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*NOTA ANTES DE EMPEZAR EL CAPÍTULO: Ha habido doble actualización, si te ha saltado directamente a este, por favor, retrocede al 83 para evitar confusiones

«Deberíamos regresar a la cabaña.»

Mis últimas palabras no dejaron de dar vueltas en mi mente el resto de la noche. Verine no había dicho nada al respecto, por lo que ambos deshicimos el camino de regreso a la cabaña de Ayrel en silencio; de vez en cuando no podía evitar lanzarle alguna que otra mirada de soslayo, estudiando su expresión. Había sido totalmente sincero al asegurarle que mi prioridad en aquel momento sería ayudarla con su pasado, que el resto podría esperar.

En ese instante, lo más importante era descubrir quién era Verine en realidad.

Y qué tipo de vínculos parecían unirla a Ayrel, quien la había salvado del incendio que había destruido su hogar y los hombres del Círculo de Hierro que habían asesinado a su padre a sangre fría.

Su inesperada y repentina confesión después de que intentara aligerar el ambiente entre nosotros hablándole de cómo mi padre logró llamar la atención de mi madre me había hecho sentir... esperanzado, de algún modo. Desde la noche en que le confesé que había utilizado a Calais para hacer daño a mi hermano, siguiendo el consejo de mi prometida y cediendo a mis impulsos, Verine se había mostrado esquiva y poco comunicativa conmigo; tras ver cómo el heredero no perdía un segundo del reencuentro en besarla, las piezas habían encajado dentro de mi cabeza, haciendo que una oleada de mortificación me recorriera de pies a cabeza. Creí entender por qué ella no dijo nada cuando la besé, por qué no pronunció aquellas palabras que había deseado escuchar después de que le abriera mi corazón, confesándole algo que únicamente Calais había intuido gracias a mi poca discreción en cualquier asunto en el que Verine estuviera involucrada.

Mis temores empezaron a hacerse realidad al contemplar desde la distancia el comportamiento del humano, al escuchar a escondidas la conversación que mantuvieron mientras Cormac y su primo nos conducían a todos fuera de las mazmorras; ella nunca había compartido conmigo nada de su pasado en Merain, jamás había mencionado que fuera... su compañera. Recordé la punzada de dolor que atravesó mi pecho mientras arrastraba al hombre herido, comprendiendo que Verine no confiaba en mí. Pero ¿cómo hacerlo? La había seguido por el bosque, movido por la curiosidad de aquella extraña compañía de humanos... y de ella, la única mujer que parecía viajar con ellos; al rescatarla de aquella emboscada, omití deliberadamente parte de mi identidad, descubriéndolo gracias a Calais, quien había partido en mi búsqueda por el temor a que la amenaza de la que nos había advertido Antalye pudiera alcanzarme.

Y había tardado demasiado tiempo en reunir el valor suficiente para confesarle mi más vergonzoso secreto, reaccionando de un modo del que no estaba en absoluto orgulloso cuando ella había intentado comprender qué sucedía. Por qué me comportaba así, sabiendo que tenía una prometida.

Saber que aún existía una oportunidad —por pequeña que fuera— de que pudiéramos descubrir hasta dónde nos conducía aquel camino que se abría ante nosotros hizo que parte del peso que me había acompañado desde aquella noche se desvaneciera.

Observé a Verine arrebujarse bajo la manta que la cubría mientras caminábamos en silencio. La imagen del resto de mantas vacías frente a la chimenea cuando me había levantado con la intención de comprobar que estuviera lo más cómoda posible, dada su tajante negativa a ocupar mi pequeño dormitorio, había hecho que mi corazón diera un vuelco, dejando atrás la coraza con la que me había decidido protegerme y mantener las distancias con ella. Durante unos agónicos segundos mi mente solamente había podido llegar a una conclusión: que el refugio de Ayrel, las guardas que había colocado alrededor de la cabaña y parte del terreno circundante, habían fallado de algún modo y Alastar había conseguido dar con nosotros demasiado rápido, llevándose consigo a Verine.

Me había abalanzado prácticamente hacia el exterior con la esperanza de poder seguir cualquier rastro que hubieran podido dejar en su huida cuando distinguí su silueta cerca de la orilla del lago, dándome la espalda. Su comportamiento beligerante hacia mí había cambiado después del ataque de los trevohrot; había podido leer la culpa en sus ojos cada vez que me miraba, responsabilizándose de que hubiera salido herido. Una culpa que no había tardado en verbalizar mientras se encargaba de limpiármelas, asfixiándose con ella y tratando de controlar sus propias lágrimas. Las emociones que la atenazaban al revivir ese doloroso momento donde ambos habíamos creído que iba a ser el final.

Pero yo era el único responsable. Ayrel había compartido conmigo desde que nuestros caminos se cruzaron, tantos años atrás, cada uno de los secretos que guardaba aquel bosque; me había mostrado cómo sobrevivir a sus peligros... Me había hablado de cómo derrotar a esas esquivas criaturas. Y yo me había quedado bloqueado después de que Verine nos condujera a uno de sus nidos, ofuscada por el malentendido de lo que creía que había sucedido entre Calais y yo aquella noche.

Las cicatrices tiraron de mi piel cuando giré mi hombro, recordando el lacerante dolor que me atravesó cuando las garras de aquel trevohrot dieron con mi carne. Mi gesto hizo que la mirada de Verine se desviara unos segundos hacia el punto exacto donde las tenía, ocultas bajo la vieja camisa que llevaba para dormir. La vi tragar saliva con esfuerzo y me apresuré a abrir la puerta de la cabaña, intentando demostrarle que mi estado estaba mucho mejor; que la magia de Ayrel me había ayudado a recuperarme tras dejar que su ungüento hiciera su parte del trabajo.

—Mañana... mañana hablaré con la Dama del Lago —dijo repentinamente Verine, pillándome con la guardia baja. El calor que desprendía la chimenea encendida combatía el frío del exterior, haciendo que se retirara un poco la manta de los hombros. Su mirada apuntaba a las llamas con determinación—. Estoy lista para que rompa el hechizo y salgamos de dudas sobre quién soy en realidad.

Tras haberme interesado por ello, Verine me había confiado estar asustada por lo que pudiera suceder cuando llegara ese momento. Entendí su temor, el miedo a dar con unas respuestas con las que no había contado hasta hacía unos meses, cuando descubrió que su pasado podría esconder más cosas de las que creía en un principio. Porque ¿qué se ocultaba tras esa huella de magia antigua que podía percibir en ella? ¿Por qué su padre la habría hechizado? ¿Qué había dentro de su memoria que debería ser sellado de ese modo, arrebatándole una parte de su vida tan importante?

—Estaré a tu lado —le prometí.

Un brillo de silencioso agradecimiento iluminó sus ojos negros. Una parte de mí se sentía honrado de que, a pesar de todo lo sucedido, quisiera tenerme a su lado en un momento tan importante y vital como lo sería dejar que Ayrel usara su poder para romper el sortilegio.

Y mañana, por fin, saldríamos de dudas.

—Yo no puedo romper el hechizo.

El nudo de tensión que sentía en la garganta pareció estrecharse cuando oí la negativa de Ayrel. Las ojeras que se adivinaban en el rostro de Verine eran prueba suficiente de que su decisión no la había dejado descansar el resto de la noche; yo tampoco había podido hacerlo, quizá por el mismo motivo que ella.

Nos encontrábamos reunidos alrededor de la mesa. Ayrel había sido la primera en ponerse en pie, encargándose de preparar un frugal desayuno mientras Verine y yo nos uníamos a ella. Había podido percibir la inquietud en la postura de la chica, el modo en que había separado los labios en multitud de ocasiones, hasta dar con el valor que necesitaba para pronunciar las palabras que rondaban en su cabeza desde que me hubiera asegurado la noche anterior estar preparada.

La expresión consternada de Verine ante la respuesta de la fae no se hizo esperar: ella era la única que podía ayudarla. Ayrel era una poderosa fae que vivía recluida en aquel refugio mágico, protegida de cualquier presencia que pudiera tratar de dar con ella; su poder la había convertido en un mito.

Simplemente, no podía negarse. ¿Qué había cambiado en aquel período de tiempo? ¿Qué le había hecho cambiar de opinión?

Antes de que cualquiera de los dos pudiera replicarle, Ayrel alzó una mano y dijo:

—Pero sé cómo puede hacerse.

Aquello pareció aplacar a Verine, quien volvió a colocarse en su silla con una actitud mucho menos agresiva. La tensión que había llenado el ambiente se aligeró cuando Ayrel le aseguró a Verine que conocía el modo de hacerlo.

—No es magia cualquiera, Verine —le desveló la fae—, sino magia antigua.

Ella frunció el ceño, confundida. Para una mestiza que no se había criado entre fae, sin lugar a dudas aquello le resultaba difícil de entender; para mí... aquello cobraba sentido. Siempre había podido reconocer en Verine la sombra de algo antiguo; sin embargo, nunca había creído posible que se tratara de un poder así.

—La Magia Antigua no está al alcance de todos los fae —le explicó entonces Ayrel, entrelazando sus manos—. Al contrario que la magia común, que es la que has podido ver usándonos tanto a Rhy como a mí, la Magia Antigua es mucho más salvaje e impredecible. Y siempre tiene un coste... Un precio muy alto.

Mis padres nos habían advertido tanto a Taranis como a mí desde niños sobre ella, despertando mi curiosidad. Con el tiempo aprendí que no era un poder que pudiera usar cualquiera y que, por ello, prácticamente se había convertido en una historia más de nuestro mundo. Un enigma cuyas consecuencias, de no saber cómo emplearse, podían ser catastróficas.

Estudié a Verine con mayor atención. Un sortilegio de Magia Antigua no era algo que pudiera realizar cualquier fae... Lo que inclinaba a pensar que su padre, antes de morir, había sido alguien poderoso y que habría estado dispuesto a pagar cualquier precio con tal de bloquear ciertos recuerdos de su hija.

—La Magia Antigua solamente puede combatirse con Magia Antigua... o con cierta Reliquia —concluyó Ayrel, observando a Verine con mayor intensidad.

—¿Reliquia? —intervine, desviando mi atención hacia la fae.

Ella había alimentado mi curiosidad sobre qué había más allá de Mag Mell, hablándome sobre la lejana isla de Tír Na Nóg y llenando los huecos respecto las Tierras Salvajes y las Islas Libres. Sin embargo, siempre había sospechado que guardaba información para sí... Información relativa a su pasado y que estaba relacionado con otro territorio fae del que apenas había encontrado nada.

Los ojos dorados de Ayrel se encontraron con los míos con un brillo de disculpa.

—Las Reliquias son objetos que fueron creados con Magia Antigua —nos explicó tanto a Verine como a mí, aunque tuviera su vista puesta en mi expresión—. Quedaron imbuidos con su poder y por eso son tan peligrosos si caen en las manos equivocadas. De ahí que nadie esté al corriente de su existencia.

Mi ceño se frunció al pensar en aquellos misteriosos objetos llenos de esa magia tan explosiva y salvaje. Los ojos negros de Verine se iluminaron por la comprensión, cayendo en la cuenta de algo.

—¿El arcano es una Reliquia? —creyó comprender.

Ayrel asintió, confirmándolo.

El ambiente del interior de la cabaña se enrareció ante aquella confirmación. Ayrel no parecía sorprendida de que Verine lo hubiera mencionado, como si hubiera sabido desde el principio de la existencia de aquel peligroso objeto mágico; sin embargo, la expresión de Verine se retorció y supe en qué estaba pensando.

—¿El arcano podría haber roto el sortilegio? —preguntó entonces, casi con timidez.

Lo habíamos tenido a nuestro alcance, después de que Eoin lo trajera consigo. La solución, de ser cierto, había estado en nuestras manos de haberlo sabido antes. Desvié la mirada hacia Verine, pero ella tenía puesta toda su atención en Ayrel, con la espalda rígida y los hombros tensos.

—La utilidad del arcano es canalizar la magia, amplificarla en caso de que sea usado por alguien por cuyas venas ya corre —especificó y vi que la postura de Verine se relajaba un poco al escucharla.

Alterné mi mirada entre Ayrel y Verine, empezando a encajar las piezas que la fae había puesto a nuestro alcance en aquella conversación.

—Tú tienes la Reliquia que Verine necesita —intervine de nuevo, haciendo que los ojos dorados de Ayrel se desviaran hacia mí.

—Así es.

Ayrel nos pidió que la siguiéramos. Desde que me encontrara en el bosque, después de que mi estallido de poder me condujera hasta aquel rincón perdido, empecé a entrenar mi magia... y ahí fue cuando dieron comienzo mis esporádicas desapariciones de palacio, cuando Ayrel se mostró de nuevo ante mí, acogiéndome como... como a un pupilo. Me llevó hasta aquel refugio que se había convertido en su hogar y me abrió las puertas de su cabaña, haciéndome un hueco para que yo pudiera construir allí mi propio rincón; conocía aquel humilde edificio y sabía que había varias zonas que me habían sido vetadas por expresos deseos de Ayrel.

La fae nos hizo enfilar el único —y corto— pasillo que había en la primera planta, hacia una puerta que siempre había permanecido cerrada. Noté cómo Verine aceleraba el paso de manera inconsciente, tratando de alcanzar a Ayrel; cuando nos detuvimos frente a ella, tanto Verine como yo nos movimos a la par.

El brazo de la fae me detuvo, haciendo que le dirigiera una mirada confundida.

—No puedes acompañarla ahí dentro, Rhy —me dijo con suavidad, provocando que Verine me lanzara otra de pánico—. Es algo a lo que debe enfrentarse sola.

Recordé la promesa que le hice. Le aseguré que iba a estar a su lado cuando llegara este momento, pero los ojos dorados de Ayrel no admitían discusión. Quise disculparme con ella, decirle que estaría esperándola allí, pero Ayrel se apartó de mí para colocar una de sus manos en el hombro de Verine, guiándola hacia la puerta cerrada.

Un extraño presentimiento me embargó al contemplarlas a ambas alejándose de mí, dejándome atrás. La madera crujió cuando Ayrel la empujó con solemnidad y yo me incliné sobre la punta de mis pies, intentando atisbar qué había en el interior de aquella habitación que tan celosamente la fae protegía.

Lo único que pude ver fue un reflejo antes de que la puerta se cerrara con un ruido seco.

Dejar a Rhydderch atrás, esperándonos en el pasillo, hizo que el temblor que había intentado controlar sacudiera mi cuerpo de pies a cabeza. La hermética actitud de Ayrel después de confiarnos que guardaba una Reliquia, un objeto mágico igual de peligroso que el arcano, que podía romper el sortilegio tampoco ayudaba mucho a calmar la situación.

«Es algo a lo que debe enfrentarse sola.»

Sus últimas palabras no dejaban de resonar dentro de mi cabeza. Una oleada de tensión me embargó cuando la fae abrió con la puerta y me condujo al interior de aquella misteriosa habitación; el pulso se me disparó cuando vi que se trataba de un cuarto de casi las mismas proporciones que el cuarto de Rhydderch en la planta baja... y que lo único que había allí era un espejo.

Estudié el marco dorado, que se retorcía hasta formar motivos florales. Estaba deslustrado, lo que delataba su antigüedad; entrecerré los ojos al atisbar una inscripción en la parte superior.

«Gwir.»

—Verdad —creí escuchar a mi espalda, en un susurro.

Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al detectar la magia que emanaba de aquel objeto. De aquella Reliquia, como la había llamado Ayrel al hablarnos de ellas. ¿Era así como percibía el resto el sortilegio de Magia Antigua que bloqueaba mi pasado? Di un trémulo paso hacia el espejo, sintiendo cómo mi cuerpo reaccionaba ante el aura que le rodeaba.

La Dama del Lago permanecía a mi espalda, atenta a cada uno de mis movimientos.

—¿Es... es esta la Reliquia? —pregunté, rompiendo el silencio.

Me giré lo suficiente para contemplar a la fae, que había cruzado las manos y las apretaba contra su vientre, como si encontrarse en aquella habitación le supusiera un gran esfuerzo.

—Así es.

Vi la duda en sus ojos dorados antes de que tomara una bocanada de aire y añadiera:

—Este espejo formaba parte de un juego... con otros tres más —parecía que le costaba compartir conmigo aquel fragmento de la historia de aquella Reliquia—. Es una de las pocas pertenencias que guardo de mi antiguo hogar.

Ayrel parecía haberse visto obligada a abandonarlo en el pasado, consiguiendo un refugio en aquel bosque. Sospechaba que aquella huida escondía un motivo de peso, como su inmenso poder.

—¿A qué Reino Fae pertenecías antes tener que... marcharte? —le pregunté, con cautela.

Una sombra cruzó su expresión.

—Mi hogar... mi hogar está muy lejos de Mag Mell, pequeña espina —me confió. Pensé en lo que Rhydderch me había explicado del mundo que había allí afuera, en el país vecino y las otras islas—. De un lugar que pocos conocen y otros creen que es un mito.

Recordé las sospechas del príncipe sobre un territorio fae del que apenas había encontrado información. ¿Estaría Ayrel refiriéndose a ese lugar de nombre desconocido?

—Tras abandonar Avallon —había un gesto de derrota en la mujer cuando lo pronunció—, mis compañeros y yo terminamos aquí... separados —intuí que había una historia detrás de su renuencia—. Me instalé en Qangoth... o lo que fue Qangoth antes de que el reino llegara a ser lo que es.

Ayrel sacudió la cabeza, como si estuviera alejando algún mal pensamiento de su mente.

—Sin embargo, no te he traído hasta este sitio por mi pasado, pequeña espina —dijo entonces la fae, clavando sus ojos dorados en mí—. Sino por el tuyo.

Me tensé al saber que había llegado el momento. Reprimí la imperiosa necesidad que me embargó en ese instante de dar media vuelta y salir de esa habitación, de alejarme de ese espejo. Quería decirle a Ayrel que me había precipitado en asegurarle que estaba preparada para hacerlo. Quería que Rhydderch estuviera allí, a mi lado, tal y como me había prometido la noche anterior.

«Es algo a lo que debe enfrentarse sola.»

El eco de las palabras de la fae se repitió de nuevo en mi mente. Si quería que Rhydderch regresara de nuevo a su hogar... Si quería tener una oportunidad de hablar con Altair...

Si quería saber de una vez por todas quién era, por qué mi padre había decidido usar la Magia Antigua en mí...

Tomé una bocanada de aire.

—¿Qué tengo que hacer?

Los ojos dorados de Ayrel se desviaron hacia el espejo. Ladeé la cabeza en esa dirección, topándome con mi propio reflejo: mi cabello oscuro y ondulado cayendo en suaves ondas hasta debajo de mi pecho; mis ojos negros que me contemplaban con un brillo temeroso y aquella túnica blanca que hacía que mi tez pareciera mucho más pálida de lo que era.

—Coloca la mano sobre el espejo y deja que la magia entre en ti, liberándote.

Ignorando la sacudida de mi brazo, obedecí en silencio: lo alcé, sintiendo cómo mi pulso se aceleraba al acercar la palma a mi reflejo. El contacto de mi piel con el espejo fue como si estuviera tocando algo frío, muy frío; un cosquilleo empezó a extenderse desde la punta de mis dedos hasta el resto de mi cuerpo. El poder que desprendía la Reliquia pareció traspasar la fina pátina del espejo hacia mí.

«... deja que la magia entre en ti, liberándote...»

Con el eco de las últimas palabras de Ayrel, cerré los ojos y me entregué a la Magia Antigua que formaba parte de aquel antiquísimo objeto. Pensé en la oscuridad que rodeaba mis pensamientos, la barrera que suponía a mi pasado...

Y entonces una oleada de ardiente dolor se disparó en mi interior, dentro de mi pecho. Como si un infierno se hubiera desatado y quisiera devorarme hasta reducirme a cenizas.

Un grito desgarrador resonó, lleno de agonía, atravesó la puerta, resonando contra las paredes del pasillo, seguido por un golpe sordo. Había reconocido la voz de Verine en aquel sonido tan horrible, por lo que no dudé un segundo en ignorar la orden que me había dado Ayrel de no acompañarlas hasta el interior de aquella habitación, abalanzándome contra la madera y topándome con una imagen que me heló la sangre: Verine, con aquel largo vestido blanco prestado, estaba tendida en el suelo, frente a un extraño espejo que me provocó un estremecimiento.

Ayrel estaba cerca de la puerta, inmóvil. Sin actuar.

Con el corazón en un puño, fui directa hacia Verine. No sabía qué había sucedido en aquel lapso de tiempo que habían estado a solas, tampoco me molesté en preguntarle a la fae que estaba a mi espalda. El recuerdo de aquel sonido casi animal que había proferido la chica que estaba en el suelo, exánime, hizo que los peores temores empezaran a ganar fuerza en mi interior.

—¡Verine! —exclamé cuando me dejé caer a su lado, rozando su mejilla y sintiendo su piel caliente. Demasiado caliente—. ¡Verine, por favor!

Al ver que no reaccionaba a mis gritos, que iban subiendo de volumen a causa de la desesperación, traté de sacudirla con suavidad, intentando controlar los nervios que me atenazaban el pecho y volvían mi respiración irregular.

—Verine... —la voz se me rompió cuando volví a sacudirla, observando cómo su largo pelo negro cubría parte de su rostro, mortalmente pálido—. Por favor. Por favor. Por favor.

—Ella está bien —dijo la voz de Ayrel a mi espalda, calmada.

Dirigí mi mirada por encima de mi hombro, clavándola en la fae, que se había acercado a nosotros sigilosamente. Sus ojos dorados me devolvieron la mirada con una tranquilidad que no hizo más que aumentar mi agitación. ¿Cómo podía asegurar que estaba bien en el estado en que se encontraba? ¿Acaso no estaba viéndolo del mismo modo que yo?

—¿Qué ha pasado? —le pregunté con la voz ronca.

—El sortilegio se ha roto —fue lo único que dijo.

Frustrado por la actitud de Ayrel, tomé a Verine entre mis brazos, sintiéndola extrañamente ligera en ellos. Cuando me incorporé, el movimiento hizo que su cabello se retirara de su rostro, haciendo que mi corazón se detuviera durante unos segundos.

Porque los extremos de sus orejas eran puntiagudos.

Como los de un fae.

* * *

ESTO NO ES UN SIMULACRO. REPITO: ESTO NO ES UN SIMULACRO

En este capi hemos tenido el primer doble pov, además de información jugosa (y un mini infarto gracias a Ayrel jejeje) que está relacionada con a) Las Cuatro Cortes y b) Reino de Niebla

¿Alguien ha descubierto ya qué es Ayrel? Gomet para la persona que dé la respuesta correcta

Pero dejando a un lado estas cuestiones que quizá tengan relevancia en un futuro...

VAMOS, AMICS, QUE LO HEMOS CONSEGUIDO. HEMOS LLEGADO AL CAPÍTULO. (si bien queda por saber un par de detalles más jejeje. Qué malvada soy, dejar así el final, con más preguntas aún que las respuestas que ya hemos obtenido)

Una pequeña cosa. Accedí a adelantar estos capis por la intriga que ha venido causando el desarrollo de la trama peeeeero, como sabéis, el trabajo y la vida del adulto me tienen absorbida, por lo que, para no desaparecer, intento tener capítulos de reserva para esos períodos en los que no pueda escribir. Por eso (pido comprensión) el sábado que viene, que tocaría actualización de Thorns, no la habrá; al sábado siguiente sí que subiré La Nigromante, pero al otro, ya en febrero, tampoco habrá capi de Thorns. 

Esto es para poder aprovechar estos fines de semana y tratar de recuperar algunos capítulos para mi reserva. Sed buenos pequeños pajarillos, que se vienen cositasssss

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