❧ 20
Me arrastré hacia el dormitorio al amanecer, cuando el sol empezaba a despuntar por el horizonte. Había encontrado un inesperado refugio cerca de la posada, lo suficientemente escondido y sumido en la oscuridad para que nadie pudiera descubrirme, donde me dejé caer, intentando controlar las lágrimas que asomaban en las comisuras de mis ojos. Aún seguía viendo a Altair abrazando a la joven posadera, buscando consuelo en ella sin que yo pudiera hacer otra cosa que observar, sintiendo cómo mi corazón se constreñía y las desgarradoras palabras de mi amigo se repetían en mis oídos.
«No lo era, no del todo.»
Luego la voz de Altair se entremezcló con la de Greyjan, haciendo que la culpa que llevaba anclada en el pecho duplicara su peso; no me había comportado bien, no había sido justa con él: mi amigo, si es que aún quedaba algo de nuestra amistad que salvar, me había confesado haber estado al tanto de mi relación con Altair. Me había asegurado que eso nunca cambiaría nada, al menos para él. Vako, Dex y Alousius, por otra parte... No estaba segura de cómo podrían tomárselo si lo descubrían.
Encontré a mis compañeros disfrutando de una merecida noche de sueño tras la juerga que debían haberse dado abajo, aprovechando nuestra parada en aquella humilde aldea. Me fijé en la cama donde continuaban mi capa y chaqueta: ninguno de ellos la había reclamado para sí, dejándola vacía. Con cuidado, deslicé mis pies sobre el suelo en el más completo silencio; una vez alcancé el colchón, retiré los objetos que me obstaculizaban y me aovillé en un rincón, agradeciendo a los antiguos elementos ese pequeño remanso de paz.
❧
—Creo que va a estallarme la cabeza —gimió Greyjan, apretando las palmas contra sus sienes mientras descendíamos por las estrechas escaleras que conducían a la sala que parecía cumplir la función de comedor y taberna.
Lord Ephoras había aporreado la puerta de nuestra habitación con energía, anunciando que quería vernos abajo completamente preparados. Haciendo acopio de energía, seguí los mismos pasos que mis compañeros —que sólo se limitaron a lanzarme un par de sonrisas conspirativas al descubrirme en el dormitorio— y recogí mis pocas pertenencias antes de abandonar el cuarto para reunirnos con el resto del grupo.
En la planta baja ya se encontraban listos los miembros veteranos, además de Altair. Todos estaban sentados alrededor de una de las mesas del fondo de la estancia, con toda probabilidad comentando la noche anterior; nosotros no tardamos en arrastrar los pies en esa dirección. Hacia los huecos vacíos.
Escogí premeditadamente el que quedaba más alejado, entre Dex y Alousius. Greyjan, resacoso tras las jarras que ingirió, se desplomó junto a uno de los soldados del Círculo de Hierro, que le lanzó una mal disimulada mirada llena de perversa diversión; mi amigo no pareció ser consciente de ello, ya que hundió el rostro entre las manos y emitió otro lastimero quejido.
Mis hombros se tensaron inconscientemente cuando la joven posadera, con una expresión resplandeciente, se acercó a la mesa con varios platos y copas. El estómago se me revolvió al pensar en ella y en cómo Altair... Aparté la mirada de la chica, tragando saliva para intentar eliminar aquel extraño sabor de boca que tenía tras su llegada; escuché cómo charlaba con los hombres, soltando encantadoras risas ante los comentarios mordaces de algunos de ellos.
Una dolorosa espina se me hundió en el pecho cuando reconocí su voz diciendo:
—Gracias, Katre.
«No lo era, no del todo...»
Mis traicioneros ojos se desviaron de nuevo hacia ellos. Altair estaba reclinado y sonreía a la posadera —Katre— con amabilidad mientras la chica terminaba de repartir la primera tanda de desayunos, dedicándole una mirada que no se me pasó por alto, antes de dirigirse de nuevo hacia la cocina. Seguí cada uno de sus movimientos hasta que desapareció en las cocinas. Repetí su nombre en mi mente y escuché de nuevo a Altair pronunciándolo con aquella inesperada suavidad.
No era problema mío, me dije.
Oí una carcajada generalizada en el sector de la mesa donde se encontraban los miembros más veteranos del Círculo de Hierro, obligándome a desviar la mirada hacia ellos. Todos reían e incluso Ephoras había esbozado una sonrisa comedida a lo que fuera que hubieran comentado; Altair sacudía su cabeza con una expresión resignada. La discusión que habíamos mantenido la noche anterior había quedado en el olvido, lo mismo que la pena que había visto en su mirada mientras me pedía que le dejara a solas. Quizá Katre había resultado tener habilidades mágicas...
O quizá mi amigo estaría empleando otra de sus máscaras de nuevo.
—Espero que hayáis disfrutado de tan dulce compañía, milord —dijo el hombre que estaba sentado junto a Gwynedd, quien golpeó la mesa y aulló de risa—. No siempre la encontraremos, me temo.
Sus compañeros se unieron a las carcajadas de Gwynedd, a excepción de Vako, Dex, Alousius y Greyjan, quien parecía estar fuera de juego. Supuse que los dos primeros estaban aturdidos por no haber oído la historia completa por parte de su amigo, como siempre había sucedido en el pasado, y Alousius era demasiado caballeroso para unirse a ellos, ya que había una pequeña mueca de disgusto en su comisura izquierda. Una versión reducida de la que utilizaba cuando Greyjan solía hacer eso, airear viejos trapos sucios o compartir sus escarceos sin pudor alguno.
La diversión se vio momentáneamente interrumpida con la llegada de Katre con el resto de platos pendientes. Alousius dio un golpecito a Greyjan en el brazo para hacer que reaccionara y el joven se apartó, permitiendo que la posadera dejara sus respectivos platos; cuando llegó mi turno no pude evitar observarla. Sus ojos castaños se tropezaron con los míos pero, al contrario que yo, no lo hicieron con ninguna intención oculta; no era más que una soldado en el grupo, y Altair no se habría arriesgado a hablar de nosotros. No importaba que fuera una desconocida y su identidad siguiera estando a salvo.
Ahora que la tenía a tan poca distancia pude contemplarla mejor. Sus mejillas rellenas y sonrosadas, sus labios carnosos... su pequeña nariz respingona; además de esos ojos castaños que parecían iluminados por un extraño brillo que no tardé en descubrir: felicidad. Era bonita y sabía cómo emplear sus encantos, incluyendo su labia a la hora de relacionarse con los huéspedes o clientes. Además, no estaba —o eso fingía, no lo sabía con exactitud— preocupada por el hecho de que toda la mesa estuviera al tanto de su encuentro con Altair. Cualquier otra joven estaría mortificada de ser objeto de semejantes comentarios, eso tuve que concedérselo a regañadientes.
Éramos totalmente opuestas la una de la otra.
A pesar de mis celos iniciales al verlos juntos, no pude encontrar razones para odiarla.
Katre, ajena a mis pensamientos, me sonrió con amabilidad a la vez que me tendía mi plato con cuidado de no volcármelo por encima.
—Gracias —dije en respuesta.
Sentí la mirada de Altair clavada en nosotras al otro lado de la mesa. Por el rabillo del ojo comprobé que el lord parecía atento a nuestro intercambio, quizá un poco tenso; devolví mi atención a Katre y tomé el plato de sus manos para que ella pudiera darle el último de ellos a Dex.
Cuando dirigí mi mirada al lord, vi que Ephoras ya había logrado atraparlo con lo que fuera que estuviera diciéndole.
❧
Acaricié a mi montura distraídamente, a la espera del regreso de los dos miembros ausentes mientras el resto nos preparábamos para la partida. Ephoras y Altair parecían estar discutiendo algo entre ellos, en una esquina lo suficiente alejada para que no pudiéramos distinguir lo que decían; me fijé en la postura de mi amigo y en el modo en que gesticulaba. La noche anterior me confesó estar abrumado, consciente de lo grande que le resultaba todo aquello; era una empresa ambiciosa y muy arriesgada. Con pocas probabilidades de éxito.
Que el rey hubiera accedido a las pretensiones de Altair —su esperanza de creer que Gareth estaba vivo, de llevarlo de regreso a Merain— cada vez me resultaba demasiado sospechoso: estaba exponiendo a su potencial heredero a un peligro inconmensurable. Por muchos miembros del Círculo de Hierro que hubiera cedido con la orden de proteger a su sobrino... no serían suficientes una vez cruzáramos el Gran Bosque y nos introdujéramos de lleno en territorio fae. ¿Acaso el rey Aloct también guardaba la esperanza de que su único hijo siguiera preso en alguna parte? ¿Por qué no haber actuado antes, entonces?
La cabeza se me llenó de interrogantes, produciéndome una dolorosa punzada en las sienes. Las intenciones del tío de Altair guardaban algún propósito oculto, pero no era capaz de adivinarlo y no era el mejor momento para ponerme a elucubrar sobre posibles teorías conspiratorias: Gwynedd y su compañero regresaban con los brazos llenos de diversos víveres. Cuando Ephoras salió a su encuentro, Gwynedd se encargó de explicarle que aquel lugar apenas tenía lo suficiente para su propia subsistencia, por lo que no habían podido encontrar más que unos pocos alimentos. Cambié mi capa de un brazo a otro, nerviosa por la jornada que aún teníamos por delante.
Un caballo relinchó cerca de mí, sobresaltándome. Descubrí a Greyjan situándose junto a su montura a poca distancia, aunque no me miraba: toda su atención estaba concentrada en Gwynedd. El hombre fue el encargado de repartirnos a cada uno algunos paquetes de comida, además de odres que contenían agua fresca; sus ojos verdes nos contemplaron con un brillo malicioso, aunque se abstuvo de decir nada. Apreté los dientes y me fijé en las heridas más que visibles a la luz del día de su rostro; cogí las provisiones que me pertenecían con rabia contenida y le di la espalda deliberadamente.
—No siempre vas a tener a tus amigos protegiéndote, preciosa —oí que susurraba—, ahora que tu lord parece haberte abandonado.
Me costó un gran esfuerzo seguir sosteniendo los paquetes y odres, no cediendo a sus provocaciones; Gwynedd estaba molesto, además de tener su ego masculino profundamente herido. Para evitar más problemas, obligué a mis manos a repartirlo todo entre las ya cargadas alforjas de mi caballo, bloqueando cualquier pensamiento.
Alousius se nos acercó casi con timidez para ayudarnos a colocar lo que quedaba pendiente. Greyjan dejó escapar una risa suave al mismo tiempo que desordenaba el cabello del más joven; las mejillas de Alousius se sonrojaron, tiñéndose de un adorable tono rosáceo.
Una sonrisa satisfecha se formó en sus labios mientras regresaba a su propio caballo.
* * *
Me estoy mordiendo el puño fuertemente porque estamos llegando al salseo, que creo que YA es necesario.
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