, aumentando la velocidad con las estocadas. JJ la miró completamente fascinado, gritando que nadie dejase de golpear.

El vidrio comenzó a resquebrajarse.

-¡Ese es mi monstruo! ¡Sigue! ¡Sigue! -exclamó con puro júbilo.

Más golpes. Y más. Lo que empezó como una grieta se extendió a lo largo de toda la barrera protectora, enviando un crujido amenazador a los oídos de todos.

La sonrisa de JJ se borró al instante.

-¡Corran! ¡CORRAN!

Algunos aldeanos arrojaron los troncos a toda velocidad y huyeron varios metros adentro del calcinado bosque. El fango los hacía tropezar, sin la posibilidad de huir a tiempo para la fatal quebradura.

La áspid tomó a JJ por la camisa con el pico y lo alejó varios metros de la primera gran catástrofe. Desde lo alto vio a al menos dos de sus aldeanos atrapados bajo los troncos, al igual que otros tantos enterrados en el impenetrable suelo lodoso.

La barrera de cristal estalló. Los ensordecedores gritos de su gente se vieron opacados por la explosión de vidrios que volaron en grandes cantidades y tamaños por todo el perímetro.

JJ chilló al sentir varios cortes en su cuerpo a pesar de que estaba flotando varios metros en el aire. Los caballos relincharon de terror, huyendo de la escena junto con algunas de las carretas. No todos llegaron demasiado lejos antes de perecer bajo los bloques de vidrio.

Algunas de las personas, tampoco.

Cuando todo terminó, JJ observó al suelo dificultad por culpa de la tormenta. Abajo, no había más que el nacarado brillo de algunos de los fragmentos de cristal hundiéndose en la tierra.

Y sangre. Un gran reguero de sangre.

La Señorita Rubí lo depositó en el suelo bruscamente, a ver si su odioso humano conseguía alguna dolorosa herida que no le fuera mortal. JJ caminó entre los escombros.

Los aldeanos sobrevivientes salieron de sus escondites. Muchos estaban igual de heridos que él, con cortes superficiales que goteaban líquido carmín.

Pero había al menos una decena de cadáveres yaciendo sobre la tierra.

Uno de ellos era Nadia, una de las muchachas que lo había acompañado en su búsqueda de la áspid. Uno de los inmensos cristales se le había enterrado en la espalda a medio camino de huir. JJ recordó que su novia había sido uno de los tributos del rey. Ya nunca podría ver la victoria.

JJ le cerró los ojos.

Perecieron siete hombres y cuatro mujeres. Algunos ancianos, otros adolescentes. Vio el conocido rostro de Igor, el panadero y jefe de Otabek. Su hermano siempre había apreciado a ese tipo y sintió que seguía fallándole.

Rengueando se dirigió a su gente, al casi centenar de aldeanos que lo habían seguido en su demencial idea. Tenía que infundirles ánimos si no quería que aquel primer obstáculo dictase la sentencia de la misión.

-Quienes murieron hoy lo hicieron con valentía -empezó en voz baja-. Tenemos más motivos para luchar. Que sea en honores de todos nuestros caídos ¡A por el rey!

-¡Por el rey!

Desenfundaron las espadas y prepararon las flechas. Algunos se calzaron improvisadas armaduras que sacaban de las carretas. Sacaron también los explosivos.

JJ abrió su bolsita de cuero y rebuscó la delicada flor de belladona. La observó unos segundos antes de aplastarla con sus dedos enguantados, pasando todo el líquido por el filo de cada una de sus flechas.

La victoria sería suya, costase lo que le costase.

* * * *

Ante ellos se alzaba la enorme escalinata de mármol que dirigía a la entrada del castillo. JJ pudo observar que no quedaba ni una sola ventana, en todas ellas no había más que huecos donde se suponía que los cristales iban.

Sonrió ante la estupidez de esas bestias. El brujo debía haber usado todo el material para crear la barrera de cristal que de nada les había servido. Ahora estaban incluso más desprotegidos que antes.

La áspid esperaba ansiosa a que le dieran órdenes de atacar. Por ahora, no podía arriesgarse a que quemase toda la construcción si había posibilidades de que Isabella -y los otros tributos- siguieran adentro. Pero no sabía cuánto tiempo podría su monstruo controlar el instinto asesino.

El lugar estaba silencioso, salvo por la lluvia que no menguaba y los rayos que iluminaban el cielo cada tanto. JJ no escuchaba ni un solo sonido que viniese desde atrás de las puertas. Eso podía ser una muy buena o una muy, muy mala señal.

Dio la orden de que las puertas fueran derribadas. La madera cedió mucho más rápido que los cristales.

Todos contuvieron la respiración mientras daban cautelosos pasos adentro del castillo en filas de cinco, con JJ liderando la marcha y una flecha que apuntaba en cada dirección.

Las penumbras parecían engullirse la entrada del castillo. Todo se veía perfectamente en orden, a excepción de la puerta derribada y ahora astillada en la entrada. JJ agudizó todos los sentidos a la espera de algo.

Un fuerte chasquido se escuchó, seguido del metal hundiéndose en la carne humana junto con un grito mezclado de dolor.

Muchos se giraron a ver al aldeano herido, que era un joven poco más grande que JJ. El chico se retorcía sujetándose el ensangrentado muslo mientras tres personas buscaban quitarle el artefacto que ya le había comido todo por debajo de la rodilla.

-Es... ¿una trampa para conejos? -preguntó Lazar con estupefacción.

JJ entonces lo sintió: un tenue gruñido detrás de sus espaldas, acechando el momento exacto para atacar.

No tuvo tiempo de gritar. Una descomunal sombra pasó por encima suyo y fue a parar a sobre otro de los aldeanos, rugiendo mientras le hincaba los dientes por todos lados.

Nadie tuvo tiempo de gritar.

Todas las lámparas de aceite se encendieron y un montón de bestias se arrojaron contra los invasores.

Cientos de bestias.

Toda una manada de lobos salió de entre las columnas lanzándose ante la presa más cercana que tuvieran. Las flechas comenzaron a volar pero los animales eran mucho más veloces. De un solo mordisco liquidaban a un aldeano o lo dejaban completamente incapacitado.

Luego vinieron las serpientes. De todos los colores y tamaños, se arrastraron de debajo de los muebles para enredarse en todos los tobillos y cuellos que encontrasen.

-¡Ay, pero qué gallinas! -gritó una aterradora y sibilante voz.

La espantosa mujer serpiente los miraba desde arriba de una cornisa, enseñando los afilados dientes a los aldeanos. Gritos de terror podían ser escuchados, pero también el ruido de los arcos siendo tensados que le apuntaban a ella.

Ninguna flecha logró dispararse porque las serpientes actuaron de inmediato, con sus mordidas envenenadas y también sus fuertes cuerpos estranguladores.

Un segundo monstruo serpiente apareció. Era mucho más descomunal que la chica y venía acompañado de otra tropa de rastreras criaturas dispuestas a atacar, siendo escoltado por un hombre que parecía ser un híbrido de caimán.

Algunos quisieron escapar hacia el hueco que enviaba a los jardines, pero una repentina explosión los hizo volar por los aires.

JJ enfureció aún más. Tomó sus flechas bañadas en belladona y empezó a dispararles a los lobos, los cuales caían como moscas poco después de que impactaban en su cuerpo.

No podía perder más tiempo en ese salón, esperando a ser atacado por algún animal insulso. Tenía que encontrar a Isabella y al rey, a quien que apareciese primero. Seguramente estaría protegido en sus aposentos -pero el camino estaría cargado de amenazas, era lo más seguro-. Agarró algunas flechas extra de sus compañeros ya caídos y se encaminó a las escaleras.

-¿Vas a alguna parte? -preguntó una voz burlona que su cerebro reconoció.

JJ se giró a ver a su interlocutor. Sería imposible no reconocer sus orejas y cola de zorro, así como esa ladina sonrisa que quería arrancarle de cuajo, la misma que le ofreció el primer día que llegó. Agarró una de las flechas y disparó al chico zorro, el cual la esquivó con agilidad. Sacó los colmillos y se abalanzó sobre JJ, arañando su rostro y tratando de quitarle el arco.

-Eres hermano de Otabek y no pienso matarte -logró balbucearle-. Pero tampoco voy a dejar que ataques a mi familia.

-Oh, ¿ahora tienes compasión por el prisionero? -le escupió- Te voy a colgar de mi sala de trofeos.

-Otabek es mi familia, ahora.

-¡Él es mío! -chilló, tomando una flecha que se le había caído entre los dedos.

-¿Y dónde lo has dejado ahora? -le dijo con el rostro ensombrecido.

Por como lo atacaba parecía estar al tanto del destino que Otabek había tenido. Todo apuntaba al brujo que trabajaba para el rey y que JJ planeaba esclavizar bajo su mandato.

El zorro estaba demasiado distraído tratando de inmovilizar la mano con la que tenía el arco que no vio venir la flecha que JJ le clavó.

Sus reflejos eran veloces y logró que el arma no se le clavase en el costado al usar su brazo como escudo. Pero a JJ no le interesaba dar en un punto vital ya que todavía tenía su as bajo la manga.

Lo escuchó sisear de dolor pero aquello no lo detuvo de volver a lanzársele. Su cuerpo no hizo ni un solo espasmo a causa del veneno de belladona ni tampoco parecía perder fuerzas al atacar sino que estaba poseído por una fuerza descomunal. JJ debía haber usado una de las pocas flechas sanas que acababa de recoger.

Mi bendita mala suerte.

Agarró el brazo con la flecha y se lo torció, lo cual hizo que se alejara involuntariamente de encima de JJ, dándole tiempo a propiciarle un cabezazo que lo mandó a volar varios escalones más abajo.

Ni siquiera se detuvo en intentar rematarlo. Tenía que huir a buscar al rey antes de que otra de las bestias mucho más brutales lo encontrara.

* * * *

Los pasillos estaban oscuros y tranquilos, a diferencia del griterío por la batalla que se estaba librando en la planta baja. De tanto en tanto escuchaba chillidos animales aunque eran precedidos por desaforados pedidos humanos de auxilio. Estaban liquidándose allí abajo entre todos y si JJ no se apuraba en asesinar al rey todo podría acabar mal para ellos.

Deshacerse del rey era la solución.

JJ caminó con una flecha empapada de belladona -y ahora estaba seguro de ello- apuntando a cada rincón en penumbras. La lluvia entraba a los pasillos por los huecos de los ventanales sin vidrio y tenía que fijarse para no acabar resbalándose sobre las mojadas baldosas de cerámica.

-¿Dónde estás, rey? -preguntó más para sí mismo que otra cosa- Aparece de una vez.

Pateó una puerta tras otra, buscando al monarca de Novokabirsk. Pero nada aparecía. La vida estaba completamente esfumada del segundo piso del castillo.

Una de sus botas pisó algo pegajoso. Por un segundo pensó que sería algún deshecho apestoso pero era blancuzco y se adhería a la suela de sus zapatos, atrapándolo más y más. Cuando dio un par de pasos hacia atrás se dio con que su brazo también se había acabado pegando a aquella cosa extraña.

Eran telarañas. Por todo el pasillo. No eran redes hechas por las arañas en un lugar a causa del paso del tiempo sino que eran unas más bien descomunales. No dudaba de que las hubiera creado otra bestia del castillo.

Como pudo sacó la espada de su funda y empezó a cortar la tela. Era bastante difícil debido a que el filo se atascaba sobre el resistente material. Unos rugidos sonaron muy cerca de él. JJ debía alejarse cuanto antes o estaría a la merced de otro de los monstruos, justo atrapado en su trampa.

Hizo acopio de toda su fuerza y cortó el último pedazo de telaraña que lo separaba de la ventana, justo cuando una gigantesca sombra se asomaba se asomaba a comprobar quien era el pobre diablo que se había atrapado en sus redes.

Se arrojó al hueco, haciendo equilibrio sobre las cornisas, respirando agitadamente y con la vista nublada a causa de la lluvia. Nada se veía bien para JJ y su heroica misión.

-No puede acabar así. Me niego -siguió gruñendo.

Con mucho cuidado se giró hasta que dio el pecho contra la pared ladrillosa del castillo y sus manos encontraron la cornisa de arriba, que era un poco más ancha. De allí tendría que escalar un poco más hasta llegar a los balcones que bordeaban las cúpulas en forma de bulbo. Quizás de allí pudiera escapar nuevamente al interior del palacio y seguir con su búsqueda del rey.

Sentía que se le romperían todas las uñas y acabarían cayéndose al vacío. Era una caída larga y profunda, que sería muy dolorosa si ocurría. JJ no iba a morirse de esa manera. No así.

Suspiró con alivio en cuanto escaló varias de las cornisas, más cerca de su objetivo en una cúpula que estaba adornada con pintura verde y dorada, con salpicaduras de un blanco brilloso. JJ se detuvo a mirar el panorama.

Podía observar los jardines, donde una cruenta batalla se estaba librando. Mucha de su gente estaba allí y de repente ya no estaba, siendo atrapados por veloces criaturas que los arrastraban al fondo del lago estancado para no volver a salir. Otros eran devorados por inmensos cocodrilos que se fundían con el color verdoso del agua.

Una manada de lobos y otra de leopardos de las nieves estaban igualando a un buen número de aldeanos. JJ enfureció al ver aquello. Los malditos leopardos solo estaban en el desierto de Sibír y no podía comprender qué hacían allí, muriendo a favor de un rey tiránico. Por supuesto que se conseguiría animales ya que humanos de verdad nunca lucharían por él.

Otabek sí lo haría. Ha preferido defenderlo a él antes que a ti.

Su furia se vio mermada por un rugido de la Señorita Rubí. Intentaba dar picotazos a todos los animales -y a las bestias híbridas- que enfrentaban una amenaza para su objetivo. Pero no la tenía tan fácil cómo debería haber sido para una criatura de su poder y tamaño.

Un punto rojo sobrevolaba alrededor de la áspid. Cada tanto arrojaba algo sobre ella que, al ser contacto con su cuerpo acristalado, explotaba y creaba unas cuantas llamas que herían la piel de su preciada mascota.

JJ sonrió al reconocer al ave rojiza. Era la muchacha que se lo había llevado ese primer día, la que lo separó de Otabek y lo dejó como si fuera menos que un saco de patatas en la entrada de su pueblo, lleno de heridas causadas por sus garras.

Tomó una de las mortíferas flechas. Tensó el arco.

JJ tenía la mejor de las punterías. Y, con su arma, ni siquiera necesitaba dar a un punto vital. Si solo la rozaba la vería caer del cielo en picada, disfrutando de aquella dolorosa y lenta muerte.

Inspiró con fuerza. Entrecerró un ojo y apuntó.

Pero la flecha salió disparada hacia abajo, cayendo a los pies de donde él estaba parado. Una gigantesca mano se cernía ahora sobre su brazo y le enterraba las afiladas uñas sobre su carne, haciéndolo gritar por el agonizante dolor.

-¿Acaso crees que puedes irrumpir en mi casa y amenazar a mi familia?

Esa voz. Esa maldita voz de pesadillas.

Las gotas ya no lo empapaban por la gigantesca figura del Rey Bestia estaba encima suyo, reteniendo con todas las fuerzas que tenía su brazo.

Toda la furia e impotencia de JJ regresó a su cuerpo. Con la mano libre sacó la espada y le hizo un veloz tajo en el brazo del rey. Inmediatamente lo soltó con un gruñido.

-¿Me dices eso después de que destrozaste la mía?

El rey trató de abalanzarse sobre él pero estaba complicado ya que ambos yacían sobre la angosta cornisa. El rey le enseñó los colmillos, tal vez incluso más furioso que el mismo JJ.

-¿En dónde está Otabek? ¿Qué le has hecho?

JJ agitó la espada hacia el cuello del rey, justo al tiempo que este se agachaba para esquivar la estocada. Con las garras se sujetó de la cornisa de más arriba, trepando con más astucia y rapidez que su oponente.

-¡¿Qué es lo que tú le has hecho?! ¡Le has lavado el cerebro por completo!

-Al menos él tiene cerebro. Y un corazón, por lo que veo, muy a diferencia tuya.

JJ lanzó un grito de rabia. Se volvió a guardar la espada y se calzó el arco para seguir trepando a pesar de que el rey le llevaba ya una buena ventaja. Aquella era su gran oportunidad. Podría ni siquiera necesitar las flechas, solo un empujón por la cornisa y sus problemas estarían acabados.

El rey ya había llegado a los balcones de la cúpula verde y observaba hacia abajo, a JJ aún colgando como podía. Podría haber puesto uno de sus enormes pies sobre la mano del chico y lo enviaría a una muerte totalmente inevitable.

-Puedes matarme -le dijo con cuidado desde arriba-. Pero nunca encontrarás la felicidad siendo el rey. No tienes idea de a todo lo que tendrás que renunciar.

JJ se soltó de una mano para darse envión. Tenía ya el cuerpo a medias sobre el balcón, pero el rey no se movía de su lugar.

-Y nunca serás merecedor de tenerlo a tu lado si lo haces. Ni un millón de personas como tú valen como un solo Otabek.

-¿Y acaso tú si eres merecedor? -le preguntó, jadeando y con ironía. No tenía fuerzas para terminar de trepar y sacar una flecha que lo matara instantáneamente.

El rey no respondió. Ni tampoco intentó atacarlo. Simplemente giró sobre sí mismo y desapareció a través de un hueco que la cúpula tenía, lejos de JJ y de la lluvia.

¡Y ya comenzó el asalto al castillo! Hemos visto solo una pequeña parte de lo que será, e incluso falta que veamos que ha pasado con más de los personajes :o En muchas cosas se parece a la historia original, pero decidí darle cierto toque al agregar las salvaguardas que Yuuri puso y que todos estuvieron planificando.

Quiero que me disculpen si tiene errores de tipeo u otros </3 lo terminé durante un break que me hice de estudiar y no tuve tiempo de corregirlo. Lo haré luego del examen del lunes para ver que no haya errores garrafales. Y hablando del examen... como les dije no podré publicar hasta después de el, así que es probable que lunes a la nochecita intentaré hacer el nuevo capítulo (como mucho el martes a la madrugada).

¡Y rueguen que apruebe! Porque si no lo hago y me pongo a escribir estando enojada... :0

NOTICION: Para quienes no lo hayan visto, publique el ÚLTIMO Coffee Shop AU ¡El Victuuri! Así que las invito a leerlo si no lo han hecho: La mejor propina eres tú.

Eso es todo por hoy. Muchísimas gracias por el amor de todos los días, con los votos y comentarios <3 ya no queda nada nada de historia y empiezo a ponerme super nostálgica. Quisiera que dure para siempre T_T

¡Besitos! ¡Y nos veremos el lunes! También prometo que la semana que viene habrá actualización de Una noche en París :D

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