❧ 40



Lo primero que pensé, atrapada en aquella negrura que me había tragado tras comprender que mi fin había llegado, era que el Otro Lado era demasiado cálido. Había oído las historias que contaban del lugar donde cruzaban las almas que abandonaban nuestro mundo, las distintas versiones que corrían de boca en boca para tranquilizar a los destrozados dolientes cuando perdían a un ser querido... Jamás hubiera imaginado que estuviera tan vacío y que sintiera aquella calidez.

Creí que me reencontraría con mis padres, que ellos estarían allí esperándome con los brazos abiertos, felices de poder reunirnos después de tanto tiempo estando separados.

Pero estaba sola.

Una inesperada calidez casi agobiante pareció aferrarse a mis huesos, aumentando la que me había recibido con los brazos abiertos, al igual que un extraño peso sobre todo mi cuerpo. Traté de mover uno de mis brazos en la oscuridad, consiguiendo que una oleada de dolor me recorriera desde la muñeca hasta el hombro; en algún punto de aquel lugar donde había terminado creí escuchar un sonido. Un crujido.

Entonces abrí los ojos de golpe.

La oscuridad en la que había estado sumida dejó paso a un paisaje que me dejó confusa: una pared de piedra. Debía estar en el interior de una cueva... con mi corazón aún bombeando, con mis pulmones aún funcionando.

Viva.

Pestañeé un par de veces para desprenderme de los últimos restos de la inconsciencia en la que había estado sumida después de que aquella violenta corriente de agua me tragara, llevándome consigo y alejándome de Altair. Estudié mi entorno con mayor atención, sintiendo cómo mis sentidos terminaban de despertarse, poniéndose alerta; me fijé en los detalles que me rodeaban, descubriendo que alguien —mi salvador, al parecer— me había envuelto en unas pesadas mantas que me ayudaban a mantener el calor... y que algunas de las prendas de mi uniforme se habían desvanecido.

Traté de tantear la camisa interior que había llevado bajo la ceñida y reforzada chaqueta y sentí un breve acceso de alivio al comprobar que los pantalones seguían en su sitio, no así con las botas. Aferré el cúmulo de mantas que cubrían mi entumecido y dolorido cuerpo, apartándolas con un enérgico movimiento e incorporándome de golpe.

La cabeza me palpitó con violencia ante mi osadía, arrancándome un gemido dolorido que atrajo la atención de la persona que había estado vigilando mi sueño desde las sombras de la cueva. Una sombra alargada pareció moverse al borde de mi campo de visión, agitando una bola de nervios en mi estómago.

No fui consciente hasta ese instante de la firme cuerda que rodeaba mis muñecas... y de la identidad de mi salvador.

Era un joven que parecía rondar mi edad, quizá con una pequeña diferencia de un par de años. A la mortecina luz que emanaba de una precaria hoguera, contemplé su apuesto rostro; sus afilados pómulos, la rectitud de su nariz... y sus carnosos labios, bordeados por una ligera sombra de barba.

Su cabello, una mezcla de distintos tonos de rubio, estaba recogido con una cinta de cuero sobre su nuca, dejando que algunos mechones rebeldes cayeran sobre sus sienes, ligeramente enroscados por los extremos.

Y luego estaban sus ojos. Aquellos ojos que parecían de un hipnótico color ambarino que me erizó la piel... en especial por el anillo que rodeaba la pupila, de un intenso tono oro que no hacía más que resaltar su mirada.

Por no hacer mención de las puntas afiladas de sus orejas, otro signo de la verdadera naturaleza del muchacho que se alzaba frente a mí y me observaba con aquella intensidad. ¿Habría sido él quien invocó aquel torrente de agua? ¿Dónde estaba el resto de su grupo? El pánico se extendió por mis extremidades cuando me planteé la siguiente pregunta: ¿habrían atrapado a mis amigos?

Consciente de la desventaja que suponía para mí tener las manos completamente atadas, evalué mis pocas opciones, sintiendo la adrenalina corriendo por mis venas como un chute de energía más que necesitado.

El fae era alto, supuse que me sacaría unos buenos quince centímetros de diferencia, y su cuerpo delataba que no era un simple campesino que se hubiera internado en el bosque buscando sustento. Aquel tipo estaba entrenado y sería un duro rival a abatir si quería huir de allí.

Ladeó la cabeza, provocando que la trémula luz de las llamas incidiera sobre sus ojos, resaltando el anillo dorado que bordeaba su pupila. Era la primera vez que me topaba con un fae cuya mirada presentara aquel distintivo y extraño círculo de distinto color, pues ninguno de los otros fae que se habían cruzado en mi camino los tenían. ¿Qué significaba...?

Dejé de divagar cuando le vi dar un paso hacia mí, haciendo que me tensara. Su comisura izquierda tembló, pero no llegó a moverse.

—Has despertado.

Su ronca voz hizo que todo el vello se me erizara.

Fingiendo una seguridad que no sentía en absoluto, doblé mis piernas y apoyé mis antebrazos sobre las rodillas mientras nos sosteníamos la mirada el uno al otro. Las preguntas, los temores y el pánico a la idea de que Altair no lo hubiera logrado no dejaban de martillearme en mi mente.

—¿Esperabas que no lo hiciera? —le espeté de malos modos.

El fae dejó escapar una risotada baja, aumentando la tensión de mi cuerpo.

—En tal caso no habría salvado tu vida ahí fuera, ¿no crees? —repuso, cruzándose de brazos. Luego me recomendó—: No deberías hacer movimientos bruscos, sigues convaleciente.

Con una sonrisa irónica bailando en mis labios alcé mis muñecas unidas por una firme y tensa cuerda.

—¿Salvado? —repetí con fingida incredulidad, ignorando lo último que había dicho—. Me has atrapado, me has convertido en tu prisionera.

Aún no terminaba de entender los motivos que le habían empujado a salvarme de la corriente, y la idea del arcano pasó fugazmente por mis pensamientos. Tanto Altair como yo nos habíamos preocupado de mantener en secreto aquel objeto de incalculable valor pero ¿y si alguno de nuestros perseguidores nos habían estado espiando entre las sombras? La noche anterior —¿había sido la noche anterior? Ahora no estaba tan segura— mi amigo me había devuelto durante unos instantes el arcano para que intentara salvar la vida de lord Ephoras.

El fae desvió la mirada hacia la cuerda que rodeaba mis muñecas, aprisionándolas. Mi estómago dio un violento vuelco al ser consciente de que también había retirado las muñequeras que siempre había usado y que habían servido para esconder mis cicatrices. Aquel trozo de mi pasado que no se desvanecería nunca; un continuo recordatorio de lo que sucedió en aquel mismo bosque dieciséis años atrás.

—Eso solamente es una precaución —me aclaró, refiriéndose a mi improvisado amarre.

—Una precaución, por supuesto —me burlé a media voz, casi para mí misma.

Nuestra conversación parecía divertir al fae, lo que no hizo más que avivar las brasas de mi ira. Entrecerré los ojos mientras un racional eco dentro en mi cabeza me recordó que esa criatura que se alzaba a unos metros de distancia podía acabar conmigo con un simple chasquido de dedos; debía centrar todas mis energías en planear mi huida y buscar a mis amigos, averiguar si habían conseguido escapar y ponerse a salvo.

Una suave y familiar melodía resonó por la cueva, haciendo que mi cuello girara en esa misma dirección. Mi pulso se disparó al contemplar la majestuosa ave de color fuego que nos observaba al fae y a mí sobre una de las rocas, con las alas plegadas a ambos lados de su cuerpo; sus ojos, de un color dorado similar a los del chico, parecían contemplarme con fijeza.

Al ver que le devolvía la mirada, chasqueó su afilado pico en un gesto no muy amistoso.

El fae se echó a reír, obligándome a desviar la vista de nuevo hacia su apuesto rostro. Una sensación helada trepó por mis entrañas al descubrir la amplia sonrisa que mostraba, en especial sus afilados colmillos.

—Discúlpala —me pidió y la confusión no tardó en aparecer. ¿Aquella criatura que me había estado siguiendo, y que yo había creído que se trataba de un mal presagio, era suya?—. Faye suele ser un poco desconfiada con los desconocidos.

Espié por el rabillo del ojo a la criatura, mordiéndome la lengua. Lo que había sentido en aquellos segundos no había sido desconfianza, precisamente: era absoluto desprecio, quizá incluso odio.

—¿Esa cosa tiene nombre? —pregunté estúpidamente.

Un chillido indignado provino de su lado y el fae frunció el ceño.

—Esa cosa, como tú la has llamado —había un deje admonitorio en su voz, una molestia que me hizo descubrir que no le había gustado la forma en la que me había referido a su... ¿mascota?—, es un fénix.

Mis ojos se abrieron de par en par por la sorpresa. Nunca había oído hablar de ese tipo de criaturas pero, a juzgar por la solemnidad con la que había hablado el fae, no debían ser corrientes. Me atreví a mirarla de nuevo, estudiándola con atención. Los ojos dorados de Faye no parecían haberse apartado de mí ni un solo instante, y casi podía leer la amenaza en ellos; como si quisiera subrayar sus intenciones, haciéndolas más evidentes, desplegó sus enormes alas y sacudió la cola.

—Presumida —creí escuchar susurrar al fae.

Traté de ralentizar mi respiración, anotando a la fénix —pues entendí que se trataba de una hembra— como un potencial peligro para mis —aún— inexistentes planes de fuga. El pico parecía un arma a tener en cuenta, lo mismo que los espolones de sus patas, que parecían haberse hundido en la roca sobre la que se sostenía.

—¿Qué hay de ti? —me interrumpió entonces la voz del fae, dirigiéndose directamente a mí.

Las alarmas sonaron dentro de mi cabeza ante la amabilidad que estaba mostrándome. No había recurrido a subterfugios como Morag, mostrándose tal y como era; lo que era. Pero no podía permitirme bajar la guardia, recordándome que el hecho de que hubiera salvado mi vida debía atender a un motivo concreto... y que no tenía nada que ver con ayudar al prójimo.

Entrecerré los ojos y le repasé de pies a cabeza. La manufactura de las prendas que vestía no se me pasó por alto; tras años siendo amiga de Altair, Vako y Dex, incluso Alousius, sabía reconocer los tejidos más caros que podían encontrarse en el mercado. Dejé a un lado las cuestiones sobre sus orígenes, si pertenecería a una familia pudiente allí en los Reinos Fae, y proseguí con mi objetivo de encontrar cualquier arma que llevara encima.

No tardé en dar con una daga enfundada en su pantorrilla y otra asomando por la caña de su bota. Seguí ascendiendo en mi búsqueda hasta que nuestras miradas volvieron a tropezarse la una con la otra. ¿Habría adivinado mis intenciones? Buceé entre los borrosos recuerdos de mis noches en las tabernas de mala muerte de Merain, en las historias que los borrachos solían contar en susurros sobre los fae. Decían que eran capaces de internarse en la mente de las personas, en controlarlos y convertirlos en simples marionetas... Además de descubrir hasta el último y más íntimo pensamiento de sus víctimas.

Debía actuar con rapidez, sin detenerme a pensar demasiado, impidiendo que pudiera averiguar qué estaba pasándoseme por la mente gracias a su don.

El fae parecía seguir esperando mi respuesta, una que no llegaría nunca. Valiéndome de la corriente de adrenalina que viajaba por mis venas, me impulsé con desesperación sobre mis talones, abalanzándome sobre el chico, a quien pillé desprevenido.  Jugando con la desventaja de tener las manos atadas, me coloqué de costado para chocar contra su cuerpo, aprovechando esos segundos de confusión para aferrar el mango de la daga que llevaba en la pantorrilla y logrando sacar el arma de su funda. Tras hacerme con mi botín, empujé al fae con mi hombro y lo estrellé contra la pared de piedra que había a su espalda.

Entonces eché a correr hacia la salida de la cueva, sosteniendo la daga robada con ambas manos, dispuesta a emplearla si eso me aseguraba poder escapar con vida de allí.

—¡Faye! —gritó el fae tras de mí.

La fénix extendió sus alas por segunda vez para obstaculizar mi carrera, lanzando un poderoso chillido que hizo estallar mis tímpanos. Tropecé con mis propios pies, casi perdiendo el equilibrio, y retrocedí ante la criatura; las poderosas pisadas de su dueño no tardaron en resonar con firmeza, anunciando su cercanía.

Giré sobre la punta de mis botas y alcé la daga, apuntando al fae. Un brillo retorcidamente divertido iluminaba sus ojos ambarinos, como si todo aquello no fuera más que una broma; alzó los brazos, mostrándome la palma de sus manos en señal de rendición.

Pero no lo era, en absoluto.

Levanté un poco más mi única arma, alternando mi frenética mirada entre Faye y él. Mis años de instrucción quedaron por completo olvidados ante la certeza de que nada serviría, que estaba perdida.

—No des ni un paso más —le advertí, sonando lo más amenazadoramente posible.

El fae sonrió de nuevo, dejando a la vista las puntas afiladas de sus caninos. El pulso se me disparó al imaginarlos abriéndose paso por mi carne, desgarrándome como si no fuera más que un filete; la magia no era el único arma con el que contaban, de eso estaba segura.

—Quieto —insistí al ver que desoía mi advertencia.

—Baja la daga —dijo el fae en respuesta— o podrías hacerte daño. Aún estás herida —me recordó en tono suave.

Dio otro paso hacia mí.

—¡No te muevas! —grité, dejando que una nota de pánico se colara en mi voz.

—Baja la daga —repitió él con calma.

Aferré con fuerza la empuñadura, notando cómo los grabados se me clavaban en las palmas. Estaba dejando que la histeria tomara el control de mis acciones, algo que, junto al resto de cadetes, siempre nos habían enseñado que no debíamos permitir... Sin embargo, en todos aquellos años de instrucción nunca se nos había enseñado cómo enfrentarnos a un fae. Ni siquiera cuando se nos permitió unirnos al Círculo de Hierro, gracias a la intervención de Altair.

En esos instantes, atrapada como me encontraba entre la pared y aquellas dos formidables criaturas, me vi como un animal acorralado por un par de depredadores. El fae parecía ajeno a mis amenazas de que no se me acercara más, por lo que me lancé contra él de nuevo, con la daga por delante.

Una miríada de sombras estallaron a su alrededor antes de engullirlo, haciéndolo desaparecer. Apenas un segundo después mi instinto le sintió a mi espalda, sin darme tiempo a reaccionar: su brazo me rodeó la cintura y su mano libre aferró mis dedos sin apretar con excesiva fuerza, que aún continuaban sosteniendo la daga. El aire se escapó de mis pulmones en un gemido de horror, sintiendo cómo mi cuerpo se quedaba por completo paralizado.

El corazón me aporreaba contra las costillas mientras esperaba que terminara conmigo.

—Suelta la daga —susurró el fae junto a mi oído.

Obedecí con sumisión, dejando que me arrebatara el arma y la devolviera a su funda, en su pantorrilla. Su respiración me cosquilleó en la oreja, provocando que me retorciera de manera inconsciente contra él.

—No deberías haber hecho eso, fierecilla.

Aquel apodo hizo que la sangre volviera a hervir dentro de mis venas.

—No me llames así —gruñí.

Mi respuesta hizo reír quedamente al fae.

—¿Y cómo debería hacerlo, fierecilla? —me preguntó, divertido—. Apenas han pasado unos minutos desde que has recuperado la consciencia y ya has intentado huir y apuñalarme. Ni siquiera has tenido la consideración de presentarte, ni muchos menos darme las gracias.

Ahogué una exclamación indignada y sentí un calor trepando hasta mis mejillas.

—¿Y bien, fierecilla? —presionó el fae, dirigiéndose a mí de ese modo a propósito.

—Verine —cedí—. Me llamo Verine.

Su risa volvió a acariciarme la piel del lóbulo.

—Bien, esto es un pequeño avance —escuché que decía a mi espalda, aún sosteniéndome entre sus peligrosas manos—. Mi nombre es Rhydderch.

* * *

POR TODOS LOS ELEMENTOS, ESTO NO ES UN SIMULACRO. REPITO: ESTO NO ES UN SIMULACRO. ES REAL. ESTÁ PASANDO

MADRE MÍA, NO SABÉIS EL TIEMPO QUE LLEVO ESPERANDO ESTE MOMENTO EN CONCRETO DE LA HISTORIA. ESTA PRESENTACIÓN. ESTE CHAVALOTE

Algunes seguro que ya lo intuíais/sabíais porque siempre he dicho que L4C estaría conectada con Thorns, Vástago de Hielo... y Reino de Niebla, aunque ésta última tiene más como ser el hilo que se vincula con las otras tres (como veremos en el futuro), y aquí tenemos este pequeño nexo que estaba deseando que salieraaaa (y que me da rabia porque en VdH gracias a mi mala suerte y avanzar con la historia a pasos de caracol no hemos podido llegar a ese punto en el que se ve de qué otra forma se conecta con L4C y con Thorns, aunque las pistas están ahí amics)

No estoy llorando, solamente se me ha metido este capítulo y la nostalgia de L4C en el ojo...

Os leo por aquí sobre este giro en los acontecimientos y por si surgen dudas/me uno a fangirlear con vosotres, jeje

(y atención porque en el capi que viene también se presenta otro personaje femenino que va a dar de qué hablar)

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