❧ 6

Aquella noche nos instalaron en los barracones con el resto de guardias que estaban destinados al palacio. Nos dejaron a cada uno frente a nuestras respectivas puertas, con una pila de viejas prendas sobre nuestras manos y con la orden de reunirnos al despuntar el alba para empezar con nuestro acondicionamiento como nuevos miembros del Círculo de Hierro.

Altair nos había abandonado poco después de dejar las mazmorras, seguramente para regresar a la dulce calidez de la fiesta y poder disfrutar de un poco de normalidad tras haber estado torturando a una criatura mortífera que podía partirnos el cuello con una sola mano.

Tras sustituir mi uniforme por aquel otro, me dispuse a estudiar mi nuevo cuarto. Sus dimensiones eran un poco mayores que mi antiguo dormitorio, además de tener un par de muebles cuyo único propósito era restar algo de frialdad a aquellas cuatro paredes de piedra; también contaba con una chimenea y una ventana, como el pequeño cuchitril que poseía en los otros barracones.

Un conjunto de mantas me esperaba sobre el colchón desnudo, a la espera de que las colocara.

Ni Altair ni el rey nos había indicado si aquel lugar se convertiría en nuestro nuevo dormitorio, o si se trataba de algo temporal. Todo había sucedido de manera tan repentina que todavía me costaba creer que fuera real, en especial aquella inquietante revelación sobre la presencia de fae en nuestros reinos.

Me desplomé sobre el catre, viendo de nuevo a aquella mujer —en apariencia humana— en las mazmorras. Todo en ella gritaba que se trataba de un terrible error, que el rey y Altair estaban equivocados... pero luego, gracias al hierro, el telón había caído y la verdad había salido a la luz: todos habíamos visto sus orejas puntiagudas, el brillo sobrenatural de sus ojos y sus colmillos ligeramente afilados.

En silencio estaba agradecida a los elementos que las cosas no hubieran ido a peor y que la fae no hubiera decidido hacer uso de su magia. Había escuchado horribles historias sobre el poder de los fae, lo que provocaba en nosotros... que no teníamos forma de defendernos ante esa amenaza.

Me mordisqueé los nudillos al pensar en la frialdad que Altair había demostrado cuando había empezado a repartir órdenes, cumpliendo los deseos de su tío; era evidente que no era la primera vez que se encontraba en una situación así, quizá tampoco era la primera vez que tenía que dar ese tipo de órdenes. Un escalofrío descendió por mi espalda y casi pude saborear el pegajoso aroma férreo que inundaba las mazmorras donde la fae se encontraba retenida para seguir siendo interrogada.

Mi cuerpo dio una sacudida cuando alguien aporreó la puerta con contundencia.

Dudé unos segundos antes de ponerme en pie y cruzar la habitación. Abrí con un movimiento enérgico, topándome con un Altair de aspecto cansado; se apoyaba en la pared y sus ojos estaban apagados. Nada que ver con el lord de las mazmorras, seguro de sí mismo y demostrando al resto de reyes que estaba más que preparado para asumir el papel que su tío deseaba para él: el de futuro rey de Merahedd.

Mi primera intención fue hacerme a un lado y dejarle pasar, pero la frustración hizo que me lo pensara mejor y que decidiera quedarme plantada en mi sitio, observando a Altair con una expresión un tanto molesta.

El lord bajó la mirada al suelo con aspecto visiblemente arrepentido.

—Una disculpa no es suficiente —le advertí antes siquiera de que separara los labios para hablar.

—Estaba atado de pies y manos, Verine —trató de justificarse, y sonaba dolorosamente sincero; tanto que hizo que parte de mi enfado se evaporara al entender que tampoco había sido sencillo para él.

Con un suspiro de derrota, me aparté para que Altair entrara en aquel cubículo donde me habían instalado. De manera inconsciente me incliné para espiar el pasillo y comprobar que no hubiera ojos ajenos pendientes de cómo el futuro rey de Merahedd entraba en aquel lugar tan poco digno para alguien de su posición.

Estaba vacío.

Cerré la puerta con suavidad y descubrí a Altair ya instalado en la mesa que se encontraba pegada a una de las paredes. El lord tenía los ojos clavados en sus manos unidas, perdido en sus propios pensamientos; me deslicé con suavidad en la silla vacía que había frente a él y esperé a que regresara de dondequiera que estuviera en aquellos instantes.

Lentamente, los ojos de Altair volvieron a mí con un brillo extraño.

—¿Desde cuándo lo sabías? —le pregunté, suavizando mi tono.

Un secreto de esa envergadura, que ponía en peligro la seguridad de todos los Reinos Humanos... Un escalofrío me sacudió de pies a cabeza al recordar a la mujer que nos había engañado a todos, lo que era capaz de hacer con su magia; lo que podía llegar a hacer los que eran como ella.

Los que todavía seguían escondidos entre nosotros, cuyas intenciones eran una incógnita.

Altair retorció las manos sobre la mesa, inquieto al parecer.

—Hace meses que estamos tras la pista de los fae que han logrado penetrar en nuestros territorios —respondió a media voz.

Meses, repetí para mí misma. Meses. Debía sentirme afortunada de que su tío y él hubieran descubierto la estrategia de los fae, el modo en que podían modificar su aspecto para pasar desapercibidos entre nosotros. Ahora entendía las desapariciones inesperadas, los largos períodos de ausencia y los prolongados silencios cuando le preguntaba al respecto.

Asentí.

—La mujer de las mazmorras —dije de manera pausada, recordando el papel que había jugado al inicio y que tan cerca había estado de convencernos, antes de que el hierro la expusiera—. No es la primera fae con la que os topáis.

Era una mera sospecha, pero el modo en que el rostro de Altair se arrugó, ensombreciéndose, fue la única confirmación que necesitaba al respecto. ¿Cómo eran capaces de descubrir a los impostores? ¿Había algo que los delataba, exponiendo que no eran del todo humanos? Miles de preguntas sobre aquel turbio tema presionaron contra mis sienes mientras seguía contemplando al lord, cuyos labios se encontraban firmemente presionados.

—No es sencillo dar con ellos —reconoció y sus ojos me buscaron—. La magia les permite disfrazarse a la perfección, ocultando su verdadero aspecto... hasta que comprobamos que el hierro surtía efecto en ellos.

Fruncí el ceño. El tío de Altair había explicado al resto de monarcas que habían descubierto las triquiñuelas de los fae por la inverosímil historia donde una mujer, que había entrado en contacto con ese mismo material, había gritado de dolor ante el estupor de las personas que la rodeaban.

—Tras hacernos eco de lo sucedido con aquella mujer, mi tío dio la orden a su Círculo de Hierro para que hicieran una búsqueda exhaustiva por la capital —continuó Altair y tomó una bocanada de aire antes de agregar—: Encontraron a cuatro sospechosos de no ser humanos y los condujeron a las mazmorras.

El estómago se me agitó, a la espera de que prosiguiera con su relato sobre lo que sucedió con aquellos cuatro sospechosos que no habían logrado pasar la criba que el rey de Merahedd había encargado a su Círculo de Hierro. Las palmas de mis manos empezaron a humedecerse mientras me obligaba a mantenerme imperturbable en mi asiento.

Los ojos de Altair se oscurecieron y mi corazón pareció detenerse un segundo cuando le escuché pronunciar:

—Fue un auténtico desastre.

Un pesado silencio cayó sobre nosotros mientras mi macabra imaginación se encargaba de que me hiciera una ligera idea sobre lo que debió suceder en las mazmorras...

—Los hombres de mi tío no sabían a lo que tenían que enfrentarse —advertí un ligero temblor en sus manos unidas y una sombra cruzó su rostro al recordar—. Descubrieron lo letal que podía ser la magia, Verine, y lo que quedó de ellos... Perdimos a varios, y buenos, hombres antes de que un generoso grupo de guardias del Círculo de Hierro pudiesen reducirlos. Nos costó mucho que lo sucedido no saliera a la luz, dadas las bajas que causaron.

Tragué saliva ante las truculentas imágenes que acudieron a mi mente. ¿Cómo esperaba Altair que tuviésemos una sola oportunidad en su descabellada empresa si para lograr derrotar a cuatro de ellos habían hecho falta una gran cantidad de guardias? La seguridad y confianza que sentí en el momento —aquel maldito momento— en que acepté formar parte de todo aquel problema se desvaneció al empezar a comprender lo insignificantes que resultaríamos frente a esas mortíferas criaturas.

—No tuvimos oportunidad de sonsacarles la más mínima información —el recuerdo de aquel fracaso pareció irritar levemente a Altair; luego pestañeó, saliendo de aquella nube que le había atrapado—. Ahora tenemos una nueva oportunidad, posiblemente la última.

Porque pronto tendríamos que partir, caí en la cuenta. El propio Altair me había comunicado que dentro de una semana saldríamos de Merahedd en dirección al Gran Bosque con el propósito de internarnos en los Reinos Fae, aquellos bastiones inexpugnables. Protegidos por criaturas tan terroríficas como ellos mismos.

El rey querría obtener toda la información posible de aquella inesperada —y valiosa— prisionera para que su sobrino jugara con la pequeña ventaja de no ser un desconocedor absoluto de aquellas tierras que nos esperaban más allá del Gran Bosque, la barrera natural que separaba ambos territorios.

Volví a tragar saliva, intentando suavizar mi garganta reseca.

—No sé si estaremos a la altura, Altair —murmuré y mis uñas arañaron la madera de la mesa; mis ojos siguieron el trayecto de manera inconsciente—. Tú mismo lo has dicho: hicieron falta varios, y experimentados, hombres para poder reducirlos. Perdisteis algunos en el camino.

Ninguno de nosotros, sus amigos, podíamos considerarnos guerreros veteranos. Aún seguíamos estando en los barracones, bajo las órdenes de un estricto Erelmus; todavía debían pasar algunos años hasta que nos consideraran preparados para dejar atrás el aprendizaje y ser considerados soldados de pleno derecho. Sin embargo, y gracias al beneplácito del rey, por medio de Altair, el momento se había adelantado hasta el punto de haber sido introducidos en un cuerpo de élite como lo era el Círculo de Hierro.

La repentina calidez de las manos de Altair cubriendo las mías hizo que alzara la mirada hacia su rostro.

—Todos estos meses hemos estado trabajando, Verine —me aseguró con ferocidad—. El Círculo de Hierro ha estado entrenando, puliendo sus habilidades para no estar indefensos ante la amenaza que suponen para los humanos.

—¿Y qué hay de nosotros, Altair? —le pregunté, refiriéndome a Greyjan y el resto del grupo. Sus amigos.

No teníamos preparación; tampoco contábamos con suficiente tiempo. Mientras que los hombres que formaban parte del Círculo de Hierro habían tenido meses para entrenar después de lo sucedido con aquellos cuatro fae, aprendiendo lo que necesitaban para hacer frente a la magia con la que contaban; en cambio, nosotros...

—El capitán Pleir se encargará de aleccionarnos en este tiempo con el que contamos —me respondió.

Sus manos estrecharon las mías, pero no me transmitieron la seguridad que Altair pretendía infundirme con aquel gesto y con la idea de que uno de los hombres con mayor peso dentro del Círculo de Hierro quisiera hacerse cargo de nosotros para que no entorpeciéramos al resto de miembros que nos acompañarían en aquella travesía.

—Estaremos preparados, Verine.

Pese a los visibles deseos de Altair de quedarse conmigo el resto de la noche, le pedí que me dejara a solas, alegando que ambos necesitábamos concentrarnos en lo que realmente importaba en aquellos momentos: el interrogatorio de la fae prisionera en las mazmorras.

Una vez se marchó, volví a desplomarme sobre mi silla y enterré el rostro entre mis manos. Las sienes me punzaban con fuerza, de manera dolorosa; la conversación que habíamos mantenido, la masacre que habían causado aquellos cuatro fae y que el rey había logrado que no saliera a la luz por miedo a las consecuencias que podrían desatarse si se sabía lo sucedido.

El tiempo que llevaban guardando silencio sobre algo tan importante. Vital, incluso.

Altair parecía bastante seguro de sus —nuestras— posibilidades en la ambiciosa empresa para saber qué fue del príncipe perdido. El lord había estado dispuesto a negociar con su tío su papel dentro de la corte con tal de encontrar a su primo, si es que todavía seguía vivo... y atrapado en las garras de los fae.

Hundí mis dedos con fuerza en mis punzantes sienes.

Esperaba que tuviésemos alguna oportunidad.

* * *

I'M ALIVE. Sé que he estado un tanto -bastante- ausente de por aquí, pero he tenido movidas varias que han hecho que mi inspiración se fuera a pique y, además, estos últimos días he tenido la visita de LA GRIPE, lo que ha hecho que esa ausente inspiración pareciera haberse ido aún más lejos y que lo único que pidiera mi cuerpo fuera cama, manta y dormir.

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