❧ 71
—Extended la mano, lady Verine —me instruyó Cormac—. Ellos se acercaran.
Contra todo pronóstico, nuestra primera salida superó con creces mis expectativas. El príncipe fae se volcó para hacer de aquel encuentro una experiencia única, conduciéndome hacia el pabellón del palacio reservado a la familia real; me quedé sin palabras cuando Cormac empujó las puertas de madera, desvelándome una enorme sala cuyas paredes del fondo estaban hechas de cristal. El príncipe me explicó con desenvoltura que aquel rincón había sido un regalo de uno de sus antepasados a la que se convertiría en su futura esposa; después de ello me llevó a través de la estancia hasta una discreta banca desde donde podía atisbarse parte de la vegetación que rodeaba aquella zona y que pertenecía a los jardines exteriores.
Pese a mi reparo inicial por el comportamiento que había mostrado, Cormac se mostró cortés y servicial conmigo. La actitud pícara y casi seductora que le había visto utilizar con Calais no volvió a surgir, como había temido; el joven fae se limitó a interesarse por mi ficticia vida en Mettoloth, obligándome a poner en juego mis habilidades a la hora de mentir.
Cuando cayó la noche, haciendo que la luz de la luna incidiera a través de los cristales, Cormac se levantó y me acompañó de regreso a los aposentos que compartía con Calais y Rhydderch. Ambos se incorporaron a la par nada más me vieron traspasar el umbral: el príncipe parecía tenso mientras que su prometida alternaba entre la curiosidad, la emoción y la preocupación.
Ninguno de los dos me presionó para hablar, pero algo parecido a la decepción se agitó en la mirada de Rhydderch al empezar a relatar cómo había ido aquel primer encuentro con Cormac. Quizá se lamentaba en su fuero interno de que no hubiera logrado arrancar al hijo de Alastar algún tipo de información valiosa sobre dónde podía tener su padre escondido el arcano.
Y allí me encontraba de nuevo, esta vez cerca de un discreto lago artificial donde nadaban unas extrañas aves que se asemejaban a un cruce entre un cisne y un pavo real, con el príncipe fae aleccionándome mientras yo temía el peligroso pico de aquellas criaturas a las que Cormac había llamado cisveal.
Le eché un vistazo en el que no pude ocultar mis dudas al respecto. Rhydderch y Calais se habían marchado tras recibir una exclusiva nota por parte del regente, requiriéndoles amablemente para una reunión privada; momentos después de ver cómo abandonaban los aposentos, Cormac había llamado a la puerta con una sonrisa amable y una inocente invitación con la que ahuyentar la soledad.
—No estoy segura de que esto sea una buena idea —comenté con voz ahogada. El príncipe había colocado una generosa cantidad de migas de pan en mis palmas, incitándome a que extendiera los brazos hacia los cisveal que flotaban sobre el lago.
Una sonrisa traviesa culebreó en sus labios al detectar una leve nota de miedo en mis palabras.
—No temáis, no suelen ser criaturas propicias a atacar —intentó tranquilizarme, extendiendo un poco más su brazo, tentando a una de las aves que nadaba más cerca de nosotros—. Creo...
Me tensé de pies a cabeza al escucharle y la sonrisa de Cormac se estiró un pelín más, divertido.
—Veo que sigues intentando encandilar a tus nuevas conquistas con el viejo truco de siempre.
Aquella desconocida voz masculina a mi espalda me sobresaltó; la expresión de Cormac, por el contrario, se torció en una mueca, como un niño al que su padre hubiera descubierto haciendo alguna travesura. Una diminuta parte de mí sintió alivio por la interrupción del recién llegado, permitiéndome apartarme de aquella masa de agua y de las engañosamente bellas aves que disfrutaban de aquel remanso de paz, pero aquel breve acceso se esfumó cuando giré para descubrir a un fae a nuestra espalda, apenas a unos metros de distancia, observándonos fijamente.
El estómago me dio un vuelco al devolverle la mirada. Pese a que todavía no nos habían presentado de manera formal, supe sin lugar a dudas que aquel joven de expresión dura debía ser Eoin. El parecido con su primo estaba ahí, en la forma rasgada de sus ojos y el inconfundible anillo plateado que bordeaba la pupila, haciendo que destacara sobre sus iris de color caramelo; sin embargo, la piel de Eoin era más oscura que la de Cormac, en un rico contraste con su ensortijado cabello trigueño, y parecía mucho más corpulento que su primo.
Cormac chasqueó la lengua con fastidio, obligándome a detener mi escrutinio del príncipe heredero.
—No es una de mis nuevas conquistas —masculló y creí ver un ligero rubor cubriendo sus mejillas, como si estuviera avergonzado.
Eoin ladeó la cabeza al mismo tiempo que enarcaba una ceja.
—Su cara no me resulta familiar, Cormac, así que sí diría que es una de tus nuevas conquistas —le contradijo con un timbre casi burlón. Sospeché que el príncipe heredero disfrutaba de poner a su primo contra las cuerdas, de hacer que se sintiera mortificado—. A tu padre no se le ha pasado por alto tu ausencia esta mañana.
Me resultó llamativa la forma en la que se dirigió a su propio tío, empleando aquellas palabras que sonaban demasiado... formales, que parecían señalar que no había un vínculo muy estrecho entre los dos. Una circunstancia que podía verse motivada por la renuencia que mostraba Alastar para cederle el trono definitivamente, haciéndose a un lado para que Eoin ocupara su legítimo lugar. ¿Era consciente el príncipe heredero de lo cómodo que estaba el regente en su posición? ¿El poco interés que mostraba ante la idea?
Cormac se encogió de hombros, como si no le diera mayor importancia.
—Encuentro mucho más divertido compartir mi tiempo con lady Verine que escuchando a padre hablar de las amenazas que parecen estar acechando a los Reinos Fae —contestó con indolencia.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral al creer entender un mensaje implícito en sus palabras. ¿Acaso estaba hablando de mis amigos, de los humanos que habían convertido en sus prisioneros? Un cosquilleo de anticipación y nervios se extendió por mi piel.
—¿Amenazas? —repetí con tono inocente, interviniendo en la conversación.
Eoin no se mostró muy conforme con su primo, delatando que Cormac podía haber hablado más de la cuenta. Entrecerró los ojos en dirección al joven, un gesto admonitorio, antes de dedicarme un galante gesto con la cabeza.
—Mi primo únicamente trata de impresionaros, lady Verine —me aseguró, pero no le creí. Sabía que el príncipe fae había estado refiriéndose de ese modo tan esquivo a Altair y al resto—. No hay nada que temer.
Estaba maquillando la realidad, tergiversándola a su modo. Pero no me parecía conveniente seguir presionando sobre el tema, por lo que bajé la cabeza en un fingido tono de complacencia y dejé que los dos fae interpretaran aquel gesto como si estuviera ligeramente encantada por el hecho de que Cormac estuviera intentando impresionarme con la insinuación de que prefería mi compañía antes de cumplir con sus responsabilidades como príncipe.
—¿Qué hay de ti, Eoin? —escuché que le preguntaba Cormac—. ¿No deberías estar con padre, jugando con el papel que representas? ¿O es que la imagen de los tiernos prometidos ha sido demasiado para poder lidiar con ellos?
Mi curiosidad empezó a burbujear cuando Cormac dejó entrever un poco sus propias garras, devolviéndole el golpe a su primo. Alcé de nuevo la cabeza para poder contemplar al príncipe heredero y medir su reacción, desmigajando el pellizco de información que Cormac me había brindado. ¿Estaba refiriéndose a Calais y Rhydderch? ¿Eoin se sentía incómodo en presencia de ambos?
—Deberías centrarte en tu acompañante, primo —le advirtió Eoin y su voz sonó a amenaza—. Después de todo, la encuentras más interesante que tus propias responsabilidades, ¿no es cierto?
❧
Me sequé el sudor que había estado acumulándose en las palmas de mis manos en todo aquel tiempo que había trascurrido desde que Cormac decidió tomarse en serio las palabras de su primo y me condujo de regreso por la pasarela al interior del palacio. La sensación que me había provocado la intensa mirada de Eoin no se había desvanecido, no del todo.
El joven príncipe estaba meditabundo y extrañamente en silencio tras haber dejado atrás a su primo. Su cuerpo parecía tenso mientras caminábamos, alejándonos más y más de los jardines.
—Vuestro primo no estaba siendo sincero respecto a la amenaza que pende sobre los Reinos Fae, ¿verdad? —le pregunté, armándome de valor.
Cormac me resultaba mucho más accesible que Eoin y, si quería empezar a ser útil para la misión, obtener algún tipo de información sobre mis amigos era un buen inicio. En especial si buscaba impresionar a Rhydderch y demostrarle que estaba comprometida con nuestra alianza.
El príncipe fae dejó escapar un bufido que no supe bien cómo interpretar.
—Hay algo que os preocupa —presioné con sutileza, intentando arrancarle alguna respuesta de valor.
Cormac me observó por el rabillo del ojo.
—¿Os mencionaron el motivo de por qué debíais viajar hasta Antalye, lady Verine?
Pensé bien en qué debía contestarle.
—Lady Calais no lo compartió conmigo, Alteza —reconocí, fingiendo un tono de pesadumbre—. Apenas acabo de entrar a su servicio...
Vi que Cormac asentía, casi para sí mismo.
—Me temo que los humanos se han vuelto más osados de nuevo en este maldito enfrentamiento que dura ya tanto tiempo —mi estómago se agitó con nerviosismo y tuve que hacer un sobresfuerzo para que mi rostro no transmitiera nada—. Han vuelto a cruzar el Bosque de los Árboles Infinitos. Al parecer, tenían intenciones de infiltrarse en alguno de nuestros reinos... Quizá con el propósito de reunir información antes de regresar para planear un ataque como el que sacudió a Elphane hace dieciocho años.
—¿Qué...?
Me quedé sin respiración, horrorizada por la idea equivocada que tenía Cormac sobre la presencia de mis amigos allí.
—Unos rastreadores dieron con ellos, deteniéndolos antes de que pudieran cumplir con su misión —añadió Cormac, con el ceño fruncido—. Los trajeron hasta aquí y mi padre creyó prudente encarcelarlos mientras avisaba al resto de reinos sobre lo que había sucedido. Sobre la amenaza que suponen para todos nosotros.
Mis pies dejaron de moverse, haciendo que me detuviera. Cormac había mencionado a mis amigos, a las supuestas intenciones que guardaban al cruzar las fronteras del bosque... Sin embargo, en ningún momento había mencionado al arcano que Altair portaba. ¿Estaría intentando proteger a su padre y el hecho de que lo tuviera en su poder o no tendría ni la menor idea?
Me llevé una mano al estómago, donde se retorcían las náuseas por cómo se había tergiversado la historia, dibujando a mis amigos como los auténticos villanos. Los monstruos que buscaban sacudir la tranquilidad de los Reinos Fae.
A unos pasos de distancia, Cormac también se detuvo al descubrir que yo me había quedado retrasada.
—¿Los tenéis todavía bajo vuestra custodia? —la voz me tembló, traicionándome. De nuevo la culpa empezó a asfixiarme porque, mientras mis amigos y lord Ephoras habían estado intentando sobrevivir al cruel cautiverio de Alastar, yo había estado disfrutando de las comodidades que me habían ofrecido como si fuera un miembro más de la nobleza—. ¿Qué va a ser de ellos?
Vi que Cormac fruncía el ceño con confusión.
—¿Los humanos? —preguntó y yo asentí, con los nervios a flor de piel—. Aún siguen bajo el poder de mi padre, a la espera de que decida si va a ejecutarlos para enviar un mensaje a los Reinos Humanos.
La cabeza comenzó a darme vueltas ante la idea de que mis amigos pudieran ser sentenciados a muerte cuando no habían hecho nada. Tuve que buscar apoyo en la pared que tenía más cerca para mantener el equilibrio, notando los dolorosos latidos de mi corazón chocar contra mis costillas.
—¿Verine...?
Un ligero temblor sacudió mis piernas, volviéndolas inestables. Apenas era capaz de dar una bocanada de aire y un molesto pitido taladraba mis oídos, acompañando al eco de la voz de Cormac advirtiéndome sobre el poco tiempo con el que contaban mis amigos antes de que Alastar tomara una decisión sobre su futuro.
Sentí que iba a desplomarme cuando unos brazos salidos de la nada me sostuvieron. Busqué con la mirada a mi salvador, topándome con sus inconfundibles ojos ambarinos bordeados por aquel fino anillo dorado.
—Rhydderch... —suspiré.
—¿Qué ha pasado? —escuché que preguntaba el príncipe fae, pero no parecía estar dirigiéndose a mí.
—Quizá se ha visto abrumada por la impresión —conjeturó otra voz que reconocí como la de Cormac. La vista empezó a enturbiárseme y un sabor amargo inundó mi boca, acrecentando mi malestar.
Los brazos de Rhydderch se ciñeron a mi cintura, percibiendo mi inestabilidad. Necesitaba alejarme de aquel pasillo.
Necesitaba huir.
Necesitaba estar sola.
Necesitaba encontrar a mis amigos con urgencia.
En aquel momento quise desentenderme por completo del plan. El arcano y su ubicación poco importaban en comparación con el grave peligro que corrían Altair y el resto del grupo; Alastar y sus posibles planes en relación a aquel objeto mágico quedaron en un segundo plano, opacados por la urgencia que sentía por liberar a mis amigos y ayudarles a escapar de Antalye.
—... acompañarla personalmente —conseguí distinguir aquellas palabras entre la bruma que parecía haber rodeado mis pensamientos. Era Rhydderch quien las había pronunciado con la seriedad que los últimos días siempre le había acompañado.
Antes de que mi mente registrara lo que estaba sucediendo, los brazos del príncipe fae me habían alzado del suelo con una facilidad que me resultó vergonzosa. Dejé caer la cabeza contra su hombro, intentando ignorar la presión de sus manos sobre mi cuerpo o la firmeza con la que me sostenía. Su aroma me envolvió y yo cerré los ojos de manera inconsciente, creyendo escuchar la apagada voz de Cormac indicándole a Rhydderch que le siguiera.
Mi cabeza empezó a dar vueltas a cada paso que dábamos. Tras la confirmación de Cormac, lo único que debía hacer era colarme en las mazmorras del palacio y encontrar la celda en la que estuvieran encerrados mis amigos; no sabía si Alastar tendría algún prisionero más pero, en cualquier caso, habría querido mantener la presencia de Altair y el resto en secreto. Impedir que la noticia pudiera extenderse, siendo el propio regente quien tuviera el control sobre quiénes podían estar al corriente de ese pequeño secreto.
Hablaría con Calais y Rhydderch cuando estuviésemos a solas. Les pediría que adelantáramos esa parte del plan, que liberáramos a mis amigos y Rhydderch usara a Faye para comunicarse con Kell para que su primo pudiera llevarse de allí al grupo de fugitivos, enviando a Fyrein para advertir a Taranis de su inminente llegada y el príncipe heredero les sirviera de salvoconducto junto con sus hombres.
Con Altair y el resto fuera de peligro podríamos focalizarnos en el arcano. Podría volver a centrar toda mi atención en aquel objeto mágico sin la preocupación de no saber cuándo Alastar tendría preparada su ejecución. Porque no dudaba de las intenciones del regente de deshacerse de mis amigos.
—Cormac —escuché que lo llamaba Rhydderch—, ¿podrías ir a buscar algo que ayude a lady Verine a despejarse?
Apenas registré la respuesta del príncipe. Continuaba con los ojos cerrados, dejando que Rhydderch siguiera cargando conmigo como una damisela que había estado a punto de desvanecerse. Intenté mantener a raya los pensamientos intrusivos que, en momentos de debilidad como aquel, no tardaban en aguijonearme con saña, recordándome lo rápido que parecía haberme acomodado a aquella posición, por mucho que le hubiera gritado al príncipe que jamás querría pertenecer a ese mundo. A su mundo.
Rhydderch me depositó con cuidado en una superficie blanda y yo abrí los ojos. Cormac parecía haber guiado al príncipe fae hacia un discreto saloncito con los ventanales abiertos, permitiendo que una ligera brisa con aroma a bosque se colara desde el exterior. Mi cuerpo reposaba sobre un cómodo diván que estaba cerca de ellos, con Rhydderch todavía demasiado cerca.
De Cormac no había ni rastro.
Tomé una temblorosa bocanada de aire, dispuesta a emplear ese pequeño instante de intimidad para compartir con el príncipe fae lo que Cormac me había confiado... y para suplicarle que adelantáramos cierta parte de nuestro plan.
Pero antes de que tuviera tiempo de hablar, Rhydderch se inclinó hacia mí con un brillo de preocupación iluminando sus ojos ambarinos.
—¿Cormac ha intentado hacerte algo?
La impresión me dejó muda durante unos segundos, pestañeando mientras su pregunta calaba en mi mente.
—¿Qué...?
—¿Cormac ha intentado hacerte algo? —repitió, en esta ocasión hablando más despacio.
Percibí el recelo en su voz, en su postura. Yo misma me había sentido así con el príncipe fae después de sus descaradas maneras para que aceptara a que tuviéramos algo parecido a una cita, pero había podido comprobar que las intenciones de Cormac habían sido genuinas y que había respetado las distancias conmigo.
—No —contesté.
Nos sostuvimos la mirada unos segundos más. Rhydderch me escaneó con sus ojos ambarinos, buscando algún gesto en mi expresión que pudiera delatar si estaba mintiendo. De nuevo sentí ese extraño tirón en el estómago y la familiar confusión que me rodeaba cuando tenía al príncipe fae cerca, sin saber en qué punto nos encontrábamos.
Pero había un asunto mucho más urgente que debíamos tratar. Más urgente que aclarar las cosas entre nosotros.
—Cormac me dijo que Alastar aún los tiene en su poder —me trabé con mi propia voz y el tirón que había sentido se convirtió en un nudo que se movió hasta la boca de mi estómago—. Y que pretende ejecutarlos...
La expresión del príncipe fae mudó al comprender el sentido de mis palabras y le vi tragar saliva, apartando la mirada. Una reacción que no se me pasó por alto, en especial por lo sospechosa que resultaba.
El silencio se hizo entre nosotros y tuve un mal presentimiento al respecto. Un mal presentimiento que no hizo más que acrecentarse en mi interior cuando Rhydderch puso distancia, incapaz de devolverme la mirada.
Mi corazón arrancó a latir desenfrenadamente ante el extraño comportamiento del príncipe fae, de su actitud casi esquiva.
—Lo sé, Verine —sus palabras hicieron que me quedara congelada y un poco aturdida. En aquella ocasión, sus ensombrecidos ojos buscaron los míos—. De igual modo que sé dónde están.
* * *
Aaaaaaahuevo chismesito...
Por fin conocemos al huraño heredero de Antalye y las cosas van encauzándose poco a poco para que o bien salga conforme a los planes o la líen pardísima y Qangoth se vea arrastrado a un problema diplomático de proporciones épicas :)
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