❧ 79

La tensión nos acompañó desde que el carruaje dio la sacudida que indicaba que nos poníamos en movimiento hasta que atravesamos las puertas que salían de la ciudad. Rhydderch no se apartó de la ventanilla en ningún momento e ignoró los comentarios insidiosos por parte de Calais en los que se burlaba por su actitud, demasiado extasiada por nuestra aparente victoria frente a Alastar. Mientras la joven fae se dedicaba a molestar a su prometido, me distraje observando, al igual que Rhydderch, cómo Gwelsiad iba convirtiéndose, poco a poco, en un punto lejano, siendo sustituidas sus coloridas calles por los primeros retazos de vegetación y árboles.

Aunque había tratado de compartir la felicidad y alegría de Calais por nuestra supuesta victoria, no podía evitar inclinarme hacia una actitud precavida como la que mantenía el príncipe fae. Aún me costaba asimilar que Cormac hubiera estado dispuesto a traicionar a su padre de tal modo, contando con la inestimable ayuda de su primo; aún me costaba de creer que, en aquellos mismos instantes, Altair y el resto de mis amigos viajaban a toda velocidad al encuentro de Taranis, a la seguridad de Mettoloth.

Un cosquilleo empezó a recorrer mi cuerpo conforme nos alejábamos de la capital de Antalye, delatando que abandonábamos sus protecciones mágicas y nos acercábamos...

—La línea ley está cerca, Rhy —advirtió Calais, abandonando su actitud dicharachera y adoptando un aire mucho más formal.

Mi vello se erizó ante esa implicación. Calais le lanzó una mirada elocuente a su prometido ante tal circunstancia; nuestros caminos debían separarse dentro de poco: mientras que ella continuaría viajando dentro del convoy con el propósito de alcanzar a Kell y Taranis, fingiendo un encuentro casual, Rhydderch y yo nos escabulliríamos al Gran Bosque para ir al encuentro de la Dama del Lago.

Vi de refilón al príncipe fae hacer un gesto de asentimiento antes de dar la orden al cochero para que hiciera un alto. El carruaje que se encontraba a unos metros de distancia, alertado por el grito, también se detuvo, junto al resto de soldados que se encargaban de proteger el perímetro.

Calais me dirigió un guiño con el que pretendía tranquilizarme, que no surtió ningún efecto. Las capas de ropa empezaban a parecerme sofocantes, haciendo que mi piel transpirara con fruición; el petate que llevaba convenientemente escondido se me clavaba en la parte baja de la espalda, convirtiéndose en una molestia. Los nervios ante la idea de lo que vendría a continuación no hacían más que aumentar mi propia incomodidad.

—Glyvar ha accedido a cederos su caballo y viajará conmigo, dentro del carruaje —me explicó Calais y mi expresión delató la sorpresa al saber que el soldado estaba dispuesto a colaborar con nosotros—. Como favor personal y porque piensa que Rhy va a conducirte de regreso a la frontera. Cree que eso... que devolverte a los Reinos Humanos, ayudará a que las aguas vuelvan a su cauce.

Me forcé a no dirigir mi mirada hacia el príncipe. Por su parte, Rhydderch, sin decir una sola palabra, abrió la portezuela del carruaje y salió en primer lugar, quizá para avisar a Glyvar; Calais observó la marcha de su prometido con un brillo extraño en sus ojos verdes antes de desviarlos en mi dirección.

—Rhy no me ha comentado nada respecto a este pequeño... desvío del camino —me aseguró—. Pero parece nervioso por lo que pueda suceder —se inclinó sobre el asiento para cubrir su mano con la mía—. Por favor, tened mucho cuidado.

Incapaz de articular palabra, lo único que pude responder a la advertencia de Calais fue con un asentimiento de cabeza. Ella me dedicó una sonrisa agradecida antes de seguir a su prometido fuera del carruaje, dejándome unos segundos a solas.

Aspiré una bocanada de aire, ignorando la punzada de mis pulmones, e imité a Calais. Una ligera brisa sacudió mis cabellos, haciéndome cosquillas en la nariz; las doncellas que habían bajado del primer carruaje estiraban las piernas cerca del vehículo, cuchicheando entre ellas con emoción contenida. Los soldados también parecían compartir la actitud distendida, excepto Glyvar.

El soldado, junto con Rhydderch, nos aguardaba en un rincón más apartado y discreto, lejos de las miradas del resto de la compañía. Su caballo parecía un ejemplar robusto, perfecto para poder llevar a dos personas en su lomo sin que supusiera un esfuerzo extra; me fijé en las alforjas que colgaban de sus flancos, en lo rellenas que parecían encontrarse.

Glyvar advirtió nuestra llegada, desviando la atención del príncipe, quien pareció corregir su postura, mucho más firme. Fruncí el ceño al percatarme que llevaba una discreta capa sobre su ropa... y que el soldado no llevaba la familiar armadura que había visto portar al resto de sus compañeros. Recordé que Calais había mencionado que Glyvar viajaría con ella dentro del carruaje, ya que nosotros tomaríamos prestado su caballo para ir mucho más rápido a través del bosque.

Me quedé unos pasos rezagada mientras la propia Calais iba directa hacia Rhydderch, quizá con intención de despedirse. Sentí la familiar presión en el pecho al ver cómo Glyvar les cedía un poco de privacidad, clavando sus ojos en mí; el secreto que el príncipe fae había compartido conmigo aquella noche en la que se mostró vulnerable hizo eco en mis oídos. ¿La actitud de Calais hacia él era la de una amiga preocupada o habría algo más? Rhydderch había asegurado que la joven fae estaba enamorada de su hermano mayor pero ¿acaso el tiempo que había pasado no podría haber cambiado sus sentimientos? Quizá si compartía con ella que su prometido me había besado, podría salir de dudas al respecto, descubriendo los verdaderos sentimientos de Calais hacia Rhydderch. Aquel pensamiento me hizo sentir mezquina y un tanto retorcida.

Observé desde mi apartada posición el intercambio de susurros entre ambos, fingiendo no ser consciente del interés con el que Glyvar me contemplaba a mí.

—El príncipe está tomándose demasiadas molestias por ayudar a una simple humana —el comentario casual del soldado hizo que mi vello se erizara y apretara los puños—. Cualquier otro se habría limitado a ejecutaros en el acto.

Me obligué a mantener a la pareja que formaban Calais y Rhydderch en mi campo de visión, aunque las palabras de Glyvar estaban cargadas de razón: cualquier otro, como Alastar, no habría tenido la misma deferencia que había mostrado el príncipe fae y su familia. Cualquier otro se hubiera desentendido por completo o, como había señalado el soldado, habría optado por la vía más sencilla: deshacerse de mí.

«Me importas, fierecilla —el eco de la voz de Rhydderch resonó con fuerza, haciendo que la presión del pecho aumentara y la visión se me enturbiara al contemplarle junto a Calais—. Me importas más de lo que puedas llegar a creer.»

Le importaba, me había dicho. Pero luego no había tenido problema en despacharme y meter a Calais en su cama, como si lo sucedido entre nosotros apenas unos momentos antes no hubiera tenido lugar.

—Parece que a tu príncipe le gustan demasiado las buenas causas —fue lo único que le respondí a Glyvar.

Calais decidió no alargar mucho más la despedida. Tras la insidiosa apreciación de Glyvar sobre la excesiva preocupación que había mostrado desde el inicio Rhydderch hacia mí, habíamos vuelto a ignorarnos el uno al otro; fingí estar repasando mi escaso equipaje cuando la visión de la fae inclinándose sobre el príncipe para besar su mejilla me provocó un desagradable vuelco en el estómago.

De nuevo me recriminé mi propia estupidez. La voz de mi conciencia, de la Verine del pasado, no había vuelto a pronunciarse dentro de mi cabeza, burlándose de mí; me forcé a mantener una expresión neutra, a ignorar lo que acababa de presenciar. A no mostrar lo mucho que había terminado afectándome. Porque, por mucho que intentara negármelo a mí misma, no era inmune a la relación que existía entre Calais y Rhydderch. Nunca lo había sido, aunque hubiera fingido convenientemente que sí.

No sabía cuánto duraría nuestro viaje, cuánto tendría que soportar la presencia de Rhydderch antes de que regresáramos a Qangoth, junto al resto. Era consciente de que no sería una travesía sencilla, al menos para mí. Aquella noche había supuesto un punto de inflexión y su comportamiento, lo que había tratado de hacer conmigo en la terraza antes de que yo consiguiera interrumpirle, me había herido.

Tuve que reaccionar cuando Calais se apartó de Rhydderch y lanzó una mirada en mi dirección, antes de deslizarla hasta Glyvar. El soldado pareció entender el mensaje implícito, puesto que se encaminó hacia donde ella estaba esperando, permitiendo que el hueco vacío que había dejado cerca de mí fuera ocupado por el propio Rhydderch. Me tensé de pies a cabeza ante la cercanía entre nosotros, pese a que el príncipe fae parecía encontrarse mucho más atento en el soldado y su prometida que en mí.

Decidí imitarle, centrando parte de mi atención en ellos.

—No tenemos mucho tiempo —nos recordó Calais, antes de dirigirse hacia Glyvar—. Puedes empezar.

El soldado hizo crujir su cuello y sufrí un escalofrío al percibir su poder despertando. Apenas tuve un segundo de asimilar lo que Glyvar estaba tramando antes de que la magia hiciera todo el trabajo, rodeándolo de una tenue luz: allá donde el fae había estado, ahora se encontraba Rhydderch... o una copia de él, puesto que el príncipe no se había movido de mi lado. Pestañeé con incredulidad al contemplar al segundo Rhydderch, que esbozó una sonrisita petulante al advertir mi reacción; mi estómago se retorció al recordar un truco similar, un truco que nos había conducido a una emboscada en el Gran Bosque sin que tan siquiera lo imagináramos.

Calais se limitó a poner los ojos en blanco y soltar un resoplido indignado.

El auténtico Rhydderch no hizo nada más que aferrar las riendas de nuestra montura, sin apenas prestar atención a Glyvar adoptando su imagen. Como si aquello no fuera en absoluto sorprendente... y peligroso.

—¿Todos... todos podéis hacer eso? —balbuceé, abrumada por lo que había presenciado, por los recuerdos que ese tipo de magia había traído consigo.

El príncipe fae se encogió de hombros.

—Los fae más experimentados pueden llegar a usar su magia para conseguir transformarse en otro —me explicó con paciencia, dándome la espalda con la excusa de comprobar el contenido de una de las alforjas—. No es un cambio permanente y hace falta una gran cantidad de poder para mantener la mentira.

Alterné mi mirada entre el Rhydderch que había a mi lado y el que todavía permanecía junto a Calais, sin perder la sonrisa. No era la primera vez que veía a un fae protegido por este tipo de magia: Orei había sido la primera, usándola para proteger su naturaleza fae; luego había visto a Morag, bajo la apariencia de una humana en aquella aldea y, después, adoptando la identidad de Gwynedd. Un escalofrío recorrió mi cuerpo ante aquellos pensamientos.

—Se dice que, en el pasado, incluso algunos podían convertirse en animales —añadió Rhydderch, meditabundo—. Sin embargo, por el paso del tiempo, hemos perdido esa capacidad.

—Deberíais marcharos ya —opinó Calais, lanzando una mirada hacia el otro lado del carruaje, donde el resto de la compañía todavía descansaba de aquel alto en el camino.

Rhydderch comprobó las riendas del caballo una última vez antes de mirarme por encima del hombro, enarcando una ceja.

—¿Estás lista? —quiso asegurarse.

La simple idea de viajar a solas con Rhydderch, atravesando el bosque como hicimos en el pasado, me provocaba un molesto revoloteo en el estómago. Ya no éramos los mismos, las cosas habían cambiado entre nosotros y, sospechaba, que aquella travesía no resultaría fácil para ninguno de los dos.

Sin embargo, el príncipe fae —por mucho que había tratado de engañarme, convenciéndome de que podría hacerlo sin su ayuda— era mi única esperanza y pista para poder encontrar a la Dama del Lago y descubrir de una vez por todas quién era en realidad. Y por qué había un sortilegio que parecía bloquear parte de mis recuerdos, de mi vida.

Di un tentativo paso hacia delante.

—Estoy lista —contesté con más valor del que sentía.

Rhydderch asintió y se hizo a un lado, permitiéndome contemplar la silla del caballo, antes de que el príncipe se subiera con un fluido movimiento. El animal volvió a piafar con impaciencia, hundiendo el casco en el suelo; di otro paso más, acortando la distancia. Calais y el falso Rhydderch se apartaron, despejándonos el camino hacia el pequeño bosquecillo que había tras ellos.

—Usaré mi magia para acortar la distancia hacia el Bosque de los Árboles Infinitos —me indicó el príncipe.

—Nosotros viajaremos sin hacer uso de ella para que no resulte complicado seguirnos la pista —nos aseguró Calais, mirándonos a ambos con una expresión que no era capaz de ocultar su preocupación por nuestra separación temporal y escogiendo con cuidado sus palabras—. No tardarán en enviarnos a Faye a buscarnos para indicarnos su ubicación.

El corazón arrancó a latirme más deprisa cuando vi a Rhydderch extender un brazo en mi dirección. Se había colocado en la silla de tal modo que hubiera un pequeño espacio delante para que pudiera ocuparlo yo.

—Es la hora, Verine.

Procuré ocultar mi nerviosismo cuando acepté la mano que estaba tendiéndome el príncipe fae. Mi estómago dio un vuelco involuntario al sentir cómo Rhydderch tiraba de mí para que pudiera auparme junto a él sobre el caballo; ignoré la presión de su pecho contra mi espalda, de su aliento en mi coronilla, y forcé mi atención en Glyvar y Calais.

—Que los antiguos elementos velen vuestro camino —nos deseó ella.

Con un chasquido, Rhydderch hizo que el caballo trotara hacia la vegetación, ocultándonos de la vista de cualquiera, incluso de su prometida y el falso príncipe fae. Una vez estuvimos lo suficientemente apartados, noté su magia rodeándonos, envolviéndonos en una cortina de sombras que parecieron tragarnos enteros.

Un instante después nos habíamos desvanecido.

* * *

Creo que sabemos de qué es este capítulo preludio, ¿no?

(efectivamente: drama y salseo)

Un par de apuntes de lo que se viene:

- Cierta fae con aires de alcahueta

- Capítulos con doble punto de vista *chillos internos*

- Apuntad el capi 84 porque VAMOS A SALIR DE DUDAS

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