❧ 17

Pegué la pila de leña que llevaba entre los brazos contra mi pecho. Nuestro reducido grupo se había sumido en un pesado silencio tras el desencuentro entre Vako y el soldado; el primero caminaba ligeramente apartado de nuestro lado, casi enfurruñado por el modo en que el otro había conseguido silenciarle y hacerle quedar como un niño que hubiera sufrido una pataleta por no lograr salirse con la suya.

El claro donde pasaríamos nuestra primera noche tampoco parecía tener mejor ambiente que el que traíamos. El reducido grupo de amigos de Altair se había instalado cómodamente en una zona mientras que, el resto —entre los que encontré, con cierta sorpresa, al propio Altair— lo había hecho en el lado opuesto. El soldado —cuyo nombre desconocía— se apresuró a ir hacia donde lo esperaban sus compañeros, dejándonos intencionadamente atrás; Vako y yo decidimos imitarle... yendo en dirección contraria. Hacia el pequeño grupo que conformaban nuestros tres amigos.

Greyjan fue el primero en incorporarse para recibirnos; atisbé una ligera sombra de preocupación en el fondo de su mirada, haciendo que me preguntara si los minutos que habíamos estado ausentes, internados en una de las partes más profundas de aquel bosque, no habrían transcurrido allí de un modo similar al nuestro.

El joven me dedicó una tensa sonrisa mientras se ofrecía con un gesto para relevarme en la tarea de cargar con la leña. Vi a Alousius acuclillado junto a Dex, los dos con gestos sombríos idénticos; el segundo de ellos no tardó en ponerse en pie cuando Vako dirigió sus pasos hacia él.

La palpable ausencia de Altair —el hecho de que pudiera percibir claramente su presencia al otro lado, junto a los veteranos del Círculo de Hierro— hizo que algo se removiera en mi interior, algo similar a la traición. Mientras le pasaba a Greyjan parte de la madera que habíamos logrado obtener para encender un fuego, no pude evitar que mis ojos se clavaran en la espalda del susodicho.

—Quiero creer que su papel como líder es lo que le impide acercarse aquí —escuché decir a Greyjan, que debía haber adivinado hacia dónde estaba mirando—. De lo contrario, puede meterse esta misión y a sus amiguitos del Círculo de Hierro por...

Dejó la frase en el aire cuando Ephoras, el segundo al mando de la expedición, abandonó el grupo para dirigirse hacia nosotros. Sus ojos casi negros —de un tono mucho más apagado de los míos, lo que le permitía diferenciar el iris de la pupila— nos contemplaron con fría indiferencia; su simple presencia imponía, haciendo que todos mis músculos se tensaran de manera inconsciente y tuviera que obligarme a mí misma a no bajar la mirada.

Greyjan y yo cuadramos los hombros automáticamente, del mismo modo que lo habíamos hecho una y otra vez cuando estábamos en presencia de nuestros instructores. Mantuvimos la mirada clavada en algún punto que no fuera el anguloso rostro del hombre, cuya mirada alternaba entre ambos.

Por el rabillo del ojo vi cómo la atención de Ephoras se dirigía lejos de Greyjan y de mí. El inconfundible crujido de las pesadas botas aplastando la hojarasca del suelo me informó que alguien se acercaba; luego pude comprobar que se trataba de Vako, cuya expresión era inteligible.

La comisura izquierda de los labios del segundo al mando de Altair se elevó discretamente mientras observaba al recién llegado. ¿A qué venía ese escrutinio por su parte? ¿Estaría al corriente de lo sucedido mientras estábamos ausentes?

—Espero que seáis más rápidos encendiendo un fuego que buscando leña —comentó en tono inquisitivo.

El calor trepó a mis mejillas al mismo tiempo que el gesto hermético de Vako se resquebrajaba para ver un ápice de rabia. Clavé mis ojos en los de Ephoras, donde relucía una inconfundible chispa de desafío.

—Supongo que la edad no perdona y os ralentiza, incluso para realizar tareas tan mundanas como recoger leña —dije con un tono venenosamente dulce.

Percibí la tensión de Vako a mi lado, además de la grata —y perversa— sorpresa de Greyjan al escuchar mi réplica. Ephoras entrecerró los ojos ante mi afilada insinuación; no obstante, optó por no responder, dando inicio a una nueva discusión que no haría más que empeorar la situación del grupo, ya de por sí dividido.

Tras dedicarme una última —y desdeñosa— ojeada, el hombre dio media vuelta y regresó hacia sus compañeros mientras Altair continuaba entre ellos, sin dar señales de recordar siquiera nuestra presencia.

—Maldito hijo de puta pomposo —masculló Greyjan, haciendo crujir la madera que cargaba entre los brazos.

El sonido de las llamas crepitando me distrajo de las conversaciones que se habían entablado en uno y otro grupo. Tras demostrarle a Ephoras que éramos capaces de encender un maldito fuego, tanto una facción como la otra nos habíamos instalado alrededor de la generosa hoguera; en las alforjas había encontrado algunas provisiones, de las que había tomado una mínima cantidad para llevármelas a un rincón junto a la calidez del fuego.

Greyjan, Alousius, Dex y un reticente Vako —cuyo enfado parecía haberse esfumado— pronto se habían unido a mí. En la otra orilla se habían reunido los miembros veteranos, junto a Altair; podía atisbar sus siluetas al otro lado, oír el murmullo y las risas ahogadas de algunos de ellos. Pensé en el comentario que había hecho Greyjan antes de que Ephoras nos interrumpiera, él había creído que la actitud de Altair se debía a la difícil posición en la que se encontraba... pero yo sospechaba que las razones que mantenían alejado a nuestro amigo estaba estrechamente relacionado conmigo.

Di vueltas al trozo de queso que sostenía entre las manos.

Aquella primera jornada del viaje estaba siendo peor de lo que imaginaba. Los recelos y tensiones que existían en el grupo, si es que podíamos considerarnos como tal, estaban minando la poca ilusión que había mantenido después de que Altair nos eligiera para participar en aquel arriesgado plan; un aguijonazo de culpa me atravesó al recordar cómo las cosas se habían ido torciendo poco a poco.

Desvié la mirada del fuego hacia mi comida inacabada.

Tendríamos que parar en alguna ciudad o pueblo para abastecernos, pues la comida que llevábamos en las alforjas no aguantaría para todos los días que nos quedaban por delante. En especial para el tiempo que nos costara cruzar el Gran Bosque hasta cualquier Reino Fae, donde... ¿Donde qué? Altair y yo habíamos conseguido el arcano, teníamos pensado intercambiarlo por el príncipe perdido, pero no habíamos planeado nada de ello.

No tenía ni idea de cómo íbamos a hacer el cambio.

Cruzar el bosque ya era de por sí una hazaña y poner un solo pie en territorio fae, un suicidio asegurado. Orei no había sido capaz de hacer uso de su magia debido al hierro; no obstante, nuestras armas no serían suficientes si teníamos que enfrentarnos a más de uno. ¿Qué haríamos una vez dejáramos atrás los seguros límites del bosque que pertenecían a los Reinos Humanos? Mis ojos volvieron a buscar a Altair al otro lado de las llamas, preguntándome qué tendría en mente.

Y si lo habría compartido con alguien.

Me terminé mi trozo de queso y después di un par de sorbos a la cantimplora, agradeciendo el fresco líquido que descendía por mi garganta. Greyjan hizo un comentario que arrancó una oleada de risas ahogadas entre el resto del grupo de nuestra orilla; tras lo sucedido en el bosque, el modo en que Vako había reaccionado conmigo al intentar poner un poco de calma y rebajar la tensión, había decidido mantener las distancias con él.

Dex contestó algo y las risas se repitieron. Continué ajena a la conversación, incapaz de apartar la mirada de la figura difuminada de Altair; el joven lord no había hecho ningún movimiento para acercarse a nosotros y no quise aceptar que la distancia que había aparecido entre nosotros empezaba a afectar también a la estrecha relación que había mantenido con algunos de ellos, en especial Vako... y Dex. Ambos eran conscientes de lo que suponía para Altair estar a la cabeza de la misión, la responsabilidad que el rey Aloct había depositado sobre los hombros de su único sobrino; a pesar de ello, sospechaba que habían guardado la esperanza de que la amistad que los unía —y que se remontaba a su niñez— les mantendría juntos: Altair, en la cabeza, y Vako y Dex a su lado, posiblemente ocupando el lugar de Ephoras.

Logré reunir la fuerza necesaria para apartar la mirada y clavarla en mis amigos. Greyjan gesticulaba haciendo grandes aspavientos, al parecer contando una anécdota divertidísima; los otros dos escuchaban con atención la historia, aunque podía intuir cierta tensión en sus posturas. Los rápidos vistazos que echaban a la otra orilla de la hoguera, donde Altair permanecía ajeno a todos nosotros, delataron qué era lo que rodaba por sus cabezas.

Terminada la frugal cena que habíamos tomado, Ephoras se apartó de los miembros veteranos y rodeó la orilla hasta alcanzar la nuestra. Todos alzamos la mirada a la par, intrigados por su acercamiento; una sensación —una advertencia— de desasosiego pareció deslizarse por mi columna vertebral cuando los ojos del hombre saltaron de uno a otro hasta quedarse clavados en los míos.

A su espalda pude intuir cierto movimiento. Los otros se ponían en pie, dirigiéndose hacia sus monturas para poder sacar las mantas que habíamos llevado con nosotros para situaciones como ésa, donde tendríamos que dormir al raso; devolví mi atención a Ephoras, igual de expectante que el resto de mis amigos.

No me gustó que, en aquella ocasión sí, curvara sus labios en una pequeña —casi malévola— sonrisa.

—Primera guardia —fue lo único que dijo, dirigiéndose a mí; sin opción a que pudiera replicarle—. Procura que no se apague el fuego.

* * *

Greyjan leyendo nuestros pensamientos sobre el pedante de lord Ephoras:

¿Qué trama Altair? (Si es que está tramando algo o está lamiéndose su orgullo herido tras Verine decirle chao bacalao)

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