❧ 2
Seguimos al comandante como dos cadetes a los que les hubiera aleccionado: cabezas gachas, el uno junto al otro mientras Erelmus nos precedía y guiaba hacia el edificio donde el resto de nuestros compañeros ya se encontraba charlando animadamente antes de su llegada.
Nuestra aparición, el hecho de que lo hiciéramos en compañía del propio Erelmus, y con aquella actitud hizo que algunas conversaciones se apagaran de golpe y empezaran los susurros. Por el rabillo del ojo pillé a Altair levantando la barbilla, como si la atención que habíamos suscitado no le importara lo más mínimo; seguramente en la corte aquel tipo de reacción era más que habitual a su llegada, haciéndole inmune.
Pero yo no podía decir lo mismo.
Erelmus nos gruñó que eligiéramos un arma y, después, fuéramos hacia la arena situada en el centro del edificio y el resto de nuestros compañeros se distribuían para observar, preguntándose qué habría sucedido para que el comandante nos hubiera castigado de ese modo; Altair me dedicó una sonrisa conspirativa mientras nos dirigíamos hacia la pared del fondo, donde nos esperaba una nutrida colección de variopintas armas.
Mi compañero no dudó un segundo en lanzarse hacia las espadas; en mi caso fui directa hacia una larga y reluciente vara de madera, tomándola entre mis manos y calibrando su peso.
El comandante nos ladró que dejáramos de holgazanear, arrancando un coro apagado de risas y obligándonos a los dos a deshacer el trayecto hasta situarnos el uno frente al otro en la arena de combate, ante la atenta mirada de nuestros compañeros y Erelmus. Altair alzó el filo de su espada de entrenamiento, corrigiendo su propia postura y entrecerrando los ojos; moví mis propios pies, sin quitarle la vista de encima a mi contrincante, a la espera de que hiciera el primer movimiento.
Algo que me habían enseñado aquellos años a su lado, era que Altair detestaba perder el tiempo.
Complacida, observé a mi contrincante cargar contra mí, espada en alto. Los gritos de nuestro público se volvieron ensordecedores cuando moví mi propia arma, empleando uno de los extremos para desviar su estocada, girando rápidamente por mi cintura para golpear con el otro la parte baja de su espalda, arrancando una oleada de silbidos y exclamaciones burlonas; cuando Altair me miró, le guiñé un ojo de manera pícara, reafirmando mi agarre sobre la madera de la larga vara.
También sabía que en los entrenamientos era mucho más susceptible a las provocaciones debido a la cantidad de atención que recaía sobre él. El sobrino del rey, su heredero en ausencia de su propio hijo desaparecido.
El jaleo que nos rodeaba aumento de volumen mientras nos mirábamos el uno al otro, moviéndonos a la par en círculos. Podía sentir el rugido de mi sangre en los oídos, el sudor concentrándose bajo el cuero de mis muñequeras; la impaciencia que palpitaba en lo más profundo de mi ser, animándome a que, en aquella ocasión, fuera yo la que diera en primer golpe.
Ignoré esa voz que susurraba tentadoramente en mi oído y entrecerré los ojos, estudiando a Altair.
—Vamos, señoritas, no tenemos todo el día para ver cómo bailáis —escuché la voz del comandante, dura y cargada de autoridad—. Esto no es un puñetero baile de la corte.
Una oleada de risitas se levantó entre nuestros compañeros y fui consciente de cómo Altair apretaba la mandíbula, demostrando que la burla de nuestro instructor había dado en la diana.
Arrastré mis pies por la arena del suelo y mis músculos se pusieron de nuevo en tensión cuando Altair se abalanzó por segunda vez hacia mí. El filo de su espada chocó contra la madera de mi vara, en esta ocasión con mayor fuerza; apreté los dientes debido a la virulencia del envite mientras mis piernas retrocedían de manera inconsciente, intentando no perder el equilibrio.
Perdí terreno gracias a la fuerza bruta que empleó mi contrincante, escuchando el chirrido que emitió el acero contra mi arma al resbalar. Aproveché tener casi todo el peso de Altair inclinado en mi dirección para escurrirme como una serpiente, invirtiendo nuestras posiciones y haciendo que fuera él quien perdiera el equilibrio al verse privado del contrapeso que yo suponía en aquel duelo de voluntades.
Altair, para mi desgracia, se recuperó demasiado rápido de mi pequeña jugarreta y volvió a la carga. Empezamos un intercambio de golpes, moviéndonos alrededor del círculo de compañeros que jaleaban ante aquel espectáculo que les estábamos brindando; utilicé los extremos para intentar golpear a Altair y desarmarlo, obteniendo la victoria.
Me agaché para esquivar el filo de su espada y traté de colarme hacia uno de sus costados, con intención de acabar con aquel enfrentamiento de una vez por todas. Concentrada como estaba en mi objetivo, no vi cómo el pie de Altair salía de la nada y se enroscaba en mi tobillo; el estómago se me subió a la garganta cuando perdí el equilibrio, sintiendo cómo mi cuerpo caía pesadamente al suelo.
La vara resbaló de mi mano, haciendo que la madera repiqueteara contra el suelo de piedra. El aire pareció desaparecer de mis pulmones unos segundos mientras pestañeaba para aclarar mi vista, oyendo a través del molesto pitido que se había instalado en mis oídos el barullo que se formó a nuestro alrededor ante la clara victoria de Altair.
Mi oponente dejó caer la espada a un lado y me tendió la mano. Su rostro estaba arrebolado y sudoroso por la intensidad del enfrentamiento; sus ojos relucían por la emoción y yo sentí que el corazón me daba un vuelco al verle así, pues había pocas ocasiones en las que podía contemplar a Altair de ese modo tan abierto... tan vulnerable y exponiendo sus sentimientos.
—Lo has hecho bien —dijo, aún con la mano tendida en mi dirección.
No pude evitar que una sonrisa curvara mis labios mientras la aceptaba, dejando que Altair tirara de mí para ponerme en pie.
—No seas condescendiente conmigo —respondí en broma.
Sus dedos se entretuvieron más tiempo del necesario sosteniendo los míos, obligándome a ser yo quien los retirara antes de que aquel gesto pudiera levantar las sospechas —o atraer la atención— de nuestros compañeros.
Fui consciente de la ola de silencio que se abatió sobre el interior del edificio, haciendo que los gritos y las exclamaciones que antes nos habían acompañado desde haber puesto el pie allí dentro. Sentí la excitación recorriendo a los presentes mientras la multitud se abría, cediendo el paso a una horda de guardias que llevaban el blasón de la familia real estampado en sus petos de la armadura; el estómago se me agitó al contemplarlos allí, tan lejos de sus puestos en el castillo.
Pero lo peor fue cuando los guardias se hicieron a un lado, desvelando la inconfundible figura del tío de Altair.
El rey.
Inmediatamente, todos caímos sobre una rodilla en señal de sumisión ante su autoridad. Clavé mis ojos en el suelo que había frente a mí, sintiendo el tronador latido de mi desenfrenado corazón en mis oídos por la confusión que había traído consigo la desconcertante presencia del rey en aquel lugar. Oí la voz del monarca indicándole a su sobrino que se pusiera en pie y la sombra de Altair se alzó, pero no trató de acercarse a su tío, respetando las distancias.
—En pie, por favor.
A la par, los que aún nos manteníamos inclinados ante su ilustrísima presencia pudimos incorporarnos. No pude evitar que mi mirada recorriera con cierta avidez su imagen, ya que era la primera vez que le veía en carne y hueso; en el orfanato donde había terminado poseíamos un retrato suyo, pero la realidad no le hacía justicia.
En especial por los estragos que había causado en su físico la desaparición de su único hijo y lo que sobrevino después, cuando el estado de su reina decayó hasta obligarla a apartarse de la vida pública.
Su cabello oscuro estaba teñido de hebras plateadas en la zona de las sienes y profundas arrugas marcaban su frente y las comisuras de sus labios, delatando el peso que llevaba arrastrando desde hacía ya tantos años. La preocupación que siempre le acompañaba como una sombra.
—Es un honor tenerle aquí, Majestad —tomó la palabra Erelmus, inclinando la cabeza en señal de respeto.
El rey esbozó una controlada sonrisa.
—El placer es mío, comandante —respondió—. En especial cuando veo a estas jóvenes promesas que, algún día, se encargarán de velar por el futuro rey de Merahedd.
A mi lado Altair se tensó al escuchar la referencia implícita que se hacía a su persona. No era ningún secreto el ferviente deseo del rey de empezar cuanto antes con la educación de su sobrino en cuestiones de política, preparándole para el momento en que tuviera que ascender al trono —más cercano, si hacíamos caso a los rumores que corrían sobre las intenciones del rey de delegar en su sobrino la corona antes de lo esperado— y hacer frente a nuevas responsabilidades. Lo que incluía encontrar a una reina que ocupara el trono que había a su lado, tarea que su madre se había encargado de cumplir con alegre diligencia.
—Sin embargo, no estoy aquí por ese motivo —agregó el rey, dirigiendo su amable mirada hacia donde estaba su sobrino—: Altair me ha pedido su bendición para una importante misión y yo he decidido concedérsela.
Todos mis músculos se tensaron cuando el rey abandonó la protección de guardias que se reunían a su alrededor para acercarse hasta donde su sobrino estaba detenido. Fue entonces cuando pareció caer en la cuenta de mi presencia, ya que sus ojos de color verde me recorrieron de pies a cabeza con un brillo de asombro que no pudo ocultar; en sus labios se formó otra sonrisa amable antes de que desviara su mirada hacia Altair, cuya tensión no se había desvanecido de la línea de sus hombros. En toda su postura.
—Si no me equivoco, ella es la joven de la que me has hablado con tanto fervor —el calor se instaló en mis mejillas cuando descubrí que Altair me había mencionado delante de su tío—. La joven por la que has intercedido para que forme parte de todo esto.
Mi sonrojo se esfumó de golpe al escuchar al rey y no pude evitar que mis ojos se clavaran en Altair con una expresión que delataba el creciente pánico que estaba empezando a burbujear en el fondo de mi estómago, agitando el poco desayuno que había podido ingerir aquella mañana.
Altair cuadró los hombros y devolvió la mirada al rey con una firmeza que no hizo más que empeorar mi estado al no saber qué estaba sucediendo.
—Verine es mi mejor elección, tío —sentenció con aplomo—, y quiero que nos acompañe cuando intentemos descubrir dónde se encuentra el heredero.
❧
La habitación era demasiado pequeña para contener mi ansiedad. Después de la sorpresiva llegada del rey y las extrañas declaraciones de Altair, tío y sobrino se marcharon juntos mientras Erelmus daba por finalizada la sesión; sola, me escurrí entre mis compañeros y huí de allí para encontrar refugio en mi pequeño dormitorio, en los barracones, pero aquella decisión no me ayudó. No mucho.
Abrí y cerré los puños a mis costados mientras cruzaba de punta a punta el estrecho espacio que existía entre la pared y la puerta. Mi mente no dejaba de repetir una y otra vez las palabras de Altair cuando había hecho estallar aquella imprevisible bomba de la que yo ni siquiera estaba enterada.
Altair tenía intenciones de encontrar a su primo.
Y quería que yo formara parte de la expedición.
Crucé de nuevo el dormitorio, sintiendo una molesta presión en las sienes. Los planes que guardaba el lord eran, sin lugar a dudas, una completa locura: el príncipe Gareth había desaparecido en misteriosas circunstancias apenas siendo un niño. Todo el reino se había movilizado para encontrar al pequeño heredero, empujando al rey a pedir ayuda a sus reinos vecinos; sin embargo, y por mucho empeño que hubieran puesto, no obtuvieron ningún resultado satisfactorio.
Era como si el niño se hubiera desvanecido en el aire.
No fue hasta tiempo después cuando los primeros rumores empezaron a circular sobre la misteriosa desaparición. Los primeros apuntaban hacia los reinos fae, pues ellos eran los únicos que poseían las herramientas necesarias para llevar a cabo un acto así sin dejar ni una sola pista; las malas lenguas afirmaban que el príncipe había sido secuestrado por aquella inquietante tradición que seguían los reyes fae.
Otros decían que el secuestro había sido perpetrado en venganza por el apoyo que mostró Merahedd en la incursión que hizo el rey de Agarne, cegado por la necesidad de recuperar a su hija, la princesa Alera.
El vello se me erizó de manera inconsciente al recordar las historias que corrían sobre aquella sangrienta visita del ejército humano de los reinos de Merahedd y Agarne a Elphane. El modo en que habían atacado el castillo en plena noche, destrozando todo a su paso...
Derramando tanta sangre.
Gracias a los antiguos elementos, en aquel momento alguien llamó a la puerta, distrayéndome de los oscuros relatos que había escuchado en las tabernas de mala muerte que había visitado junto a los chicos en Merain. Tomé una gran bocanada de aire y me dirigí hacia allí, empujando el picaporte hacia abajo y descubriendo a un pensativo Altair en el pasillo, al otro lado.
Observé su cabello revuelto y el pequeño frunce que había en la comisura izquierda de su boca. Me hacía una ligera idea de lo que podía haber sucedido entre su tío y él en aquel lapso de tiempo que habían pasado juntos; y tenía la sospecha de que las cosas no habían terminado como a Altair le hubiera gustado.
Me hice a un lado para que pudiera pasar y luego cerré la puerta a su espalda, contemplándole en silencio mientras él se dirigía hacia mi maltrecho camastro, desplomándose sobre el colchón como un peso muerto.
—¿Cuándo tenías pensado decírmelo? —le pregunté a media voz.
Altair alzó la mirada hacia mí con una expresión que rozaba la súplica.
—Necesitaba tiempo para poder prepararlo todo, Verine —me contestó en el mismo tono—. Mi tío ha estado negándomelo una y otra vez, poniéndome multitud de excusas... Hasta ahora.
Apoyé la espalda contra la puerta, contemplando a Altair.
—¿Qué significa todo esto?
Altair se humedeció el labio inferior, preparando su discurso.
—Lo sabes todo de mí —empezó y yo me pregunté si eso era realmente cierto— y desde siempre has sabido que yo nunca quise nada de esto. Que jamás pedí convertirme en el sustituto de Gareth cuando desapareció.
Me incliné hacia delante de manera inconsciente, empezando a entender los motivos que habían empujado a Altair a tratar de convencer al rey para que le permitiera que su misión saliera adelante con su beneplácito.
—Crees que tienes alguna oportunidad de encontrarle —afirmé sin atisbo de dudas.
Altair asintió con severidad.
—Quiero devolverle a mi primo lo que le pertenece. Quiero traerlo de regreso a casa.
Casa. Aquel término me hizo que me removiera en mi sitio, recordando la pequeña cabaña que había compartido con mi padre hasta que... Hasta que el fuego me lo arrebató todo, condenándome a tener que vivir en un orfanato de la capital.
Sacudí de mi mente aquellos pensamientos, centrándome en la conversación. En las intenciones de Altair y que parecía ser una empresa suicida, ahora que tenía más detalles de su supuestamente heroico plan, del que parecía estar tan seguro.
—Altair...
—Puedo hacerlo, Verine —me interrumpió, apretando sus rodillas con fuerza—. Durante todos estos años he estado atento de los rumores que corrían sobre su desaparición, sobre lo que sucedió aquella noche... Incluso antes.
La incomodidad reptó por mi espalda al pensar en que yo misma había estado recordando viejos rumores sobre aquel horrible hecho que marcó al reino durante tanto tiempo.
—Lo que estás pensando es una locura —dije con claridad—. No puedes estar hablando en serio, Altair...
Porque lo que planeaba era un suicidio: ningún humano había cruzado el Gran Bosque para llegar hasta los reinos fae. Nadie era tan estúpido de poner un pie en aquella trampa mortal llena de árboles, sabiendo las pocas probabilidades que existían de que pudiera sobrevivir a las terroríficas criaturas que moraban en aquel tétrico lugar.
Tampoco nadie era tan idiota de querer aventurarse a lo que esperaba al otro lado del Gran Bosque.
—Mi tío ha elegido buenos hombres para que tengamos éxito en esta travesía —me aseguró con vehemencia—. Además, viajaremos protegidos por el hierro.
Porque Merahedd era el único reino que fabricaba aquella venenosa y mortal sustancia que afectaba a las criaturas feéricas que vivían en aquella parte de Mag Mell que les pertenecía.
Pero los fae eran demasiado listos y el hierro podría no ser suficiente; no cuando ellos contaban con magia.
—¿Y qué papel juego yo en toda esta... aventura? —me abstuve de decir locura en el último instante, aunque creía firmemente que lo era.
Los ojos de Altair relucieron con renovada confianza cuando llegué a ese punto de sus planes.
—Tú conoces el bosque —me dijo, como si fuera evidente.
Me crucé de brazos, intentando reprimir aquella oleada de recuerdos que se sacudían del rincón donde les había obligado a permanecer todos aquellos años.
—Conozco una parte del bosque —le corregí, sintiendo un escalofrío bajar por mi espalda—. Y eso no es justificación suficiente para que hayas decidido que os acompañe sin tan siquiera consultármelo antes.
No flaqueé cuando Altair se puso en pie, acercándose a mí. Procuré que la agitación de mi pecho no se delatara en mi expresión, aquella anhelante necesidad de que me rodeara con sus brazos y todo aquel asunto quedara olvidado; Altair conocía mi historia, sabía por qué había terminado en aquel orfanato de Merain y de dónde procedía.
Una parte de mí se lamentaba ahora de haber compartido mi pasado con él, porque no quería poner un pie en aquel lugar. No quería que los recuerdos escaparan de su prisión y me asfixiaran; ya tenía suficiente con las pesadillas que me asolaban por las noches.
Contuve un suspiro cuando las manos de Altair tomaron mi rostro con dulzura.
—Sabes cómo moverte por ese lugar y tus conocimientos nos serían muy útiles, Verine. Por no hacer mención de tus habilidades en combate —me susurró, haciendo que sus palabras empezaran a derretirme poco a poco.
Me mordí el interior de la mejilla al ver el rostro de Altair reduciendo la distancia que nos separaba. El pulso se me había disparado y podía escucharlo en mis oídos, como un frenético tamborileo apagado.
—Además, no soportaría la idea de que estuviésemos tanto tiempo separados —agregó, bajando aún más la voz.
Mis dedos se entrelazaron con facilidad en la tela de su camisa al escuchar que parte de su motivación se debía a nuestra relación.
—La gente hablará de esto —dije, buscando su mirada—. Empezarán los rumores...
Y sabía lo que vendría a continuación, donde todo el mundo me señalaría y utilizaría términos despectivos. Me acusarían de haberme metido en su cama para, precisamente, eso: conseguir el favor del futuro rey. Poder. El esfuerzo de todos aquellos años en los que había conseguido forjarme mi propio camino quedaría reducido a cenizas con la facilidad de chasquear los dedos; ahora todo el mundo creería que era debido a Altair y su influencia.
—Nadie sospechará nada —me prometió Altair—: también he pedido a mi tío que Dex y el resto nos acompañen.
La calma empezó a deslizarse por mi interior, alejando aquella turbulenta nube de pensamientos que antes me había asediado. No era ningún secreto la amistad que me unía a aquel variopinto grupo de amigos de Altair, quienes me habían aceptado como una más; que Altair hubiera decidido elegir como compañía para la misión al resto de ellos no llamaría tanto la atención que si solamente hubiera sido yo la elegida.
Me relajé al caer en la cuenta de lo inteligente que había sido aquel movimiento por su parte, pero una parte de mí no pareció estar conforme con todo aquello.
—Has dicho que tu tío antes se había negado a aceptar tu idea —recordé de repente—. ¿Qué ha cambiado en esta ocasión?
Altair se removió y sus pulgares se deslizaron por la línea de mi mandíbula, ganando tiempo para poder responderme.
—Aprendí a hablar sumismo lenguaje —me contestó al final— y le ofrecí un trato: una últimaoportunidad de encontrar a Gareth a cambio de mi total compromiso en dejarlotodo para convertirme en lo que se esperaba de mí, el futuro rey de Merahedd.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top