❧ 31

El estómago se me contrajo al ver a los únicos supervivientes, mis amigos. El aspecto que presentaban Vako, Dex y Greyjan no distaba mucho de la imagen herida y vapuleada de Alousius; sus rostros mostraban magulladuras, cortes o costras de sangre reseca, producto de la escaramuza contra los fae que los habían tomado desprevenidos.

Pero al menos, me dije, continuaban con vida.

Nuestra inexperiencia había frenado a Morag y sus hombres para que siguiéramos los mismos pasos que los miembros más veteranos que habían viajado junto a nosotros como apoyo adicional para proteger a Altair. Aun así no podíamos permitirnos en confiar en que la fae y sus compañeros decidieran cambiar de opinión en cualquier momento.

Morag esbozó una sonrisa de cruel satisfacción al contemplar la pila de cuerpos, demostrando que no guardaba ningún arrepentimiento sobre el destino al que había condenado a esos hombres.

El grupo empezó a movilizarse ante la inequívoca orden de la mujer. Vi a uno de sus fae dirigirse hacia lord Ephoras; el hombre, aún conmocionado o debido a las secuelas de su brazo seccionado, no reaccionó cuando su captor lo aferró del brazo sano y tiró de él con virulencia para que se pusiera en pie.

Les seguí con la mirada mientras el lord trastabillaba con torpeza mientras el fae lo guiaba hacia uno de nuestros caballos. Algunos de sus compañeros, entre los que reconocí a Faurak, con expresiones de absoluto desagrado, se acercaron a los cadáveres; un regusto amargo inundó mi boca al contemplar cómo cargaban con los cuerpos, como si fueran simples fardos.

—Jamás te aceptarán, blodyn bach —escuché que susurraba una voz cerca de mi oído.

Un escalofrío se deslizó a lo largo de mi espalda a la vez que me apartaba de la inquietante cercanía de Morag, cuya expresión había abandonado toda satisfacción y ahora estaba congelada en un gesto adusto.

¿Qué había querido insinuar con eso?

Mis pies tropezaron con una pequeña raíz camuflada entre la hojarasca. Había perdido por completo la noción del tiempo mientras avanzábamos a pie, unidos por las cuerdas de nuestras muñecas, intentando mantener el ritmo que marcaban nuestros captores sobre los caballos; los fae se habían apropiado de todo, incluyendo las monturas.

Lord Ephoras era la única excepción: debido a su delicado estado, le habían cedido uno de los animales. El fae que nos había llamado «kunes» a Alousius y a mí había sido el encargado de ayudarle a subir a la silla... después de haber cargado un par de cuerpos.

La expresión casi ida del segundo de Altair no había cambiado un ápice, delatando lo lejos que se encontraba su mente.

Erguí mi espalda de forma automática cuando el jinete a quien estaba atada giró levemente para comprobar a qué se había debido aquel ligero tirón a través de la cuerda que nos unía. Dervan entrecerró los ojos, estudiándome en silencio de un modo que me erizó el vello.

Sabía que tanto él como su compañero Faurak parecían recelosos de mi presencia, aunque no supiera el motivo exacto.

Le sostuve la mirada hasta que el fae rompió el contacto visual, devolviendo la vista al frente. A la cabeza avanzaba la propia Morag, quien había elegido como prisionero a Altair; una sensación de angustia se enroscó en mi garganta. ¿Habrían descubierto ya el arcano? Aquel objeto mágico de inconmensurable poder no pasaba desapercibido, menos aún para criaturas que estuvieran en consonancia con la propia magia. Era muy poco probable que no lo hubieran sentido, donde fuera que lo hubiera escondido mi amigo.

Mis posibles planes de robo y huida habían quedado inservibles tras la emboscada, así como mi traición hacia Altair al estar dispuesta a anteponer la seguridad del reino al desesperado deseo de mi amigo de encontrar a su primo perdido.

Mordí el interior de la mejilla, ignorando las punzadas de dolor de mis piernas tras tratar de mantener el ritmo que marcaba la montura de Faurak. Mis amigos tenían las cabezas gachas, sus pasos eran tambaleantes... aún ateridos después del enfrentamiento que se desató cuando Morag y sus compinches hicieron saltar la emboscada.

Alousius no se había atrevido a cruzar una palabra más conmigo tras escuchar el ladrido de aquel fae de cabello oscuro y yo tampoco había querido arriesgarme a intentar un acercamiento con el resto de mis compañeros.

—¿Quién creéis que nos dará una mayor recompensa si les entregamos a esta basura? —preguntó el fae de cabellos trigueños.

Faurak soltó una carcajada que pareció sobresaltar a su propia montura.

—Dudo mucho que los cachorros valgan algo —respondió y supe que estaba refiriéndose a nosotros, a los que Morag nos había indultado, de algún modo—. Lord Sin Mano y los otros...

Dejó la frase en el aire, pero el mensaje estaba claro: sus cabezas tenían mucho más valor debido a su activa participación en aquel ataque desesperado del rey de Agarne que contó con el apoyo del tío de Altair. Todos ellos habían reconocido el símbolo grabado en nuestros uniformes, sabían la historia...

—La reina va a cubrirnos de oro —contribuyó el fae de cabello oscuro.

Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. ¿Estaría refiriéndose a la reina de Elphane? Su reino había sido el objetivo del ataque, las historias susurradas en los rincones más oscuros de Merain hablaban de ello; de la carnicería que se desató cuando las tropas dirigidas por los reyes de Agarne y Merahedd traspasaron las murallas, alcanzando el castillo.

Los ojos verdes del fae de cabellos trigueños relucieron con un retorcido deleite y se giró sobre su silla para contemplar a lord Ephoras, que a duras penas era capaz de mantenerse en su propia montura.

—Pagaría cada pieza de oro de nuestra recompensa por ver qué hace con él —comentó con una sonrisa casi animal.

Dervan se echó a reír entre dientes.

—No me gustaría estar en su pellejo, Mervyn —se unió a la cháchara. Su caballo era el que se encontraba más cerca de lord Ephoras y los dos cadáveres precariamente apilados situados a su espalda; los otros dos restantes habían sido colocados en una de nuestras monturas restantes.

—A nadie le gustaría estarlo —coincidió con él Mervyn, el fae de ojos verdes y cabello trigueño. El que poseía una sonrisa de depredador—. ¿No es así, Urien?

El fae de cabello oscuro pareció fruncir los labios, sin decir ni una sola palabra. Aquel silencio pareció espolear a Mervyn a continuar hablando:

—Que los antiguos elementos nos guarden de su oscuridad antes de que nos arrastre a todos a ella.

Una extraña corriente pareció extenderse por todo mi cuerpo, advirtiéndome de lo cerca que se encontraba la frontera natural que separaba el territorio de los humanos y de los fae. Morag era una líder implacable que nos había forzado a caminar incluso en la noche, gracias a su visión desarrollada; todo mi cuerpo se resentía a causa del esfuerzo, de las largas horas atravesando el bosque en la más completa oscuridad, intentando esquivar los posibles obstáculos mientras la advertencia que Dervan le había hecho a la fae se repetía en mis oídos.

«El bosque está inquieto, Morag, y no me gustaría tropezarme con ella.»

Un suspiro tembloroso brotó de mis labios resecos cuando la mujer dio el alto. Los fae descendieron de las monturas; Dervan tomó mi cuerda unida a su silla y la liberó, dando un firme tirón para comprobar que mis ataduras no se habían aflojado. El resto de subalternos de Morag imitaron a mi captor con mis compañeros; vi a Mervyn observar a Vako con una expresión lobuna mientras que Alousius retrocedía, manteniéndose fuera de su campo de visión. Faurak tuvo que ayudar a lord Ephoras a bajar de su caballo y Urien les ladró algo a Greyjan y Dex.

Cuando dirigí mi mirada hacia Morag descubrí que sus avispados ojos ya estaban clavados en mí. Consciente de que tenía toda mi atención, se acercó a Altair; mis doloridas extremidades se tensaron de forma automática cuando la fae se inclinó hacia mi amigo, susurrándole algo al oído mientras me sostenía la mirada, con sus ojos alimentados por un brillo malévolo.

—No os olvidéis de atarlos bien —dijo en voz audible, apartándose de Altair, quien me daba la espalda—. Estos perros muerden.

Un tirón a la cuerda me obligó a desviar la vista hacia Dervan, el fae responsable de vigilarme. Sus labios se estiraron hasta formar una sonrisa en la que sus colmillos puntiagudos parecían resaltar contra su piel.

—Pero no con la suficiente fuerza —masculló sólo para mí.

Todos mis músculos parecieron protestar cuando el hombre me condujo hacia el rincón donde pasaríamos la noche. El resto de mis compañeros ya estaban allí, apiñados y con sus cuerdas entrelazadas como una cadena; Dervan tomó el extremo de la mía para unirla. Sus ojos grises se mantuvieron fijos en los míos mientras trabajaba.

El recelo que sentía hacia mí se reflejó en ellos, provocándome una extraña inquietud en el fondo de mi estómago.

Con un último y brusco tirón, el fae dio media vuelta para reunirse con sus compañeros, que habían conseguido encender una hoguera y se habían apiñado alrededor de aquel agradecido foco de calor; lord Ephoras y Altair permanecían a unos metros de distancia, apartados de nosotros.

Me fijé en la palidez enfermiza que estaba empezando a carcomer su rostro, no augurando nada bueno; como tampoco su silencio. No sabía si nuestros captores habrían tomado algún tipo de precaución con el brazo herido o si el resquemor palpable que sentían hacia él —hacia los atroces actos en los que había participado activamente— les habría hecho castigarle de ese modo, sin mostrar un ápice de misericordia.

La bilis pareció quemar las paredes de mi garganta al contemplar el brazo que terminaba abruptamente a la altura de donde debía encontrarse su codo. Incluso un ramalazo de compasión me inundó al ser testigo de su deplorable estado, a pesar de que aquel hombre había estado confabulando a mis espaldas, creyéndome una enemiga y tratando de poner a Altair en mi contra.

Aparté la mirada cuando una atronadora risa pareció sacudir el claro en el que nos habíamos establecido después de la larga caminata a la que nos habían sometido desde que Morag hubiera dado la orden. La culpa se retorció en mi interior al toparme con los rostros heridos y con expresiones sombrías de mis compañeros; con excepción de Alousius, no había tenido oportunidad de cruzar palabra con ninguno de ellos.

Vako y Dex tenían la cabeza gacha. Alousius se mordisqueaba el labio inferior con desazón, espiando al grupo de fae que estaban dando buena cuenta de nuestras propias provisiones. Greyjan, por el contrario, no disimulaba: sus ojos estaban clavados en las siluetas de nuestros captores, con un brillo de odio.

El nudo que había sentido momentos antes pareció estrecharse al contemplarlos. ¿Qué habría sucedido de haberme quedado junto a ellos? ¿Habríamos tenido alguna oportunidad de no habernos dividido? Me obligué a no desviar la mirada hacia la zona donde habían descargado los cuerpos de nuestros compañeros.

El poder que recorría las venas de los fae era un arma contra la que no teníamos defensa posible... Nuestra mejor opción era el intentar cogerlos con la guardia baja, emplear el hierro para apagar su fuente de energía y herirles; no obstante, las circunstancias no se encontraban del todo a nuestro favor.

Empezando por el hecho de que nuestro mejor guerrero, la persona que ya se había enfrentado a ellos y conocía sus trucos, había quedado gravemente herido.

Morag había sido clara respecto a nuestro incierto futuro: nos venderían al mejor postor... y había alguien que estaría encantada por pagar cualquier precio. Si sus sospechas eran acertadas y estaba dispuesta a vendernos a la mismísima reina de Elphane...

Un escalofrío me sacudió de pies a cabeza, dejando que las oscuras palabras de Mervyn volvieran a repetirse dentro de mi mente.

«Que los antiguos elementos nos guarden de su oscuridad antes de que nos arrastre a todos a ella.»

Teníamos que escapar de Morag y sus compinches antes de que fuera demasiado tarde.

* * *

¿Es posible que Morag sepa cositas?

¿Qué ha querido insinuar eso la fae respecto a Verine?

¿Reina, QUÉ REINA?

Que los antiguos elementos nos salven...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top