❧ 33
Mis manos temblaron cuando me apresuré a coger aquel inesperado regalo y a esconderlo como bien pude en la caña de mi bota. No sabía su procedencia, ni quién de aquellos fae lo había dejado junto a mí... pero no estaba dispuesta a perder aquella oportunidad. El peso que me proporcionó, la presión contra mi pantorrilla hizo que una brizna de esperanza floreciera en mi pecho: no estaba desprotegida, ya no.
Ahora sólo quedaba empezar a planear.
Observé cómo el resto del grupo se despertaba ante la llegada del día. Morag fue la primera en repartir las primeras órdenes: Mervyn y Urien fueron los designados para acercarse a nosotros, sus prisioneros, para comprobar que las cuerdas que actuaban a modo de grilletes siguieran en su lugar. Me tensé inconscientemente al ver cómo Urien escogía el extremo de la hilera que conformábamos donde me encontraba; el fae tenía una expresión descontenta, haciendo que mis sospechas sobre la inestable autoridad de la mujer respecto al resto de sus acompañantes se fortalecieran, pero no había despegado los labios para emitir queja alguna. Sabía que la situación estaba pasándole factura a Morag, por mucho que ella hiciera prevalecer sus órdenes y mantenerse en el poder; sus subalternos estaban empezando a impacientarse: no podían hacer uso de su magia debido a nuestra fragilidad, lo que les había empujado a viajar de forma convencional; la extraña fascinación que Morag sentía hacia mí tampoco se les había pasado por alto, algunos de los fae que nos retenían se mostraban reacios a mi persona... como Faurak o Dervan.
Nuestro grupo era como un polvorín a una chispa de ser encendido.
Me tragué un quejido cuando las bruscas manos de Urien tomaron mis muñecas sin mostrar consideración. Sus ojos se clavaron en los míos con una sombra de sospecha, observándome con el mismo recelo que sus dos compañeros; no sabía qué era lo que les empujaba a mirarme así, como tampoco las insinuaciones que Morag había dejado en el aire las contadas ocasiones que se había dirigido a mí.
Recordé las viejas historias que corrían por las tabernas de Merain que hablaban de cómo aquellas insidiosas criaturas podían colarse en tu mente para convertirte en su marioneta o para robarte la memoria; un escalofrío de temor se extendió desde mi nuca hasta la parte baja de mi espalda. Me forcé en evocar cualquier imagen por precaución, cualquier cosa que pudiera resultar de poco interés para Urien si decidía emplear esa sigilosa parte de su poder sobre mi mente.
Apenas pude sentir un ápice de alivio cuando el fae terminó de comprobar mis ataduras y pasó hasta Altair. Ninguno de nuestros carceleros se molestó en acercarse más de lo necesario a lord Ephoras, cuyo delicado estado no encontraba mejoría alguna.
La breve conversación que mantuve con mi amigo en la orilla del riachuelo que discurría a unos metros de distancia se repitió en mis oídos: condenado. Aquel hombre estaba condenado. Morag y el resto no habían movido ni un solo dedo por lord Ephoras tras la emboscada en la que había sido herido de gravedad, habían optado por arrastrarlo como a un animal... alargando su agónico sufrimiento. La lenta tortura de la gangrena mientras continuaba extendiéndose por su cuerpo.
Desvié mi vista hacia donde lord Ephoras se encontraba tendido, con los ojos entreabiertos, como si sus fuerzas solamente le permitieran eso. No sabía cuánto tiempo le quedaba, pero en mis huesos sabía que no sobreviviría al viaje.
Nunca llegaría con vida a esa reina a la que pensaban entregarnos, a la espera de recibir una jugosa recompensa.
El odio y resentimiento que alguna vez en el pasado había sentido hacia aquel hombre moribundo ya no estaban ahí. Lo único que albergaba ahora en aquel rincón de mi pecho era lástima.
❧
Estábamos cerca. La frontera de la que tanto me había protegido mi padre mientras vivíamos allí mediante el uso de terroríficas historias sobre lo que había al otro lado estaba a poca distancia.
El entorno se volvió más familiar conforme avanzábamos, trastabillando tras los caballos sobre los que viajaban nuestros captores. El pulso se me disparó cuando empecé a recordar, cuando creí ver la difusa silueta de una Verine más pequeña corriendo entre las raíces y las hojas caídas, desobedeciendo las órdenes de su padre; mi cabeza no paraba de girar en una y otra dirección, absorbiendo cada detalle y permitiendo que mi pasado resurgiera del oscuro rincón de mi mente donde lo había mantenido convenientemente guardado en aquellos dieciséis años que habían transcurrido desde que abandoné mi hogar...
Algo se agitó dentro de mi cabeza. Apenas guardaba recuerdos nítidos de cómo había abandonado el Gran Bosque tras el infernal incendio que había reducido prácticamente a cenizas la cabaña compartida con mi padre; la conmoción de aquel horrible y traumático evento habían empañado aquel espacio de tiempo, provocando que solamente guardara imágenes difusas y sin apenas nitidez. La señora Budwist me había explicado que un soldado me había arrastrado hasta la puerta de su orfanato, ambos llenos de suciedad —una suciedad que en realidad era ceniza— y le había pedido que se hiciera cargo de mí tras hacer una generosa aportación, para incentivar una respuesta positiva en la mujer... que finalmente me había aceptado.
Aquel año había sido tan vertiginoso que no era capaz de rememorarlo con claridad, necesitando las vagas respuestas que me había proporcionado la señora Budwist cuando quise saber.
Mis pensamientos quedaron en suspenso cuando un cosquilleo se extendió por la punta de mis dedos. Observé mi alrededor con el corazón atrapado dentro de un puño, reconociendo el claro al que acabábamos de entrar; más allá de los caballos pude distinguir el grueso tronco que se alzaba en la distancia. Las enredaderas que lo recubrían como si fueran cadenas que le mantuvieran inmovilizado.
La frontera estaba apenas a unos kilómetros de nosotros viajando hacia el norte y las alarmas saltaron dentro de mi cabeza.
Pude percibir cómo la visión de aquel árbol tan llamativo retorcía el tenso ambiente que nos había acompañado desde que hubiéramos abandonado nuestro campamento junto al riachuelo. Una oleada de inconfundible alivio se extendió entre los fae que montaban sobre los caballos que nos habían arrebatado: ellos también sabían que estaban cerca de la frontera que separaba la parte del bosque que pertenecía a los Reinos Humanos a la que era su territorio.
Creí escuchar un cruce de susurros entre Dervan y Urien antes de que la autoritaria voz de Morag anunciara que no pararíamos «hasta encontrarnos al otro lado». Noté cierta crispación entre mis compañeros al oír que no habría descansos, a pesar de las largas horas que llevábamos siendo casi arrastrados; recordé la fiel presencia de la daga que alguien había dejado cerca de mí. ¿Habría sido alguno de esos fae? Mi vista saltó de espalda en espalda, permitiéndome evaluarlos. ¿Quién se habría atrevido a dejar un arma junto a mi cabeza? Pensé en la inestable autoridad de Morag, en cómo sus compinches ya no parecían tan proclives a seguir sus órdenes.
¿Había sido una silenciosa traición a la fae? ¿Por qué arriesgarse a darnos algo que pudiéramos usar contra ellos?
No dejé de darle vueltas al misterio, notando cómo la daga se clavaba en mi pantorrilla, atrapada entre la caña de mi bota y mi propia carne. Alguien de nuestros captores había decidido desobedecer a Morag, poniéndolos a todos en riesgo; alguien estaba dispuesto a poner un arma sobre mi mano, consciente de que sabría cómo emplearla, sin importarle que yo optara por rebanarle el cuello a modo de represalia.
Los fae eran criaturas extrañas y retorcidas. Morag me había felicitado la mañana anterior cuando pedí que hiciéramos un alto en el camino, horrorizada por el estado de lord Ephoras sobre su montura, diciendo que tenía una habilidad innata para tergiversar mis palabras... como uno de ellos.
No lograba encontrar una explicación racional sobre el misterioso —y peligroso— obsequio de la noche anterior, pero no podía permitirme perder un segundo más buscándola. La oportunidad que nos habían brindado era lo único que necesitábamos para poder escapar y tener alguna garantía de que saliera bien.
La daga cortaría nuestras ataduras, sí, pero ellos seguirían contando con más armas que nosotros; por no mencionar las secuelas que Greyjan y los otros aún arrastraban desde la noche de la emboscada. No estábamos en las condiciones adecuadas para poder presentar un contraataque frente a nuestros captores; las sienes empezaron a molestarme a causa de una insidiosa presión mientras me devanaba los malditos sesos para dar con una solución que nos llevara hasta la libertad.
—Estamos cerca —oí que decía Mervyn—. Puedo sentirlo.
El bosque había vuelto a convertirse en un completo desconocido. Atrás habíamos dejado el árbol que mi padre me había señalizado para vetarme el que me internara aún más; la espesura era mucho mayor, al igual que la oscuridad que se atisbaba entre las copas. No estaba segura del tiempo que había transcurrido desde que habíamos partido del riachuelo aquella mañana, si las horas habrían corrido hasta traer consigo la noche de nuevo.
Sentí mi vello erizándose, casi entendiendo lo que Mervyn había dicho unos segundos antes. Desde niña mi padre me había explicado que el Gran Bosque estaba lleno de magia; desde niña había convivido con aquella sensación sobre mi piel, ese familiar cosquilleo que se extendía por cada centímetro, con la suavidad de una caricia.
Pero la magia que se respiraba ahora... era mucho más sustanciosa a la que una vez estuve acostumbrada.
La frontera no era visible, pero sí tangible. La cantidad de magia que flotaba en el ambiente era la primera de las señales; el optimismo que se había extendido entre los fae era otra. Una vez cruzáramos a la zona que pertenecía a los Reinos Fae, la ventaja que tenían sobre nosotros se duplicaría...
Por no hablar de los peligros que acechaban en aquella parte del bosque.
Nunca había visto con mis propios ojos las criaturas que habitaban en los rincones más oscuros del Gran Bosque, mi padre me había hablado de ellos con el propósito de disuadirme de que cometiera alguna estupidez.
—Hogar, dulce hogar —canturreó Dervan con tono animado.
Un segundo después lo sentí.
El cambio que se produjo en el aire, el peso que aplastó mis hombros... que parecía empujarme hacia el suelo. No estaba segura si aquello era producto de algún tipo de guarda mágica que permitiera saber al bosque que alguien sin una gota en las venas había osado traspasar los límites que separaban lo mágico de lo no mágico.
A mi espalda escuché los jadeos ahogados de Alousius y el resto de mis amigos. El sonido de algo golpeando el suelo hizo que mis pies se quedaran clavados en el suelo; unos segundos después llegó el grito cargado de rabia de Mervyn.
Giré el cuello y descubrí a mi joven amigo con las rodillas y las palmas en el suelo, con el rostro pálido y su mirada llena de espanto, temor. El resto el grupo se detuvo ante aquel inesperado inconveniente: pude ver los gestos de cruel satisfacción de algunos de nuestros captores. El brillo de deleite en la mirada verde de Morag.
—Tan débiles —no se molestó en bajar el tono de voz: quería que todos oyéramos sus insidiosas palabras—. Tan frágiles ante el verdadero poder de un lugar tan antiguo como este.
Faurak coreó el mensaje de la fae con una risotada. Greyjan, cuya cuerda estaba firmemente atada a la silla de aquel fae, le dedicó una mirada en la que no se guardaba para sí ni un ápice del odio que sentía por su falta de humanidad; algo en su postura hizo que tuviera un mal presentimiento.
Separé los labios para lanzarle una advertencia, pero actué demasiado tarde: mi amigo aprovechó que Faurak estaba lo suficientemente distraído para tirar con fuerza de la cuerda que lo mantenía unido al caballo que portaba al fae, provocando que el animal se alterara y se alzara sobre sus patas traseras. Su jinete no tuvo tiempo para aferrarse al cuello de la criatura, cayendo a plomo al suelo.
El horror se abrió paso a través de mis entrañas al contemplar la figura caída de Faurak y el modo en que Greyjan trató de alcanzar a Alousius, quien continuaba apoyado sobre manos y rodillas con aspecto de estar ahogándose.
Dervan, quien estaba más cerca, chasqueó las riendas de su propio caballo para interponerse en el camino de mi amigo, arrastrándome tras de sí. Siseé de molestia cuando noté la quemazón que me produjo el lacerante contacto con la tierra y las pequeñas piedrecitas que poblaban el lecho del bosque, a pesar de las hojas que lo recubrían. La daga oculta se me clavó con contundencia en la pantorrilla y la conmoción que había dejado al grupo paralizado por lo sucedido con Alousius se disipaba ante la errónea creencia de que Greyjan estaba intentando escapar.
El fae alzó una mano en dirección a mi amigo y pude ver zarcillos de aire brotando del espacio que había entre sus dedos. El corazón se detuvo dentro de mi pecho cuando aquel despliegue de poder me hizo recordar la noche que Gwynedd fue asesinado; Morag también había optado por el aire al intentar separarme del hombre, pero aquello no tenía ni punto de comparación con lo que Dervan estaba mostrándonos.
—Atrévete a dar un paso más y te arranco el aire de tus pulmones.
Era como si el haber traspasado la frontera hubiera duplicado su magia, alimentándola como la leña alimenta a un fuego, brindándole más combustible con el que volverlo aún más letal.
Pensé en lo sencillo que le resultaría a Dervan acabar con Greyjan...
—¡No!
Grité. La montura del fae, al escuchar mi imprevisible alarido, corcoveó con sorpresa, brindándome unos preciados segundos para rodear los cuartos traseros del animal y atreverme a ponerme junto a su cuello, empujando a Dervan a que desviara momentáneamente su atención hacia mí.
—Sólo quiere ayudarle.
A mi espalda podía oír a la perfección los acelerados jadeos que brotaban de la garganta de Greyjan. El aire aún se agitaba entre los dedos del fae, curvándose como serpientes listas para atacar; su impasible mirada estaba clavada en mi rostro, en mis propios ojos.
—Por favor.
—Dervan —la severa intervención de Morag no fue suficiente para que el fae apartara la mirada... como tampoco silenciar su magia.
Los cascos del caballo que montaba la mujer resonaron a mi derecha, alertándome de su cercanía. Por el rabillo del ojo la distinguí a poca distancia, alternando la mirada entre ambos mientras Altair permanecía a su espalda, tenso por la situación.
—Dervan —repitió la fae con un tono mucho más imperioso—. No malgastes tu magia en castigar al humano.
Transcurrieron unos inquietantes segundos antes de que el hombre optara por obedecer, sacudiendo los dedos con parsimonia para hacer que el aire se dispersara en el ambiente; una tímida corriente rozó mi rostro y, por la insidiosa sonrisa que se formó en sus labios, supe que era el responsable. Una discreta y silenciosa advertencia.
O una amenaza en toda regla.
—Tú —giré el cuello hacia Morag al escucharla, pero ella tenía sus ojos clavados en Greyjan, aún paralizado por la conmoción—. Muévete, chico.
La orden de Morag hizo que Greyjan saliera de su estupor. Le vi acercándose con paso lento, casi titubeante, a Alousius para inclinarse; la mirada del más joven se desvió hacia el otro con una nota de gratitud en sus iris. Dejó que las manos de Greyjan lo tomaran por los brazos y le ayudaran a incorporarse.
Faurak ya se había incorporado de su caída y contemplaba a la fae con un gesto que delataba lo poco conforme que estaba con la decisión que había tomado, como si lo que había permitido Morag fuera una muestra de debilidad. Algo que, a ojos de los hombres que la acompañaban y seguían sus órdenes, no era digno de una líder...
No al menos con nosotros, quienes no parecíamos tener ni un solo derecho o consideración.
La afilada mirada del fae no se apartó del su líder, ni siquiera cuando volvió a subirse a su montura y obligó a Greyjan a apartarse de un inestable Alousius; mi amigo dejó escapar un gruñido entre los dientes, pero no opuso la más mínima resistencia.
Fue entonces cuando una idea empezó a aposentarse en mi mente: habíamos dejado atrás los Reinos Humanos. Aquella zona del bosque estaba impregnada de una mayor cantidad de aquella magia primigenia, lo que había mostrado Dervan solamente era un ápice de lo que suponía para nuestros captores.
Podían aprovecharse de aquella circunstancia, incrementar su propio poder.
Sentí cómo se aceleraba mi pulso, cómo la sangre circulaba a mayor velocidad en mis venas... Un molesto pitido en mis oídos. Mi mente volvió a la daga que mantenía escondida en la caña de mi bota, a ese significado que todavía no había logrado desvelar. Nuestras posibilidades se habían reducido drásticamente al cruzar la frontera, ahora el hilo del que pendían nuestras vidas era mucho más fino y débil que antes.
La urgencia de nuestra huida se volvió más acuciante cuando Morag dio la orden y todos nos pusimos en marcha de nuevo, internándonos aún más en el Gran Bosque.
❧
—Levántate.
Mi mirada se alzó ante el rostro ensombrecido de la mujer. Ella nos había conducido durante un par de horas más, hasta que la oscuridad se convirtió en un obstáculo para seguir avanzando; el grupo apenas se había dispersado tras la orden que había dado Morag de detenernos para descansar y Dervan me había conducido a un rincón apartado, lo mismo que habían hecho el resto de nuestros captores con mis amigos.
No supe cómo tomarme aquella orden disfrazada de petición.
Tampoco los fae, quienes no perdían detalle aunque fingían convenientemente estar ocupados en extender sus mantas alrededor de la trémula hoguera que ardía en mitad del círculo que habían formado.
—Arriba —insistió, con sus ojos verdes clavados en mi rostro.
Con las manos todavía maniatadas por una gruesa cuerda, busqué apoyo en el tronco que tenía a mi espalda y me incorporé con cuidado, sobreponiéndome a la oleada de dolor que recorrían mis piernas a causa de las horas que la mujer que se alzaba frente a mí nos había hecho caminar.
Morag movió la barbilla para indicarme que encabezara la marcha, acompañándola hacia la espesura del bosque. Lejos del grupo.
Pude sentir sobre nosotras la preocupada mirada de mis amigos y eso acrecentó el nudo de temor que había empezado a formarse en la boca de mi estómago tras escuchar por primera vez la repentina orden de la fae para que me pusiera en pie.
La seguí en silencio, escuchando los apresurados latidos de mi propio corazón en los oídos. Notando cómo aporreaban mis costillas mientras nos alejábamos de la relativa seguridad que parecía proporcionarme los subalternos de la mujer.
Dejé que me condujera durante unos metros, a una distancia prudente para que nadie pudiera escuchar nuestra conversación. En especial ellos.
—Te lo dije en el pasado, la primera vez que nuestros caminos se cruzaron —sus primeras palabras me provocaron un escalofrío e hicieron que mis hombros se curvaran de manera inconsciente, como si eso pudiera protegerme de ellas—: no te escondas de mí.
Estaba repitiéndolas de nuevo, aquel extraño mensaje que me lanzó en aquel asentamiento donde nos detuvimos y en cuyo burdel trabajaba. Igual que la primera vez, no supe cómo desentrañarlo, no supe qué hacer.
Ella había sentido esa retorcida fascinación conmigo desde ese instante, cuando nuestras miradas se cruzaron y sus labios se retorcieron en una perturbadora sonrisa.
—No me estoy escondiendo —repliqué, fingiendo una valentía que no sentía en absoluto.
Una sonrisa apareció en su rostro, como si creyera que no estaba siendo sincera.
—Entiendo que hayas tenido que mentir... en especial a tus amigos —pronunció la última palabra con un visible tono de desdén, casi escupiéndola entre dientes—. Pero ellos son ciegos a lo que ocultas bajo tu piel... eso que late en tu corazón.
Retrocedí un paso de manera automática, notando cómo mi pulso se disparaba.
—No sé de qué estás hablando —repuse.
La sonrisa creció de tamaño e intentó acercarse: a cada paso que daba, yo retrocedía otro. Su lenta persecución terminó en el momento en que mi espalda topó con uno de los árboles que nos rodeaban; mis ojos se abrieron de par en par al verme arrinconada y sin escapatoria.
Morag inspiró mi aroma antes de tomar un mechón de mi cabello, retirándome con suavidad para colocármelo tras la oreja. Su mirada se clavó en ella y enarcó una ceja, como si hubiera esperado encontrarse otra cosa.
—Dime, blodyn bach —canturreó, inclinando su rostro hacia el mío, dejando apenas unos centímetros de distancia—, ¿quién de los dos fue el desertor? ¿Quién fue el responsable... de esto?
Me aplasté contra la madera, deseando hacerme diminuta. No entendía el sentido de sus palabras, de sus gestos... de lo que intentaba arrancarme. ¿Desertor? ¿Responsable...?
¿Esto?
—No lo sé —respondí con absoluta sinceridad—. No sé nada.
Morag ladeó la cabeza, contemplándome con una extraña fascinación.
—Los fae somos curiosos por naturaleza y no llevamos bien el acatar las normas que ponen trabas a nuestra necesidad de saber —empezó a relatar, suavizando su tono—. A pesar de nuestra vasta memoria, hemos olvidado el motivo que inició esta guerra fría entre vosotros y nosotros; nadie recuerda las leyes que propiciaron que se nos prohibiera cruzar la frontera del Bosque de los Árboles Infinitos... Siempre habéis sido un foco de curiosidad para los fae. Vosotros, que no tenéis una gota de magia corriendo por vuestras venas; con vuestras vidas tan efímeras y vuestros cuerpos tan frágiles.
»No sería extraño que alguien de los nuestros decidiera saciar sus preguntas, atreviéndose a abandonar su reino y a atreverse a ir hasta vuestros reinos...
»No sería extraño que, en medio de su peregrinaje, hubiera sentido algo más por alguno de vosotros.
La comprensión fue abriéndose paso poco a poco en mi mente.
El pánico se extendió por mis extremidades, dejándome congelada y aturdida mientras Morag esperaba mi respuesta. Ella creía que yo... que mis padres... o al menos uno de ellos...
—Eres una rareza, blodyn bach —añadió con una sonrisa triste—. Un imposible. Pero no eres responsable de la traición que tus padres cometieron al concebirte... ¿Quién de los dos traicionó las leyes que le ataba a no mezclarse con los pérfidos humanos? ¿Quién?
—Estás mintiéndome —una parte de mí se resistía a creer lo que Morag intentaba hacerme ver; estaba intentando manipularme para jugar conmigo por algún retorcido motivo—. Eso no es cierto.
—No estoy mintiendo —me contradijo y volvió a olfatear el aire—. Los similares llaman a los similares y la pálida huella de magia que llevas en tu interior no es invisible para nosotros.
La garganta se me resecó, sosteniéndole a duras penas la mirada a la mujer.
Pensé en mi padre, evoqué su rostro con esfuerzo en mi mente. Busqué desesperadamente algo que pudiera delatar su mentira, si es que existía; indagué en mis viejos recuerdos pero no logré hallar nada.
—Mi padre... mi padre no...
«Mi padre no podía ser un fae», me dije a mí misma, incapaz de verbalizar aquel pensamiento a través de mis labios. Debería haber algo que le delatara, continué convenciéndome; el nombre de Orei se arrastró a la superficie, trayendo consigo imágenes de aquella prisionera que habían conducido a las mazmorras del rey Aloct mientras empleaba un sortilegio que había ocultado eficientemente su auténtica naturaleza. ¿Acaso mi padre había empleado un truco así conmigo...?
No, no podía creerlo. ¿Para qué mantener en secreto su auténtico ser si vivíamos en un rincón tan apartado de la civilización?
Boqueé al sentir cómo el aire no alcanzaba a mis pulmones a causa de mis propios pensamientos.
La mirada de Morag se tornó calculadora al ver mis reacciones, al intuir el hilo que estaba siguiendo mis pensamientos.
—Mi madre.
Ella siempre había sido una figura borrosa en mi vida. No guardaba recuerdo alguno sobre mi madre; de niña apenas mostré curiosidad por aquel hueco vacío de nuestra familia, algo que cambió al crecer... Cuando empecé a hacer preguntas sobre quién había sido, por qué no se encontraba con nosotros.
La respuesta que había recibido en su momento fue que había muerto.
Eché la vista hacia atrás, hacia la vida que había tenido antes de que terminara en un orfanato Merain. ¿Por qué vivir en un recóndito rincón del Gran Bosque? ¿Por qué instalarnos en un lugar así? En contadas ocasiones había visto a mi padre pedirme que me quedara en la cabaña mientras él se ausentaba para viajar hacia la población más cercana para obtener los víveres que pudiéramos necesitar y que el bosque no podía proporcionarnos. ¿Acaso nuestra cabaña había sido un refugio para protegerme de lo que realmente era?
¿Acaso había sido el único lugar donde mis padres habían podido llevar adelante su relación prohibida, antes de que la muerte se la llevara consigo...?
Mis piernas me temblaron ante las teorías que ocupaban hasta el último rincón de mi mente. ¿Era cierto, entonces? ¿Toda mi vida había sido una completa mentira...?
Un sonido estrangulado brotó de mi garganta al sentir los nudillos de Morag acariciándome la mejilla en un gesto consolador. ¿Quién era yo?
¿Qué era en realidad?
La fae chasqueó repetidas veces la lengua, conminándome con aquel sonido a que me recompusiera. A que me tragara las lágrimas que me punzaban en las comisuras de los ojos.
—No, amor, no —me susurró como una madre dirigiéndose a su hija—. Tú eres más fuerte que todo esto.
Era la propia Morag la que me mantenía erguida, atrapada contra aquel tronco, mientras sentía cómo me rompía por dentro poco a poco. ¿Mi padre habría querido esperar antes de contarme la verdad sobre mis orígenes?
El incendio que había acabado con su vida se había llevado consigo también aquella oportunidad, dejándome atrapada en aquel limbo y desconocimiento... Un vacío en el que hubiera continuado, sin sospechar absolutamente nada, de no haber sido por aquel tropiezo con Morag y los suyos.
—Ellos, a los que llamas amigos, jamás te aceptarán de descubrir lo que eres —la voz de la fae sonó seductora en mis oídos, como el canto de una sirena—. Pero nosotros... nosotros podemos darte un lugar al que pertenecer.
—¿Hay más como yo? —quise saber, intentando luchar contra la niebla que estaba empezando a embotar mi cabeza. Mis pensamientos.
Algo cruzó los ojos verdes de Morag.
—Eso no importa, blodyn bach —respondió, empleando de nuevo ese timbre hipnotizador; eso hizo saltar las alarmas en mi mente, advirtiéndome de que no podía confiar en lo que me dijera—. Elígenos a nosotros. Dinos todo lo que sepas y salva tu vida antes de que sea demasiado tarde.
Un crujido en las ramas más altas de un árbol cercano rompió la quietud que nos rodeaba. Morag se apartó, retrocediendo y robándome el único sustento con el que contaba; mis inestables piernas no fueron capaces de seguir sosteniendo mi peso, doblándose y mandándome al suelo.
La fae no me dedicó ni una sola mirada a causa de mi caída: sus ojos recorrían con avidez el techo de hojas que había sobre nuestras cabezas, rastreando. Buscando cualquier amenaza que hubiera allí escondida.
La niebla que había empezado a extenderse por mi mente, aturdiendo a mis sentidos, se detuvo cuando Morag centró su atención en el bosque, en vez de en mí. El peso de la daga en el interior de mi bota me ayudó a recuperar la perspectiva, haciéndome sospechar que la fae había intentado valerse de su poder para arrastrarme a su terreno y obligarme a que le diera la espalda a mis amigos.
No entendí su comportamiento, el hecho de que quisiera alejarme de ellos. ¿Intentaba protegerme de algún modo, ahora que había confirmado sus sospechas sobre mi verdadera naturaleza?
Pensé en lord Ephoras, en el recelo que había mostrado hacia mi persona tras el asesinato de Gwynedd. No había estado equivocado... no del todo: si eran ciertas las palabras de Morag, mi sangre no era pura.
Y yo no era más que una mestiza, el sucio secreto de dos personas completamente diferentes la una de la otra.
No obstante, ese descubrimiento no cambiaba nada: no iba a traicionar a mis amigos. No vendería ningún tipo de información a Morag a cambio de un hueco en su mundo; ya pensaría en el futuro, ya tomaría una decisión respecto a la explosiva revelación de aquella noche.
Mis planes seguían siendo huir... y la respuesta a las preguntas que habían estado asolándome desde que hubiéramos cruzado la frontera a la zona del bosque perteneciente a los Reinos Fae vino a mí cuando reconocí unas florecillas moradas creciendo entre las raíces de uno de los árboles.
—Levántate —me ordenó Morag y creí atisbar una nota de pánico en su voz— y piensa muy bien en mi oferta, blodyn bach. Yo no diré ni una sola palabra de esta... conversación que hemos mantenido.
Una idea empezó a tomar forma en mi mente mientras obedecía a la fae y la acompañaba de regreso al campamento, dudando entre si ella cumpliría con su promesa de no desvelar mi secreto frente a todos o no.
* * *
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Vosotres, pequeñas flores de mi jardín:
Os dejo elegir jejeje
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