❧ 9

Según Orei, el arcano era un catalizador. Un instrumento que recogía la magia que supuestamente encontraba en el ambiente para poder transmitirla a su portador; la fae se había burlado de nuestra imposibilidad de usarla... pero, añadió, que existía un único modo de cambiar eso: el uso de ese objeto.

La magia no existía en los Reinos Humanos, o eso habíamos creído hasta que Orei nos acusó de haber robado aquel arcano. Las pocas referencias que teníamos de aquel poder del que carecíamos provenían de las viejas historias que llegaban hasta nosotros a través del tiempo después de que aquella silenciosa guerra nos separara; mordí mi labio inferior, pensativa. ¿Cómo se sentiría la magia? ¿Qué sensación despertaría en nosotros?

Altair me miró con un leve brillo de escepticismo. Había accedido a llevarme a la Cámara Real, donde generaciones y generaciones de su estirpe habían ido guardando sus riquezas; quizá ahora estaba arrepintiéndose de su decisión, pero yo sabía que era un hombre de palabra que no me dejaría en la estacada.

Una leve corriente de excitación recorrió todo mi cuerpo al pensar en lo que íbamos a hacer: ir hacia los rincones más recónditos del castillo para buscar un objeto antiguo... que podría estar en cualquier otra parte. Alejé esa pequeña voz que me susurraba al oído y traté de mostrarme optimista conmigo misma: el regente de uno de los Reinos Fae tenía la sospecha de que aquí, en Merahedd, se encontraba el arcano perdido; los fae eran antiguos, sus vidas eran mucho más largas que las nuestras, quizá por ello tenían información fehaciente de su paradero.

—No será sencillo entrar en la cámara real —la voz de Altair se coló entre mis pensamientos, obligándome a volver a aquel pasillo donde nos encontrábamos—: está muy protegida, precisamente para evitar lo que estás planeando.

Me froté el labio inferior. Era evidente que el rey no permitiría dejar sin custodia aquel lugar, donde mantenía oculto su gran patrimonio; de nuevo me topé con el pequeño obstáculo del tiempo: la rápida —y dura— instrucción que estábamos recibiendo por parte de los miembros más experimentados del Círculo de Hierro ocupaba casi toda mi agenda; por no hacer mención de cómo anhelaba mi camastro al final de la jornada, deseando desplomarme sobre el colchón y permitir que el cansancio me arrastrara a un sueño profundo.

—Dime, Altair —murmuré, empezando a dar forma a un plan dentro de mi cabeza—, ¿qué tiene planeado tu tío para agasajar a sus ilustres invitados...?

Estuve a punto de elevar una plegaria a los antiguos elementos cuando encontré el momento idóneo para poder actuar: el rey Aloct, en su inocente intención de mantener entretenidos al resto de monarcas, había organizado un pequeño baile de máscaras. Aquel golpe de suerte hizo que la esperanza de que todo saliera bien brillara en mi interior con un poquito más de fuerza; Altair me ayudó a perfilar algunos detalles antes de separarnos con la promesa de volver a reunirnos dentro de un día.

Mientras tanto, cada uno de nosotros tendría que esforzarse por no levantar ningún tipo de sospecha, lo que implicaba seguir con la misma estricta rutina y rezar para que todo saliera según lo planeado.

Mi rostro se torció en una mueca de molestia cuando, a salvo de miradas indiscretas, contemplé aquel nuevo mapa de moratones que cubrían mi piel. Al empezar a quedarnos sin tiempo, nuestro instructor, lord Farrell, había decidido endurecer aún más el entrenamiento al que estábamos siendo sometidos; aunque no había tenido oportunidad de hablar con Greyjan o con Alousius, sospechaba que ellos también acusaban a duras penas aquel notorio cambio en nuestra nueva condición de miembros del Círculo de Hierro. Y pensar que, llegados a ese punto, estaba empezando a echar de menos al comandante Erelmus y su extraño sentido del humor...

Se me escapó un gemido ahogado cuando presioné mis yemas sobre la mancha violácea de mi brazo justo cuando Altair se colaba en mi nuevo dormitorio. Su rostro cambió de expresión al contemplar mis nuevas heridas de guerra; sentí su intensa mirada saltando de un moratón a otro mientras la línea de su mandíbula se tensaba. ¿Habría tenido que someterse también a una instrucción similar...?

Aparté mi mano de la zona herida y me apresuré a tomar una de mis camisas, pasándomela por la cabeza para cubrir aquel desastre en el que se había convertido mi cuerpo en aquellos pocos días. Los ojos de mi amigo se habían oscurecido al ver la dureza a la que nos sometían para la misión que él iba a liderar.

—¿Estás preparada para esto? —me preguntó, adentrándose aún más en mi pequeño habitáculo.

Me puse en pie y le dediqué una media sonrisa.

—No es nada nuevo —respondí.

Me abstuve de añadir que me sentía como si hubiera regresado la Verine de dieciséis años; la novata que, gracias a la intervención del sobrino del rey, había sido admitida en el ejército a regañadientes, con todas las apuestas de ser capaz de salir adelante en aquel estricto lugar —reservado para hombres— en su contra.

Aquellos primeros años no habían sido fáciles para mí, pero me había prometido a mí misma que lo lograría; que no decepcionaría a Altair y el inmenso favor que me había hecho cuando me vi en la calle. Ahora, tras haber probado que ese lugar me pertenecía, que era mío, volvía a sentirme del mismo modo a causa de la dureza con la que se nos trataba en aquel cuerpo de élite.

Pero no estaba dispuesta a rendirme.

Altair me contempló de pies a cabeza, sin pronunciar palabra. Agradecí ese pequeño gesto y me obligué a dirigir todos y cada uno de mis pensamientos hacia lo que realmente estaba en juego aquella noche: encontrar aquel arcano... y nuestra libertad. Que Altair hubiera aceptado formar parte de aquel enrevesado plan era, sin lugar a dudas, una ventaja, pero no podía confiarme demasiado. Muchas cosas podían torcerse a lo largo de la velada, haciendo que llegara a su fin conmigo en el calabozo.

—Todo saldrá bien —no sé a quién iban dirigidas aquellas palabras: a Altair, cuyo ceño fruncido delataba sus propias dudas, o a mí misma.

Mi amigo me tendió una capa que no dudé en aceptar y ponérmela sobre mis gastadas prendas. Traté de ocultar el ligero temblor que sacudía a mis dedos mientras me abrochaba la prenda y, una vez lo hube conseguido, dediqué a Altair un asentimiento de cabeza, indicándole que estaba lista.

Cuando salimos del dormitorio, noté los dedos de Altair buscando los míos; aferré su mano como si fuera un ancla que pudiera mantenerme con los pies en el suelo y luego los estreché con fuerza. Contuve un suspiro de alivio al no ver a nadie pululando por los pasillos; en aquel edificio donde nos habían instalado convivían los cadetes que entrenaban para formar parte de la guardia... y aquellos que habían denotado ciertas habilidades que requerían en el Círculo de Hierro. Supuse que la mayoría de mis compañeros estarían disfrutando de una merecida ducha de agua caliente o reunidos en el comedor, junto a sus amigos; no me entretuve más en pensar en ello y dejé que Altair me guiara por aquellos corredores que no había tenido tiempo de investigar.

El corazón aumentó su ritmo al ser consciente de nuestro destino: el interior del castillo; aquel lugar en el que nunca había puesto un pie y que era el hogar de mi amigo. Era un territorio completamente desconocido para mí y no teníamos tiempo que perder, por lo que Altair no había tenido otra opción que venir a buscarme para hacerme de guía e impedir que pudiera perderme.

—Lady Laeris está esperándonos —escuché que decía Altair mientras torcíamos por un nuevo pasillo que conducía a una discreta puerta que nos llevaría fuera de los barracones.

Un nudo se instaló en mi garganta y mis pies tropezaron el uno con el otro. Sentí una corriente de frío recorriendo cada centímetro de mi cuerpo al escuchar que mi amigo no parecía haber sido tan discreto como esperaba; el temor de que ese pequeño desliz nos hiciera fallar estrepitosamente cayó a plomo en el fondo de mi estómago.

—¿Has hablado de esto con alguien más? —inquirí con un timbre de voz agudo.

—Lady Laeris es alguien de mi confianza —me aseguró Altair—. Nuestro plan no está en peligro, Verine. Te lo prometo.

Me calé bien la capucha para cubrir mi rostro, confiando en su palabra.

El lujo que recubría el interior del castillo hizo que mi mirada no pudiera mantenerse fija en un punto: los tapices, los retratos, algunas armaduras que parecían vigilar el pasillo que recorríamos... Era la primera vez que veía dónde vivía Altair y el contraste con nuestras humildes dependencias hizo que pestañeara de asombro mientras mi amigo tenía que tirar de mi mano para que no me detuviera.

No se me pasó por alto que, a pesar del aspecto regio que mostraban los lugares que recorríamos, se encontraban vacíos.

Ascendimos por una empinada escalera que nos condujo hasta un amplio corredor lleno de ventanales abiertos que hacían ondear las cortinas a causa de la brisa. A pesar de que aquella zona nueva no parecía ser tan opulentas como las que habíamos cruzado para llegar hasta allí, se respiraba cierto aire regio. Divisé algunas puertas cerradas a ambos lados del final del corredor.

Altair nos hizo detenernos frente a una de ellas y soltó mi mano.

Observé cómo aferraba el picaporte y lo empujaba hacia abajo, desbloqueando la puerta. Mis manos volaron de manera inconsciente hacia los bordes de la capucha que cubría mi rostro cuando Altair hizo que la madera se deslizara sobre el suelo, abriendo un pequeño resquicio que me permitió contemplar lo que había al otro lado: un esplendorosa salita de un dormitorio...

Y a una mujer de avanzada edad, con su bonito cabello castaño salpicado de hebras plateadas, nos esperaba en mitad de la habitación, con sus avispados ojos verdes clavados en nosotros dos.

Altair tuvo que darme un ligero empujoncito en la parte baja de mi espalda para recordarme que no era buena idea quedarme parada fuera del dormitorio, donde cualquiera podría descubrirme. Di un par de titubeantes pasos, cruzando el umbral de la puerta bajo la atenta mirada de la desconocida.

—Podéis retiraros la capucha, milady —mis mejillas ardieron de vergüenza al escuchar la referencia con la que se había dirigido a mí. Como si estuviera tratando con alguien de sangre noble.

Obedecí, tirando del tejido hacia atrás, al mismo tiempo que decía:

—Yo no...

—Verine es muy reservada, Laeris —me interrumpió Altair, dedicándole una resplandeciente sonrisa a la mujer—. Tendrás que disculparla.

Dirigí una punzante mirada a mi amigo, que no pudo ver. Algo desagradable se agitaba dentro de mi pecho al descubrir que Altair no parecía tener planeado decirle a lady Laeris —la misma que había mentado mientras me conducía hasta allí— quién era yo en realidad, fingiendo que pertenecía a alguna familia noble... y no que era una pobre huérfana que trataba de labrarse su propio futuro con uñas y dientes.

Los labios de lady Laeris se fruncieron en una mueca de ligera contrariedad, haciendo que las arrugas de sus comisuras se hicieran más profundas.

—Por muy reservada que sea, dudo mucho que a tu madre le guste descubrir que has traído a una joven a tus propios aposentos —replicó con un tono cargado de desaprobación.

Vi a Altair elevar una ceja ante la insinuación que ocultaban las palabras de lady Laeris y yo apreté mis labios para no interrumpir y estropearlo todo.

—Mi madre y yo tenemos una conversación pendiente —contestó, comedido—. Estoy seguro que, después de hablar con ella, no se sienta molesta con esta decisión.

Me removí con incomodidad, pues aún no me había acostumbrado a esa faceta de Altair que parecía usar solamente en la corte. Era la primera vez que pisaba el castillo y me veía cara a cara con aquel mundo paralelo al que no estaba acostumbrada, no contaba con la experiencia del lord, como tampoco entendía las reglas que allí regían; volver a toparme con ese Altair, el mismo que había conocido en las mazmorras, cuando nos habían conducido allí para mostrarnos a aquella prisionera fae, hizo que sintiera que no conocía del todo a mi amigo.

Que aún había partes de él que no me había mostrado.

Algo en la respuesta de Altair pareció cobrar sentido para lady Laeris, pues pestañeó y entreabrió la boca con evidente sorpresa. Mi espalda se puso rígida cuando la palma de mi amigo se apoyó en la parte baja y le noté acercándose a mi lado; me obligué a no apartar la mirada del rostro de la mujer.

—¿Está todo preparado? —preguntó entonces Altair.

Los ojos verdes de lady Laeris alternaron de nuevo entre los dos, pensativa.

—El baño está listo —respondió, haciendo un gesto hacia un umbral que parecía conducir al dormitorio propiamente dicho. Aún me resultaba extraño encontrarme allí, en los aposentos de Altair—. El vestido, por otra parte...

Mis nervios se incrementaron al escuchar esa palabra. Había dejado atrás esas prendas de ropa cuando me aceptaron como un cadete más en el servicio militar; la comodidad que pudiera haber sentido en el pasado con las amplias faldas se había visto sustituido por los pantalones que solía llevar desde entonces. Mientras trazábamos nuestra incursión a la Cámara Real, después de que Altair desvelara que su tío tenía intenciones de celebrar un baile de máscaras, llegamos a la conclusión de que no podíamos arriesgarnos a reunirnos en algún punto concreto: nuestra mejor opción, si queríamos tener una oportunidad de salir victoriosos, era que yo estuviera a su lado. Lo que se tradujo a que yo tendría que asistir a ese dichoso baile.

Al preguntarle sobre detalles menores —el atuendo que tendría que llevar, mi posible identidad, el hecho de que mis nulos modales nos hicieran quedar en evidencia—, Altair me había asegurado que tenía la solución perfecta en mente y que no debía preocuparme de nada. En mi ingenuidad llegué a pensar que mi amigo se limitaría a robar un vestido y una máscara cualquiera para hacerme pasar por una invitada más.

Altair, al parecer, tenía pensado llegar mucho más lejos.

—Acompaña a Laeris —me susurró mi amigo, empujándome con suavidad hacia la mujer—. Ella se encargará de todo, tranquila.

Por segunda vez confié en la palabra de Altair y me entregué a las desconocidas manos de lady Laeris. La mujer me tomó por las muñecas, tirando de mí hacia las estancias más privadas de los aposentos de mi amigo; sentí que mis mejillas se coloreaban de vergüenza al toparme con una enorme —y pesada— cama subida sobre una pequeña tarima de madera. En comparación con aquella monstruosidad, mi catre de los barracones era diminuto... y humillante; rememoré todas las ocasiones en las que Altair y yo habíamos tenido que encajar en el poco espacio que ofrecía mi colchón. ¿Qué habría pasado en aquellos instantes por la mente de mi amigo? ¿Habría echado de menos su propia cama...?

Una bocanada de aire caliente me golpeó en el rostro cuando lady Laeris me condujo a través de la única puerta que había al fondo de la estancia. Pestañeé al encontrarme en un lujoso baño donde una gran y profunda bañera desprendía nubes aromatizadas; miré a mi acompañante con una expresión incómoda.

—Tenéis que desvestiros, lady Verine —me indicó la mujer, haciéndome un aspaviento impaciente para que empezara a quitarme la ropa—. El tiempo corre en nuestra contra y aún nos queda mucho trabajo por delante...

El sonrojo de mis mejillas empeoró al volver a escuchar saliendo de sus labios ese título inexistente.

—Verine —conseguí articular—. Llamadme Verine, por favor.

Lady Laeris no pareció dar señales de haberme escuchado, centrada como se encontraba en hacer que me desnudara. Me quitó la capa sin muchas ceremonias y, cuando sus inquietas manos se movieron con decisión hacia la camisa, retrocedí un paso; la mirada de la mujer se tiñó de una ligera sombra de molestia al toparse con aquel contratiempo motivado por mi repentino pudor.

—Puedo desvestirme yo sola —me justifiqué con voz ahogada.

Con temor a que lady Laeris tratara de alcanzarme con sus garras por segunda vez, tomé el dobladillo inferior de la camisa y tiré de ella hasta pasármela por encima de la cabeza. La tela cubrió mis ojos unos instantes, revelándome la expresión conmocionada de la mujer cuando me deshice de la prenda; la mirada de lady Laeris estaba clavada en la parte superior de mi cuerpo, ahora desnudo.

Se cubrió la boca en un gesto horrorizado.

—Oh, mi dulce niña... —oí su voz ahogada tras las palmas de sus manos.

Era el mapa de mis moratones más recientes lo que había dejado en ese estado a lady Laeris. Me sentí atada de pies y manos al comprender que debía pensar que esas marcas violáceas, o las que ya habían adoptado un tono amarillento, me las había provocado alguien que buscaba hacerme daño. Yo misma había visto ese tipo de violencia en los cuerpos de algunas mujeres, quienes se afanaban por ocultarlo y temblaban al pensar en las consecuencias de que alguien descubriera esa dolorosa verdad que había detrás de aquellos moratones. Jamás se le pasaría por la cabeza que todas aquellas señales habían sido producto de mis duros entrenamientos junto a otros.

Y yo no sabía si debía sacarla de ese error.

Lady Laeris sacudió la cabeza y apretó los labios con fuerza, como si hubiera llegado a una conclusión por ella misma. Con mucho cuidado, me pidió que terminara de desvestirme y me metiera dentro de la bañera; incluso me dio la espalda para brindarme algo de intimidad... o para no ver si había más golpes en el resto de mi cuerpo.

Espoleada por la vergüenza, me quité el resto de la ropa y me apresuré a meterme en la tina, hundiéndome hasta que la cálida agua me cubrió hasta la altura de las clavículas. Nada más escuchar el chapoteo de mi cuerpo al introducirse en la bañera, lady Laeris se dio la vuelta y cruzó la distancia que nos separaba con paso comedido. Sus ojos me pidieron permiso antes de que sus manos se hundieran en el agua, empezando a frotar mi piel con fruición.

Me sentí como una niña en aquel instante, mientras aquella mujer se encargaba de limpiar cada centímetro de mi cuerpo con la ayuda de una fragante pastilla de jabón que no sabía de dónde había salido; clavé mis ojos en el agua, que estaba adquiriendo un extraño tono lila conforme el jabón iba deshaciéndose sobre mi piel, haciendo que ésta desprendiera un agradable tono a violetas.

—Normalmente habrían hecho falta un par de manos más —comentó lady Laeris a mi espalda, tratando de romper la tensión que se había instalado en el interior de la habitación tras el descubrimiento por parte de la mujer sobre mis moratones—. Pero Altair fue tajante al respecto: nada de doncellas cotillas —escuché una risa ronca—. Al parecer, tenía miedo de que el secreto de tu presencia pudiera extenderse por el castillo antes de que tuviera la oportunidad de hablar con su madre y...

A pesar de la temperatura del agua, toda mi piel se erizó ante la mala sensación que trajo consigo el relato de lady Laeris y los motivos que había esgrimido Altair para proteger nuestro plan. Me abracé a mí misma, cubriendo mi pecho, y giré por la cintura para poder mirar a lady Laeris cara a cara.

—¿Para hablar con lady Elleyre de qué? —pregunté.

Una sonrisa iluminó el rostro de lady Laeris cuando terminé de enunciar mi inocente pregunta. Sus huesudos dedos estrecharon mis hombros desnudos mientras sus ojos verdes resplandecían de genuina felicidad e ilusión.

—¡Sobre futuro compromiso, por supuesto! —exclamó.

Apreté los dientes con rabia hasta que noté cómo crujían.

Iba a matar a Altair.

* * *

UPSI

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top