❧ 86
Ayrel nos dejó a solas en el pequeño dormitorio de Rhydderch, sin mediar palabra y asegurándose de cerrar la puerta a su espalda. El príncipe fae se acuclilló frente a mí, tomando mis muñecas con suavidad, haciendo que sus pulgares trazaran círculos concéntricos sobre el punto en que sentía mi pulso latir. Aquellos movimientos constantes ayudaron a calmar la ansiedad que estaba empezando a crecer en mi interior al tener que afrontar lo que el sortilegio había roto.
—Respira —me indicó, hablándome con un tono suave.
Aspiré una bocanada de aire y la mantuve unos segundos en mis pulmones antes de expulsarla con lentitud.
—No lo sabía —le aseguré a Rhydderch, tropezándome con mis propias palabras. Había podido leer la sorpresa en sus ojos ambarinos al descubrir el círculo negro que bordeaba mis iris grises; no había sido complicado adivinar el hilo de sus propios pensamientos, la traición al pensar que podría haber estado engañándole a él... a todos, en realidad—. En ningún momento sospeché siquiera... esto.
—Te creo, fierecilla —me respondió el príncipe fae, sosteniéndome la mirada.
Sentí mis ojos humedecerse al escuchar la sinceridad que emanaba aquella sencilla frase. Rhydderch no había mostrado un ápice de duda, al contrario que yo; me tragué un sollozo a duras penas, sintiendo cómo el peso de mi pasado se volvía a cada segundo más difícil de ignorar.
—¿Quieres hablar de ello? —me ofreció el príncipe, usando el mismo tono que había empleado al inicio, cuando me había pedido que respirara.
No supe por dónde empezar. Había recuperado mis recuerdos y el aluvión de rostros de todos aquellos conocidos de la corte de Elphane no dejaban de entremezclarse, provocándome náuseas.
—Mi padre... mi padre nunca lo fue —aquello fue lo que más me había impactado. La persona que había cuidado de mí en el bosque, al que había llamado «papá» y trató de enseñarme los secretos del que consideraba nuestro hogar... En realidad no compartía conmigo más que la orden de la reina de Elphane de esconderme—. Y ahora nunca podré preguntarle... nunca podré saber si... si...
Si me quiso alguna vez. Si todos los recuerdos que guardaba de nosotros habrían sido reales o forzados por la promesa que le había hecho a mi madre. Con Hywel muerto, jamás sabría si me hubiera dicho la verdad alguna vez; si habría tenido órdenes de regresar a Elphane conmigo llegado el momento.
—Estoy seguro de que te quería como si lo fueras —de nuevo me asombró el modo en que Rhydderch parecía ser capaz de escarbar dentro de mi cabeza sin necesidad de usar su poder. Pestañeé para contener las lágrimas—. Te quería, fierecilla. De eso no me cabe duda.
Subí las piernas al camastro y retrocedí por el colchón hasta que mi espalda topó con la pared. ¿Habría pensado mi madre alguna vez en mí? ¿Habría ido a buscarme al bosque...? Se me hacía raro el pensamiento de saber que no estaba sola, al fin y al cabo. Que mis verdaderos padres estaban al otro lado, en Elphane.
Que siempre lo habían estado, mientras que yo... yo creía haberlo perdido todo cuando aquel incendio se llevó consigo al que había considerado mi padre y mi hogar.
—No sé qué hacer —susurré, ocultando mi rostro contra la falda del vestido que Ayrel me había prestado—. Todo esto es... es demasiado... Hace apenas veinticuatro horas creía que era una mestiza y la realidad ha resultado ser completamente diferente —la mirada de Rhydderch entremezclaba la comprensión y la compasión—. No puedo ser una princesa. No puedo ser la heredera de Elphane. He pasado los últimos catorce años de mi vida entrenando para... para acabar con la amenaza que suponen los fae para los Reinos Humanos. Soy parte del maldito cuerpo que asesinó a mi... a mi padre.
—Fierecilla...
—No he tenido la preparación necesaria para ocupar ese lugar que se espera de mí —continué hablando, dejando que mis miedos se vertieran a través de mis labios y haciendo que el peso de mi pecho aumentara, arrebatándome el aliento—. Ni siquiera sé lo que se espera de mí... No sé ni siquiera si se espera algo por mi parte... La reina ni siquiera ha venido nunca a buscarme, nunca se interesó cuando estaba en el bosque...
—Fierecilla, para.
Había estado tan atrapada en mi propia diatriba que no me di cuenta siquiera de que Rhydderch había trepado hasta el colchón conmigo, quedando arrodillado frente a mí haciendo que mis pies desnudos rozaran el tejido de su pantalón. Sus manos en aquella ocasión tomaron mis tobillos, acariciándolos con cuidado del mismo modo que había hecho con mis muñecas.
El contacto de sus dedos contra mi carne y la cercanía de su cuerpo hizo que me quedara sin voz. Por unos segundos me imaginé inclinándome en su dirección, eliminando la poca distancia que había y...
—¿Qué es lo que quieres hacer?
La pregunta de Rhydderch me tomó con la guardia baja. ¿Que qué era lo que quería hacer? En aquel instante, lo único que deseaba era poder escapar de mi cabeza, de mis propios pensamientos. Necesitaba una vía de escape, una distracción que me permitiera una pequeña tregua antes de que estuviera lista para afrontar todos los problemas que asomaban en el horizonte.
Pero sabía que no era justo usar a Rhydderch de ese modo, no después de haberle acusado de haber usado a Calais de un modo similar la noche que nos besamos. No después de haberle asegurado que necesitaba poner en orden mis sentimientos; hablar largo y tendido con Altair sobre nosotros y nuestro futuro.
—Yo no... no estoy preparada para que se sepa la verdad —dije al final, avergonzándome por lo cobarde que sonaba—. Al menos, no todavía.
—Está bien —fue lo único que respondió Rhydderch, sin juzgarme. Sus dedos comenzaron de nuevo a trazar líneas en la cara interna de mis tobillos—. ¿Quieres... quieres volver a Qangoth, conmigo?
Recordé la promesa que me había hecho en aquel mismo dormitorio la noche anterior, cuando acudí allí para limpiarle las heridas y tratar de limar asperezas entre los dos.
«Y luego me aseguraré de que puedas regresar a Merahedd con tus amigos y el heredero.»
Sin embargo, ya no era una posibilidad. Regresar a Merahedd no era posible, al menos para mí. ¿Cómo se tomaría Altair la verdad? ¿Cómo reaccionaría al descubrir que en realidad era una fae... y no una fae cualquiera? Había sido testigo de su renuencia a confiar en ellos —en nosotros, me corregí con una punzada de dolor—; le había visto dejar que torturara a Orei sin que moviera ni un solo músculo... ¿Qué haría conmigo cuando supiera que era la princesa de Elphane?
—¿Me dejarías... me dejarías regresar? —le pregunté a Rhydderch en un susurro.
Tanto el príncipe como su familia habían hecho demasiado por mí desde que nuestros caminos se cruzaron. Gracias a Calais y su palabra, se me había permitido escapar de las mazmorras y había sido tratada casi como un miembro de la familia real. Sabía que la invitación que Rhydderch me había extendido era sincera.
Una sonrisa amable se formó en los labios del príncipe.
—Las puertas de mi hogar siempre estarán abiertas para ti, fierecilla —sentí un calorcillo en el pecho al escucharle, al saber que no estaba mintiéndome o intentando sonar educado—. Siempre.
❧
Dejé a Verine... Vesperine... en mi dormitorio, aovillada y medio adormilada sobre mi viejo camastro, con la promesa de regresar con algo de comida caliente. Sabía que Ayrel ya me esperaba al otro lado, sentada sobre la desgastada mesa, con una humeante taza de su familiar té herbal preparado.
El modo en que se había aferrado a mi muñeca me había partido el corazón, al igual que la súplica que había leído en sus ojos... En esos extraños ojos grises bordeados de negro que me resultaban tan ajenos. No había podido resistirme a quedarme a su lado, a intentar ayudarla para que se empezara a recomponer.
Pude percibir su miedo, el pavor que había traído consigo descubrir su verdadera identidad. La princesa de Elphane; la única hija de la reina Nicnevin... y, por ende, su heredera. Aún me costaba aceptar esa verdad; el hecho de haber compartido toda aquella aventura junto a una persona a la que todo el mundo creía muerta.
Ayrel levantó la mirada de sus manos unidas, invitándome con un gesto de cabeza que la acompañara.
—Tú lo sabías desde el principio —fue lo primero que le dije al tomar asiento.
La Dama del Lago había mencionado al fae que la había protegido hasta que el Círculo de Hierro dio con ellos. Ella había sabido la verdadera identidad de Verine y había optado por guardar silencio hasta que la llevó ante la Reliquia que rompió el sortilegio, liberando su verdadera naturaleza.
Ayrel no se mostró arrepentida por ello.
—Vesperine tenía que descubrirlo por sí sola —se limitó a decir.
Apoyé los codos sobre la mesa y escondí mi rostro entre las manos. Verine todavía estaba débil después de que el sortilegio hubiera desaparecido; había decidido no presionarla, dejar que fuera ella la que compartiera conmigo lo que estuviera preparada. Y lo que me había confiado...
«No sé ni siquiera si se espera algo por mi parte...»
Una recóndita parte de mí comprendía a Verine, lo que había querido decir. Al ser el segundo hijo, siempre estuve en esa misma tesitura: Taranis era el futuro rey, todo el mundo tenía puesto su atención en él. Pero ¿qué había de mí? Mis padres jamás me presionaron, siempre me dejaron con libertad suficiente... Y yo me había encontrado más perdido que nunca.
Había sido sincero al ofrecerle que regresara conmigo a Qangoth, si todavía no estaba preparada para reclamar su lugar. Encontraría el modo de protegerla hasta que estuviera lista; mi familia no se negaría a recibirla de nuevo entre nosotros y sabía que Calais la ayudaría, pues la apreciaba y no mentía al considerarla como una amiga.
Observé la expresión de Ayrel, la seriedad de sus facciones.
—Hay algo más, ¿no es cierto? —adiviné, con un mal presentimiento.
El tiempo que había pasado junto a la Dama del Lago me había permitido conocer sus gestos e intuir cuando algo estaba pasándosele por la mente. Como en ese mismo instante, con sus ojos dorados contemplándome.
—¿Es el sortilegio? —le pregunté. Verine había hecho un comentario extraño sobre sus recuerdos, como si las brumas del sortilegio no se hubieran desvanecido del todo.
—No exactamente —respondió a media voz—. Es sobre algo mucho más antiguo. Algo que involucró a Vesperine, de algún modo que aún no termino de entender...
Levanté poco a poco mi rostro de las manos.
—Yo la salvé de los soldados del Círculo de Hierro —Verine me lo había contado, no era ninguna novedad—. Tanto ella como su guardián vivían en la frontera que pertenecía a los Reinos Humanos, refugiados en una zona que no resultaba ser de fácil acceso. Aún no comprendo cómo... cómo dieron con ellos, pero opté por dejar a uno de los soldados con vida. Le modifiqué los recuerdos y obligué al humano a que la llevara consigo a Merain. Una parte de mí creyó que el hierro de la ciudad haría que el sortilegio fuera debilitándose... Y así fue —Ayrel tomó una bocanada de aire—. Me vi en la obligación de abandonar el bosque e ir en su búsqueda cuando las noticias llegaron. La misteriosa desaparición del príncipe de Merahedd.
»Viajé hasta el orfanato que vi en la cabeza del soldado de Hierro y allí estaba. Aquella niña de seis años que no recordaba nada de la noche del incendio, con aquellas horribles cicatrices en sus muñecas... Usé mi magia para hacerme pasar por una humana y la encandilé para que se acercara a mí. El hierro de la ciudad había hecho que la Magia Antigua de su sortilegio fuera más fácil de vadear, aunque no me atreví a intentar romperlo —Ayrel giró la taza entre sus manos, rumiando sus próximas palabras—. Así que usé mi propia magia para modificar ligeramente uno de sus recuerdos, dejando en él una pista para el futuro. Para cuando llegara el momento de que reclamara su verdadera naturaleza... e identidad.
—¿De qué estás hablando?
—Creo que la desaparición del príncipe de Merahedd está vinculada a Vesperine... y a lo que pasó la noche del incendio —me confió.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo podría...? —no fui capaz de terminar de formular la pregunta, pues una idea empezó a cobrar forma en mi mente—. La reina de Elphane. Aunque mis padres lo nieguen, he escuchado los rumores en algunas tabernas de Mettoloth. Rumores que apuntan a que fue la reina quien estuvo detrás de la desaparición del príncipe humano. ¿Fue ella la que se llevó al niño...? ¿Por la desaparición de Verine aquella noche?
Tenía sentido. Nicnevin no había tomado represalias contra Agarne por el ataque en el que todos creímos que habían asesinado a la princesa... Se había limitado a cerrar sus fronteras y a fortificar su propio reino. El resto de los Reinos Fae había asumido que aquel comportamiento por parte de la monarca era un modo de protegerse después de la gran pérdida a la que había tenido que hacer frente.
—El heredero de Merahedd desapareció después del incendio —elucubré, intentando encajar las piezas que la fae estaba dejando ante mí para que descubriera la verdad.
Ayrel asintió.
—Siempre ha habido un conflicto silencioso entre los Reinos Fae y los Reinos Humanos —dijo la fae, aún dándole vueltas a la ajada taza de madera que tenía entre manos—. La princesa de Agarne fue un daño colateral de ese enfrentamiento, al igual que muchos otros humanos.
Mi ceño se frunció aún más. La silenciosa guerra entre ambos grandes reinos había sido una historia con la que había crecido desde que era niño; nadie sabía a qué se debía... ni tampoco cómo se desarrollaba; de vez en cuando corrían rumores de humanos que eran descubiertos atravesando las fronteras con el propósito de alcanzar alguno de nuestros territorios. El último asalto que había quedado grabado en la memoria de todos fue el ataque de Agarne contra Elphane.
—Desde el ataque de Agarne no se han registrado más agresiones por parte de los Reinos Humanos —señalé con tono meditabundo.
—Porque Merahedd no tiene el arrojo ni las pruebas suficientes para repetir la historia y tratar de recuperar a su heredero —apostilló Ayrel y su gesto se tiñó de culpabilidad—. Rhy, hay muchas cosas que te he ocultado de mi pasado por un buen motivo...
El sonido de la puerta de mi dormitorio interrumpió lo que hubiera querido decir la Dama del Lago. Mi cuerpo se movió por inercia, incorporándose al ver a Verine en el umbral, todavía con esa larga túnica blanca que acentuaba aún más la palidez de su rostro, dándole el aspecto de espíritu que no había conseguido cruzar al Otro Lado.
Le lancé una mirada de advertencia a Ayrel, haciéndole saber que no me olvidaba de la conversación que teníamos pendiente, y me acerqué hacia Verine con cautela, tanteando su reacción.
Sus ojos grises —todavía me costaba contemplar su auténtico color de iris— estaban apagados y llenos de un pesar que me contrajo el corazón. Sabía que una parte de ella se arrepentía de la decisión de haber roto el sortilegio, de haber descubierto la verdad... Una verdad que creía le venía demasiado grande. Verine había sido criada prácticamente en los Reinos Humanos, su educación como soldado de Merahedd le había enseñado a odiar todo lo que guardara relación con los Reinos Fae; descubrir sus verdaderos orígenes debía haber sido un duro golpe. Por no mencionar el pavor que había traído consigo saber que era la heredera, las responsabilidades que conllevaba esa posición.
Verine buscó apoyo en la pared, como si la Reliquia, al revertir los efectos del sortilegio, le hubiera drenado toda su energía. Vi cómo su mirada cansada recorría el interior de la cabaña de Ayrel hasta detenerse en mí.
—Vesperine —suspiró la Dama del Lago, dejando la taza sobre la mesa de madera con un golpe suave—. Aún tenemos un asunto que debemos tratar... Un asunto de suma importancia.
* * *
Cuando ya estamos viendo todo el pastel...
(Por cierto, no sé si somos conscientes de que estamos ya casi enfilando lo que viene siendo el final...
[no sé los capítulos que quedan, por si os lo preguntáis, pero estamos ya en la recta de la historia y sí, habrá un segundo libro, que no, no sé cuándo subiré :(])
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