❧ 105
Después de ello, la sesión del Consejo se dio por concluida. Lady Fawne aseguró a la reina que se encargaría personalmente de los preparativos para celebrar aquella misma noche una fastuosa fiesta en la que podría ser presentada formalmente ante la corte de Elphane; lady Priella también se unió a la idea, dedicándome una amable sonrisa mientras me daba una palmadita en el dorso de la mano, mostrando su felicidad ante la noticia de mi regreso.
Observé desde el rincón en el que me había refugiado cómo algunos miembros hablaban entre ellos antes de abandonar la sala. La reina estaba inmersa en una conversación con lord Ardbraccan y las dos fae, seguramente para ultimar los detalles de la recepción; lord Bayphen había sido el único que había abandonado la sala con premura, sin lugar a dudas molesto por cómo se habían desarrollado las cosas.
—Alteza.
Me tensé al oír una voz masculina dirigiéndose a mí, haciendo que la incomodidad me obligara a enderezar la espalda. Lord Cináed me rodeó hasta quedar detenido frente a mí; sus ojos castaños parecían amables.
—Me gustaría disculparme formalmente por haber creído que todo esto se trataba de un complot —sus palabras me pillaron desprevenida. Una sonrisa triste se formó en los labios del lord—. Fui uno de los que estuvo allí cuando se dio la noticia sobre... sobre vuestra supuesta muerte.
Nos miramos el uno al otro durante unos segundos.
—¿Sois muy cercano a la reina? —pregunté con cautela. A pesar de los lazos de sangre que compartía con mi madre, que formara parte de su Consejo podía ser indicativo de una relación mucho más profunda.
La sonrisa decayó y vi cómo lanzaba un rápido vistazo por encima del hombro.
—Lo era —reconoció y no me pareció que estuviera muy contento por esa pérdida de cercanía—. Hasta que optó por escuchar a otras personas. Personas que no le convienen lo más mínimo.
Leí entre líneas y supe que estaba refiriéndose a lord Ardbraccan. Ya había podido ver la animosidad que existía entre ambos, lo que parecía tener su razón en cómo el lord se había inmiscuido, ocupando el lugar que antes había pertenecido a Cináed.
—Como miembro del Consejo me gustaría que aceptarais una advertencia por mi parte, princesa: no os dejéis encandilar por su encanto. Y tened cuidado de no convertiros en su próximo objetivo.
Fruncí el ceño, desviando unos segundos mi vista hacia donde lord Ardbraccan continuaba entretenido junto a mi madre y las otras dos consejeras.
—¿Por qué me convertiría en su próximo objetivo? —quise saber.
Lord Cináed sonrió sin ganas.
—Sois la heredera al trono —me contestó como si fueran obvias las intenciones de la mano derecha de mi madre—. En estos momentos, sois demasiado valiosa y un objetivo para aquellos que todavía no han encontrado esposa y desean ascender para obtener más poder. Cualquiera querría tomaros en matrimonio para convertirse en rey por medio de vos.
❧
No tuve oportunidad de seguir conversando con lord Cináed, ya que lord Griver llamó su atención y ambos se marcharon de la sala del Consejo, no antes de que el primo de mi madre me lanzara una última mirada llena de significado.
Era posible que Cináed me viera como una oportunidad, creyéndome vulnerable para manipularme a su antojo, poniéndome en contra de lord Ardbraccan... Pero sus palabras tenían sentido. No sabía nada del fae que ocupaba aquel lugar privilegiado al lado de la reina. ¿Estaría casado? ¿Sería viudo...?
¿Querría usar el vínculo de amistad con mi madre para convencerla de que era un potencial candidato?
Las náuseas me atenazaron al pensar en aquel pequeño detalle que había pasado por alto. Como única heredera al trono, tendría que desposarme en algún momento para continuar el legado; para asegurarnos la corona. Nicnevin se había negado en rotundo a engendrar un nuevo heredero tras creer que yo había muerto; sin embargo, ahora que yo había regresado, esa responsabilidad pasaba directamente a mí.
—La reina ha pedido veros.
La dulce voz de Elvariel me arrancó de mis turbulentos pensamientos. Mi antigua amiga había estado esperándome en mi viejo dormitorio y, una vez terminamos con el Consejo, mi madre me despachó para que me reuniera con ella allí. Sentí que liberaba un poco del peso que sentía en el pecho cuando compartí con Elvariel lo que había sucedido, incluyendo el reconocimiento unánime del Consejo respecto a mi identidad.
—¿La reina...? —repetí.
Elvariel tenía un trozo de pergamino en la mano, con el sello roto. Ni siquiera me había dado cuenta de que un mensajero había llamado a la puerta, trayendo consigo una misiva por parte de Nicnevin.
Mi nueva dama de compañía asintió con emoción.
—Quiere que nos reunamos en sus aposentos privados.
Al contrario que Elvariel, el mensaje de la reina no me produjo la misma impresión. Aún seguía aturdida por la sesión del Consejo, y en especial por la duda que lord Cináed había plantado en mi cabeza antes de marcharse.
Mordí mi labio inferior, indecisa.
—¿Ha dicho algo más?
Rhydderch no había dado tampoco ningún tipo de señal después de despedirnos. Supuse que habría aprovechado el interés creciente por el Consejo y todo lo que había acontecido más tarde para seguir investigando por su cuenta.
Pero su visible ausencia a mi lado seguía provocándome un vacío en el pecho difícil de ignorar.
Elvariel bajó la vista hacia la nota garabateada.
—No pone nada —me respondió.
Con un suspiro atrapado en mi garganta, me incorporé y traté de poner una expresión alegre. Junto con mi dama, abandoné mis aposentos y ambas enfilamos el pasillo hacia las puertas que se hallaban al fondo; todo mi cuerpo cosquilleó conforme nos acercábamos. Fue Elvariel quien llamó a las puertas con contundencia mientras yo contemplaba por el rabillo del ojo las puertas que quedaban a mi derecha. Las que conducían a los aposentos que una vez había ocupado mi padre.
Necesitaba hablar con la reina a solas y preguntarle... saber, a pesar del daño que pudieran causarle mis preguntas sobre qué había sucedido con el rey. Dónde estaba.
Una de las doncellas de mi madre se encargó de abrirnos la puerta y darnos paso, permitiéndome ver de nuevo la antesala que formaba parte de los aposentos privados de la reina. En el centro había dos enormes asientos circulares que rodeaban una chimenea abierta que se encontraba apagada; al fondo, las vaporosas cortinas ondeaban, permitiendo vislumbrar la amplia terraza que había al otro lado y que comunicaba con las estancias adyacentes.
El acceso al dormitorio propiamente dicho estaba al otro lado de los ventanales abiertos. Allí, en el umbral, ya se encontraba Nicnevin; a pesar de que aún tendría compromisos pendientes, había sustituido el vestido de aquella misma mañana por una fina bata. El cabello le caía en largas ondas por los hombros, dándole una apariencia mucho más joven. Sin embargo, las sombras que siempre parecían empañar sus ojos grises seguían estando ahí, devolviéndome la mirada.
Una sonrisa apareció en los labios de la reina al vernos al otro lado de la habitación.
—Vesperine. Elvariel.
Mi amiga se apresuró a inclinarse, con las mejillas sonrojadas.
—Majestad.
Nicnevin se apartó del umbral, acercándose hacia nosotras.
—He pensado que Vesperine necesitaría un vestido para esta noche —nos explicó con amabilidad—. Como es imposible que el sastre real pueda confeccionar uno con tan poco tiempo de antelación, usará uno de mis antiguos vestidos.
Me sonrojé ante la pomposidad. A excepción de aquella noche en Merain y el tiempo que pasé junto a Calais, no era habitual que usara ese tipo de prendas; me encontraba más cómoda vistiendo ceñidos pantalones y túnicas, algo que no sería apropiado para la ocasión.
Ante el incómodo silencio que parecía estar formándose entre nosotras, Nicnevin añadió:
—Venid conmigo.
Acompañamos a la reina hasta el dormitorio. Me fijé en la enorme cama que había contra la pared y el armario empotrado que ocupaba la otra; también me sorprendió encontrar allí dos calladas doncellas abriendo algunas puertas para mostrar el ordenado contenido.
—Vylne y Ashei han estado conmigo prácticamente desde que era una niña.
Pestañeé, sin apartar la vista de aquellas dos fae.
—Las recuerdo.
Recordaba a las dos mujeres. Recordaba sus risas cuando me colaba en ese mismo dormitorio y me escondía entre esos mismos vestidos que colgaban del interior de los armarios. Recordaba sus miradas dulces mientras mi madre se preparaba para algunos asuntos de la corte en los que yo no estaba invitada a participar debido a mi juventud.
Vylne y Ashei me devolvieron la mirada y yo me pregunté si veían a esa misma niña que guardaba en mis recuerdos o si solamente veían a una completa desconocida.
Ashei se atrevió a dar un paso.
—Doy gracias a los antiguos elementos por haberos traído de regreso a vuestro hogar, devolviéndonos la luz que creímos perder aquel día.
Asentí, sin saber muy bien cómo responder.
Nicnevin lo observaba junto a la cama, aferrada al cuello de la bata que vestía. La conversación que teníamos pendiente era como un hilo deshilachado, deshaciéndose poco a poco.
—Elige uno, Vesperine —me invitó con un gesto de mano.
Con pasos tímidos, obedecí.
Era evidente el esfuerzo de la reina por romper la distancia que nos separaba. Después de tantos años estando tan lejos, nuestra relación se había apagado hasta casi extinguirse; la conexión —el amor— que había sentido siendo pequeña con ella se había ido desvaneciendo, a pesar de haber recuperado mis recuerdos. La princesa que había idolatrado a su madre, que la había seguido a cada instante y le había suplicado cada noche que le contara una historia ya no estaba del todo presente. Y Nicnevin se había dado cuenta.
La culpa por hacerla sufrir de ese modo, por no ser capaz de responderle de la manera que ella hubiera querido, como si nada hubiera cambiado en esos años de separación, me atenazó la garganta mientras fingía y dejaba que Elvariel me ayudara a conducir la situación, buscando su apoyo mientras las doncellas de mi madre sacaban vestido tras vestido, intentando dar con el adecuado.
Y yo me pregunté de nuevo si había valido la pena el sacrificio de recuperar mis recuerdos, de volver a Elphane.
❧
—¿Y el príncipe de Qangoth?
Tras un buen rato sonriendo a los invitados que se acercaban hasta allí para ver con sus propios ojos lo que ya se comentaba en cada rincón del castillo, sentí una dolorosa tirantez en las mejillas. Tal y como habían prometido las dos consejeras de la reina, a pesar del poco tiempo con el que contaban, habían logrado organizar aquella majestuosa celebración que nadie había querido perderse.
Las noticias sobre el regreso de la princesa heredera no tardaron en expandirse de boca a boca, provocando que la asistencia fuera multitudinaria. No obstante, no había ni rastro de Rhydderch. Mi madre había ordenado que nos trajeran la comida a sus aposentos privados mientras seguíamos buscando un atuendo acorde con la etiqueta de aquella noche; parecía haberse olvidado por completo de su presencia.
Hasta ese momento.
Nicnevin no se había separado de mí ni un instante. Tampoco lord Ardbraccan, hasta que se había visto en la obligación de atender a un matrimonio y, de cambio, comprobar que el resto de invitados se encontraran lo suficientemente agasajados de comida y bebida.
La reina frunció el ceño, como si no recordara a Rhydderch. Su expresión se tornó confusa unos segundos, provocándome un extraño escalofrío.
—¿El príncipe...? —dudó un instante, antes de que su mirada volviera a enfocarse y esbozara una media sonrisa—. Me temo que es un joven bastante discreto, drainddu. Debe estar entre la multitud.
Sin quitarme de encima la sensación que me había producido su errático comportamiento, oteé la marea de fae que se habían congregado en aquel salón, intentando descubrir entre ellos el familiar cabello rubio recogido de Rhydderch.
—Majestad. Alteza.
Mi búsqueda se vio interrumpida cuando lord Ardbraccan se situó ante nosotras con una sonrisa indolente. Las palabras de lord Cináed acudieron a mi mente cuando sus ojos grises tropezaron con los míos, haciendo que me pusiera tensa. A mi lado, la reina no parecía en absoluto molesta por el acercamiento del recién llegado; una sonrisa afloró en los labios de mi madre y su gesto pareció relajarse.
—Ardbraccan, espero que me traigas buenas noticias —le dijo en tono divertido, casi juguetón—. Dime que nuestros invitados están disfrutando de la velada y que todo el mundo celebra el regreso de mi hija.
El noble le dedicó una ostentosa y pronunciada reverencia, doblándose por la cintura.
—Lady Fawne y lady Priella no han escatimado en lujos, cumpliendo con su palabra —respondió el fae con desenvoltura, paseando la vista por el interior del gran salón—. La corte festeja la buena nueva de ver que su princesa no murió y que ha regresado para ocupar su lugar. No obstante, hay otras cuestiones que apremian, Majestad —añadió en tono confidente—. Lord Jaerys quiere hablar con vos en privado.
Vi a la reina fruncir el ceño.
—Quedaos junto a Vesperine —le pidió a su mano derecha—. Ahora mismo vuelvo.
La repentina marcha de mi madre me hizo sentir... desprotegida. Desde la primera vez que nuestros caminos se habían cruzado, había algo en lord Ardbraccan que no terminaba de encajarme; quizá había sido ver lo cerca que estaba de la reina, ocupando lugares que no le correspondían lo más mínimo lo que terminó por convencerme de que aquel noble no me resultaba persona grata.
Como si hubiera podido leer mis pensamientos, lord Ardbraccan ocupó el hueco que mi madre había dejado con una sonrisa comedida y gentil.
—Puedo intuir vuestro recelo hacia mí, Alteza —me dijo, inclinándose para que nadie más pudiera oír nuestra conversación—. Y creo sospechar quién es el responsable de haberos creado una errónea imagen de mí.
Atrapada como un pez en una red, no di con la respuesta correcta. Confirmarle que había sido lord Cináed quien había estado hablando a sus espaldas sobre sus posibles planes no era una opción.
Pero mi silencio fue suficiente respuesta.
Lord Ardbraccan dejó escapar una carcajada hueca y carente de humor.
—Dejad que lo adivine —prosiguió, entrecerrando los ojos en mi dirección con aire pensativo—. Se lamentó de haber perdido el favor de la reina e insinuó que debíais tener cuidado conmigo —su sonrisa creció de tamaño al ver mi expresión tensa—. ¿Creéis que lord Cináed es inocente?
—¿No lo es?
El fae sacudió la cabeza, como un padre decepcionado con su hija.
—Aunque parezca tan abnegado, Cináed es el principal interesado en todo este asunto, Alteza.
—He escuchado decir que fue uno de los más críticos con la reina respecto del problema que existía con la sucesión —conseguí decir, a la defensiva.
Me puse rígida cuando vi asomar la punta de los colmillos del lord, quien parecía más divertido a cada segundo que pasaba.
—Evidentemente que se ceñiría al papel —dijo en tono burlón—. No podía permitirse perder apoyos mostrando su verdadera cara, así que se limitó a cumplir con su imagen de preocupado consejero, aun sabiendo que, si no existía nadie que reclamara el trono, éste pasaría directamente a sus manos. Y ahora aparecéis vos de sorpresa, ocupando el puesto de heredera... y alejando a Cináed un poco más de la corona.
No supe qué decir, cómo defender al fae que me había advertido en primer lugar, porque, al igual que había sucedido con Cináed, lord Ardbraccan estaba dándome razones justificadas de por qué no podía confiar tampoco en el otro lord.
Un brillo malicioso apareció en la mirada gris del consejero.
—¿Sabéis que Cináed tiene un hijo un par de años mayor que vos, Alteza? —me preguntó con suavidad—. Un joven que todavía no está prometido y que podría resultar un candidato perfecto, ahora que no puede acceder al trono cuando llegue el momento...
Los oídos empezaron a pitarme. Tanto Cináed como Ardbraccan habían decidido jugar con la baza del matrimonio, usándome a mí como cebo; mi estómago vacío se agitó con virulencia, haciéndome sentir náuseas. Un molesto calor se extendió por todo mi cuerpo, acelerando mi respiración y provocando que una leve capa de sudor cubriera mi piel.
Observé al lord dedicarme una sonrisa satisfecha, notando un sabor amargo en la punta de la lengua. No pude evitar sentirme como un juguete, una muñeca de trapo que había terminado atrapada en una guerra de voluntades. Convertida en un peón fácilmente manejable. Voluble.
No estaba preparada para los juegos de la corte. Nadie me había enseñado nunca las reglas y no podía evitar sentirme insegura y desconfiada; tanto Cináed como Ardbraccan tenían motivos para querer utilizarme. Los dos con el mismo pretexto: conseguir más poder gracias a mi posición como futura reina de Elphane.
Mi madre no había tocado ese tema debido al poco tiempo que llevaba allí, pero algunas personas de su círculo ya parecían haber empezado a maquinar a sus espaldas, convirtiéndome en un jugoso objetivo.
Y yo sabía que tarde o temprano llegaría ese horrible momento. ¿Así era como se había sentido Altair durante tantos años? ¿Sintiendo esa angustia atenazadora, consciente de que la única salida era la resignación?
Lord Ardbraccan dio un paso en mi dirección.
—Decidme, Alteza, ¿estoy en lo cierto? —insistió, sin perder la sonrisa—. ¿Es eso lo que Cináed susurró en vuestro oído, con el único propósito de allanarse a sí mismo el camino, antes de acudir a la reina con una tentadora oferta de matrimonio?
Retrocedí, sintiéndome cada vez más arrinconada en aquel salón, buscando con desesperación a mi madre entre la multitud. Las insidiosas palabras del consejero no querían desvanecerse de mi cabeza.
¿En quién debería confiar? ¿En él? ¿En Cináed? ¿En ninguno de ellos? Los dos salían ganando; los dos quizá me vieran como un medio, como un instrumento que manejar a su antojo...
Conseguí reunir fuerzas suficientes para devolverle la mirada a lord Ardbraccan, irguiendo la espalda como si estuviera de regreso en los barracones de Merain, en formación con el resto de cadetes.
—Lo que haya comentado o no lord Cináed no es asunto vuestro, mi señor —logré decir con firmeza, sosteniéndole la mirada al fae, quien se mostró sorprendido por mi repentino cambio de actitud—. Y ahora, si me disculpáis, necesito un poco de aire fresco.
Sin esperar una respuesta, le di la espalda y atravesé la multitud, notando mi pulso disparándose a cada paso que daba, alejándome del consejero. Empezó a faltarme el aire cuando alcancé las puertas abiertas que conducían al vestíbulo, atravesando el umbral con un sonido desgarrado.
Ni siquiera fui consciente de que alguien parecía haberme seguido hasta fuera del salón hasta que noté una mano aferrándome de la muñeca. Por unos segundos temí que fuera lord Ardbraccan o, peor aún, lord Cináed.
Sin embargo, era el rostro preocupado de Rhydderch el que me devolvió la mirada cuando me giré para encararlo.
—Rhy...
—Tenemos que hablar, fierecilla.
* * *
¿Es que acaso no puedes confiarte ni siquiera de tu propia sombra en Elphane? Jesús del gran poder...
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