❧ 64

No fui capaz de seguir escuchando más. Con sumo cuidado, me deslicé por el pasillo hasta mi propio dormitorio; un trayecto lo suficientemente breve para que sintiera un extraño tirón en el pecho al recordar las palabras de Rhydderch y darme cuenta de que me había centrado tanto en liberar a mis amigos y saber más sobre el bloqueo de mi mente que no había pensado en qué vendría a continuación. ¿Qué pasaría si el plan del príncipe fae tenía éxito? ¿Qué sucedería cuando Altair y el resto fueran libres? Las opciones para mí eran limitadas, pero no le había dedicado ni un solo pensamiento a qué haría.

La apuesta más segura era regresar con ellos a Merain, cruzar el Gran Bosque hacia los Reinos Humanos y olvidarme de todo lo que había vivido al otro lado de la frontera, esconder mi condición a todo el mundo y retomar mi antigua vida en el mismo punto donde la había dejado; no en vano había sido mi primera elección. Sin embargo, ¿sería esa mi decisión final si la Dama del Lago lograba deshacerse del hechizo de mis recuerdos? ¿No querría descubrir quién era en realidad? ¿Quiénes habían sido realmente mis padres? ¿Tendría que mantener en secreto mi mestizaje a mis propios amigos, por temor a acabar en una sucia celda, como Orei? Las sienes empezaron a punzarme mientras volvía a rescatar las imágenes que Rhydderch había conseguido liberar del fondo de mi mente e intentaba retroceder un poco más que la noche del incendio.

En Merain había tenido problemas para conciliar el sueño. Horribles pesadillas sobre aquel momento donde mi vida había dado un giro me habían atosigado; mi mente, quizá intentando protegerme, había modificado lo sucedido, omitiendo ciertos detalles transcendentales. En ellas mi padre no mostraba su verdadera apariencia, tampoco aparecían los hombres del Círculo de Hierro... ¿Y qué había de aquellas pesadillas que no podía recordar, las que me despertaban en mitad de la noche, cubierta en sudor y sin ningún recuerdo de ellas, pero con el corazón acelerado y una extraña sensación de terror puro aferrándose a mis huesos? ¿Podrían ser fragmentos de lo que fuera que ocultara el bloqueo de mi mente?

—¿Verine...? —la dulce voz de Calais se coló desde el pasillo antes de que sus nudillos golpearan con suavidad la puerta—. ¿Estás lista?

Se me escapó un gemido bajo. Había olvidado por completo que, en mi arriesgada idea de visitar a Rhydderch, aún estaba pendiente la habitual cena familiar con el resto de miembros; Kell estaría allí aquella noche y no sabía qué esperar del príncipe extranjero tras nuestro desencuentro en los aposentos de Rhydderch.

Al ver que no respondía, Calais entreabrió la puerta lo suficiente para echar un vistazo y descubrirme merodeando cerca de la chimenea apagada. Procuré borrar de mi expresión cualquier rastro delator, pese a que la culpa se deslizó silenciosamente hacia mi estómago y el eco de la voz de Kell preguntándole a Rhy si había pensado en su prometida resonaba en mis oídos.

Desde que hubiera decidido dar la cara por mí en el patio, anunciando ante todos que me encontraba bajo la protección de la familia real, la joven fae había estado cuidando de mí, tratando de hacerme sentir cómoda... y menos sola. ¿Se arrepentiría de su amabilidad después de que la corte hubiera empezado a murmurar, convirtiéndola en el foco de todas las habladurías? No me costaba mucho imaginar qué tipo de historias habrían empezado a correr de boca en boca, convirtiéndonos en un extraño triángulo que alimentaba a los más morbosos.

Calais ladeó la cabeza.

—¿Va todo bien, Verine? —quiso saber, colándose por el resquicio de la puerta que había abierto y cerrándola a su espalda un instante después.

Mentiría si dijera que no había empezado a ver a Calais como a una amiga; incluso lady Llynora, con su mordaz sentido del humor y ese aire travieso que siempre parecía rodearla, también había logrado colarse en esa corta lista. No quería hacerle daño, no quería que ese fino vínculo que había empezado a germinar entre nosotras pudiera romperse por los rumores de la corte.

Entre Rhydderch y yo no había pasado nada, pero no podía evitar que el sentimiento de culpabilidad apareciera cuando estaba cerca de ella. Como si algo dentro de mí supiera que estaba mal que me hubiera acercado tanto al príncipe fae.

—Todo va bien —las palabras atravesaron mi garganta como rocas puntiagudas y afiladas.

En los labios de la joven fae se formó una traviesa sonrisa.

—Llynora nos acompañará esta noche —me confió como si fuera un secreto entre las dos—. Creo que quiere vengarse de Rhy por haber estado tan esquivo conmigo estos últimos días —me tendió una mano, invitándome a que me acercara a ella—. Vamos, no quiero ni imaginarme lo que estará planeando.

Con pasos inseguros, crucé la poca distancia que me separaba de Calais. Mi cuerpo dio un sobresalto involuntario cuando la fae tomó mi mano entre las suyas y la estrechó con fuerza; sus ojos verdes parecían estar diciéndome algo que no era capaz de comprender. Cuyo significado parecía escapárseme.

La voz de Kell, sus acusaciones, volvieron a aguijonearme, haciendo que la culpa que sentía en el estómago duplicara su peso. No era justo para Calais lo que estaba sucediendo y yo me sentía responsable de ello. La joven fae estaba tan enamorada de Rhydderch que estaba dispuesta a sacrificarlo todo, incluida su felicidad, por él.

—Lo siento —la disculpa brotó sola de mis labios—. Siento ser un problema...

Calais me chistó con suavidad, haciendo que mi tropel de disculpas quedara interrumpido. Ella volvió a estrechar mi mano y a dirigirme el mismo tipo de mirada que no sabía cómo identificar.

—No tienes que disculparte conmigo, Verine —me dijo, muy seria—. Y jamás creas que eres un problema.

Pareció que iba a añadir algo más, pero al final cambió de opinión.

Me dedicó una media sonrisa y entrelazó su brazo con el mío, disipando aquel ambiente que se había creado entre nosotras. La vivaz Calais volvió a ocupar su lugar mientras me conducía hacia la puerta del dormitorio, haciéndome sentir que aún quedaban muchas cosas por decir por ambas partes.

Di gracias a Calais y a su idea de traer consigo a Llynora. La presencia de su dama de compañía pareció mitigar la tensión que se instaló en el pequeño comedor privado donde la familia real se reunía cuando no tenían algún evento público; Kell y Rhydderch ya se encontraban allí, apartados y con actitud que inclinaba a pensar que estaban discutiendo entre susurros. Máel Taranis hacía reír a Llynora con algún comentario, a una prudente distancia de los otros fae, aunque el príncipe heredero no parecía perder detalle lanzándoles de vez en cuando algún fugaz vistazo. Los reyes, por el contrario, parecían compartir impresiones sobre algún asunto de la corte con el padre de Calais, quien algunas veces también compartía con el resto de la familia ese tipo de reuniones más íntimas.

Mi suerte empezó a dar muestras de haberse agotado cuando llegó el momento de sentarnos a la mesa. Tanto Calais como Llynora ocuparon las sillas de mis costados, demostrando hasta qué punto me consideraban una más del pequeño grupo que formaban; el general se sentó junto a su hija mientras los reyes ocupaban las dos cabeceras. Kell, quizá movido por un impulso mezquino, escogió la silla que había frente al sitio que yo ocupaba; Taranis se sentó a su izquierda, dejando el otro hueco —lo suficientemente alejado— para su hermano menor.

Fue una cena sumamente incómoda. Podía sentir la ardiente mirada de Kell mientras fingía llevarme comida a la boca y escuchar las anécdotas con las que Llynora y Calais trataban de llenar el silencio; notaba una molesta pulsación en las sienes, quizá causada por la tensión que me producía tener al príncipe extranjero frente a mí, lanzándome dagas con los ojos.

Mentiría si dijera que no me sentí liberada cuando el rey dio por concluida la cena y Calais anunció que estaba cansada, dándome la excusa perfecta para acompañarla y que cada una se dirigiera a su respectivo dormitorio. Acompañé en silencio a la prometida de Rhydderch por los vacíos pasillos, sintiendo cómo mis acalambrados músculos iban relajándose a cada paso que daba, alejándome del comedor privado.

Alejándome de Kell y sus punzantes ojos azules, fríos como el peor de los inviernos.

No sabía si el príncipe extranjero habría aceptado finalmente ayudar a Rhydderch con el plan para liberar a mis amigos. No sabía si Kell, al estar al corriente de las intenciones de su primo, decidiría hablarlo con el rey, echándolo todo a perder.

Me despedí de Calais en el pasillo y me encerré en mis aposentos. Gwynna ya había dejado sobre el colchón mi camisón pulcramente doblado; multitud de baúles abiertos llenaban el suelo, con algunas prendas ya guardadas para el viaje. Apenas quedaban un par de días para nuestra partida y el servicio se afanaba por tener preparados nuestros equipajes.

Cambié mi vestido de día por el camisón y regresé a la antesala, donde mi doncella también había dejado para mí la chimenea encendida. Un suspiro brotó de mis labios mientras me masajeaba las sienes, notando cómo mi cuerpo iba desentumeciéndose con cada inspiración. La intrusiva voz de Rhydderch volvió a colarse en mis pensamientos, haciéndose eco de las últimas palabras que había escuchado a escondidas: «Será libre de elegir su camino...»

De nuevo me asaltaron las dudas. No podía continuar aprovechándome de la hospitalidad de los padres de Rhydderch, sabía que todo aquel lujo y comodidades a los que me había malacostumbrado yo misma tenían fecha de caducidad; si todo salía bien —si Kell aceptaba a colaborar con nosotros— pronto Altair y el resto serían libres. El arcano sería destruido y la amenaza que suponía se desvanecería.

De manera inconsciente mis pensamientos se desviaron hacia el orbe mágico, notando un fantasmal cosquilleo en las palmas. El eco del poder que había sentido aquel día, en el bosque.

Retorcí mis manos con nerviosismo, contemplando el fuego. Si el regente de Antalye había guardado silencio en relación al arcano... ¿Qué pretendía hacer con él? En las manos equivocadas podría convertirse en un arma muy peligrosa. Un arma que podría servir para subyugar reinos enteros. Los padres de Rhydderch habían temido que Alastar pudiera estar colaborando con alguien y yo ilusamente había apuntado mis teorías lejos de los territorios de Mag Mell, pero ¿y si el aliado de Alastar se encontraba aquí? Orei había afirmado en aquella celda que era una de las buscadoras enviadas por el regente, lo que significaba que había habido más fae que habían empleado su magia para introducirse en los Reinos Humanos sin levantar sospechas y continuar con la búsqueda de aquel preciado objeto. ¿Desde cuándo llevaba Alastar en aquella arriesgada empresa? ¿Y si Altair y yo, al encontrar el arcano, habíamos acelerado sus propios planes, allanándole el camino? Había sido todo un golpe de suerte que se topara con el resto del grupo en su desesperada huida por el Gran Bosque.

El sonido de unos nudillos golpeando tres veces la puerta hizo que perdiera el hilo y mi ceño se frunciera. ¿Sería Calais? Aún no había logrado deshacerme de la sensación de que la conversación que habíamos mantenido aquí mismo, en mi dormitorio, había quedado inconclusa. Quizá hubiera decidido terminarla.

Me equivoqué por completo.

—No es un buen momento, Rhydderch —le advertí.

El príncipe fae estaba recostado contra el umbral de mi puerta, observándome con aquellos ojos ambarinos rodeados por el familiar anillo dorado que delataba su pertenencia a la Corona. Durante la cena se había limitado a intervenir en un par de ocasiones, cuando Calais intentaba unirlo a la conversación; después de haber estado discutiendo en voz baja con Kell en un rincón de la sala, no había vuelto a dar señales de ello.

Tragué saliva al pensar en el príncipe extranjero y, de manera inconsciente, me asomé lo suficiente al pasillo para comprobar que estuviera vacío. No era la primera vez que Rhydderch se plantaba en la puerta de mis aposentos a horas que podían resultar sospechosas a ojos indiscretos; era posible que algún sirviente lo hubiera descubierto, alimentando a las habladurías.

—Vas a querer escuchar lo que tengo que decirte —me contradijo, dando un paso hacia mí.

De manera inconsciente me retiré, dándole vía libre para que esquivara mi cuerpo y pasara al interior.

—Rhydderch...

—Kell va a hacerlo —me interrumpió el príncipe fae.

Me sorprendió escuchar que Kell finalmente colaboraría con Rhydderch, ayudándole a dar con un plan que pudiera ayudar a mis amigos a escapar sin que ello pudiera vincularnos a nosotros. Había sido testigo de la reticencia que había mostrado en los aposentos del príncipe, después de que Rhy le confiara los planes que guardaba de nuestra visita a Antalye. Me resultaba sospechoso que hubiera aceptado tras conseguir tener una conversación en privado, tal y como había pedido.

Observé a Rhydderch pasearse por mi dormitorio, con aire nervioso.

—¿Confías en él? —la pregunta se deslizó a través de mi lengua, poniendo voz al recelo que sentía por aquel extraño movimiento por parte de Kell.

No había tenido oportunidad de conocer en profundidad al príncipe extranjero —y ahora esa hipotética oportunidad se había desvanecido tras haberme convertido en un enemigo a sus ojos—, pero sí había podido advertir lo unido que parecía encontrarse a Rhydderch, dejando a un lado los vínculos sanguíneos. Sabía que mi pregunta había sido injusta, quizá incluso insidiosa, pero era consciente de hasta dónde era capaz de llegar la gente con tal de proteger a sus seres queridos... y tenía miedo que Kell hubiera mentido a su primo, prometiéndole su colaboración, para luego delatarle con el propósito de impedir que su plan diera sus frutos.

Una sombra de incomprensión se instaló en los ojos ambarinos de Rhydderch, sin entender por qué le había preguntado eso, demostrándome que no sospechaba de las intenciones de su primo.

—Por supuesto que confío en él —se apresuró a responder, sin duda alguna—. ¿A qué viene todo esto, Verine?

—No le gustaba... y ahora menos aún —insistí, reacia a depositar mi confianza también en el príncipe extranjero—. Ya has visto lo que opinaba de tu postura de ayudarme a liberar a mis amigos... Discúlpame por guardar mis reservas a su repentino cambio de actitud.

Rhydderch frunció el ceño.

—Confío en él —reiteró—. Y necesito que tú también lo hagas. Si queremos que esto salga bien... debemos confiar los unos en los otros.

Inspiré hondo. El príncipe fae tenía razón: la oportunidad de tener alguna probabilidad de éxito en nuestros planes radicaba en la confianza; sin embargo, una parte de mí seguía convencida de que no sería una buena idea. Que Kell posiblemente estuviera tramando algo.

—Fierecilla...

El hecho de que Rhydderch se refiriera a mí empleando aquel mote hizo que mi corazón diera un vuelco y perdiera el hilo de mis pensamientos. Había un brillo casi de súplica en su mirada, como si hubiera adivinado qué estaba pasándoseme por la cabeza; en momentos como aquél, donde parecía conocerme demasiado bien, podía sentir un extraño nudo en el estómago y cómo se me aceleraba el pulso de manera inconsciente. ¿En qué instante habíamos llegado a ese punto de conexión donde él parecía anticiparse a mí?

—Las vidas de mis amigos están en juego, Rhydderch —le advertí, cruzándome de brazos para intentar aplacar un poco el frenético latir de mi corazón—. Confiaré en Kell porque pareces estar muy seguro al confiar en él. Pero nada más —añadí.

Sería una alianza temporal que duraría el tiempo que pasáramos en Antalye. Luego nuestros caminos se separarían definitivamente y existían muchísimas posibilidades de que no volvieran a cruzarse.

Rhydderch asintió, comprendiendo mi postura respecto a su primo.

—Salvaremos a tus amigos —me prometió y mi maldito corazón volvió a darme un traicionero vuelco.

Nos quedamos unos segundos en silencio, sin saber muy bien qué decir. Intuía que la urgencia de Rhydderch de irrumpir en mi dormitorio había sido compartir conmigo la noticia de que Kell nos ayudaría, lo que significaba que no había más que añadir.

Sin embargo, sí que había algo. Al menos por mi parte.

—Rhydderch...

El príncipe me miró con curiosidad. Habían sido contadas las ocasiones en las que me había dirigido a él por su nombre, era evidente que sentía interés por lo que fuera que tuviera que decir.

—Tienes que dejar de comportarte conmigo de este... de este modo —las palabras se me trabaron cuando el eco de la voz de Kell volvió a repetirse. No había dejado de escucharla desde que regresara a mi dormitorio tras ser incapaz de seguir espiándolos por más tiempo.

—Fierecilla...

Apreté los puños contra mis costados, notando los nudillos clavándoseme en las costillas. ¿Acaso no era consciente de lo que estaba provocando? ¿Acaso no era capaz de ver lo que estaba alimentando, a todos aquellos que no habían dudado un segundo en hacerle pasar un infierno siendo niño y que estarían encantados de tener más munición para usarla en su contra? Incluso que me llamara de aquel modo...

—No, Rhydderch —le interrumpí, notando cómo la situación terminaba de sobrepasarme—. Sé lo que murmura la corte. Sé que creen que soy una retorcida humana que ha logrado embaucar de algún extraño modo a uno de sus príncipes. Sé exactamente lo que susurran a mis espaldas cuando acompaño a Calais o Llynora. Sé que lo hacen también de Calais, a quien señalan como la desdichada futura novia del príncipe que tuvo que dar su palabra para proteger a tu amante y permitir que fuera ninguneada de ese modo, teniendo que aguantar que su prometido pase más tiempo conmigo que con ella.

Tomé una temblorosa bocanada de aire. Aunque Kell no hubiera sido tan explícito al compartir con Rhydderch los rumores que habían empezado a germinar dentro de la corte, no había sido difícil. ¿A qué conclusión llegaría todo el mundo si un buen día regresara su príncipe desaparecido en compañía de una joven, comportándose de un modo tan sobreprotector con ella? Lo que se habría esperado de Rhydderch fue que me mandara de cabeza a una celda, del mismo modo que había hecho Alastar cuando atrapó a mis amigos. Sin embargo, Calais había salido en mi defensa en el patio, después de la extraña conversación que habían mantenido en aquel rincón apartado de la cueva, antes de que nos condujeran hasta Mettoloth. ¿Qué le habría dicho Rhydderch a su prometida para que ella diera su palabra, prometiéndome la protección de la familia real? Fuera lo que fuese, mi llegada había sido la primera semilla que no tardaría en dar sus envenenados frutos.

—Ni siquiera sé cómo Calais es capaz de mirarme a la cara todavía —continué bajando mi tono, ciñéndome los brazos alrededor de mi torso en actitud protectora—. Ni siquiera sé por qué sigue siendo tan amable conmigo cuando, es evidente, que soy la mayor fuente de sus problemas. Desde que llegué aquí no he hecho más que convertirla en un objetivo de las habladurías y Kell...

Un brillo de silenciosa comprensión iluminó los ojos de Rhydderch ante mi pequeño desliz, descubriéndome a mí misma.

—Nos espiaste —comprendió.

Le dirigí una mirada de disculpa, reconociendo mi error.

—Yo no soy ese tipo de mujer, Rhydderch —dije con voz ahogada—. No quiero interponerme entre Calais y tú. No quiero que vuestro compromiso se vea empañado por mi culpa. No quiero seguir haciéndole daño a ella...

—No lo entendéis —me interrumpió Rhydderch y noté un punto de tensión en sus palabras—. Mi compromiso con Calais no es asunto de nadie más que nuestro.

Su evasiva respuesta, tan parecida a la que le había dado a Kell cuando el príncipe extranjero había intentado hacerle entrar en razón, hizo que un extraño calor se prendiera en mi pecho. ¿Por qué era tan esquivo? ¿Por qué esa actitud?

—¿Pero dejar que la mujer que está enamorada de ti sufra en silencio no lo es? —contraataqué, dando un paso hacia él.

Rhydderch cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza. Un segundo después, me dio la espalda, como si no quisiera que viera su expresión.

—No lo entiendes, Verine —repitió, con voz tensa.

—¡Pues explícamelo! —estallé, extendiendo mis brazos con un gesto lleno de frustración. Conocía la historia de su compromiso, lo enamorados que parecían estar el uno de la otra y lo bien que encajaban como pareja—. ¡Explícame cómo es posible que Calais no me deteste cuando pareces tener más ojos para mí que para ella, la mujer de la que tan enamorado estás!

Rhydderch giró hacia mí con lentitud, mostrándome su gesto lívido. Supe que había llegado demasiado lejos con mis palabras cuando sus ojos ambarinos relucieron y ese círculo dorado que rodeaba su iris pareció resplandecer a causa de la magia, iluminándose.

—No es el momento de hablar de esto —dijo, haciendo un esfuerzo para que su voz sonara sosegada.

Pero yo estaba descontrolada, iracunda por su actitud. Confundida por no saber qué estaba pasando. Dolida por el hecho de que no pareciera confiar lo suficiente en mí para sincerarse de una maldita vez, por mucho que pudiera dolerme lo que tuviera que decirme al respecto.

—¡Con Kell tampoco parecía ser el momento! —le eché en cara—. ¡Nunca lo es, al parecer!

Lo único que recibí en respuesta a mis acusaciones fue más silencio... y el sonoro portazo que dio la puerta cuando Rhydderch abandonó mi habitación.

Con el eco del golpe que había dado la puerta al cerrarse, lo supe.

Supe que estaba ocultándome algo.

* * *

HELLO HELLO HELLO

Hay tanto que comentar que no sé por dónde empezar... así que quizá me comente a mí misma en ciertas partes del capi

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