❧ 103

No me costó mucho dar con nuestro punto de encuentro. Al parecer, la reina había decidido instalar a Rhydderch en el ala familiar, al otro lado de donde estaban las estancias que ocupaban los miembros reales.

Con Faye sobre mi hombro, me deslicé como una sombra fuera de mis aposentos, cruzando el largo pasillo con la fortuna de no toparme a nadie. El corazón me latía con furia contra las costillas, oscilando entre la preocupación que sentía por Rhydderch y la tensión que aún arrastraba después de aquel desastroso intento durante la cena de crear cierta... normalidad.

Un suspiro bajo escapó de mis labios cuando reconocí la figura que ya esperaba al fondo de aquel viejo salón, lleno de muebles cubiertos por pesadas lonas. El chirrido de Faye delató nuestra presencia, ya que la fénix no dudó un segundo en abandonar mi hombro al reconocer a su compañero. Una sonrisa tierna se formó en los labios de Rhydderch al mirar a la criatura; luego su mirada se ensombreció al desviarse hacia donde yo continuaba parada.

—Verine.

Tomé mi nombre como una invitación para cerrar la puerta con cuidado a mi espalda y reunirme con él cerca de los grandes ventanales, cuyas cortinas el príncipe fae parecía haber retirado mientras aguardaba nuestra llegada. Tragué saliva para intentar deshacer el repentino nudo que sentía en la garganta; durante la cena ninguno de los dos habíamos podido decirnos mucho, dadas las circunstancias. Y ahora...

—¿Estás bien? —quiso saber, lanzándome una mirada de soslayo. Faye se había acurrucado sobre su hombro y Rhydderch acariciaba distraídamente las plumas de su larga cola.

No pude evitar tomar una sonora bocanada de aire. Apenas había tenido tiempo para asimilar quién era y regresar a Elphane no había ayudado en absoluto, ni siquiera había mejorado las cosas; la presencia de Elvariel había sido una necesitada distracción mientras intentaba poner en orden toda la avalancha de información que se me había proporcionado.

Bajé la mirada al suelo, notando una dolorosa punzada en el pecho al pensar en todo lo que había cambiado desde que desaparecí.

—Mi padre está muerto —le confesé, procurando que la voz no se me rompiera—. La reina dice que no fue capaz de superar mi pérdida.

Ni siquiera vi a Rhydderch acercándose a mí hasta que no sentí su brazo rodeándome por la cintura, estrechándome contra él en un abrazo consolador. Después de recibir tan funesta noticia, no había querido seguir indagando más sobre el asunto.

Cerré los ojos un segundo, apoyándome contra el príncipe fae y aferrándome a la calidez que desprendía su cuerpo.

—Lo siento mucho, fierecilla —escuché que susurraba contra mi coronilla, afectado—. No lo... no lo sabía. No tenía ni idea —reconoció a media voz, conmocionado.

—Supongo que Nicnevin creyó conveniente mantenerlo en secreto e impedir que la noticia se expandiera fuera de las fronteras —musité. Una parte de mí no entendía la decisión de la reina de guardar silencio, aunque había otra que podía llegar a tratar de comprenderla: la muerte del rey consorte podría haber generado ciertas habladurías, en especial si teníamos en consideración la vulnerable posición en que la dejaba.

Dejé que el silencio se instalara entre nosotros y Rhydderch no me presionó para que siguiera hablando sobre el asunto.

—¿Qué quieres hacer, Verine? —oí que me preguntaba.

Sabía que teníamos que planear la búsqueda de Altair y mis amigos, además del arcano. La cena con el consejero y la reina había servido para tantear la situación, fingiendo total ignorancia sobre quiénes habían estado tras la emboscada en la que también se había visto envuelto Kell.

—No sé si estoy preparada para enfrentarme al Consejo de la reina —le confesé con voz ahogada.

Aquel debería ser nuestro primer paso: conseguir que los consejeros de la reina Nicnevin me reconocieran como su heredera. Esa prueba me inquietaba, haciendo que mis temores quisieran hundir sus afiladas uñas en mí. Era evidente que no contaba con la preparación que una futura reina requería debido a mis años en los Reinos Humanos e intuía que todos ellos serían demasiado críticos por ese pequeño detalle.

La palma de la mano de Rhydderch acarició mi espalda en círculos concéntricos.

—Has sobrevivido a circunstancias mucho más duras —dijo el príncipe fae—. Podrás plantarle cara a un grupo de viejos y arrugados fae.

La imagen que trajo consigo las palabras de mi compañero me arrancaron una sonrisa involuntaria. Pensé en la pregunta que me había formulado, y de la que no había sabido darle una respuesta.

—¿Y qué quieres hacer tú, Rhy? —me separé lo suficiente para poder alzar la mirada, topándome con sus ojos ambarinos ya observándome.

El príncipe fae había cumplido con el cometido de acompañarme hasta Elphane, después de haberme ayudado a romper el sortilegio. Podía optar por regresar a Qangoth, junto al rey; estaba segura que su padre, a pesar de todo lo que había pasado, le recibiría con los brazos abiertos.

Rhydderch frunció el ceño, confundido por mi pregunta.

—Hemos conseguido venir hasta aquí —continué, intentando explicarme—. La reina sabe que estoy viva... que he regresado para ocupar mi legítimo lugar... Puedes volver a tu hogar, con tu padre y tu familia.

El brazo del príncipe con el que me rodeaba se tensó inconscientemente cuando les mencioné. A pesar de que Taranis le había asegurado a su hermano menor que se encargaría de mediar para rebajar el enfado del rey por nuestra huida, sabía que la tensa situación con el monarca estaba pasándole factura; no habíamos profundizado en ese tema en cuestión y yo tampoco quise presionarle.

—Mi padre...

—Tu padre lo entenderá —completé a media voz, sin apartar la vista de la suya—. Ahora que mi secreto ha salido a la luz, que he regresado junto a mi madre... Elphane bajará las protecciones que tenía rodeando sus fronteras. Podrías hablar con él, contarle toda la verdad. Te entenderá, Rhy —insistí.

Había sido testigo del amor que profesaba el monarca hacia sus dos hijos. En ningún momento vi que mostrara algún tipo de predilección por alguno de ellos, siempre había tratado de ser equitativo con los dos hermanos. En el salón del trono, después de habernos tendido aquella trampa, después de haberse enfrentado a Rhydderch, había podido ver lo mucho que le costaba dar aquella orden. El sufrimiento que había leído en sus ojos tras hacer que sus guardias colocaran esos grilletes a su propio hijo, bloqueando su magia.

—Regresaré a Qangoth, con mi familia —por algún extraño motivo, esa afirmación hizo que una oleada de pesar se abatiera sobre mí—. Pero después de asegurarme de que ya no me necesitas a tu lado.

El pulso se me aceleró ante aquella declaración. Lo sucedido entre ambos, el último beso que habíamos compartido, seguía siendo una conversación que continuaba estando pendiente; Rhydderch había respetado mis deseos de esperar, aguardando a que tomara una decisión. Y yo había tenido tiempo más que suficiente para ser sincera conmigo misma. Para examinar mis sentimientos y llegar a una conclusión que había estado negando desde hacía demasiado tiempo.

Como si hubiera intuido el hilo de mis propios pensamientos, Rhydderch rompió el abrazo y retrocedió un paso, marcando las distancias entre los dos. «No es el momento adecuado. Aún no», parecía querer decir aquel gesto.

—Creo que la reina ha hecho una magnífica actuación hoy, durante la cena.

Acepté el repentino giro en la conversación, dando otro paso hacia atrás y apoyando la espalda en la pared del ventanal que tenía más cerca. Repasé la conversación que había entablado con lord Ardbraccan, el modo en el que había respondido a Rhydderch cuando había mencionado la emboscada. De no haber contado con el testimonio de Kell, el hecho de que hubiera visto el escudo de Elphane, habría sonado demasiado sincera.

Me mordí el labio inferior, pensativa.

—¿Qué hay del consejero? —le pregunté, notando una leve agitación en mi interior—. ¿Es posible que esté al corriente... de todo?

La figura de lord Ardbraccan había ido ganando poder en mi ausencia. Su nombre no me resultaba familiar, aunque debía ser alguien bien posicionado dentro de la corte de Elphane; no sabía cómo había ido ascendiendo hasta situarse tan cerca de la reina, prácticamente convirtiéndose en su mano derecha.

Rhydderch frunció el ceño, valorando la posibilidad de que lord Ardbraccan fuera un cómplice de Nicnevin.

—¿Le recuerdas? —respondió Rhydderch a mi pregunta con otra; tenía el ceño fruncido y había desviado la atención hacia más allá del cristal de la ventana.

Negué con la cabeza. No tenía ningún tipo de información entre mis recuerdos que pudiera sernos de utilidad; intenté rebuscar entre mis recuerdos, ahondando ahora que los había recuperado, pero el resultado fue infructuoso. Fuera quien fuese lord Ardbraccan, su ascensión había sucedido mucho después de que yo hubiera desaparecido.

El príncipe fae se frotó la barbilla distraídamente, inmerso en sus propios pensamientos. Faye se esponjó las plumas de su ala, captando mi atención durante unos breves segundos.

—No podemos descartar esa posibilidad —dijo Rhydderch, rompiendo el silencio—. Es la persona que se encuentra más cerca de la reina en estos instantes. Aunque no podemos bajar la guardia con el resto del Consejo.

Un escalofrío de temor me sacudió al pensar en todos aquellos hombres y mujeres colaborando con la reina, permitiéndole que siguiera adelante con esa... atrocidad. Y todo para obtener los tres arcanos. Sin embargo, me parecía una idea demasiado arriesgada; el secreto que llevaba arrastrando mi familia durante generaciones no podía ser de conocimiento público. No, dudaba que Nicnevin hubiera decidido hacer partícipes al resto del Consejo, temiendo que alguien pudiera irse de la lengua.

—Los riesgos son demasiado altos —señalé, retorciendo las manos con nerviosismo—. ¿Qué vamos a hacer respecto a Altair y el resto de mis amigos?

La mirada ambarina de Rhydderch me contempló sin decir nada.

—Yo puedo buscarlos —se ofreció. Quise rebatirle, pero se apresuró a añadir—: Mientras tú distraes la atención con tu simple presencia, yo me encargaré de investigar el palacio para dar con cualquier pista que pueda conducirnos a ellos.

—Y después... ¿qué?

Nuestro plan en Antalye había funcionado, logrando liberarlos a todos. Sin embargo, no estaba segura de tener la misma fortuna en aquella segunda vez; en esta ocasión no contábamos con el apoyo de Calais y una guarnición de hombres esperando fuera de las murallas para asegurarles cierta protección.

—Puedo usar a Faye para advertir a mi hermano —elucubró Rhydderch, planificando sobre la marcha—. Con nuestras magias... y contando con el hecho de que la reina rebaje el nivel de protección que rodea las fronteras... Quizá tengamos una oportunidad de sacarlos de aquí.

—Utilizándome a mí como cebo —adiviné a media voz, haciendo que nuestras miradas se encontraran.

—Siempre y cuando tú estés de acuerdo, Verine —me aseguró el príncipe fae. Por la sombra que oscurecía sus ojos ambarinos, supe que no le gustaba la idea de exponerme de ese modo; incluso cuando le propuse esa misma idea al descubrir que Elphane era el responsable de la emboscada, Rhydderch la había rechazado casi prácticamente al momento—. Es tu decisión.

—Lo estoy —le aseguré.

Si eso nos concedía una pequeña oportunidad de salvar a Altair y el resto del grupo, poniéndolos a salvo, lo haría. El príncipe fae asintió con seriedad, cruzándose de brazos y apartando la vista de nuevo hacia el paisaje nocturno que había más allá del ventanal que habíamos escogido como punto de encuentro.

—Tendremos que mantener las distancias —dijo entonces, lanzándome un vistazo rápido, evaluando mi reacción—. Asumiré el papel de abnegado salvador. Nadie puede descubrir nuestra relación.

Asentí, comprendiendo sus motivos. Si Nicnevin o lord Ardbraccan intuían que teníamos una historia más profunda a la idea que queríamos venderles, podrían convertirse en un obstáculo en nuestros planes. Mientras creyeran que Rhydderch solamente era el príncipe de Qangoth que había decidido cumplir con su cometido, actuando con honor al salvar mi vida y llevarme de regreso a Elphane, tendríamos más margen para maniobrar.

Y Rhy estaba en lo cierto: mi milagrosa vuelta a la vida, después de que todo el mundo creyera que fui asesinada, sería la comidilla de la corte; la reina, además de su Consejo, estarían ocupados planificando mi presentación y lo que vendría una vez tuviera lugar. Eso dejaría a Rhydderch en un discreto segundo plano, permitiéndole tener la libertad suficiente para intentar encontrar alguna pista que pudiera conducirnos a mis amigos.

El arcano, no obstante...

—Mantendremos las distancias —accedí.

—Te enviaré a Faye con un mensaje para programar nuestros encuentros y compartir lo que hayamos podido averiguar —continuó Rhydderch.

Volví a asentir y el silencio se instaló otra vez entre nosotros.

Como si el príncipe pudiera intuir la leve nota de incomodidad que flotaba en el ambiente, añadió:

—Te doy mi palabra de que haré todo lo que esté en mi mano para ponerlos a salvo.

Fruncí el ceño, con la vista clavada en la silla vacía que había frente a mí. La reina nos había extendido una amable invitación para que nos uniéramos a ella para desayunar; nos reunimos de nuevo en el familiar comedor del ala real pero, al contrario que la noche anterior, lord Ardbraccan no nos complacería con su presencia.

Una parte de mí sintió alivio al ver ese hueco, el hueco que alguna vez había ocupado el rey, vacío. Rhydderch se había sentado en el mismo lugar, a mi lado; Nicnevin presidía la mesa, como era habitual. Tras nuestro fugaz encuentro, Rhy y yo nos habíamos despedido antes de volver a nuestros respectivos dormitorios.

El sonido de la cubertería golpeando la vajilla era lo único que se oía en aquella habitación privada. El servicio se había retirado poco después de servirnos varias fuentes repletas de deliciosos alimentos, dejándonos a los tres a solas.

Noté a Rhydderch removiéndose en su silla, con su atención aparentemente puesta en el trozo de fruta que estaba cortando con parsimonia.

—¿Lord Ardbraccan no nos acompañará esta mañana? —preguntó el príncipe fae con fingida indiferencia.

Mi madre bajó la reluciente copa que sostenía y lanzó un fugaz vistazo al asiento vacío.

—Me temo que no será posible —respondió con soltura—. Le he pedido expresamente que se encargue de preparar al Consejo antes de nuestra intervención.

La comida que tenía en la boca pareció convertirse en ceniza al saber que mi enfrentamiento a los hombres y mujeres de la reina sería antes de lo que había pensado. Incluso Rhydderch no pudo ocultar a tiempo la preocupación al escuchar a la reina sobre el motivo que había mantenido ausente al lord.

Me obligué a tragar el bocado, con esfuerzo.

—¿Va a ser hoy? —a pesar de mis esfuerzos, mi pregunta salió en un hilillo de voz.

Nicnevin asintió con aire pensativo.

—Lord Ardbraccan creyó que era mejor hacerlo lo antes posible —contestó, agitando la copa mientras me sostenía la mirada—. A fin de no dejar que los rumores se extiendan y tergiversen la verdad.

Apreté los cubiertos hasta sentir los bordes de los ornamentos de los mangos clavándoseme en las palmas. Aquella misma mañana, mi nueva camarilla de doncellas había entrado en mis aposentos, con un nuevo vestido por cortesía de la reina; tendría que haber supuesto que la ostentosidad de la prenda respondía a un único propósito: ayudar a que mi apariencia se asemejara lo máximo posible a la imagen que todo el mundo esperaba de la princesa heredera de Elphane.

Sin apartar los ojos de los de la reina, no pude evitar notar un escalofrío bajándome por la espalda. ¿En qué momento habían planeado esto...? Recordé las sospechas que Rhydderch había compartido conmigo respecto al lord la noche anterior. ¿Hasta dónde alcanzaba el poder de lord Ardbraccan?

¿Cómo había podido afianzarse en el poder hasta convertirse en la mano derecha de la reina?

Nicnevin pestañeó, rompiendo el contacto visual conmigo para entablarlo con Rhydderch, quien no había vuelto a hablar desde que se interesara por el paradero del noble.

—Como comprenderéis, se trata de un asunto privado, Alteza —una suave forma de informarle que no estaba invitado a participar.

El príncipe fae esbozó una educada sonrisa antes de asentir.

—No os preocupéis por mí, Majestad —repuso con ese aire cortés que le había visto usar tanto con ella como con su consejero de confianza; la máscara del perfecto cortesano criado en la corte de Qangoth—. A juzgar por el tamaño de vuestro hogar, seguro que encontraré algo con lo que entretenerme mientras... atendéis este importante asunto.

Mi pulso se aceleró cuando entendí lo que Rhydderch parecía estar queriéndome decir: con el Consejo al completo reunido y la reina ocupada enfrentándose a ellos a mi lado, el príncipe tenía vía libre para empezar a investigar el palacio, intentando dar con el paradero de los prisioneros.

* * *

*risa nerviosa*

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