•01•
Era inevitable: el olor a almendras que inundó la casa ese día que él llegó le hicieron salir corriendo hasta la sala con las lágrimas a punto de desbordarse.
Lo percibió desde que pisó Corea del Sur. Lo sentía a kilómetros de él y aún así no pudo creer cuando lo vio parado en medio de la habitación, abrazado de su madre en medio de risas. Se acercó lento, como un cachorro curioso pero asustadizo. Solo fue suficiente que Youngi lo mirara para desprenderse de su madre, quitarse los anteojos de sol y correr a darle un abrazo.
— ¡Te extrañé tanto, hermano! —Jaemin se quedó inmóvil, con los brazos a los costados y con el corazón bombeando más rápido de lo habitual.
— Y-Youngi —Se aferró a él tanto como le fue posible.
No quería soltarlo, quería tenerlo entre sus brazos todo el tiempo que le fuera posible, pero Youngi rompió ese encanto y al apartarse pudo ver en sus ojos un pequeño destello de tristeza que golpeó lo profundo de su ser.
—¡Volvió nuestro Youngi! —Todo se convirtió en gritos alegres mientras ellos dos no podían dejar de verse sin decirse palabra alguna.
«Volvió mi Youngi»
El tiempo ha trascurrido y no se detuvo en ningún momento a darle tregua a sus corazones. Pasaron doce años desde aquel retorno, y doce años desde que Jaemin encadenó su corazón al servicio de aquel a quien consideraba el mayor de sus amores. ¿Pero qué ha hecho al aceptar esa propuesta? Sentirse tan cerca y tan lejos de ese hombre por quien ha suspirado desde que tuvo uso de razón solo podía ser un castigo sin juicio, una maldad de quien estuviera al mando del universo.
Y para aumentar su penitencia, el timbre de la casa suena y al abrirlo solo ve un rostro iluminado por una sonrisa. Ella ha vuelto.
—Señorita Misuk, es bueno tenerla en casa —Saludó con una reverencia casi automática.
—Muchas gracias, Jaemin, ¿Se encuentra Youngi en casa? —preguntó adentrándose hasta la antesala para dejar sus zapatos rojos de charol y calzarse unas zapatillas que estaban dispuestas especialmente para cuando ella estuviera. Tomó el abrigo que la mujer dejó sobre un mueble y lo colgó en el perchero.
—El señor Youngi aún no llega, pero lo hará dentro de un rato.
—Me quedaré a esperarlo si no es molestia —Caminó hasta el living beige y se sentó en él, desordenando los cojines.
Jaemin solo le sonrió a penas y se dispuso a retirarse, pero ella lo detuvo.
— ¿Te importaría acompañarme? Este lugar es demasiado grande y si Youngi no está me siento sola —Jaemin aceptó. ¿Qué más podría hacer?
—Claro, señorita —Se paró a su lado y escuchó la misma cosa de todos los días.
Su matrimonio con Youngi.
A Jaemin no le molestaba la presencia de Son Misuk en la casa, de hecho, era innovador en aquel lugar que hasta hace poco había sido consumido por la soledad, pero le molestaba a su corazón.
Su alma se retorcía de dolor cuando aquella mujer, elegante y radiante de belleza, besaba con amor a quien él más adoraba en el mundo. Se le oprimía el estómago y sus ojos ardían por querer derramar las lágrimas mientras la picazón en su nariz le avisaba lo próximo que estaba de largarse a llorar.
Escuchaba las palabras de Misuk con atención, sin perderse un solo detalle de su relato a pesar de que su mente solo divagaba en recuerdos claros de un amorío que nunca fue. Su voz es pacífica y tranquila; una verdadera envidia para él. Se reprochó por sus pensamientos. Cómo podría envidiar ni desear el mal a alguien que se ha portado como un ángel. Es más, se sentía un perro malagradecido por haberse fijado en el hombre de quien tanto lo ayudó, aunque lo haya conocido antes que ella.
Pero él... Min Youngi, su eterno amor imposible desde hace quince años, tres meses con sus días y sus horas, era el culpable de aquella maraña que eran su mente y su espiritu. Cuántas noches había llorado y sudado de fiebre por aquellos ojos negros. Cuántos días soñando despierto mientras le llevaba el café de las mañanas y el jugo de las tardes. Cuántas horas perdidas observándolo desde la ventana de la cocina mientras soñaba que aquel brillo en los ojos de su jefe era suyo. Cuántos amores de paso había tomado para sacarlo de su mente. Cuántas tardes perdidas en ilusiones que su tramposa mente le ponían, ilusionándolo. Había tantos cuántos cuando se trataba de él...
Pero no era suyo. Era de aquella mujer que vagaba por el mundo dueña de sí misma, contoneándose con maestría y elegancia en las compras. Ama y señora de su propia vida a la edad de 28 años. Ella era todo lo que él deseaba ser para Youngi. Tal vez si nacía siendo mujer no estaría sufriendo de aquella forma mientras la escuchaba hablar del vestido y de la decoración.
«Aguanta, por favor». Se dijo. «Solo falta un poco».
Un suspiro silencioso salió de sus labios y en ese momento la puerta principal se abre.
Jaemin fue el primero en mirar hacia la entrada, sintiendo el olor a almendras y menta del perfume de Youngi. Era un aroma característico suyo y que no olvidaba, ni olvidaría, nunca. Misuk se levantó para recibirlo.
Llevaba puesto el saco negro que no había dejado de ser su favorito desde que lo compró aquella primavera hace dos años. Lo colgó en el perchero y volvió hacia donde estaban ellos, y por un segundo, solo por ese pequeño e insignificante segundo, a Jaemin se le calentó el corazón cuando los ojos de Youngi brillaron de amor.
Pero no era por él.
El azabache caminó hasta su prometida, y le dio un pequeño beso en los labios cuando llegó hasta ella. Jaemin solo se alejó con la cabeza gacha y con una sonrisa que rozaba lo falso.
Entró a la cocina escuchando las risas que comenzaban llenar el eco de las paredes. Bufó y se sentó en una de las butacas.
— ¿Te sientes bien? —preguntó Namsook, el cocinero.
—Sí, lo típico, ya sabes. El trabajo es agotador —Se encogió de hombros y le pidió a Nam que le preparara dos tazas de café para llevarla a la sala mientras él descansaba un poco.
Se negó a quebrarse el alma a esa hora de la tarde. Era demasiado temprano para permitir que la nube negra de pensamientos que tenía por las noches cayera sobre él antes de la hora. Ya se encerraría en su habitación en el fondo de la casa a lamentar su herido corazón mientras daba vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño como cada madrugada.
Namsook le tendió las tazas con café y él las tomó en la bandeja con las galletas. Un suspiro de valentía hizo que sus pies volvieran a dirigirse a la sala, encontrando una escena usual para su vida cotidiana.
Youngi estaba recostado en el hombro de Misuk mientras ella reía y le acariciaba la cabeza con cariño. Aunque le costara admitirlo, ellos eran una bonita pareja.
—Permiso —dijo con educación bajando la bandeja.
—Gracias, Jaemin —le sonrió Youngi, con esa sonrisa tan particularmente tierna para él. Le devolvió el gesto y giró para retirarse a arreglar el jardín, sin que nadie lo detuviera.
Ese mismo día, por la noche, Youngi le pediría que habilitara una habitación para Misuk, ya que se quedaría a dormir. Y mientras él lo hacía le entró una duda: ¿Por qué él no dormía con ella? Es decir, se casarían en menos de un año y llevan de novios más de tres, podían dormir en la misma cama, ¿No?
«De todos modos, no te importa». Se reprocha después.
Colocó la almohada blanca en su cama que dispuso para ella, pero un recuerdo repentino sacudió su cuerpo y nubló su mente.
Él, Youngi y Misuk. Los tres en la terraza, a la luz de la luna un frío día de diciembre. Velas encendidas y una gran cena. Un anillo de compromiso y una propuesta.
Ese pedazo que permanecía en su memoria lo azotó como a una lluvia repentina y, sin contemplaciones, su alma volvió a caer a sus pies, arrastrándose por piedad. Suplicando por migajas de amor que nunca llegarían.
Recordaba el frío de la charola en el que había llevado el champagne para aquella celebración. Recordaba también la cena que Namsook había preparado especialmente para ella y que también era el platillo favorito suyo: samgyeopsal, entre otros alimentos que disfrutaron mientras él los observaba con el semblante serio, pero con los ojos cargados de tristeza.
Ya habían pasado tres meses de aquel episodio, pero el simple recuerdo era una llaga que no cicatriza.
Salió de la habitación de huéspedes con el alma por el suelo y recorrió el gran pasillo hasta llegar de nuevo a la sala.
—Su habitación está lista, señorita Misuk —Hizo una reverencia hacia la mujer que seguía sentada al lado de Youngi.
—Gracias, Jaemin.
— ¿Quieres cenar ya, Suki? —le preguntó Youngi a la mujer. Jaemin intentó obviar el tono con el que le había hablado detrás de una máscara imperturbable.
«Aguanta, por favor». Se repitió.
—Claro —Jaemin entendió la orden y fue directo a la cocina y le avisó a Namsook que los señores ya cenarían.
Y mientras a él le tocaba cenar en una esquina de la cocina, los otros dos reían gustosos en el elegante comedor, atrapados en su burbuja de romance fantasioso.
Solo deseaba que fuera viernes para sacar a Youngi de su mente por unas horas, y liberar su espíritu entre las luces de neón de aquel bar.
Aquella noche tampoco durmió, como no venía durmiendo desde hacía quince años por estar pensando en esos ojitos color marrón.
🥀
Algunas cosas que quisiera aclarar: ya no es un fic. Sí mantiene la esencia de que tal o cual tiene el aspecto fisico de Jimin y Yoongi, decidí cambiarles los nombres por algo personal. Pero me gustaría que lo disfruten igual y le den mucho cariño, por favor :c
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