•09•

Ese sábado de noche entró a la casa por la puerta de atrás, con una sonrisa en sus labios y un brillo particular en sus ojos. Se encontró con Woosung, claramente, pero el encuentro fue muy diferente del primero que tuvieron.

Kim es tierno, lo trata bien, se le ve genuinamente interesado en él, pero aún así Jaemin no podía sentir ese algo más que sentía con Youngi.
Pero decidió intentarlo; le dejó su número de celular. Tal vez en algún punto pueda verlo como algo más, pero mientras solo le dedicaría una parte de él.

Atravesó el jardín, dispuesto a ir a su habitación para darse una ducha y dormir lo que quedaba de la noche. El reloj marcaba pasada la medianoche, y la oscuridad era perfecta para esos momentos en los que intentaba ocultar su presencia de miradas curiosas para evitar preguntas innecesarias.

Había sido una noche muy bonita y tranquila. Decir que la había pasado mal sería mentir con descaro: los chistes de Kim le habían hecho reír hasta que sus mejillas dolieron y pequeñas lágrimas salieran de sus ojos. Ahora estaba ¿feliz? No, sentía bien. Sí, esa era la palabra correcta. Lo único que podría completar su día sería un largo baño y un sueño bien merecido.

Cruzó el pasillo sin hacer ruido, pero cuando giró en la esquina se topó de cara con Youngi, haciéndolo retroceder rápidamente con la mano en el corazón.

— ¡Carajo! —Se sujetó por la pared más próxima. La sonrisa con la que había entrado se esfumó.

—Lo siento, ¿Te asusté? —dijo Yoongi mirándolo. Dejó de recostarse por la pared y vio el rostro pálido de Jaemin—. Estás muy pálido.

—Solo me asusté. No pensé verte levantado a estas horas —Recuperó su postura con un suspiro.

—Pienso lo mismo de ti. ¿Qué hacías por la calle tan tarde? —cuestionó con una ceja enarcada.

—Nada, salí a dar una vuelta.

Youngi miró su reloj.

— ¿A la una de la mañana?

—No estaba solo —Se defendió.

— ¿Puedo saber con quién? —metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones.

—Nunca me preguntaste nada de lo que hacía, ¿Por qué lo haces ahora?

—Antes no salías.

—Tengo treinta años, Youngi, sé cuidarme.

—Sabes que eres como mi hermanito, no quiero que te arriesgues por ahí.

—Ya crecimos, no hace falta que me cuides de nadie —resopló—. Estoy cansado —lo rodeó, caminando hasta su habitación. Sintió el tacto caliente de una mano en su muñeca detener su paso. Giró y la apartó con el miedo del amor corriendo por sus venas. ¿Hacía cuánto que no sentía su toque de esa manera?

—L-lo siento —Sus manos temblaron levemente.

— ¿Te sucede algo? —Youngi preguntó preocupado.

—Nada, solo no estoy acostumbrado a que me toquen —mintió. El rostro del mayor se volvió serio.

—Perdón —Retrocedió un paso—. Descansa, Jaemin—Se alejó de él sin hablarle hablado de aquel tema que ronda por su mente desde hace varias noches.

🥀

Recorría los pasillos de la mansión con una bandeja con dos tazas de té en ellas.

Escuchó los murmullos al otro lado del despacho de Youngi desde que había llegado a ese pasillo y suspiró antes de abrir la puerta, pero se detuvo cuando escuchó la pregunta de la señorita Misuk atravesar la maderera y llegar a sus oídos.

—Yoonie, ¿Cuántos hijos te gustaría tener luego de que nos casemos? —Su corazón se oprimió en medio del silencio que se prolongó por unos segundos mientras su ansiedad aumentaba y le hacía temblar las manos.

«No respondas. No respondas. No respondas. Por favor, no lo hagas»

—Sería bonito tener primero una niña y luego un niño —Se resistió al impulso salvaje de llorar al escuchar aquello que, evidentemente, era dicho con emoción.

Se adentró al lugar sin anunciarse; con las piernas tambaleantes y el rostro pálido.

—L-les traigo el té —Dio un paso más hasta ellos, pero resbaló y la bandeja terminó en el suelo y el líquido caliente se derramó sobre sus manos, dándole la quemadura más motivos para llorar. Los otros dos que estaban sentados se levantaron con urgencia para atenderlo y verificar que se encontrara bien.

— ¡Santo cielo, Jaemin! ¿Estás bien? —preguntó Misuk, ayudándole a ponerse de pie. Veía la preocupación en sus ojos oscuros.

Youngi levantaba los pedazos de vajilla rota, pero Jaemin se lanzó de nuevo al suelo y comenzó a recogerlos él, apartando a Min con la excusa de que mancharía su costoso traje.

—N-no se preocupen, yo me encargo.

—Déjame ayudarte —En un rápido movimiento levantó la cabeza y vio esos ojos rasgados que lo atormentan desde hace más de una década y media—. ¿Te quemaste? —Agarró su mano y la examinó, encontrando un rojizo intenso en ellos—. Misuk, ve rápido por Namsook y dile que traiga el botiquín—La mujer iba a ponerse en marcha, pero el azabache alejó su mano de Youngi y recogió lo que sobraba de vidrio en el piso, poniéndose de pie, sin importarle la quemadura en sus manos.

—No se preocupen, estoy bien —Fingió una sonrisa—. Le diré a Beomgyu que les traiga un nuevo té.

— ¿Estás seguro?

—Lo estoy, señorita. No se preocupe por mí —Hizo una reverencia y salió del lugar, dejando que las lágrimas escaparan luego de pasar el umbral.

Corrió a la cocina y ordenó que prepararan nuevamente el té y que Beomgyu se encargara de llevarlo. No hizo caso de los llamados de los demás. Se encerró en su habitación y no salió hasta que calmó sus lágrimas y el galope desenfrenado de su corazón herido por el tiempo.

No volvió a llevarles el té nunca más, y juró no volver a dejarse mutilar el alma por trozos de conversación que no iban dirigidas a él. Se limitó a observarlos solo con los gestos propios de los celos, pero hasta ahí.

Siguió viéndose con Woosung en el club y fuera de él muchos fines de semanas más, y cada salida era mejor que la anterior. Pero Taesung, de forma traicionera, había dejado ingresar a Youngi a su camerino un día de esos, y él, en su apuro por no ser descubierto, y agradeciendo que aún tenía el antifaz puesto, fingió estar enfermo de la garganta.

Una excusa muy patética pero que le resultó.

Había escuchado a Youngi hablar casi toda la madrugada, olvidando a Woosung y concentrándose solo en esos ojos casi negros que lo miraban, por primera vez, con admiración.

Le había confesado que estuvo fascinado con él desde la primera vez que lo vio, y que de tantas ocasiones en las que quiso acercarse a él, perdió la cuenta de las veces que se había desilusionado.

Jamás le dijo que estaba comprometido. Tampoco quién era en realidad. Solo dejó su nombre, su admiración en palabras y una propuesta que siendo Jaemin jamás hubiera rechazado: ¿Quieres cenar conmigo, sin máscaras y luces neón, solo nosotros?, pero Jay sí rechazó.

No quería que supiera quién era él, y le rogó por escrito que no volviera a buscarlo, porque no lo recibiría. Pero ya era tarde para Min; aquel bailarín se había llevado la parte de amor que le correspondía a Misuk y le dejó solo un poco a la primera persona que había amado en su vida antes de hundirse en filosofías extranjeras.

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