❧ 93
No era capaz de dormirme. Mi cabeza era un hervidero de pensamientos, de imágenes de Darlath apareciendo en el dormitorio de Calais, arrinconándome de nuevo contra una pared para asfixiarme; no había llegado a preguntarle a Rhydderch qué iba a ser del fae, pero una parte de mí tampoco estaba interesada en saberlo. Después de que el príncipe me dejara a solas en el dormitorio, lo primero que hice fue dirigirme hacia el baño anexo; me sorprendió descubrir que todas las pertenencias que me habían ido proporcionando desde que nos llevaron de regreso a la capital, tras la emboscada en aquella cueva del Gran Bosque, seguían estando en el mismo lugar que las dejé antes de que partiéramos de camino a Antalye.
Una vez me encerré en el baño, sin el sortilegio de Rhydderch, pude ver por mis propios ojos las marcas que Darlath me había dejado en el cuello. Observé con el pulso acelerado las huellas amoratadas que rodeaban mi carne, recordando la presión que sus manos habían hecho sobre mi tráquea; el príncipe fae había estado en lo cierto al señalar que no tardarían en desvanecerse... incluso más rápido aún si usaba mi magia.
Sin embargo, la sola idea de acudir a esa corriente que sentía en mis venas, esa pulsación que había percibido en la cabaña de Ayrel, antes de que perdiera el control... El estómago se me encogió de una forma dolorosa, acompañada de una oleada de náuseas.
Al final opté por aplicarme un par de ungüentos que guardaba en una de las cestas del baño y regresé al dormitorio, a la cama vacía que me esperaba. Mi cabeza aún no había dejado de agitarse, entremezclándose pensamientos sobre Darlath, lo que había descubierto Kell y las implicaciones que conseguimos en claro Rhydderch y yo. Me costaba asimilar que Elphane hubiera sido, de nuevo, la responsable del ataque. Aquel reino al que todo el mundo había considerado una víctima por lo sucedido en el ataque que perpetraron tanto Agarne como Merahedd había resultado ser una fachada; una cuidada mentira que pretendía enmascarar la crueldad y las fechorías de las que eran responsables.
Y ahora la primera pieza de sus mentiras había caído cuando Kell descubrió el escudo de los soldados que la reina debía haber enviado en respuesta a la alianza que mantenía con el regente de Antalye.
Era posible que aquella arriesgada jugada nos arrastrara a todos a una guerra, pues la madre de Kell no perdonaría que la vida de su heredero hubiera estado en peligro. Las Tierras Salvajes no dudarían un segundo en pedir una retribución por aquel ataque a traición... y Qangoth, gracias a los lazos que unían a las dos reinas, estaban en la obligación de brindarle su apoyo.
Me encogí sobre el colchón, sabiendo que el sueño me eludiría a causa del burbujeo constante de mis pensamientos. Había sido sincera con Rhydderch cuando le propuse que me usaran en su beneficio; me sentía responsable de las atrocidades que había cometido la reina de Elphane... y porque no soportaba la idea de que ninguno de ellos pudiera salir heridos. La familia de Rhydderch me había aceptado entre sus miembros, pese a que yo no era más que una simple humana; aunque Calais hubiera intentado protegerme por la desesperada petición de su prometido, al final nuestra relación había terminado fortaleciéndose hasta vernos la una a la otra como una amiga. El príncipe heredero, para mi sorpresa, también parecía haberme aceptado de buen grado, ayudando con mi protección. Incluso los reyes, sabiendo el poder que atesoraban, habían decidido respetar la promesa de Calais, cuando bien podrían haberme enviado de cabeza a las mazmorras.
Por no mencionar que la reina tenía en su poder el arcano... además de mis amigos. En la emboscada que les habían tendido, se llevaron consigo a Altair y el resto del grupo; quise confiar en que habrían sido convertidos de nuevo en prisioneros de una nueva monarca fae. Quise confiar en que la reina Nicnevin hubiera decidido mantenerlos cautivos, quizá con el propósito de interrogarlos sobre por qué tenían en su poder un objeto tan poderoso como el arcano.
❧
Como me prometió Rhydderch, ni mi antigua doncella ni nadie del servicio de la familia real me interrumpió durante el resto de la noche. Me mantuve en vilo, vigilando las sombras del dormitorio mientras mis pensamientos no dejaban de dar vueltas, imaginando los horribles escenarios que podrían desarrollarse si la reina de las Tierras Salvajes decidía tomarse la justicia por su mano contra Elphane.
Mi cuerpo se tensó inconscientemente cuando mi oído captó el sonido de la puerta principal de mis aposentos. Durante unos segundos no supe cómo reaccionar; al otro lado de la ventana de mi dormitorio estaba empezando a clarear, delatando la llegada del amanecer. Con las piernas algo rígidas, conseguí abandonar la cama y dirigirme hacia la antesala, sintiendo el corazón aporreándome las costillas; pese a toda la preparación que había recibido desde niña, en aquel instante no pude evitar verme demasiado... vulnerable. Toda la seguridad que había ido reuniendo con el paso de los años, consiguiendo mis propósitos y demostrando al mundo que estaban equivocados conmigo, se había evaporado cuando el sortilegio se rompió.
Era como si Verine se hubiera desvanecido junto con la Magia Antigua, dejando en su lugar a una criatura que se encontraba más perdida que nunca.
El sonido de la puerta principal se repitió, haciendo que me encogiera. ¿Qué sucedería si alguien descubría mi verdadera identidad? Mi magia aún era lo suficientemente débil como para tratar de emular a Rhydderch y lograr, al menos, un patético intento de cubrir mis rasgos y darme una apariencia humana.
—Fierecilla, soy yo.
La voz ahogada de Rhydderch pronunciando aquellas tres simples palabras logró que el peso que se había aferrado a mis huesos se desvaneciera lo suficiente para darle una mayor ligereza a mis pasos. La mano me tembló cuando alcancé el picaporte, topándome con el rostro apagado del príncipe al otro lado del umbral.
—¿Rhy...?
Dejé que pasara al interior de mis aposentos con un nudo de preocupación retorciéndose en el fondo de mi estómago. El chico había cumplido su promesa de encontrarnos al amanecer, a pesar de que era evidente que no había pasado una buena noche; ni siquiera estaba segura de que hubiera regresado a sus propios aposentos para tratar de descansar.
Seguí en silencio a Rhydderch, contemplando sus hombros hundidos y actitud derrotada.
—Saben que la emboscada fue organizada por soldados de Elphane.
Sus palabras me provocaron un escalofrío de temor. Kell habría contado lo sucedido a los reyes sin guardarse ni un solo detalle; era más que previsible que, al relatar el escudo que había logrado atisbar en sus uniformes, los padres del príncipe hubieran adivinado sin mayores problemas a qué reino pertenecían.
—¿Qué hay de la reina de las Tierras Salvajes? —pregunté con un hilo de voz.
El futuro recaía en sus manos. Era ella quien tenía la última palabra sobre el asunto; era su decisión la que nos conduciría hacia un lado u otro del camino. La que podría condenarnos a una guerra.
—Mis padres han considerado prudente ponerle al corriente de... la situación —contestó Rhydderch—. Por eso han enviado a Fyrein con un mensaje sobre la emboscada y el hecho de que Kell está bien.
Las náuseas se unieron al nudo que notaba en el estómago. Observé al príncipe ir directo a uno de los divanes de la antesala, desplomándose sobre el asiento con cansancio; sus ojos ambarinos, ensombrecidos por las ojeras, no tardaron un segundo en buscarme.
—Jamás había visto a mis padres contemplarme tan... tan decepcionados —su siguiente confesión me pilló con la guardia baja—. El hecho de que no estuviéramos junto al resto de la comitiva los tenía aterrado por las posibilidades; ni Calais ni Glyvar conocían nuestro paradero, más allá de que habíamos viajado por libre al Bosque de los Árboles Infinitos. Mi madre temía que hubieran logrado emboscarnos, atraparnos antes de que llegáramos a nuestro destino... Y cuando les he hablado de que estábamos bien, de que habíamos regresado nada más saber las noticias del ataque... —Rhydderch sacudió la cabeza, hundiendo aún más los hombros—. Tu secreto sigue a salvo, Vesperine.
Una nueva oleada me asaltó cuando le escuché pronunciar mi verdadero nombre. Aún me costaba reaccionar a él y siempre que Rhydderch lo usaba era... era como si estuviera hablando con una desconocida. Aquella sensación de extrañeza pareció aplacar la sensación de alivio de saber que el príncipe fae había decidido guardar la verdad, enfrentándose y aceptando las consecuencias que traería su silencio; la decepción que había mencionado y que tanto le había afectado.
—Verine —dije con suavidad y sus ojos ambarinos me contemplaron con una leve confusión—. Prefiero... prefiero Verine. O fierecilla —añadí con esfuerzo, sintiendo cómo mis mejillas enrojecían por lo que implicaba esa confesión.
Una media sonrisa pareció en sus labios y una parte de mí agradeció que mi azoramiento, al menos, hubiera servido para algo, por pequeño que fuera. Sin embargo, no duró mucho, no cuando apunté:
—Podrías haberlo hecho, ¿sabes? —su rostro se puso serio, apagando aquella chispa de luz que había traído consigo esa media sonrisa—. Estaba hablando en serio cuando te dije que puedo serviros de ayuda.
—Y yo te dije que no íbamos a usarte, Verine —me replicó, apoyando los codos sobre las rodillas—. No tienes que forzarte a nada si no estás lista para hacerlo.
Pero el problema era que no había otra solución. Estuviera preparada o no para salir a la luz, con todo lo que eso implicaba, la situación lo requería: mis amigos y el arcano estaban en manos de la reina de Elphane; la reina de las Tierras Salvajes podría iniciar una guerra por lo sucedido con Kell y era muy posible que el heredero de Merahedd estuviera en manos de la monarca, entre otros asuntos que aún me costaba asimilar. Quizá el único modo de poner algo de orden en todo aquel desastre se escondía en que yo volviera junto a Nicnevin, demostrándole que estaba viva; al menos, si le decía a la reina que yo era la princesa perdida, podría poner solución a dos de los problemas más acuciantes: Altair y el resto del grupo, además de limar asperezas por la emboscada. Podría aconsejar a la reina, pedirle que se disculpara por lo sucedido... Cualquier cosa que sirviera para impedir que la tenue paz que había mantenido a Mag Mell lejos de las garras de la contienda pudiera estallar, abocándonos a todos al desastre.
Contemplé a Rhydderch en silencio. Era posible que no fuera necesario desvelar mi verdad a todo el mundo; quizá serviría con hacerlo a las personas adecuadas. Por mucho temor que pudiera provocarme la idea de ocupar el lugar que legítimamente me pertenecía, era nuestra única oportunidad.
—¿Cómo está Calais? —opté por cambiar el rumbo de la conversación.
Aún recordaba su expresión cuando Taranis irrumpió junto a su hermano menor en el dormitorio, antes de que Darlath cumpliera con su propósito. Ella no había participado en aquel ataque, ni siquiera había estado al corriente de los planes de su primo; la creía sin lugar a dudas. Creía a Calais y sabía que ella nunca haría algo así.
—Byor dijo que el esfuerzo hizo que se le abrieran un par de puntos de la herida —me contestó y tragó saliva con esfuerzo—. Pero su estado no es grave. Se recuperará, aunque cueste tiempo, ya que se negó a que usaran magia con ella para curarle.
Una sonrisa tironeó de mis labios al pensar en su cabezonería. La hija del general sabía perfectamente cómo salirse con la suya...
—Mis padres quieren verte, Verine.
Aquel breve lapso de felicidad al pensar en su prometida se esfumó al escucharle decir que los reyes de Qangoth, aunque se lo hubieran transmitido como una educada petición, le ordenaban que me llevara ante ellos. Quizá con la esperanza de arrancarme a mí las respuestas que su hijo se había negado a brindarles.
—Querrán saber la verdad —insinué a media voz, estudiando la expresión de Rhydderch.
El príncipe fae se puso tenso, irguiendo los hombros.
—Se la di... al menos, la que pude sin ponerte en peligro a ti o a Ayrel.
❧
Por unos segundos eché en falta el antiguo sortilegio que había mantenido mi verdadera naturaleza escondida. Después de que Rhydderch compartiera conmigo el deseo de sus padres de verme con sus propios ojos, habíamos acordado que acudiría a ellos de buena gana; el príncipe fae había hecho uso de su propio poder para colocarme de nuevo aquel pesado hechizo, ocultando mi identidad y dándome la apariencia que había tenido siendo humana. Tras arrancarle una débil promesa de que descansaría hasta que volviéramos a reunirnos, se había marchado de camino a sus propios aposentos y yo esperé la llegada de mi doncella.
Agradecí que Gwynna mantuviera las distancias, aunque en su mirada brillara el alivio entremezclado por la preocupación. Tanto ella como el resto de la comitiva habían caído los primeros bajo el ataque de los soldados; ninguno de ellos había sospechado que Rhydderch y yo no viajábamos dentro del carruaje, por lo que apenas recibieron noticias de lo sucedido. Sin embargo, no pude evitar sentir su mismo alivio al ver que estaba sana y salva; que los hombres de Elphane no la habían herido.
En silencio, como siempre había preferido trabajar, Gwynna me ayudó a vestirme con uno de los viejos vestidos que había dejado allí de Calais. Procuré que la doncella no advirtiera la tensión que me embargaba cuando se acercaba demasiado a mí, temerosa de que pudiera descubrir el sortilegio de Rhydderch.
Para mi fortuna, no lo hizo.
Se quedó conmigo hasta que el príncipe fae volvió para escoltarme personalmente hasta sus padres. Estudié su rostro con atención, intentando comprobar si habría logrado descansar algo en aquellas horas que habían transcurrido desde que se hubiera ido; había sustituido sus prendas por otras y tenía el cabello algo húmedo por las puntas, semirecogido por una cinta de cuero.
—Mis padres están esperándonos —fue lo único que dijo cuando nos encontramos en la puerta de mis aposentos.
Le seguí sin decir nada hacia el pasillo y dejé que me guiara en silencio. Nuestras miradas se vieron arrastradas a la par hacia las pesadas dobles hojas de madera que conducían al dormitorio privado de Calais cuando pasamos ante ellas; Rhydderch había mencionado que el sanador de la familia dijo que su estado no rozaba la gravedad, que el esfuerzo que hizo cuando Darlath me atacó sólo había conseguido abrirle un par de puntos.
—Ella está bien —escuché que decía Rhydderch, más para sí mismo que para mí.
Me pregunté si, a parte de reunirse con sus padres, el príncipe fae se habría ofrecido a cuidar de Calais el resto de la noche, asegurándose de que su prometida estuviera cuidada y vigilada en todo momento; me pregunté si tanto Taranis como él habrían estado velando a la fae, si habrían empleado ese tiempo en... hablar de lo sucedido, en intentar arreglar las cosas entre los dos. Con una presión en el pecho a causa de los nervios, me tragué a duras penas aquélla y otras preguntas que rondaban en mi cabeza.
Para mi sorpresa, Rhydderch nos condujo hacia unas puertas cerradas que ya conocía. El escudo que había entre ambas despertó de nuevo aquel cosquilleo de familiaridad: la primera vez que lo vi, Calais me explicó que representaba a los tres Reinos Fae. Ahora que había recuperado mis viejos recuerdos, pude escuchar la voz de mi madre explicándome que uno de ellos simbolizaba al Primer Rey de Elphane; mi antepasado. El responsable que había iniciado aquella maldita búsqueda de los arcanos, pasando de generación en generación su propia avaricia.
Mis pasos se volvieron más inseguros conforme nos acercábamos a las puertas. Fue en aquella misma habitación donde Calais me condujo, mi primer encuentro con los reyes de Qangoth; no era casualidad que hubieran elegido aquel preciso lugar de nuevo. Sabía lo que había al otro lado.
El salón del trono.
Una habitación demasiado formal, cuyo mensaje no supe cómo interpretar. ¿Era su modo de decirme que, tras los últimos acontecimientos, la posición que había estado ocupando dentro de su familia quedaba anulada? ¿Aquella formalidad era indicativo de que no tolerarían lo sucedido, responsabilizándome? ¿Tendría que enfrentar las consecuencias a las que no tuve que hacer frente aquella primera vez?
Me costó tragar saliva.
—Rhydderch...
No tuve oportunidad de terminar mi frase: con un poderoso crujido, las puertas se abrieron lo suficiente para dejarme atisbar el estrado que se alzaba al fondo de la sala, donde ya nos esperaban los padres de Rhydderch, su hermano mayor e incluso Kell. El príncipe fae aceleró el paso de forma inconsciente al enfrentarse a los rostros serios e inexpresivos de los miembros de su familia; me recogí los bajos del vestido y me esforcé por mantener su ritmo, notando cómo mi pulso se disparaba cuando la mirada de Kell se clavó en mí con una intensidad que estuvo a punto de hacerme tropezar por mis propios pies.
El sonido de las hojas se cerrándose a nuestra espalda retumbó contra las paredes de la sala del trono, sobresaltándome. El rey dio un paso, separándose del grupo que conformaba la familia real; sus ojos, que oscilaban entre el gris y el verde, no mostraban el mismo interés con el que me observaron en nuestro primer encuentro. La línea de su mandíbula estaba tensa, al igual que el resto de su cuerpo.
En aquel instante no me encontraba ante el comprensivo y amable padre de Rhydderch, sino ante Máel Cador, rey que Qangoth.
Y no estaba segura de poder obtener su piedad en aquella ocasión.
* * *
Si Verine aún no es consciente de hasta dónde llegan los sentimientos de Rhy, es para estamparla contra una pared (aka: hay que recurrir ya a la violencia)
Verine dentro de su cabeza al momento de entrar en el salón del trono: *recuerdos de Vietnam*
El resto de nosotres:
Pista de lo que se viene out of context:
(Por cierto, somos conscientes de que este mes vamos a tener 3 capítulos de thorns por obra y gracia del calendario????)
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