❧ 19

Ahogué un suspiro mientras observaba el fondo de mi jarra de cerveza. Nuestra llegada a la posada había transcurrido en un ambiente sombrío; Alousius, Vako y Dex nos habían saludado desde una de las mesas del fondo para que nos uniéramos a ellos, aún con las capas puestas para esconder nuestros uniformes. El resto del grupo estaba en otra mesa cercana, dando buena cuenta de la primera ronda de bebidas.

No me molesté en buscar a Altair.

Greyjan y yo optamos por no compartir lo sucedido en las caballerizas y fingimos estar tan encantados como ellos de poder beber una buena cerveza tras aquel primer —y complicado— trecho de nuestro viaje. Dex nos pasó una jarra a cada uno antes de alzar la suya y anunciarnos que, aquella noche, todos dormiríamos sobre un cómodo colchón sin necesidad de hacer guardias y avivar el fuego.

Ephoras y Gwynedd habían hecho su aparición poco después, por lo que me moví hasta darles la espalda con el fin de ignorarlos lo que restaba de la velada.

Y eso era lo que había hecho durante las últimas horas que habían transcurrido, forzando risas y comentarios graciosos mientras fingía no ser consciente de lo que sucedía en la mesa vecina. En especial cuando Altair entró a la posada y tomó asiento con ellos, granjeándose un bufido de indignación por parte de Greyjan.

—Necesito algo más fuerte, no ésta bazofia aguada —gruñó mi amigo, golpeando la barra de madera con su jarra vacía.

Nos habíamos trasladado a ese rincón tras compartir una incómoda cena con el resto de nuestro grupo de amigos, quienes parecían haberse percatado del rostro herido de Gwynedd y habían empezado a elucubrar sobre qué había pasado; sus compañeros de mesa también empezaron a hacer preguntas, pero el interpelado se limitó a gruñirles que se metieran en sus propios asuntos, dando por zanjada cualquier conversación al respecto.

Miré a mi compañero de barra con una expresión insidiosa. El resto de nuestro grupo se había dispersado por la habitación, entremezclándose con algunos de los lugareños que pasaban el rato allí o los forasteros que estaban de paso, como nosotros; Dex y Vako encontraron hueco en una mesa en la que parecían estar teniendo una apasionante partida a las cartas y Alousius parecía haberse recluido en un rincón cercano, observándolo todo.

Y, aunque había ignorado deliberadamente a Altair durante prácticamente toda la velada, la aparición de cierta —y encantadora— joven había hecho que cambiara de un poco de opinión. La chica, que trabajaba en la posada sirviendo comidas y bebidas, parecía estar encandilada con el lord. La había contemplado atusarse su bonito pelo castaño lleno de rizos y retorcer uno de ellos mientras miraba con ojos —de una tonalidad un poco más clara que su cabello— de cordero degollado a su objetivo, frunciendo sus carnosos labios para llamar su atención. Y parecía haberle dado resultado, a juzgar por cómo estaba apoyada en el hombro de Altair, interviniendo en la conversación como una más para la delicia del resto de participantes.

Observé su curvilínea figura, el modo en que la blusa y la cintura de la falda se le ceñían provocadoramente en el busto y las caderas. Nunca había dado la suficiente importancia a las jóvenes que se acercaban a Altair, buscando algo más que charlar; las noches en Merain que nos permitían salir a la ciudad frecuentábamos tabernas de mala muerte repletas de una gran variedad de clientes. No me había resultado ajeno ver a mi amigo en compañía de alguna chica, y tampoco había sentido en aquel entonces ninguna molestia por ello; ni siquiera cuando desaparecían para buscar un lugar más privado.

Tampoco me había molestado oír las anécdotas de sus desatados encuentros con alguna que otra joven noble durante los bailes y eventos destinados al entretenimiento de la corte.

Pero aquella noche no era capaz de apartar la mirada de la posadera y el modo en que buscaba el contacto de Altair, quien parecía bastante receptivo a las atenciones que le prodigaba. En ese instante estaba inclinándose hacia delante, brindándole una bonita panorámica de su escote mientras reía de algo que habían dicho en el grupo con quien disfrutaba de la velada.

—Esta mierda es tan mala que sigo queriendo partirle la cara a ese maldito gilipollas —masculló Greyjan, lanzando una fulminante mirada al rincón donde estaba Gwynedd sentado, sólo a un par de asientos de Altair y su nueva amiga—. Es más, mis ganas de hacerlo han ido aumentando hasta el punto de parecerme una bonita forma de dar por concluido el día.

Reí y alargué la mano para retirarle la jarra. Mientras que yo iba aún por mi segunda bebida, Greyjan me había tomado la delantera, siendo ésta la cuarta de la que había dado buena cuenta.

—Lamento desilusionarte, pero ha cumplido con su cometido —le dije, arrastrando la jarra vacía hacia mí; Greyjan movió el rostro y la luz de la posada incidió sobre una herida que no había visto hasta ese momento. El estómago me dio un vuelco al saber que era producto de su enfrentamiento con Gwynedd—. ¡Estás herido!

El rostro de mi amigo se contrajo en una mueca, como si mi voz le hiriera y me chistó, pidiéndome que guardara silencio mientras alargaba la mano para alcanzar su jarra vacía con intenciones de pedir al posadero que se la rellenara. Lo miré con una expresión seria antes de ponerme en pie y tirar de su brazo para que hiciera lo mismo.

—La noche ha terminado, al menos para ti, ¿me has entendido? —le siseé, modulando mi tono.

Greyjan barboteó algo entre dientes, obedeciéndome con sumisión. La cerveza que había bebido lo había vuelto algo inestable, así que le ofrecí mi hombro para que se apoyara sobre él y pudiéramos salir de allí. Dex había comentado que dormiríamos todos apelotonados en una misma habitación; los miembros más veteranos lo harían en otra, mientras que Ephoras y Altair tendrían cada uno la suya.

Nos tambaleamos hasta las escaleras que conducían al primer piso y yo agradecí en mi fuero interno a los antiguos elementos por el hecho de que nuestro destino se encontrara allí arriba. Ayudé a Greyjan a ascender los primeros escalones, animándole a media voz para que siguiera haciéndolo.

—Verine.

Mi agradecimiento a los antiguos elementos se convirtió en un reniego por su perverso sentido del humor cuando escuché su voz a mi espalda. No dudé ni un segundo en fingir no haber oído nada y continuar subiendo la escalera con un renqueante y ebrio Greyjan; me dije que más tarde podría lamentarme... u olvidarme como si nunca hubiera sucedido. La segunda opción resultaba tentadora.

—Sé que me has escuchado, maldita sea —rezongó Altair y sus pasos resonaron contra las estrechas paredes—. Mírame.

Hice lo que me ordenaba con una expresión vacía. No iba a darle el poder de saber cuánto me había afectado la indiferencia con la que había estado tratándome desde aquella maldita mañana, cuando yo le había dicho que debíamos marcar unos límites, que no podíamos volver a cruzarlos. Una prórroga de lo sucedido al día siguiente del hurto que cometimos en la cámara real, después de que yo me comportara de aquel modo tan mezquino... y del que todavía no me había disculpado.

La culpabilidad y el remordimiento volvieron a enroscarse en mi garganta, apretándola con fuerza. Quizá, después de todo, me mereciera el trato que estaba recibiendo por su parte.

—Tenemos que hablar.

Sujeté con mayor vigor el brazo de Greyjan quien, a pesar de lo borracho que pudiera estar, podía escucharnos perfectamente.

—Ayúdame a llevar a Greyjan hasta nuestro dormitorio y luego podemos hablar —le pedí.

Nuestro amigo, al reconocerle, gritó algo ininteligible antes de abalanzarse sobre el lord. Altair fue capaz de detenerle debido a la inestabilidad de los movimientos de Greyjan, sosteniéndolo con firmeza por las muñecas mientras dejaba que el otro despotricara en un tono lo suficientemente audible como para alertar a los que se encontraban abajo.

—¿Sabías que eres un hijo de puta? —estaba diciendo mientras Altair le obligaba a que subiera los últimos peldaños—. Yo no sabía que eras un cerdo elitista hasta hoy...

Con cierta dificultad, logramos alcanzar el dormitorio compartido. Acompañé a Greyjan hasta una de las camas y entreabrí ligeramente la única ventana con la que contaba la habitación para que el aire fresco que llegaba desde el exterior ayudara a que se le pasara la borrachera, despejándole.

Tras comprobar que estaba bien, deshice mis pasos hasta el pasillo, donde me esperaba Altair con el ceño fruncido.

—Muy bien, hablemos.

El corredor no era un lugar seguro en el que poder hacerlo, así que el lord me condujo al exterior por una puerta trasera. Agradecí el llevar la capa cubriendo mi cuerpo, pues las temperaturas volvían a ser bajas y corría una ligera brisa no muy agradable.

Busqué apoyo en la pared de la posada y una nubecilla de vaho brotó de mis labios cuando exhalé.

—No quiero entretenerte —dije a media voz— y hacerte perder toda la diversión que esa chica estaba dispuesta a darte.

Fracasé miserablemente al ocultar mi resentimiento y Altair se dio cuenta.

—Dejaste bastante clara nuestra situación en Merain, Verine —me recordó con dureza y luego añadió, confuso por mi reacción—: Ni siquiera en el pasado te sentías tan molesta cuando escogía a otras mujeres con las que pasar la noche.

Me aparté de la pared que me servía de apoyo y di un paso hacia el lord, ofuscada por mis propios sentimientos y por su aparente ceguera... o deliberada ignorancia.

—En el pasado nunca lo hiciste para herirme —le recriminé con un leve temblor que volvía a delatarme—. Pero lo de hoy... No soy estúpida, Altair: querías hacerme daño porque estás molesto conmigo.

Mi amigo apartó la mirada y retrocedió un paso, tomando distancia ante la verdad que había expuesto.

—¿Acaso no puedo estarlo después... después de todo? —me preguntó con un timbre cargado de acusación.

—Por supuesto que sí —concedí—. Por supuesto que puedes estarlo porque me lo merezco, pero Greyjan, Vako, Dex o Alousius no te han hecho nada para que los castigues del mismo modo que estás haciendo conmigo.

—No estoy castigándoles —me contradijo—: estoy haciendo valer mi papel como líder. Esto es la vida real, Verine, aquí no puedo permitirme dejarme influir por posibles lazos de amistad o de...

Se interrumpió antes de acabar y apretó los dientes, conteniéndose a sí mismo.

—¿Incluso cuando eso significa actuar de manera tan injusta? —le pregunté, sintiendo cómo el enfado crecía en mi interior.

Sus ojos azules me contemplaron cuando hizo que nuestras miradas se conectaran a través de los metros de distancia.

—¿No es lo que buscabas, Verine? Pelear tus propias batallas, impedir que lo nuestro pudiera suponerte un obstáculo en tu grandioso futuro militar —dejó escapar un bufido—. Mantuve las distancias porque eso fue lo que me pediste.

—Estás tergiversando mis palabras —le acusé, temblando de pies a cabeza—. Te dije que, a pesar de lo que te pedí, jamás perderías mi amistad, que seguiría estando a tu lado. ¡Un amigo no abandona al otro cuando más lo necesita y tú lo hiciste, Altair, en las caballerizas!

—¡Agrediste a un compañero, Verine! —me gritó, haciendo que ambos nos encaráramos—. De haber intervenido, Ephoras me hubiera obligado a tomar cartas en el asunto y ambos sabemos cuáles son las consecuencias de lo que hicisteis tanto Greyjan como tú.

Solté una carcajada burlona.

—¿Y por eso dejaste a Ephoras al mando? ¿Para no tener que mancharte las manos? —insinué con crueldad—. Eso no es actuar como un líder, sino como un maldito cobarde.

Disfruté del daño que se reflejó en su rostro ante mis sibilinas palabras.

—No sabes nada —dijo.

Dio media vuelta, dispuesto a regresar al interior de la posada, pero nuestra conversación no había terminado. Al intentar rebasarme para alcanzar la puerta trasera, le aferré por el brazo con firmeza.

—Dímelo —le exigí, del mismo modo que él había hecho en las escaleras cuando me había negado a girarme al escuchar su voz—. Dices que no sé nada, explícamelo. Arrójame un poco de luz sobre esto, Altair.

Pero lo único que recibí fue silencio. ¿Por qué no responder? ¿Por qué no aprovechar la oportunidad que le estaba brindando para darme un poco de perspectiva, para hacerme entender qué era lo que estaba sucediendo?

Estrujé con rabia el trozo de tela en mi puño.

—Muy bien —dejé que el veneno envolviera cada una de mis palabras—. Cuéntaselo entonces a esos gilipollas elitistas con los que pareces habernos sustituido.

Altair se quedó inmóvil como una estatua antes de girarse hacia mí como un resorte, obligándome a retroceder un paso de la impresión.

—¡Todo esto me viene demasiado grande! —bramó—. ¿Es eso lo que querías oír, Verine? ¡Todo este puto asunto está resultando más difícil de gestionar de lo que creía al inicio y no estoy pasando por mis mejores momentos, ¿vale?!

El corazón se me contrajo al ser consciente del dolor que impregnaba su repentina confesión. Las presiones que había colocado sobre sus propios hombros, además de las expectativas que su tío tenía sobre él, estaban empezando a pasarle factura... provocando que Altair se encerrara sobre sí mismo, agobiado por todo lo que cargaba, ya no sólo como líder de aquella expedición, sino también como futuro heredero del trono de Merahedd.

Estaba abrumada por haber estado tan ciega respecto al estado de mi amigo. ¿Cuándo empezó a sentirse asfixiado por sus responsabilidades? ¿Desde cuándo estaba fingiendo que todo iba bien cuando la realidad era tan distinta...?

Altair me dio la espalda y sus hombros se hundieron.

—Aquella triquiñuela que empleamos la noche del baile... —sentí una extraña descarga por todo mi cuerpo al recordar. Todo el mundo se había hecho eco de las pretensiones de Altair al querer pedir la mano de una desconocida, aunque al final no hubiera salido bien—. No lo era, no del todo.

El aire abandonó mis pulmones y yo boqueé como un pez fuera del agua, buscando oxígeno. Había sido Altair quien aportó la ficticia historia de un compromiso sorpresa para conseguir que lady Laeris nos echara una mano sin levantar sospechas... Se había reído conmigo, había bromeado al respecto mientras continuábamos hilando nuestro plan de búsqueda. ¿Acaso había sido una nueva interpretación y yo, otra vez, no había sabido verlo?

«No lo era, no del todo.»

—Altair...

Necesitaba una explicación, necesitaba saber qué había querido decir con esa esquiva declaración sobre la historia del supuesto falso compromiso que utilizamos para colarme dentro del palacio.

—Déjame solo, Verine —me pidió, destrozado al haberse expuesto de ese modo.

El dolor que desgarraba sus palabras no me dio otra opción que obedecer.

El dormitorio aún continuaba vacío, a excepción de un desmayado Greyjan. Vako y el resto estarían disfrutando de aquel golpe de suerte, exprimiendo hasta el último segundo; el viaje hasta el Gran Bosque era largo y llegaría un momento en que las aldeas y pequeñas ciudades desaparecerían, haciendo que el resto de nuestro camino se desarrollara en tensas veladas al aire libre.

Fruncí el ceño cuando descubrí que alguien parecía haber abierto la ventana, haciendo que el aire se colara en la habitación; me retiré la capa y luego me deshice de la chaqueta del uniforme, depositando ambas prendas sobre una de las camas vacías. Luego dirigí mis pasos con sigilo hasta el alféizar, procurando no hacer ningún sonido que pudiera perturbar el más que necesario sueño de mi amigo.

La discusión que habíamos mantenido Altair y yo no paraba de repetirse en bucle dentro de mi cabeza, haciendo que la culpa que había logrado ahogar durante un tiempo regresara; decía conocer a mi amigo, pero era evidente que no era del todo cierto.

Me apoyé en la pared, agradeciendo la brisa que soplaba desde el exterior. ¿De verdad había estado hablando completamente en serio cuando afirmó que su treta de utilizar un posible compromiso no había sido tal...? Las sienes me latieron con fuerza mientras forzaba a mi mente a buscar pistas, pequeños detalles que pudieran habérseme pasado por alto y que ahora podrían cobrar un nuevo sentido tras su confesión.

Una sensación helada se deslizó a lo largo de mi espalda al valorar la posibilidad de la propuesta de Altair. Aquel día, mientras dejaba que lady Laeris me transformara en una desconocida, había pensado en ello, sabiendo que jamás podría hacerse realidad. ¿Qué podía aportar una huérfana como yo a su familia? Nada. ¿Habría sido Altair capaz de enfrentarse a su madre, incluso a su tío, para elegirme a mí? La sensación volvió a repetirse, erizándome el vello. ¿Acaso me veía a mí misma aceptando su propuesta y convirtiéndome en su esposa?

No fui capaz de responder a esa pregunta.

—Al menos acerté al apostar que serías tú una de las partes implicadas en la próxima pelea —escuché que balbuceaba alguien.

Descubrí a Greyjan observándome con los ojos entrecerrados desde el nido de mantas en el que parecía haberse refugiado después de que le dejara sobre la cama para que pudiera dormir tras su exceso con el alcohol aquella noche.

—Gracias por... por haberme ayudado en los establos —dije a media voz. Mi amigo no había dudado un segundo en salir en mi defensa al ver cómo Gwynedd me dejaba atrapada contra aquel pilar, después de que él se hubiera tomado ciertas libertades conmigo.

Greyjan se incorporó por los codos, algo más despejado que cuando le había conducido hasta allí. Sus ojos ya no tenían ese brillo vidrioso y me contemplaban con atención, enfocándome de un modo que la cerveza antes le había impedido hacerlo.

—Es lo que tendría que haber hecho Altair, si significas tanto para él —repuso con un tono ronco.

Me quedé petrificada al creer entrever otro sentido en sus palabras. ¿Sería posible que lo hubiera escuchado todo desde allí? Greyjan señaló con un gesto de cabeza la ventana abierta de par en par con un gesto contrito, respondiendo a la pregunta que no había sido capaz de formular por lo que eso suponía.

Mi —nuestro— secreto había salido a la luz y podía sentir cómo la sangre de todo mi cuerpo descendía hasta mis pies.

—No sé de qué estás hablando —mascullé, a la defensiva.

El pánico se disparó por mi cuerpo, pero me obligué a mantener la mente fría. No había contado con el hecho de que nuestra ventana diera al patio donde Altair me había conducido para hablar; quizá el sonido de nuestras voces habían llamado la atención de Greyjan, quien había terminado por enterarse de todo al reconocernos allí abajo.

Me dije que no estaba perdida, que podría salir victoriosa de aquella inesperada situación.

Greyjan enarcó ambas cejas y esbozó una media sonrisa.

—Verine, a veces puedo resultar un poco gilipollas... pero no soy estúpido —dijo con absoluta tranquilidad—. Altair no siempre ha sido cuidadoso.

Me erguí.

—No sé de qué estás hablando —repetí, intentando imprimir mayor firmeza a mis palabras.

Mi amigo puso los ojos en blanco, aparentemente divertido por mi continua y reiterada negativa a confesar. Pensé en Altair quien, al parecer, había sido el que nos había puesto al descubierto; el lord siempre se comportaba con normalidad cuando estábamos junto a ellos, compartiendo nuestro tiempo libre o durante los entrenamientos. ¿En qué había fallado? Y, lo más urgente en esos instantes, ¿cuánto tiempo hacía que Greyjan tenía la sospecha de que entre ambos había algo más que una amistad ordinaria?

—Verine, no estoy juzgándote —me aseguró, incorporándose para apoyar su espalda contra la pared—. Jamás se me ocurriría hacerlo.

Entrecerré los ojos y opté por no hablar; la tensión comenzó a llenar el ambiente de la habitación mientras yo no paraba de lanzar miradas hacia la puerta, temerosa de que cualquiera de nuestros compañeros irrumpiera allí, agotado tras una encantadora velada, y lo oyera todo.

Greyjan dejó escapar un bufido.

—Por los malditos y antiguos elementos, Verine, me conoces —su repentina acusación me pilló por sorpresa—. ¿Realmente piensas que descubrir lo tuyo con Altair va a cambiar algo?

Esbocé una sonrisa desganada. No había sido sencillo lograr que todos ellos me vieran como una más en su círculo de amistad; al principio habían andado con pies de plomo, midiendo lo que decían delante de mí... Callándose de golpe cuando veían que me acercaba, como si mi presencia les cohibiera al hablar.

Tenía miedo de que volviera a suceder y que, ahora, cerraran filas alrededor de su amigo por el simple hecho de haber descubierto que yo me había colado en su cama. Tenía miedo de que su opinión hacia mí cambiara, creyendo que no era más que el juguete de Altair.

—Joder —se quejó Greyjan, empezando a sonar molesto—. No soy como esos gilipollas pomposos de lord Yo-Me-Ocupo-De-Todo.

Apreté los labios, reacia a decir algo.

Todo lo que has conseguido ha sido por ti misma, Verine —me aseguró, haciendo hincapié en la primera palabra—. Este lugar lo has ganado por tus propios esfuerzos, no por lo que sea que tengas con Altair.

Aparté la mirada, dirigiéndola hacia la ventana abierta, hacia el paisaje de casas apiladas que se distinguía al fondo, atenazada por su vehemente mensaje: su percepción hacia mí no había cambiado después de confirmar sus sospechas; al contrario que Gwynedd o lord Ephoras, Greyjan sabía que me había ganado mi posición por méritos propios... y entre ellos no estaba el haberme acostado con el sobrino del rey.

—Ya no hay nada —las palabras rasparon mi garganta y el recuerdo de su confesión  hizo que el corazón se me encogiera—. Nada.

Greyjan me contempló en silencio antes de asentir lentamente con la cabeza.

Las sienes me punzaban de manera dolorosa y el aire de la habitación no parecía ser suficiente para mis pulmones. La noche no estaba yendo como hubiera deseado, no después de mi conversación con Altair y el descubrir que Greyjan había estado al tanto de mi relación —si es que podía considerarla como tal— con el lord; necesitaba un momento para estar a solas y poder procesar todo lo sucedido.

Necesitaba alejarme hasta recobrar el control, hasta saber qué tenía que hacer.

—Deberías descansar —le recomendé a Greyjan con una dureza que no merecía.

Le di la espalda y me dirigí hacia la puerta, sintiendo cómo la distancia parecía extenderse, alejándome de mi objetivo. Sabía que no estaba actuando justamente con él y eso hacía sentirme frustrada conmigo misma, pero necesitaba alejarme de aquella habitación, de mi amigo, para poder pensar con calma. Para poner en orden mis pensamientos... mis sentimientos.

—Verine —apenas me separaban unos pocos pasos de la salida cuando Greyjan me llamó—. No voy a hablar de esto con nadie —hizo una pequeña pausa en la que casi pude sentir su decepción—. Por si guardabas alguna duda al respecto.

Abandoné el dormitorio sin ser capaz de responderle. Mis pasos me condujeron por el mismo camino que había seguido junto a Altair, aquella discreta vía que impediría que alguien pudiera descubrirme; salí al exterior por la puerta trasera y rodeé el edificio en dirección al pequeño establo con el que contaba la posada.

Me quedé inmóvil al distinguir la figura de Altair apoyada sobre la pared de mi objetivo. A su lado se removió alguien más, cuya falda se arrastró por el suelo, delatando su identidad; la joven posadera estaba con él, al parecer bastante preocupada por su estado melancólico.

Traté de hacer que mis piernas se movieran, pero no me obedecieron. Había acusado a Altair de utilizarla para hacerme daño pero ahora no guardaba esa intención; su rostro no transmitía nada, aunque la línea hundida de sus hombros le delataba.

Me quedé oculta en la oscuridad, detenida en mitad del camino, sin ser capaz de apartar la mirada de la inesperada pareja.

Hablaban en susurros, llegándome un leve murmullo de sus voces. La chica pasó una de sus manos por el pecho de mi amigo, inclinándose hacia delante para decirle algo; el corazón arrancó a latirme dolorosamente cuando vi a Altair imitándola, eliminando la distancia hasta que sus labios se encontraron con los de ella. Aspiré el aire, temblorosa, mientras el lord rodeaba con sus brazos a la joven, pegándola más a su cuerpo.

Lo único que Altair buscaba de aquella chica era consuelo y yo, lejos del viejo mordisco a causa de los celos que me habían atenazado al verlos dentro de la posada, no pude evitar sentirme desolada.

Conseguí apartar la mirada cuando ambos, aún enredados el uno con la otra, se tambalearon hacia el interior del establo para buscar un lugar más discreto donde continuar.

Entonces me alejé en dirección contraria, lejos de allí.

* * *

Hello? ¿Hay alguien al otro lado?

¡Bienvenidos a otro capítulo donde las cosas, como ya habéis podido observar, van cuesta abajo y sin frenos! Tal y como nos gusta, evidentemente.

Si tuviéramos que pensar en una reacción acorde a este maremágnum de idas y venidas durante el capi, yo elegiría este:

Tenemos a Altair en plan gilipepes total (o resentido, choose your favorite) y necesita que alguien le baje esos humos... ¿Quién podía ser? Si has elegido Verine, ¡BINGO!

Ella, tan digna, ha llegado para poner los puntos sobre las íes sin importarle un pimiento nada

Pero, esperad, esperad porque Altair no puede aguantar más y decide soltar LA MADRE DE LAS BOMBAS

«No lo era, no del todo.»

Excuse me, perdón, pardonne-moi...? Creo que tengo algo en el oído y no he terminado de entender QUÉ DEMONIOS ESTÁS HACIENDO, ALTAIR

Verine sale huyendo porque si ya fue complicado, amics, si ya fue difícil decirle basta estando coladita por los huesos del lord esa maldita frase ha sido para decir:

Vais a permitirme la licencia de decir que Greyjan es un pedacito de cielo aunque parezca ser el típico bad boy libertino... Y, VERINE, LAS COSAS ASÍ NO SE HACEN CON UN AMIGO, DISCÚLPAME

Por supuesto que no podía faltar la metedura final, amics...

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