❧ 102
Elvariel se quedó a mi lado y yo lo agradecí en silencio. Mi amiga de la infancia era como un soplo de aire fresco, como la primera bocanada de aire que dabas tras haber estado demasiado tiempo hundida en el agua; me aferré a ella de manera inconsciente, empapándome de cada uno de los detalles que compartía conmigo.
Sabía que la hora de la cena sería un momento crucial. Los rumores sobre el inesperado regreso de la princesa de Elphane al mundo de los vivos habría empezado a correr como la pólvora; toda la corte estaría ansiosa por descubrir si eso era cierto... y la reina no tendría otro remedio que demostrarlo. Mientras mis recuerdos habían estado bloqueados por el sortilegio de magia antigua fui testigo de la vida en la corte fae y sospechaba que los miembros de las familias más nobles de Elphane esperarían a una joven digna. A su princesa.
Pero yo no me sentía como tal.
Ni siquiera sabía cómo debía comportarme.
Aquellos momentos compartidos con Calais, Llynora o el propio Rhydderch no eran suficientes. Y no tenía a mi lado a Calais o Llynora para ayudarme a sortear aquel obstáculo; tampoco había vuelto a ver al príncipe fae después de que la reina nos despachara y le ordenara a su consejero que le acompañara a sus aposentos.
Un nudo de inquietud se estrechó alrededor de mi garganta cuando una camarilla de tímidas doncellas llamó a la puerta de mi dormitorio, trayendo consigo varios vestidos entre sus brazos. Sus reacciones fueron similares a las de Elvariel cuando acudió por órdenes de la reina, aunque se mostraron mucho más comedidas.
Elvariel optó por inspeccionar que todo estuviera en orden mientras me dejaba en las manos de las jóvenes doncellas que, supuse, formarían parte de mi servicio personal. Fui conducida al baño y, después de un necesario baño en el que no escatimaron en usar diversos productos y aceites similares a los que Calais me prestó en Qangoth, regresé a mis aposentos, donde el resto de doncellas habían empleado el tiempo en extender los distintos vestidos que habían traído consigo sobre la cama.
Mi vieja amiga también estaba allí, contemplando las prendas con el ceño fruncido en un gesto evaluador.
—La reina ha enviado algunos vestidos de su guardarropa personal para que puedas usarlos, Vesperine —algo dentro de mí se retorció al oírla pronunciar mi nombre. No terminaba de acostumbrarme, sentía como si estuviera refiriéndose a una persona completamente distinta—. Quiere que te reúnas con ella para cenar y que podáis hablar de tu... regreso a la corte.
Desvié la mirada de nuevo hacia la cama, contemplando aquella ropa que pertenecía a mi madre. La ropa que Taranis había metido en las alforjas de Gwyar para mí se la habían llevado a las lavanderías del palacio, por lo que ahora cubría mi desnudez con una fina bata. También prestada.
Elvariel se situó a mi lado con una sonrisa suave, como si entendiera perfectamente mi repentino pudor.
—Avisarán al sastre real para que confeccione tu propio guardarropa. La princesa de Elphane no puede seguir vistiendo como una simple pueblerina.
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Las últimas palabras de Elvariel levantaron cierta incomodidad en mí, un molesto picor por toda mi piel mientras me contemplaba en el espejo, ataviada con uno de los vestidos de la reina. Al final me había decantado por la opción más simple y discreta: mucho más conservativo que los modelos que Calais me había prestado en Qangoth, la prenda tenía un escote que me cubría hasta la altura de mis clavículas y caía vaporosamente hacia el suelo. Sin ningún tipo de adorno o cinturón.
Me sentía extraña con él puesto, con la vista fija en la persona que me devolvía la mirada desde el reflejo. Ahora que había recuperado mi verdadero aspecto, podía contemplarlo con detenimiento.
Mi imagen no era distinta a la versión de cuando era humana. A excepción de los extremos puntiagudos de mis orejas y mis ojos grises, me reconocía en ese rostro. Reconocía a Verine, pese a todo.
Cuando uno de los sirvientes de mi madre llamó a la puerta, tuve que hacer un gran esfuerzo por no cerrar de nuevo la puerta. Necesitaba saber qué sucedería con nosotros, tanto con Rhydderch como conmigo, ahora que yo había regresado a Elphane, reclamando mi lugar.
Seguí al hombre con la cabeza gacha, percibiendo la curiosidad que emanaba del fae mientras trataba de no mirarme fijamente. La familiaridad de la zona en la que estábamos hizo que mis ojos se movieran de un lado a otro, entreteniéndose en algunas de las pinturas que cubrían las paredes de piedra. Retratos familiares que mostraban a algunos miembros de la realeza en distintos tipos de escenas, todas ellas demasiado informales. Mientras pasaba de un rostro a otro, me preguntaba si todos ellos habrían estado involucrados en las desapariciones que habían asolado los Reinos Humanos; si habrían participado activamente en la búsqueda de los arcanos.
Ahora que mi madre había recuperado el nuestro, ¿se detendría? ¿O la sed de poder la empujaría a continuar hasta dar con el resto de artefactos mágicos? ¿Para qué los querría, en todo caso?
—La reina ya está esperándola dentro —me informó el sirviente cuando nos detuvimos frente a una puerta cerrada.
La conocía. Sabía que el ala donde nos encontrábamos, en la que Nicnevin nos había instalado, estaba surtida de distintas salas y habitaciones en las que la familia real podría hacer su vida privada. Los niveles inferiores estaban repletos de las estancias que estaban destinadas a ser usadas cuando el castillo recibía todo tipo de visitas de Estado, incluyendo la de otros reinos.
Supuse que mi madre buscaba un encuentro privado aquella primera noche, una oportunidad de intentar acercarnos un poco más y preparar mi regreso a la corte, quien habría empezado a recibir los primeros rumores sobre la reaparición de la princesa heredera, a la que todo el mundo creía muerta.
Mi pulso se aceleró cuando entré al discreto e íntimo comedor, descubriendo a la reina, a su fiel consejero y a Rhydderch ya sentados alrededor de la mesa. Un pellizco me atenazó el corazón al descubrir a lord Ardbraccan ocupando el asiento que, en el pasado, había pertenecido a mi padre; Nicnevin continuaba presidiendo la mesa... y el príncipe fae había dejado la silla que estaba al otro lado de la cabecera vacía. Al igual que yo, Rhydderch también parecía haberse tomado un buen baño con el que se había deshecho del polvo y suciedad acumulada de nuestro breve viaje; incluso se había cambiado de ropa, supuse que prestada... como la mía.
Sus ojos dorados no se apartaron de mí mientras atravesaba la poca distancia que me separaba de la mesa y reclamaba el hueco vacío que el príncipe fae había dejado para mí. Teníamos mucho de lo que hablar, pero todavía no era el momento propicio; no delante de la reina y su fiel consejero.
Debíamos seguir fingiendo que el único motivo que nos había empujado a cruzar las fronteras cerradas de Elphane había sido devolverme a mi antigua vida. Debíamos seguir fingiendo no saber qué estaba tramando la reina... y que nuestra presencia en el castillo guardaba otro propósito: liberar a mis amigos y, una vez ellos estuvieran a salvo, conseguir que emitiera una disculpa a la reina de las Tierras Salvajes que pudiera frenar una posible represalia por su parte tras la emboscada en la que se había visto envuelto Kell.
Dirigí entonces mi mirada hacia la cabecera de la mesa, en la que Nicnevin me sonreía de un modo que me estrujó el corazón. Su mano buscó la mía sobre la superficie de madera, haciendo que aquel simple contacto me provocara un cosquilleo por todo mi cuerpo.
—Gracias por... por el vestido —musité, repentinamente avergonzada—. Y por enviarme a Elvariel.
Los ojos grises de la reina se iluminaron de regocijo.
—Pensé que ver una cara familiar te ayudaría a adaptarte de nuevo —me confió.
Lord Ardbraccan no se perdía detalle de nosotras. Su presencia allí, en aquel momento, me resultaba intrusiva; por algún extraño motivo me molestaba que estuviera sentado en la mesa, ocupando un lugar que debería permanecer vacío por respeto a la memoria del rey.
—Tenemos mucho de lo que hablar —dijo entonces la reina, dirigiendo levemente la conversación hacia el asunto más urgente que debíamos tratar—. Tu presencia en el castillo no ha pasado desapercibida y todo el mundo se pregunta si los rumores son ciertos.
—Contamos con poco tiempo, pero es necesario que se haga una presentación formal ante la corte —intervino lord Ardbraccan, usando un tono meticuloso. Sus ojos grises erizaron el vello de mi cuerpo—. Os tendréis que someter al resto de consejeros de la reina y ganaros su aprobación.
Me tensé contra el respaldo de mi asiento.
—¿Por qué tendría que ganarme su aprobación? —pregunté con un deje afilado que hizo que el fae enarcara una ceja ante mi tono—. Soy la princesa. La reina me ha reconocido como tal.
—Hemos de dar muchas explicaciones —me respondió Nicnevin—. No solamente tú, yo también por haber escondido a mis hombres y mujeres de mayor confianza una información tan vital como el hecho de que el cuerpo que encontraron aquella noche en tus aposentos no era el tuyo, drainddu...
Aquello aplacó la molestia que lord Ardbraccan había despertado con esa intervención que nadie había pedido. Rhydderch permanecía mudo a mi lado, seguramente evaluando todo lo que sucedía para poder desmigajarlo luego, una vez estuviéramos los dos a solas y libres para poder planificar nuestro siguiente paso.
—Pero no opaquemos esta noche con este tipo de asuntos —se apresuró a añadir la reina, dedicándome una resplandeciente sonrisa que no podía ocultar la felicidad de tenerme de nuevo a su lado—. Honremos a nuestro invitado, el príncipe Rhydderch, quien ha conseguido traerte de regreso a casa.
A mi lado, mi compañero inclinó la cabeza en un gesto de agradecimiento y deferencia por el trato que estaba recibiendo y que tanto distaba del primer encuentro con los hombres de la reina en aquel bosque, donde habían estado cerca de dispararle una flecha al considerarlo una amenaza.
—El honor es mío, Majestad —le devolvió el halago con una facilidad forjada a base de años viviendo en la corte—. En especial al saber que soy el primero al que habéis abierto las puertas de vuestro hogar después de tanto tiempo.
No se me pasó por alto el cebo que Rhydderch lanzó habilidosamente, sin perder en ningún momento la sonrisa cortés que estaba dirigiéndole a la reina. Presté especial atención al rostro de la reina, buscando cualquier indicio o reacción que pudiera ponerla en evidencia.
—Como bien sabéis, Alteza, teníamos motivos para hacerlo —respondió Nicnevin con tono cauto—. Quizá aún los haya.
Rhydderch y yo nos tensamos a la par. Contuve a duras penas las ganas de buscar con la mirada a mi compañero, intentando transmitirle lo que estaba pasándoseme por la cabeza: los rumores sobre presencia de intrusos provenientes del otro lado del Gran Bosque también habían llegado hasta Elphane. Elvariel también había hecho un comentario similar.
—No lo entiendo, Majestad —Rhydderch fingió confusión, empujando a la reina a que hablara más sobre qué motivos podrían haber todavía para mantener las fronteras completamente cerradas.
Nicnevin le lanzó un vistazo evaluador, calibrándolo. Temí que las verdaderas intenciones del príncipe fae hubieran quedado al descubierto, que su fingida ignorancia no era más que una estratagema para averiguar más sobre el posible paradero de mis amigos.
—Aunque haya mantenido a mi reino completamente aislado, no soy ajena a los rumores que corren sobre las nuevas amenazas que han aparecido contra los Reinos Fae —la voz de mi madre no titubeó mientras hablaba, sentada en su silla como si ésta fuera un trono—. Antalye mandó una misiva urgente mencionando que los humanos habían logrado cruzar el Bosque de los Árboles Infinitos, atravesando la frontera e internándose en nuestro territorio —entrecerró sus ojos grises bordeados de negro en dirección a Rhydderch—. Entiendo que Qangoth también estaría al tanto de estas desafortunadas... noticias.
—Antalye también puso al corriente a mi rey —le confirmó Rhydderch, pues era absurdo negarlo.
—Quizá haya llegado el momento de recuperar las antiguas relaciones que manteníamos con los otros Reinos Fae —dijo la reina en tono pensativo—. No podemos permitir que este acto de agresión quede impune.
A mi lado el príncipe fae se recolocó en su asiento y yo contuve el aliento cuando vi el brillo determinado en sus ojos ambarinos.
—Me temo que hay otro acto de agresión que tampoco podemos pasar por alto —señaló, sin apartar la mirada de Nicnevin.
El corazón pareció detenérseme dentro del pecho al entender hacia dónde estaba el príncipe dirigiendo la conversación. Al contrario que yo, Rhydderch sabía cómo moverse dentro de la corte y aún no estaba acostumbrada a esa faceta del príncipe fae, la misma que había conseguido atisbar durante nuestra breve visita a Antalye.
Un brillo curioso apareció en los ojos de la reina.
—Al parecer, el príncipe heredero de las Tierras Salvajes fue emboscado mientras viajaba por los Reinos Fae —Rhydderch dejó caer la demoledora bomba con absoluta tranquilidad, pero su avispada mirada no se perdía detalle del rostro de la monarca.
—A juzgar por las últimas noticias relacionadas con la presencia de humanos aquí, quizá sean ellos los responsables —por unos segundos, creí ver en la expresión de Nicnevin una sombra amenazante antes de que negara varias veces con la cabeza, dirigiendo su atención al consejero que ocupaba el sitio de mi padre—. Deberíamos poner a disposición de nuestros vecinos lejanos todos los medios posibles para descubrir quiénes fueron los perpetradores.
Lord Ardbraccan asintió en un gesto torvo.
—Hablaré con el resto del Consejo al respecto, Majestad —le prometió.
No pude evitar mirar hacia la silla en la que estaba sentado Rhydderch. Si el príncipe fae continuaba hablando del asunto, nos expondría; la reina era la perfecta imagen de la preocupación por lo sucedido, mostrándose de lo más cooperativa a la hora de ofrecer sus propios efectivos. Hablar más de la cuenta, confirmando lo que había dicho Kell sobre lo que vio en los hombres que los emboscaron supondría decir alto y claro que también sabíamos qué se habían llevado consigo.
—Siempre estaremos en deuda con Qangoth por habernos ayudado a recuperar a la princesa —añadió la reina, dirigiéndose de nuevo a Rhydderch—. Es lo mínimo que podemos hacer.
Me pregunté si aquella última frase había sido pronunciada con segundas intenciones, si Nicnevin habría sido consciente de lo que había intentado hacer el príncipe fae. Tampoco tuve oportunidad de indagar más, puesto que un simple gesto por parte de lord Ardbraccan dejó la conversación en suspenso por la llegada del servicio con nuestra cena.
Observé el tránsito de mujeres y hombres colocando distintas fuentes encima de la mesa, haciendo que los aromas de los distintos alimentos se entremezclaran y llenaran el aire del comedor. Luego vi al consejero atraer de nuevo la atención de la reina con una charla insustancial sobre algunos temas de la corte mientras se servían de las diferentes fuentes. No pude evitar pensar en si aquello era habitual, si aquellas cenas formaban parte de la rutina de la reina después... después de perdernos a mi padre y a mí.
Mi mirada no era capaz de desviarse de la reina, de cada uno de sus gestos y movimientos. Ella parecía estar inmersa en su conversación con lord Ardbraccan y algo se retorció en mi pecho al ver cómo esbozaba una media sonrisa.
—Después de la reunión con el Consejo, haremos la presentación formal frente a la corte —estaba diciendo el hombre, cortando con precisión un trozo de venado que había en su plato—. Todo el mundo querrá celebrar el regreso de la heredera apropiadamente.
La mirada de la reina se iluminó ante la propuesta de su consejero; sus ojos no tardaron en desviarse hacia donde estaba sentada.
—Es una idea excelente, ¿no crees? —intentó integrarme en la conversación, pidiendo mi opinión al respecto—. Sería una forma maravillosa de introducirte de nuevo frente a nuestros aliados y nuestro primer acto en el que abriremos las puertas a alguien procedente de fuera de nuestras fronteras.
Apenas pude probar bocado el resto de la noche. La propuesta de lord Ardbraccan de organizar mi regreso a la corte absorbió por completo la conversación; a mi lado, Rhydderch intervino en un par de ocasiones, mostrándose cortés y agradecido por la hospitalidad que estaba recibiendo.
Cuando llegó el momento de dar por finalizada la velada, estuve cerca de saltar de mi asiento, deseosa de abandonar el comedor. La cabeza había empezado a dolerme al final de la noche, abrumada por los detalles que había ido absorbiendo de las interacciones de la reina con el resto de comensales y mis propias conclusiones. Los cebos que le había lanzado Rhydderch no parecían haber tenido el efecto deseado y, de nuevo, me vi preguntándome si estaríamos precipitándonos al señalar a Nicnevin como responsable. A pesar de que era la opción más lógica, a juzgar por las pruebas.
Lord Ardbraccan se mostró de lo más servicial al ofrecerse ante el príncipe fae para acompañarlo de regreso a sus propios aposentos. Apenas pude cruzar una rápida mirada con él mientras Rhydderch seguía al consejero; mi madre tampoco tardó en excusarse, alegando una creciente jaqueca. Recordé su gesto en el despacho, a nuestra llegada, además de la advertencia del lord sobre su estado.
Sola en el pasillo, no me quedó más remedio que volver a mi dormitorio. Sin ningún amable sirviente para guiarme, pude entretenerme durante el camino, dejando que algunas imágenes de mi pasado me envolvieran, haciendo que sintiera un extraño vacío en el pecho.
Porque, a pesar de todo, no terminaba de sentir que encajaba en aquel lugar, por muy buenos recuerdos que pudiera guardar de mi infancia allí.
Ninguna de mis doncellas se encontraba en mis aposentos cuando entré, aunque sí se habían encargado de encender algunas velas y caldear la estancia, dejando sobre la cama mi ropa de noche... también prestada.
Me cambié en silencio, hasta que el sonido de unas familiares notas se colaron a través de las ventanas, haciendo que mi vello se erizara. No era la primera vez que oía aquella melodía; sabía a quién pertenecía... Quién podía emitir un sonido tan hermoso.
Mis pasos me condujeron hacia la antesala de mis aposentos. El pulso se me disparó al contemplar a la majestuosa ave que aguardaba sobre la balaustrada, con las alas extendidas de modo que la luz de la luna pudiera arrancarle leves reflejos a sus plumas.
—Faye —susurré, feliz de verla.
La fénix de Rhydderch se había desvanecido antes de que fuéramos emboscados. Supuse que habría optado por esconderse y seguirnos desde la distancia, sin llamar la atención. La vi chasquear el pico, cortando en seco su canción, antes de levantar el vuelo para adentrarse en la estancia; con un cuidado que desconocía, se posó sobre mi hombro.
Dudé unos segundos antes de alzar la mano y acariciar sus plumas, deleitándome de la calidez que desprendían; de su inesperada suavidad. Faye dejó escapar un gorgoteo que no supe interpretar antes de picarme en el cuello, sin llegar a hacerme verdadero daño. Tras unos segundos de incomprensión, supe que la fénix estaba intentando dirigir mi atención hacia una de sus patas.
Hacia el mensaje cuidadosamente atado que llevaba.
Los dedos me temblaron cuando reconocí la apresurada letra garabateada sobre aquel trozo de papel, pidiéndome que me reuniera con él.
* * *
Pido perdón porque sé que han pasado dos sábados sin actualizar
Pero he aprovechado los pocos huecos que he tenido para poder avanzar todo lo posible así que puedo decir oficialmente que... Thorns está terminada! Después de 5 largos años (no es broma) he podido poner punto y final a esta parte de la historia (efectivamente, el epílogo no va a ser una despedida definitiva)
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