❧ 70
Durante unos segundos creí que mis oídos me habían jugado una mala pasada. ¿Cormac acababa de extenderme una sutil invitación para quedarse a solas conmigo? Repasé nuestro encuentro la noche anterior, sintiendo el sudor frío deslizándose por mi nuca como una advertencia. ¿Sería una trampa? Su intensa mirada fija en mí empeoró el nudo de nervios que parecía haberse formado en mitad de mi garganta, robándome la voz.
Gracias a los antiguos elementos, Calais pareció percibir mi inquietud. Esbozó una divertida sonrisa, ladeando la cabeza en ese familiar gesto que parecía encandilar a cualquiera que hubiera convertido en su objetivo.
—Cormac, ¿estás coqueteando con mi dama de compañía? —le preguntó sin ambages.
El príncipe fae no se mostró en absoluto avergonzado, en su mirada apareció un sutil brillo travieso.
—¿Sería eso un problema, Calais? —respondió a su pregunta con otra—. Rhydderch me confió que la habías tomado bajo tu protección para ayudar a su padre a encontrarle un matrimonio ventajoso.
La prometida de Rhydderch dejó escapar una risa baja.
—¿Y crees que serías una opción a valorar, Cormac? —le siguió el juego.
Yo permanecía muda a su lado, contemplando el intercambio entre ambos fae con un gesto casi atribulado. El interés de príncipe me resultaba demasiado sospechoso, lo que podía indicar que él también sospechaba de mí.
Cormac se señaló a sí mismo con un elocuente aspaviento.
—¿No soy todo lo que una familia desea para su hija? Mi linaje es poderoso.
Calais volvió a reír.
—Al igual que tu ego —contestó, sin temer lo más mínimo las consecuencias de sus palabras. Luego entrelazó su brazo con el mío, apoyando su sien contra mi sien; la mirada de Cormac no se apartaba de nosotras—. Lamento hundir tus esperanzas, Cormac... al menos por el momento: necesito abusar un poco más de la compañía de Verine. ¿Podrías retrasar tu invitación hasta esta tarde? —sus ojos verdes se desviaron hacia mí—. Eso si ella está dispuesta a aceptarla, por supuesto.
Estaba dándome la opción de negarme. Estaba permitiéndome elegir. Todos estábamos comprometidos con el plan para encontrar el arcano y descubrir en qué celda se hallaban encerrados mis amigos, pero Calais estaba dándome la oportunidad de que tomara mis propias decisiones, a pesar de saber que aquella invitación por parte de Cormac nos abriría muchísimas puertas.
El príncipe fae bajó la cabeza, como si le hubieran amonestado.
—Lady Verine es libre de rechazarme si así lo desea —nos aseguró a ambas, buscándome con la mirada por debajo de sus espesas pestañas—. No tiene ninguna obligación de acompañarme, por supuesto.
Una sonrisa satisfecha tironeó de los labios de Calais.
—Esta tarde —decidió entonces la fae—. En nuestros aposentos. Ven a buscarla y sabrás su respuesta.
❧
—¿Cormac? —repitió Rhydderch con un deje de incredulidad—. ¿Cormac está interesado en Verine?
Por unos instantes su tono me irritó. ¿Acaso no me creía lo suficiente atractiva para llamar la atención de un príncipe? ¿No me creía a la altura para haber recibido una invitación por su parte? Tras despedirnos y dejar atrás a Cormac, Calais nos había conducido directas a nuestros aposentos; su prometido apareció momentos después de nuestra llegada, con aspecto cansado.
Después de que Calais se asegurara que no había nadie más que nosotros allí, procedió a compartir con Rhydderch cada detalle de nuestro encuentro con Cormac, haciendo especial hincapié en la invitación que me había extendido de manera privada.
Calais se arrellanó en su hueco del asiento semicircular que bordeaba una peculiar chimenea con forma de cuenco de gran profundidad, al otro lado había otro mueble idéntico que ocupaba únicamente su prometido.
—¿Te resulta extraño que Cormac esté interesado en ella, Rhy? —le aguijoneó la joven fae sin piedad. Tenía la sensación que Calais continuaba un poco molesta por la discusión que mantuvieron en el camino, después de que Rhydderch me ordenara que regresara al carruaje; no dudaba en meter cizaña cuando se le presentaba la oportunidad... como ahora—. Es joven, atractiva, inteligente y...
—Y una mestiza, Calais —la interrumpió el otro, sonando ligeramente molesto tras el intento de su prometida de enumerar las cualidades que podrían haber hecho que un príncipe fae sintiera interés por mí.
Mis mejillas ardieron de vergüenza, como si sus palabras hubieran escondido un discreto insulto, pese a que sólo había dicho la verdad: mi sangre mezclada podía ser un problema si Cormac se enteraba de ello. O, peor aún, si descubría que yo formaba parte de ese grupo de humanos que mantenían prisioneros.
Calais se mostró complacida por la reacción de Rhydderch. Había un brillo perverso en sus ojos verdes cuando se inclinó hacia delante.
—Sigo creyendo que debería aceptar la invitación —esgrimió con soltura, reiterando su posición en aquel asunto. Luego se giró hacia mí con una sonrisa amable—. Pero es tu decisión, Verine. Tú tienes la última palabra.
Casi quise encogerme sobre mí misma hasta hacerme diminuta y escapar de aquella inexplicable batalla que parecían estar librando los dos fae. Desde el otro lado podía sentir la ardiente mirada de Rhydderch, con quien no había vuelto a cruzar una sola palabra desde que me diera aquel último consejo antes de desaparecer en su dormitorio privado; sabía que no estaba conforme con la situación, que no compartía la misma postura que su prometida respecto a qué hacer con Cormac. Pero ¿qué opción me quedaba? El príncipe fae, tal y como había dicho Calais, nos ayudaría a abrir multitud de puertas en aquel palacio; con la excusa de querer ayudarme a orientarme en aquel lugar, podría investigar sin levantar muchas sospechas. Podría conseguir incluso alguna pista que nos condujera al arcano.
Vi a Rhydderch abrir la boca, con intenciones de aportar su propia opinión, pero Calais lo atajó rápido:
—Tú no tienes ni voz ni voto en este asunto, Rhy —su voz destilaba dulzura, pero había un poso de veneno en ella—. ¿No crees?
El aludido entrecerró los ojos y fulminó con la mirada a su prometida, optando por no decir nada. Calais me dio una palmadita amigable en el muslo, sonriéndome e ignorando al príncipe fae.
—Tienes tiempo para pensarlo, Verine.
Me mordí el labio inferior con indecisión. La salida más inteligente sería aceptar la invitación de Cormac; quizá podría intentar engatusarlo para que me llevara hacia las zonas más inaccesibles. Incluso podría intentar averiguar si él sabía algo sobre el arcano que escondía su padre. Pero ¿y si me descubría? De cerca era muy sencillo descubrir que había algo que no encajaba en mí. Como, por ejemplo, las puntas redondeadas de mis orejas; las elegantes filigranas y ornamentos que empleaba servían para disimular aquel pequeño detalle pero, en distancias cortas, sería mucho más complicado.
—Aceptar su invitación nos ayudaría con el plan —dije a media voz—. Debería hacerlo, pero... tengo miedo de que pueda descubrirme.
Una expresión comprensiva apareció en el rostro de Calais.
—Rhy y yo podríamos acompañaros —me propuso, animada por la idea—. Os dejaríamos un pequeño espacio, pero podríamos hacerlo. Estar cerca por si surge cualquier inconveniente.
—Eso llamaría la atención de Cormac —apuntó Rhydderch, quien no parecía muy complacido con el plan de convertirse en carabina—. Incluso sus sospechas.
—¿Por qué? —le preguntó Calais, haciendo uso de ese tono almibarado—. Siempre puedo hacerle creer que desconfío de sus intenciones con Verine. Seré una princesa muy preocupada por mi dama de compañía.
Rhydderch puso los ojos en blanco, como si no creyera la patraña que había inventado su prometida sería suficiente para engañar al príncipe fae.
—Lo haré —decidí, sonando demasiado impetuosa.
Aprovecharía la oportunidad que Cormac me había tendido y le demostraría a Rhydderch que no solamente me preocupaba por mis amigos, que también lo hacía por ellos. Por él y por Calais. Incluso por Taranis.
Dos pares de ojos se desviaron hacia mí. Rhydderch parecía ofuscado, Calais complacida... puede que un poco victoriosa. Le dedicó una sonrisa a su prometido antes de ponerse en pie, ofreciéndome sus manos en una silenciosa invitación.
—Quiero que Cormac se quede mudo de la impresión cuando te vea.
❧
Cormac no fue el primero en verme, como tampoco el primero en «quedarse mudo de la impresión». Calais ni siquiera había necesitado la ayuda de Gwynna para prepararme: tras una última mirada hacia Rhydderch, ella me arrastró hacia el dormitorio que compartíamos; me dejó sobre el banco acolchado que había frente al tocador y se apresuró a abrir el baúl donde habían guardado mis vestidos para el viaje. Mientras yo permanecía inmóvil, Calais se entretuvo buscando entre las distintas opciones que ofrecía mi reducido guardarropa, descartando algunos vestidos y sopesando otros.
Cuando terminó conmigo, me guiñó un ojo con aire cómplice y me mandó hacia la sala común, diciendo querer poner un poco de orden en el caos que ella misma había creado.
Rhydderch se levantó de golpe al verme aparecer. Contra todo pronóstico, el príncipe fae parecía haber optado por aguardar allí, en vez de regresar a su dormitorio privado o buscar entretenimiento en cualquier otra parte del palacio. De manera inconsciente froté mis palmas contra la falda del vestido, un mal gesto que Llynora no habría dudado un segundo en corregir dándome un amonestador golpecito.
Rhydderch permanecía mudo, con sus ojos ambarinos recorriéndome de pies a cabeza con una expresión inescrutable. Por unos segundos la timidez se abrió paso en mi interior, haciéndome dudar de mi propio aspecto. Haciéndome cuestionar mi propio aspecto.
Calais se había decantado por un vaporoso y sencillo vestido de color melocotón, idóneo para el caluroso tiempo que parecía beneficiar a la capital. La parte superior rodeaba mi cuello, ajustándose de un modo que el corpiño parecía tener la forma de V invertida, dejando al aire la línea de mis hombros y los brazos; la falda caía hasta el suelo, sostenida por un fino cinturón dorado que acentuaba mi cintura. Un patrón de plantas trepaba por el dobladillo, ascendiendo hasta la altura de los muslos, destacando sobre la tela y mostrando un meticuloso trabajo con aguja e hilo.
Para esconder las cicatrices de mis muñecas, la prometida de Rhydderch me había prestado dos relucientes pulseras de oro.
—Estás... —Rhydderch tuvo que aclararse la garganta, haciendo que su mirada volviera a barrerme entera—. Estás preciosa, fierecilla.
Algo dentro de mí aleteó al escuchar aquel ridículo apodo saliendo de sus labios, pero me obligué a apartar esa sensación y pensar en que no debía darle mayor importancia a sus palabras. Que simplemente estaba siendo educado conmigo, después de las dudas que parecía haber mostrado cuando Calais le confió que Cormac parecía tener un especial interés en mí.
Aquel mezquino pensamiento me ayudó a poner los pies en el suelo y dejar a un lado mis absurdas ensoñaciones.
—¿Debo suponer que eso es un cumplido? —le pregunté con helada educación—. Antes no parecías tan convencido de que hubiera podido llamar la atención de Cormac.
Estaba siendo injusta con Rhydderch. Estaba dejándome llevar por la frustración de la noche anterior, de la rabia entremezclada con tristeza que arrastraba desde que le había oído decir que mis amigos era lo único que me preocupaba... que no había cabida para nada más.
Creí ver una sombra de dolor en su expresión antes de que el asombro y el embeleso que hacía unos segundos había mostrado al verme se desvanecieran en un gesto inescrutable.
—No pretendía menospreciarte —se defendió Rhydderch—. En ningún momento fue mi intención hacerte creer que no serías capaz de llamar su atención, Verine, porque no estaría siendo sincero: podrías despertar el interés de cualquiera que se cruzara en tu camino. De eso estoy seguro.
Aquel arranque de sinceridad hizo que pestañeara con confusión y que sintiera un leve ardor en las mejillas por el halago. Una parte de mí agradeció que el príncipe fae decidiera aclarar el malentendido, desvelando... ¿Desvelando qué, exactamente? ¿Que me encontraba lo suficiente llamativa para poder atrapar la atención de príncipes e incluso reyes?
El silencio se hizo entre nosotros mientras nos sosteníamos la mirada. Los ojos ambarinos de Rhydderch estaban cargados de una extraña emoción a la que no sabía poner nombre, pero que provocó que mi corazón arrancara a latir con demasiada fuerza; el eco de sus últimas palabras continuó resonando en mi cabeza, entremezclándose con nuestra discusión de la noche anterior. En algún momento había perdido mi capacidad de comprenderle, de adivinar sus intenciones; mientras que el príncipe fae había demostrado conocerme pese al poco tiempo que nuestros caminos se habían entrecruzado... yo había terminado por perder esa habilidad. Su comportamiento, sus gestos... todo en Rhydderch me confundía.
Sus dedos se enroscaron con suavidad alrededor de mis muñecas y sus pulgares se colaron por debajo de las bonitas pulseras que su prometida me había prestado, acariciando mis cicatrices.
—Tenemos que hablar —su tono inusualmente serio me asustó.
El ambiente pareció condensarse a nuestro alrededor mientras aguardaba a que Rhydderch tomara la iniciativa respecto a ese «tenemos que hablar». Aún seguíamos estancados en la noche en que espié su conversación con Kell, ninguno de los dos había dado su brazo a torcer y nos habíamos limitados a comportarnos con helada cortesía; incluso el príncipe fae había retomado su anterior actitud de marcar las distancias.
Teníamos mucho de lo que hablar.
Observé a Rhydderch separar los labios, pero el sonido de alguien llamando a la puerta lo frenó en seco. La extraña atmósfera que nos había envuelto se rompió como si fuera una burbuja; traté de alejarme del príncipe, pero sus manos se aferraron a mis muñecas casi de manera instintiva.
—No bajes la guardia con Cormac —me susurró.
Lo miré con confusión, pero el roce de sus dedos deslizándose por mi piel me distrajo lo suficiente.
Nos separamos apresuradamente al escuchar los pasos de Calais desde nuestro dormitorio compartido, como si hubiéramos tenido un comportamiento ilícito. Rhydderch regresó a uno de los cómodos asientos y yo me quedé plantada en el sitio, sin entender muy bien todavía qué había pasado... y por qué sentía mi corazón todavía acelerado.
—¡Debe ser Cormac! —la voz de Calais llenó el silencio de la sala común, emocionada.
La prometida del príncipe caminó hacia nosotros con una expresión plácida en el rostro. Sin embargo, no se me pasó por alto la extraña mirada que le lanzó a Rhydderch, que fingió no verla; una sombra de decepción cruzó fugazmente por la cara de la joven fae, pero pronto la sustituyó una amplia sonrisa. Se dirigió hacia donde yo me encontraba detenida y me estudió de pies a cabeza; al verme presa de su escrutinio, noté los nervios burbujear por todo mi cuerpo.
—Rhydderch —llamó a su prometido—, aún no he oído tu opinión sobre Verine.
Mis mejillas se colorearon al recordar el modo en que Rhydderch se había atropellado con sus propias palabras al verme aparecer con aquel aspecto, pero el príncipe fae se limitó a levantar la mirada en mi dirección.
—Cormac se quedará mudo de la impresión al verla —fue lo único que dijo.
Su respuesta no pareció ser suficiente para Calais, quien se cruzó de brazos con aire decepcionado. El golpeteo en la puerta se repitió por segunda vez, recordándonos quién aguardaba al otro lado; la prometida de Rhydderch me susurró que estaba arrebatadora antes de dirigirse hacia la puerta principal. El príncipe, por el contrario, se incorporó con lentitud.
—Verine —me llamó a media voz.
Giré el cuello hacia él. Su anterior comentario aún flotaba en el ambiente, entre los dos.
—No bajes la guardia en ningún momento —me aconsejó—. Dicen que Cormac es idéntico a su padre.
La advertencia implícita en sus palabras caló hondo en mi interior. En Mettoloth, Taranis no había sido tan esquivo como su hermano menor, instruyéndome sobre Alastar y la comodidad que parecía sentir al continuar en el trono mientras su sobrino intentaba demostrar que estaba más que preparado para ocupar su lugar. Aún recordaba al regente recibiéndonos a las puertas de su majestuoso palacio; en un primer momento había sido la imagen del perfecto anfitrión, más que encantado de halagar a Rhydderch y Calais, pero yo había visto su imperceptible gesto cuando el príncipe fae se interesó por los avances del heredero.
A Alastar no le gustaba lo más mínimo la idea de dejar el trono en manos del príncipe Eoin. Los años que había ocupado la posición de regente parecían haberle despertado el apetito del poder que obtenía siendo el rey en funciones; no estaba segura de que quisiera renunciar a ello. No después de tanto tiempo.
Recordé la daga con la que me había obsequiado Máel Taranis antes de emprender el viaje hasta Antalye y lamenté no haberla traído conmigo. El príncipe heredero había bromeado respecto a ella, pero no sabía si había un poso de verdad en sus palabras. Un temor que pudiera hacerse realidad.
¿Estaría Cormac conduciéndome a una trampa...?
—Cormac —la cantarina voz de Calais me obligó a dejar a un lado mis pensamientos.
Rhydderch me lanzó una última mirada de advertencia, recordándome su consejo, antes de encaminarse hacia donde estaba detenida su prometida.
—¿Debo suponer que lady Verine ha rechazado mi invitación? —la alegre respuesta del príncipe se coló desde el pasillo.
Aquello me hizo reaccionar. Con paso firme, me dirigí hacia la puerta mientras que Calais se hacía a un lado para que Cormac pudiera entrar a nuestros aposentos; al igual que yo, el príncipe fae había sustituido las prendas de la mañana por un atuendo mucho más elegante.
Las predicciones de la prometida de Rhydderch se cumplieron: los ojos verdes de Cormac se abrieron de par en par al descubrirme tras Calais. Uní mis manos inocentemente mientras la mirada del príncipe me recorría de pies a cabeza con un brillo de embeleso. Las palabras de Rhydderch resonaron en mis oídos, advirtiéndome sobre las intenciones que podía guardar Cormac hacia mí.
Pero no parecía haber ningún subterfugio en el modo en que el hijo de Alastar me observaba.
—Lady Verine —Cormac se inclinó en una galante reverencia.
—Alteza —le devolví el saludo.
Con una sonrisa con la que seguramente conseguía desarmar a cualquier criatura que se le pusiera por delante, Cormac me ofreció su brazo. Un escalofrío descendió por mi espalda al dar un paso hacia él, sintiendo la atención de Calais y Rhydderch sobre nosotros.
—Permitidme que os muestre las maravillas que esconde nuestro palacio —dijo, guiñándome un ojo—. ¿Quién sabe? Es posible que descubráis que no queréis marcharos, después de conocerlo más a fondo.
* * *
Tadaaaaaa, como prometí aquí tenéis nuevo capi de Thorns
(por cierto, oléis lo mismo que yo? Aroma a celos... o a que sabe cositas de Cormac)
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