❧ 30

De manera inconsciente empujé con todas mis fuerzas a Altair, provocando que ambos cayéramos al suelo. El golpe hizo que me quedara momentáneamente sin aire y algo desorientada antes de que las alarmas saltaran dentro de mi cabeza, anticipándome la amenaza que suponía aquella mujer; mi amigo parecía incluso más aturdido que yo tras aquel inesperado giro en los acontecimientos.

Pero no podíamos permitirnos perder ni un solo segundo.

Rastreé el claro en busca de la fae, sin éxito. El ambiente estaba cargado de una extraña energía, quizá fuera su propia magia, que hacía que todo mi vello se erizaba; empujé mis piernas para incorporarme mientras tiraba del brazo de Altair para que lo hiciera conmigo.

El pánico se enroscó alrededor de mi garganta y las advertencias del comandante Erelmus se repitieron en mis oídos, conminándome a no dejar que se hiciera con el control de la situación.

Me dirigí hacia Altair.

—¿Tienes algún arma? —le pregunté.

El peso de la pequeña daga escondida en mi bota hizo que parte del turbulento caos perdiera su fuerza, brindándome una leve llama de esperanza. Todas las armas que se nos habían proporcionado para aquella travesía eran de hierro, una medida más que necesaria sabiendo nuestro destino; recordaba a Orei y los estragos que causaron los grilletes en ella, el pavor que exudaba por cada poro de su cuerpo al ver cómo los soldados se acercaban con las pesadas cadenas, listas para romper su sortilegio y revelar su verdadera naturaleza de un modo en absoluto agradable.

Una risa resonó en algún punto sobre nuestras cabezas, haciéndonos saber que la mujer estaba prácticamente jugando con nosotros como un gato antes de atrapar a su presa. La impaciencia burbujeó en el fondo de mi estómago ante la falta de reacción de Altair, quien todavía parecía estar conmocionado.

—¿Has traído contigo algún arma? —repetí.

Sus ojos azules buscaron los míos con un leve brillo de horror.

—No.

Su escueta respuesta fue como un golpe en el plexo solar. Sabiendo lo imprescindible que resultaba, sabiendo los riesgos a los que nos exponíamos viajando al Gran Bosque... Y había decidido seguirme a través del bosque sin llevarse consigo ni una mísera daga.

—No pensé cuando te vi desvanecerte en la oscuridad —se justificó al leer la contrariedad en mi rostro—. No creí que fuéramos a ser emboscados.

Sentí una ardiente réplica formándose en la punta de mi lengua, pero me la tragué: no era el momento de empezar una discusión, no cuando había una fae oculta, divirtiéndose a nuestra costa.

No cuando esa fae tenía el propósito de acabar con nuestras vidas.

Rauda, me incliné sobre la caña de la bota y deslicé fuera de su escondite mi propia daga. Otra risa perforó la oscuridad, haciendo que mi pánico se entremezclara con una corrosiva rabia. ¿A qué estaba esperando para atacar...?

Una inesperada oleada de aire nos golpeó de lleno, mandándonos de nuevo al suelo. La daga estuvo a punto de resbalar de mi mano, haciendo que mi estómago diera un vuelco; la figura de la mujer emergió de la oscuridad, mostrándonos su sonrisa afilada.

—¿De verdad crees que tienes una sola oportunidad, blodyn bach? —canturreó la fae.

Permanecí en el suelo, dejando que la distancia entre ambas fuera empequeñeciendo. Un familiar cosquilleo se extendió por mi palma, ansiando empuñar el arma y hundir el filo en el malvado corazón de aquella criatura; conté los segundos, los pasos, deseando que avanzara un poco más... lo suficiente para que mi ataque le pillara por sorpresa y no tuviera tiempo de reaccionar, recurriendo a su magia.

Un grito de rabia ahogado sonó cerca y mi corazón se detuvo unos instantes al ver a Altair abalanzándose contra la fae sin importarle la desventaja con la que contaba, lo sencillo que le resultaría repelerle; exclamé su nombre mientras la mujer alzaba ambas manos en dirección a mi amigo y su magia despertaba de nuevo. El suelo retumbó bajo mi cuerpo antes de que escuchara un escalofriante crujido y viera cómo emergía de él unas gruesas raíces que frenaron en seco a Altair, inmovilizándolo mientras trepaban por sus extremidades como serpientes ávidas por carne fresca.

La malicia relampagueó en los ojos negros de la fae.

—Hombres —ronroneó con tono seductor—. No importa su naturaleza: todos ellos son igual de impacientes...

Mis piernas reaccionaron solas, levantándome y guiándome hacia ella. Lo único en lo que podía pensar era en acabar con su vida y la amenaza que representaba para Altair, cuyas ataduras habían alcanzado su cuello; empuñé mi daga, lista para hundírsela en el putrefacto corazón de mi enemiga...

Pero no pude.

En aquella ocasión no hizo falta ningún tipo de magia para detenerme. Con una sonrisa viperina, la fae se situó junto a mi amigo, mostrándome de nuevo sus afilados colmillos en una amenaza muda: si daba un paso más, a ella no le temblaría el pulso para hacer que las raíces que había invocado por medio de su poder estrangularan hasta la muerte a Altair.

Mi brazo cayó junto a mi costado, haciendo que el filo golpeara mi muslo. La angustia se abrió paso a través de mis entrañas mientras mis ojos se dirigían hacia el rostro de mi amigo; su mirada azul se cruzó con la mía con una familiar ferocidad y vi que sus labios se movían, pronunciando una sola palabra: «Hazlo».

Pero la sonrisa peligrosa de la fae era mucho más sugestiva y efectiva que la muda petición de Altair. Como miembro del Círculo de Hierro, mi prioridad era mantener con vida a mi amigo... aunque eso supusiera contradecir sus órdenes.

—Chica lista —me alabó la mujer, dedicándome un coqueto guiño de ojo—. Deja la daga en el suelo y dale una patada.

—¡No...! —la fuerte negativa de Altair se vio interrumpida con un gemido ahogado cuando las raíces hicieron presión contra su tráquea, cortándole el flujo de aire.

La fae dedicó una mirada desagradable a su prisionero, molesta por su intervención no deseada, antes de volver a clavar sus ojos negros en mí.

—Demuéstrame que no estaba equivocada contigo y que eres más inteligente que este lorecillo —dijo en tono imperativo.

Sentí como si un puño hubiera atravesado mi pecho y estuviera aplastando mi corazón. El agarre de las ataduras sobre el cuello de Altair no se había aflojado y mi amigo boqueaba con urgencia, intentando conseguir oxígeno.

Obedecí con sumisión a las exigencias de la fae: mis dedos fueron soltando la empuñadura de la daga hasta que cayó a mis pies. De un puntapié la mandé lejos de mí, perdiendo mi única posibilidad de vencer a la mujer; como respuesta, ella me dedicó otra de sus sonrisas e hizo que las raíces que rodeaban la tráquea de mi amigo se soltaran lo suficiente para que Altair pudiera aspirar una gran bocanada de aire.

Mis extremidades se pusieron en tensión cuando vi que la mirada de la fae pareció iluminarse, irguiéndose como un depredador listo para abalanzarse sobre su presa. Su reacción cobró sentido cuando escuché el inconfundible sonido de unos pasos.

Momentos después, dos figuras se unieron a nosotros en el claro. Los dos desconocidos, al contrario que la mujer, no habían escondido su auténtica naturaleza por medio de subterfugios o sortilegios: aquellos dos fae lucían con orgullo sus colmillos afilados y orejas puntiagudas. Sus ojos —de color gris los del fae más corpulento, los del otro de color castaño y a juego con su recortado cabello— alternaron entre Altair y yo con un brillo casi asesino.

—Dervan, Faurak —les saludó la fae, desvelando que no le resultaban desconocidos. Que quizá trabajaban juntos.

Mis pensamientos volvieron a enredarse los unos con los otros mientras intentaba encontrar sentido a todo aquel asunto. ¿Desde cuándo estaban tras nuestra pista? La primera vez que nos habíamos visto fue en aquel asentamiento de mala muerte, cuando la mujer se hizo pasar por prostituta, acercándose de ese modo al auténtico Dolgran; era imposible que supieran de nosotros antes de ese momento... ¿O no?

—A pesar de haberlos pillado por sorpresa, estas malditas alimañas saben cómo defenderse —gruñó el fae de ojos castaños—. Hemos tenido que deshacernos de los más problemáticos.

El estómago me dio un vuelco cuando se acercó, permitiéndome atisbar algunas manchas de color oscuro que cruzaban la piel de su cuello... y el pecho.

—Vamos, Faurak —comentó su compañero, que llevaba los lados de su cabeza completamente afeitada y con extraños símbolos grabados sobre el cráneo—, has disfrutado con la muerte de algunos de ellos... —su mirada gris se detuvo entonces en mí, frunciendo el ceño—. Morag, ¿qué significa esto?

Su tono cargado de desagrado hizo que me erizara como un gato. Desarmada y en visible minoría, no pude hacer otra cosa que mantenerme quieta; los recién llegados se acercaron, rodeándome y cubriendo cualquier vía de escape.

—Asegúrate de que no intente huir —le espetó la mujer.

Faurak entrecerró los ojos en mi dirección, evaluándome con un gesto que delataba lo poco conforme que se encontraba con seguir las órdenes de Morag... o quizá fuera esa orden en concreto que había recibido.

—¿Y qué sucede con tu presa? —intervino Dervan, señalando con un gesto de barbilla a Altair—. Pensé que tenías mejor gusto y que jamás te rebajarías con un sucio humano...

Morag esbozó una sonrisa amenazadora antes de extender su dedo índice para acariciar el pómulo de Altair.

—Un poco más de respeto, Dervan —contestó con peligrosa suavidad—. Estamos ante un futuro rey, si los rumores son ciertos.

Una extraña quietud se instauró en el claro, un silencio que no parecía presagiar nada bueno... Hasta que la voz de Morag resonó sin un ápice de humor.

—Ya sabéis qué hacer con ellos.

Eso fue lo último que escuché antes de que la oscuridad se cerniera sobre mí, ahogándolo todo.

Poco a poco fui recuperando el sentido, notando mi cuerpo rígido y en una posición dolorosamente incómoda. La última imagen que guardaba en mi cabeza era aquella ola negra cayendo sobre Altair y sobre mí después de que la fae que había suplantado a Dolgran hubiera conseguido su propósito de tendernos una emboscada exitosa; pestañeé para intentar espantar la bruma que parecía recubrir mi mirada, ignorando la presión de mi nuca.

Un entorno cubierto de árboles me dio la bienvenida cuando recuperé por completo la visión. El corazón me dio un involuntario brinco al descubrir que aún seguíamos en el Gran Bosque, aunque lejos del claro donde nos habíamos visto sorprendidos por Morag; pensar en aquella fae me hizo que tratara de incorporarme, topándome con mis muñecas amarradas a mi espalda.

Un gruñido de molestia brotó de mi garganta cuando me removí sobre el suelo, buscando liberarme.

—Verine.

Detuve mis frenéticos movimientos al escuchar como alguien pronunciaba mi nombre. Mi mirada no tardó más que unos segundos en descubrir a Alousius maniatado a unos metros de distancia; el horror se extendió por mi cuerpo al descubrir los golpes que decoraban por el rostro de mi amigo... y que trajeron a mi memoria algo que el fae Dervan había dicho tras su llegada al claro: «... has disfrutado con la muerte de algunos de ellos...»

—Alousius —pronuncié su nombre con un ligero temblor—. ¿Qué ha pasado?

Quizá el chico podría ayudarme a rellenar los huecos que quedaban en mi mente, brindándome una panorámica sobre lo que había sucedido antes y después de que los fae nos emboscaran.

—Nos tomaron por sorpresa —contestó Alousius y vi cómo su expresión se retorcía en una mueca—. Dolgran... Dolgran empezó a comportarse... Colaboraba con ellos —era evidente que no sabía que, en realidad, Dolgran no era él mismo... que había sido suplantado por medio de la magia. Su voz tembló al continuar—: El pánico se extendió en el grupo y no hizo más que crecer cuando descubrimos que habíais desaparecido...

El relato de Alousius se cortó de golpe cuando uno de los fae, desconocido para mí, apareció de la nada y se colocó entre ambos. Su cabello negro estaba recogido desordenadamente sobre su nuca, mostrando con orgullo el arco puntiagudo de sus orejas —a una de ellas parecía faltarle un trozo de lóbulo—; sus ojos verdes relucían con molestia al observarnos a ambos, acompañando a la expresión que retorcía sus afilados rasgos.

—Silencio, kunes —nos gruñó, mostrándonos sus dientes en un gesto amenazador.

No tuvimos otra opción que obedecer, encogiéndonos ante las consecuencias que desataríamos de no hacerlo. Me pregunté con cuántos fae contaba Morag, cómo habría logrado tejer su propia trampa y conducirles hasta nosotros, provocando la emboscada.

El recién llegado alternó la mirada entre los dos antes de mascullar algo para sí mismo y dar media vuelta, dejándonos de nuevo a solas. Alousius, al ver que el fae no tenía intenciones de regresar si no escuchaba cierto alboroto, empezó a arrastrarse por el suelo para acercar posiciones.

El estómago volvió a darme un vuelco al ver de más cerca los estragos de su enfrentamiento con aquellas criaturas. La insidiosa voz de Dervan resonó en alguna parte de mi cabeza, recordándome que no todos habían salido con vida de aquella emboscada.

—Alousius —musité, conmocionada.

—Son criaturas poderosas, Verine —me confió en un susurro—. La magia...

Había sido testigo del poder que atesoraban los fae, de cómo eran capaces de manipular a los antiguos elementos a su antojo, convirtiéndolos en peligrosas armas contra las que no teníamos defensa alguna. Los humanos no podíamos acceder a la magia, no corría por nuestras venas del mismo modo que con aquellas criaturas.

Estábamos vacíos.

—¿Cuántos son? —quise saber, ignorando la verdadera pregunta que rondaba mi cabeza.

Alousius frunció el ceño, pensando en su respuesta.

—Cinco —contestó tras unos segundos—. Tres de ellos se quedaron con nosotros tras capturarnos y otros dos se marcharon hacia el bosque... Hasta que vino esa mujer —añadió, dirigiendo su mirada hacia una determinada dirección.

Morag había sustituido las prendas de Dolgran por unas que, sin lugar a dudas, debían pertenecerle. Lejos del atrevido vestido que le había visto usar en el burdel, ahora vestía un ceñido uniforme de cuero que le cubría de pies a cabeza; incluso se había recogido su largo cabello oscuro de un modo similar al de su compañero. La prostituta de aquel asentamiento había desaparecido, dejando en su lugar a un soldado.

En aquel momento estaba ocupada repartiendo órdenes a los fae que ya conocía, Dervan y Faurak, y otro que nos daba la espalda, permitiendo que lo único que viera de él fuera su ondulado cabello trigueño.

Como si hubiera sentido mi mirada, los ojos negros de la fae se desviaron hacia mí, descubriéndome. Mis agarrotados músculos se tensaron cuando vi que despachaba a sus subalternos para encaminarse hacia donde mi compañero y yo estábamos tendidos como meros fardos.

Una sonrisa culebreó en sus labios.

—Pensé que mi sortilegio duraría un poco más, blodyn bach —comentó.

Me tragué el temor que se agitaba en mi interior y traté de brindarle a mi voz firmeza.

—¿Dónde está Altair? —exigí saber.

Morag rió entre dientes.

—Tu dulce lorecillo está bajo vigilancia, querida —respondió. Mi corazón frenó un poco su acelerado ritmo al escucharla, al confiar en que no estuviera jugando conmigo; tal y como había apuntado Dex tras el asesinato de Gwynedd, Altair era un jugoso rehén con un alto valor para Merahedd—. Aunque no puedo decir lo mismo de todos tus compañeros...

El breve acceso de calma que había sentido se desvaneció. Morag me ayudó a incorporarme sin esfuerzo, levantándome del suelo y sosteniéndome para que pudiera contemplar los estragos de aquella emboscada: habíamos regresado al punto donde habíamos instalado nuestro improvisado campamento para pasar aquella noche... y ahora todo lo que me rodeaba era una vorágine de absoluto caos. Miles de señales atestiguaban que allí había ocurrido algo, lo mismo que la pila que habían formado con los cuerpos de Feinwin, Yrivil, Dwynail y Berey. Las náuseas me atenazaron ante la imagen de sus cadáveres masacrados, como si los fae no les hubieran brindado una muerte limpia.

Aparté la mirada, con un regusto amargo inundando mi boca. Habían asesinado a los miembros más veteranos del grupo, pero no a lord Ephoras... a quien descubrí apoyado contra un tronco, con el rostro mortalmente pálido bajo las manchas de sangre que cubrían su piel; su brazo izquierdo acababa abruptamente a la altura del codo, seccionado.

La fae exhaló por la nariz al advertir qué había captado mi atención.

—Algunas deudas pendientes han sido saldadas —dijo con voz pétrea—. Otras todavía no.

Agradecí la excusa que me proporcionó con aquel críptico mensaje para dirigir mi vista hacia su rostro. Sus ojos negros apuntaban hacia donde reposaba lord Ephoras, malherido y desangrándose.

—¿Por qué nosotros no?

Morag parpadeó una vez antes de desviar la mirada hacia mí.

—Conocemos vuestro símbolo —supe que estaba refiriéndose al círculo que llevábamos impreso, el escudo del Círculo de Hierro—. Conocemos vuestros pecados. Sabemos lo que hicisteis en Elphane...

Mi cuerpo sufrió un escalofrío al escuchar ese nombre. Había sido el objetivo de la pequeña alianza que organizaron Agarne y Merahedd en un desesperado intento por parte del rey Tivizio de recuperar a su hija; las historias que corrían sobre aquel ataque hablaban de una batalla encarnizada, de un grotesco derramamiento de sangre y la promesa de que lo sucedido no quedaría condenado al olvido.

Que traería fatales consecuencias por la osadía de ambos reyes.

—Los fae no olvidamos —continuó Morag con tono serio—. Pero somos justos y vuestras manos, ci bach, no están manchadas todavía.

No hubo alivio al conocer sus planes de mantenernos un poco más con vida gracias a nuestra juventud.

—Si ese malnacido sigue con vida —añadió la mujer con un gruñido, refiriéndose a lord Ephoras... cuyas manos no estaban limpias de la sangre que había mencionado— es porque hay alguien que lleva años deseando su cabeza.

—Morag.

La aludida giró el cuello hacia el dueño de aquella voz. Dervan me dedicó una mirada ceñuda antes de concentrarse en el rostro de su superior, pues era evidente que quien ostentaba ese cargo en el grupo era la fae.

—El bosque está inquieto, Morag —le advirtió el hombre, oteando a su alrededor con aire impaciente—, y no me gustaría tropezarme con ella.

La fae dejó escapar un bufido desdeñoso, pero en su mirada atisbé una ligera sombra de nerviosismo. Quienquiera que fuera esa ella, sin lugar a dudas generaba cierto respeto entre nuestros captores.

—Tendremos que viajar a la vieja usanza —anunció Morag, alzando la voz para hacerse oír entre los miembros más alejados—. Cargad los cadáveres y a lord Sin Mano en una de las monturas...

»Y veamos cuánto podemos sacar en cualquiera de los reinos por nuestro botín.

* * *

BUENAS BUENASSSS 

¡FELIZ (Y ATRASADO) INICIO DE SEPTIEMBRE!

Antes de entrar en materia me gustaría confesar mi pequeño drama y es que ME DEJÉ MI MEMORIA USB EN MI CASA AL VOLVER A MI OTRA CASA (véase, donde vivo actualmente) Y ME DI CUENTA CUANDO ERA DEMASIADO TARDE

Total: Nana llevándose las manos a la cabeza, acordándose de parte de su familia y su mala memoria, sin saber qué hacer porque, jeje, ahí es donde guardo todo por lo que TRAGEDIA

Pero lo positivo de todo este asunto: ya la tengo de nuevo (gracias madre), así que podemos seguir viviendo los dramitas de estos culebrones que venimos leyendo cada sábado

Pero vamos a meternos en faena amics, que esto está que arrrrde: hace más o menos un mes tuvimos el plot twist del siglo (al menos por ahora, je) donde nuestro silencioso Dolgran, ese tío que (por si no os habíais dado cuenta) tenía un comportamiento un poco rarito ha resultado ser (¡sorpresa!) la mujer que nos topamos varios capítulos atrás, en aquel asentamiento de mala muerte. 

Y ESO NO ES TODO: LA TIPA HA RESULTADO SER UNA FAE

Lo sé, lo sé, todes nos quedamos un poco trunquis ante esta magistral aparición de Morag (que vamos a tenerla para rato, ojo)

Tras haber pasado la cosechadora por el grupo de Altair, los fae parecen haber mostrado un extraño sentido del honor y han permitido a los cachorros (eso es lo que significa kune, ci bach es en singular) seguir viviendo porque aún no tienen las manitas manchadas de sangre (?) y no pudieron participar en la masacre de Elphane

Ahora, pequeñas florecillas de mi jardín, os lanzo una pregunta jeje

¿De quién puede estar hablando Dervan cuando comentó que el bosque estaba inquieto... y que no quería cruzarse con ella? Ahí os lo dejo

Y elevad una plegaria a los antiguos elementos, porque Verine y sus amigos van a necesitar un milagrito para salir de esta... Porque en próximos capítulos las cosas van a ponerse on fire

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top