❧ 45
Una mueca se formó en el rostro de Rhydderch al escuchar cómo la fae se había dirigido a él, como si aquel título le resultara... molesto, o quizá un tanto irritante. En mis oídos aún resonaba el eco de la voz de la fae, haciendo que mi pulso se disparara y la cabeza empezara a darme vueltas a causa de la confusión.
«Príncipe.»
Me negaba a creer que aquel fae con el que había estado viajando, el que me había pedido que confiara en él, pudiera tener sangre real corriendo por sus venas. Ser un maldito príncipe. Durante unos segundos esperé que Rhydderch lo negara, que se defendiera de aquella revelación... o hiciera gala de su habitual y afilado sentido del humor, pero la actitud del fae —su palpable silencio— gritaba a los cuatro vientos lo evidente: la chica no estaba mintiendo.
Rhydderch pertenecía a una de las familias reales que gobernaban los Reinos Fae.
Las rodillas empezaron a temblarme, amenazando con hacerme caer, cuando el peso de aquella verdad pareció aposentarse sobre los presentes, sobre el espacio de la cueva, que parecía haber empequeñecido. El fae con quien Rhydderch se había enzarzado en una apabullante disputa parecía casi aburrido, pues observaba al príncipe con los brazos cruzados y una postura que delataba lo mucho que deseaba dar por finalizada aquella persecución. Cuando Rhydderch ladeó la cabeza para clavar su ambarina mirada en la fae vi que había un poso de oscuridad en sus ojos, una sombra que nunca antes había estado ahí.
—Puedo hacerlo, Calais.
La chica dejó escapar una recatada risa.
—Más vale que lo hagas —le respondió—. Quizá podrías empezar por... esto.
Trastabillé cuando Calais hizo que diera un par de pasos. La expresión de Rhydderch parecía controlada, pero eran sus ojos lo que verdaderamente delataba que todo se trataba de una fachada: la alarma había aplacado la oscuridad que había cubierto su mirada segundos antes.
—Ella es...
—Ella es una humana, Rhy —completó Calais, exasperada—. Por los antiguos elementos, ¿en qué estabas pensando?
—En nada decente, al parecer —escuché que mascullaba el fae de cabellos rubios con aspecto de estar aburrido.
Un chispazo de molestia incendió los ojos de Rhydderch, quien desvió toda su atención hacia él. Calais lanzó un siseo de advertencia, poniéndose a mi altura; un escalofrío bajó por mi nuca al atisbar zarcillos de oscuridad enredándose entre sus dedos.
—Suficiente, Darlath —le advirtió la fae, en tono admonitorio, antes de dirigir de nuevo su mirada hacia Rhydderch—. ¿Eres consciente de lo que supone que una humana esté...?
—Ella es mi prisionera —la interrumpió el príncipe.
Calais no pudo ocultar su sorpresa, al igual que yo. El sabor amargo de la bilis inundó mi boca al recordar mi maldita promesa, la vana esperanza que había guardado de no arrepentirme después de haber pronunciado aquellas demoledoras palabras, donde le aseguraba a Rhydderch que confiaba en él. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? ¿Cómo podía haber estado tan ciega? La amabilidad de los días pasados, la súplica antes de vernos emboscados en aquella cueva... Todo había sido una lograda actuación por parte del fae para hacerme olvidar lo que acababa de compartir con los otros: era su prisionera.
Darlath ladeó la cabeza, estudiándome de pies a cabeza. Sus ojos, de un azul tan oscuro que casi podían confundirse con el púrpura, me provocaron un ramalazo de desconfianza instantánea.
—No tiene el aspecto de una prisionera —observó, haciendo sonar las piezas de su armadura cuando descruzó los brazos.
La mandíbula de Rhydderch se tensó, delatando lo poco que le gustaba el fae de cabellos dorados. Me pregunté cuál sería su historia, la de todos ellos; a juzgar por la cercanía con la que Calais se había dirigido a Rhydderch desde que apareciera, no se trataba de una simple subalterna cumpliendo órdenes.
—Suficiente, Darlath —repitió Calais, menos amable que antes. El chico se encogió de hombros con aire indolente—. Rhy, te necesitan en casa.
El interpelado dejó escapar una risa cáustica, ignorando la punzante mirada que le dirigió Darlath.
—¿En serio? —preguntó con un tono lleno de incredulidad—. Pensé que todo el reino estaba volcado en los preparativos del cumpleaños del heredero.
Siseé cuando los dedos de Calais se clavaron con mayor fuerza en mi brazo. Al escuchar mi queja, la fae relajó el agarre inmediatamente, lanzándome una fugaz mirada de disculpa que pensé que era producto de mi imaginación.
—Han llegado noticias... a la capital —Glyvar habló con cautela, eligiendo con cuidado sus palabras.
—Tienes que volver con nosotros, Rhy.
—Y la humana, también —apostilló Darlath, señalando lo evidente.
❧
Calais me dejó en manos de Glyvar mientras cruzaba la distancia que le separaba de Rhydderch y casi lo arrastraba a un rincón, buscando algo de privacidad. Darlath se unió a Glyvar, visiblemente contrariado por la mirada que había recibido por parte de su prima cuando pasó por su lado.
Observé cómo Calais gesticulaba de forma airada mientras Rhydderch lo hacía de un modo mucho más calmado. Por la mirada que compartieron Glyvar y Darlath, supe que eran capaces de escuchar sus susurros... y que no auguraba nada bueno. La mano del fae más fornido continuaba apresándome como un grillete, manteniéndome siempre cerca para vigilar que no tratara de escabullirme de nuevo; Darlath, por el contrario, tamborileaba los dedos sobre el pomo de la espada que llevaba colgada en el cinto.
Sus extraños ojos me pillaron contemplando el arma y sus labios formaron una sinuosa sonrisa.
—No eres una cosita bonita que ha acabado por error en el lado equivocado del bosque, ¿verdad? —me preguntó, divertido—. He visto que sabes cómo defenderte.
Apreté los dientes, tragándome mi respuesta.
Darlath extendió su brazo y sus nudillos rozaron la curva de mi pómulo, resiguiendo la línea de mi mejilla. Aquel contacto hizo que mi piel se erizara y que todos mis músculos se pusieran en tensión.
—Estoy deseando escuchar tu historia —susurró.
Como si los antiguos elementos hubieran decidido jugar a mi favor, Calais eligió ese mismo instante para regresar del rincón donde había arrastrado a Rhydderch. El otro no tardó en seguir sus mismos pasos, visiblemente consternado; su mirada se afiló al descubrir a Darlath tan cerca de mí, tocándome de ese modo.
—Nos marchamos —anunció Calais, sonando molesta. La conversación entre ambos no parecía haber terminado bien—. De inmediato.
Mis ojos buscaron de manera inconsciente las monturas de los tres fae al salir de la cueva, preguntándome con quién de ellos tendría que viajar. La incomprensión se abrió paso en mi interior al ver el claro del bosque completamente vacío, sin ningún animal cerca. Incluso la torrencial lluvia que nos había empujado a guarnecernos en aquella cueva se había desvanecido, dejando en su lugar un insultante cielo raso. Calais, quien parecía haber adoptado el papel de líder del grupo, tomó una bocanada de aire; la oscuridad empezó a manar de su cuerpo en leves oleadas que consiguieron poner mi vello de punta.
Una sensación de pánico se extendió por mi cuerpo al ver que con Glyvar y Darlath estaba sucediendo lo mismo.
—No sabemos cómo la magia puede afectar a la humana —la voz de Rhydderch rompió la quietud del bosque, obligando a Calais a abrir los ojos—. Quizá deberíamos viajar al modo tradicional.
La fae desestimó la propuesta del príncipe con un firme gesto negativo de cabeza.
—Nos arriesgaremos —sentenció, haciendo que la oscuridad volviera a emanar de su cuerpo—. No podemos permitirnos perder un solo segundo.
Las alarmas saltaron en mi cabeza cuando Glyvar me arrastró hasta que quedé frente a él. Su brazo se cerró alrededor de mi cintura con la misma férrea firmeza que había empleado para retenerme momentos antes; todo a nuestro alrededor se fundió en el oscuro telón de su magia oscura, rodeándonos hasta que no quedó más que aquellas tinieblas.
El grito que brotó de mi garganta fue engullido por la oscuridad...
Antes de que nos devorara y sintiera que la tierra se hundía a nuestros pies.
❧
No supe si habían pasado horas o simples segundos después de que el vacío que nos había tragado nos escupiera, haciendo que la cegadora luz del sol incidiera sobre mis ojos. Un cúmulo de sonidos me rodeó, desorientándome durante unos segundos, mientras mi mente intentaba procesar lo sucedido. ¿Había funcionado? ¿La magia había conseguido... transportarnos?
Un jadeo ahogado brotó de mis labios cuando logré atisbar lo que parecía ser el patio interior de un castillo. El torbellino de voces aumentó de volumen, haciendo que me tensara al intuir difusas figuras acercándose hacia nosotros a toda prisa.
—¡Lady Calais!
—Ha conseguido encontrarle...
—¡Es el príncipe...!
—¡Avisad a los reyes de su llegada...!
Mi cuerpo se movió de forma inconsciente cuando un par de manos me aferraron por la espalda, alejándome de Glyvar. Golpeé los antebrazos de mi asaltante, pillándolo desprevenido; pivoté sobre la punta de mis pies y luego giré para lanzar una patada hacia su muslo. Con la vista aún ligeramente borrosa, apenas podía ver con claridad a quién me enfrentaba, moviéndome casi por instinto. Me transformé en una criatura salvaje que se defendería con uñas y dientes, que no se entregaría con facilidad a un nuevo cautiverio.
Oí voces ahogadas rodeándome, sombras acercándoseme para cortarme cualquier oportunidad de huida. Me recordé que aquellas criaturas, aquellos fae, contaban con una ventaja que yo no poseía: magia. Cualquiera de ellos podría hacer uso de ella, invocando cualquier elemento para emplearlo como arma.
—¡Basta! —exclamó una familiar voz masculina.
Me quedé paralizada al reconocer a Rhydderch a unos metros de distancia, haciendo uso de su autoridad. Pestañeé furiosamente hasta aclarar mi visión, descubriendo al príncipe interponiéndose en el camino de los fae que se habían acercado al vernos aparecer allí; Glyvar y Darlath esperaban en un segundo plano, observándome con expresiones parejas de recelo y cautela, con sus cuerpos en tensión. Calais se alejó de su primo y el fae fornido, dirigiendo sus pasos hacia donde yo estaba paralizada, con los puños cerrados y listos para lanzar el siguiente golpe. Mi cuerpo protestó ante la tensión, recordando mis viejas heridas, pero la adrenalina era un poderoso combustible en mi interior que alimentaba el fuego de mi determinación a no dejarme atrapar.
Al ver que la fae se me acercaba, retrocedí de manera inconsciente un paso. La mirada de Calais se suavizó y alzó ambas manos con las palmas hacia fuera en un gesto que pretendía hacerme saber que no iba a hacerme daño; incluso sus labios se curvaron en una tentativa sonrisa.
—¿Verine? —el sonido de mi nombre saliendo de su boca hizo que me tensara aún más y levantara un poco más mis puños cerrados en un gesto reflejo—. Verine, tranquila: nadie va a hacerte daño.
No obstante, dejé que se acercara. Había algo en su voz, en su postura, que hacía que me inclinara a pensar que estaba diciendo la verdad; el resto de fae que se habían visto atraídos por nuestra repentina llegada continuaba inmóviles a nuestro alrededor, incluso Rhydderch parecía haberse quedado clavado en su sitio. En sus ojos de color ámbar me encontré con una silenciosa petición.
Una súplica.
Pero yo sabía que ya no podía confiar en él.
Desvié de nuevo mi atención hacia Calais, que cada vez se encontraba más y más cerca de mí.
—He hablado con el príncipe —me explicó, hablándome como si fuera un animal peligroso—. Me... me lo ha explicado todo, Verine.
—No voy a permitir que me encerréis —le advertí, tensando mis músculos otra vez—. Lucharé hasta mi último aliento si es necesario.
Algo parecido a la aprobación y el respeto relució en los ojos verdes de Calais al escucharme hablar.
—Nadie va a encerrarte —me aseguró, empleando otra vez ese irritante tono suave—. Vas a venir conmigo a mis propios aposentos, pediré que te preparen un baño caliente y luego podremos hablar con más calma...
No entendí el cambio drástico de Calais, el hecho de que en aquel breve lapso de tiempo hubiera decidido... ¿Decidido el qué? ¿Apiadarse de mí? ¿Tratar de engañarme como lo había hecho Rhydderch? La expresión de la fae se suavizó, quizá intuyendo mis pensamientos. Mi recelo a bajar la guardia, a pesar de haber empleado la baza de Rhydderch.
—Puedes confiar en mí —agregó, dedicándome una amable sonrisa.
Una amarga carcajada brotó de mi garganta. El príncipe fae me había hecho una petición similar y yo había cometido el error de hacerlo, creyendo en su palabra; caí en esa misma trampa una vez, no volvería a suceder de nuevo.
Retrocedí un paso, alejándome de Calais. El resto de fae que estaban en aquel patio donde la magia nos había conducido permanecía al margen, rodeándonos. Mis ojos empezaron a buscar con desesperación una vía de escape, algún espacio por el que poder colarme. Mi esperanza de huir se negaba a apagarse, a pesar de encontrarme rodeada por aquellas mortíferas criaturas y su magia.
—¿De verdad me crees tan estúpida? —mi voz chirrió al hablar—. No puedo confiar en ninguno de vosotros.
Por encima del hombro de Calais creí ver a Rhydderch observarme con un brillo dolido, entendiendo el mensaje implícito en mis palabras. No me importó lo más mínimo, quizá se tratara de una nueva actuación por su parte. ¿Acaso no había estado haciéndolo todos aquellos días? Al igual que Morag, Rhydderch había demostrado tener habilidades innatas para hacerme bajar la guardia lo suficiente para entregarle parte de mi confianza. ¿Y de qué me había servido?
Era prisionera, de nuevo.
Y había descubierto que ese maldito fae de ojos ámbar era un maldito príncipe.
—Fierecilla...
Mi mirada se disparó hacia él, que había tenido la osadía de situarse junto a Calais. No se me pasó por alto la fugaz sombra de desconcierto que cruzó los ojos verdes de la fae al escuchar a Rhydderch pronunciar ese ridículo apodo con el que lograba sacarme de mis casillas.
Apreté los dientes con rabia e hice un aspaviento para señalar mi alrededor, los fae que continuaban contemplándonos desde distintos puntos del patio.
—Mirad a dónde me ha conducido creer todas y cada una de las mentiras que han salido de vuestros labios, Alteza —escupí su título con resentimiento. La línea de la mandíbula del príncipe se tensó y yo sentí un pellizco de satisfacción—. ¿Qué garantía tengo de que lo próximo que digáis no me conduzca de cabeza a una de vuestras celdas?
Calais dio un paso hacia delante, para sorpresa de todos.
—Mi palabra.
Un coro ahogado de voces llenas de incredulidad se alzó por aquel espacio abierto. Incluso Glyvar y Darlath, que aún permanecían en un segundo plano, parecieron alarmados por lo que acababa de decir.
—Te doy mi palabra de que nadie va a hacerte daño —reiteró la fae y su voz se extendió por todo el patio, el ambiente se enrareció ante aquella declaración—. Ahora estás bajo nuestra protección.
Entrecerré los ojos, diseccionado todas y cada una de sus palabras. Era evidente que la promesa que había hecho había tenido algún impacto en el resto de fae, a juzgar por las reacciones y las expresiones de los que nos rodeaban. Especialmente las de Glyvar, Darlath y el propio príncipe.
Calais terminó por eliminar la distancia que nos separaba en un par de elegantes zancadas. El pánico se extendió por mis extremidades al tenerla tan cerca, pero la chica se limitó a colocar una mano sobre mi hombro. La sonrisa aún seguía curvando sus bonitos labios, resaltando aún más su visible belleza.
—La palabra de un fae sólo es superada por un juramento de sangre. He anunciado ante todos estos hombres y mujeres que te encuentras protegida por la Corona, nadie en su sano juicio se atreverá a ponerte un solo dedo encima. No si quieren mantener las cabezas sobre sus hombros.
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral al distinguir la amenaza velada.
❧
Calais me sacó de aquel extraño patio en el que habíamos aparecido ante las atentas miradas de los otros fae. Apenas tuve tiempo de fijarme en ellos, ya que mi visión pareció emborronarse mientras dejaba que la joven me condujera hacia el interior de lo que supuse sería el castillo; el corazón arrancó a latirme con violencia cuando me vi en un vestíbulo exquisitamente lleno de distintos tapices que parecían emular distintas escenas de su propia historia.
Calais nos hizo atravesarlo hasta alcanzar unas discretas escaleras que no tardé en reconocer como las que usaba el servicio, tan escondidas como las que había visto en el castillo de Merain. Tres pisos después desembocábamos en un cálido y abierto rellano con grandes ventanales cuyas vistas me robaron el aliento.
Una ciudad.
Mis pies tropezaron mientras me perdía en esa imagen, tan distinta a la que las historias de algunos borrachos en las tabernas que frecuentábamos habían dado forma en mi mente. Calais me dirigió una sonrisa de comprensión, como si supiera qué era lo que me había abstraído de ese modo.
—Mettoloth —me explicó, refiriéndose a la ciudad que se extendía hasta más allá de donde alcanzaba mi vista—. La brillante capital de Qangoth, el Reino del Nexo.
Algo dentro de mí se retorció al escuchar dónde estaba. Aquel lugar era uno de los tres Reinos Fae, pero no el que poblaba casi todos los morbosos susurros que corrían de boca en boca junto al alcohol.
Un molesto pitido se instaló en mis oídos, acompañado por una dolorosa presión en mis sienes. Ahora que la adrenalina se había esfumado, podía percibir aquella extraña corriente en el ambiente; aquel cosquilleo que estaba erizándome el vello de la nuca, tan familiar...
Magia.
Al igual que en el Gran Bosque, el aire que nos rodeaba estaba plagado de ella, envolviéndonos en su embriagadora presencia.
Apenas fui consciente del resto de nuestro trayecto hasta que Calais nos hizo detenernos frente a dos puertas grabadas con flores que abrían sus pétalos y ascendían hasta el marco superior. Con un ligero empujón, las hojas se deslizaron, mostrándonos lo que nos esperaba al otro lado.
Sus aposentos.
La fae me invitó con un gesto a que atravesara el umbral, con una sonrisa jugueteando en sus comisuras. El aire escapó de mis pulmones de golpe al contemplar el interior de aquella antesala; a pesar de no conocer en absoluto a Calais, cada palmo de aquella habitación delataba que eran suyos: una suave alfombra que parecía representar rosales entrelazándose cubría la piedra del suelo; las paredes estaban forradas de madera oscura, con pequeños detalles florales tallados; un cómodo juego de divanes estaba situado cerca de un acceso abierto a la terraza y, al fondo, un par de puertas cerradas conducían al dormitorio propiamente dicho. Me fijé en la seguridad de la fae al moverse en el interior de aquella habitación, entornando las puertas principales y dirigiendo sus pasos hacia un discreto cordel que colgaba en un rincón, y recordé su inesperada promesa sobre mi protección allí.
¿Quién era Calais en realidad?
Aquella habitación gritaba a los cuatro vientos que la fae no pertenecía a la baja nobleza, como tampoco a una familia acomodada. Y el hecho de que hubiera hecho mención a la Corona... ¿Sería ella una princesa? La estudié con ojo crítico mientras Calais hacía sonar una campanita al tirar del cordel, buscando cualquier parecido con Rhydderch que pudiera delatar su parentela.
Ella se giró entonces hacia mí, como si hubiera sido capaz de escuchar mis pensamientos.
—Debido a las inesperadas circunstancias de nuestro primer encuentro no hemos tenido oportunidad de presentarnos de manera formal —de nuevo las dudas me asaltaron al ver el modo en que hablaba, su postura. La teoría de que era un miembro más de la familia real cobró fuerza—. Soy Calais.
—Verine —respondí, sintiéndome estúpida un instante después.
La fae ladeó la cabeza, estudiándome con atención. El silencio se hizo entre las dos mientras nos contemplábamos la una a la otra, sin saber qué más decir; a pesar de su agradable presencia, de su promesa de protegerme, no podía permitirme bajar la guardia. No del todo.
No podía confiar en aquella preciosa fae de ojos verdes.
No volvería a cometer ese mismo error.
—¡Calais...!
Las puertas principales se abrieron de par en par, sobresaltándome. Una fae de edad similar a la de la propia Calais atravesó la entrada, haciendo ondear las faldas de su vestido y su largo cabello negro azulado; retrocedí de manera inconsciente, tensándome ante la presencia de la desconocida.
Calais, no obstante, le dedicó una amplia sonrisa.
—Lady Llynora —la saludó, desviando la mirada unos segundos en mi dirección en un gesto que, supuse, era para advertir a la recién llegada de que no estaba sola.
La recién llegada no pareció registrar la advertencia por parte de su amiga, a juzgar por la cercanía con la que había pronunciado su nombre, ya que hizo un aspaviento con ambas manos y exclamó con exagerado dramatismo:
—¡Una humana! ¿En qué estabas pensando para prometerle tu protección a una simple humana? —tomó aire, llevándose una mano al pecho—. Ha sido idea del príncipe, ¿verdad? No tenía suficiente con desaparecer de nuevo, también tenía que empañar la celebración de su hermano con su...
—Llynora —la interrumpió Calais, con una mirada de advertencia—, me gustaría presentarte a nuestra invitada.
La fae de cabello negro azulado se giró lentamente hacia mí, con una expresión de mortificación absoluta.
—Ella es Verine.
* * *
CALAIS NO SABES EL TIEMPO QUE ESPERABA QUE APARECIERAS REINA
Por favor, pido que todes finjamos que NO sabíamos que Rhydderch era el príncipe menor de Qangoth (y cuyo reino no es la primera vez que leemos, jejejejeje)
Estoy emocionada porque estamos metiéndonos de lleno por fin en los Reinos Fae y en un trame de la historia donde se va a ver con cuál otra historia se encuentra entrelazada de un modo más directo muahahahaha
Llynora también es un amor de persona, aunque su primera aparición oficial no haya sido con muy buen pie, que digamos...
Ahora las preguntitas de rigor:
¿Impresiones de Calais?
¿Qué papel creéis que tendrá en el futuro?
¿Quién puede ser?
¿Teorías por dónde van a ir los tiros ahora que Verine ha sido arrastrada a uno de los Reinos Fae?
¿Se apagará la tensión que parecía existir entre Rhy y Verine?
¿QUIÉN TIENE GANAS DE CONOCER AL HERMANO MAYOR?
Nos leemos <3
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