Capítulo 21

Desde que Yuri era una bestia odiaba los baños.

No era nada divertido oler a perro mojado en lugar de a jabón cada vez que salía de la tina. El pelaje demoraba en secar y ni siquiera sacudiéndose lograba quitarse la humedad del cuerpo. Así que, desde entonces, lo hacía solo cuando lo consideraba estrictamente necesario.

Lilia ya estaba esperándolo con al menos cinco toallas cerca de la cama. La mujer tendría un buen tiempo intentando secarlo. Yuri bufó con amargura.

-¿Dónde está Phichit? ¿Para qué le pago yo para que sea mi asistente? -gruñó.

-No creo que haga falta recalcarte que no le pagas nada -masculló Lilia-. Siéntate.

Yuri cedió de mala gana a su orden y tomó asiento en el suelo como si fuera un pequeño cachorrito indisciplinado. Lilia se había encogido demasiados centímetros a causa de su cuerpo de cisne y solo así llegaba a secar los cabellos de su ya no tan pequeño rey.

Pensó que tal vez sería divertido sacudirse y escuchar a la mujer chillar a causa de las gotas. La verdad era que no le molestaba para nada que luego lo regañara. Quería sentirse como un principito rebelde otra vez, como un niño al que lo único que le interesaba era dar de comer a los patos y peces del estanque.

Mientras Lilia cepillaba su húmedo cabello decidió perderse en sus pensamientos. En sueños y recuerdos, en deseos y también inquietudes. Yuri se imaginó a Otabek en su habitación siendo atacado por probablemente Leo y Phichit mientras trataban de dejarlo presentable para aquella noche. Si bien estaba seguro que esos dos harían un excelente trabajo no pudo evitar decirse que Otabek seguiría viéndose bien aunque estuviera sucio y con su capa de campesino.

Mila y Georgi entraron al poco rato y revolotearon por el cuarto sin saber muy bien qué hacer. Ninguno tenía permitido acercarse al traje que acababa de llegarle de las habilidosas manos -¿o patas?- de Yuuko. Era de un amarillo brillante con muchos detalles bordados con dorado. Era precioso. Le recordaba a los trajes que usaba en las fiestas de la corte, mucho antes de ser una bestia. El traje ahora era al menos de un talle al menos dos veces mayor. Yuri siempre había sido un muchacho delgado y de piernas largas pero ahora era una deformidad de pelaje, músculos de animal y afiladas garras.

Como no estaba poniendo mucho de sí mismo fue Lilia quien le arrojó loción y le colocó algunos lazos allí donde el pelaje se le hacía más largo. Incluso se atrevió a trenzar algunos de esos cabellos.

Lucharon un poco con el traje pero eso no evitó que Yuri le rasgara una de las axilas a la camisa. Estaba tan molesto que acabo arrojando el frasco de loción a que se estampase contra el suelo. El aroma invadió el cuarto instantáneamente.

-Más le vale controlar ese carácter esta noche, mi señor -habló Mila-. No vaya a arrojarle un plato en la cabeza al invitado.

-O el pastel -intervino Georgi cruzando las pinzas.

-O los candelabros.

-¡Basta! -rugió, haciendo que Mila saliera volando unos metros.

-Lo hará bien -agregó Lilia acomodándole los cabellos-. El rey tiene aprecio por el joven Otabek.

Sintió que su corazón latía más fuerte. Se sentía tan acorralado e impotente cada vez que pensaba aquello...

¿Sería recíproco?

¿Sería Otabek el chico de la maldición, quien lo salvaría de su eterno castigo? ¿Podría querer a un monstruo?

Tal vez Yuri podría regresar a ser humano después. Pero nadie le garantizaba que Otabek querría quedarse a su lado por voluntad propia. Después de todo era un cautivo, un prisionero. Si seguía en el castillo era porque estaba atado al rey.

Lilia le anunció que era hora de acercarse al salón de baile. Seung-Gil estaba esperando en la puerta para escoltarlo como había hecho desde que Yuri asumió como rey y el joven lobo fue nombrado como capitán de la guardia.

Georgi, Mila y Lilia desaparecieron por la puerta. Yuri aprovechó aquellos segundos a solas y se acercó hasta el cajón donde había guardado aquel bonito objeto que Viktor le entregó en su cabaña en Sibír.

La rosa plateada.

Dudó un par de segundos hasta que finalmente decidió tomarla entre los dedos. Era tan pequeña y frágil a comparación de sus enormes garras. Con sumo cuidado se la guardó adentro de la chaqueta. Respiró profundamente y salió a encontrarse con Otabek.

* * * *

Del salón de baile podía escuchar música. En los minutos en que Yuri se había tomado para guardarse la rosa descubrió luego que tanto Georgi como Lilia lo habían abandonado. Estaban demasiado lejos pero él reconocía los suaves acordes de su tutora con el piano, un montón de sinfonías olvidadas por la gente del reino.

-Todo saldrá maravilloso, mi señor -le dijo Mila con cierta emoción mientras se acicalaba las plumas. Seung-Gil solo soltó un gruñido.

-Más les vale a todos si quieren conservar las orejas y la cola.

-Es una suerte que yo no las tenga, entonces -rió su prima.

Yuri también le sonrió ante la broma.

Fueron acercándose cada vez más al salón de baile. Todos los sonidos y sensaciones se hacían más abrumadores para Yuri. Su agudeza animal lo hacía percibir algunas emociones en los humanos, especialmente si estas eran lo suficientemente fuertes. La voz de Leo fue lo que más claro pudo oír mientras lo presentaba a los pies de la escalera, Yuri aún detrás de las puertas.

-Y ahora: con todos ustedes, nuestro gran señor del reino, hijo de Aleksandr el Benévolo y descendiente de la honorable casa Plisetsky de Krovorod, Su Majestad Imperial el Rey Yuri Aleksandrovich Plisetsky, también llamado Yuri el Prestigioso ¡Gran Monarca de Novokabirsk!

Luego de que sonaran muchos aplausos bastantes extraños -no era tan fácil usar patas o pinzas para hacerlo- Yuri puso un pie en la escalera.

Y para lo único que tuvo ojos fue para Otabek.

Estaba completamente exquisito en ese traje azul que realzaba todos sus rasgos. Estaba radiante como ningún astro del cielo lo hacía jamás. Y lo estaba esperando a él.

Yuri descendió por las escaleras perfectamente iluminadas por la magia del brujo que residía en el castillo. Si bien el rey jamás lo admitiría, Yuuri había hecho un trabajo excelente en decorar el salón de baile como si se encontraran adentro de un verdadero cuento de fantasía, igual que los que Otabek le narraba a veces por las noches.

Lentamente se acercó hasta él. Yuri fue entonces consciente de que, a pesar del estoicismo del rostro de Otabek, su respiración se hacía mucho más rápida. Los pequeños ojos los tenía iluminados y no era precisamente por todas las velas que flotaban alrededor. También estaba bastante seguro que su pulso estaba corriendo velozmente pero tal vez era el suyo el que lo hacía.

-Hola -atinó a decir. Quiso morderse la lengua por ser tan poco elocuente.

-Su Majestad.

Otabek deslizó un pie por el suelo y se sostuvo con el otro mientras arqueaba la espalda hacia él. Le estaba haciendo una reverencia pero por primera vez en sus tantos años como monarca, Yuri no sentía que era un gesto hacia un superior sino un gesto de respeto a un igual. Uno que Otabek le estaba devolviendo luego de que Yuri hiciera lo mismo cuando le pidió ser su compañero en el baile.

Otabek lo miraba con intensidad. Yuri quería que sus ojos no se apartaran de él aquella noche, porque quizás así descubriría todo lo que había en su alma.

* * * *

Ambos tomaron asiento frente al otro en la mesa que estaba dispuesta solo para ellos. No estaban tan cerca como Yuri hubiese querido pero estaba seguro que si estiraba el brazo podría rozar los suaves dedos de Otabek. Se contuvo de hacer aquello.

Michele y Sara dispusieron unos cuantos platos llenos de comida. A Yuri le gustaba el ligero gesto de sorpresa que Otabek hacía cada vez que le entregaban el rebosante platillo. Eso decía mucho de él y sus humildes orígenes, que para el rey valían muchísimo más que las riquezas de todos los nobles de las ciudades más importantes de Korolym y Krovorod.

-Que lo disfruten -dijo Sara en un tono puramente maternal antes de guiñarle el ojo a Otabek.

Cuando los abandonaron se quedaron en silencio. Otabek movía ansiosamente los dedos y jugueteaba con la extensa cubertería de la mesa. Yuri miraba para todos lados en el salón, desde el brujo en la ventana pasando por Lilia en el piano y terminando por todos los chismosos criados en la entrada al jardín.

-¿No quieres comer? -le preguntó Otabek de repente- No tienes que tener vergüenza de cómo te ves conmigo. Ya sabes cómo podemos tomar la sopa -le sonrió.

-No es eso -suspiró Yuri echándose contra la silla. Rápidamente dirigió sus felinos y amenazantes ojos al jardín- ¡No puedo comer si me están mirando!

Todos los del servicio empezaron a corretear en cuanto escucharon su estridente tono de voz. Tuvo un último vistazo de su gente antes de que se perdieran por los alrededores del jardín. Yuri sabía, sin embargo, que todos acabarían por encontrar algún punto desde las ventanas por los cuales espiar.

Otabek parecía querer contener la risa. Yuri descubrió que el brujo seguía en su lugar en la ventana, mirando hacia la luna con anhelo y nostalgia.

-¿Y tú? ¿Podrías no arruinarme la noche con tu cara? -masculló- Nuestra noche -se corrigió dándome una rápida mirada a Otabek.

Yuuri no se dejó intimidar por sus palabras. De un salto se bajó de su lugar en el alféizar y se acomodó su ridícula tiara. No dedicó ni una sola mirada al rey mientras partía pero sí se detuvo delante de Otabek.

-Espero que tengas un gran comienzo de cumpleaños -le dijo con sinceridad-. Yo iré a hacer lo que me pediste.

El rostro de Otabek se transformó en uno de alivio pero con un ligero toque de nerviosismo. Aún así asintió hacia el brujo.

-Muchas gracias, Yuuri.

Yuuri inclinó la cabeza y se desmaterializó frente a los ojos de ambos. Yuri odiaba que fuese tan teatral y presumido, algo que tenía totalmente mimetizado con su odioso amante.

-Eh... -empezó a decir Yuri, rascándose detrás de las orejas- ¿Te gusta? ¿Está todo bien?

-Sí -respondió hojeando el lugar-. Es maravilloso. Y todo gracias a que pediste que se siguiera con los preparativos.

-Estoy seguro que el chismoso de Leo y el metiche de Phichit hubiesen seguido sin mí de todas formas.

-Pero que aún así lo hayas pedido significa mucho.

-Otabek...

Había tantas cosas que Yuri quería decirle; que quería que la maldición se rompiera para que no tuviera que mirar su horrible rostro, que ojalá lo hubiese conocido cuando eran jóvenes porque tal vez Yuri podría haber seguido un mejor camino a su lado. Otabek lo hacía querer ser mejor persona.

Y no quedaban más que dos semanas. Dos míseras semanas en las que él podría morir a causa de la maldición. Yuri no permitiría aquello por más de que le costase su propia vida.

Últimamente se preguntaba muy a menudo por qué Otabek le inspiraba aquellas cosas que los otros tributos jamás le habían provocado. Si bien su corazón se endurecía y resquebrajaba con sus injustas muertes el rey simplemente había aprendido a vivir con aquel dolor. Pero el que la muerte de aquel campesino amante de los libros podría provocarlo no era algo de lo que se recuperaría alguna vez. O jamás.

Ambos tomaron la sopa como solían hacerlo en el salón comedor junto al hogar. Otabek había descubierto la técnica para no embarrarse los bigotes y Yuri sabía cómo ser más delicado. Era estúpido y cursi pero le encantaba tener algo que no fuera el lazo que lo atara a Otabek.

Poco después Lilia empezó a tocar otra melodía. El corazón de Yuri se le estrujo por completo en el pecho y su rostro, antes sonriente, ya no lo estaba. Otabek se percató de aquello al instante, pero Yuri estaba absorto en memorias del pasado como para responderle al instante.

-¿Estás bien?

¿Cómo podía Yuri explicarle?

¿Cómo podía explicarle lo que esa canción significaba para él luego de tantos años? Si hubiese sido menos frío e infeliz tal vez ya hubiese estado llorando con el rostro lleno de tristeza.

-Hace tal vez quince años que no escuchaba esta casa -susurró con la mirada clavada en el cuenco vacío de la sopa-. Mi abuelo la compuso para mí cuando yo era pequeño. Fue su último regalo antes de que muriera.

Él no tenía demasiados recuerdos de dieduchka Nikolai. Era un hombre bueno según lo que la gente de la corte solía decir de él. Un hombre solidario que se dedicaba a usar su fortuna para alimentar a la gente más pobre del reino. El único lujo en el que se permitía gastar era en instrumentos musicales.

Murió cuando Yuri no tenía ni siquiera seis inviernos. Recordaba haberlo llorado cuando era pequeño pero no podía recordar exactamente por qué. No sabía muy bien la razón de por qué aquel hombre había sido tan importante del pequeño príncipe de Novokabirsk.

-Se llama el Vals de Yurachka -confesó orgulloso y algo avergonzado a la vez-. Sé que es ridículo...

Lilia tenía una excelente educación con el piano. Había sido el mismo Nikolai quien le enseñó a una joven Madame Lilia el arte de la música. Todo noble que se respetara sabía tocar al menos un instrumento, incluso él mismo solía tocar el piano y el violín de joven. Pero nunca se atrevió a tocar las notas de aquel vals porque traían demasiados recuerdos difusos.

La canción sonaba preciosa bajo los dedos de su tutora pero nunca sonaría como la canción original de Nikolai.

-¿Es para bailar? -preguntó Otabek de repente, con un ligero rubor en las mejillas.

Yuri se quedó de piedra ante su propuesta. No había planeado bailar realmente con Otabek a pesar de que la celebración fuese un baile llevándose a cabo en un salón especialmente diseñado para bailar. Simplemente no se imaginaba que alguien como él querría bailar con una bestia que acabaría arañándole por todas las partes que tocase.

-No sé si debería... -masculló Yuri por lo bajo.

-¿Cómo regalo de cumpleaños? -insistió Otabek sonriéndole.

Tengo un mejor regalo para ti, quería decirle.

No pudo responderle porque Otabek ya había empujado la silla y daba largos pasos en dirección a Yuri con la mano extendida hacia él.

Ni siquiera dudó en tomarla. Su cuerpo había reaccionado al instante al verla tan cerca que podía tocarla de verdad. Se sentía extraño volver a tocar una mano humana, tan pequeña y suave en comparación a la suya. Si Yuri hubiese sido un humano completo, las manos de Otabek podrían haber atrapado las suyas con facilidad.

El Vals de Yurachka estaba llegando a la mitad cuando Otabek lo arrastró al centro de la pista. Yuri, con su sexto sentido animal, podía sentir una decena de pares de ojos clavados en su espalda, con los rostros estampados contra los ventanales para poder observar toda la escena.

Apretó las manos en un puño para que las garras no hirieran a Otabek en cuanto posó una sobre la parte baja de su espalda mientras que dejó que el chico le tomara la otra. Yuri se veía nervioso pero la sonrisa de Otabek parecía calmarlo.

-Espero seas un buen bailarín. He oído algunos rumores de que la gente se peleaba por ser tu compañero de baile.

-¿Te lo ha contado ese zorro del demonio?

-En realidad fue Chris -dijo encogiéndose de hombros.

-Debería haberlo supuesto. Siempre tuvo envidia de que tenía más ligues que él.

-No sé si creer eso, Majestad.

Se movían ligeramente con la música. El vals había llegado a un punto lento; su abuelo le había dicho que, cuando la pasaran en su boda, sería el momento perfecto para acercarse a su amor.

Yuri estiró más a Otabek hacia sí. Él no se negó.

-Tú pareces ser un buen bailarín.

-Mi profesora era muy buena.

Otabek no tenía que decir su nombre para que Yuri supiera de quién se trataba. Cerró los ojos y respiró con fuerza mientras el nombre de Isabella retumbaba en su cabeza mientras hizo dar un giro a su compañero.

-Aquí todos son buenos bailarines. No sabes cómo se ponía Mila luego de competir contra todos los guardias a ver quien se bebía más vino -recordó Yuri con una divertida nostalgia-. Una vez retó a Seung-Gil y acabó besándose con varios de sus compañeros.

-Majestad, tendrá que disculparme pero eso no lo creo no viéndolo con mis propios ojos.

Yuri soltó una risotada, aunque estaba seguro que sonó muy aterrador. Otabek no lo miró de ninguna forma extraña.

-Tal vez algún día puedas venir a una fiesta real en el palacio y comprobarlo.

-Tal vez -fue todo lo que Otabek dijo con mucho pesar en la voz.

La música se apagó y también el baile. Otabek estaba jadeando debajo de sus brazos por el cansancio. Nunca lo había tenido tan cerca pero tampoco se había sentido jamás tan lejos.

* * * *

La celebración en el interior del salón no duró demasiado tiempo. Michele apareció con uno de los dulces que había logrado salvar de las trillizas de Yuuko y se lo entregó a Otabek. Yuri no podía dejar de pensar que sus labios sabrían seguramente a chocolate y frambuesas a causa de ese pequeño postre.

Yuri lo invitó a recorrer los jardines a su lado, en parte porque estar encerrado lo asfixiaba y en parte porque quería privacidad de tantos ojos curiosos antes de dar su regalo.

Otabek parecía estar pensando exactamente lo mismo que él.

Atravesaron el lago y caminaron muy, muy lejos del rosedal maldito. Yuri no dejaría que le arruinasen su mágica noche al lado de la persona más maravillosa que el reino había tenido la oportunidad de albergar. No le sorprendía que Otabek fuese de otras tierras, demasiado perfecto para venir de un lugar tan podrido como Novokabirsk.

-¿En qué piensas? -inquirió Otabek a su lado.

-En todo. En nada, ¿y tú? -preguntó- ¿Qué se siente tener ya veinticuatro inviernos?

-Exactamente lo mismo que tener veintitrés -suspiró.

-No eres el cumpleañero más divertido y lo sabes ¿no?

Otabek rió de verdad ante sus palabras. Su risa retumbó en los jardines junto con el cantar de los grillos y el crujir de las hojas cada vez que el viento quería moverlas de su lugar. Ambos tomaron lugar en una de las viejas bancas que habían sido dispuestas por todo el lugar por su madre, la reina Alina, a quien le encantaba pasar horas y horas con el sol calentándole las mejillas. Ver a Otabek cómodamente en una de sus preciadas bancas era algo que Yuri no sabía que había estado necesitando en su vida. Lo llenaba de calidez.

-Es un punto muy tranquilo -le dijo Otabek-. Ayuda a pensar.

-Mi mamá se sentaba aquí cuando yo le daba de comer a los patos -se encontró confesando-. No es que la reina tuviera demasiado tiempo para salir a pasear con su hijo pero lo hacíamos de vez en cuando hace ya muchos años. Hoy ya no están ni la reina ni los patos ni el pequeño príncipe.

Trataba de que aquel dolor no le pinchara el corazón. Esa no era una noche para arruinar con viejas memorias sin sentido como patos a los que ya no podía arrojarles pan o un vals nombrado como él.

-No eres el único que ha perdido muchas cosas -susurró Otabek jugando con sus dedos.

-Si pudiera dártelas de regreso, lo haría. Daría el palacio entero.

Otabek le sonrió de lado pero no se veía totalmente convencido.

-He estado pensando en algo -soltó.

-¿Sí? -preguntó, tragando saliva con nerviosismo.

La nuez de Adán se movía rápidamente en el cuello de Otabek. Yuri también pudo ver la vena de su cuello palpitar con fuerza. El chico parecía estar librando una pequeña batalla interna.

-Leo me dijo que esta noche debía ser honesto.

-Pues era hora de que ese zorro dijera algo inteligente -masculló Yuri. Otabek soltó una risa.

-He pensado en rosas. No en las de tu rosedal en particular... he pensado en las rosas que mi hermano le conseguía a su novia cada vez que regresaba del bosque.

Ninguno dijo nada. Yuri comenzó a impacientarse por saber a dónde iba aquella conversación.

-JJ volvía con las manos ensangrentadas pero con las más hermosas rosas para entregarle a Isabella. Ella luego le curaba las heridas y se disculpaba con él por haberlo puesto en aquel aprieto pero JJ regresaba a por las rosas una y otra y otra y otra vez, incansable y sin miedo a acabar lastimado. Él sabía que ese sería su final pero no se detenía porque amaba demasiado a Isabella como para no hacerlo.

Yuri contuvo la respiración. Otabek ya no estaba consciente de él sino que parecía estar perdiéndose en recuerdos tal como Yuri hacía un rato.

-Y pensé en nuestra conversación de la otra vez. Tal vez... yo también me siento preparado para ir a tomar las rosas con mis manos. Tal vez esté listo para correr ese riesgo.

Una fresca brisa les acarició el rostro. Otabek miró a Yuri y le sostuvo la mirada como si se le fuera la vida en ello. No quitaba sus ojos de los del rey porque parecía ver el mundo entero reflejado en los irises de Yuri.

-¿Estás dispuesto incluso a pesar de las espinas que tienen las rosas? Algunas incluso más que otras -preguntó lentamente.

Otabek no se detuvo a pensar en su respuesta.

-Sí -afirmó-. Espinas y todo, estoy dispuesto.

Yuri se llevó la mano a la chaqueta, justo en donde la rosa plateada descansaba. No le importaba que todavía faltase un poco para medianoche. Tenía que sacarla y dársela en ese mismo momento a Otabek antes de que se arrepintiese luego de tan hermosas palabras.

No quiero que se vaya. Quiero que se quede aquí para siempre. Con todos nosotros. Conmigo.

Una repentina aparición los hizo dar un respingo completamente aterrado. Otabek incluso casi se cayó de su lugar en el banca pero no fue así gracias a que Yuri lo sujetó por el codo, clavándole las garras sobre el hermoso traje y rasgándolo.

El brujo Yuuri estaba frente a ellos.

Y, a juzgar por su rostro, algo andaba terriblemente mal.

* * * *

A pesar de que había usado la transportación hasta el jardín, Yuuri estaba respirando fuertemente. Se movía en círculos nerviosamente, alterando tanto a Otabek como Yuri por su incapacidad de comunicar que es lo que estaba sucediendo.

-¡Deja de girar tanto! -bramó el rey poniéndose de pie- ¿Qué es tan importante para qué hayas osado interrumpir...?

-¡Yuri! -chilló el otro en respuesta- ¡Estamos en gravísimo peligro!

Yuri quedó completamente perplejo ante sus palabras. Yuuri lo había sujetado de los brazos y se dispuso a zarandearlo pero el brujo no tenía tanta fuerza en comparación del rey bestia. Otabek también se puso de pie.

-Yuuri...

-Es tu hermano -dijo apenado-. Ha estado tramando una revolución y planea asaltar el castillo mañana mismo. Todo Os Gashma lo sigue.

El viento sopló con más fuerza. Otabek se veía completamente horrorizado con las palabras del brujo. Su rostro entonces se transformó en uno de escepticismo.

-No es posible. No.

-Otabek... no tienes idea la cantidad de armas que están repartiéndose entre todos ellos ahora. Tu hermano incluso ha hablado de... -se calló- parece que se ha conseguido un as bajo la manga y se ve muy seguro de poder triunfar.

-JJ siempre está seguro de todo -exclamó-. Probablemente son solo delirios de un loco solitario y consumido por la tristeza. Oh, JJ...

Se sujetó la cabeza mientras se dejaba caer otra vez en la banca. Yuri dio unos pasos hacia él, la rosa pesando en su chaqueta como nunca.

-Lo he dejado sólo -murmuró Otabek-. Por los dioses. Si JJ de verdad está planeando una locura así de grande...

-Otabek -lo llamó Yuri con la voz más suave que pudo encontrar. El chico lo ignoró.

-Tengo que hacerlo entrar en razón. Quizás si llego a Os Gashma esta misma noche y ve que estoy bien... solo quizás...

-Otabek -gruñó Yuri.

Él se giró a verlo, completamente sorprendido de su hostilidad pero sin las fuerzas necesarias para ser capaz de reclamarle dicha actitud.

Yuri le sostuvo la mirada un par de segundos antes de llevarse la mano al bolsillo. Con lentitud y dolor en el corazón, sacó la rosa plateada.

Yuuri soltó un grito ahogado. Otabek la miraba con confusión.

-Este es mi regalo para ti -dijo con decisión.

-Majestad... -quiso intervenir Yuuri pero el rey le puso una pata casi sobre el rostro.

-Tú cállate -masculló sin dejar de mirar a Otabek-. Por favor, tómala.

-¿Yuri?

-Mi regalo es tu libertad.

Otabek abrió los ojos con sorpresa, seguramente comprendiendo lo que esa pequeña rosa significaba. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

-Tómala -ordenó Yuri-. Por favor.

Era suficientemente doloroso sacrificar todo lo que esa rosa requería pero lo más punzante fue ver que Otabek tomaba la rosa entre sus manos, casi desesperado por recuperar aquello que hacía muy poco creyó perdido.

Sintió que se le clavaban un montón de espinas alrededor del corazón. Otabek también debía estar sintiéndolo porque se llevó una mano al lado izquierdo del pecho pero sin apartar los ojos de la rosa, temeroso de que se le esfumara de los dedos.

El lazo se había roto. Yuri había sido sincero con su regalo.

Pero todos pagarían las consecuencias.

* * * *

Yuuri los transportó a todos al salón de baile, donde el rey comenzó a mascullar un montón de órdenes a todos los presentes. Se veían confundidos de lo que estaba ocurriendo y nadie parecía entender el motivo de que aquella preciosa noche se viera truncada tan de golpe.

-¡Guang Hong! -gritó Yuri a toda voz.

El chico correteó hasta su amo con toda la velocidad que sus patitas de cabra le permitían. Dio una exagerada reverencia ante el rey mientras se detenía un par de segundos a recuperar el aire.

-Ensilla un caballo. Ahora.

-¡Sí, señor!

Guang Hong se dirigió hacia la puerta de los jardines que quedaba más cerca del establo. Antes de que desapareciera de su campo de visión, Yuri estaba seguro que vio la anaranjada cola de Leo apresurarse tras él.

Otabek se veía destrozado. Confundido. Atemorizado. Pero también decidido. Yuri nunca había visto tantas emociones en su rostro, el cual usualmente parecía tallado en piedra.

A Yuri todavía le dolía el alma por el lazo partido. Nunca había hecho algo como eso pero jamás hubiese esperado que doliera tanto.

-Yuri... -balbuceó Otabek.

-No digas nada -lo cortó-. Debes irte y encontrar a tu hermano.

-Tengo algo que quiero decir -replicó. Yuri alzó una de las garras.

-No ahora. Por favor, no quiero nada que suene como una despedida. Tendremos una muy larga noche hoy. Quiero que cuando acabe, si aún quieres decirme lo que estás planeando, lo hagas.

Otabek asintió con profundo dolor en los ojos. Una de sus manos acarició la mejilla deformada de Yuri.

-Tal vez seas nuestro héroe hoy -dijo, completamente consciente del doble sentido de sus palabras.

Mi héroe.

Otabek se dirigió entonces a la entrada para encontrarse con el caballo que Guang Hong le había preparado. Se quitó la preciosa chaqueta celeste -que ahora tenía un rasgón a la altura del codo- y se calzó la capa que Sara le ofrecía. La chica tenía lágrimas en los ojos mientras besaba la frente de Otabek. Yuri vio unas diminutas gotas de sangre bajando por su cuello entre las espinas del collar.

-¡Espera! -exclamó Yuuri.

Otabek se encontró con el brujo, que acababa de quitarse la corona de la cabeza y estaba arrancando una de las piedras de luna que la iluminaban. Se la tendió sin dudarlo.

-Estas piedras protegen y dan energía. Espero te sirva para cruzar el bosque.

Asintió a modo de agradecimiento. Antes de partir se giró una última vez para observar todos los rostros presentes en aquel salón.

Nadie sabía si volverían a encontrarse. Yuri solo podía rogar a los dioses que lo bendijeran con al menos un minuto más al lado de Otabek.

Luego, desapareció en la oscuridad de la noche. El único rastro de su paso por el castillo era el corazón roto del rey.

* * * *

Media hora después el palacio se transformó en un verdadero caos. Algunos iban y venían mientras arrastraban muebles que depositaban en todas las entradas del castillo. Yuri simplemente los miraba enloquecer en silencio: su duelo y dolor no le permitían comenzar a sentir temor por la posible amenaza.

-¡¿Qué vamos a hacer?! -lloriqueó Guang Hong- ¡Todo el pueblo! ¡Y seguro tienen espadas, flechas, hachas...!

-Que vengan de a cien -exclamó Seung-Gil enseñando los dientes-. No podemos permitir que nos vengan a cazar como alimañas.

-¿Crees que podemos hacerle competencia a todo un pueblo? -bramó Michele- Somos completamente inútiles y torpes en estos cuerpos híbridos.

-Pues no nos quedaremos de brazos cruzados -intervino la araña Yuuko, que había abandonado sus telares.

-¿Mi señor? -preguntó Mila a sus espaldas, aleteando sin cesar- ¿Qué es lo que vamos a hacer?

Todos se callaron para escuchar el veredicto del rey. Él los miró uno por uno, sus asustados pero valientes rostros. Yuri estaba seguro que ni diez mil campesinos con sed de sangre valía tanto como al menos uno de todos ellos. Su familia.

-Déjenlos que vengan -dijo.

Pudo escucharlos contener la respiración, con sorpresa y una creciente decepciona.

-Porque cuando lo hagan -prosiguió- caerán en nuestra trampa. Protejan todo el castillo y los alrededores.

Un chillido de euforia salió de alguno de ellos. No eran guerreros ni diestros con armas -ni siquiera podían agarrar un arma algunos de ellos- pero todos compartían una misma cosa.

-No vamos a dejar que nadie destroce nuestro hogar -dijo el rey entre dientes.

Todos vitorearon un grito de guerra ante sus palabras. Seung-Gil, antiguo capitán de la guardia, comenzó a ladrar órdenes a todos antes de dirigirse al bosque en busca de más lobos aliados, seguramente.

Leo comenzó a dar instrucciones sobre cómo fabricar todo tipo de trampas en tamaño humano a aquellos que aún tenían dedos. Mila emprendió vuelo hacia los cielos para vigilar el perímetro.

Yuuri también se puso manos a la obra. Cerró los ojos y musitó algunas palabras en un idioma extraño con los labios apretados. Al principio nada ocurría pero pasados unos minutos, Yuri pudo ver un cúmulo de oscuras y relampagueantes nubes que viajaban desde todos los puntos cardinales del cielo en dirección al bosque y el castillo.

Estaba creando una tormenta mortal.

Yuri los dejó a todos ellos con sus planes de protección. Él no podía hacer mucho, de todas formas ni nadie le reclamó que desapareciera.

Cruzó los pasillos del castillo en dirección a los jardines otra vez. Tomó el camino más largo para no tener que atravesar el salón de baile, que horas atrás se había sentido como un verdadero escenario de cuentos donde él y Otabek podían ser los protagonistas.

La noche estaba oscura a causa de las nubes recién llegadas. Yuri no necesitaba una luz que le alumbrara el camino que se sabía de memoria.

Ahora que estaba completamente sólo podía ir a observar las consecuencias de sus actos. Nadie en el castillo lo sabía aún y le aterraba tener que confesarles cómo había decidido jugar con sus vidas solamente para liberar a la persona que Yuri quería.

Que podría haber amado.

El rosedal se veía tan tranquilo como siempre, totalmente ajeno a la envenenada magia que lo corroía desde el corazón de sus raíces.

Yuri dio un par de pasos hasta ellas, pero no necesitaba acercarse demasiado para ver lo que había hecho.

No quedaban rosas a la vista. Ninguna de ellas estaba allí iluminando con su odiosa belleza el aburrido rosedal, a excepción de la pequeña rosa roja que se perdía en medio de las hojas y de las espinas.

La rosa de la vida.

Él sabía muy bien lo que estaba haciendo cuándo liberó a Otabek. Y no se arrepentía. Pero solo ahora que tenía una visión directa de lo que eso había causado es que sintió el pinchazo de la culpa y del temor a que el tiempo no fuese suficiente, cubriendo por completo su corazón.

Había matado toda las demás rosas como pago por el lazo quebrado, dejando una sola de ellas en pie.

Su última esperanza.




¡Y aquí comienza lo bueno! Han pasado tantas cosas en este capítulo que no se ni siquiera cuál comentar jeje así que les doy a ustedes el honor de comentar acerca de lo que quieran :)

¿Podrá Otabek disuadir a JJ de atacar el palacio? ¿Y qué era lo que quería decirle a Yuri? ¿Cuánto va a aguantar la rosa roja?

¡Todo esto lo sabremos en...! No se realmente cuando. Estoy en duda de si subir el extra 3 o el capítulo 22 como próxima actualización. Se que si pido votación todas elegirán el 22 pero es que con los capítulos que vendrán sería un poco cruel cortarlo con un extra (?) ¡Averiguaremos que decidí el miércoles! :D Es el día de la próxima actualización.

Espero hayan disfrutado de las escenas lindas del capítulo y también de las no tan lindas </3 hay varias cositas Otayuri que rescatar.

¡Muchísimas gracias por todos los votos y comentarios! Ya estamos transitando la recta final de la historia y ver que cada día llegan más lectores es muy lindo <3 todo es gracias al apoyo que los viejos lectores le dan :)

¡Besitos! Y espero que tengan un lindo y relajado día del trabajador... ¡Nos vemos el miércoles!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top