❧ 34
Aparté cualquier pensamiento relacionado con mi herencia, con la mentira que había sido mi vida prácticamente desde que nací. Dejé que Morag me guiara de nuevo hacia el improvisado campamento donde nos esperaban y me concentré en una única cosa: aquellas inocentes florecillas moradas que había visto.
Aún las recordaba.
Recordaba las advertencias de mi padre respecto a ellas, recuperando otro pedacito más de mi pasado, y supe que quizá habría encontrado una respuesta a mis silenciosas plegarias para deshacernos de nuestros captores y lograr huir. Durante el camino de regreso me fijé con atención en la flora que nos rodeaba, sintiendo un extraño pálpito de esperanza latiendo en mi pecho al comprobar que parecían crecer en todas partes; una cuidada trampa escondida tras una encantadora apariencia que, rezaba, ninguno de ellos conociera.
Morag no hizo comentario alguno, tampoco brindó ningún tipo de explicación a sus subalternos al cruzar la última línea de árboles que nos separaba del claro donde nos habíamos instalado para pasar la noche; me fijé en las miradas que recibimos por parte de Dervan, cuyo descontento hacia la fae no hacía más que aumentar, y Faurak, quien tampoco estaba muy conforme con su papel como líder del grupo desde que interviniera a favor de los prisioneros. La mujer se limitó a ignorarlos y a conducirme junto al resto de mis compañeros; yo tampoco dije ni una palabra, a pesar de intuir la preocupación en casi todos ellos cuando la fae comprobó mis ataduras y me lanzó una mirada de circunstancias antes de dar media vuelta para regresar con los suyos.
No podía compartir las dudas que Morag había sembrado en mi interior, la verdad que aún me resistía a creer. Lord Ephoras había advertido a Altair de mí tras la muerte de Gwynedd, responsabilizándome y acusándome de ser una de ellos... ¿Cómo reaccionaría al saber que el hombre no estaba del todo equivocado? ¿Cómo se tomarían la noticia de mi mestizaje el resto de mis amigos? Odiaban a los fae y ese sentimiento no había hecho más que crecer tras caer prisioneros de aquel grupo.
«Elígenos a nosotros...»
Morag había intentado embaucarme gracias a su magia, había intentado convencerme para que renegara de mis compañeros y aceptara su generosa oferta de ser aceptada como una más de su grupo de ¿mercenarios?, ¿Cazarecompensas? No sabía si era la única mestiza que existía en Mag Mell, si no habría otros más como yo que vivieran en la ignorancia sobre sus verdaderos orígenes...
—Verine.
El inesperado susurro de Altair hizo que mis pensamientos quedaron en suspenso y todo mi cuerpo se tensara de manera inconsciente, le dirigí una mirada temerosa, atisbando a duras penas sus rasgos en la oscuridad. Creí ver un brillo de auténtica preocupación reluciendo en sus ojos azules. Mi corazón golpeó con fuerza contra mis costillas, agitado por las dudas que me carcomían.
—¿Estás bien? —me preguntó, bajando aún más la voz—. ¿Te ha hecho algo...?
No, no estaba bien, pero eso no era algo que pudiera compartir con Altair. Que no podía compartir con él en esos momentos.
Se me formó un nudo en la garganta y el temor sobre mi pasado volvió a abalanzarse sobre mí como una bestia de afiladas garras. No podía hablar con mi amigo de lo sucedido durante mi encuentro a solas con Morag; no podía desvelarle mis verdaderos orígenes, el hecho de que parte de mi vida hubiera sido una sucesión de mentiras por parte de mi padre.
—Todo está bajo control —opté por hacer uso de una media verdad, más o menos—. No te preocupes, Altair.
En la oscuridad apenas pude apreciar el ceño fruncido que se formó en el rostro de mi amigo, pero agradecí a todos los antiguos elementos que no insistiera al respecto.
Al otro lado, el silencio que rodeaba al grupo de fae que estaban situados alrededor de la cálida hoguera no parecía augurar ningún buen presagio.
❧
Empecé a observar con mayor atención a nuestros captores, estudiando cada uno de sus movimientos, las rutinas que parecían haber adoptado desde que salieran victoriosos de la emboscada que nos tendieron. El tiempo se convirtió en una soga que nos estaba asfixiando lentamente y no podía permitirme ceder a esa pequeña parte de mí que había quedado destrozada tras la reveladora conversación que mantuve con Morag y que seguía asaltándome como un viejo espíritu cuando me encontraba con la guardia baja.
Por eso mismo me obligué a apartar todo ese tema a un lado, diciéndome a mí misma que no era importante, que podía esperar hasta que lográramos huir de los fae.
Conforme nos adentrábamos más y más en el bosque, alejándonos de la frontera que nos conduciría de nuevo a la zona que nos mantendría relativamente a salvo, el nerviosismo creció entre mis compañeros al ver cómo nuestras oportunidades de escapar desaparecían a cada metro que recorríamos en dirección contraria, hacia los Reinos Fae. Lo sucedido entre Greyjan y Faurak, sumado a mi intervención a favor de mi amigo, había contribuido a que la brecha que existía dentro del grupo creciera un poco más, casi volviéndose insalvable y sin aparente solución; pensé en el descontento que se gestaba entre algunos de los fae contra Morag, cómo la autoridad de ella iba minándose poco a poco.
Quizá podríamos explotar esa circunstancia a nuestro favor, me dije a mí misma mientras me obligaba a dar un paso tras otro, apenas sintiendo los calambres que recorrían mis pantorrillas.
La daga que alguien me había hecho llegar de aquel modo tan misterioso seguía bien escondida en mi bota, a la espera de cumplir con su propósito. Lo mismo que las flores violetas que nos rodeaban y que habían sido un pellizco de esperanza.
—Oléis como lo que sois, sucios perros —el cruel comentario provino de Faurak, quien parecía dispuesto a mostrar su desagrado hacia nosotros con el único propósito de molestar a Morag.
O quizá empujar a la fae a que interviniera de nuevo para comprobar el bando que tomaba, provocándola para que confirmara o no sus sospechas.
O simplemente quería ponerla en evidencia frente al resto de fae, como si ya hubiera perdido cualquier autoridad sobre ellos.
Bajé la mirada hacia mis propias y deterioradas prendas, llenas de suciedad y manchas producto de aquellos días de ser arrastrados de un lado a otro prácticamente como animales. El hombre estaba en lo cierto al afirmar el deplorable y sucio estado en el que nos encontrábamos todos: la última vez que había podido tomar un baño en condiciones fue en aquel asentamiento de mala muerte donde Morag había aprovechado su falsa apariencia de prostituta para poner en marcha el retorcido plan que nos había conducido a aquella situación.
Dervan se echó a reír entre dientes, para deleite de su compañero, quien parecía complacido de encontrar en el fae a alguien que, al parecer, apoyaba su postura en relación a nosotros, los prisioneros. Quizá un aliado contra Morag, de darse el caso.
Urien negó con la cabeza, dedicándole una sonrisa retorcida y oscura a Faurak.
—¿Son ellos los que producen ese desagradable olor? Pensaba que eras tú, amigo.
La disputa estalló en el grupo ante la incisiva broma del fae, mostrando los primeros roces entre los miembros y sus posibles lealtades hacia la líder. Faurak gruñó algo similar a una advertencia al otro mientras Morag permanecía al margen, ignorándoles hasta que la situación pareció acercarse peligrosamente al límite.
—El río debe discurrir cerca —su tono restalló como un látigo, cortando en seco la discusión—. Lo encontraremos y nos desharemos de ese maldito olor que tanto parece molestarte, Faurak.
Aquello puso fin a la conversación, aunque la furia latía en la mirada de Faurak al clavarla en la espalda de la fae. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al ver cómo sus dedos se arqueaban, como si estuviera dispuesto a emplear su magia contra ella.
Un instante después, al presentir mi atención, los ojos castaños de Faurak se apartaron de Morag, desviándose hacia mí. Una sombra de recelo y resentimiento se entremezclaron en sus iris al contemplarlos el uno al otro... hasta que me mostró sus afilados colmillos en una silenciosa amenaza y yo rompí apresuradamente el contacto visual, captando el mensaje.
❧
Alcanzamos el curso del río tiempo después, un trecho un poco más ancho que el anterior donde habíamos acampado. El familiar sonido del agua discurriendo hizo que todo mi cuerpo cosquilleara de expectación ante lo que Morag debía tener planeado; el comentario cruel de Faurak había dado pie a que la fae tomara aquella decisión, errónea a ojos de los fae que empezaban a resentirse con su líder. La intuición me indicaba que aquella camaradería y lealtad que había habido al principio en el grupo estaba cerca de resquebrajarse por completo. ¿Qué sucedería entonces? Había empezado a atisbar los dos bandos que estaban formándose: por un lado, Faurak y Dervan habían mostrado su visible descontento a las decisiones que había tomado la fae; Urien, al responder el comentario de Faurak horas antes, dejaba bastante claro hacia dónde apuntaba su lealtad. Y Mervyn... Mervyn no parecía inclinarse por ninguno de los dos lados.
La balanza parecía encontrarse equilibrada, a la espera de que, si saltaba el conflicto, Mervyn escogiera en ese momento hacia qué lado se inclinaba más.
Se me pasó el fugaz pensamiento de presionar hasta el final, hasta que todo saltara por los aires y los unos se volvieran contra los otros; el transcurso del tiempo se había difuminado en mi memoria, convirtiéndose en una sucesión de eternas horas arrastrándome tras el caballo sobre el que montaba Dervan.
No estaba segura de cuánto nos habíamos alejado, la distancia a la que nos encontrábamos de la frontera.
No sabía cómo conseguiría emplear el polvo que contenía el cáliz de aquellas flores violetas cuyos efectos eran narcóticos.
Pero tenía que moverme deprisa, antes de que fuera demasiado tarde y alcanzáramos la salida del bosque y cualquier oportunidad de regresar se desvaneciera por completo.
—Morag —habló entonces Faurak, quien se había mantenido inusitadamente en silencio, escupiendo su nombre con visible resentimiento—, ¿cuáles son tus órdenes ahora? ¿Llevarnos a estas sucias garrapatas a la orilla y dejarlos bien limpitos?
La mujer se giró hacia su subalterno con una sonrisa afilada, preparando sus propias garras ante el desafío que subyacía en las palabras del otro.
—Alguien debe vigilarlos mientras se acicalan, ¿no crees? —le preguntó con peligrosa suavidad—. Quizá podrías hacerlo tú, Faurak, ya que tan desagradable te resulta el aroma que desprenden.
Otro desafío. La fae era consciente de la actitud del otro, de cómo estaba buscando minar su autoridad frente al resto del grupo; tanto Morag como Faurak eran dos peligrosas criaturas que se movían en círculos, evaluando a su rival antes de lanzarse contra el uno contra el otro. Y un enfrentamiento de tal magnitud...
No, no deseaba estar cerca cuando sucediera.
Una extraña sonrisa se formó en los labios de Faurak.
—Será un honor ver cómo se quitan la suciedad de encima —comentó con cierta ironía.
Nadie pareció ser consciente del pequeño cambio que se produjo en el ambiente tras la dócil respuesta del hombre. El grupo se reunió cerca de la orilla y los fae permitieron a las monturas que hundieran sus hocicos en la corriente; Morag, creyendo haberse impuesto a Faurak, empezó a repartir órdenes sin darse cuenta de la mirada que intercambiaron Dervan y el propio Faurak, una mirada cargada de un oscuro significado. Como si hubieran llegado a algún tipo de entendimiento mutuo.
El vello se me erizó a modo de anticipación, temiendo saber lo que se avecinaba.
Las alarmas saltaron dentro de mi cabeza y mi cuerpo pareció quedarse rígido al comprender, al confirmarse mis sospechas.
Apenas fui capaz de registrar el rápido movimiento de Dervan con el brazo, levantando una violenta corriente de aire similar a la que nos había golpeado a Gwynedd y a mí en el bosque donde fue asesinado. Otro torbellino chocó con el ataque que había lanzado el fae y oí la escalofriante risa que emitió Morag, ese familiar sonido que había oído la noche que acompañó al auténtico Dolgran a su dormitorio.
Sus ojos verdes resplandecían con una mezcla de rabia y magia, con sus brazos alzados sobre su cabeza para defenderse de aquel movimiento sibilino por parte de Dervan.
—Nunca has sido muy discreto, Dervan —se burló de su rival.
Todo mi cuerpo se tensó cuando se escuchó un extraño chapoteo a nuestra izquierda, cerca de donde estábamos apiñados y siendo vigilados. Mi mirada se vio atraída hacia el río justo a tiempo para ver cómo una columna de agua brotaba en dirección un sorprendido Urien, atrapándolo en su interior; en un simple pestañeo, el caos se había apoderado de la orilla, transformándola en un improvisado campo de batalla.
Observé con horror el intercambio que se inició entre ambas partes, provocando un terrorífico despliegue de magia: Urien logró liberarse de su cárcel acuática con un estallido ígneo que levantó una cortina de vapor a nuestro alrededor; Mervyn se quedó inmóvil, con los ojos abiertos de par en par, incapaz de reaccionar... hasta que una punta de hielo atravesó su pecho, manchada con la sangre del fae. Un gemido ahogado brotó de su garganta, cargado de sorpresa e incredulidad.
El corazón se detuvo dentro de mi pecho cuando el cuerpo cayó con un ruido seco sobre los guijarros, mostrando la resplandeciente y letal mirada de Faurak y sus brazos extendidos. Nos dedicó una sonrisa cruel mientras se acercaba lentamente, como un depredador que supiera que tenía a su presa en el lugar que él quería.
—Esto es lo que sucede cuando dudas —su tono era ronco y provocó que mi vello se erizara— o cuando no eres útil, como vosotros.
Me moví con precipitación y torpeza, ya que mis manos seguían maniatadas, sabiendo que estábamos condenados e indefensos ante la amenaza que suponía aquel fae que había asesinado a uno de sus compañeros con semejante demostración de sangre fría.
Como si oliera nuestro pánico, Faurak sonrió con más ganas.
—La reina nos recompensará igual si arrastramos vuestros cadáveres ante su presencia.
Escuché un siseo antes de que una esfera ígnea estuviera cerca de acertarle en el hombro. Un inconfundible aroma a humo alcanzó mis fosas nasales mientras Faurak giraba el cuello en la dirección de la que había provenido aquel inesperado proyectil; Morag le dedicó una ponzoñosa sonrisa antes de que sus manos se cubrieran de llamas.
«Por los antiguos elementos...»
Faurak le mostró los colmillos a la fae antes de invocar su propio poder en forma de oscuridad. El vello se me erizó al contemplar aquel elemento, recordando la ola que había chocado contra Gwynedd y contra mí antes de que perdiera la consciencia; aprovechando que la atención del hombre estaba en fija en otra parte, llevé mis manos hacia la caña de mi bota hasta que mis dedos rozaron la empuñadura de la daga que mantenía ahí escondida.
Faurak y Morag se intercambiaban rápidos golpes empleando distintos elementos mientras que Urien y Dervan intercalaban el uso de unas afiladas espadas cortas y el uso de su propia magia. Era nuestra oportunidad para escapar... y eso era lo que pensaba hacer.
—¿Verine...?
Miré a Altair, que contemplaba la daga que sostenía entre mis manos con un gesto casi ansioso; Greyjan y el resto tampoco podían apartar la mirada del arma, mostrando la misma agitación que mi amigo. Me acerqué a él y sujeté con firmeza el mango, clavando mis ojos en los suyos, intentando controlar mi propio pánico.
—Tenemos que irnos. Ahora.
Altair asintió, tragándose la multitud de preguntas que debían estar acumulándosele en la punta de la lengua. Sin darme un instante, empecé a rasgar con premura sus ataduras hasta que la cuerda deshilachada cayó sobre las hojas; luego le pasé la daga para que nos fuera liberando al resto mientras la contienda entre los fae continuaba hasta que uno de los dos bandos se declarara vencedor.
Mis muñecas se resintieron ante el último roce de mis ataduras. Observé mis antiguas cicatrices, el modo en que la piel estaba enrojecida a causa de los días que habían transcurrido; escuché los murmullos entre mis compañeros, el nerviosismo que reinaba ante la dantesca escena que estaba desarrollándose frente a nosotros.
La inconfundible muestra de poder con el que contaban aquellas criaturas.
—No podemos llevarlo con nosotros —la voz ronca de Greyjan me distrajo.
Mi amigo miraba a lord Ephoras, quien continuaba sumido en aquel estado casi cercano a la muerte. Vako y Dex, junto a un pálido Alousius, se acercaron a nosotros con expresiones sombrías y con absoluto sigilo, a la espera de recibir órdenes.
Tuve que darle la razón a Greyjan: si queríamos tener una oportunidad real de huir, tendríamos que dejar al hombre atrás. La herida causada por los fae había empeorado, dejándolo prácticamente a las puertas de la muerte; estaba condenado y no había nada que pudiéramos hacer.
—No.
La tajante y apresurada respuesta de Altair fue como el restallido de un látigo. Todos miramos en su dirección, topándonos con su gesto adusto y su mirada dura; el estómago se me retorció de angustia ante la negativa de nuestro amigo a abandonar a lord Ephoras, a pesar de saber que estaba más que justificado.
Vako se arrastró con cuidado, midiendo sus movimientos mientras el caos continuaba rodeándonos. Cada segundo que permanecíamos allí era un valioso tiempo perdido; y no podíamos permitírnoslo.
—Altair...
Los ojos azules del interpelado se clavaron en el rostro de Vako.
—He dicho que no —reiteró—. No vamos a dejarle atrás, no vamos a entregarlo a... a esas criaturas —algo desagradable se agitó en mi pecho al ver la rabia que recubría la última palabra—. Nos turnaremos para cargar con él, pero no vamos a abandonarlo —repitió con ferocidad.
Greyjan sacudió la cabeza, visiblemente consternado por la decisión, pero no dijo nada y fue el primero en acercarse a lord Ephoras. Alousius se apresuró a cubrir el otro lado, haciendo un gesto inconsciente al no saber bien cómo sujetarlo a causa de la ausencia de parte del brazo. Vako y Dex se tensaron y, al igual que Greyjan, optaron por no hablar, pues las circunstancias no eran las mejores para iniciar una discusión sobre qué hacer con el moribundo.
—Bajad por la orilla —nos instruyó Altair, y aquella sencilla orden hizo saltar las alarmas dentro de mi cabeza— e intentad cruzar donde la corriente sea más débil.
Busqué a mi amigo con la mirada, sospechando que estaba tramando algo.
—Altair, ¿qué...?
—Ahora no, Verine —me interrumpió con premura—. Simplemente corre.
No pude detenerle.
Mis dedos se cerraron en el aire cuando traté de aferrarle, de frenar su idea suicida pero llegué demasiado tarde. Unas simples décimas de segundo y mi amigo se alejaba de mi lado, dirigiéndose hacia donde las monturas pateaban con nerviosismo el suelo y se agitaban ante aquel despliegue de magia. Me tragué el grito que pugnaba por salir de mi garganta; observé con el corazón en un puño cómo mi amigo pasaba desapercibido en un principio, con los fae enfocados en acabar con sus rivales, hasta alcanzar el caballo que le había pertenecido.
Me giré hacia nuestros amigos, notando el acelerado latido de mi corazón. Ellos me devolvieron la mirada, estupefactos y aturdidos por la repentina decisión de Altair; pero tenían que reaccionar, tenían que actuar.
—Corred —les urgí, haciéndoles un apresurado gesto con la cabeza, señalando el bosque—. Yo protegeré las espaldas de Altair —hubo un instante de duda en la expresión de Vako, así que repetí con menos amabilidad—: Marchaos ya.
Una pequeña oleada de alivio me recorrió de pies a cabeza cuando Vako no se atrevió a replicarme, sino que, con ayuda de Dex, se encargaron de arrastrar a un inmóvil lord Ephoras de camino a los árboles, entremezclándose con el follaje hasta desaparecer de mi vista.
Una vez tuve la certeza de que el peligro había disminuido mínimamente, aunque aún pendía de nuestras cabezas, devolví mi atención a lo que más me importaba en aquellos instantes: mi amigo. Apreté las manos con fuerza cuando vi a Altair hurgando entre las alforjas que aún llevaba el caballo.
«El arcano.»
El estómago me dio un vuelco al reconocer la caja que mi amigo sacó de donde hubiera estado escondida todo aquel tiempo, gracias a los antiguos elementos. Al ver que ninguno de los fae parecía reparar en Altair y sus intenciones —el poderoso objeto que llevaba entre las manos—, parte de la congoja que se había instalado en mi pecho se desvaneció; durante unos maravillosos instantes, mientras mi amigo deshacía el camino hasta llegar de nuevo hasta mí, pensé que podíamos hacerlo.
Pensé que saldría bien, que Altair volvería conmigo y podríamos escabullirnos del mismo modo que habían hecho antes nuestros amigos, yendo tras su pista para poder huir juntos.
Pero una afilada daga voló desde el conflicto en dirección a mi amigo. El grito de dolor que dejó escapar Altair fue coreado con mi desgarrador aullido cuando vi cómo el arma se clavaba en su hombro, haciéndole trastabillar y caer al suelo.
No me detuve a pensar: eché a correr hacia donde estaba tendido Altair sin importar el alto riesgo que conllevaba exponerme de ese modo, volviéndome un blanco fácil. Apenas sentí dolor cuando mis rodillas golpearon el suelo y mis manos se movieron frenéticamente alrededor de la zona donde se había incrustado la daga. Un tenso nudo se instaló sobre mi garganta al contemplar la mancha carmesí brotando de la herida, aumentando de tamaño.
—¡Altair...!
Un escalofrío de temor se extendió por mi cuerpo al percibir algo moviéndose a mi espalda. Por encima del hombro vi a Faurak cubierto de pies a cabeza de sangre, sus ojos relucían salvajemente mientras el aire y la oscuridad se agitaban a su alrededor, convirtiéndolo en la viva imagen de la Muerte.
Mi pánico no hizo más que aumentar al avistar tres bultos caídos a su espalda, la certeza de saber que estábamos en clara desventaja. Que no había nada que pudiera hacer para proteger a Altair de la amenaza que suponía aquel fae envuelto en su propio poder.
«Usa el arcano», una extraña voz pareció sonar en mi cabeza.
Salí de mi momentánea parálisis y decidí seguir el extraño consejo que había recibido, quizá producto de mi subconsciente. Mis manos buscaron con urgencia la caja de madera, que había caído a poca distancia de Altair; una familiar corriente pareció extenderse a través de mi cuerpo cuando la tomé entre mis palmas.
Un sonido de sorpresa me distrajo unos segundos, los suficientes para ver a Faurak trastabillando y contemplando a su alrededor, entrecerrando los ojos con una mezcla de sospecha y temor.
—¡Muéstrate! —exclamó con un timbre tembloroso—. ¡Puedo sentir tu magia!
«Rápido, Verine», me espoleó la misma voz que antes había oído dentro de mi cabeza.
Mi pulso se descontroló y una poderosa necesidad me embargó al levantar la tapa, topándome por segunda vez con la imagen del arcano. Un estallido de calor se expandió por mis brazos al posar mis manos sobre el orbe; los haces de luces que vi en el castillo de Merain despertaron en su interior, buscando las yemas de mis dedos.
El horror se abrió paso en el rostro de Faurak al contemplarme con el arcano, olvidándose por completo del intruso al que unos segundos antes había increpado.
«Rápido», repitió la voz.
Pero no sabía cómo hacerlo, no sabía si podía emplear el arcano. Guiándome por el instinto, cerré los ojos un instante al percibir la magia que nos rodeaba; el orbe parecía ser un conductor, permitiéndome apreciar lo que debían sentir los fae al notar aquélla que se encontraba en el ambiente. ¿Podría intentar dar forma al poder que flotaba en el aire? ¿Aquellos finos hilos que parecían rodearnos?
Apoyé una mano en el suelo, de nuevo siguiendo a mi instinto. La conexión fue inmediata y el arcano se recalentó en mi otra palma; tiré de aquel extraño hilo que se había instaurado entre la tierra y yo.
Y lo sentí.
Sentí el temblor que sacudió el bosque, el crujido que resonó... y que anticipaba las gruesas grietas que aparecieron, de las que brotaron gruesas raíces como serpientes saliendo de su guarida. Las empujé hacia el paralizado fae e hice que se enroscaran sobre sus tobillos, ascendiendo más y más hasta que cubrirlo; percibí su resistencia, paladeé la magia de Faurak intentando deshacer mis ataduras y apreté con más fuerza aquellas raíces que rodeaban sus muñecas, inmovilizándolas para que no pudiera hacer nada.
Nuestras miradas se encontraron y una cálida corriente de satisfacción me recorrió al reconocer el temor en el fondo de sus ojos castaños, el miedo de verse vulnerable ante alguien como yo. Cerré mi puño y las raíces imitaron ese simple gesto, como un maestro titiritero con sus marionetas.
Un gemido dolorido a mi espalda hizo que el embrujo del arcano se redujera levemente, recordándome que Altair continuaba herido... y que Faurak era una amenaza. Tanteé aquel poder prestado que me proporcionaba el orbe, comprobando hasta dónde alcanzaba. Los humanos no poseíamos magia, no como los fae; lo que había conseguido...
«Pero tú no eres del todo humana —me recordó una insidiosa voz, no la que había escuchado antes—. Quizá el arcano se comporte de un modo distinto contigo porque sabe lo que ocultas. Tu verdadera naturaleza.»
—¿Qué es eso...? —le pregunta de Faurak me hizo salir de mi ensimismamiento—. Sabía que había algo raro en ti, por mucho que Morag tratara de ocultárnoslo, hay algo raro en ti y puedo oler la...
El chasquido que emitió el cuello del fae al partirse resonó por todo mi cuerpo antes de ser consciente de lo que había hecho. El pavor a que Faurak siguiera hablando, desvelando que él también podía percibir lo que Morag había visto en mí me había empujado a actuar sin pensar en nada más que protegerme. Proteger la vergonzosa verdad que la fae me había mostrado cuando me llevó lejos del grupo, intentando congraciarse conmigo.
El arcano tembló en mi mano y el sabor amargo de la bilis inundó mi boca, anticipando las náuseas que se retorcieron en el fondo de mi estómago.
—Verine...
Di un sobresalto al oír mi propio nombre, al descubrir los ojos azules nublados por el dolor de Altair fijos en mí. ¿Había estado consciente todo ese tiempo? ¿Habría sido testigo de lo que había hecho? ¿Lo habría escuchado...?
Me fijé en la herida, en la sangre que aún seguía manando de ella.
—Tenemos que encargarnos de tu herida —dije, cayendo de nuevo a su lado.
Mi amigo intentó incorporarse a pesar de mis protestas, logrando apoyarse en un codo. La imagen de la daga clavada en la parte superior del extremo de su clavícula, cerca del hombro, hizo que volviera a sentir náuseas.
—No es tan grave como parece —me aseguró.
Ninguno de los dos podíamos saberlo. No teníamos nociones de sanación más allá de lo básico y no podíamos comprobar el daño que había causado el arma; era posible que no hubiera acertado en ningún punto vital, pero eso no restaba peligrosidad a la herida.
Mi mirada casi tropezó con el arcano, al que seguía aferrándome, haciendo que una idea empezara a tomar forma en mi mente.
—Altair —me costó pronunciar su nombre, el continuar hablando—, déjame usar el arcano para curarte.
* * *
Y ASÍ SE PRENDIÓ ESTA WEA
Estamos a puntitititititito de que aparezcan dos personajes (uno de ellos ya ha tenido sus pequeños guiñitos de aparición en estos caps pasados, jeje) que llevo siglo esperando
¿Teoría al respecto? Las pistas siguen por ahí a la espera de ser descubiertas
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