❧ 23

La tensión que antes se había respirado entre Greyjan y yo se desvaneció cuando regresamos junto al resto del grupo con las monturas refrescadas y las cosas claras entre los dos. Le había prometido a mi amigo discreción, pues era lo mínimo que podía hacer después de ser consciente del sacrificio que había hecho de ponerse al descubierto frente a mí; era a Greyjan a quien le correspondía decidir si estaba listo para hacer lo mismo que había hecho conmigo con el resto de nuestro grupo.

La expresión de lord Ephoras se tornó inquisitiva, como si hubiera intuido la leve sombra de tensión que nos había acompañado a mi amigo y a mí, a nuestro regreso. El segundo al mando no hizo ningún comentario al respecto, pero atisbé un ligero gesto de molestia cuando nos gruñó que volviéramos a encaramarnos a las sillas de nuestros caballos para poder reanudar nuestro camino.

No hubo más descansos.

Casi como al inicio de nuestro viaje, lord Ephoras nos hostigó día y noche para que nos mantuviésemos en marcha, siguiendo el brutal ritmo que obligó a nuestras monturas a alcanzar su límite. Las cuatro jornadas siguientes transcurrieron entre esporádicas —y breves— pausas, nubes de polvo levantándose a nuestro alrededor y un silencio absoluto dentro del grupo; dormíamos apenas unas horas al raso antes de que la irritante voz del segundo al mando nos interrumpiera, empujándonos de nuevo a los desgastados caminos de tierra. Podía percibir cómo el humor del grupo decaía, trayendo consigo una nube de irritación.

Cumplimos nuestra primera semana desde que habíamos abandonado Merain con el ánimo demasiado bajo. Una parte de mí se preguntaba cuánto tiempo más se alargaría el viaje, dado el frenético ritmo que llevábamos gracias a la frustración de lord Ephoras y el silencio dócil y conformista de Altair ante su visible relego de autoridad en él; sabía que el Gran Bosque estaba a una distancia considerable de la capital y, por mucho que forzara a mi memoria a retrotraerse al pasado, no conseguía recordar cómo había sido mi primer viaje. El que había realizado cuando aquel incendio se llevó la vida de mi padre por delante y me obligó a abandonarlo todo.

Me pasé el antebrazo por mi frente sudorosa, un tanto agradecida de que estuviera cayendo el sol por el horizonte. Lord Ephoras nos empujaría a avanzar un trecho más, aprovechando el ambiente menos cálido, hasta que la noche fuera tan cerrada que no hubiera más remedio que hacer un alto hasta el amanecer... Tal y como había sucedido los cuatro días anteriores.

Un inconfundible olor a humo alcanzó mis fosas nasales, haciendo que mi dolorido cuerpo se tensara sobre la silla del caballo. Vi que algunos de mis compañeros también parecían haber apreciado esa nota discordante en el aire; Dolgran y Neuwell, otro de los soldados veteranos, se inclinaron hacia delante. Alousius y Greyjan compartieron una mirada cuando las siluetas de unos desastrados edificios a lo lejos.

Un asentamiento.

Una maravillosa posibilidad de poder dormir de nuevo bajo un techo, pudiendo tomar una comida caliente... incluso un maldito baño en condiciones. La higiene del grupo dejaba mucho que mejorar; con apenas tiempo, lo único que habíamos podido hacer era refrescarnos en las orillas de los arroyos o de algún río con el que teníamos la fortuna de tropezarnos.

Aferré las riendas con la esperanza de que lord Ephoras nos permitiera un merecido descanso después de la interminable carrera a la que nos había lanzado las jornadas anteriores. El susodicho había bajado el ritmo al contemplar aquel ineludible punto en nuestro camino; se inclinó sobre su silla para debatir algo con Altair y yo recé interiormente para que mostrara un ápice de piedad hacia todos nosotros.

—Los antiguos elementos han sido benevolentes —la inconfundible voz de lord Ephoras se extendió cuando hizo que su montura diera media vuelta para quedarse detenido en mitad del camino—. Rezad un poco más para que haya algún lugar donde pasar la noche.

Mis labios se torcieron en una mueca cuando alcanzamos aquel asentamiento. No eran más que un par de edificios apilados los unos contra los otros; un lugar de paso donde ofrecer cobijo a los cansados viajeros... además de otros placeres. El burdel con el que contaba aquella aldea —si es que podía denominársele así— era, sin lugar a dudas, el que más llamaba la atención: su tamaño era considerable en comparación con las otras edificaciones las cortinas de distintos —y llamativos— colores ondeaban alegremente desde las ventanas, invitándote a perderte en los jugosos placeres que se escondían tras sus puestas.

Algunas mujeres y hombres estaban apoyados contra la fachada, ataviados con prendas bastante reveladoras. Nuestra llegada no pasó desapercibida para ninguno de ellos: pude sentir sus interesadas miradas clavadas en nosotros; un escalofrío se deslizó por mi cuerpo cuando mis ojos se toparon con los de una mujer en concreto, que observaba todo con el cuerpo ligeramente inclinado contra la pared, permitiendo que la tela de su liviano vestido expusiera sus exuberantes piernas... y generoso escote.

Su cabello de color oscuro, similar al mío, caía en forma de ondas, enmarcando su afilado rostro. Bajo unas impresionantes pestañas, su mirada color verde no perdía detalle de cada uno de nosotros; la sentí deslizándose sobre mi cuerpo, dedicándome una sonrisa casi secreta..., para luego apartarla con violencia al ver que Altair desmontaba de su caballo con un movimiento fluido y elegante.

Algo se retorció en mi estómago al ver que el lord seguía estando en el punto de mira de la impresionante mujer, quien no ocultaba en absoluto su interés y había esbozado una amplia sonrisa.

Pero había aprendido la lección con Katre, la tabernera de la última —y única, por aquel entonces— aldea que habíamos visitado en nuestro camino.

Descendí de la silla con los familiares calambres recorriendo mis agotados muslos y tuve que aferrarme al pomo antes perder el equilibrio. Observé la pobre hilera de edificios que conformaban aquel asentamiento, pensado para una jornada de descanso temporal, nada definitivo... a excepción de los que vivían dentro del burdel y las casas circundantes, que no eran muy numerosas.

Lord Ephoras envió a Vako y Dwynail, otro de los soldados veteranos, a buscar hospedaje para la noche. El resto nos mantuvimos junto a nuestras monturas, intentando ignorar el escrutinio; en especial las miradas ávidas por unas monedas nuevas de las personas que pertenecían al burdel.

Mi atención no dejaba de señalar hacia la hermosa mujer que antes me había mirado. Por el rabillo del ojo había verificado que continuaba apoyada contra la fachada del edificio, aún mostrando gran parte de sus encantos; Gwynedd, junto con Dolgran, Yrivil, Berey y Feinwin, parecía haber sucumbido al innegable atractivo de la prostituta y tenía sus ojos clavados en ella mientras que su presa parecía estar más interesada en otros.

El providente regreso de Vako y Dwynail hizo que la situación quedara en suspenso. La pareja anunció la existencia de un hospedaje cuyo aspecto me hizo añorar terriblemente la posada donde la dulce Katre trabajaba; conducimos nuestras monturas hasta la zona habilitada para los animales y luego entramos en el desvencijado edificio. Un atronador silencio nos recibió al otro lado de la puerta, una espaciosa sala casi vacía a excepción de unas humildes mesas redondas pensadas para ocupar a reducidos grupos.

Un amable hombre salió de una de las estancias adyacentes. Nos indicó que solamente poseía habitaciones individuales, por lo que llegó el momento de distribuirnos; me tocó en la primera planta, en el mismo pasillo que Dolgran, Alousius, Yrivil y Feinwin. El resto terminó instalada en la segunda, para desagrado de Greyjan, quien había tenido la mala fortuna de terminar en la misma planta que Gwynedd.

Vi cómo los ojos de mi amigo lanzaban dagas en dirección al susodicho, cuya expresión estaba mortalmente seria, quizá una pizca aburrida.

El dueño de la casa de huéspedes se encargó de explicarnos la distribución del asentamiento, procurando pasar de puntillas con el tema del burdel, quizá en deferencia hacia mí. Mi presencia había debido llamar su atención y casi podía escuchar sus pensamientos desde mi posición junto a mis amigos, el modo en que me observaba con discreción mientras escuchaba atentamente a lord Ephoras; tampoco dio señales de reconocer a Altair, creyendo la ficticia historia de que solamente éramos un grupo que estaba de paso de camino a su hogar. Nuestros uniformes idénticos, polvorientos y sucios podían pasar por los que podrían usar los guardias privados de cualquier señor de la zona.

Aunque tampoco es que fuéramos sometidos a ningún tipo de interrogatorio, en especial después de que le tendiéramos una generosa pila de monedas por la noche que pasaríamos bajo su humilde techo.

Con nuestras pocas pertenencias, nos despedimos del dueño y nos dirigimos hacia las escaleras para ir hacia nuestros respectivos dormitorios. Un suspiro se escapó de mis labios al contemplar el pequeño cuarto, amueblado con lo necesario para tener un mínimo de comodidad; dejé mis cosas sobre la cama y volví a salir, bajando a la planta inferior.

Cuando encontré al dueño, revoloteando entre las mesas, esbocé una sonrisa y me acerqué mientras él continuaba absorbido por sus tareas. Apenas unos instantes después, tras haber depositado otra moneda en su palma, seguí sus instrucciones para dirigirme hacia la zona trasera del edificio con un trozo de jabón y la promesa de un baño en la más completa privacidad.

Aparté un cabello húmedo y cerré la puerta a mi espalda, sintiéndome casi renovada. Había acabado con el trozo de jabón que me había proporcionado el dueño, decidiendo emplear lo que había quedado después de mi lavado a profundidad para tratar de quitar las manchas y el olor de mi uniforme después de aquella semana de viaje. El interior de la casa de huéspedes se encontraba inusualmente vacío pero, ante el sonido de mis botas, la familiar cara del propietario asomó.

—Milady —contuve las ganas de poner los ojos en blanco y me giré hacia él—. ¡Ah, señorita! Sus compañeros se han marchado en dirección a la taberna...

Agradecí la información y me despedí con un gesto de cabeza mientras me dirigía hacia la puerta. No me costó mucho deducir cuál de todos los edificios restantes correspondía a mi destino: un hombre se apoyaba precariamente en la fachada del que había a una casa de distancia del burdel y vaciaba su estómago con fruición, intentando mantener el equilibrio.

Crucé la escasa distancia que me separaba de la taberna y atravesé el umbral con decisión. Estudié la única estancia, abarrotada de mesas y cuerpos que montaban un gran alboroto; me costó unos largos segundos divisar a mis amigos, sentados casi al fondo mientras que, a poca distancia, se encontraba el resto del grupo... intentando integrarlos. Las jarras llenas de cerveza ocupaban un generoso espacio de la superficie de madera de las mesas que ocupaban y, a juzgar por los ojos brillantes de algunos de nuestros compañeros, no parecían ser las primeras que tomaban.

La expresión de Alousius se iluminó al verme aparecer, haciéndose a un lado para permitirme unirme a ellos. Greyjan y Dex estaban sumidos en una interesante conversación mientras que Yrivil y Dolgran escuchaban atentamente; me fijé en que no había ni rastro de lord Ephoras y Altair.

Fruncí el ceño ante su visible ausencia. Cuando le pregunté al respecto a Alousius, mi amigo se limitó a encogerse de hombros.

—Decidieron quedarse en la casa de huéspedes —fue lo único que pudo decirme.

Mordí el interior de la mejilla. Sabía que el repentino ramalazo de preocupación era infundado, pero desde que habíamos llegado a ese asentamiento no había sido capaz de quitarme de encima una extraña sensación que aún me acompañaba; estudié el interior de la taberna de manera inconsciente, buscando cualquier detalle que pudiera explicar por qué me sentía de ese modo.

Entrecerré los ojos cuando descubrí la presencia de dos de las mujeres que había visto apoyadas contra el burdel... pero ninguna de ellas era la morena con ojos verdes. Las observé zigzaguear entre la multitud, sonriendo y lanzando algún que otro beso a los hombres que les gritaban obscenidades con voz ebria.

Apuntalé los codos sobre la mesa, sin apartar mi atención de las dos mujeres, que parecían haber encontrado unos potenciales clientes en una de las mesas cercanas a la barra y gracias a su encanto no habían encontrado problema para hacerse un hueco en los regazos de dos de los ocupantes.

Aquella noche no probaría ni una gota de alcohol, mi instinto me decía que no podía permitirme bajar la guardia en ese lugar.

Horas después, y al ver que ninguno de mis compañeros parecía dar señales de querer dar por finalizada la velada, me puse en pie. El alcohol había corrido como la espuma entre el grupo, siendo la primera vez en todo el viaje que realmente daban la imagen de que existía cierta... unidad. Greyjan, Dex y Feinwin se habían sumado al coro de borrachos, entonando una vieja canción de taberna; Vako, casi a regañadientes, parecía haberse relajado en presencia de Dolgran, dejando a un lado su irritante petulancia; incluso Alousius había encontrado en Yrivil un buen e interesante conversador.

Había paseado la mirada por todos ellos, un poco aliviada de que los límites que habíamos marcado los unos con los otros estuvieran empezando a desdibujarse. La confianza era un factor importante si queríamos cumplir con nuestro cometido; no podíamos permitirnos dejar que nuestras diferencias o recelos se impusieran a nuestro deber de proteger a Altair. Quien, por cierto, aún seguía estando ausente.

Gwynedd era el único que parecía haber decidido mantenerse al margen. Con sus dedos colocados alrededor de su jarra de cerveza, se había limitado a contemplarlo todo con esos ojos cargados de malicia. Recordándome que aún teníamos cuentas pendientes y que él no lo olvidaría tan fácilmente.

Alousius me dirigió una mirada interrogante al verme levantada y yo negué con la cabeza, dándole un amistoso golpecito en el hombro y señalando la puerta para indicarle que me retiraba. Tras aquella infernal carrera a la que nos había sometido a todo el grupo lord Ephoras, mi cuerpo ansiaba un merecido descanso en el colchón que me aguardaba en la casa de huéspedes.

Me despedí de mi amigo con una última sonrisa y me entremezclé con la multitud para alcanzar la salida. Aspiré una bocanada de aire fresco cuando crucé el umbral de regreso al exterior...

Todas mis alarmas saltaron dentro de mi cabeza al dar un par de pasos y distinguir una figura acercándose en la oscuridad. Tragué saliva al reconocer las vaporosas telas que cubrían su cuerpo... y la intensidad de su mirada verde; la mujer me dedicó una juguetona sonrisa.

Retrocedí de manera inconsciente, sintiendo de nuevo aquel extraño escalofrío deslizándose por mi espalda. Ella ladeó la cabeza con un gesto coqueto, haciendo que su cabello oscuro cayera sobre uno de sus hombros; todo mi cuerpo se tensó cuando llegó a mi altura y alargó su brazo izquierdo, posando su palma sobre mi mejilla.

El contacto fue como una descarga que se extendió con rapidez, haciéndome retroceder de manera inconsciente, trastabillando.

La mujer caminó conmigo, sin apartar su mano, hasta que mi espalda chocó contra la pared de la taberna. Aspiré un aroma salvaje en el aire y algo se retorció en la boca de mi estómago; las sienes empezaron a punzarme...

—Hola, preciosa —susurró la mujer con un timbre seductor, casi ronco, que hizo que todo mi vello se erizara—. ¿Te retiras tan pronto? La diversión apenas acaba de comenzar...

Su presencia parecía anular mis sentidos, convirtiéndome en una joven temblorosa y entumecida.

—Discúlpeme...

Una sonrisa casi gatuna se formó otra vez en sus labios al atisbar mi titubeo. Deslizó su mano desde mi mejilla por mi barbilla y cuello, acariciándome de un modo tan íntimo, hasta dejarla apoyada sobre mi pecho, donde podía percibir el acelerado latido de mi corazón.

Dejó escapar una risa coqueta.

—Creo que no son necesarias las formalidades, bonita —sopló en mi oreja y un sonido estrangulado brotó de mi garganta.

Mi cuerpo continuaba paralizado y la cabeza había empezado a darme vueltas, abrumada por el extraño aroma que flotaba en el ambiente y que, ahora comprendía, procedía de la mujer. Ella se acercó aún más a mí, dejando que sus labios revolotearan cerca de mi lóbulo; el dolor de las sienes aumentó ante su cercanía.

Sus dedos presionaron contra la tela de mi uniforme.

—No te escondas de mí —susurró y su cálido aliento no hizo más que hacer crecer la inquietud que se retorcía en la boca del estómago—: puedo sentirlo. Es débil... pero está ahí.

Algo pareció romperse en mi interior y el encantamiento en el que parecía haberme sumido. Pestañeé con desconcierto por sus extrañas palabras antes de reunir la fuerza suficiente para apartar su mano de mi pecho y hacer que retrocediera lo suficiente para brindarme un mínimo de espacio con el que poder aclarar mis ideas.

Entrecerré los ojos.

—No sé de qué estás hablando —le dije con severidad.

La mujer dio otro paso atrás, evaluándome con su mirada verde.

A pesar de que hubiera logrado reaccionar, impidiendo que la situación pudiera ir más lejos, su presencia —el aroma que parecía rodearla como un extraño halo— continuaba flotando en el aire como una invitación silenciosa a retornar a nuestras antiguas posiciones, a su antigua cercanía. Tragué saliva con incomodidad por lo sucedido, sintiendo cómo mi acelerado corazón resonaba en mis oídos mientras me forzaba a no romper el contacto visual con ella.

Sonrió con aire travieso, pero no dijo nada.

Ordené a mis piernas que se pusieran en movimiento, que me llevaran de regreso a la casa de huéspedes... a mi habitación... Donde fuera, pero que estuviera lejos de la perturbadora mujer que me observaba con una mezcla de placer y curiosidad.

Ella no trató de detenerme cuando adivinó mis intenciones. Sus ojos verdes no se apartaron de los míos en ningún instante, siguiéndome con la mirada mientras me alejaba de la pared y la rodeaba para marcharme.

—Eliges una compañía muy interesante, blodyn bach —escuché que decía a mi espalda y yo aceleré, deseando atravesar la puerta de la casa de huéspedes y refugiarme en mi dormitorio.

Me alejé de allí, rauda. Espoleada por un ramalazo de incomprensible temor, huí a mayor velocidad y me obligué a no mirar a mi espalda, a pesar de que sentía sus ojos clavados entre mis omóplatos; casi me abalancé hacia la puerta cuando apenas me separaban un par de pasos.

Balbuceé un rápido saludo en dirección al dueño de la casa de huéspedes, que montaba guardia en una de las mesas. Luego subí a toda prisa las escaleras y me aseguré de cerrar bien mi puerta.

Estaba demasiado agitada para dormir. Mi encuentro con la mujer a mi salida de la taberna no dejaba de dar vueltas dentro de mi mente, manteniéndome en un constante estado de alarma; sus extrañas palabras no cesaban de repetirse en mis oídos, haciéndome sentir cada vez más confusa.

El hecho de que su aroma continuara pegado a mi nariz tampoco mejoraba las cosas.

Observé el techo con un nudo en la garganta. La voz de la desconocida pareció escucharse en el interior del dormitorio, en vez de mi cabeza; apreté con fuerza los ojos, pero no logré mi propósito de hacerla desaparecer.

«... puedo sentirlo...»

¿El qué? ¿Mi miedo? ¿El acelerado latido de mi corazón a causa de su cercanía... de su contacto? Aún no lograba entender qué había sucedido, el modo en que me había sentido anulada, atrapada contra aquella pared sin ser capaz de mover un solo músculo y sin comprender qué buscaba de mí.

Porque no creía que quisiera mis monedas a cambio de ofrecerme sus... servicios.

Todo quedó en suspenso cuando escuché cierto jaleo en el pasillo. Me incorporé sobre los codos, agudizando mi oído; distinguí el sonido de los pasos de dos personas... antes de que una risa claramente femenina resonara con claridad, delatando la posible identidad de uno de ellos.

El errático camino de ambos confirmó que su pareja parecía haberse sobrepasado un poco con la bebida aquella noche. Algo contundente golpeó una pared y la mujer soltó otra risa ahogada, divertida por la situación; una segunda voz masculina refunfuñó de manera ininteligible.

Solté el aire que había estado conteniendo sin darme cuenta al comprender lo que estaba sucediendo en el pasillo: la opción más probable es que alguno de mis compañeros hubiera necesitado ayuda de su compañía aquella noche para regresar a la casa de huéspedes. Sacudí la cabeza e incliné mi cuerpo para encontrar una posición cómoda sobre la cama cuando la escuché hablar:

—Oh, Dolgran, esta noche puedes llamarme como quieras.

Era ella.

Todo mi cuerpo se tensó mientras continuaba atenta a las dos personas que se encontraban en el pasillo. Dolgran volvió a mascullar algo que no logré entender y una puerta chirrió; dos pares de pasos sobre el suelo y otra encantadora risa que hizo que mi estómago diera un vuelco.

Un suave portazo y todo pareció sumirse en silencio.

Una breve tregua antes de que la diversión que estaba teniendo lugar en el interior de la habitación de Dolgran fuera demasiado para las finas paredes de aquella casa de huéspedes. Ahogué un gruñido de frustración y traté de amortiguar aquella cacofonía de golpes, jadeos y gemidos empleando la almohada, sin éxito.

La risa de la mujer de ojos verdes se elevó a través del pasillo, provocándome un escalofrío.

Y luego, nada.

* * *

Blodyn bach es pequeña flor, no sus preocupéis, que ya sabéis cómo soy yo de pesada con poner cosas en otros idiomas, jé.

Por cierto, un pequeño apunte para próximos capis:


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top