❧ 73
Encogí las piernas, pegando las rodillas contra mi pecho en actitud protectora, como si empequeñecer en aquella monstruosa cama pudiera brindarme algún tipo de protección contra la mirada tan seria del príncipe fae. Sabía que entre nosotros había todavía una conversación pendiente; el propio Rhydderch me había advertido de ello la anterior tarde, antes de que la llegada de Cormac nos interrumpiera y rompiera la extraña atmósfera que nos rodeó en ese instante.
Sospeché que no habría más interrupciones en aquella ocasión y que Calais parecía haber adivinado de algún modo las intenciones de su prometido, optando por una elegante retirada.
Me tensé de pies a cabeza cuando Rhydderch se internó en el dormitorio que compartía con Calais, cerrando la puerta a su espalda. Desde que nos hubiéramos visto sorprendidos en aquella cueva del Gran Bosque por su prometida, Darlath y Glyvar, obligados a acompañarlos de regreso a Qangoth, había podido comprobar el gradual cambio en Rhydderch y cómo el fae que me había salvado de aquella emboscada mágica había ido dejando en su lugar al príncipe al que la corte había intentado destrozar con sus malintencionados comentarios.
Al chico que había huido de su hogar, intentando alejarse de todo ello.
Mi cuerpo se quedó clavado en la cama al ver cómo Rhydderch cruzaba la distancia que nos separaba para tomar asiento en la esquina del colchón. Noté una sacudida recorriéndome de pies a cabeza cuando sus ojos volvieron a encontrarse con los míos.
En aquel instante, quise salir huyendo.
Pero eso me convertiría en una cobarde.
—Necesito saber algo, Verine —el corazón arrancó a latirme con violencia, pero no de la misma forma que lo había sentido cuando el príncipe fae y yo nos quedábamos a solas. La forma en la que me miraba Rhydderch era... diferente—. Y quiero que seas sincera conmigo.
No pude hacer otra cosa que permanecer en silencio, a la espera de que Rhydderch decidiera sacarme de dudas respecto a qué necesitaba por mi parte tanta sinceridad.
—¿Formas parte del Círculo de Hierro?
Su pregunta fue como si hubiera vaciado una cuba de agua congelada sobre mi cabeza. Observé al príncipe fae con una mezcla de espanto y horror; conocía de primera mano la opinión que guardaban los suyos del Círculo de Hierro, el odio que sentían hacia Merahedd y Agarne por el ataque que habían dirigido a Elphane, por la sangre que habían derramado. Yo misma había compartido con Kell, Taranis y el resto la participación del Círculo de Hierro en la emboscada que habían hecho a mi hogar, asesinando a mi padre.
Separé los labios, pero no fui capaz de responder.
Máel Taranis había sido el único que lo había averiguado gracias a mi desastrado uniforme. El hermano mayor de Rhydderch me había confrontado la noche de su cumpleaños, mostrándome un trozo de tela con el escudo del Círculo de Hierro cosido; había sido el príncipe heredero quien había intentado interrogarme, descubrir si era una espía... Y la seria pregunta de Rhydderch demostraba que mi aliado no lo había sabido en todo aquel tiempo.
La expresión del fae era mortalmente seria y sus ojos ambarinos parecían haberse endurecido, confrontándome en silencio.
—¿Eres un miembro del Círculo de Hierro? —insistió Rhydderch—. ¿Sois miembros del Círculo de Hierro?
—Rhydderch, yo...
No entendía el sentido de su pregunta, la necesidad que se adivinaba en el fondo de su mirada.
—Responde, Verine.
Sentí que el corazón iba a escapárseme del pecho.
—Lo soy —le confirmé en voz baja.
Rhydderch apretó los labios con fuerza, como si hubiera guardado la pequeña esperanza de escucharme negar que pudiera pertenecer a ese grupo de élite. Asintió con estoicismo y le vi tomar aire.
—¿Viajaba con vosotros el heredero al trono de Merahedd? —su siguiente pregunta me golpeó con contundencia.
«Altair. Está hablando de Altair», me dije a mí misma unos segundos después de que Rhydderch la hubiera formulado. Durante la noche de su cumpleaños, me había sincerado con Taranis, le había mencionado que nuestra prioridad fue salvaguardar la vida del sobrino del rey; el príncipe heredero sabía tanto que pertenecía al Círculo de Hierro como que el futuro heredero de Merahedd viajaba con nuestra compañía con el propósito de encontrar a su primo perdido. ¿Acaso había decidido Taranis guardar silencio para... protegerme, de algún modo?
—Sí —contesté, alejando aquellos pensamientos de mi mente y concentrándome en su hermano menor, quien aguardaba mi respuesta con urgente interés—. Altair formaba parte del grupo.
Rhydderch dejó escapar el aire entre los dientes, desviando su atención hacia un punto cualquiera del dormitorio. Pensé que estaría decepcionado conmigo por haberle ocultado ese pequeño detalle, pero yo había creído que el príncipe fae habría estado al corriente. Que lo habría descubierto por mis prendas... o después de habernos estado espiando mientras atravesábamos el Gran Bosque y luego éramos convertidos en prisioneros de aquellos mercenarios fae.
—Alastar está dispuesto a ejecutarlos, a todos ellos —Rhydderch me confirmó lo que ya sabíamos todos, los planes que guardaba el regente respecto a sus prisioneros y su deseo de convertirlos en carnaza—. Incluso parece más predispuesto a ello después de saber que tiene entre sus manos al próximo rey de Merahedd.
Nuestras miradas volvieron a cruzarse.
—Eso desataría un conflicto a gran escala —comprendí entonces, ahora que Rhydderch me había desvelado que Alastar conocía la identidad de Altair y que eso no le había disuadido, sino espoleado a continuar con su idea original—. Haría que Merahedd... que Merahedd...
El príncipe fae bajó la cabeza.
—Que Merahedd usara sus alianzas para enfrentarse con Antalye —completó mi frase inacabada por el propio temblor de mi voz—. Y eso nos arrastraría a una guerra entre Reinos Humanos y Reinos Fae.
El conflicto silencioso que se había alargado todos aquellos años estallaría por los aires y los contendientes adoptarían un papel mucho más activo. Todos nos veríamos envueltos en aquel enfrentamiento y, aunque los Reinos Humanos eran más numerosos, los fae contaban con su magia... Y Antalye con un arcano entre sus armas.
Sería nefasto, una masacre. Los Reinos Humanos no tendríamos una maldita oportunidad contra el arcano en manos de Alastar.
Intuía que Rhydderch estaba decepcionado por mi silencio respecto al Círculo de Hierro, pero sabía que su reino no estaba dispuesto a llegar tan lejos. Que Qangoth quisiera apoyar una guerra entre Antalye y Merahedd.
—Ahora, más que nunca, debemos liberarlos —le supliqué y no me importó que notara la desesperación en mi tono de voz o en mi expresión.
Si antes podría haber guardado alguna duda, él o el resto del grupo que estaba al tanto de nuestros planes, la certeza de descubrir lo que estaba organizando Alastar se encargaría de despejarla. Gracias a lo que sabíamos, mis amigos tendrían un motivo de peso para ser protegidos por Qangoth, una vez Taranis y Kell los condujeran hacia la capital.
Los reyes estarían dispuestos a brindarles el mismo trato que yo misma había recibido con el único propósito de impedir una guerra que sacudiera los cimientos de Mag Mell. No se negarían a ayudarles a regresar y cruzar las fronteras del Gran Bosque, poniéndolos a salvo.
—Hubiera cumplido igualmente mi promesa de haber sabido que el heredero de Merahedd es prisionero de Alastar, Verine —me aseguró y yo bajé la mirada, abrumada por la intensidad de la suya—. De igual modo que van a hacer Kell y Calais... Incluso Taranis —agregó con amargura, como siempre que mencionaba a su hermano mayor.
Mi estómago dio un vuelco cuando vi a Rhydderch incorporarse, dando por zanjada la conversación y sin tan siquiera dirigirme una sola mirada de despedida. El nudo de mi pecho se estrechó al ver cómo se encaminaba hacia la puerta, después de haber obtenido sus respuestas; en un principio había creído que Rhydderch querría hablar conmigo de los asuntos que todavía teníamos pendientes, pero jamás hubiera pensado que el único motivo que había empujado al príncipe fae había sido descubrir si la información que debía haberle compartido Alastar era cierta.
—¡Rhy! —le grité sin pensarlo.
Mi urgente llamada hizo que se quedara paralizado. Nadie se dirigía a él de ese modo, a excepción de algunos miembros de su familia... y su prometida; era evidente que yo no pertenecía a ninguno de los dos grupos y eso hizo que sintiera un vergonzoso calor ascendiendo por mi pecho.
Me apresuré a levantarme de la cama y cruzar la distancia que nos separaba. Rhydderch apretó la mandíbula pero se negó a mirarme, demostrándome que estaba dolido tras descubrir que pertenecía al Círculo de Hierro.
—Pensé que Taranis te lo habría dicho —le dije, intentando encontrarme con su mirada—. Pensé que ya lo sabías...
No fui consciente de mi propio error hasta que la expresión del príncipe fae cambió drásticamente y su mirada chocó contra la mía con tal fuerza que retrocedí un paso sin pensarlo.
—¿Mi hermano lo sabía? —me preguntó, hablando entre dientes.
Cogí aire.
—Desde la noche de su cumpleaños —le respondí—. Él tenía un trozo de mi uniforme con el emblema del Círculo de Hierro y me interrogó al respecto... No tuve otra salida que contarle que nuestra compañía era la encargada de proteger a Altair en la búsqueda de su primo perdido.
Rhydderch me contempló como si fuera la primera vez lo hiciera, como si estuviera ante una desconocida.
—¿También sabía que Alastar tenía al heredero de Merahedd en su poder?
Asentí y el príncipe fae marcó la distancia entre nosotros.
Noté cómo la oportunidad de arreglar aquel desastre que había crecido entre los dos se escurría entre mis dedos cuando la mirada ambarina de Rhydderch se enfrió y rehuyó la mía. Aquella conversación no había hecho más que empeorar las cosas, embarrando y complicando aún más todo.
—¿Qué podía hacer, Rhydderch? —dije, desesperada por cómo se estaba descontrolando la situación.
—Podías haber confiado en mí desde un principio —me espetó.
—¿Cómo hiciste tú, Rhydderch, al no contarme que eras un jodido príncipe y que estabas prometido? —contraataqué de forma automática.
El príncipe fae acusó el golpe soltando un resoplido.
—Para no importarte lo más mínimo mi compromiso, parece que siempre lo tienes muy presente —hizo una pausa y me dedicó una sonrisa llena de cinismo—. Y, si no me falla la memoria, me dijiste que parecía tener más ojos para ti que para Calais... ¿Qué hay de ti, Verine? Tanto interés en mi compromiso podría hacerme llegar a pensar que sientes algo por mí.
Un jadeo ahogado escapó entre mis labios.
—Jamás me rebajaría a tanto —escupí entre dientes, fuera de mí misma.
—¿De verdad? —me cuestionó Rhydderch, deslizando su mirada por mi cuerpo de un modo que hizo que tratara de sacudirle un puñetazo. El fae no tuvo problemas en detener mi muñeca antes de que mis nudillos le rozaran siquiera—. Con todo este espectáculo estás consiguiendo que piense lo contrario.
—Eres un maldito pedante —le recriminé, intentando liberar mi muñeca de su agarre—. ¡Suéltame!
—¿Para que intentes golpearme de nuevo? —preguntó con un deje de burla—. Creo que no.
Le lancé una mirada furibunda. Las faldas del vestido no eran de mucha ayuda, pero no me importó lo más mínimo cuando enganché mi empeine en su tobillo y tiré con energía, pillando al príncipe fae desprevenido y haciendo que perdiera el equilibrio. Mis ojos se abrieron de par en par cuando noté que me arrastraba consigo de cabeza al suelo.
Nuestras miradas se cruzaron mientras caíamos y el cuerpo de Rhydderch golpeaba en primer lugar, amortiguando mi caída.
Me quedé sin aire pero, al menos, conseguí liberar mi muñeca.
Y luego fui consciente de la presión de mi cuerpo contra el de Rhydderch. Por el brillo desconcertado en los ojos ambarinos del príncipe, intuí que sus pensamientos serían similares a los míos. Ni siquiera fue capaz de tomar una bocanada de aire, temiendo moverme.
Hasta que volví a escuchar la irritante voz de Rhydderch y su insinuación de que yo pudiera sentir algo hacia él; aquello me irritó y enfureció a partes iguales porque era absurdo. Porque no sería tan estúpida de hacerlo...
—Jamás me enamoraría de un fae —le aseguré con firmeza, osando posar mis palmas sobre su pecho para incorporarme y alejar nuestros rostros—. Mucho menos de un príncipe cobarde que me acusa de no confiar lo suficientemente en él cuando ese maldito príncipe cobarde no es capaz de hacer lo mismo, comportándose como un auténtico hipócrita. Antes preferiría que me pusieran unos grilletes de hierro.
No fui consciente del peso de mis propias palabras hasta que la expresión del príncipe cambió drásticamente al escuchar mis últimas palabras. Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de que Rhydderch me apartara con cuidado y se pusiera en pie; todavía estaba tratando de asimilar qué había podido suceder, a qué se debía, cuando el príncipe se dirigió hacia la puerta principal con paso airado.
Me incorporé torpemente y fui tras él, intentando descubrir por qué parecía haberle afectado tanto. Calais, quien parecía haber permanecido todo aquel tiempo en la sala que comunicaba los dos dormitorios, se había puesto en pie de un salto y llamaba a Rhydderch.
—¿Rhy...?
Lo último que pude ver del príncipe fue su espalda desapareciendo por la puerta principal, antes de que la cerrara con fuerza. La mirada de Calais buscó la mía con un gesto de incomprensión mezclada con preocupación.
Me quedé muda, todavía asimilando la extraña reacción de su prometido, la situación en la que ambos nos habíamos visto envueltos desde que hubiera puesto un pie en el dormitorio que compartía con Calais, con intenciones de hablar.
Ninguna de las dos dijo nada, dejando que el eco del portazo de Rhydderch continuara resonando entre nosotras.
Aunque Calais siguiera en silencio, alternando su atención entre la puerta principal y mi persona, sabía que las preguntas estaban acumulándosele en la punta de la lengua. Ella había sido testigo de la expresión circunspecta de Rhydderch al pedirle que nos dejara a solas, la mirada que ambos habían compartido, como si pudieran comunicarse de ese modo.
—¿Verine...?
La respuesta barbotó entre mis labios como si estuviera ahogándome con las palabras:
—No lo sé. No sé qué ha pasado.
La expresión de Calais se dulcificó.
—Solamente quería saber si estás bien.
Parpadeé, confusa. Mis sentimientos se habían convertido en una maraña enrevesada después de que Rhydderch hubiera decidido volver mi mundo del revés con su interrogatorio y sus insinuaciones tras desvelarle que su hermano mayor había estado al corriente desde el principio, optando por guardarse esa información para sí. Y empujando a Rhydderch a creer que, por algún extraño motivo que se le escapaba, yo pudiera haber depositado mi confianza en el príncipe heredero.
Busqué apoyo en la pared que estaba más cerca de mí, con una molesta punzada en las sienes y la sensación de encontrarme más perdida que nunca.
«¿Qué hay de ti, Verine? —la insidiosa voz de Rhydderch se coló en mis pensamientos, con el mismo tono que había empleado su interlocutor—. Tanto interés en mi compromiso podría hacerme llegar a pensar que sientes algo por mí.»
No sabía en qué momento la situación se nos había ido de las manos, llegando hasta ese extremo, en el que ninguno de los dos había tenido piedad con el otro. No sabía en qué punto de la conversación las cosas se habían torcido tanto.
No sabía nada.
Pero la insinuación de Rhydderch no dejó de acecharme, haciendo que rehuyera a Calais y su amabilidad. Ella me dedicó una última mirada llena de dudas, como si supiera que había algo que estaba ocultándole, antes de salir en busca de su prometido.
Y yo me quedé sola, acompañada únicamente por aquel familiar nudo de culpabilidad alrededor de mi garganta.
* * *
Todes sabemos cómo puede terminar esto: en drama... o en más drama *suspirito*
Por favor, pido que en el próximo capítulo me digáis si es la clase de acción que necesitábamos o no
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