❧ 108
Un suspiro tembloroso brotó de mis labios mientras apoyaba la frente en la fresca superficie de mármol del baño. Parecían haber transcurrido milenios hasta que pude escabullirme del comedor, después de que la reina y su consejero optaran por saltarse el desayuno para empezar a poner en funcionamiento sus planes.
Mis tambaleantes pasos me condujeron de regreso a mis aposentos. El nudo que atenazaba mi estómago me había arrastrado hasta el baño, donde me desplomé a causa de las náuseas que me causaba recordar la conversación que habían mantenido lord Ardbraccan y mi madre.
No me moví de allí en un buen rato, aterida por todo lo que había conseguido descubrir a causa de mi espionaje. Mi mente no paraba de dar vueltas a la idea que había plantado el consejero a mi madre... El hecho de que la reina no la hubiera desestimado de inmediato, horrorizada por el simple pensamiento de convertirme en prácticamente un objeto de valor.
Tampoco podía olvidarme de la amenaza de lord Ardbraccan, de su advertencia en relación a Rhydderch. Podía ver la correlación entre mi encuentro anterior con el lord y su reunión posterior con la reina: sabía que ofrecerle esa salida a Nicnevin le aseguraría que el príncipe fae estuviera a su alcance, siempre cerca para que pudiera seguir manipulándome.
Y no iba a permitir que la mano derecha de la reina pudiera salirse con la suya.
No permitiría que convirtiera a Rhydderch en una marioneta para sus propios fines, para continuar haciendo lo que fuera que estuviera haciendo.
Cerré los ojos, notando el regusto amargo en la punta de mi lengua.
Sabía lo que tenía que hacer.
Solamente recé para que Rhydderch demostrara una vez más lo bien que podía llegar a conocerme.
❧
Pasé el resto del día sin compañía, encerrada en mis aposentos. Incluso tuve que fingir una fuerte indisposición cuando Uriella vino a mí, indicándome que Elvariel aguardaba en el pasillo, queriendo reunirse conmigo, quizá para compartir los últimos jugosos cotilleos que había logrado obtener durante la celebración de la noche anterior.
Esperé con paciencia a que las horas siguieran su curso, cobijada en una esquina de la cama, dándole vueltas a lo que me deparaba aquella noche.
No confiaba en nadie de mi servicio lo suficiente para usarla como mensajera, por lo que no había podido advertir al príncipe fae de mis intenciones. No sabía si la reina le habría extendido ya una invitación, buscando un acercamiento que le permitiera poner en funcionamiento el plan que le había ofrecido lord Ardbraccan.
Pero confiaba en tener aún algo de tiempo.
Rechacé el ofrecimiento de mi doncella de ordenar a las cocinas que me trajeran algo de comida, segura de que apenas podría retenerlo en el estómago. Dejé que me ayudara a ponerme uno de los camisones que mi madre me había cedido gustosamente hasta que tuviera mi propio guardarropa y luego la despaché, indicándole que me retiraría a dormir temprano.
Una vez creí que esa zona del palacio estaría lo suficiente vacía para moverme sin que nadie me viera, tomé el chal que Uriella había depositado a los pies de la cama antes de marcharse y me cubrí con él, dirigiéndome hacia la salida con paso firme.
Di gracias de saber dónde se encontraban los aposentos de Rhydderch... y me sentí aún más agradecida tras descubrir que la reina había tenido la deferencia de instalarlo en aquella misma planta, quizá buscando agasajarlo.
Comprobé los alrededores antes de aventurarme al pasillo, cruzándolo en sentido contrario a las dos puertas que conducían a las estancias privadas de la reina. Mi pulso empezó a acelerarse a cada paso que me acercaba a la habitación de Rhydderch; había empleado el resto del día en trazar mis propios planes para impedir que lord Ardbraccan pudiera salirse con la suya.
Me humedecí los labios antes de levantar el brazo y golpear con los nudillos la madera de la puerta.
El silencio que se hizo en los siguientes segundos fue demoledor, haciendo que una sensación fría empezara a extenderse por todo mi cuerpo... hasta que el inconfundible sonido de unos pasos al otro lado de la puerta cerrada provocó que parte de la rigidez de mis extremidades se desvaneciera.
No me salió la voz cuando el rostro preocupado de Rhydderch apareció en mi campo de visión. Sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa de encontrarme en el pasillo, frente a él; comprobé los dos extremos del corredor, vigilando que no hubiera testigos, antes de dar un paso hacia el príncipe fae, quien continuaba mirándome con una expresión de mudo asombro.
—¿Puedo pasar? —conseguí preguntarle.
Rhydderch se apartó de inmediato, cediéndome el paso para que pudiera cruzar el umbral y adentrarme en sus aposentos. Caí en la cuenta de lo nerviosos que estábamos ambos cuando descubrí a mi aliado estudiándome de pies a cabeza al detalle, con el ceño fruncido; tardé un segundo en comprender que estaba asegurándose de que no estuviera herida. Que, a pesar de haberlo hecho la noche anterior, estaba haciéndolo de nuevo.
Me recoloqué el chal que me cubría, repentinamente consciente de lo liviano que resultaba mi atuendo, sin apartar la vista del príncipe fae, que se encontraba a unos pasos de distancia de donde yo estaba detenida. El silencio se instaló entre los dos unos instantes mientras intentaba hallar la manera de abordar el motivo que me había empujado a reunirme con él a aquellas intempestivas horas de la noche, actuando con el sigilo de un ladrón.
—Estaba preocupado —las primeras palabras de Rhydderch me pillaron con la guardia baja, haciendo que mis pensamientos quedaran en suspenso—. Después de que te marcharas de aquí, tras lo sucedido con la reina... No sabes lo difícil que ha sido quedarme encerrado en esta maldita habitación, sin tener una sola noticia de ti... Sin saber si no habría pasado algo...
El sentimiento de culpa, de sentirme responsable por haber provocado que Rhydderch se sintiera de ese modo, me empujó a cruzar la distancia que nos separaba y a rodearle con mis brazos, pegando nuestros cuerpos. Las manos del príncipe fae se apoyaron en la parte baja de mi espalda, presionándome de modo que quedara encajada contra su pecho, apoyando la barbilla sobre mi coronilla.
—Estoy bien —le aseguré y eso pareció aliviar la tensión de su cuerpo—. Pero necesito que me escuches con atención...
Sus dedos se hundieron en el tejido del chal, un gesto inconsciente que delataba la sospecha que guardaba respecto a qué pensaba de lo que estaba a punto de compartir con él.
—Tenías razón —reconocí, agradecida de que la posición de nuestro abrazo no le permitiera verme. No le permitiera leer mi mirada, lo mucho que debía estar transmitiendo—. Elphane no es un lugar seguro.
Noté el suspiro que dejó escapar Rhydderch, el modo en que se relajó entre mis brazos.
—Entonces marchémonos —me propuso, con una nota de esperanza que me rompió un poco el corazón—. Esta misma noche. No tenemos por qué llevarnos algo de equipaje... Sólo tenemos que ir a por Gwyar y escabullirnos. Será sencillo alejarnos de Aramar... de abandonar los límites de la ciudad y tratar de usar nuestra magia y...
El tiempo pareció detenerse al mismo tiempo que mis latidos mientras dejaba que la conclusión a la que había llegado brotara de mis labios en tropel:
—Tienes que irte solo, Rhydderch —mi pecho se estremeció bajo el peso de aquella losa—. Tienes que marcharte de aquí sin mí.
Sus manos resbalaron por la parte baja de mi espalda hasta que cayeron hacia sus costados. Me aparté lo suficiente para que pudiésemos mirarnos a los ojos; para que pudiera ver en los míos que aquella decisión no había sido sencilla... y que no podía contarle todos mis motivos. Porque si hablaba de mi encuentro con lord Ardbraccan, de la conversación que espié entre la reina y su mano derecha... Estaba segura que Rhydderch no lo haría.
Se negaría a marcharse y haría exactamente lo que el consejero buscaba: atraparlo entre sus garras.
Leí la incomprensión en sus ojos ambarinos; la confusión de no entender por qué estaba pidiéndole eso, que me dejara atrás. En Elphane. Me negué a romper el abrazo, a pesar de que Rhydderch ya no estaba devolviéndomelo.
—Me prometiste... —empezó a media voz, aturdido. Casi traicionado.
—No puedo irme contigo, Rhy —especifiqué, suavizando mi tono para que el golpe no fuera tan contundente—. Tengo que quedarme aquí.
Le vi sacudir la cabeza en un gesto de incredulidad, sin entender qué podía empujarme a tomar una decisión así después de lo que había sucedido. Después de que él hubiera tenido que intervenir, interponiéndose entre mi madre y yo para protegerme de ella.
—¿Es por tus amigos? —quiso saber, entrecerrando los ojos con sospecha.
Asentí con un dolor sordo en el pecho.
—En parte —reconocí.
—Entonces seguiremos con nuestro plan establecido —resolvió con soltura, enderezándose y cuadrando los hombros—: tú continuarás habituándote a tu nuevo papel como princesa heredera y yo aprovecharé para investigar el palacio mientras distraes la atención del Consejo y de la reina. Tarde o temprano encontraré alguna pista que nos conduzca hasta ellos y, una vez los liberemos, regresaremos todos a Qangoth.
Mi corazón se fragmentó un poco más al escuchar la resolución en sus palabras, el convencimiento de que nuestro endeble plan podía funcionar. Y quizá pudiera hacerlo, pero no iba a darle a lord Ardbraccan la munición que necesitaba permitiendo que Rhydderch siguiera bajo el mismo techo que el consejero de mi madre.
Sacudí la cabeza, lanzándole una mirada suplicante. Sabía que mis siguientes palabras dolerían y me odiaba por no poder ser del todo sincera con Rhy cuando él estaba esforzándose tras haberle echado en cara eso mismo.
—Quiero que te vayas de Elphane, Rhydderch —insistí y su rostro mudó de expresión al oírme—. Lo antes posible.
Una sucesión de emociones atravesó su rostro. Incomprensión, rechazo, dolor... El último se me clavó en lo más hondo porque estaba logrando alejarlo de mí, estaba tensando tanto el tenue hilo agonizante que nos unía que parecía estar a punto de romperse para siempre.
—Por favor.
Rhydderch apartó la cabeza y cerró los ojos.
—Necesito saber que estás a salvo —añadí, sintiendo cristales en mi garganta al hablar. No era sencillo ocultarle la verdad, pero no podía arriesgarme; mi prioridad era alejarlo de lord Ardbraccan, impedir que aquel viperino lord pudiera utilizarlo a su antojo—. Y aquí, en Elphane, no lo estás.
—¿Y tú sí? —me recriminó y sus ojos relucieron de furia cuando volvió a mirarme—. ¿Tú sí estás a salvo aquí, Verine?
Separé los brazos de su cuerpo y di un paso atrás, alzando la cabeza.
—Soy la princesa heredera —le respondí—. Mi posición es la única garantía que tengo de protección.
Nos volvimos a quedar en silencio, sosteniéndonos la mirada en aquel duelo sin palabras. Entendía la frustración de Rhydderch, la renuencia a hacer lo que le había pedido... El dejarme atrás. Pero, por mucho que pudiera intentar buscar argumentos con los que rebatirme, sabía que estaba en lo cierto.
Ni mi madre ni lord Ardbraccan podían hacerme nada.
No cuando les era tan útil como futura reina.
Y yo pensaba aprovechar ese pequeño resquicio a mi favor.
—Me lo prometiste —esgrimió de nuevo Rhydderch, llevándose una mano al pecho—. Anoche, en esta misma habitación, me hiciste una promesa... y ya estás rompiéndola.
Apreté los dientes para aguantar el doloroso golpe en mi pecho que me produjo el desconsuelo que se entreoía en la voz y no dije ni una sola palabra. No podía, en realidad.
Dejé que sus ojos ambarinos volvieran a estudiarme, a recorrer mi rostro con un brillo ofuscado. Dejé que siguiera buscando alguna grieta en mi máscara, algún indicio que pudiera darle una pista de qué estaba sucediendo.
Qué podía estar ocultándole.
—¿Alguien te ha dicho algo, Verine? —me preguntó entonces en tono de sospecha, cerrando de nuevo la distancia que nos separaba en una simple zancada. Tragué saliva, obligándome a mantenerme firme—. ¿Alguien... alguien está presionándote, de algún modo?
Mordí el interior de la mejilla hasta hacerme daño, conteniendo a duras penas la irritante voz de lord Ardbraccan dentro de mi cabeza.
—Por favor —le pedí, alzando la mirada hasta que nuestras miradas conectaron—. Por favor, Rhydderch, si tanto dices que te importo... Hazlo por mí —tuve que tragar de nuevo saliva para conseguir que las palabras no se me quedaran atascadas en mitad de la garganta—. Regresa a Qangoth. Confía en mí en esto, por favor.
Rhydderch se inclinó hacia mí y mi corazón se aceleró por la cercanía, por la calidez de su aliento rozándome los labios.
—Dame un solo motivo, Verine —susurró—. Dámelo y te obedeceré.
Resistí el impulso de ponerme de puntillas, de acercar más nuestros rostros, y le sostuve la mirada, observando con atención el anillo dorado que bordeaba su iris.
—No quiero verte convertido en un peón en manos de nadie, Rhydderch —respondí en un susurro igual de bajo que el suyo.
Sus ojos parecieron oscurecerse al entender el mensaje implícito.
—¿Ha sido cosa de ella? —me preguntó en un tono peligroso.
Negué con la cabeza y el príncipe apretó los labios.
—¿Él? —preguntó entonces—. ¿Ha sido él?
—Rhy, por favor —esquivé su pregunta como bien pude, notando un pellizco entre las costillas—. Te he dado un motivo, es el momento de que cumplas tu palabra.
—Mañana mismo anunciaré que es mi deseo regresar a mi hogar y trataré de acelerar los preparativos para marcharme lo antes posible —claudicó al final, pero su timbre sonó amargo.
Un suspiro de alivio se me escapó al escucharlo.
—Gracias —musité.
—No deberías darme las gracias —me contradijo el príncipe—. No cuando estoy dejándote atrás, en este... en este lugar.
Rhydderch hundió los hombros y apartó el rostro con un gruñido apenas contenido.
—Siento que estoy abandonándote, Verine —me confesó, sin mirarme—. Te dije que estaría a tu lado hasta que no me necesitaras... Y aún sigues haciéndolo. Sé que me necesitas todavía.
Con un movimiento cauto, alcé el brazo hasta que mi palma reposó sobre el punto exacto en el que latía su corazón.
—Lo hago, Rhy.
No tuve el valor suficiente para explayarme más, para decirle abiertamente que la decisión de pedirle que nos separáramos estaba rompiéndome el corazón en pedazos. Para confesarle que la petición que le hice en el lago fue una excusa para ganar tiempo suficiente, antes de darle una respuesta. Para confiarle lo mucho que me costaba aceptar la idea de verle marchar, aunque luego me recordara que estaba haciéndolo para protegerle. Para hacerle saber que estaba preparada para asumir mis propios sentimientos.
Necesitaba a Rhydderch en demasiados sentidos, tantos que empecé a sentir vértigo y también un leve acceso de culpa por Altair.
Sus ojos ambarinos parecieron recuperar parte de su luz al escuchar mi trémula respuesta. Una media sonrisa tironeó de su comisura izquierda y su mano rodeó mi muñeca, presionando el pulgar contra la cara interior; una corriente cálida y chisporroteante ascendió por mi brazo, erizándome el vello.
—Me necesitas —dijo, como si quisiera asegurarse.
—Te necesito —repetí, reafirmándome en mis palabras.
Mi pulso se aceleró cuando su dedo empezó a acariciarme en círculos la piel.
—Pero me estás pidiendo que te deje atrás.
Sabía que estaba costándole un esfuerzo sobrehumano aceptarlo, pero también confiaba lo suficiente en el príncipe fae para poner la mano en el fuego y no equivocarme al respecto: no rompería su promesa. No me intentaría convencer para que cambiara de opinión y le dijera que huyéramos aquella misma noche.
En aquella ocasión cedí a mis impulsos y me puse de puntillas, dejando apenas unos centímetros de separación entre nuestros labios. Los míos empezaron a cosquillear a causa del recuerdo de su contacto, de su presión y calidez.
—No me estás abandonado, Rhy —insistí, consciente de lo que debía estar sintiendo—. Tampoco me estás dejando atrás. Estás respetando mi decisión y por eso...
El valor a continuar hablando se esfumó con un fogonazo en mi interior y no pude terminar la frase. El príncipe fae percibió mi titubeo y me contempló en silencio, escrutándome con sus ojos ambarinos.
—¿Y por eso... qué? —quiso saber.
Le besé para evitar responder a la pregunta y cediendo finalmente a la tensión que llevaba agitándose bajo mi piel a causa de la cercanía de su cuerpo. Rhydderch apenas tardó un segundo en responder, aferrándose aún más a mi muñeca y colocando la mano que tenía libre sobre mi cintura. Un escalofrío de anticipación recorrió cada centímetro de mí cuando tuve que ladear la cabeza, permitiéndole al príncipe fae profundizar el beso.
Se me escapó un gemido bajo al notar el pellizco de los colmillos de Rhydderch en mi labio inferior, provocando que apretara en un puño un trozo de tela de su camisa al sentir cómo ese ligero pinchazo se extendía por mi interior como un incendio que empezaba a descontrolarse por cada rincón de mi interior. El fae continuaba sosteniéndome por la cintura, sosteniéndome con firmeza, convirtiéndose en un apoyo para mis inestables extremidades, que habían comenzado a temblar por el aumento de la intensidad con la que nos besábamos.
La presión de sus dedos en mi cintura me resultaba insuficiente, al igual que la presa que mantenía sobre mi muñeca. El calor se extendía con cada embate entre nuestros labios, de nuestras lenguas; el ritmo que marcaba implacablemente Rhydderch mientras mis uñas se hundían en la tela con fuerza, deseando sentir la carne que ocultaba.
Aquello no era suficiente, ni de lejos. No cuando no podía ignorar las señales que estaba mandándome mi propio cuerpo, anhelándolo de una forma casi dolorosa.
La mano que tenía libre se coló con facilidad por debajo de su camisa, deleitándome de la calidez que desprendía su piel... la dureza que se adivinaba en alguno de sus músculos. Casi suspiré de placer al notar cómo mi contacto aceleraba su pulso, demostrándome hasta qué punto le afectaba.
Sin embargo, esa sensación se vio interrumpida cuando Rhydderch rompió el beso, pero dejando su boca a unos milímetros de la mía.
Contemplé sus ojos enturbiados y oscurecidos por el deseo, sus labios enrojecidos e hinchados... los jadeos rápidos que brotaban de ellos mientras trataba de recuperar el aliento. En aquel instante, sosteniéndonos la mirada, sentí como si hubiéramos retrocedido en el tiempo y ya no estuviéramos en Elphane, sino en Antalye; en aquella lujosa estancia en la que se había abierto conmigo, besándome por primera vez, para luego apartarse apresuradamente, dando por zanjado el encuentro.
—No te atrevas a hacerlo de nuevo —le advertí con voz ahogada, también sin aliento—. No te atrevas a echarte atrás...
Mi frase terminó en una exclamación de sorpresa cuando Rhydderch soltó mi muñeca y sus brazos me rodearon, alzándome con facilidad. El chal cayó a nuestros pies con un ruido sordo al mismo tiempo que colocaba mis manos sobre sus hombros para sostenerme.
—No voy a cometer ese mismo error, Verine —me aseguró y el modo en que me estrechó hizo que sintiera el calor aumentando en mi interior hasta volverse casi insoportable—. Esta noche, no.
Me incliné para besarle de nuevo y mi cabello oscuro cayó a ambos lados de nuestros rostros unidos. Prácticamente a ciegas, Rhydderch nos condujo hacia su cama, depositándome en el colchón con suavidad; sus dedos apartaron un mechón de mi cara y aquel gesto tan... tierno hizo que mi corazón diera un vuelco. Aquel breve momento de intimidad se evaporó cuando el fae volvió a acercar su boca a la mía, arrancándome un jadeo al percibir la suave caricia de la punta afilada de sus colmillos delineando mi labio inferior y descendiendo hasta mi mandíbula.
Me recliné sobre las mantas, arqueando la espalda en el momento en que el príncipe llegó a la curva de mi cuello y pude sentir la presión de su boca en el punto de unión con el hombro. Por unos segundos, la idea de que pudiera morderme en esa zona, marcándome de aquel modo tan primitivo, hizo que tuviera que apretar mis muslos con fuerza, ahogando una súplica.
No lo hizo.
Ascendió de nuevo por la columna de mi garganta hasta alcanzar el lóbulo de mi oreja, trazándolo con sus colmillos. Reprimí un gemido apretando los dientes con fuerza cuando los sentí en el arco puntiagudo, mordisqueándome con suavidad, procurando hacer la presión suficiente, sin que resultase dolorosa.
—Rhy... —suspiré.
Jamás hubiera llegado a imaginar que aquella zona pudiera resultar tan... sensible.
Las manos de Rhydderch, que hasta ese momento habían permanecido apoyadas a cada lado de mis caderas, reptaron por las mantas, dirigiéndose con una lentitud premeditada hacia el camisón que usaba desde que habíamos alcanzado la capital de Elphane. Mordí mi labio inferior al observar cómo sus palmas se arrastraban por mis tobillos, llevándose consigo la tela. El susurro y la suave caricia de la prenda recorriendo mis piernas en sentido ascendente hicieron que mi respiración se acelerara, anticipándose a lo que vendría en cualquier momento.
El príncipe no parecía presuroso por acelerar las cosas entre nosotros, tomándose su tiempo. En aquel instante también parecía absorto por el movimiento del camisón y la visión de mis piernas desnudas; le vi tragar saliva al mismo tiempo que sus ojos se oscurecían.
Se detuvo cuando la tela se quedó arremolinada alrededor de mi cintura. Con delicadeza, recorrió con los nudillos la cara interna de mi pierna derecha desde el tobillo hasta la rodilla, titubeando unos instantes antes de atreverse a subir un poco más; dejó escapar el aliento en un suspiro apenas imperceptible, empapándose de cada centímetro de piel desnuda que quedaba a la vista.
El aliento se me quedó atascado al ver a Rhydderch inclinarse, rozando con los labios mi muslo; aquella leve caricia hizo que todo mi cuerpo se estremeciera por la excitación. Tuve que hacer un gran esfuerzo para contener un gemido cuando la palma de su mano me tomó por la corva y guió mi pierna para que la doblara, colocándose entre mis muslos y brindándole mejor acceso.
—Rhy... —repetí, casi como una súplica.
Pero él continuaba distrayéndome con la dirección que seguían sus dedos, que habían sustituido a sus labios sobre mi muslo. Sus ojos no se perdían detalle del camino que estaban siguiendo sus yemas, concentrado totalmente en ellos.
Mi colmillo se hundió con demasiada fuerza en la carne tierna cuando alcanzó su objetivo. El primer roce me robó el aliento; a pesar de la fina tela que me cubría, fue como si no vistiera nada y todo mi vello se erizó ante el tenue contacto. El segundo hizo que jadeara, provocando que los ojos ambarinos de Rhydderch volvieran de golpe a mi rostro. Intenté pronunciar su nombre, pero mi voz se convirtió en un gemido cuando sus dedos se colaron bajo mi ropa interior, tocándome sin barreras de por medio.
Mis caderas se alzaron al ritmo de sus caricias mientras un cúmulo de tensión empezaba a agitarse en la parte baja de mi estómago. Rhydderch inclinó su boca hacia mi pecho, sin dejar de mover los dedos contra aquella parte palpitante de entre mis piernas, acrecentando las chispas que parecían correr bajo mi piel.
Hundí la nuca con fuerza contra el colchón al sentir cómo uno de sus dedos se adentraba poco a poco en mí, arrancándole un siseo y a mí un gemido.
—Te necesito —conseguí pronunciar entre jadeos.
Rhy levantó la mirada hacia mi rostro; tenía las mejillas enrojecidas y sus ojos ambarinos estaban cargados de intensidad. Acaricié la línea de su mandíbula antes de introducir mis dedos entre los mechones de su cabello, deshaciendo el nudo que los mantenía recogidos y permitiendo que cayeran sobre nosotros como una cortina de distintos tonos de rubio. El príncipe inclinó la cara lo suficiente para depositar un tierno beso en el interior de mi muñeca.
Sus ojos buscaron los míos de nuevo mientras se deshacía del pantalón, después de haberse deslizado fuera de mi interior. Contuve el aliento cuando nuestras miradas se encontraron, con un extraño presentimiento aferrándose a mis huesos, enturbiando durante unos segundos el ambiente hasta que Rhydderch se inclinó para besarme con suavidad, listo para...
—Antes de seguir —le dije, con la respiración acelerada y el pulso atronando en mis oídos a causa de los repentinos nervios por ser sincera con el príncipe—, quiero que sepas que no he... no he estado con muchos hombres en el pasado. Solía... solía tener un mismo compañero...
Noté mi rostro arder mientras intentaba hacerle entender a Rhydderch que, pese a mi acuerdo con Altair de ser libres de tener relaciones con otra gente, siempre solía escoger a mi amigo, quien había sido el primero al que me había entregado y con el que más cómoda me sentía.
—Está bien —me aseguró el fae a media voz y la punta de su nariz rozó la mía un instante—. Yo tampoco he estado con muchas personas.
Asentí con un nudo en la garganta, preguntándome si habría leído entre líneas, adivinando de quién estaba hablando al mencionar a mi compañero. Como si pudiera percibir mi repentina inquietud, Rhydderch volvió a acariciar su nariz con la mía y dejó que su pulgar empezara a trazar círculos en mi sien, haciendo que mi cuerpo empezara a relajarse y mi mente se alejara de cualquier pensamiento intrusivo e indeseado que pudiera estropearme el momento.
—Podemos parar si no estás segura —escuché que me decía el príncipe y sabía que estaba hablando totalmente en serio.
—No quiero parar —le aseguré, pasando mis dedos entre sus mechones. Asombrándome de lo suaves que resultaban, el contraste que había entre los distintos tonos de rubio.
Rhy me besó otra vez, con calma, deleitándose con aquel simple gesto. Poco a poco, cuidadosamente, empujó sus caderas para introducirse en mi interior; creo que los dos contuvimos el aliento a la par cuando nuestros cuerpos terminaron de unirse, observándonos en silencio. Permitiendo que fueran nuestras miradas las que hablaran por nosotros, conscientes de las implicaciones que eso suponían si lográbamos reunir el valor suficiente para decirlas en voz alta.
Algo que esa noche no iba a suceder por ninguna de las dos partes.
Un suspiro se escapó de mis labios al notar el movimiento de su cadera, el modo en que se deslizó dentro de mí, haciendo que la fricción, después de tanto tiempo sin sentirla, hiciera que me removiera bajo su peso hasta acomodarme; el cuidado con el que trató de marcar el ritmo al percibirlo hizo que tomara su rostro y lo acercara de nuevo al mío. Su boca me recibió con la misma suavidad que antes, de una forma que me hizo estremecer por la intimidad que transmitía aquel beso.
Que me hizo imaginar más noches como aquélla, donde Rhydderch permanecía a mi lado, en Elphane, y las posibles amenazas que pendían sobre nuestras cabezas no eran más que viejas pesadillas que habíamos dejado atrás, juntos.
❧
Con los ojos todavía cerrados y una sonrisa flotando sobre mis labios, alargué el brazo para acercarme al cuerpo de Rhydderch. La felicidad que me había acompañado en las horas posteriores fue apagándose cuando mis dedos rozaron el hueco desnudo del colchón donde el fae se había acomodado; mis párpados se separaron en un gesto nervioso, topándose la cama vacía. Sin rastro del príncipe.
Me incorporé, apoyándome en los codos, sin que tardara mucho tiempo en dar con su inconfundible figura. Estaba junto al ventanal de sus aposentos, observando la noche a través de los cristales; a pesar de que solamente podía ver su perfil... parecía sumido en sus propios pensamientos, ajeno a todo lo que le rodeaba.
Deslicé mis piernas por el colchón y luego me dirigí hacia él. Ni siquiera fue consciente de mi presencia hasta que coloqué mi mano sobre la parte superior de su brazo, sobresaltándole; sus ojos ambarinos se desviaron hacia mi rostro con un brillo de sorpresa.
—¿Va todo bien? —le pregunté, incapaz de ocultar mi preocupación.
Había caído rendida a su lado, entregándome de buena gana al sueño, por lo que no estaba segura de cuánto tiempo llevaba allí, mirando por la ventana. Atrapado en su propia cabeza.
Rhydderch me rodeó la cintura con el brazo y yo busqué cobijo contra su pecho, colocando mi mejilla sobre él. La noche había hecho que las temperaturas cayeran y ninguno de los dos nos habíamos molestado en encender la chimenea; incluso el chal que había llevado conmigo seguía donde había caído.
—Quiero que Faye se quede aquí, contigo.
—Faye es tu compañera, Rhy —le dije, casi susurrando—. Debe estar a tu lado.
—En estos momentos, el lugar en el que debe estar es junto a ti, fierecilla —me contradijo—. Quiero que tengas una forma de comunicarte conmigo en cualquier caso y Faye es nuestra única y mejor opción.
Me quedé en silencio, reconociendo que en eso el príncipe llevaba razón.
—Volveré a Qangoth —me relató Rhydderch, sin apartar la vista— y esperaré a que envíes a Faye, una vez hayas encontrado a tus amigos. Entonces, regresaré a por ti, Verine, sacándote de este lugar.
Asentí mientras lidiaba con el nudo que sentía en la garganta, ante lo definitivo que sonaba todo en su boca. Aquella era la última noche que pasaríamos juntos hasta que diera con Altair y el resto. Aquella era la última noche que pasaríamos juntos y no sabía cuánto tiempo transcurriría hasta que volviéramos a reunirnos, hasta que pudiera liberar a los prisioneros.
—Verine, necesito que me prometas algo más.
—Por supuesto —acepté en un murmullo.
La mirada ambarina de Rhydderch se había puesto repentinamente seria cuando sus ojos volvieron a clavarse en los míos.
—Ten cuidado con ese hombre.
* * *
Oh, cielos. Olvidé por completo de avisar que hoy tocaba este capítulo en especial
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