Capítulo 17
Otabek andaba deambulando por los pasillos del castillo, aburrido como nunca. Toda la experiencia podría haberse catalogado como aburrida, pero últimamente el rey y sus criados lo alegraban de cierta manera por motivos que su razón no podía realmente explicar.
Entre ese día y el anterior no vio a ninguno a la vista. Ni Yuri, ni Leo ni tampoco Phichit. Otabek no tenía idea de cómo comenzar una conversación -en Os Gashma no era demasiado popular- así que tenía que pasárselas sólo en las sombras, con nada más que su raído libro de cuentos y la brisa que las montañas traían hasta los jardines del castillo.
Tampoco vio al brujo Yuuri. Hacía varios días que no sabía nada de su estado y, si bien no le preocupaba que un brujo inmortal estuviese mal, sí que extrañaba algunas de sus conversaciones enigmáticas. No lo veía desde la tarde de lo ocurrido con Isabella, la misma en que el rey lo sacó a rastras luego de intentar cuidar del hechicero.
Acabó por dar un suave suspiro y fue hasta el salón donde desayunaba y cenaba con el rey. Se acomodó sobre uno de los sofás y se dispuso a leer por, tal vez octogésima vez, su libro de cuentos. No pasaron ni siquiera un par de segundos que unos ruiditos secos y cortos lo distrajeron. Sonaban como pezuñas entrechocando con el mármol del suelo.
Supo, entonces, que se trataba de Guang Hong.
-¡Ay, perdón! No te quería molestar -exclamó en cuanto se dio cuenta que Otabek ya se había percatado de su presencia.
-Descuida. Puedes... entrar, si quieres.
Algo dudoso, entró. El sonido que hacían sus pies al caminar era rápido pero metódico, ya acostumbrado a tener que moverse así por la vida. Otabek se preguntó si él podría sobrevivir a una maldición como esa. Si sería capaz de pasar sus días convertido en mitad bestia por algo que no era su culpa y vivirlo con naturalidad.
-¿Sabes a dónde han ido todos? -inquirió de forma casual. Guang Hong dejó el samovar con agua hervida que estaba preparando para hacerle un té a Otabek.
-El rey está en Sibír por motivos que nadie más que él conoce -contestó.
-¿Fue a ver al brujo?
Guang Hong se encogió de hombros.
-Tal vez. No es muy usual que vaya a verlo tan seguido. Eso ofendió a Yuuri porque él no puede ir a verlo a causa del exilio. Se fue con Madame Lilia y con Mila vigilando los cielos.
Interesante información. Así que el rey Yuri no andaba cerca y Otabek no tenía que temer que lo encontrase en algún lugar en el que no debía. A pesar de que la razón entre ambos crecía a pasos agigantados todavía había un aura de misterio que envolvía al rey. No era suficiente con saber su historia. Otabek quería conocer algunas cuestiones de su personalidad aún más a fondo.
-¿Phichit tampoco está? ¿Y Leo?
Aquella mención lo hizo dar un respingo. Otabek pudo escuchar el sonido que hacía el contener el aire, mientras buscaba esconder su rostro para que no le viera las sonrosadas mejillas. Sabía que había alguna historia entre esos dos, pero no quería andar indagando con otra persona que no fuera su amigo. Si alguien tan charlatán como Leo no se la había dicho aún era por alguna razón importante.
-Creo que fueron al bosque en busca de algo. Descuida, los escolta Seung-Gil. Él es el capitán de la guardia del rey -dijo con una sonrisita-. Ninguna persona está más a salvo que al lado del chico lobo. Creo que Michele y Sara también salieron a recolectar algunas frutas y vegetales del huerto.
Guang Hong siguió con su tarea de preparar el té. Otabek podía oler la mezcla de hebras -tales como anís, algunas hierbas y tal vez frutas deshidratadas- que se diluían con el agua del samovar metálico. El chico le preguntó si quería algunos terrones de azúcar, leche o miel.
-Miel está bien.
Eso le trajo algunos recuerdos. Últimamente muchas cosas lo hacían. Recordaba las tardes al fuego de la chimenea en su pequeña casa, preparándose un desabrido té que solo podía mejorar con un poco de miel. Eran las pocas horas que tenía para sí mismo luego de trabajar y ayudar a las mujeres de la aldea, poco antes de que JJ apareciera borracho y gritando estupideces al aire.
En el castillo no se tenía tiempo a solas. Pero eso no evitaba que a veces se sintiera en soledad con su alma muchas veces.
-¿Otabek? -lo llamó Guang Hong. Otabek se sacudió la cabeza, y se encontró al chico de las pecas justo en frente de él y con una taza en mano- Es la tercera vez que te llamo.
-Disculpa, me pasa muy frecuente esto de perderme en mis pensamientos.
Tembloroso, aceptó la taza. Guang Hong le sonrió y le hizo una pequeña reverencia antes de desaparecer por el marco de la puerta.
Así que varias de las presencias fuertes del castillo no estaban presentes. Otabek tuvo una idea peligrosa.
Pero igual planeaba llevarla a cabo.
* * * *
Se aseguró de que nadie más anduviera cerca. Otabek no podía oír ningún sonido extraño pero sabía muy bien que aquello no bastaba: algunos de los criados eran más sigilosos de lo que aparentaban. De cualquier rincón podría saltar alguno de ellos y matarlo de un infarto. O peor, podían descubrir lo que estaba a punto de hacer y contárselo a Yuri cuando regresara.
Yuri, ¿acaso era una traición lo que estaba a punto de hacer? No podía imaginarse de qué manera no lo sería. Por donde lo mirase aquello estaba muy mal. Pero a veces la curiosidad era más fuerte que la moral.
Se quitó las botas y caminó descalzo por las lujosas baldosas. En las últimas semanas el castillo parecía menos una pocilga y relucía mucho más que los primeros días. Se preguntó si todo aquello era en honor a él. Tal vez los ánimos de todos se renovasen mientras se encariñaban con el tributo para luego ser aplastados al momento de verlos morir.
Otabek no podía permitir que eso pasara otra vez. No solo porque quería vivir -tenía varias metas en la vida aunque no las pensara muy a menudo- sino porque si él no rompía la maldición entonces nadie lo haría. Dudaba de que existieran más personas que estuvieran dispuestas a darlo todo por aquellos salvajes desconocidos.
Trató de imaginarse un escenario diferente. Uno en el que su compañero no era Leo sino alguien más odioso como Michele o lo suficientemente tímido para entablar una amistad como Guang Hong. También imaginó un escenario donde el rey nunca visitaba su habitación pidiendo indirectamente un cuento porque Otabek jamás había llevado el libro que consigo. Se imaginó siendo un tributo normal, elegido tras pasados los dos meses y no siendo visto como alguien diferente solo porque había sido lo suficientemente noble como para ofrecerse a quedar en lugar de su hermano. O uno en que la novia de su hermano nunca había muerto a causa de la misma maldición y Otabek no podía abrir los ojos gracias a las palabras de su fantasma.
¿Era todo un conjunto de circunstancias? Tal vez la historia hubiera sido diferente si alguno de los factores se presentaba cambiado. Otabek no lo sabía. Y agradecía que las cosas se estuvieran dando de aquella manera a pesar de todo.
Finalmente alcanzó el lugar que estaba buscando: los aposentos del rey. En esa zona las ventanas estaban cubiertas de pesadas cortinas y ninguna lámpara de aceite estaba encendida por lo que era como caminar en la oscuridad del bosque.
La puerta estaba cubierta de arañazos que agrietaban la fina madera pintada de algo que lucía como celeste. Quizás antes hubiera brillado igual que el príncipe dorado de Novokabirsk pero ahora parecía la entrada a otro tipo de inframundo. Estaba tan vieja que chirrió suavemente al sentir la presión que Otabek ponía sobre ella.
Todo estaba demasiado silencioso, aunque el castillo siempre era como un cementerio -excepto cuando comenzaban las riñas entre los criados-. La habitación no olía mal como él se esperaba que oliera el cuarto de un rey mitad bestia, sino que parecía desprender un leve aroma a rosas secas. Se le aceleró el corazón al pensar en el rosedal del jardín.
No se atrevía a prender alguna lámpara o tantear entre los objetos. Yuri parecía ser una persona demasiado detallista y ya había comprobado que se alteraba por la más ínfima de las nimiedades. No quería pensar en lo que ocurriría si descubría que un campesino como Otabek había estado hurgando en sus cosas, por muy socios o aliados que se hubieran vuelto en el último par de semanas.
Lo abofeteó mentalmente un pensamiento. Yuri, el rey, era una bestia. Un animal. Y como tal tenía no solo el oído desarrollado sino también el olfato. Estaba seguro que notaría la presencia de Otabek en el lugar por el aroma natural que su cuerpo desprendía.
Era un estúpido y tenía que huir cuanto antes. Quizás tendría que poner un poco más de presión al rey para hacerlo hablar sobre las cosas que quería saber o averiguar para poder quebrantar la maldición. Giró rápidamente sobre sí mismo para huir cuanto antes por el pasillo pero se detuvo ante la visión que se alzaba enfrente de él.
Un magnífico cuadro de dimensiones mucho más altas y anchas que su cuerpo colgaba de la pared. Estaba hecho con la técnica artística que usaban los reinos del oeste, óleo sobre un lienzo. Otabek caminó, olvidándose por completo de qué debía huir si no quería que el día acabase demasiado mal.
Allí estaban el rey y la reina. Recordaba algunos retratos en las tabernas y tienda de Os Gashma, de una bella mujer de cabellos rubios hasta la barbilla y usando pesados vestidos con el corsé bordado en piedras preciosas. Su semblante se veía distante pero no insensible, quizás cálido con las personas que le importaban demasiado. El rey era grande, de espalda ancha y largas piernas, con una mata de cabello ceniciento cubriéndole la cabeza.
Pero era el rostro del pequeño principito el que le llamaba la atención. En Os Gashma era difícil encontrar un retrato que no tuviese la cara de Su Majestad totalmente destrozada. Otabek lo entendía. Pensaba que el pueblo y todo el reino odiaban a su monarca por las actitudes que podían ver desde afuera. Por las cosas que ellos sufrían por culpa de él. Pero si hubiesen sabido que la gente del reluciente castillo también tenía penas y dolores...
Trató de imaginarse a aquel infantil Yuri como un muchacho de veinte años. Falló estrepitosamente; era un poco imposible imaginárselo sin los gestos animalescos o sin los rasgos aniñados del retrato.
-¿Disfrutando de la vista?
Otabek se contuvo de dar un salto en su lugar, solo cerrando los ojos para intentar mantener la calma. El corazón le saltaba en el pecho por la repentina voz que lo había distraído.
Su acompañante soltó una risa burlona, totalmente satisfecho de haberlo tomado desprevenido.
-Leo: uno. Otabek: menos cien -canturreó, deslizándose a su lado hasta posarse sobre un mueble al lado del enorme retrato.
-Creí que estabas en el bosque -le dijo-. Eso fue lo que dijo Guang Hong.
-¿Mi pequeña cabrita sabe sobre mi paradero? -preguntó con una sonrisa- De todas formas tiene razón, sí estaba en el bosque. Ahora ya no.
-Puedo ver eso -respondió Otabek con los brazos cruzados- ¿para qué irías al bosque?
-Reunión de depredadores. Ya te imaginarás cómo pudo haber ido.
-Si tú y Phichit solos ya quieren arrancarse las orejas cuando están juntos...
-Teníamos que hacer algo. Pero nos distrajimos persiguiendo conejos ¡Y adivina qué! Por supuesto yo les gané a esos dos inútiles. Estaban demasiado ocupados vigilándose entre ellos como para notar que yo me robaba todo lo que habían cazado -dijo orgulloso-. Así que dime, mi buen Otabek, ¿qué ha sido de tu día? Deduzco que muy aburrido si has tenido que venir a encontrar diversión en el cuarto de Su Majestad.
La sonrisa socarrona que le puso su amigo lo hizo sonrojar. Ambos sabían que el rey no estaba, pero el tono que Leo usaba para decir las cosas hacía sentir muy incómodo a Otabek por alguna razón.
-¿Quieres ver algo genial de verdad?
-Espero no sea tu arsenal de conejos recién cazados -dijo con un hilo de voz, aunque trataba de sonar divertido.
-Bueno, no tan genial como eso, pero sí es bastante genial.
Dio un salto de la cómoda y se encaminó hasta la puerta. Otabek no dudó en seguirlo, por más de que no estaba muy seguro si podía confiar, o no, en las ideas de ese zorro.
* * * *
Lo llevó hasta lo que parecía ser el depósito de las cocinas. Estaba lleno de cajones con fruta, vegetales, legumbres y varios utensilios de cocina de repuesto. También había sacos de harina y de trigo que quizás llevaban años allí.
Leo empezó a escarbar entre las cajas, arrugando la nariz ante algunas cosas que encontraba y arrojándolas detrás de su espalda. Otabek tuvo que esquivarlas varias veces para que ninguna le diera en la cabeza.
-¡Ajá! -lo escuchó mascullar, enterrando la mitad del cuerpo adentro de una caja.
Otabek miró con curiosidad mientras el chico zorro salía de la caja con un tubo enganchado en el brazo. No pudo evitar notar que era porque ya casi no tenía dedos humanos sino que ahora eran completamente patas de zorro, haciéndole imposible que pudiera sostener algo con ellas. Se aguantó las ganas de decirle un comentario al respecto.
Dejó el tubo a los pies de Otabek, para que él mismo lo tomara y vaciara su contenido. Lo tomó con algo de cautela y abrió la tapa, de la cual salieron un par de polillas muertas junto con una humareda de polvo. Otabek se sacudió la nariz para no toser.
Metió la mano adentro del tubo -el cual era bastante ancho- y sacó un pedazo de tela raída enrollada. Leo parecía emocionarse más mientras Otabek hacía aquello. Se agachó para poder desenrollar la tela, con Leo apoyándose detrás de su hombro con sus patitas de zorro. Otabek contuvo la respiración mientras caía en cuenta de lo aquella tela era.
Otro cuadro, solo que mucho más destrozado y agujerado, cubierto de polvo y suciedad. Aún así, la técnica de pintura era sublime y los retratos en él estaban perfectamente detallados.
Había no menos de treinta personas posando. Algunos tomaban asiento en el suelo, otros en las sillas y sillones, mientras que los de más altura tomaban su lugar al fondo. Muchos se veían desconocidos para Otabek pero no pudo evitar sentir una inmensa familiaridad tras algunos sonrientes rostros.
El lugar era el salón de baile. Se veía pulcro y precioso, nada destruido y sucio como estaba ahora. Los detalles de la araña de bronce la hacían ver como si estuviera observando una versión en miniatura real de dicho objeto.
Pasó su mano sobre los rostros. El más reconocible de todos ellos era el del cocinero Michele y su hermana Sara. Ambos tenían uniforme de cocinas y las piernas largas, sin colmillos ni piel escamosa a la vista.
Más allá había un muchacho de piel morena y un pañuelo que le cubría la cabeza. Se le hizo casi imposible reconocerlo como Phichit, sin los ojos como rendijas ni los bigotes de gato; además de que su sonrisa se veía más adorable y no tan misteriosamente felina. A su lado, en el sillón había un muchachito pecoso de cabellos claros y un uniforme que le quedaba bastante grande.
También estaba la costurera Yuuko, el chico del lago, Chris -que llevaba un traje muy fino- y el doctor Georgi. Del otro lado había un muchacho de ropas coloridas y un sombrero de tres puntas con cascabeles que reconoció como el cocodrilo Emil, el viejo bufón de la corte.
En un sillón individual y con las piernas cruzadas estaba Seung-Gil, el estoico lobo que solía pertenecer a la guardia. Tenía la espalda erguida y apoyaba una de sus manos sobre una brillante espada plateada que chocaba su punta contra el suelo. Se veía bastante feroz e imponente, casi tanto como con su apariencia licántropa.
Una mancha amarilla destacaba entre la ropa de los otros criados, con excepción del bufón. Era un traje que llevaba un chico de cabello caoba y una sonrisa pícara a pesar de que no mostraba los dientes. Llevaba el pelo en una coleta y las manos atrás de la espalda, como si escondiera algún truco que acabaría por darle un infarto a todos los que estaban en la sala.
-Lo puedes decir en voz alta -dijo Leo de repente-. Me veía mucho más guapo que ahora.
-No estoy seguro. Las orejas te dan como cierto encanto -respondió con los ojos entrecerrados hacia su amigo como si estuviera inspeccionándolo.
Leo se llevó la pata a una de las orejas, las cuales ahora estaban decaídas. Dio un suspiro y cambió rápidamente la expresión. Sabía que no podía sentir nostalgia como un humano normal antes de que las espinas se le volvieran a hundir en la piel.
-Leo -habló con firmeza- ¿Qué está ocurriendo?
El zorro soltó un suspiro.
-La maldición sigue avanzando.
Alzó los brazos para que viera sus nuevas patas transformadas. El pelaje blanco le llegaba hasta la altura del codo ahora, muy diferente a su primer encuentro.
-Hoy se murieron tres rosas.
Otabek tragó duro. Su rostro seguramente estaba impasible para no mostrar el alboroto que comenzaba a armarse en su interior.
-¿Solo así?
-Sí, solo así. Ahora quedan seis rosas nada más.
Parpadeó con confusión y algo de horror camuflado. Recordó las coloridas rosas mágicas que el brujo le había mostrado la noche que las rusalky lo habían atacado. Otabek recordaba haber visto diez rosas en ese momento.
-¿No deberían quedar siete? ¿O se ha muerto otra más hace poco?
El pelaje de Leo se erizó de repente de la misma forma que lo hacía el de un animal que se sentía acorralado o amenazado.
-¡Ay, sí, sí! Que cabeza la de este zorro tonto. Son siete rosas, por supuesto. No seis. Son siete -recalcó con mucho énfasis para su gusto.
-¿Estás seguro? -preguntó Otabek con la semilla de la sospecha ya implantada.
-¡Claro que estoy seguro! No es que sea una persona muy culta como para que sepa contar de maravillas. Un error lo tiene cualquiera.
Le dio una palmada en el hombro a Otabek, con una de las patas.
-Recuerda guardar la pintura. Algunos se ponen muy sentimentales cuando la miran y ya sabemos lo que ocurre. Ahora... ¡Me tengo que ir!
Desapareció rápidamente sin dejar rastro. Y, Otabek, no podía dejar de pensar en sus palabras y su nerviosa actitud.
* * * *
Para la hora de dormir el rey tampoco había regresado. Otabek no fue invitado a cenar por nadie ni tampoco recibió más invitados que Guang Hong dejándole un poco de cena. Su cabeza estaba trabajando a mil por hora desde los eventos de la tarde.
Podía ver que afuera hacía frío debido al cristal empañado de la ventana por la diferencia de temperaturas entre su cuarto y el aire libre. Antes de salir, Otabek tomó su capa y se la calzó con capucha. No ocultaba su identidad de nadie, pero le daba más seguridad andar totalmente oculto entre las sombras de la noche por cualquier peligro que acechara.
Nadie lo sorprendió en las escaleras ni a la entrada del palacio que daba al jardín. Dudaba mucho de que no lo hubiesen escuchado andando a toda velocidad pero quizás no creían que Otabek se dirigía a hacer algo importante.
Caminó a paso apresurado por el césped cubierto de un fino rocío que le manchaba las botas de cuero. Sus latidos aumentaban a medida que se acercaba a su destino.
Y lo vio, entonces: el rosedal parecía brillar y resaltar entre las demás insulsas plantas de los jardines. No era muy alto ni estaba lleno de hojas. Parecía que había perdido demasiadas, dejando ver solamente las letales espinas que protegían a las rosas.
Leo tenía razón en que habían muerto tres; la rosa naranja, la amarilla y la púrpura ya no estaban en su lugar. Había unos tallos recortados donde probablemente yacían las flores cuando aún estaban vivos.
Pero su amigo había tenido razón en otra cosa aunque hubiese intentado negarlo. Y, aunque no se lo hubiera dicho, si Otabek se hubiese acercado hasta las rosas habría notado la otra flor que también faltaba.
Su brillo oscuro como el mar en plena noche ya no estaba allí, destacando entre las claras y coloridas rosas. Su tallo también estaba recortado en la mitad, con mucha más precisión que el de las demás.
La rosa azul ya no estaba. Y Otabek no entendía por qué querían ocultárselo.
Otabek está a punto de descubrir la verdad de la rosa azul :o y Leo le confiesa que la maldicion avanza peligrosamente...
Hoy el nuevo capítulo llega a un horario medio :D no es horas inhumanas porque no estaré en mi casa y no pudo ser antes porque tuve que ir a último minuto a una ciudad vecina a cubrir una conferencia de prensa u_u y yo temía no llegar con el capítulo.
Para las que les gustan los Coffee Shop: cuando acabe esa serie de oneshots ya tengo una nueva planeada :D seguramente comenzará en mayo luego de que le toque a Victuuri enamorarse entre azúcar y cafés.
Muchísimas gracias por todos sus hermosos comentarios y los votos, que ayudan a que esta historia siga creciendo ❤️ de todo corazón, gracias!
El lunes nuevo capítulo. Así que nos veremos ese día! Besitos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top