❧ 12
No fue tarea fácil salir de la cámara con el arcano.
Mientras que entrar allí había resultado mucho más sencillo de lo que creímos en un principio, marcharnos con aquel objeto sin descubrirnos a nosotros mismos frente a los dos guardias que custodiaban la entrada fue harina de otro costal; le pedí a Altair que me dejara su lujosa chaqueta para cubrirme, alentando así los lascivos pensamientos de aquellos tipos, y esconder buenamente la caja que contenía la esfera mágica.
Me introduje un par de dedos en el laborioso recogido que lady Laeris había logrado con mi rebelde cabello y solté algunos mechones, dándome una apariencia un tanto... descuidada. Casi podía escuchar las risotadas socarronas de los guardias, convencidos de que Altair se había encargado de mostrarme el tesoro más maravilloso en aquella cámara privada.
Recoloqué la chaqueta prestada sobre mis hombros y comprobé que la tela no dejaba a la vista el objeto que pretendíamos sustraer. Mi amigo pasó uno de sus brazos por mi cintura, afianzando el agarre de la caja; nos dedicamos una última mirada antes de dirigirnos hacia las puertas; procuré que Altair no percibiera mi desasosiego por lo que había sucedido, el modo en que su cuerpo —él en general— había reaccionado ante el arcano, y por la inquietante sensación de que aún podía sentirlo a través de la madera. Como un canto de sirena intentando tentarme, susurrándome al oído que abriera la tapa y volviera a colocar la palma sobre su superficie.
Tal y como esperábamos, los dos hombres fingieron no parecer estar en absoluto interesados en el aspecto que presentábamos después de haber estado tanto tiempo ahí dentro; les seguí el juego, fingiendo pudor por haber caído en las garras del joven lord que caminaba a mi lado y continuaba rodeando mi cintura con su brazo en una actitud claramente posesiva y mucho más cercana, además de íntima.
Agaché la cabeza con falsa vergüenza cuando pasamos por su lado y Altair se encargó de despedirse con un gesto de mentón. Mis brazos se aferraron inconscientemente a la caja que guardaba bajo su chaqueta, temiendo que en cualquier momento pudieran darnos el alto y descubrieran nuestro pequeño secreto; el corazón no redujo su ritmo hasta que no dejamos bien atrás los gélidos niveles inferiores del palacio y regresamos al lujoso corredor que pertenecía al ala real sin un solo contratiempo.
Altair mantuvo su brazo rodeando mi cintura hasta que la puerta de sus aposentos privados se cerró con un contundente golpe a nuestra espalda, protegiéndonos de miradas indiscretas; me aparté de su lado y crucé con osadía la antesala, dirigiéndome hacia el dormitorio.
Saqué nuestro botín de su escondite y lo deposité sobre el colchón al mismo tiempo que dejaba la chaqueta de Altair cerca de la caja. Observé de nuevo el grabado de la superficie, sintiendo un cosquilleo extendiéndose por mis brazos; no cabía duda de que debía de tratarse de algún símbolo fae, pero la única que podría haberlo reconocido estaba muerta.
Orei habría sido una gran ayuda —o eso quería creer— a la hora de brindarnos un par de respuestas.
Empezando por decirnos qué significaba.
Percibí a Altair a mi espalda. La calidez que desprendía su cuerpo me rodeó mientras no quitaba la vista de encima a la tapa de la caja; en mis pensamientos atisbé una sombra de lo que había sucedido cuando mi amigo puesto sus manos sobre el arcano, cómo sus ojos se habían iluminado de aquel modo antinatural...
No me permití continuar por ese camino.
Lo importante es que habíamos conseguido nuestro propósito y estábamos un paso más cerca de encontrar a Gareth. Lejos del peligro, la adrenalina y el miedo que habían recorrido mi cuerpo se evaporaron; un agradable escalofrío se extendió a lo largo de mi espalda cuando me giré hacia Altair y coloqué mis palmas sobre su pecho, palpando la suavidad de su camisa.
Mis labios se curvaron en una amplia sonrisa llena de victoria.
—Lo hemos hecho —susurré, temiendo alzar la voz.
Los labios de Altair no tardaron en imitar los míos, devolviéndomela. Sin embargo, en su mirada descubrí un poso de cautela; como si lo sucedido en la cámara aún siguiera dando vueltas dentro de su cabeza del mismo modo que había sucedido conmigo unos instantes atrás. El arcano había resultado ser un objeto demasiado peligroso; una pequeña parte de mí era capaz de entender por qué los fae parecían estar dispuestos a pagar cualquier precio con tal de recuperarlos. ¿Qué sucedería en caso de que un arcano, si acaso existían más como él, caía en las manos equivocadas?
Mi cuerpo aún recordaba la sensación de la magia recorriéndolo, esa inexplicable chispa que se había prendido en mi interior... A pesar de ello, no deseaba repetir la experiencia y volver a sacarlo de su escondite; el arcano permanecería en su legítimo lugar, guardado dentro de aquella caja labrada hasta que consiguiéramos intercambiarlo por el príncipe heredero, si los rumores eran ciertos y era un prisionero de los fae.
Observé a Altair acariciar los símbolos grabados en la tapa mientras yo percibía cómo su corazón aceleraba su ritmo ante ese mínimo contacto. Volví a centrarme en el único pensamiento que importaba en ese instante: teníamos el objeto que nos conduciría a Gareth. Altair no tendría que convertirse en rey.
Sería libre.
Mis dedos resiguieron las líneas del hilo de la camisa de mi amigo del mismo modo que sus yemas lo habían hecho con el extraño dibujo tallado sobre la madera de la caja. La fiesta de máscaras del rey aún continuaba con su transcurso; quizá hubiera personas —apostaba parte de mis pocas ganancias a que una nutrida porción serían jóvenes, algunas de ellas las que había espiado desde la distancia mientras Altair les dedicaba cortésmente su atención— buscando entre la multitud algún muchacho de estatura y complexión similar a la de Altair.
Ahora que teníamos en nuestro poder el arcano, aquel objeto de cuya existencia nos había brindado la respuesta que necesitábamos, podíamos abandonar su dormitorio —sus habitaciones privadas, aquel territorio completamente desconocido para mí— para regresar a nuestra farsa. Aquella mentira que me había abierto las puertas del palacio, al menos aquella velada.
Sería sencillo decirle a mi amigo que volviéramos, que nos deslizáramos como sombras en el salón donde la mascarada seguía su curso...
Pero opté por guardar silencio.
Fue un gesto sumamente egoísta, movido por el repentino impulso de no querer que nuestro momento concluyera, lo que sucedería una vez cruzáramos las puertas que nos conducirían de nuevo a aquel enorme salón y Altair tendría que colocarse la máscara de lord con la que le había visto aquella noche, antes de que llegara la hora de poner en marcha la segunda parte de nuestro ambicioso —y peligroso— plan.
El pulso se me disparó cuando volví a mirar a mi amigo a los ojos. Sus iris habían adoptado su apariencia normal, ese color azul en el que tantas veces me había quedado atrapada; la distancia entre nuestros rostros menguó y yo sentí un escalofrío de anticipación ante las posibilidades que se me pasaron por la cabeza.
Mordí mi labio inferior de manera inconsciente, provocando que la intensa mirada de Altair se clavara en esa zona de mi cuerpo.
—Te debo una disculpa.
Fruncí el ceño.
—Reconozco que al principio no estaba seguro de nada —continuó, bajando los ojos con actitud culpable y arrepentida—. Temí que lo que dijo esa criatura —mis dedos se crisparon sobre su pecho al escuchar el modo en que se refirió a Orei, cuya muerte no parecía pesarle en la conciencia— fuera una invención cuyo único propósito era la de brindarle una vía de escape.
Altair había mostrado cierta reticencia a darle un mínimo de credibilidad a las respuestas que habíamos conseguido arrancarle a la prisionera; y en aquellos instantes estaba reconociéndome que había albergado dudas todavía, incluso después de haberme asegurado de estar dispuesto a arriesgarse ante nuestro desesperado plan para colarnos en la cámara donde la familia real guardaba su sustancioso tesoro.
—Tu plan era brillante y yo...
Me puse de puntillas y cubrí su boca con la palma de mi mano.
No quise seguir escuchando su disculpa, el hecho de saber que no había sido sincero conmigo y que, a pesar de haberme asegurado confiar en mí, no lo había hecho; no del todo. Altair había dudado de mi plan, de la existencia del arcano... Incluso de que consiguiéramos algo aquella noche.
No quise que las palabras de Altair empañaran ese instante, como tampoco que ahondaran un poco más en la pequeña grieta que lady Laeris había abierto sin tan siquiera pretenderlo al mencionar a su hija desaparecida; la misma que mi amigo nunca había mencionado... y de la que no había recibido respuesta alguna después de que pronunciara el nombre de Brianna.
Quizá por eso sustituí mi palma por mis labios y le besé.
Percibí la sorpresa de Altair ante mi imprevisible movimiento antes de que sus brazos me rodearan, pegándome a su pecho para intentar profundizar el beso. Desconecté por completo, centrándome únicamente en las sensaciones que despertaban sus manos y labios por todo mi cuerpo; dejé que mis dedos se entretuvieran unos instantes con la piel que asomaba por la camisa que llevaba antes de deslizarlos hacia el dobladillo para tirar de él.
Reseguí como tantas otras veces las definidas líneas de su pecho, notando cómo un familiar calor despertaba en mi vientre. Parecía haber pasado una eternidad desde la última vez que estuvimos juntos y la necesidad se tornó acuciante; Altair, por el contrario, rozó la punta de mi nariz con la suya en un gesto lleno de ternura.
Pero aquella noche yo no quería ternura.
Por eso volví a alzarme de puntillas para besarle de nuevo, pero mi amigo se apartó unos centímetros, impidiéndome alcanzar sus labios, para retirarme la máscara que todavía cubría parte de mi rostro; lo depositó con cuidado sobre la tapa de la caja que contenía al arcano y sus brazos me rodearon otra vez. Sentí sus manos vagando hacia mi espalda, luego le noté tantear la hilera de cintas que lady Laeris había atado con tanta facilidad horas antes; escuché a Altair gruñir al toparse con cierta resistencia a la hora de deshacer todos aquellos lazos que mantenían cerrada la prenda por la parte de atrás.
Contuve una sonrisa mientras mi amigo batallaba con aquel inesperado obstáculo. Tras algunos torpes intentos, el vestido se aflojó y empezó a deslizarse por mi cuerpo, dejándome casi completamente expuesta ante la mirada de Altair. El pulso se me aceleró cuando la prenda se arremolinó a mis pies y yo jugueteé con la cinturilla de sus pantalones; lady Laeris se había negado en rotundo a permitirme usar mi humilde ropa interior, sustituyéndola por aquel conjunto de color negro.
Los ojos de Altair me recorrieron por segunda vez, haciendo que un ligero calor se agolpara en mis mejillas. No era la primera vez que me mostraba así frente a él pero, después de haber visto cómo actuaba en la corte, con aquellas jóvenes, no pude evitar sentir cierto... desasosiego.
Sabía que alguna de ellas podría haber sido su compañía alguna noche, y también podía imaginarme el aspecto que podrían haber presentado las afortunadas en un ambiente mucho más privado e íntimo. Seguramente llevarían prendas similares a las mías que las harían sentirse mucho más confiadas que yo.
La persona que me había devuelto la mirada desde el reflejo del espejo, ataviada con aquel vestido, había sido una mentira ideada por Altair y por mí para pasar desapercibida durante la mascarada.
No era yo.
Quise ahogar todos aquellos pensamientos insidiosos, esos rostros difusos y la maldita duda de si mi amigo estaría viéndome a mí —a Verine— y no a la chica noble a la que me había tocado representar para ganarme la simpatía y ayuda de lady Laeris. Posé una mano sobre el pecho de Altair y empujé con suavidad, haciendo que cayera sobre el colchón, cerca de donde reposaba la caja del arcano; con esfuerzo me obligué a ignorar la hipnótica llamada del objeto que había al otro lado de la madera y opté por concentrar toda mi atención en el cuerpo tendido de mi amigo...
Pero su mirada también estaba clavada en la caja, como si él sintiera esa irresistible atracción hacia el orbe escondido.
Rompí el hechizo cuando tomé la caja entre mis manos y la escondí bajo la cama, haciendo que quedara lejos de nuestra vista. El influjo disminuyó al desaparecer, permitiéndonos recuperar parte del control que había quedado ligeramente empañado por la presencia visible del arcano; Altair pestañeó un par de veces y yo me encaramé a su regazo, intentando retomar el momento.
La mirada de mi amigo regresó a mi rostro cuando me incliné para besarle de nuevo, esta vez sin máscaras que nos interrumpieran de por medio. Me aferré a los sonidos que brotaron de sus labios cuando los abandoné y pasé los míos por la línea de su mandíbula, bajando por el cuello; los músculos de todo el cuerpo de Altair se flexionaron al descender por su pecho, permitiéndome saborear aquella reacción inconsciente.
Oí cómo tragaba saliva, sintiendo mis labios alcanzar su estómago. La respiración de mi amigo se agitó al hacer que mis dedos juguetearan de nuevo con la cinturilla de sus pantalones, rozando la piel que había bajo ella; la llamada del arcano fue perdiendo fuerza en mi interior conforme el deseo cobraba intensidad, provocando que un familiar ardor empezara a extenderse por mis extremidades, anhelando su contacto.
Altair ahogó una maldición cuando fui deshaciéndome de las prendas que obstaculizaban mi camino y mi boca se posó en su destino. Todo quedó en un segundo plano mientras me deleitaba con los sonidos que le arrancaba al joven lord.
—Verine...
Alcé la mirada ante su tono ronco. Contemplé el leve rubor que le coloreaba las mejillas y el brillo que hacía relucir sus ojos azules; pensé en la primera vez que cruzamos ese límite, en el terror que me embargó después, al ser consciente de lo que habíamos hecho. De cómo podía afectar eso a nuestra amistad.
Él había sido mi primer amigo tras llegar a aquel orfanato de Merain, al quedarme huérfana y comprender que mi vida no volvería a ser la misma. Que no podría volver jamás a mi hogar... porque ya no existía.
Sin embargo, mis temores resultaron ser infundados: el comportamiento de mi amigo no cambió; me prometí a mí misma que aquélla sería la primera y última vez que me permitiría traspasar esa línea, pero fallé estrepitosamente: caí de nuevo. Una y otra y otra y otra vez.
Aquellos años de encuentros furtivos no parecían haber dañado ni un ápice nuestra amistad; aunque me había brindado una generosa lección que no había olvidado ni un solo instante: el extraño acuerdo que habíamos alcanzado Altair y yo era temporal. Llegaría un día en que mi amigo se enamoraría o tendría que tomar la decisión de comprometerse por el bien de su familia; yo nunca sería una opción para él. Jamás podría aspirar a ello.
Era una pobre huérfana que había tenido que abrirse camino en aquel injusto mundo preparado por y para hombres con uñas y dientes, esforzándose por abrirse un diminuto hueco. No tenía ningún valor a ojos de su familia; no podía aportarles absolutamente nada.
Cuando Altair la encontrara, yo me haría a un lado y permitiría que la chica que escogiera lo tuviera por completo.
No me entrometería en su relación, simplemente desaparecería.
—Vuelve a mí, Verine.
La voz de Altair atravesó aquella nube oscura de mis pensamientos, haciéndome regresar al presente. Su mirada tenía un tinte de preocupación, aunque forzó una sonrisa al ver que había captado mi atención; sus brazos rodearon mi cintura, arrastrándome con lentitud hasta quedar de nuevo sobre su regazo. Los dedos de mi amigo apartaron algunos mechones, colocándolos detrás de mi oreja, mientras sus ojos seguían escaneándome, consciente de que algo había cambiado.
Tratando de mantener su sonrisa, me preguntó:
—¿Adónde habías ido?
A un lugar oscuro dentro de mi cabeza, donde habitaban mis peores enemigos... Mis mayores miedos. Ese rincón dentro de mi mente era un infierno donde confinaba aquello que me hacía daño; donde me había obligado a enviar el nombre de Brianna y su elocuente silencio sobre aquella chica desaparecida hacía tanto tiempo.
Agradecí su tono de humor para aligerar el ambiente. Hice que mis labios se curvaran en una pequeña sonrisa y apoyé mis palmas sobre sus hombros para inclinar mi rostro hacia el de mi amigo.
—A ninguna parte —dije en voz alta, tragándome la verdadera respuesta, acercándome un poco más a él—. Estoy aquí.
Cuando los centímetros desaparecieron y los labios de Altair presionaron los míos me entregué al beso de buena gana, esperando a que mis pensamientos volvieran a quedarse en silencio. La velada no estaba transcurriendo como a mí me hubiera gustado; las voces de mi cabeza me habían estado asaltando desde que pusiéramos un pie allí, de regreso tras aquella arriesgada incursión en la cámara real.
Dejé que Altair intercambiara nuestras posiciones, haciendo que mi cuerpo reposara sobre el mullido colchón de su cama. Mordí el interior de mi mejilla con fuerza para acallar los sonidos que pugnaban por escaparse de mi garganta cuando las cálidas manos de mi amigo se encargaron de deshacerse de las pocas prendas que todavía cubrían mi piel y a acariciar cada recoveco de mi cuerpo de aquel modo que siempre lograba hacerme casi enloquecer.
Nos miramos el uno al otro como tantas otras veces habíamos hecho.
Hundí mis dedos en su cabello y acerqué nuestros rostros hasta que sus labios volvieron a fundirse con los míos. Noté cómo se movía sobre el colchón, colocando parte de su peso sobre mí; sus dientes pellizcaron mi labio inferior, arrancándome un sonido inarticulado, y su mano empujó levemente mi muslo para brindarle un mejor acceso.
Aspiré una gran bocanada de aire cuando le sentí avanzando lentamente hacia mi interior hasta que quedamos unidos por completo; con nuestros cuerpos encajando como dos piezas de un mismo rompecabezas. Altair trató de profundizar nuestro beso, permitiéndome unos instantes para poder acomodarme a su presencia; abandoné la suavidad de sus mechones y deslicé mis manos sobre su espalda, acariciando sus tensos músculos y provocándole un leve temblor.
Un rugido bajo brotó de la garganta de Altair cuando tomé la iniciativa, moviendo lentamente mi cadera y haciendo que se hundiera todavía más dentro de mí. Jadeé al sentir cómo se acompasaba a mis movimientos ondulantes, permitiéndome marcar el ritmo y llevar las riendas.
Arqueé mi espalda ante sus suaves embestidas y paseé mis uñas sobre su carne, sintiendo cómo una espiral ardiente iba creciendo en la parte baja de mi vientre; Altair aumentó ligeramente la velocidad, pronunciando mi nombre en un gruñido bajo y ronco. Ambos ahogamos un grito a la par, cubiertos por una fina pátina de sudor y con la respiración agitada.
Altair escondió su rostro en el hueco de mi cuello, respirando entrecortadamente; yo traté de recuperar el resuello, con su cuerpo presionando todavía el mío contra el colchón.
Cerré los ojos con fuerza y presioné la nuca contra la pila de almohadas, preguntándome en silencio si no estaría tensando demasiado el hilo.
❧
—Laeris te habló de Brianna.
La voz de Altair rompió el silencio que se había instalado de su dormitorio, sacándome de golpe de aquel estado de duermevela en el que me había sumido tras meternos bajo las mantas. Había aprovechado el trayecto hacia el salón donde se iba a celebrar la mascarada para preguntarle al respecto a mi amigo, después de que la mujer a cuyo cargo me había dejado la mencionara en un intento de llenar el silencio; Altair se había limitado a fingir que no haber escuchado nada, cambiando de tema rápidamente. Sin embargo, antes de cruzar las puertas que nos conducirían a la imponente sala donde el rey Aloct agasajaba a sus invitados, sí que había recibido respuesta respecto a Brianna: el lord creía firmemente que su desaparición no había sido normal... y que los fae tenían algún tipo de relación con ella.
Me encogí bajo las mantas y giré hasta quedar de costado. Altair se encontraba bocarriba, con los ojos clavados en el techo de la habitación; su cabello se encontraba todavía revuelto y atisbé una pequeña marca rosácea en su cuello que no pasaría desapercibida en nuestro grupo de amigos, lo que generaría una oleada de bromas y comentarios lascivos por parte de Greyjan.
—Solamente fue un comentario inocente —repuse con suavidad.
Un comentario que no había podido enmascarar el dolor que lady Laeris todavía arrastraba, a pesar del tiempo que había transcurrido. Se me empequeñeció el estómago al tratar de imaginar lo que aquella mujer debía estar pasando día tras día, sin recibir respuesta alguna a dónde estaba su hija; por qué se la habían llevado.
Por qué no habían enviado un solo mensaje o una petición de rescate por ella.
Altair respiró hondo y cerró los ojos unos segundos. Vi cómo su nuez se movió cuando tragó saliva con esfuerzo, delatando lo mucho que le costaba hablar de ese tema en concreto.
—Brianna y yo prácticamente crecimos juntos.
Lady Laeris había bromeado al afirmar que tanto ella como la madre de Altair habían fantaseado con la idea de ver a sus hijos casados en el futuro. A nadie le hubiera sorprendido lo más mínimo, sabiendo que los dos habían estado juntos casi desde la cuna; ni la madre de Altair ni su tío, el rey, se opondrían a la relación entre Brianna y el joven lord.
—Estábamos muy unidos —prosiguió Altair, a media voz—. Todo el mundo pensaba que terminaría comprometido con ella.
Aquella verdad fue como una esquirla atravesando mi maltrecho corazón. La imagen de esa fantasmal Brianna volvió a conjurarse en mi mente; ella habría sido una buena compañera para mi amigo.
Habría sido la esposa ideal.
—¿Cuándo desapareció? —la pregunta salió de mis labios sin que hubiera tomado la decisión de hacerla o no en voz alta.
—Teníamos nueve años —fue su escueta respuesta.
Nuestros caminos no se cruzaron hasta un año más tarde, cuando yo apenas rozaba los ocho y todavía trataba de acostumbrarme al orfanato y a aquella urbe tan distinta al tranquilo claro del bosque donde vivía con mi padre en nuestra modesta cabaña; mis dedos se cerraron sobre las mantas que cubrían tanto el cuerpo desnudo de Altair como el mío propio al empezar a perfilar un esbozo de dolorosa intuición.
Recordé al niño que chocó conmigo a causa de encontrarse abstraído, atrapado por las fortificaciones de hierro que se encargaban de brindar una capa de protección a toda la ciudad. Recordé su expresión neutra y la vastedad que me topé en sus ojos azules cuando nos miramos fijamente. En aquel momento ya debía haber perdido a Brianna, quedándose devastado por la desaparición de la que fue su mejor amiga y compañera de la infancia.
Nunca antes me lo había cuestionado pero ¿qué fue lo que impulsó a aquel niño a acercarse a mí...? ¿Qué era lo que le había llamado la atención de esa niña delgaducha y con prendas viejas y heredadas que intentaba por todos los medios pasar desapercibida para poder hurtar una simple hogaza de pan con la que calmar el hambre causada por la multitud de bocas que había que alimentar dentro del orfanato?
Dentro de mi cabeza tiré del hilo que pertenecía a Brianna, la chica cuyo destino estuvo irremediablemente unido al de Altair. Traté de ponerme en el lugar del lord, en el vacío que debía haber sentido al saber que su única amiga había desaparecido; me vi a través de los ojos del niño que fue Altair.
La simple idea hizo que algo se retorciera dentro de mí. Una amistad como la nuestra no era muy usual; todavía escuchaba los susurros que levantaba a mi paso cuando me acercaba al círculo de allegados de Altair, todos ellos también pertenecientes a familias nobles y que formaban parte de la corte real. ¿Habría sido una «buena obra», un intento por parte de Altair por intentar llenar el hueco que Brianna había dejado con su desaparición? ¿Y si solamente había sido una pobre sustituta, un vendaje para su herida aún no cicatrizada?
—¿Aún la extrañas? —un nudo se me formó en la garganta al formular mi pregunta.
Mi amigo entreabrió los labios, dubitativo. Como si temiera que su respuesta pudiera hacerme daño, como si él también pudiera percibir el fino hilo que nos unía demasiado tirante; cerca de romperse.
—Ahora su ausencia se ha vuelto más llevadera, pero aún sigo echándola de menos —reconoció a media voz.
Inspiré por la nariz.
—¿La amabas?
Altair guardó silencio unos segundos que me resultaron dolorosamente eternos.
—No tuve tiempo de descubrir si lo que sentía hacia ella podría haber sido amor —se humedeció el labio inferior en un gesto cargado de indecisión.
En aquella ocasión fui yo la que cerró los ojos para no ver la expresión de mi amigo cuando dije:
—Brianna hubiera sido la opción adecuada, Altair.
Le oí coger aire, como si estuviera preparándose para decir algo...
Pero nunca me llegó su respuesta.
* * *
¡Sorpresa! Como hoy es el Día del Libro/Sant Jordi (incluso el Día de Aragón) he decidido hacer una breve aparición para actualizar TODAS las historias que actualmente están en curso. Así que, si seguís alguna que otra (véase Vástago de Hielo, Dama de Invierno o Daughter of Ruins) ¡CORRED, PEQUEÑAS FLORES!
(Y sí, esto es un señor copia y pega. No me oculto, no me escondo)
Volviendo al tema en cuestión, pido disculpas porque soy nefasta a la hora de escribir escenas pasionales y siempre suelo pasarlo mal no, lo siguiente, si no estoy en el mood correcto (y, chorprecha, no suele pasarme con asiduidad)🙃
Por cierto, ¿qué creéis que iba a soltar Altair antes de pensárselo mejor?
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