❧ 56

El sonido ahogado de dos voces discutiendo a media voz atravesó la capa de dolor que parecía haberse instalado dentro de mi cabeza, abarcando desde las sienes hasta el cuello.

—Deberías haberte negado —estaba diciendo una de ellas, a todas luces femenina... y enfadada. Muy enfadada—. Por los antiguos elementos, mira a lo que te ha conducido tu gran idea.

Pasaron unos segundos antes de que me llegara la respuesta por parte de la segunda, masculina.

—La primera vez no terminó con ella perdiendo el conocimiento —protestó.

Un sonido ahogado.

—La mente de los humanos es mucho más delicada que la nuestra, Rhydderch —la voz femenina se tornó aleccionadora—. Y aunque ella pueda ser una mestiza... es evidente que su parte humana la vuelve débil a nuestra habilidad.

Continué con los ojos cerrados, fingiendo todavía estar inconsciente. El dolor seguía taladrando mis sienes, provocando que apenas fuera capaz de formar un simple pensamiento coherente. Recordaba mi petición desesperada al príncipe fae para que se introdujera de nuevo en mi cabeza, intentando ayudarme a sacar de aquel rincón oscuro lo que realmente había sucedido la noche del incendio.

Cuando intenté ir más allá... Un aguijonazo de molestia me impidió recuperar otra imagen que no fuera la del cuerpo de mi padre. Y la mancha roja que había en su pecho.

—Yo me haré cargo de Verine hasta que despierte, Calais —Rhydderch sonaba cansado y un tanto culpable. Luego vino el sonido de unos pasos alejándose—. Y... gracias. Gracias por ayudarme con todo este asunto.

Calais dejó escapar una risa baja, pero no fue feliz... ni divertida.

—Ella te importa y tú me importas, Rhy.

Unos instantes de silencio.

—A veces siento que no te merezco.

Algo se retorció en mi pecho al escuchar aquella íntima confesión por parte de Rhydderch a su prometida.

—Yo tampoco, Rhy —Calais pareció demasiado triste al pronunciar aquellas palabras—. No después de todo lo que has hecho por mí.

El tiempo se desdibujó mientras permanecía con los ojos cerrados. En algún momento tras la marcha de Calais escuché a Rhydderch moviéndose donde fuera que estuviéramos; luego colocó algo húmedo sobre mi frente. El palpitante dolor que sentía casi pareció empezar a remitir mientras el tiempo seguía su curso y yo continuaba tendida en aquella confortable superficie.

—Estamos solos, Verine —dijo entonces el príncipe fae, haciendo que mi pulso trastabillara—. No tienes por qué seguir fingiendo.

Entreabrí los ojos, notando cómo la tenue luz anaranjada que se colaba en la habitación incidía sobre ellos, levantando una leve molestia. Pestañeé hasta que mi vista se aclaró lo suficiente, haciendo que pudiera visualizar mi entorno.

Aquel lugar no era el salón donde Rhydderch me había conducido: era un dormitorio... y yo estaba sobre una cómoda cama con dosel.

Ladeé la cabeza para toparme con el propio príncipe observándome, apoyado en uno de los postes labrados. Reconocí la ropa que llevaba, pues era la misma que había usado para la fiesta de cumpleaños de su hermano mayor.

A pesar de que las preguntas martilleaban mi cabeza, escogí una sencilla:

—¿Cuánto tiempo...? —la voz raspó contra mi garganta, sonando ronca.

Aunque no fu capaz de terminar la pregunta, la ensombrecida mirada de Rhydderch fue suficiente para saber que había entendido lo que trataba de averiguar.

—Casi un día —respondió, con cautela—. No supe qué hacer en aquel momento, por lo que decidí traerte a mi dormitorio y pedir ayuda a la única persona en la que puedo confiar en palacio.

Cerré de nuevo los ojos y me hundí en los cojines que alguien había colocado para mí mientras permanecí inconsciente. ¿Qué había podido ir mal en aquella ocasión? Rhydderch ni siquiera había intentado acceder a los recuerdos más recónditos de mi cabeza, como tampoco se había acercado a aquel enorme bloqueo mágico que alguien había colocado dentro de mi mente. El príncipe fae había sido conciso a la hora de colarse en mis recuerdos.

Había ido directo a su objetivo.

¿Qué había podido fallar?

—¿Recuerdas algo, fierecilla?

La pregunta de Rhydderch sonaba cautelosa. Volví a abrir los ojos, descubriéndolo en la misma posición que le había encontrado después de abandonar mi fingida duermevela; me fijé en su rostro, en la ligera palidez de su piel y las profundas marcas oscuras que se habían formado bajo sus ojos.

—Recuerdo estar en el salón —respondí, forzando a mi memoria a rescatar imágenes de la noche anterior—. Recuerdo sentir cómo te colaste en mi mente —se me formó un nudo en la garganta—. Recuerdo esa noche. Con claridad. Luego...

—Luego ya no hay nada más —completó Rhydderch por mí.

—Sí —asentí.

Se hizo un extraño silencio entre nosotros mientras lo sucedido la noche anterior terminaba de aposentarse en mi cabeza. El incendio había formado parte de las grotescas pesadillas que me habían asaltado desde que fui conducida a Merain; luego había habido otras... otras que no era capaz de recordar, sólo el sudor frío que cubría mi cuerpo y las náuseas que amenazaban con hacerme vomitar.

—En mis pesadillas todo resultaba... distinto —murmuré casi para mí misma.

El colchón de la enorme cama se hundió cuando Rhydderch tomó asiento en una de las esquinas. Sus ojos ambarinos reflejaban algo similar a la compasión; el príncipe fae había estado allí conmigo, quedándose a mi lado cuando dimos con el recuerdo concreto que necesitaba.

—A veces nuestra propia mente trata de protegernos de hechos demasiado traumáticos —me indicó, apoyando las manos sobre su regazo y apartando la vista para clavarla en el enorme ventanal que había junto a la cama. La luz del atardecer menguaba, dejando paso a la noche.

Ninguno de los dos dijo nada durante unos instantes y yo aproveché esos segundos de silencio para darle vueltas a lo que había dicho respecto a mi mente. ¿Mis pesadillas habrían sido recuerdos distorsionados de la noche del incendio? ¿Mi propia cabeza, intentando salvarme del duro impacto de la verdad, había omitido ciertos detalles?

El estómago me dio un vuelco al recordar la voz de aquel soldado del Círculo de Hierro, a quién se había dirigido.

«Ephoras.»

Aquel hombre había estado allí. No solamente había formado parte de la masacre de Elphane, sino que también había participado en el ataque injustificado a mi padre. ¿Me habría reconocido? ¿Habría sido por ello por lo que había intentado convencer a Altair, mostrándose tan desconfiado hacia mi persona?

—Ellos fueron los responsables de su muerte —susurré, todavía intentando asimilar la imagen del escudo que llevaban esos dos soldados, el mismo que me yo misma había llevado. El Círculo de Hierro.

Cerré los ojos para contener las lágrimas que se acumularon en las comisuras, ante el silencio de Rhydderch. Había creído inocentemente que aquel fragmento que había aparecido en mis pesadillas había sido producto de mi propia imaginación, no una advertencia clara de mi pasado.

—Lo siento mucho, Verine —escuché la disculpa del príncipe fae.

Rhydderch lo había visto todo. Como una fantasmal presencia, había estado dentro de mi cabeza mientras me ayudaba a recordar con claridad lo que había sucedido la noche del incendio, permitiéndome rememorar hasta el más mínimo detalle.

Un amargo sabor empezó a extenderse por mi boca al recordar el cuerpo tendido de mi padre, las sombras de las llamas incidiendo sobre él... Desvelando algo que yo había pasado por alto hasta ahora, hasta que el poder de Rhydderch me había dado la oportunidad de verlo de nuevo desde otro prisma. Y no desde la visión de una niña asustada y confundida.

—Mi padre —dije con la voz entrecortada—. Él no era... Parecía diferente.

Porque a través de la luz anaranjada del fuego devorando la cabaña había podido contemplar la herida mortal en su pecho... y también sus orejas puntiagudas. Porque mi padre no era humano: era un fae.

La expresión circunspecta de Rhydderch al encontrarme con su mirada me dijo que él también lo había visto dentro de mi mente. El príncipe también había sido testigo de aquel detalle que había quedado al descubierto, haciendo que la conversación que había mantenido Ephoras y su superior cobrara sentido.

«Ya le has oído llamándolo ahí dentro —oí el eco del soldado del Círculo de Hierro—. Le ha dicho "papá".»

—Quizá lo hemos enfocado todo mal desde el principio —observó Rhydderch.

—Mi padre era... fae —era la primera vez que lo decía en voz alta y la verdad me golpeó con contundencia.

Forcé a mi mente de nuevo, buscando cualquier indicio en mi memoria que pudiera hacerme ver que aquel secreto siempre había estado frente a mis ojos, aunque yo no pudiera recordarlo. Indagué e indagué en los pocos recuerdos que tenía sobre mi padre, pero su apariencia en ellos siempre era la misma que había guardado de él: la de un simple humano.

—Su sortilegio quedó anulado cuando murió, mostrando su verdadera apariencia —aportó el príncipe fae, como si hubiera seguido el hilo de mis pensamientos.

—¿Por qué ocultar su naturaleza de mí? —me pregunté, cada vez más confundida sobre mis orígenes. Sobre quién era en realidad—. Era su hija.

Rhydderch frunció el ceño.

—No entiendo sus motivos, fierecilla —me respondió—. Pero quizá el responsable de la magia que hay en tu mente fuera él.

Tragué saliva con esfuerzo. En un primer momento habíamos creído que el bloqueo que existía sobre mis recuerdos, sobre la sombra de magia que había en ellos, había sido cosa de mi misteriosa madre. No obstante, a la luz de aquel nuevo descubrimiento, toda aquella teoría quedaba prácticamente descartada. ¿Y si había sido mi padre el responsable? ¿Por qué limitar mi memoria...?

¿Qué escondía aquel bloqueo en mi mente?

—Hay algo más —la seria voz de Rhydderch interrumpió la maraña de pensamientos que atravesaban mi mente en aquel momento, mientras la imagen de la verdadera naturaleza de mi padre permanecía fija, haciendo que esa nueva herida se abriera un poco más. Centré toda mi atención en el príncipe fae, sintiendo mi pulso acelerarse ante la sensación de que no iba a gustarme lo que estaba a punto de decirme—. Percibí magia en ese recuerdo, Verine. Creo... creo que al entrar en contacto con ella fue lo que hizo que perdieras el conocimiento, que no fueras capaz de soportarlo. Ese recuerdo está levemente alterado, casi protegido.

Miré a Rhydderch unos segundos.

—¿Pudiste... pudiste sentir algo? —pregunté.

El príncipe fae se removió y la culpa asomó en sus ojos ambarinos. La culpa y la preocupación.

—Lo mismo que sintió Taranis aquel día en la sala del trono —me respondió, haciendo que un escalofrío descendiera por mi espalda—: pude sentir algo antiguo en tu cabeza. Algo poderoso y antiguo bloqueándome.

Recordaba la expresión seria de su hermano mayor al pronunciar aquella palabra «antiguo». ¿Qué escondía? ¿Por qué parecía poner nerviosos tanto a Rhydderch como a Taranis?

Rhydderch se aclaró la garganta, incorporándose y cruzando las manos tras su espalda. De nuevo me fijé en su aspecto desastrado, en el gesto cansado de su rostro; el príncipe fae me había confiado que, sin saber qué hacer tras colapsar, me había conducido a su dormitorio.

—Puedes quedarte todo el tiempo que necesites —me dijo, sorprendiéndome con aquel drástico cambio de tema y con la sensación de que estaba dando por finalizada la conversación—. Nadie te molestará.

Me incorporé levemente.

—¿Alguien... alguien sabe...?

Rhydderch negó con la cabeza.

—La única persona que está al corriente de lo sucedido es Calais —era verdad, había escuchado su voz junto con la del príncipe al empezar a recuperar la consciencia—. Y se ha encargado de hacer correr la voz de que te encuentras indispuesta en tus aposentos y que no quieres ser molestada.

El eco de la suave voz de su prometida resonó en mis oídos. Ella había estado en sus aposentos, había estado allí mientras yo recuperaba poco a poco la consciencia; entre mis vagos recuerdos no encontré ningún reproche más allá de lo peligroso que había resultado que Rhydderch se internara en mi cabeza. En Merain cualquier joven comprometida en aquella misma situación habría puesto el grito en el cielo, pero Calais nunca se había comportado de ese modo.

Desde que fui conducida hasta Qangoth, la fae siempre se había mostrado conmigo con amabilidad, haciendo que la sintiera casi como a algo cercano a una amiga. Calais me había abierto las puertas de su vida con honestidad, sin subterfugios.

—Calais... ella... —mi lengua se trabó mientras intentaba preguntar si estaba molesta por ello.

Rhydderch esbozó una media sonrisa.

—Calais estaba muerta de preocupación —me contestó, negando con la cabeza antes de que su expresión volviera a su antigua seriedad—. Querrá comprobar por sí misma que te encuentras bien.

Decidí no posponer por más tiempo mi reencuentro con Calais. Rhydderch no había exagerado al indicar que «estaba muerta de preocupación»: en cuanto cruzó la puerta del dormitorio, dirigió una mirada mal disimulada de desdén a su prometido y prácticamente se abalanzó sobre la cama para comprobar por sí misma que no había quedado una sola secuela de lo sucedido la noche anterior.

Sus manos estrecharon las mías, con sus ojos verdes todavía escaneando cada centímetro de mi rostro.

—Quizá deberíamos acudir a un sanador —opinó y, aunque no había cruzado una sola palabra con Rhydderch desde que éste le había hecho llegar un escueto mensaje pidiéndole que viniera hasta allí, supe que estaba dirigiéndose en parte a él.

—Estoy bien —protesté.

Aún permanecía en la cama del príncipe, apoyada cómodamente sobre una pila de almohadas mientras Calais estaba sentada junto a mí. Rhydderch había optado por retirarse hasta el ventanal, desde donde nos contemplaba a ambas con sus ojos ambarinos pendientes de cada una de nosotras.

—Eso no podemos saberlo con exactitud —me contradijo Calais en tono aleccionador, lanzando una nueva mirada acusatoria a su prometido—. Perdiste el conocimiento, Verine. Tu mente no pudo soportar la presencia de Rhydderch y trató de protegerse de la intrusión.

Mis ojos conectaron con los del príncipe fae de inmediato. Rhydderch parecía haberse guardado para sí la verdadera causa, el hecho de que dentro de mi mente existía un poderoso y antiguo bloqueo y que algunos de mis recuerdos parecían haber sido manipulados con magia; su hermano mayor había mencionado que había algo antiguo en mí, pero nadie me había explicado qué significaba exactamente.

—¿Y cómo se lo explicaríamos? —intervino entonces Rhydderch desde su rincón—. ¿Diríamos la verdad?

Calais puso una mueca antes de que su mirada volviera a escanearme y frunciera el ceño durante su escrutinio.

—Nadie puede saber que usaste tu habilidad para colarte en su mente, Rhy —atajó su prometida, empleando un tono que no admitía réplica.

—¿Por qué? —les interrumpí, alternando la vista entre los dos—. Yo se lo pedí.

La mirada que me dedicó Calais oscilaba entre la estupefacción y la incomprensión.

—Verine, usar nuestra magia para internarnos en mentes ajenas... Es casi como una violación —trató de explicarme, agitando las manos—. Ya has podido comprobar en tus propias carnes lo que se siente. Dejar que otra persona se introduzca en una zona tan vulnerable como es nuestra mente... Por los antiguos elementos, es como darle vía libre a que pueda hacer de ti lo que quiera.

—Los fae no solemos permitir que nadie ajeno se introduzca en nuestras mentes —aportó Rhydderch—. Ni siquiera alguien de nuestra mayor confianza. En el pasado, sin embargo...

Los ojos verdes de Calais se endurecieron.

—Antes de que existieran los Reinos Fae, cuando nos enfrentábamos los unos a los otros, los prisioneros eran sometidos a torturas de este estilo —me desveló y un escalofrío me bajó por la nuca—. Era la forma más sencilla de obtener información durante los interrogatorios y de deshacerse de ellos después —hizo una pequeña pausa—. ¿Entiendes por qué nadie puede saberlo? Se rechazó de manera tajante por un motivo y, aunque se lo hubieras pedido, él tendría que haberse negado en rotundo porque lo sabía. Sabía los riesgos que existían y lo mal visto que se encuentra.

Rhydderch pareció molesto por la alusión.

—Accedí a las partes de su mente que ella me indicó —se defendió—. No fui más allá. Jamás me atrevería a hacer algo así.

El ceño fruncido de Calais se hizo más profundo cuando devolvió su mirada hacia mí.

—¿Por qué querrías que un fae accediera a tu mente, Verine? —me preguntó.

Sopesé la idea de contarle toda la verdad. Tanto Calais como el resto de la familia real estaban al tanto de mi mestizaje y ella había creído, al igual que los otros, que mi desaparecida madre había sido fae. Pero gracias a la ayuda de Rhydderch había descubierto que mis sospechas eran erróneas: era mi padre quien había resultado ser fae.

La identidad de mi madre continuaba siendo una incógnita.

¿Cómo explicarle a Calais todo aquel enrevesado asunto? La prometida del príncipe seguía observándome, a la espera de obtener una respuesta. Incluso Rhydderch parecía levemente interesado en lo que tenía que decir.

—Quería respuestas —contesté—. Respuestas sobre mi pasado.

La compasión se abrió paso en la expresión de la joven fae al creer leer entre líneas. Me dedicó una media sonrisa antes de buscar una de mis manos, estrechándomela en silenciosa comprensión.

Un nudo de algo parecido a la culpa se enroscó alrededor de mi garganta al no reunir el valor suficiente para hablarle con franqueza, pero no me veía con la seguridad de compartir con Calais el secreto que había encontrado entre mis recuerdos.

—Llynora se ha encargado de hacer creer a todo el mundo que te encontrabas indispuesta —me confió y yo agradecí en silencio que no siguiera insistiendo en el tema. Calais siempre había sido muy respetuosa y nunca me había presionado—. Incluso los reyes la creyeron. Nadie sospecha nada... excepto, quizá, Taranis —esto último lo dijo mirando a Rhydderch.

La simple mención de su hermano mayor hizo que una sombra cruzara la expresión del príncipe fae.

—Aunque no creo que esté muy interesado en comprobar la veracidad de la historia de Llynora en estos momentos, Rhy —agregó Calais, bajando la mirada—: tu padre está preparando una comitiva para que viaje hasta Antalye.

* * *

Antes de desmigajar el capítulo me gustaría ponerme un poco seria.

Soy consciente de mis desapariciones, de que algunas veces puedo llegar a ser muy inconstante con mis actualizaciones. Lo sé y me disculpo por ello; desde hace años que sufro de ansiedad pero, en estos dos/tres últimos la situación se me ha empezado a ir un poco de las manos. Los cambios drásticos, nuevas responsabilidades, presión por la puñetera vida de adultos y mi peor enemiga, esa vocecita dentro de mi cabeza que no se calla, son lo que a veces me llevan hasta el límite. De ahí que pare en seco, de ahí que no sea capaz en ocasiones ni de teclear una sola línea de mis historias; de ahí que a veces desaparezca de la nada.

Por eso quiero daros las gracias a esas personitas que son comprensivas, que entienden que, quizá, si no he actualizado es por algún motivo de peso y saben esperar, respetando mi espacio y tiempo. A las otras personas, las que se quejan y en ocasiones pueden llegar a ser un poco rudas solamente decir: escribo por pasión y lo comparto aquí porque me apetece, de forma altruista y sin esperar nada a cambio. Nunca he pedido o exigido votos o comentarios para actualizar; no me llevo nada cada vez que subo un capítulo, lo hago por el simple gusto de hacerlo, de compartirlo. Quizá es el momento de tomar un instante y hacer un poquito de retrospección interior, o de tener un poquito de empatía con la persona que está al otro lado de la pantalla.

Resumiendo: desaparezco por necesidad, no por gusto. Y otra cosa: priorizad vuestra salud mental, no dudéis ni un segundo.

Ahora que he dejado esto claro, pasemos al capítulo:

¿Alguien se esperaba este giro respecto al padre de Verine?

¿Fue él realmente el responsable del bloqueo de la mente de Verine?

¿Qué quiere decir Rhy y Taranis con antiguo?

¿Alguna teoría sobre lo que viene próximamente?

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