❧ 16

El viaje desde la capital hacia el Gran Bosque duraría varios días si seguíamos el trayecto que cruzaba otras ciudades y aldeas. Ephoras, el hombre que vi en el patio hablando con Altair, así nos lo hizo saber una vez salimos de Merain; algunos de los hombres se miraron entre ellos al oír nuestro itinerario, otros comenzaron a susurrar mientras disparaban sus ojos hacia Ephoras y el propio Altair, quien iba encabezando la marcha y sumido en un hermético mutismo.

Una compañía como la nuestra llamaría la atención allá donde fuéramos. Los rumores sobre los hombres del rey que se dirigían hacia el Gran Bosque, hacia lo que había al otro lado, empezarían a correr como la pólvora; los fae que continuaran protegidos bajo un sortilegio que les hacía parecer humanos podrían adivinar nuestras intenciones, advirtiendo de algún modo a sus congéneres de los Reinos Fae. Provocando que estuvieran preparados para cuando lográramos traspasar la línea que separaba ambas zonas.

Clavé mis ojos en la erguida espalda de Altair. Habíamos bajado el ritmo de nuestras monturas poco después de dejar atrás Merain y ahora nuestros caballos se movían a un suave trote mientras cruzábamos una amplia extensión de campos de labranza; el sobrino del rey no había despegado la vista del frente, dejando que fuera Ephoras quien se encargara de transmitir cualquier mensaje. El báculo de madera rozó mi pierna debido al bamboleo de mi montura, recordándome su presencia; en el patio del castillo, antes de partir, había sentido la esperanza prendiéndose en mi pecho al encontrarlo junto a las alforjas. Me había tomado el báculo como una señal por parte de Altair, un modo de hacerme saber que buscaba una tregua después de todo lo que había sucedido entre nosotros.

Quizá había sido una ingenua, desesperada por ver algo que no existía. Deseando que las cosas volvieran a su cauce, aunque no fuera lo mismo. Aunque no pudiéramos deshacer el pasado, los límites que decidimos traspasar y que ahora nos acosaban.

Greyjan y su montura caminaban a mi lado. El jinete tenía un gesto adusto mientras dejaba que sus ojos captaran cada pequeño detalle que nos rodeaba; el chico nunca había tenido la oportunidad de abandonar Merain y el brillo de su mirada no era capaz de ocultar su deleite por aquel paisaje. Alousius nos seguía a poca distancia; Dex y Vako trotaban unos metros más atrás, charlando sin molestarse en bajar la voz. Los miembros más veteranos que nos acompañaban formaban su propio grupo, dejando patente la enorme división que existía entre nosotros.

—Somos la viva imagen de la unidad, ¿eh?

El comentario de Greyjan hizo que mis labios se curvaran en una media sonrisa mientras mi mirada recorría los espacios del grupo, el modo en que estábamos disgregados: por una parte, los miembros del Círculo de Hierro que el rey Aloct había seleccionado para que protegieran a su sobrino de los posibles peligros que acecharan en nuestro viaje; por otro, nosotros, el pequeño círculo de amistades de Altair, que no podíamos compararnos con aquellos hombres de gastadas armaduras que nos miraban con una expresión casi condescendiente.

—Dependemos los unos de los otros —dije en respuesta.

El poco humor que Greyjan había logrado levantar con su sarcástica observación sobre el grupo se evaporó al pensar que nuestras vidas —las de ambos bandos— estaban en las manos de todos. Nuestro deber principal era guardar las espaldas del potencial heredero de Merahedd; no obstante, si queríamos tener una oportunidad, por pequeña que fuera, tendríamos que trabajar como un equipo. Y eso suponía depositar una parte de nuestra confianza en otros, en esos desconocidos de uniformes viejos y casi polvorientos que no nos veían más que como una molestia. Un estorbo.

Greyjan bufó, como si la idea de saber que su vida estaba en manos de ellos no fuera del todo de su agrado.

—Sinceramente, preferiría a asarme dentro de mi uniforme —replicó con visible desdén—. O vérmelas cara a cara con uno de esos fae y su escalofriante poder.

Logré esbozar el fantasma de una sonrisa y mis manos aferraron con más fuerza las riendas de mi montura.

Pocas horas después de que el sol hubiera caído, escondiéndose y dando paso a la oscuridad, Ephoras fue el encargado de anunciar que pasaríamos la primera noche al raso. Atrás habíamos dejado aquella vasta extensión de campos de labranza y posibles aldeas donde poder encontrar un techo donde pernoctar; en aquellos instantes estábamos en uno de los caminos que atravesaban un pequeño bosquecillo. Una tupida carpa de ramas y follaje sobre nuestras cabezas no impedían que pudiéramos atisbar el cielo nocturno.

Mientras Altair y Ephoras discutían unos metros más adelante si debíamos continuar un trecho o establecernos allí, al menos durante aquella noche, yo eché la cabeza hacia atrás para contemplar aquel telón oscuro salpicado de estrellas. Algo se retorció en mi pecho al reencontrarme con ellas: en Merain era complicado observarlas con todas aquellas antorchas que iluminaban las calles; hacía años que no podía verlas con aquella claridad, pequeños puntos de luz que titilaban a kilómetros de distancia.

Aún podía recordarnos a mi padre y a mí con las cabezas alzadas hacia el firmamento, con el Gran Bosque rodeándonos en el más completo silencio. Mi curiosidad infantil me había empujado a preguntarle una noche qué eran las estrellas; mi padre se quedó pensativo unos instantes. Su respuesta se grabó a fuego en mi memoria, permitiéndome poder recordar sus palabras con claridad, como si estuviera susurrándomelas al oído en aquel preciso momento: «Son las almas de nuestros seres queridos, que velan por nosotros desde allí arriba. Todos esos puntitos luminiscentes que ves ahí arriba nos cuidan... y nos protegen.»

No fui capaz de seguir preguntándole si el alma de mi madre era alguna de esas luces que parpadeaban, así que mantuve mis labios sellados y dejé que mis ojos continuaran con su búsqueda. Como si pudiera distinguirla entre aquel interminable descoordinado patrón que tachonaba el cielo oscuro.

Ahora, rodeada por aquellos árboles tan distintos a los del Gran Bosque, miré hacia las estrellas y me pregunté cuál de todas ellas pertenecería a mi padre... y si se habría reunido con ella, después de tanto tiempo.

—Es inquietante la cantidad de almas que no han logrado pasar al Otro Lado —comentó una voz a mi izquierda.

Me sorprendí al encontrar a Alousius, también con la mirada fija en el cielo nocturno y el ceño ligeramente fruncido. El resto del grupo se mantenía reunido en pequeños grupos, a la espera de que Ephoras nos trasladara la decisión que habían alcanzado Altair y él al respecto.

Devolví mi atención a Alousius.

—¿Almas que no han logrado pasar al Otro Lado? —repetí.

Los labios de mi amigo se curvaron en una sonrisa triste.

—Mi abuela solía decir que las personas que morían dejando algún asunto pendiente no eran capaces de Cruzar y se quedaban ahí —alzó el brazo, señalando el cielo— atrapados por toda la eternidad.

Sentí un escalofrío al oír aquella historia tan distinta a la que mi padre me había contado siendo niña. Alcé de nuevo la mirada hacia la multitud de puntos que titilaban sobre nuestras cabezas, más allá del follaje; la voz de mi padre fue sustituida por la de Alousius. ¿Serían todas ellas almas atrapadas...?

¿Estarían mis padres entre ellas?

—Saldremos al alba —anunció la autoritaria voz de Ephoras, rompiendo la quietud del momento—. Pónganse cómodos, caballeros, la primera noche suele ser la más cómoda de todas.

Los miembros veteranos rieron entre dientes, captando alguna broma privada entre sus palabras. Cuando desmontaron de sus respectivos caballos, el resto no tardamos en imitarlos; Altair y Ephoras volvían a hablar entre susurros mientras el grupo buscaba ramas bajas donde poder atar las riendas e impedir que a la mañana siguiente despertáramos sin monturas.

Acerqué la mía a un tronco cercano y me aseguré de que el animal tuviera cierta libertad de movimientos sin el peligro de que saliera huyendo a causa de un nudo mal hecho. Acaricié su hocico de forma distraída, prestando atención al bosque que nos rodeaba; las diferencias eran palpables a simple vista: mientras que el Gran Bosque estaba conformado de árboles de gruesos troncos que terminaban en impresionantes copas que entretejían una densa capa que apenas permitía ver un simple fragmento del cielo; incluso el aire parecía ser distinto al que se respiraba en aquel otro bosque. ¿Seguiría manteniendo aquella esencia que parecía envolverte como una confortable manta? ¿Sería capaz de reconocerla a pesar de los años que habían transcurrido?

—Verine.

Me giré, sobresaltada, para encontrarme cara a cara con Vako.

—Lord Ephoras nos ha elegido, junto a ese agradable y gentil caballero —señaló a uno de los miembros veteranos. Un hombre ancho de hombros, expresión pétrea y con el cabello casi afeitado por completo; en aquel momento sus ojos estaban clavados en nosotros mientras dos de sus compañeros estaban comunicándole lo mismo que Vako a mí—, para la increíble hazaña de ir a recoger leña.

Palmeé su hombro en señal de muda comprensión y eché a andar a su lado mientras nos acercábamos hacia nuestro tercer integrante. Pude ver sonrisas llenas de sarcasmo en los rostros mientras se apartaban para poder mirarnos mejor; uno de ellos le dio un par de golpes en la espalda casi del mismo modo que había hecho yo con Vako momentos antes.

Sin mediar palabra, el veterano dio media vuelta y dirigió sus pasos hacia el bosque. La mandíbula de Vako se tensó ante aquel gesto tan desconsiderado y frío, pero no hizo comentario alguno; atravesamos el semicírculo que habían formado los compañeros de Mudito y tratamos de alcanzarle. Las largas piernas del hombre, a pesar del peso extra del uniforme, le permitían tragarse la distancia con un simple paso, lo que hizo que nos costara llegar hasta su altura.

Mientras nos adentrábamos más en el bosque, alejándonos del punto donde pernoctaríamos aquella noche, vigilé nuestro entorno de manera inconsciente. Casi podía oír las advertencias de Erelmus, recordándonos que no debíamos permitir tener un solo rincón sin controlar; aunque estuviésemos en aquel lugar, donde lo más peligroso que podíamos encontrarnos podía ser una manada de lobos, no pude permitirme bajar la guardia.

Vako, que caminaba a mi lado con el mismo esfuerzo que yo debido al uniforme, no apartaba la mirada de la poderosa espada del soldado con una expresión visiblemente molesta. Su pulcro cabello negro estaba algo despeinado debido al viaje a caballo y sus ojos castaños no eran capaces de ocultar el hastío que sentía, aunque no sabía si por la presencia de Mudito o por haber sido elegido para aquella tarea tan mundana; criado en el seno de una familia noble, y acostumbrado a otro tipo de actividades más acordes a su posición, Vako aspiraba a algo más que recoger leña para poder encender un fuego que nos ayudara a pasar la noche.

Y necesitaba sacar la frustración que le corroía después de haber sido elegido para hacer eso.

—Dime una cosa, compañero —no se me pasó por alto el veneno y desdén con el que recubrió la palabra, casi escupiéndola—, ¿te ha arrancado la lengua un fae?

Mi cuerpo se tensó ante la provocación, pero Mudito continuó caminando como si no hubiera escuchado nada. Seguimos su estela, pero la molestia de Vako era más que palpable; su intensa mirada permanecía clavada entre los hombros de Mudito, haciéndome temer que en cualquier momento consiguiera perforar el material tan sólo con la fuerza de sus ojos.

—Parecer ser que sí —Vako no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer, el fuego que ardía en su mirada era prueba de ello. Mordí el interior de mi mejilla, intuyendo que la situación podía escapársenos de las manos debido a la frustración de Vako y su necesidad de volcarla en alguien más—. Estoy seguro que formaste parte de la compañía que marchó junto a Agarne, por lo que mi teoría sobre lo que he comentado antes parece tener sentido —por el rabillo del ojo le vi esbozar una sonrisa cruel—. ¿Te quitaron alguna parte más, compañero?

Aquel comentario pareció surtir más efecto que el anterior: la línea de los hombros del veterano se alzó levemente. Incluso pareció ralentizar sus pasos, haciendo que la distancia entre los tres se acortara.

—O quizá te quedaste atrás mientras el resto de tus camaradas se enfrentaba a los fae —una parte de mí supo que Vako estaba yendo demasiado lejos. La incursión por parte de Agarne con el apoyo de Merahedd en uno de los Reinos Fae fue un episodio que apenas se mencionaba; especialmente después de que el príncipe desapareciera sin dejar ni rastro.

—Vako —le dije con un tono lleno de advertencias.

El joven me ignoró, satisfecho de haber encontrado un resquicio que emplear a su favor.

La tensión que nos había acompañado desde que nos hubiésemos reunido en el patio del castillo se tornó más palpable, como un hilo tirante a punto de romperse. Pensé que aquella situación tardaría algún tiempo en darse; no en la primera noche que llevábamos fuera de Merain.

—¿Estuviste allí? —siguió presionando Vako, como un lobo ante un pedazo de carne—. ¿Peleaste con tus compañeros u optaste por quedarte en la retaguardia?

No sabía en qué momento la conversación había degenerado en eso, en aquellos incisivos comentarios por parte de mi amigo sobre esa fatídica decisión que tomó el tío de Altair. Los rumores apuntaban que fue una carnicería, que las tropas que habían llevado consigo no fueron capaces de hacer frente a la mortífera magia de los fae; que nunca tuvieron una sola oportunidad de salir victoriosos... y que continuaban pagando el error que cometieron.

Tomé a Vako por la parte superior del brazo, obligándole a frenar. Mudito también se había detenido a unos metros de distancia, aún dándonos la espalda; aunque su postura delataba lo mucho que estaba costándole mantener la compostura frente a los crueles ataques de mi amigo.

—Ya es suficiente —le siseé.

La atención —y rabia— de Vako se deslizó hacia mí.

—No eres nadie para hablarme así, Verine.

Acusé como bien pude el desprecio de su voz, como si yo no valiera nada. Mi relación con Vako no podía compararse con la que podía compartir con Alousius, Greyjan... o el propio Altair; el joven y Dex pertenecían a dos familias bien posicionadas dentro de la corte. Nuestros caminos jamás se habrían cruzado de no haber sido por el lord y su incipiente amistad hacia mí.

Siempre había visto a Vako —y a Dex— un tanto distantes, ni siquiera entendía por qué dos personas que lo tenían todo habían optado por unirse al ejército del rey, pudiendo haber elegido la guardia... o vivir sus lujosas vidas dentro de la corte. Tiempo después fue Altair quien me confesó que había sido él el motivo que había empujado a los dos nobles a tomar esa decisión: como amigos casi de la infancia, tanto Vako como Dex habrían hecho cualquier cosa por Altair.

Y eso había desembocado en que se alistaran, haciendo que nos tropezáramos los unos con los otros.

Mantuve su mirada con un brillo de desafío, haciéndole saber que no pensaba dar un solo paso atrás. En el ejército los títulos no significaban nada, tampoco el tipo de sangre que corriera por nuestras venas; además, estábamos lejos de Merain, de la corte... y de su familia.

—Entonces limítate a cumplir con lo que se nos ha ordenado —mascullé en respuesta.

La línea de su mandíbula se endureció cuando le recordé qué estábamos haciendo en las profundidades del bosque. Vako creía que todo el esfuerzo y dedicación que había puesto durante aquellos años de instrucción no podían desembocar en ser enviado a recoger una pila de leña, un trabajo —a sus ojos— indigno.

Una enorme sombra nos cubrió, haciendo que mi corazón dejara de latir el segundo que tardé en descubrir a Mudito frente a nosotros. Sus iris —que ahora descubría eran de un tono castaño— estaban fijos en Vako con una intensidad que casi me hizo retroceder un paso; apenas tuve tiempo de reaccionar antes de que la mano del hombre aferrara a mi compañero por el cuello de su uniforme.

—¿Molesto por estar tan lejos de tu cómoda cama, sin tu querida niñera arropándote para darte un beso de buenas noches, uchelwr? —habló, empleando un tono bajo; su mirada era despectiva—. No durarías ni un asalto contra una criatura como los fae —luego sus ojos se deslizaron hacia mí, observándome casi del mismo modo—. ¿Sabéis por qué el rey nos ordenó que os acompañáramos? Porque sabe que, de lo contrario, seríais hombres muertos.

El rostro de Vako se coloreó ante el término burlón con el que se había referido a él, pero no pareció encontrar las palabras para rebatirle. Yo me quedé inmóvil, digiriendo su demoledora réplica; la innegable verdad que se escondía tras ella.

El hombre dio un tirón para acercar su rostro al de mi amigo hasta que las puntas de sus narices se rozaron.

—Recoge la maldita leña y no vuelvas a hablar de temas de los que no tienes ni la más mínima idea.

* * *

Hagan sus apuestas: ¿cuánto tiempo les damos antes de que se lancen los unos contra los otros?

Otra cosa, queridos pajarillos, ¡feliz Lammas! Seguro que el nombre os suena (*ejemejemDamadeInviernoejemejem*)

Con motivo de esta encantadora festividad he decidido hacer una triple actualización en todas mis obras de temática fae por lo que, si seguís Vástago de Hielo o Dama de Invierno, ¡estáis de suerte!

¡Portaos bien!

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