❧ 88
La simple idea me provocó náuseas. Una parte de mí se negaba a dar algún tipo de veracidad a las sospechas de Ayrel sobre quién era el verdadero responsable; Elphane no podía ser tan... tan cruel y retorcido. No podía haber decidido llegar tan lejos con el único propósito de obtener aquellos objetos mágicos.
—Es suficiente.
Aquella orden provino de Rhydderch. Me fijé en su expresión hermética, en sus labios fruncidos; no era capaz de adivinar lo que podría estar pasándosele por la mente después de escuchar a Ayrel. Si la habría creído sin poner en duda su palabra.
La fae no insistió, se limitó a apretar los labios, sosteniéndole la mirada al príncipe.
—Vesperine —Rhydderch se dirigió a mí con un tono que pretendía enmascarar la tensión que flotaba en el ambiente después de que Ayrel hubiera verbalizado sus sospechas sobre quién era el responsable detrás de las desapariciones que habían ido sucediendo a través de los años—, deberías regresar al dormitorio e intentar descansar.
El cansancio que se había aferrado a mis huesos tras haber desaparecido el sortilegio de mi madre parecía haber remitido. Sin embargo, aquella explosiva reacción que había despertado mi magia me había pasado factura: notaba una molesta punzada en las sienes y nuca, además de un ácido sabor en la punta de la lengua. El interior de la cabaña parecía haber disminuido de tamaño... o quizá sólo era impresión mía.
—No puedo descansar sabiendo que Elphane es... es el responsable de todo —le dije, más cortante de lo que pretendía. Todavía no era capaz de asimilar la magnitud de ese hecho, de todo lo que implicaba.
«La reina se llevó a Brianna... puede que a la princesa Alera también», pensé con un nudo en la garganta. Aún recordaba el dolor de lady Laeris al hablar de su única hija, la herida que todavía cargaba Altair por su amiga; incluso recordaba la rabia del propio rey de Agarne en la reunión que se hizo con otros líderes en Merain, después de que el tío de Altair desvelara que los fae habían estado entremezclándose con nosotros, aunque hubiera estado equivocado sobre los motivos.
—Tú puedes cambiar las cosas, pequeña espina —dijo entonces Ayrel.
El nudo de la garganta se estrechó más al comprender lo que no estaba diciendo la Dama del Lago: como heredera de la reina Nicnevin, tenía el poder suficiente para romper con aquel legado que la familia real había estado siguiendo, quién sabía desde cuándo; estaba en mis manos la posibilidad de poner fin a las desapariciones, a la incesante búsqueda de los tres arcanos.
«Y no voy a permitir que permanezca en su poder, no cuando lleva el escudo de Elphane grabado dentro de la caja», la voz de Eoin regresó a mi mente, haciendo que sintiera un pellizco en el pecho. El arcano que habíamos encontrado en la cámara real del palacio de Merain pertenecía a mi reino, y no quise tomarme aquella coincidencia como una retorcida señal por parte de los antiguos elementos.
Una señal que parecía apuntar en una clara dirección.
—Tú eres la única que puede liberarle —agregó Ayrel, refiriéndose a Gareth.
Un escalofrío descendió por mi columna vertebral. Por el modo en que sus ojos dorados me contemplaban, parecían indicar que no existía otra opción; si era cierto que la reina de Elphane conservaba al príncipe heredero, era mi deber liberarlo. Ya no solamente por Altair y lo que supondría de cara al futuro, sino por mí misma. No había mentido a Rhydderch al confesarle que no estaba preparada para que la verdad saliera a la luz y tuviera que enfrentarme a mi destino como la princesa que todo el mundo creía muerta, pero esto cambiaba por completo mis propios deseos, mis planes de permanecer en la sombra el tiempo que necesitara hasta asimilar quién era en realidad.
Busqué la mirada del príncipe fae. La oferta que me había tendido de permitirme encontrar refugio en Qangoth parecía ser una idea lejana... Una idea que parecía quedar fuera de mi alcance. Los iris ambarinos de Rhydderch ya estaban fijos en mí cuando nuestras miradas tropezaron; tuve la sensación de que el príncipe sabía perfectamente lo que estaba pasándoseme por la mente sin necesidad de emplear su poder.
—No le debes nada a nadie —me aseguró y supe que no estaba diciéndolo por el hecho de hacerme sentir bien, de aligerar el peso que suponía ser egoísta e ignorar lo que Ayrel había estado pidiéndome de forma tácita.
Una sensación de agobio se expandió por mi pecho cuando tuve que enfrentarme de nuevo a la Dama del Lago. Mi enfado por el modo en que parecía haberme utilizado siendo niña, allanándole el camino para cuando llegara este momento, se había minimizado al descubrir que Elphane había cometido semejante atrocidades motivado por aquel deseo de hacerse con los arcanos.
—Yo... —las palabras no lograban salir con facilidad de mi garganta. Sentía que el aire empezaba a faltarme—. Necesito tiempo.
Al igual que le había pedido a Rhydderch respecto a nosotros, miré a la Dama del Lago con la esperanza de que lo entendiera, tal y como había hecho el príncipe fae. Todo era demasiado enrevesado que no sabía qué hacer; Ayrel esperaba que recuperara mi identidad y la usara para liberar a Gareth, para convencer a la reina para que cesara en su labor de hacer desaparecer humanos con el propósito de que eso disuadiera a quien tuviera los arcanos para que se los entregara.
Pero yo no estaba segura de poder hacerlo.
La reina Nicnevin creía que estaba muerta. Quizá hubiera enviado a alguien al bosque al no tener noticias de mi guardián, descubriendo la cabaña reducida a cenizas; si ahora aparecía de la nada... ¿Me creería? El círculo negro que rodeaba mis pupilas era señal inequívoca de a qué reino pertenecía, a qué linaje. Sin embargo, ¿y si la reina pensaba que se trataba de un truco? ¿De un logrado sortilegio para hacerme pasar por la princesa perdida? Los recuerdos que tenía de ella eran demasiado antiguos; los años habían pasado y había escuchado los rumores en los Reinos Humanos, las escalofriantes historias que corrían sobre la reina.
La Dama del Lago no volvió a decir una sola palabra al respecto.
❧
Contemplé las palmas de mis manos como si en ellas estuviera escrita la solución a todos mis problemas. Ayrel había dado por concluida la conversación después de que yo casi suplicara por un respiro mientras tomaba una decisión; la Dama del Lago se había disculpado, abandonando la cabaña en un silencio tenso. Rhydderch, por el contrario, se mantuvo en su sitio, sin añadir nada más.
Los segundos siguieron transcurriendo entre los dos, haciendo que el nudo que sentía sobre la garganta no desapareciera. La posible vinculación de Elphane con las múltiples desapariciones, y en especial con la del primo de Altair, no quería desvanecerse; las sospechas de Ayrel al señalar a la reina Nicnevin parecían cobrar sentido mientras repasaba toda la conversación en mi mente.
—Mi oferta de que regresemos juntos a Qangoth sigue en pie —la suave voz de Rhydderch me sacó de mi ensimismamiento, haciendo que alzara la mirada en su dirección—. No tienes que hacer nada si no estás preparada, fierecilla.
Jugueteé con mis pulgares, sintiendo una oleada de gratitud hacia el príncipe fae. Rhydderch no me había presionado en ningún momento, ni siquiera ahora que conocía uno de los mayores y oscuros secretos de Elphane; desde que el sortilegio se hubiera roto, el príncipe fae se había convertido en un pilar fundamental, en un apoyo. Sabía que las cosas entre ambos estaban en un punto muerto... hasta que yo tomara una decisión al respecto; hasta que pudiera aclarar las cosas con Altair.
Un escalofrío me sacudió al pensar en mi amigo, al tratar de imaginar su reacción cuando nos reencontráramos y descubriera que no era la misma Verine de la que se había despedido en Gwelsiad.
—No soy la persona que Ayrel espera que sea —le dije a media voz.
Quizá la persona que hubiera llegado a ser Vesperine, si hubiera tenido oportunidad de desarrollarse, no habría dudado un segundo en dejarlo todo para regresar a su hogar y enfrentarse a su madre, exigiéndole respuestas. Pero yo lo único que quería era aceptar la salida que estaba ofreciéndome Rhydderch al dejarme abiertas las puertas a su hogar, marcharme con él a Qangoth... Y dejar que el tiempo me ayudara a sentirme cómoda en mi propia piel.
—Entonces vuelve conmigo a Qangoth —me pidió sin rodeos, verbalizando la tentadora idea que no dejaba de dar vueltas en mi mente—. Encontraremos otro modo. Mis padres...
Las alertas saltaron dentro de mi cabeza al escuchar al príncipe fae mencionar a los reyes. Mientras que su madre había mostrado ciertos reparos a aceptarme dentro de la corte, el rey había sido mucho más permisivo y cálido que su esposa; sin embargo, no sabía cómo reaccionarían si descubrían mi verdadera identidad. Ni siquiera sabía qué tipo de relación existía entre Qangoth y Elphane.
—No estoy lista para que nadie sepa la verdad —le confesé, mirándolo fijamente.
Los ojos ambarinos de Rhydderch me recorrieron de pies a cabeza, estudiándome en silencio. Me fijé en cómo su vista se detenía en ciertas zonas de mi rostro, como las orejas... o mi propia mirada; si accedía a regresar con el príncipe, mi aspecto me delataría frente a todos.
—Fierecilla...
Supe que había sido consciente del pequeño problema que se nos planteaba entre mi petición de mantener mi identidad en secreto y mi propia apariencia, que lo gritaba a los cuatro vientos. Pensé en Orei... Ella había hecho de su poder para pasar desapercibida entre los humanos; gracias a su magia, Orei había adoptado una apariencia totalmente humana. Morag, por el contrario, había usado su poder para fingir ser Gwynedd.
Una idea empezó a tomar forma dentro de mi cabeza ante esos recuerdos de las dos fae transformándose.
—Dijiste que los fae podéis usar la magia para tomar la imagen de otra persona, ¿no es cierto? —quise cerciorarme, remontándome a la escasa conversación que mantuvimos antes de separarnos de Calais y Glyvar con la apariencia del príncipe fae.
Rhydderch me observó durante unos segundos, como si estuviera asimilando mi pregunta... o mis intenciones, que estaban claras después de interesarme por ese tema en concreto.
—Es posible, sí —reconoció a media voz, casi con recelo.
—Si me enseñaras a emplear mi propia magia... podría usarla para adoptar mi forma humana —le expuse, retorciendo de nuevo mis dedos con nerviosismo.
Era un plan viable. Gracias a la magia, podría ocultar a todo el mundo mi aspecto real hasta que tomara una decisión respecto a todo lo que Ayrel había compartido con el príncipe fae y conmigo sobre Elphane y su línea de monarcas.
Pero la expresión de Rhydderch no parecía ser tan optimista con cómo sonaba la idea dentro de mi cabeza. Tomó una bocanada de aire, entrelazando las manos sobre la superficie de la mesa.
—Te advertí que ese tipo de magia solamente pueden usarla los fae más poderosos —me recordó, con tacto—. Vesperine... tu poder... apenas ha conseguido despertar. No sé... No estoy seguro de que pudieras hacerlo.
Sus palabras no pretendían herirme, simplemente estaba constatando un hecho. El modo en que había perdido el control unos minutos antes, frente a la Dama del Lago, provocando que mi magia se mostrara con aquel salvajismo... El fuego había calcinado la taza que había sostenido entre mis manos y podría haberse propagado con rapidez de no haber sido por la rápida intervención del príncipe fae.
Me mordí el labio inferior, meditabunda.
—¿Y tú? —le pregunté—. Tienes mucha más experiencia que yo. ¿Podrías usar tu poder en mí? ¿Imitar el sortilegio de la reina de Elphane...?
El sonido de la puerta principal de la cabaña abriéndose con un chirrido hizo que mi pregunta quedara inconclusa. Ayrel estaba en el umbral, cargada con...
—¿Esas no son nuestras alforjas? —pregunté con una mezcla de confusión y desconcierto, fijando mi atención en lo que llevaba la fae entre los brazos.
La montura de Glyvar había quedado abandonada cerca de la orilla del río, después de que Rhydderch saliera tras de mí por la discusión que yo misma había empezado a causa de aquella noche en el palacio de Gwelsiad. Sentí un ramalazo de vergüenza al pensar en el pobre animal, solo en aquel trozo del bosque...
—He ido a asegurarme que los trevohrot no hubieran decidido abandonar su nido —nos explicó a ambos mientras atravesaba el umbral—. Además de seguir el rastro que dejasteis...y que me han conducido a vuestra montura.
El príncipe fae se encargó de dar las gracias a la mujer mientras la Dama del Lago se adentraba en la cabaña para depositar los fardos llenos de nuestras pertenencias sobre la mesa. Aunque sonara absurdo, contemplar mi alforja hizo que mi corazón aleteara ante la idea de tener mi alforja de nuevo conmigo; las prendas que había traído estaban inservibles después de la emboscada a la que nos había conducido tanto a Rhydderch como a mí. Estaba en deuda con Ayrel por haberme prestado aquella larga túnica blanca... pero una parte de mí que resultaba casi infantil quería sustituir aquella prenda que llevaba por ropa que me resultara mucho más familiar.
Que me hiciera sentir más yo, por estúpido que pudiera parecer.
❧
Observé distraídamente los pocos objetos que Rhydderch guardaba en aquel rincón de la cabaña. Poco después del regreso de la Dama del Lago, me había escabullido de nuevo hacia el dormitorio del príncipe, alegando un molesto dolor de cabeza; la realidad, no obstante, era muy distinta: tras descubrir los planes que Ayrel parecía guardar para mí, ahora que el sortilegio se había roto y había expuesto sus sospechas sobre la supuesta amenaza de Elphane, me sentía incómoda en presencia de la fae; las esperanzas que la fae había puesto sobre mis hombros... Ella esperaba que reclamara mi legítimo lugar y empleara mi posición para poner fin a los crímenes que la reina —y sus antepasados— había estado cometiendo sin que nadie lo supiera. Aún recordaba el desconcierto y la sorpresa de los padres de Rhydderch cuando mencioné que la misión que nos había arrastrado a mi compañía a viajar a través del Gran Bosque era encontrar al auténtico príncipe heredero de Merahedd, saber si los rumores que corrían sobre Elphane tenían algún tipo de verosimilitud.
Elphane había cubierto sus pasos todos aquellos años, incluso cuando Agarne les plantó cara para recuperar a la princesa Alera. Tras la masacre, todos habían considerado inocente a la reina, convirtiéndola en una víctima de los dos Reinos Humanos que habían participado.
La poca bebida caliente que había conseguido ingerir empezó a agitarse en el fondo de mi estómago al pensar en cómo el ataque y el supuesto asesinato de la princesa heredera de Elphane habían conseguido granjearse cierta simpatía por el resto de Mag Mell; prácticamente todo el mundo condenó al rey Tivizio y al tío de Altair por aquel sangriento comportamiento, por no haber mostrado ningún tipo de piedad. Pero ahora que conocía la verdad, que sabía que la reina había podido llegar tan lejos, secuestrando a la princesa Alera, no pude evitar sentirme enferma. La imagen de la reina Nicnevin no encajaba con la mujer que aparecía en mis pocos recuerdos que guardaba de ella.
No podía creer que estuviera llena de tanta... tanta sed de poder.
—¿Fierecilla?
Giré el cuello en dirección a la puerta, desde donde me observaba Rhydderch con expresión preocupada. Mientras que yo había buscado refugio en su habitación, comportándome como una cobarde, el príncipe había optado por quedarse junto a Ayrel; no sabía cuánto tiempo había pasado allí encerrada, escondida de la intensa mirada dorada de la fae y el agobiante peso de lo que la Dama del Lago esperaba que hiciera.
Se me escapó un imperceptible suspiro de alivio al ver que Rhydderch había venido solo.
—He estado pensando en tu... idea —continuó el príncipe, al ver que contaba con toda mi atención—. Respecto a ocultar tu aspecto.
Me incorporé de la cama, sintiendo cómo mi pulso se aceleraba. La llegada de la Dama del Lago había dejado inconclusa mi conversación con Rhydderch... pero él parecía haberla tenido muy presente en aquel tiempo que había transcurrido.
El príncipe fae se internó en su dormitorio con paso inseguro, cerrando la puerta a su espalda para darnos más intimidad.
Vi cómo tomaba una bocanada de aire, preparándose para hablar de nuevo.
—Quiero que sepas que no ha cambiado nada, al menos para mí —sus palabras me pillaron con la guardia baja—. Que seas... seas la princesa heredera de Elphane no significa nada. Y voy a seguir estando a tu lado todo el tiempo que me lo permitas, fierecilla.
Pestañeé para aliviar el repentino escozor que noté en la comisura de los ojos al escuchar la declaración de Rhydderch, el peso que había tras su mensaje. La noche anterior, después de salir en mi búsqueda al ver que no estaba en la cabaña, me había asegurado que me daría el tiempo y espacio suficiente para que pusiera mis asuntos en orden. No me sentí presionada respecto a mi decisión; Rhydderch simplemente estaba dejándome claro que estaría a mi lado... tanto si era la princesa de Elphane o no...
Tanto si le elegía... como si elegía a Altair.
Tragué saliva con esfuerzo. Pensar en mi amigo avivó los miedos que me habían azotado tras recuperar mis recuerdos; el sobrino del rey no había escondido sus reparos con los fae: en Merain, tras atrapar a Orei, no había dudado un segundo en permitir que fuera torturada en las mazmorras de su palacio; luego, después de que consiguiéramos sacarlos de las celdas de Alastar, había mostrado sus dudas a confiar en Rhydderch y el resto.
Me costaba imaginar su reacción cuando nos reencontráramos en Qangoth, cuando descubriera que no era la misma Verine de la que se había despedido en los jardines de Gwelsiad. Y una pequeña parte de mí temía que llegara ese momento, cuando tuviera que estar frente a frente con Altair.
Rhydderch se aclaró la garganta, apartando la vista y haciendo que yo saliera de mi ensimismamiento.
—Podemos regresar a Mettoloth —dijo a media voz—. Mis padres estarán encantados de tenerte de vuelta.
Retorcí mis manos con nerviosismo. La deuda que había contraído con los reyes de Qangoth no había dejado de crecer desde que Calais nos condujo al palacio, después de encontrar a su prometido y a mí en la cueva en que nos habíamos refugiado; si bien la reina se había mantenido al margen respecto a mí... el rey no había dudado en escucharme y darme la bienvenida a su hogar después de la audiencia en la sala del trono.
—Lo que me lleva a la cuestión de tu aspecto —Rhydderch habló con cautela, desviando nuevamente sus ojos ambarinos hacia mí—. Como te dije, este tipo de magia no está al alcance de todos los fae... y consume mucha energía.
Lo escuché con atención, sintiendo mi pulso acelerándose mientras el príncipe fae volvía a tomar otra bocanada de aire.
—Puedo... puedo intentarlo —accedió tras unos dubitativos segundos.
Un trémulo rayo de esperanza pareció iluminarse dentro de mi pecho. Quizá era egoísta por mi parte esa decisión... pero no estaba lista para asumirlo; había sentido miedo después de que Morag creyera que era una mestiza, haciendo que mi mundo empezara a tambalearse con todas aquellas preguntas que había traído consigo. Aunque el deseo por conocer mis verdaderos orígenes había sido mucho mayor, la incertidumbre y las dudas de lo que escondía mi pasado habían hecho que me lo replanteara.
Y ahora que el sortilegio estaba roto... Ese miedo, dudas y pavor habían vuelto con más fuerza.
—Rhydderch, yo...
Mi agradecimiento quedó ahogado por una extraña y familiar melodía que resonó en el interior del dormitorio con fuerza. Mi vello se erizó al mismo tiempo que Rhydderch dirigía su atención hacia el pequeño ventanuco con el que contaba la habitación, con una expresión que hizo que todo mi cuerpo se tensara.
—Es Faye.
* * *
AY AY AY, QUÉ NOTICIAS TRAES FAYEEEEE
Por cierto, tal y como dije hace tiempo, he creído que sería una buena idea hacer un calendario con los capítulos que tocan cada mes y cuándo voy a subirlos (je). Así que ya tenéis subido a mi perfil de IG (la secundaria, por decirlo de algún modo) el calendario de abril.
Con las prisas no me ha dado tiempo de haceros fragmentos cada día hasta el sábado, pero espero el lunes poder retomar esta idea con La Nigromante e ir viendo cómo se da la cosa.
Sed buenos pajarillos porque se vienen cositas
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