❧ 115
Faye no estaba en mis aposentos cuando regresé de mi incursión nocturna. Me dije a mí misma que apenas había pasado tiempo suficiente; que las distancias que debía recorrer la fénix eran demasiado largas... Que debía esperar.
Sin embargo, no podía hacerlo. No cuando era consciente de la magnitud del problema que escondía Elphane, cuando no podía permitir que Altair y el resto de mis amigos siguieran en manos de lord Ardbraccan y mi madre.
El tímido sonido de llamada en la puerta principal hizo que escondiera a toda prisa la ropa que acababa de quitarme y la sustituyera por uno de los camisones que la reina había tenido la amabilidad de prestarme hasta que tuviera los míos propios. El rostro preocupado de Elvariel asomó con cautela por el quicio de la puerta, descubriéndome cerca de los ventanales, intentando controlar mi agitada respiración.
Apenas había sido consciente del curso del tiempo, quedándome allá abajo más del que había pretendido en un principio. Las primeras luces del amanecer ya cubrían el cielo grisáceo, anunciando la entrada de un nuevo día.
Le dediqué una sonrisa titubeante a mi dama de compañía.
—¿Vesperine? —me preguntó desde la distancia, sin atreverse a entrar—. No quería molestarte, sólo comprobar cómo te encontrabas.
El sanador de la reina me había recomendado que guardara cama durante un par de días, brindándome la excusa idónea para poder empezar a planear sin sufrir demasiadas interrupciones.
Alisé la falda de mi camisón, ganando unos segundos para recuperar el aliento y no levantar las sospechas de Elvariel.
—Estoy mucho mejor —le respondí—. ¿Podrías avisar a mis doncellas? Me gustaría prepararme y acompañar a la reina en el desayuno.
❧
Para mi sorpresa, en el comedor privado solamente se encontraba la reina. Tenía la mirada clavada en el fondo de la taza que sostenía y estaba tan sumida en sus propios pensamientos, que no fue consciente de mi presencia en la puerta. Con esfuerzo, me obligué a dar un paso adelante, aclarándome la garganta.
Sus ojos grises bordeados de negro se alzaron con demasiada velocidad, dejándome paralizada. Un brillo de reconocimiento suavizó su mirada el descubrir que solamente era yo; una sonrisa amable afloró en su rostro y yo de nuevo me sentí dividida. ¿Cómo era posible que la mujer que ocupaba la cabeza de la mesa pudiera ser la misma que permitía que lord Ardbraccan ocultara todos aquellos cuerpos..., que le permitiera torturar a mis amigos con el único propósito de obtener información sobre los arcanos?
Ayrel estaba en lo cierto: no podían permanecer juntos.
Y mucho menos en unas manos como las de la reina de Elphane... o en las de su consejero.
—Vesperine —me saludó mi madre, escaneándome con preocupación—. Gracias a los antiguos elementos que ya estás recuperada... Umalec nos advirtió que tu estado era delicado y que necesitabas absoluto reposo.
Con pasos cautelosos, me dirigí a la silla que había reclamado como propia. No quería ponerme en lo peor respecto a la visible ausencia de su mano derecha.
—Me encuentro mucho mejor —manifesté, tomando asiento—. Lista para volver a mis responsabilidades.
La sonrisa que me había dedicado segundos antes se llenó de orgullo al escucharme hablar. Prácticamente desde el principio había querido involucrarme en la vida dentro de la corte; si bien mis motivos al inicio habían sido para hacerle ganar un poco de tiempo a Rhydderch, ahora que el príncipe ya no estaba, necesitaba fingir normalidad mientras planeaba cómo sacar a Altair y al resto de nosotros del palacio.
Había llegado a la conclusión de que no podía esperar una respuesta de Rhydderch. No con lord Ardbraccan llevando al límite a mi mejor amigo, creyendo que pudiera estar guardándose información sobre los otros arcanos o su paradero. Tampoco podía permitirme que Gareth, si realmente era él, pasara un segundo más atrapado en aquel ataúd de cristal, a la espera de que el consejero de mi madre hiciera con el chico lo que quisiera.
Me tragué un respingo cuando la mano de mi madre cubrió la mía y, al alzar la mirada, vi que su rostro resplandecía de emoción contenida. Lo sucedido en su despacho había quedado por completo en el olvido para ella, como si nunca hubiera ocurrido. Su imprevisibilidad y comportamiento me tenían desconcertada; el miedo a que mi madre volviera a atacarme, sin importarle lo más mínimo que fuera su hija, no se había desvanecido. Continuaba agazapado en un pequeño rincón de mi interior.
No me arrepentía de la decisión que había tomado al pedirle a Rhydderch que me dejara aquí. Pero ahora tenía claro que no podía permanecer más tiempo en Elphane, no sin protección. Sin aliados.
Teníamos que ponerle fin a las atrocidades que habían cometido la reina y lord Ardbraccan pero, para ello, necesitaba respaldo. No confiaba en poder acudir al Consejo de la Reina porque temía que la mano derecha de la reina pudiera influir y manipularlos a su antojo; los miembros que podrían plantar cara al lord no eran numerosos. Pero quizá con el apoyo de Qangoth...
—Ahora que has vuelto, he estado pensando en varias cuestiones —dijo mi madre, obligándome a salir de mi ensimismamiento—. La primera de ellas es en... recuperar las relaciones que manteníamos con nuestros reinos vecinos.
Elvariel no había errado al compartir conmigo los rumores que corrían sobre las intenciones de la reina. También había señalado como primer objetivo a Antalye, reino aliado en las sombras.
Forcé una sonrisa que pretendía ser entusiasta.
—Es el momento idóneo de que Elphane salga de su forzado encierro —coincidí con ella.
La reina se reclinó en su silla.
—Me gustaría invitar en primer lugar a Antalye —compartió conmigo—. Es el único reino con el que no hemos tenido contacto últimamente...
Mantuve la sonrisa con esfuerzo, sabiendo lo que realmente ocultaba esa inocente intención por parte de mi madre.
—Luego podríamos recibir a Antalye y Qangoth aquí, en Aramar —continuó con los planes que tenía para el futuro—. Sería idóneo para presentarte formalmente a ambos reinos.
Se hizo un breve silencio en el comedor mientras mi madre seguía planeando dentro de su mente.
—Lo que me lleva a la siguiente cuestión, Vesperine.
Me reacomodé en la silla, consciente del cambio que parecía haberse producido en el ambiente. Incluso en la expresión de la reina, que no mostraba tanto entusiasmo como hacía unos instantes.
—Tienes veintidós años —su voz se tornó cautelosa y el hecho que mencionara mi edad fue la primera señal de peligro que se encendió dentro de mi cabeza—. Un hecho que el Consejo ha tenido en cuenta al mostrar su interés por... tu futuro como princesa heredera.
Me vino a la mente la conversación entre lord Ardbraccan y ella, en la que su mano derecha intentó convencerla para que me usara a modo de cebo con Rhydderch, ofreciéndome como recompensa por medio de un compromiso entre los dos. Supuse que, con el príncipe fae lejos, la cuestión había quedado apartada.
—¿Vas a ofrecerme a nuestros reinos vecinos para estrechar lazos, madre? —le pregunté, adelantándome a que fuera ella quien me diera la noticia.
Un brillo de sorpresa atravesó su mirada, demostrando que mi anticipación la había pillado desprevenida.
—Eres la futura reina, Vesperine —me recordó—. Y, como tal, tienes unas responsabilidades que debes cumplir.
—Como unirme a un fae que contribuya a fortalecer nuestro linaje y brindar un heredero, ¿no es cierto?
Calais me había explicado a grandes rasgos lo que escondían los matrimonios de conveniencia en los Reinos Fae. Si bien no eran tan rígidos con las jóvenes respecto a su pureza, eso no quitaba que también se movieran por fines egoístas y que siguieran utilizándonos como monedas de cambio.
Mi madre asintió, con expresión severa.
—Eres mi única hija, Vesperine. Sobre tus hombros recae la responsabilidad de continuar con nuestra línea.
Me tragué la pregunta de si, además de casarme y concebir, entre mis responsabilidades como futura reina de Elphane también entraba el secuestro de humanos inocentes y maquinar con Antalye con el único propósito de obtener más poder por medio de los arcanos. Continuar con aquel sangriento legado que nos había dejado el Primer Rey, nuestro antepasado.
Mi madre me dedicó una sonrisa cargada de optimismo.
—No tenemos por qué apresurarnos —me aseguró con voz dulce, dándome un par de palmaditas en el dorso de la mano en un gesto de consuelo—. Pero quería que estuvieras al corriente de lo que piensa el Consejo...
El sonido de la puerta principal interrumpió lo que fuera a decir la reina respecto a lo que pudiera exigirme el Consejo. Mi expresión se ensombreció al descubrir al ausente lord Ardbraccan atravesando el umbral, con una sonrisa que pretendía ser amable; sus ojos, por el contrario, no tardaron en clavarse en los míos, provocándome un escalofrío.
—Majestad, disculpad la demora —dijo en tono solemne—. Alteza, celebro veros totalmente recuperada.
Le lancé una tensa sonrisa.
—Agradezco vuestros buenos deseos, consejero —le respondí.
La mano derecha de mi madre nos observó alternativamente, acercándose al sitio que había usurpado en la mesa.
—Estaba comentando con Vesperine los temas más acuciantes —le explicó la reina, llevándose la taza a los labios.
La mirada de lord Ardbraccan relampagueó con satisfacción cuando me echó un rápido vistazo desde su orilla, delatándose a sí mismo con aquel gesto. Tendría que haber sabido que, cuando la reina había mencionado al Consejo, estaba refiriéndose al fae que me sonreía al otro lado de la mesa.
—La princesa estará encantada de ver cómo las cosas vuelven a la normalidad —expresó con un convincente tono edulcorado—. Además de, como futura reina, hacer todo lo que se espera de ella.
❧
Aquella noche miles de cosas podían salir mal. Mi parte más razonable me instaba a que aplazara mi plan hasta recibir una respuesta de Rhydderch, pero mi parte más desesperada no estaba dispuesta a aguantar un instante más en aquel lugar. No con lord Ardbraccan recordándome que era una amenaza directa para mí.
Después de aquel, en apariencia, inocente comentario sobre cómo debía de sentirme, no pude relajarme mientras el consejero y mi madre se aislaban en una anodina conversación relacionada con algunas peticiones que habían llegado desde varios puntos del reino. Tras terminar el desayuno, me uní a la reina en su rutina, dispuesta a seguir fingiendo que todo estaba bien entre nosotras; que no estaba maquinando a sus espaldas cómo liberar a los prisioneros y llevármelos de regreso a Qangoth, abandonándola por voluntad propia.
Durante la cena, en la que solamente estuvimos nosotras dos, me convencí a mí misma de aguardar el regreso de Faye esa misma noche. Si la fénix de Rhydderch no acudía, me colaría de nuevo en la cámara de lord Ardbraccan y procedería a liberar a mis amigos para, a continuación, conducirlos a nuestro reino vecino. Ignorando la molesta vocecilla que había aparecido de la nada, susurrándome que estaba a punto de traicionar a la única familia que me quedaba; que no merecía nada de lo que habían ofrecido al regresar a Elphane. Que era una vergüenza para la Corona.
Sabía que era un plan desesperado, pero no encontraba otra salida posible; no cuando la vida de Altair estaba en constante riesgo, existiendo la posibilidad de que pudiera terminar como lord Ephoras: muerto a causa de las monstruosas torturas llevadas a cabo por el consejero de mi madre. Había cumplido con parte de la promesa que le hice a Rhydderch; era el turno de que el príncipe fae viniera a mi encuentro, conduciéndonos a todos a la seguridad que podía proporcionarnos su familia.
Y una vez estuviéramos en Qangoth, hablaría con el rey. Estaba dispuesta a contárselo todo con la única petición de que pudiera respaldarme cuando tuviéramos que enfrentarnos a Elphane; lo que había hecho mi madre, con ayuda de lord Ardbraccan, iba más allá de ciertos límites. No podíamos permitir que siguiera adelante, que continuara creando todavía más fricciones entre los Reinos Fae y los Reinos Humanos.
Y si el humano resultaba ser Gareth... Quizá podríamos conseguir una alianza con Merahedd al devolverles a su príncipe perdido; quizá el chico era la llave que necesitábamos para empezar a eliminar la distancia que parecía separarnos a causa de las crueldades llevadas a cabo por mi familia.
Una muestra de buena fe que nos allanara el camino, haciendo que el tío de Altair escuchara lo que teníamos que advertirles.
Miré hacia los ventanales de mis aposentos por vigésima vez en lo que llevaba de noche, con la esperanza de atisbar el más leve reflejo rojizo característico de la fénix del príncipe fae que delatara su esperada llegada.
Pero, como en las otras ocasiones, no había ni rastro de Faye.
Con el corazón desbocado, y mis objetivos claros, me puse la capa y subí la capucha, cubriendo mis rasgos. Una vez los prisioneros hubieran sido liberados, utilizaríamos la misma salida por la que Rhydderch se marchó; recordaba con claridad el camino que habíamos tomado mi madre y yo, no sería complicado y, además, las caballerizas estaban cerca, lo que nos proporcionaría las monturas que necesitáramos para poder viajar más deprisa.
Como si supiera que aquélla sería la última vez que pondría un pie en mis aposentos, dediqué unos segundos a contemplar la habitación, empapándome de hasta el último detalle. Elphane no era un lugar seguro, había algo oscuro que parecía llenar su aire... su magia; Ayrel había estado en lo cierto al señalar que yo era la única que podía hacer algo, pero para eso tendría que tener un fuerte respaldo. Enfrentarme a mi madre y a lord Ardbraccan requeriría de suficientes apoyos para tener éxito.
Y aunque pudiera considerarse una traición a mi propia sangre, no estaba dispuesta a tolerar que mi familia creyera tener la libertad necesaria para llevar a cabo actos tan atroces, frente a personas inocentes.
Eso debía acabar.
Y el único modo era plantar cara a Elphane, con todas las consecuencias que conllevaran.
Todo mi cuerpo temblaba con una mezcla de temor y anticipación mientras me dirigía hacia la cámara de lord Ardbraccan. Mi primer objetivo era Gareth: me aseguraría de si mis sospechas eran ciertas y, después, emplearía la magia para intentar deshacer el sortilegio que parecía rodear su prisión; si bien no tenía ningún tipo de preparación, recé para que mi instinto fuera suficiente y me guiara en la buena dirección. Con el príncipe heredero de Merahedd libre, seguiría hacia Altair, usando mi poder de nuevo para romper los grilletes; luego sería mi mejor amigo quien me conduciría hacia el resto del grupo, a los que liberaría del mismo modo.
Seríamos un grupo numeroso, llamaríamos la atención de cualquiera que se cruzara en nuestro camino. Pero era un riesgo que debía asumir y que estaba dispuesta a hacerlo.
Sentía los pulmones colapsados. La puerta estaba frente a mí... y mis piernas no tenían ganas de cooperar; el trayecto a través del palacio había ido como las noches anteriores, permitiéndome, incluso, una visita de despedida a la tumba de mi padre, en el que le había pedido perdón y comprensión por lo que estaba a punto de hacer.
Me obligué a dar el primer paso.
Luego tomé una profunda bocanada de aire y me interné de nuevo en la antesala, notando cierta rigidez en mis extremidades. Me fijé en que lord Ardbraccan no parecía haber visitado ese lugar, que todo aquel desorden permanecía inalterado; con premura, crucé la sala hacia la adyacente, la que contenía todas las pruebas que la reina de Elphane pretendía esconder de las monstruosidades que había llevado a cabo en secreto.
El ataúd y su prisionero estaba igual que como los dejé la otra noche. Armándome de un valor que me costaba sentir, apoyé la mano sobre el cristal de la tapa y contemplé el rostro extrañamente en paz del chico.
—Gareth... —susurré su nombre.
Sus ojos se abrieron de par en par, causándome un involuntario sobresalto. Durante unos instantes, nos limitamos a sostenernos la mirada mientras mi mente se maravillaba tras confirmar que era el primo de Altair. Que Ayrel había estado en lo cierto al responsabilizar a Elphane de la desaparición.
Que la semilla que había plantado en mis recuerdos había florecido.
El príncipe heredero de Merahedd estaba frente a mí, contemplándome con esos ojos azules que compartía con Altair. Con esos rasgos en los que, ahora sí, podía entrever a mi mejor amigo.
—¿Te llamas... te llamas Gareth? —le pregunté en un susurro.
El chico asintió con lentitud y en su mirada aprecié un pálido brillo de esperanza por haber descubierto su identidad.
Por haber pronunciado su nombre.
Presioné mi palma contra el cristal, imbuida por un repentino fogonazo de decisión.
—Voy a sacarte de ahí —le avisé—. Confía en mí.
Gareth volvió a asentir, sin apartar los ojos de mi rostro.
Apoyé la otra mano junto a la que ya reposaba contra la fría superficie y me concentré en la magia que percibía rodeando el ataúd. Dejé que mi propia magia despertara de su letargo, acudiendo a mi deseo; la sensación de antigüedad que me había asaltado la primera vez me golpeó de nuevo, al igual que la familiaridad. Era como si mi poder pudiera reconocer al sortilegio; como si hubiera algún tipo de conexión o vínculo entre ellos.
Siguiendo a mi instinto, permití que mi magia se entrelazara con el fino hilo con el que creía visualizar el hechizo que protegía el ataúd. Un crujido sordo resonó en algún punto a mi izquierda, pero no podía distraerme, por lo que continué insuflando más poder al sortilegio, esperando que eso hiciera algo.
Y vaya si lo hizo.
El cristal bajo mis palmas se agrietó como si le hubiera golpeado con algún objeto pesado, creando multitud de finas telarañas. Mi pulso se aceleró de manera inconsciente al percibir cómo el ataúd parecía reclamar más de mi poder, absorbiéndolo con gula... engrosando el fino hilo hasta que este pareció estallar en un hipnótico espectáculo de pequeñas chispas iridiscentes.
Mi cuerpo se tambaleó hacia atrás y la mirada se me nubló durante unos segundos. Cuando conseguí cierta estabilidad, traté de empujar la tapa con fuerza, haciendo que se deslizara y cayera pesadamente al suelo, con un ruido sordo.
Gareth alzó los brazos al verse libre y yo tiré de ellos, ayudándole a incorporarse y, después, a salir con esfuerzo de aquella prisión que lo había mantenido retenido todos aquellos años.
El príncipe de Merahedd emitió un sonido ahogado, como si hubiera estado asfixiándose en el interior de aquel ataúd, y se llevó una mano al cuello, respirando fatigosamente. Sus ojos azules estaban húmedos cuando me miró con una expresión de absoluto agradecimiento.
—Me... me has salvado —fueron sus primeras palabras, con la voz ronca.
Retrocedí un paso, poniendo algo de distancia entre los dos.
—Estoy aquí por órdenes de tu primo, Altair —le desvelé, tergiversando un poco la realidad—. Su misión era dar con tu paradero y liberarte.
Gareth me repasó con la mirada.
—Sois una fae —me contradijo, frunciendo el ceño—. Pero no sois una fae común... Vuestra mirada... Yo he visto antes esa mirada —su cuerpo sufrió un temblor y estuvo cerca de desplomarse—. Eres una de ellos.
Acusé el golpe de sus últimas palabras con estoicismo. Mi madre era la responsable de que hubiera terminado prisionero siendo apenas un niño; yo misma también me sentía en parte responsable, ya que mi supuesta muerte durante el incendio en el Gran Bosque empujó a la reina a cobrarse venganza haciendo que el rey Aloct perdiera a su único hijo.
—Soy la princesa de Elphane —confirmé, adoptando una postura mucho más firme—. Y mi único deseo es ponerle fin a todo esto.
❧
Tras alcanzar una tregua tácita con Gareth, ambos nos dirigimos hacia la sala donde Altair debía continuar encadenado. El príncipe heredero de Merahedd soltó un gruñido bajo al percibir el inconfundible aroma a putrefacción que estaba empezando a impregnar el ambiente; el horror llenó su mirada al contemplar el cadáver de lord Ephoras, pero aumentó al descubrir a su primo todavía con los grilletes puestos.
Altair tenía los ojos cerrados y respiraba fatigosamente; su piel parecía más pálida y sus ojeras, mucho más oscuras. Con Gareth a mi lado, usándome de apoyo para poder caminar con esfuerzo, nos inclinamos hacia mi mejor amigo.
—Altair —susurré.
El sonido de mi voz pareció espabilarle lo suficiente. Entreabrió los párpados y dejó que su vista pasara del chico que permanecía junto a mi costado a mí sin dar señales de reconocimiento.
—Altair, soy yo —repetí, con más urgencia en esta ocasión—. Verine. He venido a por ti, como te prometí.
—Verine —murmuró mi mejor amigo.
Un sollozo se quedó atascado en mitad de mi garganta al contemplar el esfuerzo con el que había pronunciado mi nombre. Acomodé a Gareth en el suelo y me acerqué a mi mejor amigo, con todo el cuerpo temblándome de la impresión de verle tan débil. Tan apagado.
—Voy a liberarte —le aseguré, sorbiendo por la nariz—. Y luego intentaré curarte.
Gareth permanecía en silencio, observándolo todo con atención. Una sombra de incomprensión flotaba en sus ojos azules al ser testigo de la familiaridad con la que nos habíamos tratado su primo y yo. Sin embargo, no tenía tiempo para explicarle la verdad.
Llevé mis manos hacia uno de los grilletes, sosteniéndolo con cuidado, sopesándolo; tendría que actuar con cautela si no quería quemar la piel de Altair.
La tenaza del miedo me aferró por la garganta, recordándome el incendio que estuve a punto de provocar en la cabaña de Ayrel a causa de mi inexperiencia. Lo aparté con esfuerzo, contrarrestando ese pensamiento por otro: mi magia era la única que podía ayudar a mi mejor amigo. Podía hacerlo.
Sólo tenía que controlar mis emociones, impedir que ellas pudieran hacerse con el control de mi poder.
Lancé una mirada al rostro demacrado de Altair, dándome un nuevo motivo por el que no debía fallar. Sus ojos azules me contemplaban en silencio.
—Confío en ti, Verine —susurró—. Nunca he dejado de hacerlo.
❧
El primer grillete me llevó demasiado tiempo. No había empleado mi magia, a excepción de aquella esporádica muestra frente a Rhydderch y Ayrel, por lo que me sentía como un bebé dando sus primeros pasos; durante todo el proceso, ni Altair ni Gareth mediaron palabra. No sabía si mi mejor amigo era consciente de la presencia de su primo a mi lado o su estado casi catatónico no le había permitido reconocerlo; de todos modos, ambos permanecieron en un silencio expectante, observando cómo la tenue llama que había conseguido invocar hacía su trabajo y deshacía el material.
El hecho de haberlo logrado sin causarle heridas a Altair o perder el control fue como un soplo de energía que me ayudó con los otros tres. Cuando el último de ellos cayó al suelo, solté el aire que no sabía que había estado conteniendo.
Me apresuré a sostener a Altair y apoyarlo sobre mi regazo, palpando su cuerpo en busca de nuevas heridas o manchas de sangre. Pero no encontré nada, a excepción de las viejas que arrastraba de sus días de cautiverio en Antalye.
Aparté un mechón castaño y me permití el lujo de acariciar su rostro antes de proceder con la segunda parte de mi plan.
No sería la primera vez que usara la magia para curar a alguien, pero en aquella ocasión mi propia naturaleza seguía bloqueada y, ahora estaba segura, el arcano había intentado acceder a ella, llevándose mis fuerzas en el proceso. Ahora que había recuperado mi magia, no necesitaba el arcano.
Dejé mi mano sobre la mejilla de Altair y comencé a transmitirle parte de mi poder, notando en mis propios huesos el estado en el que se encontraba mi mejor amigo. Tal y como había apreciado en mi examen visual, no se le habían provocado nuevas heridas físicas; no obstante, estaba débil y fatigado a causa de la falta de agua y comida. Estaba exhausto por las torturas a las que había tenido que hacer frente.
Poco a poco, las energías fueron volviendo a Altair, llevándose las mías a cambio. La palidez cadavérica de su rostro fue desapareciendo, regresando a su antigua tonalidad; incluso las ojeras fueron menguando y su respiración se volvió más estable, dejando de ser tan agitada.
Cuando abrió los ojos de nuevo, en ellos se veía su antiguo esplendor y el brillo opaco se había desvanecido.
—No he podido curarte por completo —me disculpé, con un ramalazo de vergüenza por mis limitadas habilidades.
Altair pestañeó un par de veces.
—Has hecho más que suficiente por mí, Verine —hubo un ligero titubeo—. Gracias.
Le ayudé a incorporarse con movimientos que no resultaran bruscos. Gareth nos imitó, repentinamente tenso cuando la mirada de Altair recayó en él, quedándose paralizado por la impresión.
El ambiente que nos rodeaba se tornó pesado mientras se contemplaban el uno al otro, sin que ninguno de los dos se atreviera a romper el silencio.
—Eres...
Gareth dio un paso en nuestra dirección, sin apartar la mirada de su primo.
—Soy yo —dijo, con la voz tomada por la emoción contenida—. Soy yo, Altair.
Dejé marchar a mi mejor amigo de mi sujeción cuando ambos fueron moviéndose con pasos cautelosos, acercándose hasta que Altair terminó de eliminar la distancia que los separaba, estrechándolo entre sus brazos.
Gareth y él apenas les separaba un año, siendo el príncipe heredero el mayor de los dos. Observé la ligera diferencia de altura, la corpulencia de mi mejor amigo frente a la delgadez de Gareth, producto de todos esos años atrapado en el ataúd de cristal. Sin embargo, las similitudes estaban allí, en pequeños gestos y rasgos que tanto su primo como Altair compartían, delatando los lazos de sangre que les unía.
Me mantuve apartada mientras se producía ese anhelado reencuentro, vigilando la puerta que conducía a la sala de tortura.
—Todos te daban por muerto —escuché con mi fino oído que le susurraba Altair a Gareth—. Pero yo sabía que... Una parte de mí se negaba a creerlo.
—Apenas recuerdo nada de lo que sucedió aquella noche —le contestó su primo, ofuscado por ello—. Apenas recuerdo nada, solamente fragmentos sueltos... Imágenes confusas de todos estos años...
—Lo importante es que estás a salvo —le cortó Altair—. Y muy pronto estaremos de regreso en casa.
❧
Altair me indicó dónde estaba la celda en la que se habían despertado tras la emboscada. El estómago se me revolvió al contemplar la pequeña prisión, los bultos apelotonados que se distinguían al otro lado de los barrotes. Dejé a Gareth al cuidado de su primo y me apresuré a cruzar la distancia que me separaba de ellos, notando un sabor amargo en la punta de la lengua.
—¿Greyjan? —la voz me tembló cuando reconocí al primero de ellos.
El interpelado alzó la cabeza con esfuerzo, intentando distinguir algo a través de la penumbra. Al igual que Altair, no había señales de heridas frescas, simplemente el cansancio y la fatiga que les producía el no haberles dado de comer y beber con regularidad.
—¿Verine?
Pestañeé para espantar las repentinas lágrimas que habían acudido a mis ojos.
—En carne y hueso —intenté bromear.
El resto del grupo empezó a reaccionar al escuchar el sonido de mi voz. Alousius fue el primero de ellos en acercarse a los barrotes; mi pecho se estremeció al contemplar la suciedad y el desgaste en su rostro. Él era el más joven de nosotros y se me partía el corazón al intentar imaginar los horrores a los que había tenido que hacer frente teniendo tan poca experiencia.
Vako y Dex fueron los últimos en moverse.
—¿Dónde está Altair? —fue lo que Vako preguntó, con un timbre cargado de ansiedad.
Tanto él como Dex y Altair habían crecido juntos dentro de la corte. Luego, tras seguir los pasos de mi mejor amigo al unirse al ejército, el círculo que conformaban se había extendido al aceptarnos a Alousius, Greyjan y a mí.
—Estoy aquí —respondió el interpelado, dando un paso hasta colocarse a mi altura.
Vi a Greyjan fruncir el ceño al descubrir la presencia de Gareth junto a nuestro amigo; Alousius se acercó de forma inconsciente a él, también alertado por el desconocido que se alzaba al lado de Altair.
Mi mejor amigo y yo compartimos una mirada en la que pude leer su indecisión. La oscuridad que reinaba en aquella estancia había mantenido mi secreto aún entre las sombras, pero era inminente que mi verdadero aspecto saliera a la luz. Altair no había reaccionado bien y sospechaba que el resto del grupo tampoco me aceptaría de buen grado.
—Necesito que todos vosotros me prometáis algo —dijo entonces Altair, como si hubiera leído mis pensamientos.
Hubo un instante de silencio al otro lado de los barrotes.
—¿Y qué es lo que tenemos que prometer? —preguntó Dex, con manifiesto recelo.
—Veáis lo que veáis, lo único que deseo es ayudaros a escapar y devolveros a Merain —me anticipé a Altair, sintiendo cómo las palabras eran como piedras deslizándose por mi garganta—. Sigo siendo yo.
Una llama más potente que la que conseguí invocar para romper los grilletes de Altair se formó en mi mano. Escuché el exabrupto de Vako; el modo en que Dex retrocedió, como si hubiera visto un monstruo; Greyjan y Alousius fueron los únicos que lograron mantener la compostura ante aquel despliegue de magia.
—Apartaos —les ordené.
Ninguno de ellos titubeó al obedecer.
Con el fuego latiendo sobre mi piel, alimentándose de mi poder y haciendo que la piedra de energía se calentara sobre mi esternón, acerqué la llama a la cerradura. Consciente de la atención que recaía sobre mis hombros, procuré que mi concentración no flaqueara.
El inconfundible aroma a metal derretido empezó a cubrir el pesado aire a cerrado que cargaba el ambiente. Un ligero chisporroteo llenaba mis oídos mientras mantenía la llama, insuflándole más de mi magia.
Tras unos instantes que parecieron años, la cerradura emitió un chasquido líquido y la puerta se abrió con un chirrido desgastado. Trastabillé hasta que mi cuerpo chocó contra el costado de Altair, quien me sostuvo antes de que me desplomara; su mano se apoyó en la parte baja de mi espalda, provocándome un familiar cosquilleo.
—Deprisa —les azuzó mi mejor amigo.
Como si hubieran salido de un trance, los prisioneros se apresuraron a atravesar la puerta abierta de la celda. Se reunieron con nosotros al otro lado, lanzándonos miradas escépticas y cargadas de desconfianza hacia mí; marcando las distancias, aislándome como si no fuera una más del grupo. Como si nunca lo hubiera sido.
Intuyendo el rumbo de sus pensamientos, Altair se mantuvo junto a mí, sin apartar la mano de mi espalda.
—Esto no cambia nada —declaró con firmeza, refiriéndose a lo que acababan de atestiguar—. Sigue siendo Verine.
Aunque nadie contradijo las palabras de Altair, era evidente que las cosas habían cambiado y yo no era la chica a la que habían terminado aceptando a regañadientes por deferencia a nuestro amigo común.
Procuré que el dolor que me produjo aquel pensamiento no se reflejara en mi expresión. No podía permitirme ninguna distracción, no cuando estábamos tan cerca de mi propósito de sacarlos a todos de allí.
—Tenéis que seguirme —les pedí, rezando para que ninguno de ellos opusiera resistencia, haciéndonos perder más tiempo.
Por fortuna, nadie dijo nada. Aunque no supe cómo interpretar ese silencio por su parte.
Altair se encargó de repartir las correspondientes órdenes, asumiendo de nuevo su rol de líder del grupo: les advirtió de seguir cada una de mis indicaciones y pidió a Vako y Dex que se ocuparan de cargar con Gareth. A modo disuasorio, les prometió que les contaría todo cuando estuviéramos a salvo.
Intenté guiarles hacia la puerta por la que habíamos accedido, pero algo me detuvo. Al principio creí que se trataba de un producto de mi imaginación, a causa de la tensión del momento, hasta que volví a oírlo.
—Esperad.
Altair y el resto se quedaron congelados, lanzándome una mirada preocupada. Agudicé el oído, intentando descubrir de dónde procedía aquel casi imperceptible sonido; sintiendo los ojos de todos siguiendo cada uno de mis movimientos, me moví por el interior de la estancia hasta que mis pies se detuvieron en otra puerta.
La empujé con un golpe seco, notando el acelerado latido de mi corazón resonando en mis oídos.
Era una sala enorme, mucho más que las anteriores que conformaban aquel laberíntico escondite. Por los objetos que había allí abajo apilados, supuse que se trataba de algún tipo de almacén.
El sonido ahogado volvió a repetirse con mayor claridad. Mi mirada recorrió cada centímetro de aquel lugar y el mundo pareció detenerse a mi alrededor cuando tropezó con un chico que aguardaba en mitad de la estancia, amordazado y con aspecto de haber sido reducido a la fuerza. Un chico que conocía a la perfección.
Sus ojos ambarinos se abrieron y vi cómo intentaba hablar a través de la mordaza, sacudiéndose con violencia con el propósito de deshacerse de las ataduras que lo retenían.
Apenas presté atención a Altair y el resto, que habían decidido seguirme hasta allí. No cuando Rhydderch estaba a unos metros de distancia, suplicándome con la mirada que lo liberara.
* * *
El sábado habrá maratón de los capítulos pendientes y el epílogo, así podremos despedirnos de la historia tras un largo viaje :')
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