Capítulo 13


Él no podía sacarle los ojos de encima a la figura traslúcida que se veía y movía como solía hacerlo Isabella. Habían transcurrido ocho largos meses, pero parecía que la última vez que se vieron no fuera más que ayer. La comprensión de la situación lo golpeó de repente: era un fantasma. Lo que tenía en frente, la chica, no era más que un espíritu. Y para ser uno...

Tenías que estar muerto.

Isabella parecía comprender las emociones del momento mucho más que él. Lo miraba con aquellos ojos maternales que tenía y estaba esperando a que fuese Otabek quien estaba listo para decir la primera palabra.

Pero no fue ninguno de ellos quien habló, sino Yuuri:

-Les daré privacidad. Estaré al otro lado de la puerta así no se corta la conexión entre los mundos.

Yuuri estaba mortalmente pálido y de un tono grisáceo. Era la primera vez que Otabek lo veía sudar, con una sola gota naciendo en su cuero cabelludo y haciéndose paso en su frente. El brujo rodeó el cuadrado espacial en el que Otabek e Isabella estaban hacia la puerta, a una lentitud casi inhumana. Lo último que escuchó fue la puerta cerrándose despacio tras del joven hombre.

Otabek estaba pegado al suelo, sintiendo que su corazón estaba hecho de plomo y le impedía moverse más de lo que ya lo había hecho. Isabella seguía esperando, pacientemente. Inspiró aire y cerró los ojos, antes de atreverse a hablar.

- -fue todo lo que dijo.

Isabella hizo una sonrisa ladeada, pero no era burlona sino más bien triste y cargada de una palpable nostalgia.

-Es bueno ver que sigues siendo muy elocuente, Beka -intentó bromear-. Supongo que no se te ha pegado la charlatanería de JJ.

-JJ no es el mismo desde... -se calló. Isabella asintió.

-Un poco me lo estaba esperando.

Isabella flotó un poco hacia él. Ella movía los pies, uno por delante del otro, dejando un rastro de niebla azulada espectral, pero jamás llegaba a tocar el suelo. Parecía que su suelo estaba en un nivel completamente diferente al de Otabek. Le hizo una seña para que tomara asiento en la enorme cama deshecha del brujo Yuuri, mientras ella seguía paseándose como un alma en pena a través del cuarto. Otabek obedeció.

-Quieres algunas respuestas -afirmó ella.

-¿Tú no las querías, acaso?

-Lo único que quería era irme de aquí. Quizás si hubiese sido menos terca y buscado antes las respuestas... tal vez, solo tal vez, la historia hubiera sido diferente.

-¿Te refieres a la maldición?

-Me refiero a todo.

Un pequeño silencio se hizo. Otabek sintió que Isabella hablaba un poco diferente; menos risueña y juvenil, más como una mujer sabia y adulta. No sabía si la muerte era algo que pudiera hacerte conocer todos los secretos del universo; de hecho, Otabek creía que una vez que morías simplemente te desvanecías y ya. Ahora venía a enterarse que al parecer no era más que un nuevo estado de existencia.

-Hay tantas cosas que quisiera saber -dijo de repente-. Pero no sé cómo ponerlo todo en palabras que tengan sentido.

-¿Por qué no empezamos con la maldición? -preguntó ella con una sonrisa comprensiva.

Los ojos de Otabek se dispararon rápidamente a la figura fantasmal de Isabella, con una mórbida curiosidad. Ella se acomodó a su lado, el frío de su cuerpo surreal picándole al costado.

-La maldición requiere de un lazo entre el tributo y el rey. Ese lazo debe ser de entendimiento y también de mutua ayuda. El rey es una persona fría pero no solo necesita la ayuda de una persona para descongelar su corazón... él, con sus aptitudes y valores, debe ser capaz de cambiar a otra persona también fría. O en otras palabras: que nunca haya sido capaz de amar.

-Pero tú... -empezó a decir Otabek- ¿es por eso que moriste?

-El rey tenía, o tiene podemos decir, la errónea creencia de pensar que si alguien no está casado aún es porque no ha amado a nadie lo suficiente. Como si una unión tan insulsa fuese la razón por las que amamos a otras personas.

Otabek bajó la cabeza con tristeza. Se imaginó las viejas épocas de Isabella y JJ, queriéndose en secreto a causa de que no habían contraído matrimonio aún. Él jamás había dudado que lo de ellos fuese un amor verdadero. Y ahora ella ya no estaba, y todo por una injusta maldición.

-El lazo es demasiado poderoso y, si no logra sus objetivos en aproximadamente dos ciclos lunares -a veces más, a veces menos- la magia acaba consumiendo a la parte más débil del lazo; es decir, al humano corriente.

-¿Y la gente del castillo está de acuerdo con que esto pase? -preguntó con una creciente rabia en su interior- ¿Ellos dejan que el rey escoja un tributo cada dos meses para que acabe muriendo porque él jamás dejará de ser un tiránico y solitario monarca?

No podía acabar de creérselo. Leo, Phichit, Sara, Guang Hong... incluso el brujo Yuuri, que había pensado era una persona sensata en medio de toda la locura. Todos ellos permitían que se escogiera un tributo totalmente inocente -como Isabella- y que finalmente acabarían muriendo por culpa de una poderosa magia.

-¿Los puedes culpar por tener esperanza? -replicó ella- ¿No querrías aferrarte a cualquier cosa que te ofrecen con tal de recuperar tu vida?

-No a costa de la vida de otros -respondió dolido.

-Otabek, aquí nadie tiene opción... la maldición los tiene atados al castillo y a la elección de un Oprichnik cada dos lunas. Entorpecer la dinámica solo aceleraría el proceso.

-¿Y cómo es que estás tan serena hablando de todo esto? Has muerto a causa de esa maldición. Has perdido al hombre que amabas y ahora él está hundiéndose en la más grande de las miserias.

-Una vez que mueres, Otabek, las cosas que te preocupaban en vida dejan de tener el mismo sentido y valor. De nada me sirve guardar rencor por lo que me ha pasado. Aquí todos somos víctimas de los hilos del destino -murmuró Isabella-. Incluso el brujo que ha impuesto la maldición tiene que atenerse a las consecuencias. No es fácil invocar una maldición de ese tipo sin tener que pagar un alto precio; está confinado en Sibír por ello. Pero, ¿qué son unos años de exilio para un brujo inmortal?

Otabek negó lentamente con la cabeza. No podía entender la lógica de toda esa maldición y las actitudes de la gente afectada por ella. Pero también estaba el hecho de que él no estaba siendo afectado por la maldición propiamente dicha. Él no había tenido que vivir años y años convirtiéndose lentamente en una bestia que perdía cada rastro de humanidad que le quedaba. Quizás él también se aferraría a la más pequeña esperanza que se le presentara si eso significaba que no tenía que caer al vacío.

-La mayoría de las veces el más grande villano de nuestras vidas es la principal víctima de la suya.

Otabek se quedó formulando un poco más la pregunta que estaba cocinándose en su interior. Se retorció las manos y muñecas con ansiedad.

-¿Isabella?

-¿Sí?

-¿Acaso debo enamorarme del rey para romper la maldición? ¿Y él debe... enamorarse de mí? -preguntó con la voz a punto de rompérsele y el corazón latiéndole en la garganta.

-Para ablandar un corazón no siempre se necesita de amor romántico, Otabek. Eso es solo un tipo de amor. Y no basta con solo sentirlo: tienes que probarlo.

Ella se levantó de un salto, aunque parecía más bien un salto en medio del aire. Dio unas cuantas vueltas por el centro.

-Tienes que descubrirlo tú mismo para que sepamos que viene de lo más profundo de tu corazón -habló ella-. Ahora tengo que irme, le he robado demasiada energía al pobre brujo.

-¡Espera!

Isabella se giró a ver a Otabek, quien también se había levantado de repente, mirándola con algo de desesperación.

-¿Te volveré a ver? Todavía tengo tantas dudas...

-Siempre que me necesites estaré allí -le sonrió-. Y Otabek, debo pedirte un gran, gran favor.

Flotó hacia él, justo hasta quedar frente a su rostro, el cual tomó con una de sus azuladas manos fantasmales. Se sentía tan fría como el tacto de un cuerpo que llevaba varias horas muerto.

-Prométeme que cuando veas otra vez a JJ lo harás entrar en razón.

-¿D-de... qué? -preguntó confundido.

-De que lo que está haciendo no es digno de él. Este no es el JJ que yo amaba y que amo. Por favor, hazlo regresar.

Entonces quitó la mano del rostro de Otabek y desapareció en una nube de humo azul. La habitación quedó completamente a oscuras, igual que el alma y mente de Otabek en esos mismos momentos.

Un golpe sordo afuera de la puerta lo sacó de su ensimismamiento. Otabek corrió hasta la entrada del cuarto y miró hacia afuera, solo para encontrarse al brujo Yuuri desparramado por el suelo, los ojos cerrados y la piel de un blanco mortal.

* * * *

Otabek tenía cierta fuerza y fue capaz de cargar en sus brazos al agotado brujo hasta su cama. La corona se le había caído en el camino y se veía apagada, como cuando las nubes tapaban la luz de la luna. Depositó al debilitado Yuuri sobre las deshechas mantas, escuchándolo gemir de dolor cuando apoyó la cabeza sobre las almohadas.

-Uf, c-creo... que gasté demasiada energía -musitó con una risita, solo para respirar profundamente luego de hacerlo.

-¿Necesitas algo? ¿Agua, tal vez?

-Tráeme esa c-copa de allá.

Con su flacucho dedo señaló hacia el escritorio donde había apoyado el cuenco de agua mientras Otabek lo espiaba. Una copa de cristal con borde dorado relucía entre los libros. Se apresuró a tomarla y llevársela de regreso al convaleciente brujo.

Yuuri agitó un dedo hacia la copa que sostenía Otabek pero nada ocurrió. Volvió a agitarlo. Nada. Lo vio fruncir el entrecejo con frustración.

-Acércala.

Hizo lo que le pidió y puso la copa a escasos centímetros del rostro del brujo. Yuuri inspiró y exhaló dos veces antes de agitar sus dedos una vez más.

La copa se llenó con una fina línea de agua; ni siquiera alcanzaba a satisfacer un solo trago. El brujo resopló, haciéndole señas a Otabek para que le quitara la copa de su campo de visión.

-Puedo ir y traerte agua yo -se ofreció-. No es ningún problema.

-De acuerdo, g-gracias -dijo con una sonrisa-. Yo me quedaré aquí a cerrar los ojos por un momento...

Otabek se apresuró a salir del cuarto, solo para escucharlo roncar levemente mientras cerraba la puerta. A pesar de que el brujo parecía haberse dormido al instante, tenía que preparar una jarra con agua y una buena cantidad de alimentos para que recuperara su energía.

Todo aquel trajín le servía para no pensar en la conversación con Isabella. Ya lo debatiría antes de dormirse, aunque dudaba de que pudiera pegar un ojo luego de eso. Era demasiado para un solo día.

Mientras bajaba la escalera se le apareció una figura de repente. Otabek dio un respingo, casi resbalándose por los escalones de no ser porque iba agarrado al barandal. No era otro que Guang Hong, la pequeña cabra a la que Leo le gustaba espiar. Otabek estaba seguro que su amigo zorro estaría mirando toda la escena desde un rincón no muy lejano.

-¡Lo lamento! -exclamó con pesar- No pretendía asustarte.

-Está todo bien -suspiró Otabek-. Solo iba a las cocinas.

-¡Oh! Bueno... te deseo suerte con eso. Es un campo de batalla en estos momentos. De hecho estoy huyendo de allí.

Guang Hong no le dio tiempo a preguntar algo más porque se escabulló por debajo del brazo de Otabek, corriendo a toda la velocidad que sus patitas de cabra le permitían. Empezaba a acostumbrarse a esas extrañas escenas cotidianas.

Otabek bajó las escaleras entonces de dos en dos dirigiéndose a las cocinas. Mientras más se acercaba, más podía sentir el ruido metálico de las ollas chocando entre ellas contra el suelo, o de gritos que no podía identificar su procedencia. Después, unas risitas. Abrió la puerta de las cocinas, justo en el momento en que una cuchara de madera volaba en su dirección, esquivándola solo gracias a sus reflejos.

Del otro lado estaba un rabioso Michele.

-¡Como vuelvan a acercarse a mi cocina para robarse algo las voy a usar para hacer escabeche! -gritó- ¡Ardillas cobardes!

Michele empezó a girar sobre sí mismo, usando otro utensilio como arma arrojadiza. Otabek siguió su mirada, hasta que finalmente encontró la fuente de la furia del cocinero, abriendo los ojos como platos.

Tres pares de ojos le devolvieron una mirada aún más confusa. Eran tres niñitas que estaban una arriba de la otra, sosteniendo un buen puñado de galletas en distintas tonalidades de marrones con sus pequeñas manitas. Cada una tenía unas pequeñas orejas del color de su cabello y una enorme cola de ardilla. Sus narices estaban comprimidas como las de aquellos pequeños animales, y se movían olfateando con curiosidad.

-¡Es el nuevo! -susurró una de ellas con emoción.

-¡Ay, pero que Michele nos atrapa...! -chilló la otra.

-¡Corran!

Michele quiso abalanzarse sobre ellas pero su cuerpo de serpiente era demasiado lento para tres niñas ardillas. Se treparon por las alacenas y empezaron a corretear en dirección al tragaluz de la cocina, pasando por encima del gato Phichit, que dormía relajadamente la siesta.

-¡Ouch! -exclamó luego de soltar un bufido.

-¡Vuelvan aquí! -volvió a gruñir Michele enseñando sus colmillos.

Pero ya era demasiado tarde. Las pequeñas ardillas se habían escapado con un montón de galletas y sin dejar que Michele les tocara un solo cabello. El chico serpiente apretó los puños tan fuerte que Otabek creía que acabaría por partir la cuchara en sus manos.

-Obligaré a su madre a que las enrosque en una telaraña así no puedan salir nunca más -refunfuñó.

Phichit se estiró arriba de la alacena, torciendo su espalda exactamente como lo haría un gato. En un par de saltos ya estaba a la misma altura que Michele y Otabek.

-Tienes que admitir que es divertido venir a fastidiarte -rió Phichit, luego se dirigió a Otabek-. Son las hijas de Yuuko. Si no te las has cruzado hasta ahora debe ser porque el rey las amenazó con meterlas en alguna olla de agua caliente si te molestaban. Es al único al que le tienen un poco de respeto.

Unas orejas peludas se asomaron por la puerta. Otabek suspiró en cuanto reconoció a Leo metiéndose a la cocina junto con todos ellos.

-Michele, tengo hambre. Vengo a llevarme comida -anunció olfateando cerca de la mesada, en busca de algo- ¿no has cazado algún delicioso conejo?

-¿No quieres que te limpie los zapatos, también? -chasqueó la lengua enojado.

-No llevo zapatos... ¡Ah, Otabek! Hola, otra vez -lo saludó.

Michele empezó a acomodar todo el caos que era la cocina. Había al menos cinco ollas de acero con sus respectivas tapas desperdigadas por el suelo, así como un par de platos de porcelana rotos y varios utensilios de cubertería.

-¿Saben? A veces pienso que la maldición ya se adelantó y todos ustedes ya se convirtieron en bestias. Quizás esta es la venganza de Viktor y planea joderles la vida antes de tiempo, aunque claro que a mí no porque soy el único con sentido común ¡Una vez que estamos de acuerdo en algo! -dijo con algo de emoción.

-Ve a limpiarme los zapatos -le espetó Leo, lo que hizo fruncir la mirada de Michele otra vez.

-Eh, no quiero molestar -intervino Otabek-. Necesito agua y algo de comida para Yuuri... ha invocado un hechizo que lo dejó muy débil.

Michele suspiró y destapó una de las hornallas, donde estaba cocinándose una enorme hogaza de pan especiado. La cortó en rodajas y la preparó en una bandeja junto con una jarra de agua aromatizada con menta y limón.

Otabek tomó la bandeja y tras agradecer en voz baja partió sin perder tiempo hasta el cuarto del brujo. Agradeció que Guang Hong ni nadie más se le apareciera en su camino o el susto tal vez lo hubiese hecho voltear todo el contenido que cargaba.

Para cuando llegó, Yuuri seguía roncando. Todavía se veía de un pálido enfermizo pero parecía adquirir poco a poco algo de color en las mejillas. Otabek apoyó con cuidado la bandeja sobre la mesa de noche, pero igual el brujo se acabó despertando, abriendo un solo ojo a la vez.

-No creo tener fuerzas para comer -confesó.

-Puedes reservarlo para cuando tengas.

Yuuri quiso incorporarse contra el respaldo de la cama pero falló estrepitosamente. Otabek se apuró a tomarlo de un brazo para ayudarlo a que se sentara. El brujo se llevó la mano a la cabeza, notando que su corona no estaba en dónde se suponía. Fue Otabek, otra vez, quien tuvo que volver sobre sus pasos y tomarla de dónde había caído cuando lo cargó hasta la cama. Yuuri suspiró relajado cuando descansaba otra vez sobre su cabeza.

-Me ayuda a recuperarme más rápido. Fue un regalo de Viktor -dijo algo avergonzado.

-Háblame de él -pidió Otabek con una desesperación que no sabía que tenía-. Cuéntame sobre la magia de ustedes.

-Bueno... -se llevó un dedo al mentón- Viktor tiene más de cuatrocientos años. Yo solo tengo ciento cincuenta.

-Vaya -musitó el chico.

-La magia de Viktor es muy poderosa, pero no infinita. Él es excelente con las cuestiones relacionadas a los seres vivos; sanación, transformación... también es muy bueno creando ilusiones o implantando ideas en el pensamiento de la gente. Es un excelente escenógrafo, puede crear a tu alrededor cualquier lugar que su cabeza lo imagine y no se perderá el más mínimo detalle.

»Yo soy más bien un invocador: se me hace mucho más fácil crear una tormenta eléctrica que sanar una herida en el dedo. Puedo invocar agua, fuego... muchas cosas que te imagines.

-Eso suena increíble -dijo Otabek embelesado. Yuuri rió.

-Eso no significa que no podamos hacer todo. De poder, puedes... pero es algo así como los talentos. No todos somos buenos para todo.

Se quedó pensativo un momento.

-Viktor es excelente para las maldiciones.

Otabek contuvo el aire que acababa de inspirar. Había escuchado demasiadas veces la palabra maldición en ese día y si tenía que hacerlo una vez más acabaría por gritar.

-Pero no es muy bueno con los contrahechizos de ellas. Requiere mucho poder invocar una de ellas pero aún mucho más romperlas, incluso si fuiste tú quien la pronunció.

-¿Entonces él no puede romper la maldición solo porque sí?

-No. Ni aunque quisiera -Yuuri suspiró.

-¿Y qué hay del lazo que Viktor hace con los tributos y el rey?

-Eso solo puede romperlos el rey. Y, con lo que conlleva, créeme que no quiere romper los lazos por mucho que le duela.

-Así que dejan morir a un montón de gente inocente -masculló, apretando los labios.

-Otabek, es mucho más complicado...

La puerta se abrió de par en par, golpeando fuertemente contra las paredes. Otabek dio un salto contra la mesa de noche, casi arrojando la jarra de agua para Yuuri.

De entre la oscuridad sintió el ligero andar del rey. Gruñía levemente por lo bajo mientras se dirigía hacia ellos. Otabek tenía ganas de saltar por la ventana cada vez que aparecía de aquella forma.

-Hasta que te encuentro -gruñó mirando a Otabek-. Vamos.

-Qué bueno verlo, Su Majestad -habló Yuuri-. Yo estoy muy bien, gracias.

-¿Para qué? -tuvo la osadía de preguntar, quitando la atención del rey del comentario desdeñoso de Yuuri.

-Para cenar -dijo como si fuera lo más obvio-. Y después, el cuento. Hoy quiero contar uno yo.

Otabek parpadeó con algo de sorpresa, incluso Yuuri miró perplejo a la situación que se estaba dando en su habitación.

El rey no esperó a que le respondiera y volvió a salir por la puerta. Otabek sabía que no era muy sensato hacer enojar al rey por lo que se despidió rápidamente de Yuuri y siguió a Su Majestad, el Rey Yuri para tener su momento a solas.


¡Nuevas revelaciones! ¡Y también tres nuevos personajes! :D espero les haya gustado la inclusión de las trillizas Nishigori. Apenas hace unos días tuve la idea de ponerlas ((me había olvidado de sus existencias casi lol)) y me pareció que sería buena idea ponerlas como unas ardillitas traviesas.

Quizás la historia se mueve a un ritmo más lento ahora pero es porque entramos en el momento en que el Rey Yuri y Otabek aprenden a congeniar con el otro <3 Sabemos que JJ está en algún lugar entrenando a su propia bestia y planeando el asalto al castillo pero las cosas por ahora se mueven a un ritmo más pacífico :) ¡Aunque pronto nuestro rey y nuestro bello irán al bosque, que ya sabemos está lleno de cosas muy macabras!

Les agradezco mucho por todos los votos y comentarios :') es muy emocionante ver como esta obra crece tan rápido y a una velocidad mayor a la que tuvieron mis anteriores fics. De verdad que me alegro muchísimo que les guste.

Espero traer el sábado el próximo capítulo :D ¡Besitos hasta entonces! Y, por cierto, el capítulo hoy llega a ustedes en horas casi inhumanas <3

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