❧ 39
«Estamos perdidos.»
Aquel pensamiento se repitió en bucle mientras avanzábamos a través de la espesura, después de varios días de travesía. Habíamos intentado seguir las instrucciones de Altair, viajando cerca del curso del río para abastecernos y no perder la dirección; los nervios que se habían retorcido en la boca de mi estómago al saber que tendríamos que compartir montura se habían desvanecido tras una desapacible jornada donde el silencio se había convertido en uno más dentro del grupo.
Apenas había rayado el alba cuando la voz ronca de Altair había dado la orden de ponernos en marcha. Desde entonces habían transcurrido horas en las que me limité a balancearme de un lado a otro sobre la silla, con mis manos firmemente aferradas a la cintura de Altair.
«Estamos perdidos...»
Observé nuestro alrededor con la inquietante sensación de que aquella zona del bosque era un lugar completamente desconocido, lejos de la ruta que nos habían obligado a seguir Morag y sus aliados. En aquel punto de nuestro viaje de regreso lo hacíamos casi a ciegas, sin que yo pudiera ser de mucha ayuda; Altair me había escogido como acompañante por los años que viví en aquel lugar, junto a mi padre. No obstante, aquel territorio me resultaba ajeno, ya que nunca me había atrevido a cruzar más allá de un enorme árbol que mi padre había señalado específicamente para advertirme de no cediera a la curiosidad por saber qué había al otro lado.
—¿Estamos yendo en la dirección correcta? —la voz débil y ronca de lord Ephoras se oyó a nuestra espalda.
Altair había decidido seguir el curso del río, haciendo el trayecto inverso. Es lo que habíamos estado haciendo desde que mi amigo llegara a la conclusión de que nuestra única opción en aquellos momentos era abandonar por completo la búsqueda de Gareth y regresar a Merain, advirtiendo al rey sobre la amenaza de los fae.
Noté cómo el cuerpo de Altair se tensaba entre mis manos al escuchar la pregunta del que había sido su segundo al mando. Su estado aún seguía siendo delicado, pero había ganado energías suficientes para sostenerse sobre la silla y mantenerse despierto.
Sentí cómo mi amigo tiraba de las riendas, obligando a nuestra montura a que se detuviera.
—Sí —fue la rotunda respuesta de Altair.
Pero yo no estaba tan segura de ello. Tomar como referencia el río nos proporcionaba una necesaria fuente de agua donde calmar tanto nuestra sed como la de los animales, además de permitirnos acicalarnos e intentar quitarnos el sudor acumulado de aquella jornada.; no obstante, no conocíamos si el transcurso del mismo nos llevaría al punto por el que habíamos cruzado.
Era posible que nos estuviéramos internando aún más en el Gran Bosque.
A pesar de que el arcano había regresado a su caja y que ésta se encontraba bien escondida en la alforja que golpeaba mi pantorrilla derecha, aún era capaz de percibir el peso de la magia en el ambiente.
Aún continuábamos en la parte del bosque pertenecía a los Reinos Fae, donde su presencia era más tangible. Más real.
Un escalofrío me sacudió de pies a cabeza, recordando aquella fugaz imagen que había visto de una extraña ave con los colores del fuego. ¿Habría sido ella la silenciosa presencia que había sentido desde que llegamos al Gran Bosque? ¿Era ella la que había despertado en mí aquella sombra de alarma...?
De manera inconsciente busqué en las ramas de los árboles más cercanos la inconfundible silueta de la misteriosa ave que parecía haber seguido mis pasos nada más poner un pie allí.
Pero no encontré nada.
❧
No fue hasta dos mañanas más tarde cuando aquella sensación me atravesó con la misma fuerza que un rayo. La tensa situación del viaje había hecho que no pudiera hablar con Altair, nada más para lo necesario; mi amigo tampoco me había buscado, centrado como estaba en cuidar del grupo y sacarnos a todos del Gran Bosque.
Aquel día estaba siendo... raro.
Había tomado la costumbre de vigilar mi alrededor, intentando encontrar la figura de la criatura de fuego, creyendo que ella había sido la culpable de hacerme sentir aquella inquietud y peligro, como si alguien estuviera observándonos... Como si aquel pájaro no fuera un animal irracional.
Pero la sensación que me había acompañado desde que había abierto los ojos era mucho más poderosa que las otras veces, cargada de una intensidad que me erizaba el vello.
Un miedo irracional despertó en mi interior mientras estrechaba mi cuerpo contra la espalda de Altair. El jinete notó mi desasosiego, girando el cuello para lanzarme una mirada preocupada por encima del hombro.
Sus ojos azules estaban apagados debido a las noches en vela, a la pesada carga que parecía haberse colocado sobre sí mismo, aumentando las preocupaciones que ya recaían sobre él. No obstante, me observaban con atención, a la espera que dijera algo.
—¿No lo sientes? —pregunté en un susurro.
No quería alertar al resto del grupo con mis suposiciones.
Altair apartó la mirada unos instantes para contemplar nuestro alrededor, buscando lo que yo había mencionado.
—No siento nada, Verine.
Su respuesta me dejó momentáneamente bloqueada. ¿Acaso no era capaz de percibir aquel ligero cambio que se había producido en el ambiente? ¿La electricidad que parecía flotar en el aire? Había algo que no encajaba en el bosque, algo que no debería estar allí.
—Noto algo, Altair —le advertí a media voz—. Algo malo.
No había otro modo de describirlo: esa sensación no me producía buenas vibraciones. Era una alarma que había estallado dentro de mi cabeza, tratando de hacerme ver que no debería haber bajado la guardia... y que más valía que estuviéramos preparados por lo que pudiera suceder.
Altair frunció el ceño, considerando mis palabras. No conocíamos nuestra actual ubicación con exactitud, no conocíamos las amenazas que se escondían entre el follaje; Morag y los suyos podían no ser lo único peligroso que habitara en aquel lugar...
Un trueno resonó en algún punto a nuestra espalda con fuerza.
Altair y yo alzamos la cabeza a la par, pero el cielo que se atisbaba a través de las ramas no mostraba ni una sola nube que augurara tormenta. Un nuevo trueno sacudió el bosque, provocando que algunas aves que descansaban en las copas de los árboles echaran a volar en un torbellino de plumas y graznidos.
Mi amigo tiró de las riendas, deteniendo a nuestra montura. Al mirar por encima de mi hombro vi al resto del grupo imitándonos, todos con expresiones idénticas de encontrarse totalmente alerta.
Un tercer trueno pareció sonar aquella ocasión más cerca de nosotros. El caballo se agitó bajo nuestro peso, sacudiendo la cabeza de un lado a otro con nerviosismo; Altair buscó mi mirada por encima del hombro.
—Tenemos que huir —le urgí, sin esconder el pánico que sentía—. Ahora mismo.
Sin poner en duda mis palabras, demostrando una vez más hasta dónde llegaba su confianza en mí, mi amigo transmitió el mensaje al resto del grupo, azuzando al animal con las riendas. Se me formó un extraño nudo en el estómago al sospechar que algo —o alguien— estaba acercándose.
El ambiente pareció enrarecer mientras las monturas aumentaban la velocidad, intentando ganar unos metros de distancia entre la amenaza invisible y nosotros. La magia que lo llenaba empezó a chispear, casi haciéndome temer que pudiera tener algún impacto en la mía. ¿Qué sucedería si mi secreto quedaba al descubierto...?
El grito de alarma de Altair me hizo salir brutalmente de mis pensamientos: una violenta corriente de aire golpeó el flanco de nuestro caballo, haciendo que el animal cayera a plomo contra el suelo. De algún modo logré empujar a mi amigo durante la caída, evitando que el peso de la montura pudiera aplastarlo; lamentablemente yo no corrí la misma suerte: mi cuerpo impactó en la hojarasca con un golpe que me arrancó el aire de mis pulmones. Ahogué un grito de dolor cuando sentí el aplastante peso del animal sobre mi pierna.
A unos metros vi a Altair incorporarse, aturdido por la caída. Sus ojos azules no tardaron en dar conmigo, despertando un brillo de pánico al descubrirme medio atrapada bajo el caballo.
—¡Verine! —exclamó con esfuerzo.
No dejé que el pánico me dominara. Mi prioridad en aquel instante era liberar mi pierna y rezar para que no estuviera rota; escuché el relincho ahogado de uno de los caballos: aquella corriente de aire no solamente nos había acertado a Altair y a mí, sino a todo nuestro grupo.
Y no se trataba de un acto de la naturaleza, sino un sortilegio. Otra demostración de cómo los fae eran capaces de manejar a su antojo los elementos, convirtiéndolos en sus armas.
Me impulsé con las manos, intentando hacer que mi pierna se deslizara lejos del costado del animal. El resto de mis amigos estaban aturdidos por lo sucedido, incapaces de reconocer la gravedad de la situación... y de las criaturas que habían logrado dar con nosotros. Un relámpago de dolor me recorrió desde el tobillo hasta la rodilla, obligándome a que me detuviera unos segundos que no tenía para hacer que la molestia se aplacara antes de valorar otras opciones.
—¡Verine!
Alcé la mirada hacia Altair cuando su sombra me cubrió. Mi amigo contemplaba con horror mi pierna atrapada y al pobre animal que era incapaz de ponerse en pie por sí mismo.
—Altair —le llamé, sabiendo en aquel momento lo que debía hacer.
Tuve que repetir su nombre una segunda vez hasta que logré que su atención regresara a mi rostro, que estaba mortalmente serio. Le vi tragar saliva con nerviosismo, delatando que había perdido el control de la situación.
—Altair, escúchame —le pedí con urgencia. El cielo que hacía unos momentos estaba completamente despejado había empezado a cubrirse de nubes oscuras. El tiempo corría en nuestra contra y necesitaba que siguiera mis instrucciones al pie de la letra—: coge el arcano y huye con el resto. Huye lo más lejos que puedas y no mires atrás.
El horror asomó en sus ojos azules al entender lo que no había sido capaz de poner en palabras: tenía que dejarme atrás. Si querían tener una oportunidad de salir con vida, debía darme la espalda y abandonarme a mi suerte.
—Nunca —su repentina y tajante negativa hizo que mi corazón se constriñera—. Vas a venir con nosotros, Verine. No voy a dejarte aquí.
Sin darme tiempo a replicar, se movió hasta quedar situado a mi espalda. Sus brazos me aferraron por las axilas con firmeza y yo contuve el aliento al adivinar sus intenciones: un enérgico tirón por su parte me arrancó una exclamación de agonía mientras sentía cómo si mi pierna se desgarrara al ser liberada de su pesado cepo.
Altair me ayudó a ponerme en pie y no pude evitar una mueca de dolor al intentar sostener mi propio peso sobre mi extremidad herida. Al ver que no sería capaz de caminar por mí misma, mi amigo pasó uno de mis brazos por encima de sus hombros, convirtiéndose en una inesperada muleta. Con esfuerzo, me arrastró hacia el otro lado de la montura, que aún continuaba en el suelo.
—Tiene una pata rota.
Sentí un retortijón desagradable en el estómago cuando vi el ángulo antinatural en el que se encontraba la pata delantera izquierda, que había intentado frenar la caída y sostener todo el peso de su cuerpo.
—Necesitamos el arcano y salir de aquí lo antes posible —insistí a Altair, lanzándole una mirada de circunstancias—. Ese golpe de viento no ha sido casual, sino obra de magia fae.
La tensión embargó el cuerpo de Altair. Una sombra cubrió sus ojos azules, alentada por los recuerdos de Morag y sus secuaces: habíamos logrado escapar gracias al motín y las fisuras que se formaron entre sus supuestos aliados. Era muy posible que no tuviéramos esa suerte por segunda vez.
Era muy posible que los fae... o el fae que nos seguía la pista no tuviera la misma consideración de Morag cuando nos perdonó la vida, tomándonos como prisioneros.
Era muy posible que quisiera vernos muertos.
—El arcano —repitió Altair.
Me limité a asentir. No podíamos dejar ese objeto de incalculable valor abandonado, listo para ser encontrado por nuestros cazadores.
—Necesito que intentes mantenerte en pie unos segundos para que pueda cogerlo —me pidió Altair.
Asentí por segunda vez. Aparté el brazo con el que rodeaba sus hombros y procuré equilibrarme por mí misma, intentando no dejar que todo el peso de mi cuerpo recayera sobre mi pierna herida; mi amigo aprovechó la oportunidad para lanzarse hacia la alforja, rebuscando en su interior con movimientos frenéticos.
A nuestra espalda Vako y Dex parecían estar ayudando a lord Ephoras a incorporarse. Cuando mi mirada tropezó con la del hombre vi una sombra cubriendo su rostro: él también había reconocido la magia fae detrás de ese sorpresivo ataque. Sabía que estaban tras nuestra pista.
Aún seguíamos en la porción del bosque que pertenecía a los Reinos Fae.
Éramos unos intrusos y nuestros perseguidores estaban más legitimados para darnos caza... para acabar con nosotros por encontrarnos dentro de su territorio.
—¡Lo tengo!
Rompí el contacto visual con lord Ephoras para toparme con Altair ya portando una improvisada banda en la que se adivinaba la forma de la caja que contenía el arcano. Pasó de nuevo mi brazo por sus hombros.
—¡Debemos huir! —gritó a nuestros compañeros.
Greyjan y Alousius compartieron una mirada antes de abandonar su montura y acercarse a nosotros.
—¡Estás herida! —exclamó el más joven al ver cómo tenía que buscar apoyo en Altair para mantenerme en pie.
—¡No tenemos tiempo para pensar en ello! —intervino la voz ahogada de Vako, quien sostenía junto a su compañero a un silencioso lord Ephoras. Los ojos del segundo al mando de Altair estaban fijos en mí.
—Han debido encontrar los cuerpos de Morag y los otros —elucubró Dex, con cautela, como si temiera que el bosque pudiera escucharnos.
—Quizá ella los avisó —aportó Greyjan, con su mirada recorriéndonos a cada uno—. Para intercambiarnos.
—Sean cuales sean los motivos, no podemos hacerles frente —lord Ephoras habló con esfuerzo.
Un nuevo trueno hizo eco en el bosque como una maquiavélica fanfarria.
Pensé en el ave de fuego, en cómo nos había seguido... dejándose ver en algunas ocasiones para anunciar su silenciosa presencia. ¿Había sido un augurio de lo que estaba por venir? ¿O acaso aquella criatura había intentado advertirnos, a su modo?
—Nos esconderemos de nuevo en el bosque —sentenció Altair.
Dejamos atrás a las monturas y todo lo que habíamos conseguido recuperar de la emboscada donde Morag y los suyos habían sucumbido. Con esfuerzo, todo el grupo trató de internarse entre la espesura, rezando a los antiguos elementos para que los rastreadores fae no dieran con nuestra pista.
Greyjan y Alousius pronto se pusieron en cabeza, guiándonos. Vako y Dex, cargando con un lord Ephoras tambaleante, les seguían de cerca. Altair y yo cerrábamos la marcha, conmigo arrastrando a duras penas la pierna herida.
Poco a poco, la distancia entre nosotros y el grupo fue creciendo, haciendo que mi corazón empezara a latir con un ritmo frenético.
—Altair —pronuncié su nombre entre resuellos.
Mi amigo tiró de mi cuerpo con energía, fingiendo no haberme escuchado.
—Altair —repetí con urgencia.
La magia que impregnaba el ambiente se volvió más tangible, alertándome sobre la cercanía de nuestros perseguidores. Frente a nosotros, Vako, Dex y lord Ephoras se habían convertido en siluetas difusas entre el follaje.
—¡Altair, por favor! —exclamé.
Pero mi amigo se negaba a mirarme, obcecado en la peligrosa idea de seguir cargando conmigo.
—Ya te lo dije antes, Verine —su voz sonaba cansada, pero llena de determinación. Una determinación que lo conduciría a una muerte segura—: no voy a abandonarte.
—Con eso solamente conseguirás que nos maten a los dos —le reclamé, notando un nudo en la garganta—. Y no puedo permitirlo.
Nunca me perdonaría el haberle arrastrado conmigo. La vida de Altair era demasiado importante, ya no solamente por lo que significaba para mí... sino para lo que significaba para Merahedd; con el príncipe Gareth presumiblemente muerto, el próximo en la línea de sucesión era él. El rey Aloct había puesto todas las esperanzas de su reino en su sobrino y yo no podía arrebatárselo. No podía hacer que viviera de nuevo en sus carnes la pérdida de otro ser querido.
—Verine...
—Estoy retrasándoos —le interrumpí entre resuellos.
—No dejé atrás a Ephoras cuando fue herido y tampoco voy a dejarte a ti —Altair no claudicó, creyendo que podría salvarme... que todo tenía una fácil solución—. Avisaré a Greyjan o Alousius para que me ayuden a cargar contigo y...
—¡No! No hay tiempo, Altair —incluso en aquellos instantes, mientras discutíamos, los fae que nos perseguían cada vez se acercaban más a nuestra posición—. Tienes que dejarme aquí y reunirte con el resto. Tenéis que alejar el arcano todo lo posible de ellos.
Un crujido nada halagüeño resonó a nuestras espaldas, erizándome el vello. Una nueva cacofonía de aves huyendo despavoridas fue indicativo suficiente de que Altair tenía que marcharse de inmediato. Aparté el brazo de sus hombros, pero su mano me retuvo por la muñeca.
Nos miramos el uno al otro y sentí que se me partía un poco el corazón al ver la devastación que se adivinaba en sus ojos azules ante la idea de tener que darme la espalda y dejarme a merced de aquellos monstruos.
Sus dedos se resistían a soltar mi muñeca, aunque supiera que era la única salida que existía: debía sacrificarme para que Altair consiguiese vivir.
Un extraño sonido se extendió por el bosque, precediendo un torrente de agua que avanzaba hacia nosotros con una fuerza imparable.
La corriente me golpeó de lleno, sin que tuviera oportunidad de reaccionar. Un latigazo de dolor me recorrió desde el hombro hasta la muñeca por la que todavía Altair me sostenía. Mi amigo había logrado aferrarse al tronco, salvándose de ser arrastrado por aquella tromba de agua.
La decisión que debía haber tomado unos segundos atrás, antes de que aquel ataque nos sorprendiera, volvió a resurgir.
—Altair —intenté suavizar mi voz, hacerle saber que estaba haciendo lo correcto.
La línea de la mandíbula de mi amigo estaba tensa por el esfuerzo.
—Altair —repetí en el mismo tono—. Tienes que soltarme.
—Verine...
Le mantuve la mirada, sabiendo que aquello le perseguiría por mucho tiempo, al igual que lo había hecho la desaparición de Brianna. Sabiendo que no se perdonaría a sí mismo, aunque supiera que había tomado la única decisión posible y que yo estaba en paz con ello.
Por eso mismo opté por guardar silencio, por tragarme las palabras que pugnaban por escapárseme...
«Estoy enamorada de ti, Altair.»
Sus dedos resbalaron ante la humedad que cubría mi piel, perdiendo el agarre. La corriente me arrastró consigo, haciendo que el agua me cubriera por completo; el cauce del río me dio la bienvenida mientras continuaba hundiéndome, sintiendo cómo el agua me rodeaba, empujándome hacia un destino desconocido.
Manoteé y pataleé con desesperación, ignorando la oleada de dolor en la pierna. Mi instinto de supervivencia me gritaba que no permitiera que me dejara vencer, que el agua no consiguiera llegar hasta mis pulmones. Luché con uñas y dientes por mantenerme a flote, por no ahogarme...
Entonces la vi.
Majestuosa y terrorífica, en aquellos breves segundos en la que creí atisbarla no fui consciente de su inmenso tamaño, como tampoco de su grandeza. La enorme ave de fuego apareció ante mí en todo su esplendor, haciendo que sus plumas de un color rojo anaranjado se asemejaran más que nunca a las llamas de un poderoso fuego.
Mientras continuaba batallando contra la violenta corriente, contemplé las alas extendidas de la criatura y la larga cola que flotaba en el aire. Sus ojos dorados estaban fijos en mí cuando chasqueó su afilado pico.
El cansancio fue venciendo poco a poco, ralentizando mis movimientos y provocando que el agua ganara el desafío, reclamándome para sí. Mis manoteos se volvieron torpes y noté el sabor turbio de la corriente en mi garganta, arrancándome una arcada. La criatura descendió hacia mí batiendo sus poderosas alas. ¿Acaso había venido por mí...? Mi final estaba cerca, podía intuirlo. Moriría ahogada y mi cuerpo desaparecería en las profundidades del río, perdido y olvidado.
Miré de nuevo a la majestuosa criatura, creyendo ver en ella a una guía al Otro Lado. ¿Y si los antiguos elementos la habían enviado a recoger mi alma y conducirme allí? ¿Y si desde el principio aquél había sido mi destino y ella una simple mensajera?
Dejé de luchar contra la corriente y me limité a observar al ave de fuego, esperando que cumpliera con su cometido. El pájaro agitó sus poderosas alas, haciendo que el sol le arrancara unos destellos que se asemejaban a las chispas de un fuego; su sombra se extendió sobre mí...
Y yo cerré los ojos, entregándome a mi destino.
* * *
¡SORPRESA! FELIÇ SANT JORDI, FELIZ DÍA DEL LIBRO, FELIZ DÍA DE SAN JORGE Y FELIZ DÍA A LOS ARAGONESES
Con motivo de tan señalado día, ¿cómo iba a dejaros abandonades y sin actualización? (Esto no quiere decir que el mes que viene no haya la habitual actualización mensual que, si no lo sabéis, es Thorns jeje). Por eso mismo, he decidido actualizar masivamente, por lo que encontraréis en mi perfil capis nuevos de La Nigromante, Daughter of Ruins, Thorns y Vástago de Hielo (ah, un gran olvidado)
Esto es un copia y pega para les que seguís varias de mis obras y no os llega la actu o cualquier cosa, no me escondo.
¿PODEMOS HABLAR DE LA SEGUNDA PARTE DEL CAPÍTULO, DONDE TODO SE VA CASI A LA MIERDA?
Nota: el ave tiene su peso, es la que venía anunciando desde hace eones y que atiende al nombre deeeeeeee F. (y ahí lo dejo)
En el capítulo que tendremos el mes que viene POR FIN PODREMOS PONERLE CARA Y NOMBRE AL PERSONAJE QUE TANTAS GANAS TENGO DE QUE CONOZCÁIS PORQUE EMPEZARÁN A REVELARSE LOS PRIMEROS VÍNCULOS CON OTRA DE MIS SAGAS (porque, si no lo sabéis, Thorns, L4C, VdH y Reinos de Niebla están unidos por los inescrutables caminos de la Señora, o sea, yo)
Y tras haber sembrado un poquito el caos... me despido
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